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Cuando la verdad no importa

Esta es una reflexión de Leandro que nos acaba de llegar. La veo preparada para ser publicada sin trabajo previo en temporada semivacacional y oportuna para el momento actual. No nos subamos a las nubes de la verdad absoluta. Empecemos por la verdad factual, la comprobable, aunque sea con”var” o fotofinish. Como, por ejemplo, cuáles fueron los resultados de la últimas elecciones en Venezuela. AD.

Tal vez muchos ciudadanos nos estamos haciendo mayores (por no decir con más propiedad, “viejos”). Pero la percepción de lo que entendemos de lo que está pasando en el mundo, nos deja perplejos. Y algunos comenzamos a intuir que, tal vez, vivimos (o emergemos en la sociedad digital) a un mundo en que parece que “la verdad no importa”. Lo que manejamos en la realidad cotidiana para conocer la realidad, son las “imágenes” (las representaciones, las interpretaciones (casi todas visuales) que son las ráfagas o jirones de realidad que hacen referencia a “acontecimientos” exteriores a nosotros. Queremos insistir en que nuestra sociedad prefiere muchas veces vivir de “imágenes”, “representaciones”, “interpretaciones de la realidad” que coinciden con su modo de pensar.

Esto tranquiliza las mentes (razón y corazón) y evitan que nuestra racionalidad crítica intente buscar la verdad. Para mucha gente, la verdad no importa.

En estos días de verano, muchos hombres y mujeres “desconectan” y “se relajan” en el campo, en las playas de nuestras costas. No pretendemos con estas reflexiones ser agoreros, distópicos ni conspiranoicos. Pero, a pesar de que “cortamos” para descansar merecidamente, el mundo sigue girando.

Pero nos debe preocupar el tema de “la verdad”,  la “desinformación”, la cultura “woke”, “la Agenda 2023”, el “globalismo” y la guerra cultural en nuestro mundo. Estamos no en una época de cambio sino en un cambio de época.  Y emerge una cultura global de la evasión, de la construcción social de unas representaciones del mundo socialmente compartidas que potencian la cultura de “la imagen”, de lo aparente, de lo virtual, de la posverdad, del “todo vale”, del uso de la IA para “crear” un mundo ficticio como el de Alicia en el País de las Maravillas.

Dejando a un lado (por salud mental) lo que nos parece percibir de España, centremos la imaginación en lo que acontece en el mundo. Nos llegan cada día imágenes terribles de guerras y sufrimiento insostenible de millones de inocentes en Gaza, Sudán y Ucrania. No se pueden ocultar ni falsear. Pero también nos llegan las imágenes que los potentes medios de comunicación del mundo están construyendo (y metiendo en las cabezas de los ciudadanos) de la persona y poderío de China, Putin; de Donald Trump, Kamala Harris, Jose Biden como los que tienen la llave de lo que serán nuestras vidas. Y estas imágenes no solo llegan por los sentidos a nuestro cerebro intelectual sino que colonizan los sectores del cerebro donde se alojan los sentimientos. Vivimos en un mundo en el que el control de los ciudadanos no es solo ideológico, sino sobre todo emocional. Quien controla el corazón controla el cerebro.

Posiblemente esto ha sido siempre así. Pero posiblemente la marea impetuosa de sobreinformación que  llega a nuestra mente (racional y emocional), al cerebro, por la muchas vías de comunicación de nuestro mundo (prensa, radio, televisión y – sobre todo ahora – las poderosas redes sociales, no solo nos aturde y nos confunde, sino que sin darnos cuenta modelan en nuestra mente sistemas de creencias (ajenas) que nos hacen ser y creer lo que no somos y no creíamos.

El viejo sociólogo fallecido en enero de 2017 con más de 90 años,    había acuñado los conceptos de modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador. Un mundo que Bauman supo explicar como pocos.

Y la referencia a Bauman me trae a la memoria el filósofo Nietzsche, que escribió “contra el positivismo que se detiene ante el fenómeno solo hay acontecimientos, yo diría: no, justamente no hay acontecimientos, solo interpretaciones”. Los “acontecimientos” son derivados de la interpretación. Todo acontecer es una conglomeración de fenómenos escogidos y reunidos por un intérprete. Por tanto, lo que se dice del fenómeno en cuestión no es un hecho, sino una interpretación. Incluso, nos advierte lo siguiente: “el hombre sólo encuentra en las cosas lo que él ha puesto en ellas”. Para Nietzsche, no existe un estado de las cosas  y mucho menos un sentido particular. El mundo está cargado de valor en sí mismo y somos el resultado de lo que interpretamos de él.

Muchas de estas cosas son ya sabidas. En el siglo XIX, «Ley Campoamor» se basa en el texto del famoso poema LIX, titulado “Las dos linternas”, dedicado a Guillermo Laverde Ruiz y que forma parte de la obra Doloras (1846) de Ramón de Campoamor. Y este dice: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira», el cual supone una manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo (por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta).

Sin embargo, la afirmación de Campoamor no cae solamente en el relativismo y en el subjetivismo, sino en un desencanto del mundo, en donde la referencia al “mundo traidor” significa que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, es sujeto de desconfianza debido a que cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone que en el verso de Campoamor lo mismo impera el subjetivismo, con la referencia al color del cristal con que se mira; que la desconfianza en el mundo y su constante transformación.

En un mundo en donde muchos quieren vivir perpetuamente “distraídos”, “relajados”, “evadidos”, y donde muchos se conforman con “imágenes” que justifiquen su vida y no les preocupa la “verdad” de nuestro mundo, urge que, desde los educadores y desde los medios de comunicación, potenciar el “pensamiento crítico”, una habilidad que todo humano debe desarrollar. Una competencia humana que nos dota de cualidades muy específicas que nos ayudan a resolver problemas de una mejor manera, nos hace más analíticos, nos ayuda a saber clasificar la información en viable y no viable, nos hace más curiosos, querer saber e investigar más acerca de temas de interés. Cuando se desarrolla este tipo de habilidades, también se desarrollan muchas otras capacidades del cerebro como la creatividad, la intuición, la razón y la lógica, entre otras. Las estrategias de pensamiento crítico apoyan a que el pensador crítico sea autodirigido y autorregulado.

Y tienen más actualidad los versos de Antonio Machado [LXXXV]: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

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