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Del rebaño a la cordada

En mi segunda entrega de la serie que inauguré el viernes pasado, quiero volver un poco atrás y exponer, con la mayor sencillez que pueda, el aspecto común de la pareja Légaut-Grothendieck, tan diferentes aparentemente pero tan coincidentes en su búsqueda espiritual, que es lo que me atrajo especialmente

Seguramente esa atracción tiene mucho que ver con la experiencia espiritual a lo largo de mi vida, pero creo que son muchas las personas –viejas, mayores y también jóvenes– que están viviendo un itinerario parecido en su conocimiento espiritual. Para que pueda ayudarles en algo, no para convertirles en “seguidores”, es por lo que he iniciado esta serie de artículos que se irán publicando , en ATRIO, espero que cada viernes.

Hay que empezar por aclarar unas nociones sobre lo que es conocer y conocerse. El término proviene del latín y del griego y se refiere a todo saber sobre algo. Pero lo importante es que el impulso por conocer procede innatamente de la necesidad y/o curisidad de hacer presente en nosotros lo que nos rodea, para huir o aprovecharnos de ello y también para “ponerle nombre” a todo y pensar sobre ello. El conocimiento nace de los sentidos que ponen nuestro cuerpo en contacto con lo exterior. Este conocimiento carnal no puede ser limitado a los cinco sentidos. A veces faltan algunos en el ser humano y cuesta tanto  suplirlos. Los animales tienen algunos sentidos nuevos (radar los muciélagos, geolocalización aves y peces migrantes) o más afinados que los humanos, quienes, a través de la técnica desarrollan instrumentos y sensores cada vez más poderosos. La acumulación de datos que el ser humano capta del macrocosmo y del microcosmo es de vértigo.

Pero esa capacidad de  conocimiento carnal, con sus respuestas de acción condicionadas, está heredada por cada ser humano en sus instintos, inscritos según parece en su ADN. Y a veces se pierde, como algunos reflejos primarios de los bebés. Pero poco a poco, en los humanos y no sabemos si en otros seres vivos, irá surgiendo un conocimiento intelectual, que será trasmitido entre generaciones a través de la imitación, el lenguaje y la cultura. Este conocimiento, que suele conocerse también como racional y lógico, pretende con símbolos dar cuenta de lo que son las cosas, de su origen y finalidad. De ese impulso intelectual de saber que tiene el hombre nace el poner nombre a todo, relacionarlo todo, crear mitos y relatos para comunicar lo descubierto. Construir teorías y proponer hipótesis sobre estas áreas de conocimiento que progresan cada vez, en curva asintótica que parece abarcar la “suma” de todo el conocimiento intelectual posible. Algún día esta cúspide de conocimiento intelectual estuvo dominada y regulada por la religión, la filosofía o la convergencia de las dos. Hoy el paradigma intelectual último parece estar dominado por la teoría cuántica y la inteligencia artificial. Y tanto la filosofía como las teologías parece que tienen que vérselas con ese paradigma, pues el progreso tecno-científico tiende a arrollar y relativizar todo lo demás.

Pero lo que ni el conocimiento carnal (percepción de la realidad exterior) ni el conocimiento intelectual (razón) han podido frenar ha sido el conocimiento espiritual que nace de la percepción interior de sí mismo como sujeto y no como objeto del saber. Esta autopercepción parece que existió desde el principio del ser humana como tal, aunque probablemente fuese sofocada por la necesidad de agudizar el conocimiento de sus sentidos para protegerse y alimentarse. La respuesta a las posibles preguntas que el sujeto se hacía sobre sí, estuvieron después ya contestadas por el saber intelectual heredado en su familia y sociedad. A quien intentaba preguntarse a sí mismo sobre el “sí mismo”, desde su innata curiosidad, se le respondía que en los grandes depósitos de conocimiento intelectual almacenado tenía ya las respuestas para todo, que era peligroso separarse de esas doctrinas y axiomas bien fijados. En definitiva, que había que mantener las “orejeras” y no pretender separarse del rebaño. Las leyes y doctrinas oficiales había que aceptarlas so pena de desviarse del sentido marcado de antemano a la vida de cada uno.

