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Se nos pudre la ciencia

Hay un debate en ATRIO sobre ciencia y religión en el modelo integral de Theilard, que merece atención especial. Espero aún intervenir a fondo porque es eje importantísimo en el nuevo Proyecto Atrio 2023 que preparamos. Pero entretanto invito a entrar a fondo, con más información y opiniones, sobre este escándalo de política y práctica científica que destapó hace unos días El País. Reproducimos el último artículo de hoy de Eva Méndez, donde cita otras publicaciones anteriores. AD,

El País, EVA MÉNDEZ. 20 abr 2023 – 05:20
¿Cómo puede ser que un investigador publique un estudio científico cada 37 horas? ¿Qué es eso de “los más citados del ranking de Shanghái”? ¿Cómo puede ser que las universidades árabes paguen tanto dinero solo por cambiar la filiación de la institución? ¿Quién hace las publicaciones científicas? ¿Cómo se financian los estudios? Estas son algunas de las múltiples preguntas que he recibido recientemente en mi teléfono. Mis amigos que no trabajan en el mundo científico y académico han leído en EL PAÍS casos de lo que podríamos llamar “falta de integridad científica”, o lo que a mí me gusta calificar como el impacto de los motivadores de la voluntad de la investigación.

La ciencia, además de ser la clave para hacer un mundo mejor, para enfrentar el cambio climático o una pandemia mundial, es también una empresa humana, y la carrera científica una profesión. Para entrar (y permanecer) en esa carrera, los investigadores tienen que publicar “y publicar” artículos científicos (papers) y, por supuesto, conseguir financiación pública para realizar esa investigación que, en el mejor de los casos para su carrera, culmine en una publicación en una revista con alto “factor de impacto” (JIF). Y vuelta a empezar. El principio de ”publicar o perecer” ha dado lugar a muchas malas prácticas, a conductas poco éticas, a que mucha investigación se malgaste (research waste) sin tener ningún impacto en la sociedad, e incluso, a la crisis de la reproducibilidad de la ciencia.

La ciencia es clave para hacer un mundo mejor, enfrentarnos el cambio climático o a una pandemia mundial, pero también es una empresa humana, y la carrera científica una profesión”

Los investigadores tenemos, además de la curiosidad, el interés y otros loables principios que nos dirigen a la carrera científica, el motivador de la voluntad de publicar, como un fin en sí mismo. Ya que es lo que nos va a permitir obtener financiación, un puesto fijo en una universidad y lo que nos va a servir para permanecer en el sistema. Parte de este sistema (el elefante en la habitación) son las grandes editoriales científicas, a las que se pagan cantidades astronómicas por acceder y/o por publicar, y las empresas que determinan los factores de impacto de esas publicaciones basados en las citas que reciben las revistas.

Una de estas empresas, Clarivate (a la que aluden los casos revelados por este medio), realiza además su propia lista de esos 40 principales, los Highly Cited Researchers (HCR)donde se incluyen en riguroso orden y por disciplinas los 6.938 investigadores más citados. La cita no es un indicador indiscutible de calidad, sino un marcador de la popularidad: de las publicaciones (JIF) o de los investigadores (HCR). Al listado de los científicos “populares” se puede acceder en abierto, pero para lograr entrar a los listados de las buenas (“populares”) revistas (Journal Citation Report), las instituciones o los países tienen que pagar también importantes cantidades de siete cifras.

Por otra parte, los investigadores pertenecen a universidades u organismos de investigación que también tienen sus motivadores de la voluntad para atraer estudiantes, elevar su prestigio o captar otros reconocimientos. El elemento para definir la calidad (popularidad) de una universidad es nuevamente más listas, en este caso, rankings que colocan a las universidades por un orden de prelación según criterios de índole diversa y basados, en el caso de medir su absoluta excelencia, en índices tan arbitrarios como tener un premio Nobel, o uno de estos individuos altamente citados. ¡Como si una sola persona pudiera legitimar a toda una institución!

Publicar artículos en revistas especializadas ayuda a obtener financiación, un puesto fijo en una universidad y nos permite permanecer en el sistema (el elefante en la habitación)”

Lo que muestran los casos revelados en este periódico no es más que la punta del iceberg de un sinfín de despropósitos que hacen que, poco a poco, se nos pudra el sistema científico actual, al calor de lo que parece un negocio redondo. Los investigadores hacen la investigación, financiada con fondos públicos, las instituciones públicas en las que trabajan pagan a las grandes editoriales varias veces (por leer y por publicar), los investigadores además revisan gratis los trabajos científicos, y empresas como Clarivate o el ranking de Shanghái prescriben en sus listados quiénes son los buenos (y por comparación, los malos).

