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Esperamos resucitar

En el ambiente de estos días cercanos a la Pascua vuelven a mi mente imágenes y palabras asociadas a ese día que comienza con una larga Vigilia. En primer plano, la representación de enormes dimensiones, ideada por Pericle Fazzini, fundida en bronce y cobre que preside el Aula Nervi (llamada así por el arquitecto que la proyectó), la magnífica Sala vaticana destinada a las Audiencias. Pintores y escultores geniales han probado la dificultad de representar lo impensable del misterio, y no debió ser menor la del autor de la Rissurrezione que domina desde el trasfondo aquel recinto.

Es sabido que la obra fue encargada ya en 1964 por san Pablo VI, que se  expuso a la vista de todos en 1971. El escultor admite que quiso representarla “como un estallido de tierra, como una enorme tempestad en forma de un mundo en explosión” que rodea al Cristo que se alza sereno. El trabajo muestra un excepcional dominio de materiales duros, adelgazados y modelados hasta dar al conjunto una sorprendente impresión de ligereza. De ese modo, aparece como un imponente relieve que quiere dar idea del alcance y la fuerza de la resurrección de Jesús, que arrastra consigo, eleva y transfigura esta tierra nuestra.

Contemplada con calma, esta Rissurrezione parece decir en bronce algo que tampoco las palabras alcanzan a aferrar: que el Resucitado es “la tierra de los vivos”. La cita llega desde la inscripción de una iglesia ortodoxa de Constantinopla, y Olivier Clément, que la recoge,  comenta: “No es la reanimación de un cadáver según las condiciones “de este mundo”, sino la inversión de dichas condiciones, la transformación universal que comienza en una humanidad convertida en la humanidad de Dios” (La alegría de la resurrección, 2016, 106-107).

En mi percepción –que es seguramente  la de muchos más–  esta representación,  forjada por un broncista insigne, refleja el clima de la renovación conciliar que en pleno siglo pasado hizo revivir en las conciencias, con declaraciones solemnes, la promesa bíblica de “unos cielos nuevos y una  nueva tierra”. Y podría acogerse también al título de La Pascua de la creación,  que encabeza el libro póstumo de Juan Luis Ruiz de la Peña, uno de los tratados más apreciados en la teología reciente escrito en castellano. De hecho, el impacto de ese fondo espectacular en el que el metal parece aligerarse al máximo para dar idea de una materia que se transforma, encaja bien con las palabras y los textos que tratan de decir en el mundo de hoy, con la mayor justeza posible, lo que la memoria cristiana ha conservado desde los primeros decenios de nuestra era.

 

Decir “resurrección” hoy

A lo largo de unos cuantos decenios, exegetas, historiadores y teólogos han analizado detenidamente los textos bíblicos en los que, a veces con sobriedad extrema, aparecen el término y sus sinónimos referidos, en primer lugar, a un crucificado. Y que   apuntan también a lo que sus seguidores podían esperar. Sabemos que apenas transcurridos veinte años de la crucifixión, hacia el año 47, Pablo de Tarso recordaba a los corintios que lo primero que trasmitió fue “que Cristo murió por nuestros pecados , según las Escrituras; que fue sepultado , y que resucitó al tercer día”(Cor 15, 3-4). Y que en otros lugares del Nuevo Testamento, con el lenguaje de la vida o de la exaltación, se encuentra también el testimonio  de lo increíble pero real sucedido en Jesús de Nazaret. Un testimonio que llega desde seguidores primero desilusionados y luego exultantes. Anuncio que presagia lo que felizmente nos aguarda y aguarda a la creación entera.

Los estudios a que nos hemos referido han vuelto a poner de relieve lo nuclear y decisivo para la humanidad y la creación entera de la irrupción de vida realizada en Jesús, como “el primero de los hermanos”. Se trata de la “experiencia fundante”, que los discípulos transmitieron con fórmulas y relatos diversos y que la tradición ha conservado. Una experiencia pascual vivida en la fe que los llevó hasta dar su vida por extender a más aquel anuncio feliz. Una memoria viva que culmina las celebraciones cristianas ahora mismo.

Exegetas e historiadores, y desde luego teólogos, no han dejado de señalar que la fe en la resurrección es un fogonazo de luz que nos alcanza y en la que puede descansar nuestra esperanza. Valgan como ejemplo algunas intervenciones que citaremos abreviándolas.