Pero hete aquí que algunos seres humanos sentían como invencible la tendencia a investigar por sí mismo en su interior, profundizando cada vez más, hasta llegar cada vez más a la evidencia desnuda de lo que constituía su ser, ínfimo y efímero en su existencia espacio intemporal, pero abierto a lo infinito en una insoslayable sed interior que nunca queda saciada. Y empezaron una aventura de búsqueda personal sincera, sin recurrir al fácil procedimiento de cambiar unas orejeras por otras, cambiando de bando, pasando del religioso confesional al laico ateo/agnóstico, o viceversa. No. El conocimiento espiritual tiene por principio que hay que se tiene que iniciar por lo conocido experimentalmente (conocimiento carnal) como intelectualmente. No puede renegar de ninguno de los dos tipos de conocimiento, sino renovarlos cada día a mejor. Y vencer el estancamiento tanto de las grandes instituciones religiosas como de las ideologías y falsos axiomas científicos. Lo que hay que hace es integrar lostres tipos de conocimiento entre sí y dar la primacía de síntesis suprema, de más conocimiento auténtico (libre de orejeras) al propio conocimiento espiritual. Eso sí, sabiendo que no se puede demostrar ni imponer.a

A lo largo de mi vida me he encontrado con muchos seres sujetos a esa difícil lucha por encontrar su ruta con autenticidad. Me han ayudado mucho en mi búsqueda personal. Pero, al final de mi camino, me quedo con la compañía y confianza en estos dos seres, para mí extraordinarios, que son Marcel Légaut y Alexandre Grothendieck.

Ellos, arriesgados aventureros del conocimiento espiritual, coincidieron y se separaron en esto:

  1. Los dos fueron profesores de matemáticas (la disciplina más abstracta y básica del del conocimiento intelectual) integrantes del Grupo Burbaki, surgido en Francia en los años novecientos treinta para una renovación de su enseñanza. AG alude expresamente a sus veinte años de profesor (1950-1970) que le llevaron a escalar la cúspide de la comunidad matemática mundial. Sobre esta etapa escribió él todo un extenso libro (Cosechas y siembras) antes de empezar su otro libro espiritual, mi preferido (La llave de los sueños o Diálogo con el Buen Dios). ML no hace referencia a ese pasado matemático, a no ser para reivindicar el rigor en el uso de la inteligencia, sin refugiarse en mero fideísmo.
  2. Los dos, hicieron en su época de madurez una elección vital, de grandes consecuencias, renunciando a su status y profesión, para elegir un camino de mayor autenticidad que era, al principio, una gran apuesta vital hacia lo desconocido. A los 42 años Légaut dejó su cátedra de matemáticas para hacerse pastor de alta montaña. A la misma edad Grothendieck renunciaba a la dirección del Instituto de Altos Estudios Científicos (IHES) de Francia. A esa edad, ML llevaba muchos años de trabajo espiritual con el grupo de jóvenes católicos TALA reunido en torno al sacerdote Portal, amigo del excomulgado Loisy. AG emprendería un largo camino de activista ecológico, seguidor de la meditación trascedental y del budismo hasta llegar a plantearse a fondo la cuestión de quién soy yo y cuál es mi misión en la tierra, estmulado a ello por Légaut..
  3. Los dos asumen el arduo trabajo de escribir dando cuenta de su trabajo interior. Y los dos consiguen es sus libros de itinerario, no de doctrina, mostrarnos con rigor intelectual cómo la reflexión, a través de mociones e Insigths,  les fue llevando a la fe en sí mismo (máxima ambición en llegar a ser y máxima carencia de ser propio), la fe en el otro (en que se reproducía el mismo paradójico misterio) y la fe en el Otro (origen y síntesis de todo, discreto Huésped que habla en la propia alma si se le atiende en silencio). El estilo de ambos es muy diferente. AG escribe a borbotones y dominan las referencias personales a lo vivido. Como ser herido en su infancia y creador de cohomológicas, necesita bajar al detalle de su conciencia profunda, manifestada en sueños que se esfuerza en interpretar, aunque cada vez necesita menos de esa “llave” que da origen al título de su libro. Poco a poco, el libro que escribe en 1987 corresponde más al subtítulo añadido, “Diálogo con el Buen Dios”. Curiosamente el cristiano de toda la vida, Légaut, es más parco en referirse directamente a la presencia y acción de Dios, y habla casi siempre de lo que vive on el abstracto “hombre” (noy nos hiere su casi nula referencia expresa al género femenino), aunque es evidente que se refiere a su propio “ser sí mismo”.
  4. Los dos distinguen bien lo que es FE a lo que son CREENCIAS culturales, nombres, relatos, doctrinas, imágenes o ritos que los humanos han ido construyendo para expresar lo que iban descubriendo en sus búsquedas espirituales sobre el sentido último. La fe es conocimiento seguro de una realidad infinita, pero cercana, indescriptible e indemostrable pero un Tú verdadero que nos ilumina y nos ama. A lo largo de milenios el ser humano le ha puesto miles de nombres, lo ha imaginado de miles de figuras. Ninguno de los dos pone su fe en darle un nombre, un rostro, una Ley o una doctrina. Todo eso son creencias que pueden ayudar propedéuticamente, pero pueden estorbar el verdadero progreso espiritual. AG nombra a veces las diversas reencarnaciones del alma, pero expresamente dice que es modo de hablar, en absoluto objeto o parte de la verdadera fe. Y Lègaut, que desde niño fue educado en las creencias de cielo, infierno, juicio, pecado etc., creo que no nombra nunca en sus escritos esas creencias, aunque no hace tampoco una campaña contra ellas. Y se alegra expresamente de evita, al no ser profesor de teología, enfrentamientos con los jefes de su Iglesia por el manifiesto olvido de esas doctrinas, a veces hecho dogma. Grothendieck se entusiasmó con Lègaut cuando se dio cuenta de que en su búsqueda espiritual no olvidaba el camino del sexo (el amor conyugal la experiencia primera para encontrar la fe en sí mismo, en el otro y en Dios) y que, según él, los apóstoles, e incluso tal vez el mismo Jesús, eran falibles en la manera de definir o profetizar sobre Dios. La fe y la duda son para AG el yang y el ying de la misma realidad.

