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La Persona, Realidad Indigente

Es evidente que vivimos nuestra existencia intentando poseer plenamente nuestra realidad y la del mundo que nos rodea. Este es un rasgo exclusivo de nuestra condición humana. Es exclusivo porque nos excluye de toda realidad en tanto no las poseamos. Vivimos entre dos realidades distintas, la nuestra y la otra, a la que denominamos por naturaleza, pero intentando poseer a ambas. Somos realidad “entre” dos realidades, de las que queremos tomar posesión.

Este intento de poseer nuestra realidad más íntima nos ubica en la más absoluta indigencia.

La indigencia del ser humano es la incapacidad radical de poseer-se frente a sus capacidades de tener a las que confunde con poseer. La primera (poseer-se) apunta a sus entrañas, a su intimidad que es su principio de realidad, sin la cual no podría tomar posesión de ninguna otra realidad y la segunda apunta a su “estar” en el mundo teniéndolo frente a sí, pero formando parte de su propia realidad. Ser y estar correlacionan con poseer y tener en esa doble dimensionalidad de interioridad y exterioridad complementándose en una realidad dinámica llamada Persona.

La indigencia es nuestro principio de realidad en la realidad. Es el primer estado en el que nos percibimos que más que percibirnos es sentirnos. Iniciamos nuestra existencia indigentemente, sin razones que nos asistan, sintiéndonos desnudos por dentro y por fuera y mientras no vistamos nuestro interior seguiremos siendo indigentes por muchos ropajes externos que acaparemos.

Cuando solo orientamos nuestra mirada a una finalidad exterior, a una finalidad del estar y no del ser, nuestro principio de realidad se desvanece, desintegrándonos en una pluralidad múltiple e indiferenciada, tal y como es toda la realidad que identificamos por naturaleza, nos naturalizamos, pero internamente permanecemos desnudos, en la pura indigencia, sin poder poseernos.

Dos miradas distintas y distantes. Dos sentidos distintos y distantes. Dos realidades distintas y distantes. Con la primera me visto y tomo posesión de mí para poder responder de mí ante mí, y con la segunda me presento ante todos los demás y todo lo demás, pero ya vestido con nombre con identidad propia, que me rescata de mi indigencia, dándome el carácter de realidad singular, única, concreta e irrepetible, pero ya con mis dos miradas. Mis dos realidades. Ya puedo exclamar, ¡yo!, pero como realidad relacional a la vez que realidad integradora sin las cuales no podría exclamar ¡yo! El “yo” siempre es una realidad “entre” realidades distintas y distantes. Realidad integradora de realidades. Realidad persona.

La naturaleza entera, el cosmos entero, el universo entero, permaneció en esa indigencia hasta que emergió el hombre persona –no el hombre zoon– que la rescató de su desnudez, pues la naturaleza en sí misma era incapaz de percibirse, precisamente poque no lo precisaba. Su ser era y es un ser sin necesidad de “ser-se”, de “poseer-se”.

Es por todo esto que el querer estar en realidad y el acceder a la realidad, el hombre lo hace en principio desde un doble plano cognitivo, con una doble dimensionalidad, la propia y la del mundo. Realidades no homogéneas, pero sí integrables en la realidad persona.

Aquí vuelve a aparecer un nuevo matiz casi imperceptible a la mirada del ser cognoscente, el hombre persona, que en un principio confundió el “poseer” con el “tener” y que ahora puede confundir el “ser” con el “estar”, y que al así hacerlo, dedicará todos sus esfuerzos y energías a trabajar y desvivirse por un estar teniendo, en vez de un ser “siendo-se”, lo que le lleva a una necesidad de tener y acumular a costa de lo que sea, pues su dinámica existencial se ha mimetizado con la dinámica del mundo al que llama naturaleza. En esta dinámica el hombre se naturaliza y la naturaleza acabará por engullirlo en su dinámica evolutiva sin fin y en un continuo estar no siendo y dejándola a ella también en esa exterioridad, cumpliendo a rajatabla el primer principio de la termodinámica. El hombre que así se confunde se vacía, se hace exterioridad y acabará compitiendo con la naturaleza y no rescatándola de su indigencia. Pero con todas las de perder.