 

 “Ha resucitado”, un anuncio glosado por Benedicto XVI

En su libro Jesús de Nazaret (1913), el papa Benedicto dedicó algunas páginas a las distintas lecturas de los pasajes de la Escritura que se ofrecen  en el panorama teológico reciente. A lo largo de su pontificado, con ocasión de celebraciones pascuales, pronunció varias homilías en las que expresa, con profundidad y sencillez a un tiempo, cómo la confesión de fe en el Resucitado posibilita y reclama de quien cree una vida convertida y humildemente esperanzada.

En 2006, inició la Vigilia Pascual con la pregunta del ángel a las mujeres que acudían al sepulcro: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y añadía: “Lo mismo nos dice también a nosotros el evangelista en esta noche santa: Jesús no es un personaje del pasado. Él vive y, como ser viviente, camina delante de nosotros; nos llama a seguirlo a Él, el viviente, y a encontrar así también nosotros el camino de la vida (…) En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de los vivos, no al de los muertos; nos alegramos porque Él es –como proclamamos en el rito del cirio pascual– Alfa y al mismo tiempo Omega, y existe por tanto, no sólo ayer, sino también hoy y por la eternidad (cf. Hb 13, 8)”.

Reconocía también la extrañeza que encuentra ahora mismo ese anuncio: “En cierto modo, vemos la resurrección tan fuera de nuestro horizonte, tan extraña a todas nuestras experiencias, que, entrando en nosotros mismos, continuamos con la discusión de los discípulos: ¿En qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros? ¿Y para el mundo y la historia en su conjunto?”.

 

Un misterioso y decisivo acontecimiento

La interrogación –proseguía el Papa en la homilía–  no se satisface con  la respuesta de un milagro, el de un cadáver reanimado, sino que nos afecta de otra manera: “La resurrección de Cristo es precisamente algo más, una cosa distinta. Es –si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia”.

Y argumentaba: “La pregunta se detiene en lo decisivo de que este hombre se encontraba… en un mismo abrazo con Aquel que es la vida misma, un abrazo no solamente emotivo, sino que abarcaba y penetraba su ser. Su propia vida no era solamente suya, era una comunión existencial con Dios y un estar insertado en Dios, y por eso no se la podía quitar realmente (…) Así destruyó el carácter definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter definitivo de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de manera que ésta brotó de nuevo a través de la muerte (…) Su comunión existencial con Dios era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte”.

 

Estallido de luz y explosión de amor

“La resurrección –prosigue la homilía– fue como un estallido de luz, una explosión del amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del «morir y devenir». Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo nuevo”.

Se trata –viene a decir– de un estallido que nos afecta de lleno: “Es un salto cualitativo en la historia de la «evolución» y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí”.  Semejante acontecimiento –sigue diciendo– nos llega mediante la fe y el bautismo, un rito que forma parte desde antiguo de la celebración pascual. Y a este propósito afirma que el bautismo, que implica nada menos que muerte y resurrección, comporta “renacimiento, transformación en una nueva vida”: “Un yo insertado en un nuevo sujeto más grande, transformado, bruñido, abierto a la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia”.

“El gran estallido de la resurrección –insiste– nos ha alcanzado en el bautismo para atraernos. Quedamos así asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio de las tribulaciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo inmersos…”

Todavía antes de terminar se refiere a un tema siempre presente en la liturgia: la alegría pascual. En estos términos: “Ésta es la alegría de la Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado. A ella, es decir al Señor resucitado, nos sujetamos, y sabemos que también Él nos sostiene firmemente cuando nuestras manos se debilitan. Nos agarramos a su mano, y así nos damos la mano unos a otros, nos convertimos en un sujeto único y no solamente en una sola cosa”.

Y en un último párrafo: “La vida eterna, la inmortalidad beatífica, no la tenemos por nosotros mismos ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo. La meta”.

 

El nombre de nuestra esperanza

Hemos prestado atención especial a esta exégesis del creer en la resurrección porque llega de un creyente, un papa teólogo muy consciente de hablar de algo tan singular como la resurrección de Jesús y la nuestra en un tiempo de realismo corto, tentado de inmanencia, aunque siga siendo sensible al dolor y desearía evitar desastres y desgracias. A las frases reseñadas podrían sumarse otras expresiones que han quedado impresas en escritos posteriores. Sin olvidar la actitud serena y la confianza humilde que, en coherencia con lo que había escrito y predicado, mostró ante la cercanía de su propia muerte.

