La sodomía no tiene que ver nada con la homosexualidad, sino que con la extranjería, con la emigración. Una interpretación literal del texto del Génesis (19,1-28) ha llevado a este callejón sin aparente salida, donde se ha demonizado la homosexualidad con el término “sodomía”, como un comportamiento humano antinatural y perverso hasta el punto de que no puede ser aceptada de ninguna manera. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia católica y todas las teologías morales al uso.
Este relato bíblico, como digo, ha sido central para poner en entredicho a la homosexualidad en Sodoma y Gomorra hasta el punto de que se ha acuñado el lexema “sodomía” para referirse al pecado homosexual. Esta narración tiene un significado etiológico, es decir, pretende dar una explicación de la destrucción de algunas ciudades y de la existencia de la gran depresión del Mar Muerto; si bien para el científico de la Universidad inglesa de Bristol, M. Hempshell, la trayectoria de un meteorito y su posterior explosión en el año 3123 a.C. podrían explicar la leyenda bíblica de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra, en medio de una lluvia de fuego y azufre.
Ante este acontecimiento la pregunta es: ¿cuál fue el pecado de los habitantes de Sodoma al pretender entrar por la noche en la casa de Lot, un “extranjero”, y conocer a los huéspedes que el sobrino de Abraham había acogido? La interpretación más frecuente de este texto ha sido la de considerar que el pecado de los habitantes de Sodoma fue la homosexualidad. Sin embargo, hoy existe una importante corriente que afirma que el pecado de los sodomitas fue la violación de la ley de la hospitalidad, de tanta relevancia en los pueblos primitivos. Es significativo resaltar que las alusiones a este pasaje, presentes en otros textos bíblicos, no expresan el significado homosexual del pecado de Sodoma (Is 1, 10; 3, 9; Jr 23, 14; Eclo 16, 8; Sab 10, 8; 19, 14; Jds 6-7; 2Pe 2, 4, 6- 10). Entre estos textos está el del profeta Ezequiel: “Éste fue el crimen de tu hermana Sodoma: orgullo, voracidad, indolencia de la dulce vida que tuvieron ella y sus hijas; no socorrieron al pobre y al indigente, se enorgullecieron y cometieron abominaciones ante mí; por eso las hice desaparecer, como tú has visto” (Ez 16,49-50).
La interpretación homosexual surge en la literatura intertestamentaria del siglo I a. C. En favor de esta interpretación se cita, sobre todo, el hecho de que Lot, para evitar el abuso de sus huéspedes, ofrece la entrega sexual de sus propias hijas a los habitantes de Sodoma. Por el contrario, se insiste en que el verbo hebreo “yadá” –traducido por “conocer”– sólo tiene una connotación sexual en 16 de las 822 veces que se utiliza en la Biblia y siempre se refiere a la relación heterosexual. De ahí que se interprete este relato subrayando que Lot era un extranjero, y que, por ello, era peligroso que alojase a gente extraña en su casa, a los que los sodomitas deseaban “conocer”, es decir, cerciorarse de quiénes eran.
La forma habitual de insultar a un extranjero era obligarlo a adoptar el rol femenino en el acto sexual. Lo más insultante para un hombre era que lo trataran como a una mujer, por lo que el extranjero que se veía obligado a desempeñar el papel de la mujer en la actividad sexual, recibía la máxima humillación que los ciudadanos varones podían hacerle. Esto le recordará su debilidad y su vulnerabilidad, así como la fuerza y poder del que es ciudadano, sin duda un privilegio de los hombres.
La historia, pues, de Sodoma y Gomorra trata sobre el no respeto a la hospitalidad, que era un pilar importante de las antiguas sociedades del Oriente Próximo. Lo que los habitantes de las ciudades quieren hacer con los extranjeros protegidos por Lot es violarlos. Esto no tiene nada que ver con la homosexualidad, sino con la violencia y la falta de respeto a la dignidad humana. Aún en el Nuevo Testamento, Jesús se refiere a Sodoma y Gomorra como ejemplo del no respeto a la hospitalidad: “Al entrar en una casa, saluda. Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudíos el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo” (Mt 10,12-15).
El relato de Sodoma y Gomorra nos lleva a considerar que no se puede aplicar una hermenéutica literal a un texto bíblico; hay que tener en cuenta el contexto tanto histórico como cultural, pues la Biblia recoge lo que sucedía entonces, porque es un documento veraz en un tiempo determinado, y en este sentido no es una palabra divina atemporal y normativa”. Para X. Pikaza quien quisiera interpretar los textos bíblicos en toda su literalidad “sin tener en cuenta su trasfondo religioso y antropológico, debería asumir y aplicar también todas las leyes (a que hacen referencia los textos bíblicos) tanto en lo referente a los sacrificios de animales como en los tabúes de sangre, en la distinción de animales puros e impuros y en las diversa enfermedades y manchas, que suelen interpretarse como lepra”.