En los últimos 30 años, desde que convivimos con internet, hemos cambiado la forma de comunicarnos, de comprar, de enseñar, de aprender y hasta de ligar. Y sin embargo, seguimos haciendo, financiando y evaluando la ciencia de la misma manera que en el siglo pasado. Los jóvenes investigadores, malpagados y presionados por el sistema, aspiran a salir de cantar en sus laboratorios, tratando de cambiar el mundo, a alguna de las listas de Los 40 principales.

Pero, como dicen los argentinos, “el problema no es del chancho, sino del que le da de comer”, y consciente o inconscientemente, todos alimentamos este sistema anacrónico e ineficaz, subsumidos en un abrazo mortal con las editoriales científicas y los rankings universitarios. Y mientras, llenamos las arcas de editores y otras empresas del entorno que, como Clarivate, nos venden sus productos y nos dicen, con fines de lucro, qué es calidad. Quien puede pagar, paga, y entra en la élite de las viciadas popularidades. Pero la ciencia, como dice la nueva Ley 17/2022 en España, ha de ser “un bien común”, y debe devolverse a los investigadores que la hacen y a la sociedad que la sufraga.

En los últimos 30 años, desde internet, hemos cambiado la forma de comunicarnos, comprar, enseñar, aprender y hasta de ligar, sin embargo, hacemos ciencia de la misma manera que en el siglo pasado”

Para que no se nos pudra (más) el sistema científico actual, los investigadores, instituciones y demás agentes tenemos que romper el abrazo mortal de la ciencia y reaccionar para cambiar la forma en que comunicamos el conocimiento científico y, sobre todo, cómo evaluamos el mérito de los investigadores más allá de los papers. Sin embargo, hay alguna luz al final del túnel. Aunque seamos víctimas y cómplices del sistema actual, también somos conscientes de sus debilidades y, en mayor o menor medida, queremos cambiarlo.

En este sentido se ha creado, tras un largo debate con los agentes implicados y facilitado por la Unidad de Ciencia Abierta de la Comisión Europea, la Coalición para el Avance de la Evaluación de la investigación (CoARA). En los últimos cuatro meses se han adherido a CoARA más de 500 instituciones, que adoptan, entre otros compromisos, el de evitar el uso de los rankings en la evaluación de la investigación. CoARA es un necesario paso al frente, para analizar de forma coherente, colectiva, necesaria y global la reforma de la evaluación de la investigación, de tal manera que podamos pasar de un sistema de evaluación exclusivamente cuantitativo de las revistas, y papercentrista, a un sistema que incluya otros productos de investigación, otros indicadores, así como narrativas cualitativas que definan las contribuciones específicas del investigador y que valoren todos los talentos académicos y en todas las disciplinas.

Como les dije a mis amigos: la ciencia es como un paracaídas, si no se abre no nos va a ayudar. En la era de la web, de la inteligencia artificial y de los datos, otro sistema científico es posible y, además, necesario.

Eva Méndez es profesora titular del Departamento de Biblioteconomía de la Universidad Carlos III de Madrid y directora de OpenScienceLab, el grupo de Metainvestigación para la Ciencia Abierta

9 comentarios

  • George R Porta

    Una vez más he de pedir perdón por los errores al menos tipográficos. Esto de escribir dictando al ordenador no se me da bien y no sé hacerlo mejor. Claro que eso incluye que esté pensando en abstenerme de escribir para no publicar nada con errores.

    • ana rodrigo

      Querido George, tómatelo con calma y no dejes de escribir, por favor.
      Un abrazo

      • ana rodrigo

        George, muchas felicidades en el día de San Jorge, por si lo celebras, aquí quedan mis mejores deseos para ti.

        Otro abrazo fuerte

    • M. Luisa

      Lo mismo digo, George, un abrazo!  Ah,  y también  ¡Muchas Felicidades!, pues si no voy errada creo que mañana celebras tu onomástica

      • M. Luisa

        … Ojo! que se entienda bien, el abrazo se da por supuesto. El amén  está referido a que sigas escribiendo.

        Y aprovecho la ocasión  para dar mi opinión respecto al artículo, pues lo que se pudre no es la ciencia, sino el cientificismo que ya me parece bien.

