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No queremos morir en el antropoceno

Como en otras ocasiones, a través del último artículo de Leonardo Boff entró en Atrio la discusión apocalíptica y el antagonismo entre progreso científico e inhabitabilidad del planeta. Yo mismo, tal vez, azucé el tremendismo al reportar la descripción de la papelera cósmica que Grothendieck describía hace ya 37 años. Creo que este artículo del joven antropólogo del CSIC, Emilio Santiago, publicado en la revista ethic sitúa en su justo término la tensión entre negacionismo y colapsismo inevitable. AD.

Emilio Santiago, científico titular del CSIC y autor del libro ‘Contra el mito del colapso ecológico’ (Arpa, 2023), cree que restar importancia a la crisis climática es casi tan suicida como dejarse arrastrar por un miedo paralizante. El colapsismo ecológico, advierte, resulta contraproducente para la transformación de nuestro modelo económico.

En 2015, Roy Scraton publicó un libro que se convirtió en un bestseller climático: Learning to Die in the Anthropocene. Su tesis es que, ante la emergencia climática, debemos «asumir que esta civilización ya está muerta». Frente a la certeza del desastre, la única respuesta sería asumir estoicamente el derrumbe ecológico y quizá volver a construir entre las ruinas de la sociedad moderna.

Esta mirada derrotista, que da al colapso ecológico de nuestras sociedades el estatus de destino, no es anecdótica. Su presencia es creciente, tanto en discursos ideológicos y científicos como en un estado de ánimo general. Y aunque su exceso de influencia es problemático, el terror al futuro es un sentimiento justificado. La situación ecosocial es crítica. Los desastres se multiplican en numerosos lu- gares del planeta y se intensificarán si no cambiamos el rumbo de un modo drástico.

La temporada verano-otoño de 2023 pasará a la historia por batir todos los récords de temperaturas, en un salto de escala que tiene a los climatólogos del mundo perplejos. Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, ha puesto en circulación un nuevo término, «la era de la ebullición global», intentando que la opinión pública mundial interiorice esa evidencia que resumió de modo perfecto el ambientólogo Andreu Escrivá: «El mundo en el que vivieron mis padres ya no existe». Y este nuevo mundo que nos toca habitar es muy peligroso.

Para enfrentarnos al incendio, necesitamos un punto medio entre la indolencia y el pánico. Restar importancia a un peligro existencial es casi tan suicida como dejarse arrastrar por un miedo paralizante. El colapsismo ecológico se regodea en los afectos del miedo, algo que numerosos estudios concluyen que conduce a la inacción. Por eso los discursos colapsistas son políticamente contraproducentes para la transformación ecosocial.

El colapsismo ecológico se regodea en los efectos del miedo y conduce a la inacción

Pero, además, en un plano científico, los discursos del colapso son inexactos. Tienden a reproducir toda una serie de vicios intelectuales, como el reduccionismo y el determinismo, que eliminan de la ecuación la variable más importante: las decisiones colectivas humanas. Y más que un colapso, categoría difícil de precisar con rigor, lo que vamos a conocer son turbulencias ecopolíticas de enorme magnitud e impactos muy desiguales. No se trata solo de un debate sobre términos. No da igual llamarlo colapso, crisis o convulsión, porque el término «colapso» conlleva una moraleja política tóxica: dar por perdida la capacidad del Estado para hacer políticas públicas transformadoras. Pero las políticas públicas transformadoras siguen siendo perfectamente posibles. Y además marcarán la diferencia entre la catástrofe y la oportunidad social de florecer en un mundo justo, sostenible y que define la prosperidad de otra manera.

Para encarar el siglo XXI, los motivos para el desánimo ecológico son robustos. Pero las razones para la esperanza no son pocas. Van desde la impresionante revolución tecnológica de las energías renovables hasta los descubrimientos científicos sobre la biodiversidad del suelo y su potencial regenerativo. Desde unas agendas gubernamentales que han dado un salto de escala sustancial en materia de acción climática, tanto legislativa como presupuestariamente, hasta un momento económico global más propicio para la planificación, la política industrial y la redistribución de riqueza (tres ingredientes imprescindibles para una transición ecosocial justa). Desde la consolidación de nuevos hábitos de consumo más sostenibles (por ejemplo, en movilidad o alimentación) hasta una verdadera concienciación masiva sobre la gravedad del problema.

