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EL punto triple, punto crítico

                                                                                                 Encrucijada actual de la razón

Este artículo lo inicia Mariano con una referencia de tecnociencia. Es ingeniero y graduado superior en Investigación Operativa, (matemática aplicada. No se mete en campo ajeno, Ver perfil. En definitiva él plantea algo muy necesario hoy, sobre todo si, como en ATRIO, se desea reflexionar sobre el universo y el homo sapiens. Distinguir quién marca el sentido del ser humano. Si la ciencia, que descubre en la realidad observada las leyes que rigen su evolución bajo un sentido Teleonómico, o el ser humano, la persona concreta, necesitará una Teleología que señale más o menos conscientemente el pleno sentido de su ser desde sus inicios.  AD.

El punto triple es un fenómeno físico muy estudiado por la ciencia de materiales en el ámbito de la ingeniería. En términos simples, es aquel punto en el que coexisten en un equilibrio dinámico el estado sólido, líquido y gaseoso de la materia. Este punto triple de la realidad física, es considerado como un punto crítico, pues al más mínimo cambio de las variables físicas de presión y temperatura que lo definen, el dinamismo se rompe, empezando a predominar uno de dichos estados en detrimento de los anteriores.

      La cosmología física, ciencia que estudia el origen y evolución del universo, identifica el origen del mismo también como en un punto crítico llamado singularidad, el big Bang, de una potencialidad y sensibilidad inmensas, y cuya huella al perderse dicho equilibrio hace más o menos catorce mil millones de años, aún resuena en todo el universo bajo la forma de una tenue radiación cósmica de fondo, lo que en sí es una muestra de su potencialidad.

      De la singularidad del punto triple antes mencionado, tenemos experiencia al conocer los parámetros de presión y temperatura que mantienen dicho equilibrio, y además poseemos la facultad de poder manipularlos, pero no así con el del principio cosmológico en el que todo tipo de realidad, animada e inanimada en todos sus posibles estados, estaban primordialmente y potencialmente contenidos en un estado único e indescifrable. Este punto es el que intenta encontrar la ciencia bajo el nombre de la “Teoría de la Gran Unificación” (TGU).

      Al igual que del cosmos carecemos de experiencia de su singularidad primordial, en la persona acontece lo mismo, y al igual que en su evolución vamos conociendo cada vez más las fuerzas que intervienen y modulan la aparición de sus cambiantes estados de realidad, en la persona también acontece lo mismo. En definitiva, en ambos casos, en ambas singularidades, solo nos es posible el acceso al “dinamismo” de ambas, pero no a sus dos estados primordiales de realidad. Nada es, todo cambia. Todo movimiento está relativizado. No hay un norte, ni un sur, ni un este, ni un poniente igual para todos.

      No es de extrañar que esta relatividad, relativice todo. No logramos alcanzar el sentido que buscamos a la realidad, porque éste, el sentido, es el verdadero punto de aplicación, punto de apoyo que Arquímedes reclamaba para poder mover el mundo y que la razón humana busca para encontrar el sentido con el que moverse en su real existencia.

      El cogito cartesiano no estaba del todo desencaminado al afirmar que la existencia residía en el pensamiento, -pienso, luego existo-, pero se equivocaba al considerarlo como su causa primordial y no como el medio para encontrar el sentido de su existencia, pues una existencia sin sentido no precisa para nada el pensar.

      El abandono de la concepción Teleológica de la naturaleza por muchos científicos y filósofos, debido al avance de las llamadas ciencias naturales de corte positivista, (la física, la química, la biología…), ha inducido también a eliminar del horizonte personal las llamadas causas finales que ya deben imperar en el origen de su propia realidad para que exista una continuidad de sentido, al haber sido sustituida por una Teleonomía, que subordina todo sentido de realidad a las fuerzas intraevolutivas del azar, la necesidad y la selección natural. Libertad acotada, es decir encarcelada.

      El ser humano, realidad que es consciente de que no se ha dado a sí mismo el ser, busca su sentido de ser en la realidad que observa y según sea la forma en que lo hace optará por asumir un principio de realidad u otro, conduciéndole a una forma de vivir u otra, orientando su existencia en un sentido u otro.