Para la propia naturaleza hubiese sido mejor que este hombre no hubiese emergido en ella. Ella estaba en un equilibrio armónico consigo misma. No lo precisaba para nada. Era lo que quería ser sin siquiera saber que lo quería. Su forma de ser y su forma de estar no precisaban diferenciarse. Ella, era ella misma en su misma exterioridad. Todo lo nuevo que de ella y en ella nacía era a su vez el alimento que le nutría y le daba vida nueva en un calidoscopio de formas infinitas, sin fin. No precisaba ni de leyes ni de derechos, ella misma era su ley, y ella misma establecía sus derechos. El nacer y el morir era su consustancialidad en un tiempo cíclico sin principio ni fin, y todo tiempo sin fin es uno tiempo…. No le importaba para nada, su estar no dependía de él. Lo ignoraba. Pasaba de él. Este tiempo no era un tiempo vivido, era un tiempo ignorado. La naturaleza no precisaba de un contrincante más dentro de ella que le llevase la contraria, empezando a dictar leyes y poniéndole limitaciones….

Pero “en” ella, emergió una nueva realidad con una singularidad nueva, la de preguntarse por sí. Qué atrocidad y qué atrevimiento. Cómo es posible que algo dentro de ella quisiese tener conciencia de sí, tan bien que le iba en su ser cambiante y novedoso sin dejar de ser naturaleza, porque esta pregunta es un querer despegarse de ella, dejar de ser ella.

La conciencia de sí, que es la respuesta a la demanda de dicha pregunta, hace que esta nueva realidad se precipite en un tiempo autopercibido en su singularidad. Un tiempo que a su vez es el espacio que le separa de la realidad en la que emerge. Un tiempo y espacio nuevos de los que tiene que tomar posesión.  Dentro de ella surge un latir distinto al de su necesidad biológica natural… ¡Tremendo momento!

En sus orígenes primordiales esta realidad singular íntima, late al mismo ritmo que su realidad exterior, debió ser un tiempo de vértigo, aún hoy día carecemos de palabras con las que poder describirlo. Un vértigo abierto a dos abismos, uno al de la nada cambiante en un tiempo sin fin y otro abierto a la esperanza de un tiempo de plenitud con un fin de sentido, sentido de “ser-se” en el que finalmente abandone su indigencia.

Este tiempo nuevo, que es un tiempo vivido, tiempo que es vida, ya deja su huella en la realidad, es un tiempo real, existencial y así genera la realidad histórica del hombre y de su mundo, porque ya es un tiempo con finalidad, con sentido de realidad concreta y no de realidad cambiante. La evolución no tiene historia, nunca deja huella de sí, sólo de su exterioridad que siempre es un dejar de ser para ser lo que no será, en una dinámica sin fin. La historia de la evolución es una distopía. Nada permanece y por tanto nadie la precisa. Sólo el hombre, la nueva realidad, genera historia, la suya y la de quien carece de interioridad, al integrarla en él, en su tiempo y su espacio de realidad existencial.

En esta dinámica impregnada desde su origen por el gen de la libertad, y no de la necesidad subyace la verdadera esencia de acceso a la realidad. La propia realidad se somete a la libertad de quien quiere poseerla, dejando en sus manos su configuración de realidad. La singularidad de la realidad persona reside en que es ella misma la que al tomar posesión de sí por un acto libre de su voluntad, configura su propia realidad.