  • George R Porta

    Las Universidades estadounidenses dependen de los grandes donantes (léase inversores, privados o no) para financiar sus investigaciones: Reciben dinero de las grandes corporaciones estadounidenses o europeas, primariamente, con dos propósitos: a) Garantizar o mejorar sus ganancias actuales y su sostenibilidad financiera futura. (No parece que sea primaria la importancia o trascendencia social que tenga el proyecto en cuestión). En esa misma proporción, es decir 100% consiguen la libertad política (disminución de las regulaciones).
    En segundo lugar: Controlar la mal llamada «Seguridad nacional.» Por ejemplo, Dwight Eisenhower, subrayó públicamente en 1961 la importancia de cuidarse (¿?) del Complejo Militar Industrial:  (https://es.wikipedia.org/wiki/Complejo_industrial-militar de cuán importante sea, públicamente, la prioridad de la «seguridad nacional.»
    Cada año, pasado enero, acá se publican listas de las ofertas de fondos (directos o no) no utilizados en investigaciones disponibles hasta el 30 de junio del año. En 2023, el enlace a la lista es este: https://report.nih.gov/funding/categorical-spending#/. Una explicación de que haya tantos fondos disponibles o no usados hasta que se cierre el año fiscal federal, es primariamente una: Solo los proyectos investigativos que tenga potencial obtienen financiación.
    La corruptibilidad humana no puede sorprender, al menos la de los estadounidenses (poderosos o de a pie, incluyéndome) porque hasta el polvo de los caminos es corruptible, sobre todo después de Auschwitz, de Hiroshima y Nagasaki y del aterrizaje humano en la Luna.
    El arte no es diferente. El mecenazgo podrá tener todos los propósitos filantrópicos imaginables (o no), pero esclaviza aquello que promueve, en última instancia, al futuro de las inversiones.
    Que el adelante científico-tecnológico y las obras de arte hayan dependido históricamente de la protección de algún mecenas, privado o público y que estos, por tanto, se apropian de los investigadores y artistas en su escalada hacia la cima el poder, no debiera ser noticia.
    Una evidencia de la competitividad artística pudiera ser la discriminación sufrida por mujeres de excepcional talento artístico: En el s. xvi, Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi y, Clara Peeters. (https://www.artycultura.net/2014/12/las-pintoras-del-museo-del-prado.html). Justo es mencionar que, en diciembre de 2022, El Prado inauguró un nuevo itinerario que trató de rectificar el maltrato a mujeres pintoras, al menos a las tres mencionadas aquí. (https://elpais.com/cultura/2022-12-14/el-prado-rectifica-sus-cartelas-maria-tudor-deja-de-exhibirse-como-mujer-poco-agraciada.html).
     
    Por último, como explicación parcial que no justificación, la universalidad natural de la muerte y hasta del propio instinto de preservación, echan luz sobre la «naturalidad» de la humana corruptibilidad.

  • Antonio Duato

    La verdad es que cuando leí no solo este artículo sino otros en El País y otros medios, sobre este escándalo de compra de figuras destacadas en la ciencia, para subir en el ranquing de universidades, pensé en que José María, con amplísima experiencia en gestión científica, nos podría informar mucho más.

    Así lo hace en su intervención que agradezco. Además cita nombres que me son no solo conocidos, sino que me evocan amistades profundas con personas relacionadas co ellos. Él conoce ya mi especial amistad con Ramón Pascual, hermano de Pedro. Tal vez no le he contado mi asistencia en los primeros sesenta al seminario con López Piñero, junto a mis amigos J. M. Morales Meseguer y Demetrio Barcia, psiquiatras, filósofos y cristianos comprometidos. Todos han ido dejándonos pero están vivos en mí como en otros.

    Por eso me preocupa y me da pena que sean pocos los científicos que ven en la verdadera ciencia no solo un camino para alimentar una técnica incapaz de dirigirse por opciones éticas sino un conocimiento que debe pnerse al servicio del bien común (lo mejor para la mejor vida del mayor número de personas). Por ahí deberían ir nuestra reflexiones en estos momentos, en que lo que domina de verdad es cómo los estados crearán nuevas armas de guerra (la actual es ya querra de drones y espionaje satelitar) y juguetes de supermillonarios caprichosos (¿como Aron Musk a quien les gustaría emular los jeques árabes?). Por ahí veía yo el problema al publicar este artículo.

    Pero sobre todo esto me gustaría recibir opiniones de quienes están hoy activos, e incluso empezando líneas nuevas de investigación, no batallitas nuestras por interesantes que sean. Pero que solo pueden servir como simiente y abono de nueva ciencia, no de pautas a seguir. ¿Qué piensan hoy ellos sobre los métodos de evaluación, ranquins, índices, reparto de ayudas, políticas científicas?

  • José María Valderas

    He leído el artículo con los parámetros que rigen la lectura de un texto científico. Nada que ver. Coge el rábano por las hojas y desenfoca los fallos de la comunidad científica con un conjunto de anécdotas que no reflejan ni de lejos los males de la academia. No han faltado en España prestigiosos expertos en medición de la producción científica. Por ejemplo, José María López Piñero y Mari Luz Terradas, de la Universidad de Valencia.