Hoy nuestras sociedades tienen todas las piezas para desplegar una transformación histórica que nos permita superar de un modo justo el examen de décadas climáticas decisivas. Es hora de unir estas piezas con un proceso político de altura, que articule los aportes de los muchos que no queremos aprender a morir en el Antropoceno. Una tarea para la que el fatalismo colapsista supone una tentación a la que no tenemos derecho.

 

9 comentarios

  • Javiierpelaez

    Qué desastre. Ví por aquí un programa de La Sexta Columna sobre los countries argentinos,esas urbanizaciones privadas amuralladas cuyos habitantes básicamente son votantes de Millei:obsesos patológicos de la seguridad,partidarios acérrimos de la sanidad y educación privadas…Es cierto que aquí tb hay barrios ricos y ricos obviamente y que quizá siempre se despotrica con más libertad de los ricos de otros países que de los propios ,sobre todo en las televisiones….La tesis del programa era  q el voto de Milei salió de los countries…Me imagino que no ,pues hasta donde yo conozco no hay ningún país que los ricos sean mayoría…El programa hablaba más bien de la Argentina urbana…Tb pienso que el sistema de república presidencialista se presta mucho al gobierno de tarados(Trump,Bolsonaro,Milei…). Me resultó curioso q en Twitter algún argentino residente en Italia ,de pinta bastante pijita,salió a arremeter contra mí cuando despotriqué contra Milei: ese lema de hacer Argentina nuevamente grande se lo tragaba en toda regla…Como si el hecho de residir fuera te sonara bien el lema ,como un cierto orgullo patrio. Luego salió la Sor Caram diciendo que había votado a Milei. Una señora q hasta donde yo conozco aquí se dedica a los pobres.Creo que por antiperonismo. Ya se sabe q la Caram mucho criterio político tampoco tiene. A mí Milei me parece un completo mamarracho.,fuera de su crueldad. Y esto no lo digo por ofender a los argentinos porque ya dijo un diputado socialista en Twitter que votar a la Ayuso  debería hacernos pensar qué clase de gente votamos ,deberíamos mirárnoslo. A mí la pdta de la CMadrid me parece una completa mamarracha. O sea q ser un mamarracho da votos y es que incluso decir que es una mamarracha le da votos? Creo que el populismo ha introducido la falta de criterio en la gente . Yo si se presenta un líder de izdas q fuera un mamarracho lo diría directamente. Anda q no me he metido con algunas mamarrachadas de Pablo Iglesias. Pero es q a los votantes ayusers lo q les gusta son las mamarrachadas de la Ayuso. Es cierto q las mamarrachadas son una técnica para tapar una política abiertamente de derechas ,pero es q yo creo q algunos la votan por sus mamarrachadas.Para ser político y tener éxito hay q dedicarse hacer el mamarracho? Complejísimo el asunto 

    • Javiierpelaez

      Me he equivocado esto iba en donde hablabáis de Milei,no aquí. Argentina… Es un poco por seguir el desorden mental de Milei…

  • Nacho Dueñas

    Mi comentario sobre optimismo y pesimismo:

    • Nacho Dueñas

      -Hay datos (objetivos) que posibilitan interpretaciones (subjetivas) que a su vez permiten la conclusión (verosímil) de nuestra extinción.-Sin ver de frente el tumor, el canceroso no se puede sanar.

      -¿Optimistas? ¿Pesimistas? Realistas.-El problema es, además, que a día de hoy no se están tomando las medidas necesarias para el monstruo que hemos creado. Es como si el médico al canceroso le quita el tabaco y le pone a hacer ejercicio, y éste ni caso.-Parte de la solución a todo esto (por si acaso despertamos de esta apatía suicida) pasa necesariamente por variar de modo radical nuestros hábitos de consumo: consumir menos y mejor.

      -Pero eso no se va a hacer, porque el sistema económico se basa en el fetichismo del crecimiento del PIB, y a los ciudadanos se nos ha programado como zombies para el consumismo más atroz.

      -¿Mi previsión (y ojalá me equivoque? Seguiremos yendo de cabeza hacia el colapso, sin casi ninguna reacción, como abducidos. Y sólo se salvarán las pequeñas comunidades no conectadas al sistema (indígenas en aislamiento, ecoaldeas autosuficientes…). Estos podrán crear una nueva civilización donde cultura y naturaleza vayan de la mano.

      -¿Pesimista? “La que es pésima es la realidad”. José Saramago.