Es un autoengaño afirmar que la ciencia y la técnica nos salvarán de nuestra indigencia. Solo nos dan el sentido del estar y no del ser, pues ellas son la máxima expresión de nuestra mirada de exterioridad. Siempre nos dejan a la intemperie. Ninguna de ellas nos da la posesión de nuestra realidad más íntima. Son nuestros nuevos mitos, que a diferencia de los anteriores que eran dioses, estos son seres y espacios virtuales.

Son muchos los creyentes y los que se dicen no creyentes, que son los incrédulos creyentes, quienes tienen puestas sus esperanzas en estos dioses.

Ante esta situación de ilusos virtuales me vienen a la memoria las palabras de Don Miguel (Unamuno) cuando refiriéndose a la esperanza entiendo yo que decía: que ésta no era cosa del futuro, que es realidad de un presente anticipado y vivido por quien sabe enfrentarse a su futuro en libertad, porque se sabe llamado a ser “él mismo”, escribiendo esto versos:

Pues para algo nací, con mi flaqueza
cimientos echaré a tu fortaleza
y viviré esperándote, esperanza.

También decía Don Miguel refiriéndose a los hombres y a sus libros que habían “hombres que hablaban como libros” y “libros que hablaban como hombres”, manifestando su predilección por estos últimos. Quería que los suyos fuesen expresión vibrante de su ser personal, de su ser singular, de su ser en propiedad, de su ser más íntimo, y así lo dejó plasmado en uno de sus últimos poemas, dejando además su impronta de eternidad que es el fundamento de toda esperanza anclada en la realidad persona, realidad medularmente relacional, singular, concreta´, única e irrepetible.

Cundo vibres por entero,
soy yo, lector, que en ti vibro

Su esperanza vivirá en ti y siempre que su palabra te haga vibrar, el no morirá.

Gabriel Marcel también dejará plasmada esta esperanza de eternidad, en la vibración que produce el amor al decir: “Amar a alguien es decirle tú no morirás” y “Si tú y yo fuésemos amados por un ser que fuese eterno, ni tú ni yo moriríamos”.

La indigencia es la necesidad en forma de un grito que demanda amor. Solo el Amor me rescata de mi indigencia.

Mientras vivimos esta existencia estamos frente a dos abismos, frente a dos infinitos….

  1. Guitton, solía decir que todos llevamos el infinito en el hueco de nuestra mano….

 

10 comentarios

  • mariano alvarez

    Respondo a A. Llaguno:

    Antonio, no te preocupes mucho por si al leerme te queda la sensación de no saber si alcanzas el pleno sentido de lo que estoy expresando, pues a mi me pasa casi lo mismo ya que al escribir estoy deambulando y dejándome llevar por aquello que a mí mismo me sorprende. Si no me sorprendiera no escribiría, es decir escribo en calentito sin llegar a la fría objetivación de lo que muchas veces es inobjetable. Lo objetivado, lo cosificado, nunca es novedad y siempre dejo lo esencial de la reflexión abierto para que otros también se ejerciten en dicha labor. Si lo dejase completamente claro tanto para el lector como para mí, sería un tedio reflexionar y pronto se acabaría el repertorio sobre el que hacerlo al no poder volver sobre ello. Serían reflexiones fosilizadas…..

    Por otra parte he de decirte que me sigues el hilo de lo que me ronda al escribir, pues en tu respuesta has levantado un tema sobre el que estoy reflexionando como resonancia a este que se acaba de publicar y que respondo a lo que tú me planteas en tu respuesta sobre la IA.

    Esto evidencia una sintonía inconsciente entre nuestras reflexiones que nos hacen preguntarnos las mismas preguntas y que aprovecho para responderte a la haces en relación a si la I:A. llegará a ser consciente. Tajantemente aquí si te doy mi respuesta objetivada en un NO.