    Algunos errores de la articulista de El País son de bulto. Afirma que basta la firma de un Nobel para elevar la puntuación de un artículo. Pues bien, abundan los contraejemplos. De la Universidad estadounidense han sido expulsados –no renovado el contrato– eximios Nobeles por no rendir como antes. O por prestar su firma a artículos pésimos de sus colaboradores con trampa incluida, como ocurrió con David Baltimore, de la Universidad de Harvard.

    Dice la autora que hay que ir más allá del paper como criterio determinante. No indica qué. A veces se habla del rendimiento docente, de la labor asistencial o de consejero de institucionesm administrativo-políticas, de las patentes, etcetera. De eso no señala nada.

    Cierto es que sigue vigente el aforismo “publish or perish”, pero es que de momento no existe un criterio objetivo mejor. Existe una criba en las revistas científicas, lo que se llama “revisión por pares”, que puede tener fallos. Normalmente se descubren, por la cuenta que le trae al autor. Fallos que pueden ser retener la información hasta que un revisor –que suele ser anónimo para el investigador– publique un artículo sobre parecido tema en otra revista. Es una trampa conocida. Otro abuso es el relacionado con los premios, Nobel incluido, donde los grupos son auténticos lobbys de presión en favor de uno de los suyos.

    Para evitar algunos de esos fallos hay portales temáticos en internet donde diariamente aparecen artículos cuyos autores no quieren esperar la edición de papel para que nadie se los “pise”. Suelen ser muy leídos. Conozco científicos que es primer “alimento” al despertarse.

    Un problema muy grave es la no repetición de los experimentos. Lo que uno ha realizado, y publicado, no suele someterse a criba por nadie más, para no ser tildado de seguidor. Hoy, sin embargo, hay medios para descubrir posibles fallos en la descripción del experimento, recogida de datos, manipulación de los resultados, estadísticas, imágenes. Y, en cuanto se descubren, las revistas interesadas anulan el artículo por ellas publicado y lo denuncian para escarnio del falsario.

    Anda muy despistada la autora sobre el mundo de las revistas. Evidentemente todos los investigadores quieren publicar en Science o Nature. No quiere ello decir que los artículos seleccionados sean el non plus ultra. Recuerdo a John Maddox, el mítico director de Nature durante decenios, comentarme cómo desechó nada menos que el artículo donde se descubría el ciclo de Krebs, piedra angular de la bioquímica. A él y a los revisores les pareció inconsistente. Y así muchos más. Algunos pasan a la historia del disparate, de la ignominia, los Ignobels. La firmante de El País parece desconocer el funcionamiento de los grupos editoriales, como Springer o Elsevier. Ese error jamás lo habrían cometido López Piñero ni Terradas.

    Podríamos ir detallando y pormenorizando más aspectos de un texto manifiestamente mejorable.

    Lo esencial en un programa de ciencia es la selección de personal. Tomemos por ejemplo una de las Universidades mejores del mundo, la Nacional de Singapur. Encontrarán allí investigadores de medio mundo y parte del otro. Los escogen “head hunter”, comisiones especializadas en descubrir y escoger al más capaz en todos los sentidos. Entre ellos hay, que yo conozca directamente, dos españoles, un físico cuántico y un experto mundial en atención primaria. El físico cuántico fue aupado en la universidad española por Pedro Pascual, padre de los cuánticos nacionales. No lo escogió por sacar diez en todo, que no era el caso, sino por ser el mejor en plantear los problemas, por ser el mejor físico de su generación.

    Es manifiesto que un profesor de la Universidad que se precie, que no es la española para nuestra desgracia y menos con los ministros de universidades que estamos padeciendo, debe aportar dinero a su cátedra y a su universidad, mediante contratos con organizaciones, la industria, la administración, las instituciones europeas.

    En fin, que el tema de la ciencia en una sociedad contemporánea es mucho más complejo que el repertorio de anécdotas de la autora.

     

     

  • ana rodrigo

    Yo no soy quien para cuestionar lo que la autora escribe aquí, simplemente porque nunca he estado metida en cuestiones científicas, y, si ella lo dice razones tendrá. Además me parece muy bien que se denuncie todo aquello que no funciona debidamente.

    Esto no quiere decir que yo me haya llevado un gran “susto”, pues he tenido la impresión que vivimos en un apocalipsis total. Están podridos los  sistemas económico, político, social, ecológico, religioso y, yo, inocente de mí, tenía confianza de que, por lo menos, funcionase bien el sistema científico y resulta que también está podrido, ¿Qué nos queda limpio en el mundo en el que vivimos? Capitalismo salvaje, asesinato de la Naturaleza, profundas desigualdades sociales, violencia, agresividad social, guerras como siempre (aquí sí repetimos la historia), imperialismos, colonialismo, hambre, problemas laborales, machismo, crisis de toda índole…., uff, qué fuerte. ¿Alguien quiere darnos alguna buena noticia? ¿Un poquito de esperanza?