En el relato del “juicio ateo”, como lo llama José Mª Valverde, el examen final va a recaer sobre la acogida y el cuidado del otro; no habrá, pues, preguntas sobre cuántas veces hemos rezado el rosario, confesar y comulgar por Pascua florida, si hemos ido a Misa los domingos, etc; pero sí una de las preguntas claves del examen será “fui forastero y no me acogisteis” (Mt 25, 43). ¿Dónde está esa acogida del forastero, del emigrante, del extranjero que huye de la pobreza o de la violencia o de prácticas abusivas y explotadoras de su país?
Europa casi toda ella no está por la tarea de acoger al emigrante, sobre todo porque es un emigrante pobre. Ya sabemos los artilugios obscenos de Italia contra la emigración y de todos aquellos partidos de derecha y cristianos que aplauden dicho modelo. La aporofobia, como dice A. Cortina, está en el centro de esta actitud de rechazo total. No creo que sea esa la hospitalidad que exige el texto del evangelista Mateo.
¿Y nuestros obispos dónde están? En este asunto tienen que guardar el equilibrio, porque si van abiertamente contra la emigración, se posicionarían contra el comportamiento del Papa respecto a la emigración. De ahí ese equilibrio para que se haga una acogida de emigrantes “regulada” (¿?). Pero hay algunos que su xenofobia es evidente y clara. Es más, ¿cuántos obispos han ofrecido sus palacios, sus conventos y seminarios abandonados, sus múltiples residencias… para dar “acogida al forastero”? Hay múltiples Ayuntamiento por toda España que habilitan casa de acogida de extranjeros, sobre todo para los menores de edad. Ahí está la cuestión; como dice el refranero, una cosa es predicar y otra dar trigo.
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Bueno. Lo que es indignante es que el señor de la historia, para proteger a los ángeles, pero bueno, al final llegaron al acuerdo acerca del sexo que tenían? Ofreciera a sus hijas.
Bueno y bueno.Es el relato más machista he leído en la biblia. Y mira que hay…Me quedé horrorizada. Y quién quiera pensar que lo que dice la iglesia acerca de la homosexualidad, es lo correcto. Pues que lo piense. Pero que no intervenga en la legislación española. El problema es que quiere intervenir con sus cosas morales.
Es abracadabrante, totalmente abracadabrante. No veo lo de la Hospitalidad. No creo que fuera por ahí. La causa de la destrucción fue el deterioro moral, según las costumbres judías. Eso es lo que dice la historia. Y va la tontica y vuelve la cabeza.De verdad que…Menuda historia.
Hola!
Una vecina mía, oriunda de España, casada con español y con dos hijos argentinos, viajaba todos los años a su tierra natal.
Solía quejarse porque -decía-, no hallarse bien considerada
– ni en la Argentina, pues me llaman “gallega” (en Arg. no importa de qué lugar de España eres; a todo español llamamos “Gallego”);
– ni en España, pues me llaman “sudaca”.
Este Artículo de Antonio Gil de Zúñiga roza uno de los problemas más difíciles para la comprensión de la vida humana, el de
– la “LENGUA” que hablamos y
– la “TRADUCCIÓN” a la que otros hablan
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1- “El hombre moderno se siente demasiado orgulloso de las ciencias que ha creado.
Pero esta innovación es relativamente poco profunda. Consiste en una tenue película que hemos extendido sobre otras figuras del mundo que otras edades de la humanidad construyeron, las cuales son supuestos de nuestra innovación. Usamos a toda hora de esta gigantesca riqueza, pero no nos damos cuenta de ella porque no la hemos hecho nosotros, sino que la hemos heredado.
2- Como buenos herederos, solemos ser bastante estúpidos.
El teléfono, el motor de explosión y las perforadoras son descubrimientos prodigiosos, pero que hubieran sido imposibles si hace veinte mil años el genio humano no hubiese inventado el método de hacer fuego, el hacha, el martillo y la rueda.
3- Lo propio acontece con la interpretación científica del mundo,
que descansa y se nutre en otras precedentes, sobre todo en la más antigua, en la primigenia, que es EL LENGUAJE.
4- La ciencia actual sería imposible sin EL LENGUAJE,
no sólo ni tanto por la razón perogrullesca de que hacer ciencia es hablar, sino, al revés, porque el lenguaje es la ciencia primitiva.
Precisamente porque esto es así, la ciencia moderna vive en perpetua polémica con el lenguaje. ¿Tendría esto algún sentido si el lenguaje no fuese de suyo un conocimiento, un saber que por parecemos insuficiente intentamos superar?
5- No solemos ver con claridad cosa tan evidente
porque desde hace mucho, mucho tiempo, la humanidad, por lo menos la occidental, no «habla en serio». No comprendo cómo los lingüistas no se han detenido debidamente ante este sorprendente fenómeno.
Hoy, cuando hablamos, no decimos lo que la lengua en que hablamos dice, sino que, usando convencionalmente y como en broma lo que nuestras palabras dicen por sí, decimos, con este decir de nuestra lengua, lo que nosotros queremos decir.