    De momento te doy el título de la misma y los tres el párrafo con que la empiezo:

    La I.A. No sabe matemáticas

    Es mucho peor que eso, ni siquiera es Inteligente y mucho menos Artificial, ya que si el sustantivo desaparece también lo hace el adjetivo.
    Lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿Qué entendemos por Inteligencia? Y lo segundo: ¿Qué en entendemos por Artificial?, pero como ya he mencionado, si llegamos a mostrar y demostrar que no cumple la primera condición, nos evitaremos la molestia de preguntarnos por la segunda y por supuesto por cualquier otra que haga referencia a la primera.
    Este método ya en sí muestra lo que es la inteligencia. Nos muestra el principio por el que ella misma se rige: “La pregunta”. En el hombre, la inteligencia parte siempre de una pregunta. Es el único ser de la naturaleza que para saber y saberse que “es” y “está” en la realidad, es capaz de preguntar y preguntarse. La “pregunta”, así, a secas, es el primer acto intencional del ser persona, para poder salir de su indigencia ante la cual se asombra y precisa de una respuesta……
    Ya tienes una primicia y estoy seguro que tú mismo la podrías terminar, de sobra intuyo que te sobran facultades para hacerlo…. ¿Te atreves?. Disculpa mi atrevimiento. Me parece que estos sanos retos no son muy habituales en Atrio.

  • Antonio Llaguno

    Mariano,

    contigo me pasa lo de siempre.

    no se si llego a entender plenamente el alcance de tu reflexión; pero lo que creo entender siempre es interesante de reflexionar.

    Creo que el gran momento “mágico” de la Historia de la humanidad es ese momento en que el homínido pasa a tener conciencia de si mismo y de que se “siente” algo más de lo que siente que son el resto de las criaturas. Ese momento en que se da cuenta de que hay algo especial dentro de él y fuera de él y a lo que encuentra dentro le llama de muchas formas, aunque creo que podríamos convenir en llamarlo “alma” y lo que siente fuera lo llama de muchas formas pero creo que podríamos convenir en llamarlo “Dios”.

    Y esa es la cuestión que me temo que, al menos de momento, falla en la famosa IA y el tan traído y llevado hombre (Y mujer) transhumano.

    ¿Será la IA capaz de ser consciente? ¿Será capaz de tener identidad propia?

    Además, creo fundamental establecer otro punto de vista. Es cierto que a posibilidad de que seamos los únicos en el Universo. Pero como tú indicas, el ser humano es relación y en la medida que no podemos relacionernos con esoso otros “yos” que puedan existir, es como si estuviéramos solos.

    Dejando aparte el hecho de que el concepto geométrico de centro del Universo es como mínimo anacrónico en un Universo que no sabemos si tiene principio y fin, sabemos que no somos el centro y vivimos, sentimos como si fueramos el centro del mismo y por lo tanto sabemos que somos el centro, si no del Universo, si de nuestro universo, que es el único que conocemos y por lo tanto, para nosotros, el único que existe.

    Esa vivencia de ser el centro de nuestro universo, creo que es una forma de expresar esa conciencia (O consciencia que nunca acabo por saber cual es la palabra a emplear en este sentido) que tanta potencia aporta a nuestra realidad.

    La realidad es indigente, sí, en cuanto a que carece de lo necesario para existir pero a su vez es evidente que existe y que su existencia comprende todo lo que percibimos, luego debe existir algo más que hace que lo que no tiene garantías de existir y de hecho no es suficiente para exitir, existe.

    Algo parecido a la materia oscura, que no podemos medir ni conocer su esencia pero sí podemos experimentar y conocer su consecuencia.

    Quizás podamos llegar a la conclusión de que ese “algo” que hace que lo indigente se torne existente y que lo insuficiente se haga universal, es esa cosa maravillosa a la que llamamos Dios.

    Si no es verdad, es una bonita quimera.

  • mariano alvarez

    Respondo a Ana Piera Horts:

    Mi querida Ana, como siempre sus comentarios superan mis reflexiones, le aportan el sabor y la textura de la vivencia, tiene la habilidad de encarnar las palabras dotándolas de existencia real propia. Me complace que algo mío le haga superar el umbral del entendimiento par vivirlo y a la vez también me complazco en que lo suyo me haga revivir.