 * * * –

Y así podríamos seguir. Pero de mis interlocutores en este ATRIO, en el que os encontráis buscadores de sentido procedentes de ámbitos y culturas muy diversas, quisiera que me dijerais si estáis de acuerdo con lo que expongo sobre estas dos personas y resonancia sobre lo vivido por cada uno. Y, por favor, si encontráis frases concretas que confirmen esas posturas confluyentes pero diversas, que las aportéis. Poner estas referencias me resultan más costoso de hacer, pues recuerdo haber leído mucho de ello en sus escritos, pero no me cuesta rastrearlo ahora. Y, además se alargaría demasiado el artículo.

Solo quiero expresar que ambos hablan con frecuencia de dejar temores fuera, de atreverse a quitar orejeras de caballerías y andadores infantiles que nos impiden ir por los caminos de nuestra propia inteligencia espiritual. En definitiva, de salirse del rebaño y de atreverse a escalar o profundizar por cuenta propia, de utilizar la propias herramientas y luces para ello.

El trabajo espiritual no puede hacerse dejándose llevar por otros sino en arriesgada soledad. Sin institución o escuela protectora. Incluso sin modelos, sino creando el propio camino. Pero esto no quiere decir que no sea prudente hacerlo en equipo, en cordada, donde cada uno pone el mayor empeño en  decidir y asegurar sus pasos, pero dispone de compañeros y amigos que, llegando el momento, podrán ayudarle a evitar un descalabro o a una buen apoyo utilizado por el otro. En resumen: dejando el seguimiento de rebaño, tanto religioso como científico, pero eligiendo una buena cordada de experimentados.

 

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Un comentario

  • oscar varela

    ¡Hola Antonio! Distingues 3 tipos de CONOCIMIENTO:1) CARNAL2) INTELECTUAL3) ESPIRITUAL………………… a) ¿Por qué “tenemos” que CONOCER?b) ¿Cuándo y por qué nos ponemos a PENSAR?(¿por qué estás pensando -escribiendo- este Artículo? ¡Gracias!

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