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Del Jesús de Nazaret al Cristo Cósmico

Se estrena hoy como autor en ATRIO, Pascual Pérez Ocaña. Bien formado en filosofía y teología es profesionalmente abogado con Madrid, con prestigioso gabinete. Pero era amgo personal de José Mª Castillo y amigo también de Teilhard de Chardin y de su mentor principal en España, Leandro Sequeiros, quien nos ha puesto en contacto. Sobre las dos cristologías de Castillo y Teilhard ha hecho una bella síntesis comparada. En realidad son complementarias, como lo es el evangelio de Marcos y las cartas paulinas a los cristianos de Éfeso, Galacia o Filipos. ¿Y complementarias con los nuevos paradigmas de la ciencia en el siglo XXI? Yo opino que sí. AD. 

Soy pesimista debido a mi inteligencia, pero soy optimista debido a mi voluntad. (Antonio Gramsci)

Creer en la trascendencia del género humano es, esencialmente, una actitud vital. Una forma de enfrentarse al hecho de vivir. Probablemente desde que nuestros ancestros se irguieron y levantaron la vista, nuestra especie es religiosa. Como dice Eudald Carbonell co-director de la excavación de Atapuerca, “las creencias no fosilizan“. Pero si lo han hecho algunos ritos de enterramiento. El Homo heidelbergensis, que ya presenta características tribales, hace 200.000 años, seguramente, daba un tratamiento ritual a los muertos. Parece demostrado que fueron los rituales de enterramiento el cemento sobre el que se fue configurando la identidad humana y un sentimiento de pertenencia decisivo en la creación de colectividades.

En cualquier caso, con la aparición del Homo sapiens la religión forma parte de la vida del género humano y tiene su propia historia, desde el politeísmo del neolítico hasta las religiones de nuestra sociedad global.

En una síntesis muy simple podemos agrupar en dos las manifestaciones religiosas de nuestro tiempo. De una parte, las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e 2 islamismo) que tienen en común, entre otras muchas cosas, ser monoteístas y una caracterización personal y masculina de Dios y, de otra parte, la espiritualidad oriental que se expresa en las religiones dhármicas. El Dharma es una referencia nuclear, con significados muy diversos, que está presente en el budismo, el jainismo, el hinduismo y otras, pero alejada de una caracterización personal de Dios. Aludo a estas dos grandes tendencias, pero el pluralismo religioso es numerosísimo.

Lo que me interesa destacar es que, en la sociedad actual, el fenómeno religioso ya no atiende tanto a la pretensión de única verdad predicada por las religiones estructuralmente organizadas. El subjetivismo religioso va imponiéndose gradualmente a los sistemas religiosos tradicionales cuya crisis es cada vez más evidente. Las creencias religiosas ya no se fundamentan tanto en el andamiaje dogmático y la estructura jerárquica de las religiones tradicionales. Creo que, aunque el individuo siga personalmente unido a las manifestaciones litúrgicas de su credo, la vivencia íntima del sujeto es lo esencial.

Desde esta perspectiva y desde mi pertenencia a la cultura y civilización cristiana, trato aquí de reflexionar para conciliar dos miradas del cristianismo: la mirada horizontal del teólogo José María Castillo y la mirada ascendente del científico Pierre Teilhard de Chardin.

Creo que dos precisas citas de ambos pueden expresar el marco conceptual de estas reflexiones:

José María Castillo:a Dios lo encontramos en nuestra inmanencia, en lo laico, en lo secular, en lo civil, en lo humano…La experiencia de los místicos y de tantas personas que, desde la soledad, desde el sufrimiento o desde el encuentro con los otros, han encontrado sentido a sus vidas, es elocuente en este sentido.” (La humanidad de Dios. Discurso doctor honoris causa por la Universidad de Granada).

Teilhard de Chardin: “Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego.” (Pekín febrero de 1934).