    Gracias Ana.

  • Hace unos días me hablaba una amiga de un espacio íntimo, al que nuestra comprensión no puede tener acceso. Es un secreto profundo, decía. Se estaba refiriendo a una vivencia que había procesado como algo que no podía, ni debía comprender porque la asimilaba a un sufrimiento necesario. No la interrumpí para preguntarle por qué aceptaba un sufrimiento, que le había infringido otro ser humano. Me pareció leer en ella una aceptación de un vivir en Cristo, que más me parecía un sinvivir, porque su presente está permanentemente invadido por una experiencia de dolor que no le permite caminar.   
    Y, como en anteriores ocasiones, no sé si he entendido lo que quiere expresar Mariano Álvarez, pero un párrafo de su texto me ha ofrecido una luz de comprensión. Es este que copio:
    La indigencia es nuestro principio de realidad en la realidad. Es el primer estado en el que nos percibimos que más que percibirnos es sentirnos. Iniciamos nuestra existencia indigentemente, sin razones que nos asistan, sintiéndonos desnudos por dentro y por fuera y mientras no vistamos nuestro interior seguiremos siendo indigentes por muchos ropajes externos que acaparemos.
    Sin embargo, esta indigencia no sé si se debe sólo a que miremos hacia una finalidad exterior, la de ese estar que nos aboca a esa pluralidad múltiple e indiferenciada para acabar viviendo naturalizados dentro de esa realidad, que viene a ser la de estar en el mundo. Esa realidad a la que no se ha podido incorporar la propia realidad más íntima. Quizá sea esa también la punta del iceberg de un sufrimiento, apenas perceptible, originado por una fractura entre esos dos sentidos, distintos y distantes que cita Álvarez.
    En todo caso, aunque siempre aparece ese “gen de la libertad” como puerta abierta a la esperanza, me conduelo ante tanta fractura que escucho entre el ser y el estar; esas dos realidades de las que todos participamos y en las que, muchas veces, impera la del estar sobre la del ser.  Pero es un camino personal. Esta amiga, durante toda la conversación mencionaba a Dios, y en un momento me dijo que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Ya en casa busqué la cita en Hechos de los Apóstoles y leí el resto de la cita con la que no se suele terminar la frase: pues somos de su raza. Debió olvidar esta coletilla que, tal vez, la habría invitado a revisar lo que acababa de decirme. Guardé silencio.
    Los textos de Álvarez me asoman siempre a una ventana cognitiva. En esta ocasión, un solo párrafo me ha permitido pensar sobre lo compartido en un contexto conversacional. Ciertamente Mariano Álvarez hace un recorrido que no he incorporado a mi reflexión porque él discurre luego por otro camino: el de la conciencia de si.
    Si el inconveniente de la información que es posible leer en Internet es que nos arrastra por lo que parece una inmediatez obligada; lo favorable es que queda almacenado y puede recuperarse pasados unos días o algunos meses. Hoy ha sido bueno para mí, volver a releer este texto.  
    Y como siempre, un placer leerle.

  • mariano alvarez

    Respondo a Juan A. Vinagre:

    Yo también coincido contigo en todo lo que dices. Como puedes apreciar, el artículo lo finalizo con la expresión de que: “Sólo el Amor, me/nos rescata de esa indigencia”, pero con un matiz que no lo he explicitado y espero que coincida con lo que tu dices, al decir: “el amor, nos elevará a ser imagen y semejanza de lo que es AMOR personal que perdura, que no es indigente ni efímero, que se trasciende. Que no pasa”.

    Para mi ese Amor tiene rostro y nombre concreto en una Persona concreta, no es algo personal genérico, pero que sí lo engloba. Esto lo he explicitado a través de la cita de G. Marcel.

    Agradezco tu comentario.