Releyendo otras reflexiones hechas en la teología reciente sobre el significado y alcance de lo que confesamos, se podría encontrar afirmado que la fe-esperanza de resurrección hace de la nuestra “una humanidad realzada: “La idea de salvación (también de la muerte) –insistía el  teólogo belga Adolf Gesché– se funda en una idea elevada del ser humano”. Y en el mismo tono añadía: “Es verdad que el hombre muere, pero… no debe creer que está hecho para la muerte: el hombre está hecho para la vida”. Y creer que Jesús ha resucitado supone o es inseparable de reconocer la dignidad incomparable de cada ser humano: “Proclamar que ya no puedo tratar a nadie como si no estuviera destinado a la resurrección”. Afirmaciones que responden a una convicción de fondo: “Creer en Dios y en su Cristo es un modo de creer en el hombre”(El destino (2004) p.105)

 

Una confianza humilde

Ahora bien, afirmar que el último destino es un destino de Vida no equivale a dejar en el olvido que,  también para quien cree,  la muerte sigue siendo “el último enemigo”,  y el dique con que topan todas las expectativas. El realismo cristiano acepta que ni siquiera una fe sincera llega a vencer el temor cuando la debilidad de nuestro cuerpo se deja sentir o cuando nos estremecemos ante el silencio de quienes mueren.

Además, si no parece que en otro tiempo fuera fácil,  ahora mismo  no es extraño encontrar  especialmente difícil el artículo del Credo que habla de la “resurrección de la carne”. De hecho, su traducción por “resurrección de los muertos” intenta restar dificultad.  Con todo, se puede recordar que aquella formulación, situada en su contexto, quiso evitar el espiritualismo desencarnado. Y que no se aleja del lenguaje empleado por san Pablo al hablar de un “cuerpo espiritual/espiritualizado” un  “cuerpo de gloria”. Un lenguaje que honra nuestro entero vivir humano, que será al fin transfigurado.

Esta es, en último término, la esperanza audaz que el artículo del Credo expresa desde siglos atrás con “resurrección de la carne”. Una confesión que hoy suscita cierta extrañeza, hasta el punto de que algunas versiones prefieren hablar de “resurrección de los muertos”. Con todo, aceptado que el término “carne” necesita ser situado en el contexto en que comenzó a usarse en el Símbolo de la fe, tiene razón de ser porque, a distancia de un espiritualismo desencarnado, sugiere que será cada uno, con su experiencia vital cumplida, quien tras la muerte entrará en la Vida que no cesa.

 

El nombre de nuestra esperanza

Ahora bien, afirmar que el último destino es destino de vida, no equivale a dejar en el olvido que, también para quien cree, la muerte sigue siendo “el último enemigo”,  y el dique con que se topan todas las expectativas. Con realismo cristiano, hay que reconocer que ni siquiera una fe sincera llega a vencer plenamente al temor cuando la debilidad de nuestro cuerpo se deja sentir o cuando nos estremecemos ante el silencio de quien muere.

Pero hay frases en la liturgia que parecen cobrar mayor verdad y eficacia en los momentos de perplejidad, cuando asistimos al desmoronarse de nuestro cuerpo de carne o nos rodea un clima de realismo crudo, y hasta nihilista: “Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la futura inmortalidad” (aquí por “resurrección”). Y en el decir escueto del latín han llegado hasta nosotros dos palabras que condensan toda una convicción: “La vida no se pierde, se transforma”. Escuchar una y otra sentencia en las voces de otros creyentes han venido siendo y son ayudadoras de la esperanza.

Los relatos pascuales atestiguan que el mismo Jesús, que probó la fatiga, el dolor lacerante de una cruz y bajó a la tumba, fue reconocido al fin “glorioso”, “a la derecha del Padre”. Los textos recogen también su promesa de hacernos partícipes de su dicha. Aunque no podemos experimentar por anticipado lo que esperamos, dar crédito a su resurrección es aguardar, aunque sea en la penumbra, que se cumpla en nosotros ese último destino que nos asocia a Él y a cuantos “han pasado de la muerte a la Vida”.

De la Iglesia se dice, con una profundidad y urgencia que no escapa a un autor antes citado, que es “una matriz de resurrección, una escuela de resurrección. Tanto en lo más íntimo de las ermitas, de las cárceles o de los hospitales, como en la vida de cada día, Hoy –sigue nuestro autor– es necesario introducir de nuevo en la cultura signos de resurrección para abrir en la historia de los hombres un camino hacia la divino-humanidad” (O. Clément, op cit, 109).