  • oscar varela

    Introduce Antonio Duato:

    • oscar varela

      Introduce Antonio Duato:
      “Emilio Santiago sitúa en su justo término la tensión entre
      – negacionismo y
      – colapsismo inevitable

      ¿“
      justo término”?
      ¿Dónde tiene la Posada este Sr. Emilio Santiago “PROCUSTO”?
      …………………………
      ¿Qué significa en el lecho de Procusto?
      El lecho de Procusto es una expresión proverbial​ que se refiere a quienes pretenden acomodar siempre la realidad a sus intereses o su visión de las cosas. Cuando se les hacen objeciones a sus rígidos planteamientos, se molestan, y siguen adelante sin inmutarse, convencidos de siempre tener razón.
      …………………………
      Gracias!

      • oscar varela

        SOBRE EL ALMA DESILUSIONADA
        (la “extrema derecha” se alimenta de “almas desilusionadas”)
         
        1- El “espíritu revolucionario”, vigente hasta finales del siglo XIX,
        – anuncia su fenecimiento a comienzos del XX.
        – El “espíritu revolucionario” es tan solo un estadio de la órbita
        – que recorre todo gran ciclo histórico:
        – le precede un “alma tradicionalista”,
                    – le sigue un “alma mística”,
        – más exactamente, “supersticiosa”.
         
        2- El “alma tradicionalista” es un mecanismo de confianza,
        – porque toda su actividad consiste en apoyarse
        – sobre la sabiduría indubitada del pretérito.
         
        3- El “alma racionalista” rompe esos cimientos de confianza
        – con el imperio de otra nueva:
        – la fe en la energía individual,
        – de que es la razón momento sumo.
         
        4- Pero el racionalismo es un ensayo excesivo,
        – aspira a lo imposible.
        – El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello
        – por lo que tiene de eléctrica ilusión,
        – pero está condenado siempre al fracaso.
        – Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia
        – en un área de desilusión.
         
        5- Después de la derrota que sufre en su audaz intento idealista,
        – el hombre queda completamente desmoralizado,
        – pierde toda fe espontánea,
        – no cree en nada que sea una fuerza clara y disciplinada.
        – Ni en la tradición ni en la razón, ni en la colectividad ni en el individuo.
         
        6- Sus resortes vitales se aflojan.
        – No conserva esfuerzo suficiente
        – para sostener una actitud digna ante el misterio de la vida y el universo.
        – Física y mentalmente, degenera.
         
        7- En estas épocas queda agostada la cosecha humana,
        – mengua el coraje viril,
        – comienza el reinado de la cobardía
        -En tiempos de salud goza el hombre medio de la dosis de valor personal
        – que basta para afrontar honestamente los casos de la vida.
        – En estas edades de consunción,
        – el valor se convierte en una cualidad insólita.
        – La valentía se torna profesión,
        – y sus profesionales componen la soldadesca
        – que se alza contra todo el poder público
        – y oprime estúpidamente el resto del cuerpo social.
         
        8- Esta general cobardía germina
        – en los más delicados e íntimos intersticios del alma.
        – Se es cobarde para todo.
        – Nadie confía en triunfar de las dificultades por medio del propio vigor.
        – Se siente la vida como un terrible azar en que el hombre depende
        – de voluntades misteriosas, latentes,
        – que operan según los más pueriles caprichos.
         
        9- El “alma envilecida” no es capaz de ofrecer resistencia al destino,
        – y busca en las prácticas supersticiosas
        – los medios para sobornar esas voluntades ocultas.
        – Los ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas.
         
        10- En suma:
        – Incapaz el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie,
        – busca una tabla donde salvarse del naufragio
        – y escruta en torno, con humilde mirada de can,
        – alguien que le ampare.
         
        11- El “alma supersticiosa” es, en efecto, el can que busca un amo.
        – El hombre siente un increíble afán de servidumbre.
        – Quiere servir ante todo:
        – a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo.
        – Cualquier cosa. antes que sentir el terror de afrontar solitario,
        – con el propio pecho, los embates de la existencia.
        – Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu
        – que se inicia tras el ocaso de las revoluciones
        – sea el de ESPÍRITU SERVIL.
        ……………………………………………………

        • Antonio Duato

          ¡Magnífico, Oscar, y muy oportuno al debate planteado por Boff y comentaristas, este texto de Ortega que aportas que corresponde a un apéndice a El tema de nuestro tiempo (2023), en el Tercer tomo de OC: pp. 228-230. La esquematización tuya es perfecta, pero a muchos preferirán la deliciosa prosa de Ortega. Él describía el “bajón” de las izquierdas cuando la sociedad europea quería olvidar guerras y revoluciones para gozar los alegres años veinte ¡del siglo pasado!.