Aunque diferentes, se trata de dos miradas a la materia y dentro de ella a lo humano, que buscan a Dios en la realidad de lo existente, en la intimidad de lo que expresan los fenómenos, en lo que puede palparse y en lo que puede intuirse a partir de la experiencia y de la ciencia como expresión de la fe en la trascendencia del género humano.

Inmediata, histórica y pegada a nuestra vida la mirada de J. M. Castillo, que renuncia a elucubrar sobre la trascendencia y centra su fe en una tarea. La tarea del amor expresada históricamente en la vida de Jesús de Nazaret.

Inmediata, en progresión evolutiva y proyectada hacia el futuro, la mirada de Teilhard, que, partiendo también del amor como la mayor y más potente energía – energía radial – cree que esa “tarea” impulsa a la humanidad hacia la trascendencia, que la atrae en la persona del Cristo Cósmico.

 

La mirada horizontal de José María Castillo. Jesús de Nazaret

J.M. Castillo, aunque ingresó en el Noviciado de la Compañía de Jesús en 1946, lo abandonó por motivos de salud, que después debió restablecer muy adecuadamente, falleció el pasado 12 de noviembre con 94 años. Se ordenó sacerdote secular en 1954 e ingresó de nuevo en la Compañía de Jesús en 1956. En 1962 hizo el doctorado en Teología, en la Universidad Gregoriana. Fue formador espiritual de estudiantes jesuitas en Córdoba y profesor de Teología dogmática en la Facultad de Teología de Granada, desde 1968.

La teología de Castillo ha sido un referente en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Pero, sobre todo, en los años 80 su contacto con América Latina se desarrolla ampliamente y se interesa por la teología de la liberación, en obras como: Teología para comunidades (1990), Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la teología de la liberación? (1997). Su interés se desplaza en torno a la cristología y al tratado sobre Dios, la humanidad de Dios, la humanidad de Jesús y la laicidad del evangelio.

La jerarquía episcopal española le acusa de falta de ortodoxia en su doctrina y en 1988, se le retiró la venia docendi y fue destituido como profesor de la Facultad de Teología de Granada. A partir de entonces, entre otras muchas actividades, impartió cursos en la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» de El Salvador, sustituyendo a los jesuitas asesinados en 1989.

En 2007 abandonó la Compañía de Jesús, tras veinticinco años luchando con la censura eclesiástica.

Dice J. M. Castillo: “Dios es el Trascendente y es, por ello, incomunicable. A Dios no se le puede conocer. Está fuera del ámbito de nuestra capacidad de conocimiento. Solo dedicándonos a la tarea que Él nos impone puede indirectamente conocérsele. En el cristianismo Dios se da a conocer con un nombre y una tarea. El nombre se expresa en una oración gramatical que tiene sujeto y verbo, pero no tiene predicado. Jesús de Nazaret, en sus enfrentamientos con los representantes de la estructura jerárquica de la religión, utilizó la expresión yo soy y se identificó con Dios. Pero fue, precisamente, la conducta que tuvo Jesús, anteponiendo la liberación de los que sufren a las leyes y rituales de la Religión lo que le llevó a la cruz.” (La humanidad de Dios)

La mirada de J. M. Castillo encuentra a Dios en un hombre: Jesús de Nazaret. Es una mirada plena y exclusiva a nuestra inmanencia, a lo humano, “en el amor humano, en el respeto a los demás, en la cercanía a todo lo verdaderamente humano que hay en la vida” encuentra a Dios. Achaca a la teología tradicional haber considerado a Jesús, exclusivamente, en su naturaleza divina, olvidando su humanidad y, por ende, la humanidad de Dios, única cualidad que nos permite considerarlo revelado. Esta mirada plenamente horizontal de J.M. Castillo, sitúa a Dios por medio de Jesús, precisamente, en todas aquellas acciones que persiguen liberar del sufrimiento a los oprimidos por cualquier causa. Es por medio de un hombre, Jesús de Nazaret, como Dios entra en nuestra inmanencia. Se trata de lo que la teología cristiana conceptúa como el misterio de la encarnación: Dios se hace humano a través de un hombre: Jesus de Nazaret.