Resurrección es el nombre de nuestra esperanza: “Morir –ha dejado dicho el poeta Christian Bobin, mirando la lápida de  su padre– no cierra el libro en la última  página”. Y para quien cree, la promesa de resucitar contiene también la del reencuentro con quienes siguen viviendo de otro modo y a los que el amor no nos deja olvidar .

 Felisa Elizondo

11 comentarios

  • Isidoro García

    Para matizar tu comentario, Juan Antonio, y a cuenta del “cuerpo material y el cuerpo espiritual”, me gustaría pensar que las categorías de lo “material” y lo llamado “espiritual”, no son dos categorías de la realidad, ajenas entres sí, como normalmente se considera cuando hablamos del mundo natural y del mundo sobrenatural.

    Porque por ejemplo, tenemos

    -la categorías de la actividad mental psicológica, (incluida la misteriosa autoconciencia),

    – la realidad holográfica, (los cuerpos de “luz” auténticos),

    – o la realidad “virtual” de los juegos y del famoso “metaverso”, que son todas, una serie de estados, antes desconocidos, pero que hoy ya conocemos, y que no sabemos muy bien como catalogar.

    ¿Son materiales, o son lo que antes se denominaba comúnmente como “espirituales?. Podríamos decir que son todas ellas originadas por la materia, pero mas bien son energía transformada.

     

    Aquí entran en juego los conceptos de materia, energía e información.

    Y la clave quizás está en la “información”, que en el fondo es algo así como cuantos de “orden” inteligente, y claramente no es material, sino que se aplica a la materia. A la “información-orden, ¿lo podemos considerar como “espiritual?. Posiblemente esa sea su categoría.

     

    “El destino de la información -que es energía sutil- es transformarse en energía menos sutil, y más tarde en materia, (energía densa), siguiendo el destino de la entropía; el destino de la información es precipitar en lo que en física se llama estado sólido”. (Francisco Traver).

    Sería un proceso metafóricamente similar al del vapor de agua, (“agua sutil”), que sin cambiar de naturaleza, se transforma en agua líquida, (“agua menos sutil”), y mas tarde en hielo, (“agua densa”): estados distintos del mismo agua.

     “La realidad última de la que está compuesto el universo, se puede entender como información, que se organiza describiendo patrones, que a su vez se organizan de forma jerárquica según su complejidad”. (Ray Kurzweil).

    En el siglo XIX, los organismos vivos eran vistos como una suerte de materia mágica imbuida de fuerza vital. Hoy día, incluso la célula es tratada como un superordenador, un procesador de información y un sistema de replicación de una fidelidad extraordinaria. (John Maynard Smith).

    Según este nuevo planteamiento el Universo sería una especie de gigantesca máquina informática, que evolutivamente, va produciendo acumulaciones sucesivas y progresivas de información.

    Si tenemos en cuenta que podríamos imaginar metafóricamente que la información pudiera ser “la sustancia de Dios”, se podría afirmar que el Universo, es una gigantesca fotocopiadora o mejor aún, una sofisticadísima impresora 3D, en la que “Dios”, (sea esto lo que sea), se está reproduciendo, o sea está auto generando un “hijo” suyo.

    El Universo sería el “embarazo” de Dios, que desde una simple célula unicelular, (algo simple y sencillo como la materia), pudiera dar lugar a un nuevo “Ente divino”.

     

    Con este planteamiento, se contempla la evolución del Universo, como un proceso de transformación desde la materia densa, hasta la “sustancia divina”, pasando por estados intermedios, como la materia energética, (compuesta solo de fotones), ya sea “holográfica”, o la “virtual”.

    Por ello, la idea de una Conciencia Cósmica en el Universo, donde reside toda la información acumulada por la actividad inteligente del Universo, no es ningún “deus ex machina” artificial y de teología-ficción, sino que parecería sencillamente el resultado de la evolución emergente del Universo.

    Y a este nuevo estado evolutivo, lo podemos denominar como “espiritual”, porque el medio de conexión del humano con él, sería el llamado “espíritu” personal.