      En esta búsqueda por el sentido, emergen en su pensar tres negociados del funcionariado de la razón: El científico, el filosófico y el teológico, a semejanza cada uno de ellos con los estados: sólido, líquido y gaseoso de la materia y también con su punto triple, punto crítico de una gran potencialidad, pero también de una gran sensibilidad, pues cualquier desequilibrio entre ellos decantará tanto el sentido racional como el de su praxis existencial hacia unos fines u otros.

      Por otra parte, la tragedia y la grandeza del ser humano radica en que no puede evitar el preguntarse por su ser y su destino además del ser y el destino del mundo material en el que se encuentra, no solo en términos relativistas y dualista (hombre y mundo), que le inducen a una sensación de inestabilidad e inseguridad y que le lleva a preguntarse por la existencia de un horizonte de sentido global y no de verdades parciales. Así se comprende que, a pesar del deslumbramiento de los avances científicos y técnicos, aún exista en muchas personas y no solo en científicos y filósofos la sospecha de un plan total o interpretación Teleológica de él y del universo, entendiendo a ésta (la Teleología), como la presencia en potencia de las causas finales a la hora de dar razón de lo real existente, para no perder de vista su horizonte del sentido existencial.

      Muchos califican esto último como un antropomorfismo al intentar explicar lo que sucede en la naturaleza recurriendo a las causas finales, en vez de reservarlo solo para el mundo creado por el ser humano desde el ejercicio de su inteligencia y libertad, y debiendo dejar para el resto del mundo material animado o inanimado su Teleonomía intrínseca.

      Frente a esta situación estaría su contraria, la de naturalizar al ser humano, subsumiéndolo en una Teleonomía evolutiva o bien creando un dualismo en la realidad (hombre y mundo) que exigiría dos sentidos para dos realidades distintas e inconexas, con lo que se rompería toda lógica racional de continuidad entre ambas realidades y para lo cual no habría explicación posible, ni científica, ni filosófica, ni teológica.

      La Teleología y no la Teleonomía es la garantía de un espacio en libertad en contra de lo que muchos piensan, y además, y dicho en términos físicos, es la fuerza que unifica todo sentido de realidad de principio a fin, por lo que ya debe estar presente en el instante primordial de la misma realidad. La Teleonomía está sujeta a la fuerza de la ley, bien se una ley física o moral de costumbres y consensos, la libertad en ella es una utopía.

      La razón científica que intenta explicar la realidad del Universo y su sentido bajo el principio de objetividad, sustituye a la Teleología de la razón religiosa por una Teleonomía emergente de la interacción de las misteriosas fuerzas del azar, la necesidad y la selección natural, pero volvamos a recordad que la razón no es sujeto de realidad alguna, es la propia persona la que al pensar escoge sus razones, por lo que ni siquiera la comunidad científica es unánime en dicha concepción Teleonómica de la realidad.

      Por otra parte, los partidarios del llamado diseño inteligente parten de los datos observados en la naturaleza y en los laboratorios, por lo que sus conclusiones son una inferencia de dichos datos, y a lo más que llegan es a afirmar la necesidad de la existencia de dicha inteligencia, porque en la naturaleza hay hechos que jamás podrán ser explicados desde el azar y la necesidad, animando a escapar del enclaustramiento de una Teleonomía propia del naturalismo metodológico. Pero este es un intento no logra escapar de una dinámica evolutiva ya que lo único que hacía era cambiar el azar y la necesidad como motores de dicho dinamismo, por una hipotética razón abstracta reafirmada en una fe ciega en sí misma, poniendo sus esperanzas en una inteligencia evolutivamente inmanente a su razón.

      Aquí, el sentido de la existencia sería privativo de los últimos que alcanzasen dicho proceso evolutivo. Toda existencia anterior habría sido un sinsentido. Claro está que, ese final evolutivo tampoco explicaría ni daría razón del colapso final anunciado por la ciencia cosmológica, ni de un sentido existencial en libertad espacio-temporal tan ansiado por el ser humano.