     

     

  • Juan A. Vinagre

    Comparto contigo, Mariano, que somos “realidad indigente”. La persona humana es una realidad indigente, muy indigente. Pese a ello, esa realidad también lleva a pensar que, por SER PERSONA, de alguna manera se sublima, e incluso se trasciende. Somos una indigencia que es don, lleno de gracia, que nos eleva a la categoría de personas que  son capaces de auto-afirmarse y de madurar hasta amar sin egos…   (Los “egos suficientes” son la mayor indigencia.)    Nuestras carencias… se subliman con la gracia del amor.  No estoy haciendo poesía que sueña, estoy hablando convencido de que nuestra indigencia -efímera, además- sublimada en el amor, nos elevará a ser imagen y semejanza de lo que es AMOR personal que perdura, que no es indigente ni efímero, que se trasciende. Que no pasa.

     

  • George R Porta

    Leo: «Es evidente que vivimos nuestra existencia intentando poseer plenamente nuestra realidad y la del mundo que nos rodea.  Es exclusivo porque nos excluye de toda realidad en tanto no las poseamos.» 
    Durante estos días de cada año todavía me gusta «salirme» de mis rutinas habituales. Esta vez, lo hago agradeciendo este artículo de Atrio. Su lectura es fructífera, evitándome tener que buscarlas en mi memoria o mi imaginación, algo que me recuerda a aquella lucha de Jacob (Génesis 28) con sus demonios de los que el Ángel trataba de liberarle.   

    He tratado, pero no he podido dejarme persuadir lo suficiente por la propuesta del Sr. Álvarez Valenzuela. Fracaso tratando de aceptar que el propósito de la existencia sea poseer algo, menos aún poseer sin más, como si la ambición (por tanto (la esperanza) humana fuese llegar a poseer todo, a sabiendas de que la muerte despoja de todo y que el trabajo agotador no cesa hasta después de haber regresado al polvo, si uno interpreta a la letra, la traducción de los textos por L. A. Schökel y Juan Mateos. 
      

    En cuanto a la sugerencia y luego mandato punitivo de poseer la tierra y hacerla fructificar (Cf. Génesis 1, 24; 3, 17-19), algo que en retrospectiva me hace pensar, que quizás muy poco confiaba el Creador en los efectos de la «necesidad» y en la capacidad de sobrevivir que había infundido en sus creaturas humanas. (Me lo parece tanto más ahora que comienzo estos días particulares habiendo acabado de leer en «Orígenes. El Universo, la vida, los humanos» (quinta ed., Barcelona, Ed. Crítica, 2015) la colaboración de José M. Bermúdez de Castro. Por otra parte, la lectura de las perícopas genesíacas tienta a decantarse por la hipótesis creacional: que muchos personas seamos perezosos es cosa fácilmente observable, y algo que nos separa de todas las demás criaturas porque no lo son.
     

    Al final, me voy quedando persuadido de que los humanos necesitamos dominar o someter todo (no poseer) pienso que para eliminar toda sombra amenazante presente en nuestra memoria pasada y en nuestra adivinanza de nuestro destino, ambivalencia que Walter Benjamin supo reconocer en el «Angelus Novus» de Paul Klee.