    Esto ya lo vio el inmenso genio de Teilhard, (o le fue inspirado), y sin disponer de los mimbres cognitivos de que disponemos hoy en día: “Materia y Espíritu no son dos cosas, sino dos estados, dos caras de una misma trama cósmica, según como se le mira, en el sentido en que, (como lo hubo dicho Bergson), ella se hace o, al contrario, en el sentido según el cual ella se deshace”.

     

    Observando la idea de la “maravillosa” Conciencia Cósmica”, que nos integraría en ella, podemos pensar que es demasiado arroz, para tan poco pollo. Pero es una visión demasiado antropocéntrica.

    El sofisticadísimo Universo está compuesto de entre 10 elevado a 78, y 10 elevado a 82, átomos, organizados en infinitos humildes granitos de arena, y de minúsculos fragmentos de la materia más simple, (el hidrógeno), y de seres minúsculos como nosotros.

    Por eso la organización del Universo, incluye a todos sus integrantes, entre los cuales estamos nosotros.

    Nosotros, tenemos la gran fortuna de que aunque pobre y mísero, disponemos de un órgano intelectual, capaz de procesar información. Somos como una humilde calculadora de pilas, para sumar y restar, en un mundo de superordenadores supercuánticos.

    Pero además, la misma evolución emergente del Universo, nos ha dotado de una conexión con todas las maravillas de la Conciencia Cósmica, a través de nuestro “espíritu”.

    No dejamos de ser los primos lejanos pobretones “de la familia”, a los que nos dejan acceder a las maravillas de nuestros generosos primos ricos, y nos han dado la contraseña de entrada a esa gigantesca cueva de Alí Babá, repleta de joyas, a través de nuestro “espíritu”.

    Y por eso debemos aprovecharnos, y “mangarles” algún cenicerillo de plata o alguna figurita artística, para venderla por ahí. Su amor por nosotros, no solo nos perdonarán todo, sino que cuentan con ello, y se sonríen.

  • Juan A. Vinagre

    Ante estos días de semana santa y de Pascua-Resurrección, es bien venida, y creo que también saludable, una reflexión acerca de algo que -para los que creemos- da sentido pleno a la vida. (Sentido que, en versión humana, siempre será matizable)   Pues ese sentido pleno, pese a todo, está lleno de misterio… Lo que es normal, cuando nos acercamos a lo Trascendente. Ante lo Trascendente, la fe es inevitable sin por ello dejar de ser razonable.  Hasta los límites de lo razonable, incluso sirviéndose de bases científicas, puede llegar la razón humana.  A partir de ahí, nos queda la APUESTA por la Esperanza. Y por/en esta Esperanza apuesto y creo.  Fe es trascender-se.

    Sin embargo, se pueden buscar explicaciones que faciliten algo -solo algo- la creencia en esa Esperanza. Como recuerda Eloy, Torres Queiruga sugiere “Repensar la Resurrección”, y también -añado- los límites de la fe y de la “salus”…, que no tienen límites.  Jesús lo dejó claro en la parábola del “Venid, benditos”.  La expresión doctrinal “extra Ecclesiam…” no es evangélica. Jesús no puso límites… Los hombres sí.

    Por otra parte -y volviendo a buscar un poco de luz racional-, sabemos que los seres humanos somos más que materia.  En nosotros ha surgido -y hay- una realidad que no es material: la autoconsciencia, la capacidad de razonar con pensamiento simbólico, de preguntarse y de auto-afirmarse… son una realidad que, aunque haya surgido de la materia, ya no es materia. Lo cual sugiere que en ella se ha producido un salto cualitativo de orden superior…  Salto que probablemente no será el último…   ¿El “zoon pneumaticón”, de que habla Pablo, ¿qué es?   Por eso, parece muy razonable pensar que la “resurrección” no es otra cosa que un salto cualitativo, una mutación-transformación total, ya libre de la limitación de la materia.   ¿La creación-gestación-evolución del universo tendrá como uno de sus objetivos últimos alumbrar seres espirituales, que trasciendan la materia?  (Científicamente no se puede afirmar esto, pero tampoco negar esa posibilidad.)            En suma, que frente al Misterio es necesaria la fe que trasciende…  La resurrección es esa mutación que nos trasciende. Y, a mi juicio, no es un milagro: está prevista en la misma naturaleza, cuya última posibilidad real es trascenderse. Pienso que no sueño, si digo: ¡Creo en esa trascendencia que nos espera!

  • ELOY

    Andrés Torres Queiruga publicó en el año 2003 un intersante libro con el título “Repensar la Resurrección: la diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y la cultura.”