      Por otra parte, el ser humano concreto, la persona, es realidad relacional ya en su ser existencial, es decir, en su estado primordial todo él es pura relación. Toda existencia humana es intersubjetiva y en la que la objetividad es intermediaria de esa intersubjetividad relacional consigo mismo, con los demás y con lo demás, y en el que la palabra es el vehículo de dicha relación. La palabra es el soporte físico del sentido de la realidad. Incluso nuestro pensamiento es verbal y orientado hacia la intercomunicación, por lo que la palabra rompe el solipsismo del individuo, germen de todo gregarismo evolutivo.

      En la relacion reside el principio de realidad y en ella reside la necesidad de pensar. Solo ante la presencia del “otro”, el “yo” es capaz de reconocerse, de pronunciarse, sin razones, no hay más razón que dicha presencia. El primer acto racional es un acto de fe ante dicha presencia, presencia en forma de palabra que reclama nuestra palabra como primer acto existencial. (El que tenga oídos, que oiga « ATRIO), y,  (Yo sin ti, no soy yo … Pero sin mí, tampoco « ATRIO)

      La fe supera el ámbito de la razón, no desde la propia razón, pues razón y fe no son lo mismo. La fe asume a la razón en su seno, ubicándola en su propio horizonte, un horizonte absoluto y no relativo. De aquí que la razón sin fe sea abstracta en tanto que absolutiza la relatividad que observa en la naturaleza. Así que desde la relación con el absolutamente Absoluto que la fe le ofrece, la razón pueda reconocerse como relativamente absoluta.

      Por otra parte, querer supeditar la fe a la razón, desde una pretendida neutralidad de ésta, es una utopía distópica, que encierra en sí, de forma más o menos inconsciente un rechazo radical de la fe, pues el ser humano es en esencia un ser intencional, que no mueve ni un dedo, ni un pensamiento, sin motivo alguno.

      Cuando la razón quiere bastarse a sí misma y se autofundamenta, entonces solo alcanza verdades parciales, desconociendo la verdad última de lo que dice conocer y a su vez desconociendo el principio del que procede, por lo que falsea el sentido de su propio horizonte racional y existencial tanto en sentido retrospectivo como proyectivo, quedando enclaustrado en un sentido contingente, sin norte, sin sur, sin este y sin poniente.

      La razón científica solo capta aspectos limitados de la realidad y por eso mientras haya ciencia, necesitará a la razón filosófica para defenderse críticamente del especialismo que secciona a la realidad en compartimentos estancos cada vez más ínfimos y difusos, perdiéndose el sentido íntegro de la realidad, y a su vez, la filosofía al introducir la duda como método de observación de la realidad frente al método analítico experimental de la ciencia, agudiza la situación en la que aquella nos deja. El sentido de la realidad es concreto y no abstracto.

      La dificultad de comprensión entre la fe y la razón, provienen del hecho ya mencionado de que ambas no son sumandos que se puedan añadir el uno al otro, por lo que no es suficiente decir que la razón debe abrirse a la fe. Primero, porque se debería aclarar que no se trata de una apertura secundaria y contingente de la cual no dependiese la existencia auténtica de la razón, y segundo, porque la única forma que tiene la razón de abrirse verdaderamente a la fe, es dejándose fundamentar por ella. De aquí la afirmación anterior, de que la razón acaba en abstracción al prescindir de la fe.

      Lo primario y decisivo de la fe se ubica en una aceptación y no en un asentimiento. La aceptación en sí es un modo de entrega que abarca al ser entero. Es un movimiento hacia un don ofrecido. El asentimiento es quien brota posteriormente de la entrega y no al revés. La entrega es la genuina expresión de una creencia que es dar crédito, que pone todo su ser a disposición en Quien se le ofrece.

      El concepto cristiano de fe lleva implícito el elemento de certeza porque, ante todo, la fe es adhesión o entrega y no mero asentimiento racional, por lo que hacer de dicha adhesión personal algo inseguro o incierto o supeditado a la razón es entonces señal de no haber llegado a la actitud de entrega. Así que perder la certeza de la fe no es creer menos, simplemente es no creer. La fe es decisión y entrega radical o no es fe.

      La fe no se demuestra, se muestra, se testimonia en primera persona.

