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Un mundo que sufre

Según el estudio sobre la paz global del Institute for Economics and Peace, de Junio de 2024, hemos alcanzado el pico más alto de conflictos desde la II Guerra Mundial. 56 guerras que permanecen activas con 92 países involucrados más allá de sus fronteras.

Atendiendo a estas cifras y a las que aportan los campos de refugiados, los países con sequía, los que sufren dictaduras…no es una exageración decir que la realidad central de este mundo es la del sufrimiento.

Se puede objetar que ha habido épocas de enormes catástrofes, de grandes epidemias, como la de la peste negra que provocó en Europa la muerte de más de 200 millones de personas en sucesivas oleadas hasta 1490.

O, por ejemplo, que las campañas de Napoleón produjeron cuatro millones de víctimas, lo que no es ni remotamente el caso en el momento actual.

¿Por qué razón, pues, podemos hablar del sufrimiento como un componente central de nuestra vida? A mi modo de ver, por tres razones.

La primera es la información. Hasta prácticamente ayer, las noticias que cada uno recibía se referían a eventos locales que apenas iban más allá de las fronteras de un pueblo, una comarca o una nación. Hoy las noticias, casi siempre malas, nos llegan de todos los puntos del planeta.

La segunda razón acaso sea la mentalidad que nos exige ser felices y que hasta parece culpabilizarnos si no lo logramos serlo. De ete modo vivimos cualquier sufrimiento como un abuso o una injusticia.

Por otra parte tenemos la impresión desazonante de que la mayor parte de esos sufrimientos podrían evitarse pero casi nunca llevan camino de hacerlo.

Sean una u otra o las tres las razones, lo cierto es que puede mantenerse con razón la tesis de antes mencionada de que el sufrimiento es uno de los ejes del mundo en el que vivimos. Y ante este panorama, ¿qué actitud se puede tomar? Pienso que existen cuatro posibles.

La primera es alegrarse o aprovecharse de la infelicidad de otros. Recuerdo que un amigo mío de carrera decía, en el lenguaje de los años sesenta: si el mundo se divide en opresores y oprimidos, yo quiero estar entre los opresores. Los traficantes de mascarillas debieron vivir como un regalo de la providencia la llegada de la pandemia. Mal de muchos, millones para ellos. Y no hay duda de que el miserable Alvise Pérez se siente realizado cuando otros, gracias a sus palabras, son perseguidos o criminalizados.

La segunda actitud es la del desinterés. El sufrimiento de los demás no es asunto mío. Cuantas menos noticias mejor porque seguro que serán malas. Es el ideal del Beatus ille de Horacio o del Ríase la gente de Góngora. Nuestro refranero, en ocasiones bastante cínico, ya recomendaba, con cierto abuso teológico, que cada uno en su casa y Dios en la de todos.

También se puede estar preocupado por el sufrimiento y procurar echar una mano: dar una limosna a un pobre en la calle, apoyar con alguna cuota una ONG, llamar de cuando en cuando a alguna persona que está sola… pequeñas contribuciones que en realidad no nos gravosas, no merman nuestra economía y dejan tranquila nuestra conciencia.

Pero hay también en este mundo personas que com-padecen, que hacen suyo el padecimiento de los demás, que ponen en juego su vida por de la de otros. Una larga lista de nombres excelsos aparecen en esta categoría: Mathama Ghandi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Simone Weil, Maximilian Kolbe, Dietrich Bonhoeffer, Ricardo Milani… Todos ellos son santos, canonizados o no, porque en ellos ha visto la mirada cristiana una presencia del Espíritu. Es que, en efecto, hay algo misterioso en que alguien ponga en juego su vida, su dinero, se tranquilidad para que otros salgan de su sufrimiento.