    También en Internet pueden verse los videos de su charla sobre la Resurrección, dadas en Fe Adulta.

    Adjunto enlace con el primero de ellos(no sé si funcionará)

    https://www.youtube.com/watch?v=quhCrcBLga0

    El segundo video tiene el siguiente enlace:

    https://www.youtube.com/watch?v=EIEYcdkGrbk

  • George R Porta

    Contrario a Pablo (1 Cor 15,14) deseo seguir andando el tramo que me quede confiado a que el Dios en el que posiblemente me parece que creía Jesús se huelgue en ser llamado «El Compasivo,» al estilo de los musulmanes. Y me ilusiona (ya sé el riesgo de la palabra) que con todo lo malo que yo haya hecho su compasión me pueda engolfar. Y en la compasión ¿qué diferencia puede causa ser mujer o varón?

    Mi herejía es esta, si Dios existe y no es una proyección imaginaria humana, quiero confiarme, sobre todo en la hora de mi muerte, y traspasa el umbral de la existencia con la ingenuidad de los niñ@s, alegremente, sea mi futuro el que sea y como sea.

  • Santiago

    Felisa Elizondo realiza un profundo trabajo moderno y actual sobre la teología de la Resurrección que es el acontecimiento más importante de la cristiandad pues sería “vana” nuestra religión cristiana, si al final, Cristo no hubiera resucitado y la injusticia de su ejecución hubiera acabado en el Gólgota y su muerte ignominiosa hubiera dado al traste con las promesas que Jesús proclamó en Su Evangelio sobre pervivencia post-mortem en la vida eterna ya que el Reino final de Cristo “no es de este mundo”…

    Por otro lado, es decisiva para la fe el comprobar la transformación de los Apóstoles que de cobardes y escépticos no tuvieron otra alternativa que creer en que Cristo de hecho había resucitado porque lo vieron no sólo los Once sino también Pablo y hasta “quinientos a la vez”, y no sólo unas cuantas veces, sino muchas veces, y por un largo periodo precedente a la Ascención donde el Señor (Hechos 1: 1-4) Y no sólo viéndolo a Jesús, sino comiendo con El, y hasta el Apóstol Tomás, el más escéptico de todos, lo comprobó tocando “Sus manos” y metiendo su mano en “Su costado” (Juan 20:27)

    Por eso, la Resurrección de Cristo fue un un acontecimiento incontrovertible y cierto para la Iglesia primitiva y NO en un invento mítico o alegórico porque está basado en un hecho que tuvo consecuencias permanentes en la fe de la Iglesia de Cristo.

    No debe sorprendernos entonces que los Once Apóstoles dieran unànimamente sus vidas por Cristo confesando la verdad sacramental del Evangelio. Y es que habían visto al Resucitado y habían disfrutado de la compañía humana de Cristo glorificado.
    No fue una invención unánime porque nadie muere unánimemente por una mentira.

    Es en esa esperanza de la Resurrección en la que TODOS moriremos…no nos aniquilaremos…porque todos recibimos la FE en el bautismo y siempre nos queda un grado de ella. Ahora en la próxima Pascua de Resurrección tendremos tiempo para la reflexión.

    Un saludo cordial

     

  • ana rodrigo

    Tienes razón, Llaguno, en la afirmación que cité del texto, no quise poner la autoría porque es una creencia teológica intocable y cerrada a cualquier otra alternativa, salvo la recurrente del “es un misterio”. Benedicto XVI era teólogo y lo que quiso fue reafirmar ese aspecto concreto: la resurrección es solamente cuestión reservada a cristianos.

    La pregunta siguiente es ¿Qué pasa con el resto de la humanidad no cristiana antes y después del cristianismo? ¿Volvemos otra vez al limbo y al infierno? ¿Vamos a la nada? ¿Es una resistencia a la muerte para siempre? ¿Lo de Jesús fue su vida o su resurrección? ¿Los relatos del Jesús resucitado son históricos o simbólicos para “resucitar” su memoria y su proyecto de vida?

    • ELOY

      Hola Ana, en relación a tus preguntas, por si fuera de interés, adjunto un pequeño fragmento libro de texto de Andés Torres Queiruga titulado:  “A revelación de Deus na realización do home” ( Edt. Galaxia. Vigo 1985, págs. 333 a 337). es un texto publicado hace 38 años y que quizá en edicions más recientes o explicaciones del autor tenga actualmente mucha ms enjundia, pero por su claridad creo que sigue siendo una pista para ayudar a resolver algunas de las preguntas que formulas. 