La existencia histórica de Jesús de Nazaret ha sido y es objeto de discusión, aunque parece que en la historiografía actual es muy mayoritario el criterio que sostiene la realidad de su existencia frente al mitismo, corriente esta que le describe como un mito creado y sostenido por la tradición. Baste decir que testimonios de fuentes no cristianas (Flavio Josefo, Publio Cornelio Tácito, Plinio el joven, Suetonio etc.), parecen acreditarla.

Me interesa destacar aquí que Jesus de Nazaret les ofrece a sus contemporáneos cambiar el yugo de la religión judía – los 613 preceptos de la Torá – por un “yugo más llevadero y una carga más ligera” (Mateo 11,25-30). Reduce 613 preceptos a uno solo: el amor. Ese amor – solidaridad por llamarlo de forma más aceptable para todos – fue impulsado por Jesús de Nazaret, sorprendentemente, en una época en la que el hombre hacía gala de una enorme crueldad. Porque es razonable y comprensible hablar de solidaridad en la sociedad del siglo XXI, tras el cepillado que la garlopa de la evolución ha ido realizando sobre ella, pero en el siglo I, bajo el mandato de Tiberio, hacía falta mucha locura para situar el amor (la solidaridad) como centro y fundamento de la acción humana, como la “tarea” a que se refiere J.M. Castillo,

Y es importante entender que el amor de que habla Jesus es el amor plenamente humano. Dice J.M. Castillo: “nuestra relación con Dios es tan simple y complicada, ambas cosas a la vez, que seguramente muchos de los que nos consideramos creyentes, en realidad, posiblemente somos ateos. Y a la inversa, muchos de los que aseguran que son ateos, en realidad y seguramente, son creyentes” (Religión Digital, 2-4-2022) . Esta expresión alude al subjetivismo de la relación del individuo con Dios a que, inicialmente, hice referencia y tiene un sólido fundamento en el cristianismo. Porque ¿dónde están esos que – según J.M. Castillo – se creen ateos y son creyentes, aunque no lo sepan?

Pues, seguramente, una gran mayoría de ellos están entre todas aquellas personas que, en lo que ampliamente podemos denominar el voluntariado, han orientado su existencia, total o parcialmente, hacia la solidaridad. Entre las organizaciones que conforman el voluntariado solidario las hay confesionales, pero muchas de ellas – acaso la mayoría – no se han instituido pensando en Dios, sino en sus semejantes.

Pese a las dificultades que entraña medir a escala global, en todos sus aspectos, el voluntariado solidario puede afirmarse que en el mundo hay más de mil millones de voluntarios cuyo esfuerzo equivale al de 109 millones de trabajadores a tiempo completo. En España, el voluntariado experimentó en 2022 un incremento de casi dos puntos con respecto al año anterior. Actualmente, el 8,2% de la población, es decir 3,3 millones de personas actúan como voluntarios.

Creo que el incremento en el mundo del voluntariado altruista obedece al resultado que, de forma progresiva, va alcanzando el amor, como principio de la acción humana, en la conciencia colectiva. Y, en este sentido, ha sido históricamente muy trascendente – más allá del cristianismo – la trascendencia histórica del mensaje del galileo, porque como dice J. M. Castillo: Jesús de Nazaret no es propiedad del cristianismo. Ni es pertenencia exclusiva de los cristianos o de la Iglesia. De ahí que, a mi manera de ver, ha sido el cristianismo, ha sido la Iglesia, la que se ha apropiado de Jesús y lo ha presentado como el centro y el contenido fundamental de una religión determinada, la religión cristiana. En realidad, lo que tendría que haber hecho la Iglesia es tener la libertad, el coraje y la honestidad de presentar a Jesús como la realización plena de lo más profundamente humano, de lo plenamente humano, de lo mínimamente humano, de aquello que, por encima de culturas, tradiciones, costumbres y creencias religiosas, constituye el logro de los anhelos de humanidad y de ultimidad que todos llevamos inscritos en lo más básico de nuestro ser.