He traído nombres muy conocidos pero pondría contar mi experiencia de familias que han acogido en su casa a inmigrantes, que han acogido a menores africanos y han acabado adoptándolos, de personas que han puesto todo su capital para salvar a otras de la pobreza, que han dedicado su tiempo a visitar y acompañar a personas solas o enfermas… todos ellos son los santos cercanos, los que, según la recomendación de Jesús, no han apagado el Espíritu.

Y, si no fuera un poca pretencioso oimpertinente, me atrevería a preguntar: ¿enqué grupo estamos nosotros?

3 comentarios

  • Javiierpelaez

    Los ejemplos que tú pones de personas conocidas que yo admiro profundamente aunque algunos de ellos son bastante poliédricos( Gandhi tenía pinta de ser bastante machista y Simone Weil ,a la que admiro profundamente, de la que he leído.algunas biografías,tenía una cierta locura no muy sana y poco práctica,no se molestaría mucho porque dijera esto porque para eso hemos inventado la cultura de la cancelación incluso con los santos,jajaja,de algunos otros santos es directamente para descojonarse),se sitúan en el terreno de la moral supererogatoria(de esta palabra me acuerdo  que  me la  decía de joven mi profesor de filosofía del derecho, Francisco Laporta que en determinado me trató como un hijo y que me prologó un libro:”eres como un monje,diviértete…” o algo así, se descojonaba con razón de mi “cristianismo monacal”,hombre inteligentísimo ),pero te voy a decir una cosa en esta sociedad que vivimos sería mucho más modélico o ejemplar que saliera uno de esos futbolistas millonarios y dijera que hay que pagar impuestos. Me voy a morir sin verlo . El Ibai Llanos ha tenido detalles estupendos cuando despotricó contra los youtubers que se van a Andorra o el otro día que le sacan en la fiesta de la selección española en Madrid x la Eurocopa y suelta que el no pinta nada aquí….jajaja. Volviendo a los que citas y citando a Luther King lo peor no es la acción de los malvados,sino el silencio de los buenos. Yo procuro no cooperar con las cosas que causan el mal y además soy bastante argentino no me callo ni debajo del agua… en situaciones de atropello. Hago lo que puedo,no mucho. Tb hice algunas opciones fundamentales de joven que las sigo más o menos .Comprenderás que cuando uno tiene obligaciones profesionales y familiares,dedicarse a la moral supererogatoria es complejo aunque yo confieso que ,como cristiano,he hecho y hago alguna chaladura notable y las que me quedan.

  • Antonio Llaguno

    Muy de acuerdo con el artículo de Carlos Barberá.

    Recuerdo cuando estuve en África, que uno de los sacerdotes de la misión, al comentar nosotros (Jovencitos europeos, bien cultivados, mejor alimentados y con todas las necesidades cubiertas) la pobreza en la que vivían los nativos de Lesotho, nos dijo: “Lo peor no es que sean pobres. Lo peor es que, como tienen televisión (Había una para todo el pueblo donde veían al Real Madrid y al Chelsea), lo saben”Los niños del pueblo no querían ser Nelson Mandela, querían ser Michael Knigth, el de El Coche Fantástico.

    Es muy cierto que la información hace que el dolor del siglo XX sea mayor que otros.Yo soy muy cansino cuando digo que solo se puede amar a Dios amando al prójimo y prójimo significa próximo.

    Salvo que la comunicación hace que los sufridos y sufrientes habitantes de Ukrania, Gaza, Sudan del sur, República Centroafricana, Mali, Nicaragua, Venezuela, Myanmar, Chechenia, Bielorrusia, Nigeria, Siria, Yemen, Iran, Libia, Somalia, Eritrea… (Y seguro que se me olvidan muchos conflictos) estén muy próximos. A un click de la televisión o de internet.

    Y también las soluciones o la colaboración para eliminarlos.

    Ciertamente, es muy pertinente la pregunta que hace Carlos al final.

    Será mi meditación este domingo en misa. 

  • Javiierpelaez

    Yo soy cristiano a tiempo parcial como Dios manda,jajaja….Es que pones unos ejemplos….

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