      El fragmento del texto de Torres Queiruga, dice así: 

      << (…) En este sentido dos ideas deben de estar en la base de toda la reflexión. La primera la presencia real de Dios en el centro de toda la realidad y en el corazón mismo de toda la historia de los hombres (cfr.cap.V): es preciso eliminar de raíz todo esquema subconsciente que funcionase como relación cristianismo /religión = relación religión no religión, o presencia de Dios y ausencia de Dios. La segunda  es que la “elección” no consiste en privilegiar para apartar, sino en llamar para llegar todos mejor  (cfr. Supra 2-a-c) también aquí es preciso eliminar todo esquema  de “nosotros si” y “los otros no”, normalmente traducido “nosotros verdaderos” y “los otros falsos”.

       Personalmente cuanto más reflexiono sobre el tema, mas me convenzo de la importancia de esta última advertencia, incluso respecto del mismo comportamiento lingüístico. Si partimos de la contraposición religión verdadera / religión falsa, aparte de adoptar una postura pretenciosa e injusta difícilmente podremos ya entablar un diálogo auténtico.

      Dado que todo hombre está en constitutiva relación sobrenatural con Dios y, por tanto, en contacto vivo con él, y que las religiones son justamente la tematización de esa relación y de ese contacto, todas las religiones son “verdaderas”. De lo que se trata es de ver el “grado de verdad” que, en esa difícil y oscura pugna por captar la irradiación amorosa del Misterio, alcanza cada religión. La única dialéctica verdadera es entonces la de verdadero/ más verdadero, o, como decíamos en otro contexto con referencia a E. Jüngel, la de bueno y mejor (no la de malo/ bueno) (cfr. VI 1 b). Y esto, sabiendo que bueno y mejor, en cuanto entran en su realización dentro de las limitaciones de una comunidad histórica, no pueden ser tomados nunca en sentido absoluto: la verdad de un “mejor saldo de conjunto” no debe de ocultar la evidencia de que todo progreso humano comporta siempre una sombra de regreso, de que toda clara visión se paga con algún tipo de ceguera parcial, de que toda ganancia va acompañada de alguna pérdida. (…) >>

  • Isidoro García

    El tema de la resurrección “de la carne”, es un tema mucho mas complejo de lo que parece a simple vista. A simple vista y con nuestra cortita cosmovisión estática y ultramaterialista, parece claramente una milonga clerical más, para vender la burra coja. Trilerismo puro y duro.

    Ahora bien, una visión permanentemente evolutiva del Universo, y de nosotros en él, junto con una inferencia de hacia donde podría lógicamente ir a parar dicha evolución, junto con las grandes complejidades que vamos descubriendo de dicho Universo, que no es solo “un conjuntito de pedruscos moviéndose por el espacio”, hace que antes de descalificar de cuajo, cualquier visión “imaginativa”, del Universo futuro y del humano en él, hayan que tentarse bien la ropa.

    Lo primero, es que para hablar de estas cosas, o hay que tener mucha fe ciega en promesas bastante dudosas de por sí, o hay que tener una enorme imaginación, y sobre todo hay que tener el valor de usarla, sin miedo a que te llamen loco. (Los que no oyen la música piensan que los que bailan están locos).

    También hay una tercera alternativa, y es disfrutar de una “experiencia” del futuro. Esto es lo que le pasó a Pablo-Saulo, que en sus cartas, narra con toda seguridad, toda una serie de cuestiones sobre el mundo del “más allá”, que solo se le pudieron ocurrir, si en sus visiones de Jesús, vio y oyó, los arcanos del Universo.

    Muchas veces se acude a los escritos de los místicos mas reputados, para comprender el mundo espiritual, pero ya en el Evangelio de Tomás, en el de Juan, y en las cartas paulinas, se pueden hallar muchas pistas del tema, y mucho más concretas.

    El otro faro donde apoyarse para pensar sobre el tema, sin duda es Teilhard, el gran migrante del futuro, con la gran ventaja de que ya disponía del bagaje científico moderno, aun que le faltó conocer los últimos descubrimientos de la complejidad y de la evolución emergente, de los últimos 50 años.