6- Me explicaré: si yo digo que «el sol sale por Oriente»,
lo que mis palabras, por tanto la lengua en que me expreso, propiamente dicen es que
a) un ente de sexo varonil y capaz de actos espontáneos —lo llamado «sol»—
b) ejecuta la acción de «salir», esto es, brincar, y
c) que lo hace por un sitio de entre los sitios que es por donde se producen los nacimientos —Oriente.
7- Ahora bien: yo no quiero decir en serio nada de eso;
yo no creo que
a) el sol sea un varón
b) ni un sujeto capaz de actuaciones espontáneas, ni que ese su «salir» sea una cosa que él hace por sí,
c) ni que en esa parte del espacio acontezcan con especialidad nacimientos.
8- Al usar esa expresión de mi lengua materna me comporto irónicamente,
descalifico lo que voy diciendo y lo tomo en broma. La lengua es hoy un puro chiste.
Pero es claro que hubo un tiempo en que el hombre indoeuropeo creía, en efecto, que a) el sol era un varón, que b) los fenómenos naturales eran acciones espontáneas de entidades voluntariosas y que c) el astro benéfico nacía y renacía todas las mañanas en una región del espacio.
9- Porque lo creía, buscó signos para decirlo y creó la lengua.
Hablar fue, pues, en época tal, cosa muy distinta de lo que hoy es: era hablar en serio. Los vocablos, la morfología, la sintaxis, gozaban de pleno sentido. Las expresiones decían sobre el mundo lo que parecía la verdad, enunciaban conocimientos, saberes. Eran todo lo contrario que una serie de chistes.
Se comprende que en el viejo lenguaje de que procede el sánscrito y en el griego mismo conserven los vocablos «palabra» y «decir» —brahmán, logos— un valor sagrado.
10- La estructura de la frase indoeuropea transcribe una interpretación de la realidad,
para la cual lo que acontece en el mundo es siempre la acción de un agente sexuado. De aquí que se componga de un sujeto masculino o femenino y de un verbo activo.
Pero hay otras lenguas donde la frase tiene una estructura muy distinta y que supone interpretaciones de lo real muy diferentes de aquélla.
11- Y es que el mundo que rodea al hombre no se presenta originariamente con articulaciones inequívocas.
O dicho de modo más claro: el mundo, tal y como él se nos ofrece, no está compuesto de «cosas» radicalmente separadas y francamente distintas. Hallamos en él infinitas diferencias, pero estas diferencias no son absolutas. En rigor, todo es diferente de todo, pero también todo se parece un poco a todo.
La realidad es un «continuo de diversidad» inagotable.
Para no perdernos en él tenemos que hacer en él cortes, acotaciones, apartados; en suma, establecer con carácter absoluto diferenciaciones que en realidad sólo son relativas.
Lo primero que el hombre ha hecho en su enfronte intelectual con el mundo es clasificar los fenómenos, dividir lo que ante si halla, en clases.
A cada una de estas clases se atribuye un signo de su voz, y esto es el lenguaje.
12- Pero el mundo nos propone innumerables clasificaciones
y no nos impone ninguna. De aquí que cada pueblo cortase el volátil del mundo de modo diferente, hiciese una obra cisoria distinta, y por eso hay idiomas tan diversos con distinta gramática y distinto vocabulario o semantismo.
Esa clasificación primigenia es la primera suposición que se hizo sobre cuál es la verdad del mundo; es, por tanto, el primer conocimiento.
He aquí por qué, en un principio, hablar fue conocer.
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13- El indoeuropeo creyó que la más importante diferencia entre las «cosas» era el sexo,
y dio a todo objeto, un poco indecentemente, una calificación sexual.
La otra gran división que impuso al mundo consistió en suponer que cuanto existe o es una acción —de aquí el verbo— o es un agente —de aquí el nombre.
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14- Frente a nuestra paupérrima clasificación de los nombres
—en masculinos, femeninos y neutros— los pueblos africanos que hablan las lenguas bantues presentan otra riquísima: en alguna de éstas hay veinticuatro signos clasificadores— es decir, frente a nuestros tres géneros, nada menos que dos docenas.
Las cosas que se mueven, por ejemplo, son diferenciadas de las inertes, lo vegetal de lo animal, etc.
Donde una lengua apenas establece distinciones otra vuelca exuberante diferenciación.
En Eise hay treinta y tres palabras para expresar otras tantas formas diferentes del andar humano, del «ir».
En árabe existen cinco mil setecientos catorce nombres para el camello.
Evidentemente, no es fácil que se pongan de acuerdo sobre el jorobado animal un nómada de la Arabia desierta y un fabricante de Glasgow.
15- Las lenguas nos separan e incomunican,
– no porque sean, en cuanto lenguas, distintas,
– sino porque proceden de cuadros mentales diferentes, de sistemas intelectuales dispares —en última instancia—, de filosofías divergentes.
No sólo hablamos en una lengua determinada, sino que pensamos deslizándonos intelectualmente por carriles preestablecidos a los cuales nos adscribe nuestro destino verbal.”
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