      La fe, es el punto crítico en el que los tres negociados de la razón deben confluir para fundamentar bien nuestro sentido existencial y entrar en una dinámica de equilibrio muútuo.

     

     

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios

  • LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN

    Una interesante reflexión sobre el ser humano desde las categorías de Mounier. Pero hay otras posibilidades de triadas para entender al ser humano. Una de ellas es la COSMOTEÁNDRICA de Panikkar..  https://blogs.comillas.edu/FronterasCTR/?p=6018 Creo que este texto del articulo de Mariano es un resumen que puede ser asumimos: la tragedia y la grandeza del ser humano radica en que no puede evitar el preguntarse por su ser y su destino además del ser y el destino del mundo material en el que se encuentra, no solo en términos relativistas y dualista (hombre y mundo), que le inducen a una sensación de inestabilidad e inseguridad y que le lleva a preguntarse por la existencia de un horizonte de sentido global y no de verdades parciales. Así se comprende que, a pesar del deslumbramiento de los avances científicos y técnicos, aún exista en muchas personas y no solo en científicos y filósofos la sospecha de un plan total o interpretación Teleológica de él y del universo, entendiendo a ésta (la Teleología), como la presencia en potencia de las causas finales a la hora de dar razón de lo real existente, para no perder de vista su horizonte del sentido existencial.

    • mariano alvarez valenzuela

      En este contexto de la fe como vórtice acogedor e integrador de los tres negociados del funcionariado de la razón, me gustaría aportar una pincelada Teilhardiana, y me gustaría tu opinión al respecto, pero primero dejando claro que la fe no impone una determinada imagen física del mundo y de todo lo en él existente, porque su marco de referencia no es ni ontológico ni cosmológico, es simplemente soteriológico y en él se enclava toda su teleología.

      En la realidad no hay dualismo de sentidos, solo hay una realidad y esta es la realidad de Dios en la realidad del mundo que se ha revelado en Cristo. La realidad de Cristo abarca en sí a toda realidad creada.

      Al respecto Teilhard en “Escritos del tiempo de guerra” dice:
      – ¿Es que para ser cristiano hay que renunciar a ser humano, humano en el sentido amplio y profundo de la palabra, áspera y apasionadamente humano? ¿Habrá de ser preciso para seguir a Jesús y tener parte en su cuerpo celeste, renunciar a la esperanza de que palpamos y preparamos algo de lo absoluto cada vez que, bajo los golpes de nuestro esfuerzo, llega a ser dominado un poco más de determinismo, se adquiere un poco más de verdad, se realiza un poco más de progreso?… He aquí el problema de vida en el que se contrastan inevitablemente, dentro de un corazón de cristiano, la fe divina que sostiene sus esperanzas individuales y la pasión terrestre que constituye la de todo el esfuerzo humano… Y he aquí la palabra que quiero hacer escuchar por encima de todo: la de reconciliación de Dios y del Mundo. Esta reconciliación es hacedera en Cristo, punto Omega de la realidad humana en evolución y de la realidad divina de la salvación y la gracia: “en el mundo presente no existe físicamente más que un único dinamismo; aquél que lo vincula todo a Jesús; Cristo es el lugar al que tienden y se segregan las porciones logradas, vivientes, elegidas, del Cosmos. En El, Plenitud del Universo, omnia creantur, porque omnia uniuntur (todas las cosas son creadas, porque todas las cosas están unidas) … Para el creyente que ha comprendido,  Cristo se manifiesta en el corazón de todo ser que progrese”.
      En la revelación cósmica de Cristo, en su función creadora, sustentadora y finalizadora de todo lo creado se encuentra el más sólido fundamento del sentido Teleológico y no Teleonómico de toda existencia, de toda realidad. Sentido que supera las propias fuerzas humanas pero que se las demanda sin límites y más allá de razones, confiando plenamente en Cristo que hace efectivo el sueño de la reconciliación humana de la fe divina con la pasión terrestre. En Cristo se unifican todas las cosas, las de la tierra y las del cielo.
      En mi opinión, esto último de lo que significa el progreso, no acaba de ser comprendido ni entendido por muchos cristianos y no cristianos…