    Hoy día, no es ninguna cuestión de teología-ficción, el pensar en la gran Conciencia Cósmica del Universo, sede de la gran Fuerza Creadora Universal, que dirige el Universo, (también llamado Espíritu Santo, cuya  presencia con nosotros fue anunciada por Jesús), Conciencia que engloba toda la actividad de la mente-alma humana, en una especie de Mundo espiritual, o “Noosfera” de Teilhard, y de Vernadsky y otros, también llamado en la Nueva Era como Mundo Akásico, en la que podríamos seguir viviendo todos, con un cuerpo “espiritual”, como dice Pablo, que traducido científicamente sería un cuerpo holográfico-virtual.

    Puede sonar fantasioso, para la gente que usa la imaginación solo para combinar la ropa, pero en el buen artículo, (aunque desde la perspectiva tradicional), de Felisa Elizondo, se habla de “la dificultad de representar lo impensable del misterio”, y de que:

    –  “No es la reanimación de un cadáver según las condiciones “de este mundo”, (Olivier Clément).

    “La resurrección de Cristo es precisamente algo más, una cosa distinta, el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia. Un yo insertado en un nuevo sujeto más grande, transformado, bruñido, abierto a la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia”. (Ratzinguer).

    Y muchas más. Puede parecer una locura, pero es que imaginar lo más acertadamente la verdadera naturaleza de la posible resurrección y de esa vida posterior, si no es mediante la imaginación de una “locura total” para nuestra cosmovisión actual, entonces seguro que no es así.

    • Isidoro García

      Añadido: Se me olvidaban dos alegorías más de la gran Conciencia Cósmica, que son el Cuerpo místico e Cristo, y la Comunión de los santos, ambas paulinas.

      El Cuerpo místico de Cristo, con Jesús a la cabeza, simboliza a toda la humanidad entera, encabezada por él, designado por quien puede, como cabeza de la humanidad. Y la Comunión de los santos, exactamente igual. (Es verdad que lo “santos”, no nos cuadra bien a muchos, pero peores cosas nos han llamado).

  • ana rodrigo

    Se dice en este texto:  “Semejante acontecimiento nos llega mediante la fe y el bautismo,”, Por lo que, ni quienes no fueron ni son bautizados ni quienes no tuvieron la fe cristiana ni la tienen, nunca tendrás acceso a otra vida después de la muerte.

    Creo que este artículo es más de lo mismo de siempre, no veo ninguna novedad sobre la resurrección de Jesús ni sobre lo que ocurra después de morir. 

    Sigue siendo una cuestión de fe para quienes crean en ello.

    • Antonio Llaguno

      Obviamente Ana, la resurrección será siempre una cuestión de fe.

      Nadie conoce a algún o alguna “resurectos”, no tenemos pruebas, no hay evidencias. Solo la fe puede hacernos creer en ella.

      Y llevas toda la razón en que la frase (Que no es de la autora sino de Ratzinger) parece limitar el acceso a la Resurrección exclusivamente a quienes creen en la fe de la Iglesia Católica, que es lo que los más conservadores de la Iglesia defienden cuando dicen eso tan repelente de “Extra Eclessiam nula salus”

      No se podía esperar mucho más de un Papa como Ratzinger, que nunca va a tratar de buscar novedad en sus planteamientos teológicos, sino más bien, apuntalar lo que la teología católica tradicional ha dicho por siempre.

      Pero creo que el asunto de la Resurrección de Cristo sí merece una reflexión profunda e incluso hay aportaciones recientes de personas que no son teólogos pero que apuntan a posibilidades nunca planteadas.

      Hace poco, en el blog del Profesor Alfonseca (Divulgación de la ciencia), éste, que tiene unos planteamientos religiosos bastante conservadores, y un comentarista dialogaban sobre el tema y llegaron a la conclusión de que en alguna de las teorías físicas que se están planteando actualmente, se podría considerar la Resurrección como el acceso a un mundo con una estructura dimensional diferente, lo cual en un contexto de multiuniverso (Que es una de las muchas teorías que circulan para tratar de explicar la realidad) era posible.

      Mis conocimientos científicos no alcanzan como para considerar eso algo más que una propuesta de Cienca Fricción con ciero atractivo, quiero decir no tengo la más mínima idea de si es posible o no, pero el profesor, a pesar de su excesivo conservadurismo religioso, tiene suficiente credibilidad científica, para mi, como para considerar su propuesta.

      Eso sí. Esto nunca se lo escucharías a Ratzinger… ni a Francisco… ni a Juan Pablo… ni….