El objetivo de esta serie de mis artículos del viernes es ofrecer un espacio de comunicación en el que cada uno, con palabras lo más breves y personales que pueda, exprese lo que rumia hoy en día en su interior. Creo que en las dos entregas anteriores, con los comentarios registrados y nuevas entradas suscitadas, como la de Isidoro, se va cumpliendo este objetivo. Y recojo como síntesis lo que me dice Oscar y resalta Carmen: “Tu hacer es mejor que tu decir”.
A veces me pregunto yo mismo cómo quien ha estado toda su vida en contra de una confesionalidad expresa de la fe en las tareas cotidianas, aparezca que ha cambiado radicalmente de postura y exija a todos partir de una confesión explícita de la fe en Dios. No ha sido así, aunque de palabra, parece que en el debate con mis antiguos amigos Vigil, Arregi y compañía y en mi declaración de sintonía con Légaut y Grothendieck, haya cambiado de bando. Tal vez las palabras me traicionen.
Creo que la fe personal en Él debe mantenerse viva en mi interior y en el de muchas personas, en la intimidad de nuestro corazón o de nuestra alma, tanto en la persona más sencilla como en la más cultivada. Pero nunca he tenido una imagen o un nombre preferido para expresar el objeto incomprensible e innombrable de esa fe. O para hacerla banderín de enganche para grupos o movimientos. En mis diarios de juventud veo ahora que no Lo sentía presente en la hostia consagrada o en imágenes interiorizadas de Jesús. No era de los espirituales sino de los sociales, como a veces se nos dividía.
Pero esa presencia en mí del del Principio de Todo y de mi concreto ser, no podía dejar de ser un Tú o un Él, no una imaginación o un constructo mental. El objetivo del trabajo espiritual, renovado en mí hace cincuenta años con la lectura de Légaut, no era lograr un estado de consciencia sino una adoración “en espíritu y verdad” para una entregaamorosa a los demás. Y ahí queda todo. No sigo para no enredarme en palabras mías. Prefiero dejar el resto a leer cómo lo expresaba Alexander Grothendieck, uno de mis compañeros de cordada.
Reproduzco un apartado del capítulo 2º de su libro La llave de los sueños o diálogo con el buen Dios, en (ps. 54-56) donde relata cuándo, contracorriente de toda tendencia del mundo intelectual que le rodeaba, él volvió a afirmar plenamente la presencia real de Dios en sí mismo:
17 Dios es el Soñador
(28 de mayo 1987) Es hora de ir al corazón del mensaje de este libro que estoy escribiendo, de decir la idea maestra – esa “idea grande y fuerte” […]. Es cierto que he procurado no introducirla antes de tiempo, que he intentado en suma ignorarla mientras “no tuviera necesidad de esa hipótesis. Pero no he podido evitar rozarla aquí y allá y hablar de ella de pasada, de tan omnipresente que está en mí….
Por otra parte, en modo alguno la veo como una “idea“, que hubiera germinado y madurado en mí antes de eclosionar, hija del espíritu que la concibe y da a luz. No es una idea sino un hecho. Y un hecho, cuando se piensa en él, totalmente alocado e increíble – ¡y sin embargo cierto! No podría ser tan loco como para inventármelo. Y si a veces digo que he “descubierto” ese hecho (¡e incluso que ése es el gran descubrimiento de mi vida!), eso es decir demasiado y presumir. Cierto es que hubiera podido, e incluso “hubiera debido”, descubrirlo desde hace cuatro o cinco años, […]. Estaba muy cerca, eso es seguro – ¡verdaderamente casi me quemaba! Pero como suele ocurrir, tenía mis orejeras bien puestas, y no me “olía” nada. La temperatura, en suma, no me incumbía, no quería saber que estaba “ardiendo”. Así, tal vez desesperado, hizo falta que el buen Dios se tomara la molestia (entre muchas otras que ya había tenido conmigo) de revelármelo. Oh, al principio con mucha discreción, hay que decirlo…
He aquí esa “locura”, de la que he tenido una revelación: el Soñador no es otro más que Dios.
[Hecha la afirmación principal (“Ein grosser und starker Gedanke”) que ha preparado con suspense en el capítulo 1º, AG continúa con unos párrafos, empleando la amistosa segunda persona, en que explaya cómo le llegó ese conocimiento de una presencia real de Dios en lo profundo del alma, que parece una locura (él se lo mira con rigor crítico poniendo en duda lo que no puede menos de constatar como un hecho). Personalmente creo que son las páginas más lúcidas y claras de las casi mil que comprenden todo el libro. AD.]