Y si consideramos, con un optimismo plenamente humano, que la solidaridad – el amor que propuso como centro de su vida Jesus de Nazaret – es el fundamento único para el progreso de la humanidad, podemos creer también que la evolución de esta mirada horizontal descrita por J.M. Castillo, que no es otra cosa que la energía radial, a que después me referiré, será, sin duda, el cimiento sobre el que ha de producirse la mirada ascendente de Teilhard de Chardin, que preconiza el encuentro de la humanidad con el Cristo Cósmico.

 

Teilhard de Chardin. El Cristo Cósmico.

Pierre Teilhard de Chardin, francés, nacido en la región de la Auvernia (1 de mayo de 1881 – 10 de abril 1955), cuarto hijo de una numerosa familia y sobrino nieto de Voltaire, por parte de su madre, hizo sus primeros estudios en un Colegio regido por la Compañía de Jesús en Mongré (Villefranche-sur[1]Saône). Con 18 años ingresó en el Noviciado jesuita de Aix[1]en-Provence y en 1911 se ordenó sacerdote. No obstante, su vida estuvo siempre unida a la Geología y a la Paleontología. Trabajó en el Museo Nacional de Historia Natural de París donde conoció al paleontólogo Marcellin Boule. Participó con Henri Breuil en excavaciones de la Cueva de El Castillo de Puente Viesgo de Cantabria. En la primera guerra mundial (1914 – 1918), fue movilizado, como camillero y por su actuación obtuvo la Medalla al Mérito Militar y la Legión de honor. En China participó, junto con Breuil, en el descubrimiento del llamado hombre de Pekín, pariente del Pithecanthropus u Hombre de Java. En general puede decirse que su actividad científica fue intensísima. En 1951 ingresó en la Academia de las Ciencias de Francia. Sus diferencias con la jerarquía católica son conocidas desde que un artículo sobre el pecado original le enfrentó con la Santa Sede.

En 1951 se instaló en Nueva York, donde murió el 10 de abril de 1955, día de la Pascua de Resurrección. Parece ser que Teilhard había expresado a unos amigos: Mi deseo sería morir el Día de la Resurrección. Lo consiguió.

De su biografía y, concretamente de su infancia, merece la pena destacar la doble influencia que en él tuvieron sus padres. De tal manera, que su inclinación por la naturaleza y en definitiva por la ciencia le fue inducida por su padre y su orientación religiosa por su madre. Él mismo, en el ensayo “El corazón de la materia” (Le Coeur de la matière), menciona ambas influencias:

No tenía ciertamente más de seis o siete años cuando comencé a sentirme atraído por la Materia…me recogía 10 en la contemplación, la posesión y la existencia saboreada de mi «Dios de Hierro». De Hierro, digo bien. E incluso continúo viendo, con singular agudeza, mi colección de «ídolos». En el campo, una pieza de arado que yo escondía cuidadosamente en un rincón del patio…

Era preciso que cayera sobre mí una chispa para hacer brotar el fuego. Pues bien, esa chispa mediante la cual «mi Universo», aún sólo semi-personalizado, acabaría de centrarse y amorizarse, fue indudablemente a través de mi madre, a partir de la corriente mística cristiana, como iluminó y encendió mi alma de niño”. (El Corazón de la materia. Teilhard de Chardin. Editorial SAL YTERRAE págs. 19 y 45. 11).

Teilhard escribió el ensayo El Corazón de la materia (Le coeur de la matière) en 1950, próxima ya su muerte con un contenido, en cierto modo autobiográfico y expresivo de su profunda vida interior.