  • mariano alvarez

    Respuesta a G.R Porta:
    Ante todo, mi agradecimiento por su pronta lectura y su pronta reflexión.
    Soy consciente de los entresijos en los que me meto cuando escribo y que a mí mismo me hacen reflexionar y dudar sobre ello, sabiendo muchas veces que cualquier explicación al respecto nunca quedará completamente objetivada, no extrañándome la dificultad interpretativa del posible lector.
    En este caso he correlacionado dos conceptos como los de poseer y tener con dos realidades, las del ser y el estar.
    Para mí, la posesión lleva consigo un grado de apropiación más acusado que el de la mera tenencia y esta misma apreciación me lleva a correlacionarlas con dos realidades existenciales que son la del ser y la del estar, pero no en una situación estática y sí dinámica. El ser siendo y el estar estando. Ambas realidades, como cualquier otra realidad, solo se perciben en su dinamismo. La realidad en su esencia inmutable no es perceptible, ni una ni la otra.
    El ser lo percibo como un estado íntimo de estabilidad en el tiempo y del que puedo decir que “siendo el mismo nunca soy lo mismo”. El estar es un estado coyuntural en el que el ser se expresa, siendo él y su circunstancia, como solía decir Ortega, y la muerte es precisamente la que al rebatarme el tiempo sella mi ser, perdiendo la relación coyuntural del estar y el tener.
    El “ser-se”, el poder tomar posesión de sí, nos responsabiliza de nuestra propia realidad ante nosotros, ante el mundo y ante quien nos creó, acogiendo todo lo que en cada instante de nuestro estar vamos teniendo.
    Por lo dicho, el “poseer-se” y el “ser-se” permanecen eternamente en el ser persona, y la muerte integra y sella esa realidad en ese estado en el que todo tener no tiene acceso.
    Por ello contrapongo dos realidades de dos naturalezas distintas: la de la que “se pose-e” y a la vez puede tener, la persona, y la del que está siendo sin poseerse pero teniendo
    Esta es mi cosmovisión y que modula mi forma de estar siendo y de ser estando. Soy consciente que otros puedan tener otra distintas.
    Le reitero mi agradecimiento a su comentario.

    • George R Porta

      Muchas gracias por su explicación. Quedo con la impresión de que nuestras divergencias sean, por lo más solo semánticas y me alegro de ello, reduciéndose a que usted se sirva del verbo poseer como si fuera reflexivo y, desde luego, esa licencia usted la tiene. Por otra parte, me parece imposible, pero seguramente por cortedad de miras, que «ser» pueda ser sujeto antes de morir, cuando aún no ha alcanzado la completitud a que está destinado en cada caso. De donde deduzco, quizás por error, que la existencia sea dinámica en este morir que no cesa como el «rayo» de los versos del poeta de Orihuela y el dinamismo del «andar» de Machado. Reciba usted un afectuoso saludo.

  • George R Porta

    Estimado Sr. Alvarez Valenzuela: Gracias por su artículo. Le ruego, por favor, que elabore un poco más la siguiente expresión: «La indigencia del ser humano es la incapacidad radical de poseer-se frente a sus capacidades de tener a las que confunde con poseer. La primera (poseer-se) apunta a sus entrañas, a su intimidad que es su principio de realidad, sin la cual no podría tomar posesión de ninguna otra realidad y la segunda apunta a su “estar” en el mundo teniéndolo frente a sí, pero formando parte de su propia realidad. Ser y estar correlacionan con poseer y tener en esa doble dimensionalidad de interioridad y exterioridad complementándose en una realidad dinámica llamada Persona.» 

    Se me hace difícil comprender lo que usted quiere expresar no por deficiencia suya sino porque pienso que ser solo es posible después de la muerte, cuando ya se puede cambiar solo física y químicamente y, cuando se va transformando el recuerdo vivo de la persona que muere en solo un recuerdo ocasional y cada vez más impreciso. Estar, en cambio, me parece que sea la forma permanente de la persona, caracterizada por los cambios de adaptación constante, el desarrollo, el crecimiento o envejecimiento. Creo que se puede existir solo en forma de gerundio, de algo que mientras permanece es inconstante.

    Si se adopta mi noción de existencia, entonces ya no se tratará de llegar a poseer-se, sino de adueñarse, de fijar la forma de estar, de detener el fluido de la existencia. Algo así como que el río es río porque consiste en agua fluyente, un agua que sin embargo por fluir sin detenerse, ninguna porción de ella podrá ser tocada dos veces. Se puede poseer algo que cambia sin cesar, pero no parece posible adueñarse de algo que sin cesar fluye y se escapa por entre los dedos.

    Le quedaré agradecido.