Para muchos lectores, seguramente, y quizás también para ti, lo que acabo de decir es latín o chino – unas palabras sin más, que te dejan frío. Como lo sería, digamos, un escueto enunciado matemático para uno que no esté iniciado. Sin embargo, aquí no se trata de matemáticas ni de especulaciones metafísicas, sino de realidades de lo más tangibles, accesibles por igual (e incluso más) al primer muchacho que llegue que al más docto teólogo. Y si hay algo que me interesa, al escribir este libro, no son teorías ni especulaciones, sino la realidad más inmediata, la más irrecusable – como es, especialmente, la que noche tras noche vivimos en nuestros sueños.
Una de mis primeras tareas, sobre todo frente al lector para el que “Dios” ya no es más que una palabra (si no un “anacronismo”, o una “superstición”), es intentar hacer sentir el sentido “tangible” de esta lacónica expresión: “el Soñador que hay en ti es Dios”. Sólo cuando se perciba el sentido puede plantearse la cuestión del alcance de esa afirmación (esté o no fundada).
En mi caso, ese hecho fue captado y aceptado como tal, cierto día de mediados de noviembre del año pasado [es decir, 1986. AD], hace algo más de seis meses. Además llegó sin ninguna sorpresa, casi como algo que caía por su peso, pero que hasta entonces no me había tomado la molestia de decírmelo expresamente. Nada de “locura” pues, en ese momento. Lo constaté como “de pasada”, durante una meditación sobre uno de mis primeros sueños “místicos”. Casi pasó desapercibido entonces. ¡Estaba mucho más afectado por la emoción tan penetrante que impregnaba ese sueño! En comparación, ese hecho curioso a fe mía, que entonces apareció por primera vez en mi campo de atención, durante un pequeño cuarto de hora, parecía muy pálido, muy “intelectual”.
Durante las semanas y meses siguientes, fue cuando el alcance de ese “hecho curioso” comenzó a hacerse patente poco a poco. Por el momento baste decir que, actualmente, es como el centro y el corazón de todo un conjunto de revelaciones que me llegaron, por la vía de los sueños, durante los cuatro meses siguientes – revelaciones sobre mí mismo, sobre Dios, y revelaciones proféticas. En el espacio de esos pocos meses de intenso aprendizaje, a la escucha de Dios que me hablaba por los sueños, mi visión del mundo se transformó profundamente, y la de mí mismo y de mi lugar y mi papel en el mundo, según los designios de Dios. La principal transformación, aquella de la que surgen todas las demás, es que desde ahora el Cosmos, y el mundo de los hombres, y mi propia vida y mi propia aventura, han adquirido al fin un centro que les hacía falta (cruelmente a veces), y un sentido que había sido presentido oscuramente.
Ese centro vivo, y ese sentido omnipresente, a la vez simple e inagotable, evidente e insondable, cercano como una madre o como la amada, e infinitamente más vasto que el vasto Universo – es Dios. Y “Dios” es para mí el nombre que damos al alma del Universo, al soplo creador que sondea y conoce y anima todo y que crea y recrea el mundo en todo momento. Él es lo que es infinitamente, indeciblemente cercano a cada uno de nosotros en particular, y a la vez Él es lo menos “personal”, lo más “universal”. Pues igual que está en ti en la menor célula de tu cuerpo y en los últimos repliegues de tu alma, así está Él en todo ser y en toda cosa del Universo, hoy como mañana como ayer, desde la noche de los tiempos y los orígenes de las cosas.
Por eso, para hablarte de Él con verdad, no podría dejar de hablarte también de mí, de una experiencia viva que tal vez entre en comunicación con tu propia experiencia y la haga resonar. Pues Dios es el puente que liga entre sí a todos los seres, o más bien Él es el agua viva de un inmutable Mar común que liga todas las orillas. Y somos las orillas de un mismo Mar, que cada uno Lo conoce con un nombre distinto y bajo un rostro distinto – e incluso somos sus gotas, que cada una Lo conoce íntimamente, sin que ninguna ni todas juntas Lo agoten. Lo que es común es el Mar, que liga una gota a la otra y contiene a ambas. Si pueden hablarse una a la otra es por Él que las abraza y las contiene, y es percibido a través de ellas, parcelas vivas de una misma Totalidad, de un mismo Todo – de un mismo Mar.
Vamos a dejarlo aquí por hoy. ¿No has conectado tú alguna vez con esta realidad, aunque sea unos segundos y en oblicuo? Por lo menos, quisiera que sepas que quien da este testimonio en un libro de mil páginas (y tal vez en otros escritos aún inéditos y depositados en la Biblioteca Nacional de Francia), es un científico cuyas teorías matemáticas (como la de los topos) están interesando a los mayores constructores de inteligencia digital hoy, como Hauwei. Seguiremos explorando con él, con Légaut y con quien quiera unirse a la cordada.
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