          EPÍLOGO SOBRE EL ALMA DESILUSIONADA
          El tema de este ensayo se reducía a intentar una definición del espíritu revolucionario y anunciar su fenecimiento en Europa. Pero he dicho al comienzo que ese espíritu es tan sólo un estadio de la órbita que recorre todo gran ciclo histórico. Le precede un alma racionalista, le sigue un alma mística, más exactamente, supersticiosa. Tal vez el lector sienta alguna curiosidad por conocer qué sea ese alma supersticiosa en que desemboca el período de las revoluciones. Pero acaece que no es posible hablar sobre el asunto de otro modo que largamente. Las épocas post-revolucionarias, tras una hora muy fugaz de aparente esplendor, son tiempo de decadencia. Y las decadencias, como los nacimientos, se envuelven históricamente en la tiniebla y el silencio. La historia practica un extraño pudor que le hace correr un velo piadoso sobre la imperfección de los comienzos y la fealdad de las declinaciones nacionales. Ello es que los hechos de la época «helenística» en Grecia, del medio y bajo Imperio en Roma, son mal conocidos por los historiadores y apenas sospechados por la generalidad de los cultos. No hay, pues, manera de poder referirse a ellos en forma de breve alusión.

          Sólo a riesgo de padecer sinnúmero de malas interpretaciones me atrevería a satisfacer la curiosidad del lector (¿hay en nuestro país lectores curiosos?) diciendo lo siguiente:

          El alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesi228 v o , aspira a lo imposible. El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello por lo que tiene de eléctrica ilusión, pero está condenado siempre al fracaso. Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia en un área de desilusión. Después de la derrota que sufre en su audaz intento idealista, el hombre queda completamente desmoralizado. Pierde toda fe espontánea, no cree en nada que sea una fuerza clara y disciplinada. Ni en la tradición ni en la razón, ni en la colectividad ni en el individuo. Sus resortes vitales se aflojan, porque, en definitiva, son las creencias que abriguemos quienes los mantienen tensos. No conserva esfuerzo suficiente para sostener una actitud digna ante el misterio de la vida y el universo. Física y mentalmente degenera. En estas épocas queda agostada la cosecha humana, la nación se despuebla. No tanto por hambre, peste u otros reveses, cuanto porque disminuye el poder genesíaco del hombre. Con él mengua el coraje viril. Comienza el reinado de la cobardía —un fenómeno extraño que se produce lo mismo en Grecia que en Roma, y aún no ha sido justamente subrayado. En tiempos de salud goza el hombre medio de la dosis de valor personal que basta para afrontar honestamente los casos de la vida. En estas edades de consunción, el valor se convierte en una cualidad insólita que sólo algunos poseen. La valentía se torna profesión, y sus profesionales componen la soldadesca que se alza contra todo el poder público y oprime estúpidamente el resto del cuerpo social.

          Esta general cobardía germina en los más delicados e íntimos intersticios del alma. Se es cobarde para todo. El rayo y el trueno vuelven a espantar como en los tiempos más primitivos. Nadie confía en triunfar de las dificultades por medio del propio vigor. Se siente la vida como un terrible azar en que el hombre depende de voluntades misteriosas, latentes, que operan según los más pueriles caprichos. El alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas. Los ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas. En Roma se instalan pujantes todas las monstruosas divinidades del Asia que dos siglos antes hubieran sido dignamente desdeñadas.

          En suma: incapaz el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que le ampare. El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo. Ya nadie recuerda siquiera los gestos nobles del orgullo, y el imperativo de libertad, que resonó durante centurias, no hallaría la menor comprensión. A l contrario, 229 el hombre siente un increíble afán de servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo. Cualquier cosa, antes que sentir el terror de afrontar solitario, con el propio pecho, los embates de la existencia.

          Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil.

          • oscar varela

            Hola Antonio!
            Eso de “preferir la prosa

            tiene un lado muy pernicioso

            (burguesía de “niño satisfecho“)

            Fue la ‘primera impresión’ que me dio Emilio Santiago

            y corrí el riesgo de equivocarme o no.

            Gracias!