Pese a la influencia religiosa de su madre, es la materia la que llama poderosamente su atención desde niño y asume, inicialmente, la concepción tradicional que opone la materia al espíritu y el cuerpo al alma, como realidades heterogéneas. Teilhard fue Geólogo, según él mismo dice, porque necesitaba satisfacer una insaciable necesidad de mantenerse unido a una especie de raíz, o de matriz universal de los seres. Posteriormente, la aceptación incondicional de la Evolución como forma de explicar el Universo disipó ese dualismo como la niebla ante el sol naciente. Materia y Espíritu, no dos cosas, sino dos estados, dos rostros de una misma Trama cósmica. Esta concepción de la materia y el espíritu como dos estados de una misma trama cósmica, modificó la idea de Plenitud, que le acompañó desde su infancia, al descubrir como un germen salido de no se sabe dónde, la idea de Evolución.

Aunque Teilhard no acierta a situar cronológicamente su descubrimiento de la Evolución, si la relaciona con la lectura de L’Évolution créatrice de Henri Bergson y alude a su pasión por la Materia, la Vida y la Energía como los elementos que le hacen abandonar la idea de un Cosmos estático por un Cosmos plenamente evolutivo que ya impregnará todo su pensamiento: La Cosmogénesis de Teilhard describe un proceso de creación continua a través del cual el cristianismo lleva la Evolución a cotas superiores de la mera evolución fisiológica. Es Dios quien dirige una Creación en marcha hacia estadios progresivamente más complejos que acrecientan una consciencia colectiva de la humanidad. Una primera fase en la evolución da lugar a la biosfera, cuya culminación puede situarse en la eclosión de la vida y una segunda fase que se caracteriza por la aparición de la consciencia en el hombre: El hombre no solo conoce, sino que es consciente en el mismo acto de su conocer. Esta característica le pone a otro nivel que los animales y de esta manera aparece una nueva envoltura sobre la Tierra, a la que Teilhard llama la “noosfera”. (Una-vision-planetaria-sg-TC-Agustin-Udias-sj.pdf ( www.amigosteilhardportugal.pt )

La noosfera (νοος: espíritu, mente), está constituida por una memoria colectiva que tiene un espacio virtual propio fuera de la mente biológica del ser humano. En el concepto que Teilhard denomina “Planetariedad humana (existencia y contornos de una Noosfera)” concurren ya elementos de la llamada “tesis de la mente extendida” (Clark y Chalmers 1998), según la cual algunos procesos cognitivos “no deben seguir siendo entendidos como constreñidos por los límites físicos del cerebro. Por el contrario, estos procesos emergen, se desarrollan y se extienden a lo largo de redes interactivas que integran y sincronizan funcional y estratégicamente el cerebro, el cuerpo y el mundo físico y social”. (Teilhard: Mirada al futuro (1945-1955) Leandro Sequeiros. Bubok, Granada, febrero 2023. Páginas 181. 13). Asombra que Teilhard, nacido a finales del siglo XIX, pudiese intuir la noosfera humana como capa pensante, conscientemente reflexiva, distinguiendo una primera etapa de hominización de la especie biológica humana y una segunda etapa de humanización hacia la consciencia reflexiva de nuestra especie como evolución ascendente. El permanente desarrollo científico y tecnológico nos encaminan hacía una super-humanidad.

Teilhard expresa este proceso interior muy gráficamente en “El Corazón de la materia”: “la primera etapa me hizo acceder a la noción de Planetariedad humana, (existencia y contornos de una Noosfera)”. La segunda me descubrió más explícitamente, la transformación crítica en el nivel de la Reflexión. Y la tercera me condujo a identificar, por efecto de la convergencia psico física (o Planetización) una deriva acelerada de la Noosfera hacia estados ultra-humanos”.

Una cerebralización nueva, planetaria, emerge a través de la red de comunicaciones que – como una malla – envuelve toda la tierra: internet, redes sociales…Esto, que hoy no se discute, Teilhard lo describió así en 1939: una película de pensamiento que envuelve la Tierra, formada por comunicaciones humanas.

 

Internet puede concebirse como el origen de la Noosfera.

Es cierto que la superficialidad invade la red y que su contenido parece estar más destinado a la satisfacción individual manipulada por las corporaciones y el discurso del odio. Pero esto puede cambiar. También en Internet hay contenidos que tienden a colaborar en el proceso de humanización, de fortalecimiento de la consciencia, de la solidaridad voluntaria y del amor, en definitiva. El cambio es posible. Nos lo hace ver el diálogo entre el maestro y el discípulo en el libro «Las ciudades invisibles» de Italo Calvino, cuando el discípulo le pregunta «Maestro, ¿cómo puedo sobrevivir en este infierno?», éste le responde: «Busca en el infierno lo que no es el infierno, y ayúdalo a crecer». (Débora Nunes, Vicente Aguiar y Marcos Arruda: Las redes sociales y la evolución de la conciencia (pressenza.com))

Teilhard llama “energía radial” al amor. Esta energía es “la fuerza arrastradora de todo el proceso de evolución desde las primeras síntesis de la materia inanimada, y es la responsable de la evolución, hacia sistemas de complejidad mayor, integrando elementos en unidades cada vez más complejas” (Ricard Casadesús: http://quaerentibus.org/assets/q08_el-amor-como-fuerza-conductora….pdf. )

En definitiva, la Evolución traspasa la barrera físico-biológica y se localiza en el campo de la consciencia, que dirige al género humano hacia una Superhumanidad a través del “Progreso” que Teilhard define como una Fuerza, la más peligrosa de todas las fuerzas. “El Progreso no es lo que piensa la gente, ni lo que le irrita por no verlo llegar nunca. El Progreso no es la dulzura, ni el bienestar, ni la paz. No es el descanso. No es ni siquiera, de manera directa, la virtud. El Progreso es esencialmente una Fuerza, la más peligrosa de todas las fuerzas. Es la Conciencia de todo cuanto es y de todo lo que puede ser. Aunque se levante un clamor indignado, aunque se hieran todos 9 10 14 los prejuicios, hay que decirlo, porque es la verdad: Ser más es, antes que nada, saber más”11 . ¡Que decidida la apuesta del cristianismo de Teilhard por la ciencia!

Estas dos miradas del cristianismo, la de J.M. Castillo y la de Teilhard de Chardin completan, a mi juicio, la actitud vital del cristiano del Siglo XXI. No estoy capacitado para profundizar críticamente en el Programa de investigación científica de Teilhard ni en su desarrollo, me interesa solo, en cuanto representa una transición de la humanidad hacia un ultrahumano colectivo como término de la historia temporal, hacia la que converge.( Citado por Leandro Sequeiros Mirada al futuro (1945-1955) Leandro Sequeiros. Bubok, Granada, febrero 2 Página 201)

12 Y, en este sentido encuentro en Agustin Udías, experto en la espiritualidad teilhardiana la plena conciliación de ambas miradas. Udías se refiere al cristianismo de Teilhard “como la religión del porvenir, la única capaz de realizar la coincidencia del “Dios hacia-adelante” con el “Dios del hacia arriba”.( Teilhard: Mirada al futuro (1945-1955) Leandro Sequeiros Bubok, Granada, febrero 2023: 13 “El pensamiento cristológico y la evolución en Teilhard de Chardin”. Pensamiento, Universidad Comillas, vol. 63 (2007), núm. 238 pp. 583-604 (Página 11))

El Dios hacia-adelante es el Dios de la inmanencia, es Jesus de Nazaret, aquel al que puede conocérsele por medio de la “tarea” que el mismo practicó y aconsejó practicar. En definitiva, es el Dios de la vida en su permanente evolución, que dirige a la humanidad al Dios del hacia-arriba: el Cristo Cósmico

 

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