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La autonomía del humano, tiene un precio

Al leer el artículo anterior de Boff, profeta apocalíptico pero con datos científicos indiscutibles, te sobreviene un escalofrío de pánico. Al leer este otro de Isidoro, que he rescatado de un modesto comentario al post editorial, en que habla de cómo el ser humano, privado de las estructuras que le aseguraban brújula –familia, Iglesia, profesión– queda sin saber qué hacer de su vida, acosado de culpabilidades y siguiendo a flautistas sin escrúpulos. Ambos marcan líneas fundamentales de ese ATRIO, lugar de encuentro y diálogos por el que seguimos trabajando. AD.

Contemplo desde la barrera, pero bastante ojiplático, como se debate sobre el sexo de los ángeles, de detalles orgánicos y teológicos de la Iglesia, quedando en un muy segundo plano, las necesidades perentorias de guía de la gente.

A partir del Renacimiento, con el inicio de la proto-modernidad, se inicia un lento proceso, que se ha acelerado vertiginosamente desde 1950, por el que el individuo se fue independizando de unas estructuras ortopédicas muy fuertes que le marcaban constantemente el camino que debía seguir, y le dictaban al oído claramente las decisiones que debía tomar.

Estas estructuras eran fundamentalmente tres:

  • -la familia, con una fuerte autoridad paterna y una serie de hermanos mayores que te servían de referencia para bien o para mal,
  • – la Iglesia, con un fuerte código ético y un gran control de los comportamientos,
  • – e incluso el trabajo, donde uno se insertaba en una organización productiva desde los 16 años, como aprendiz y en la que permanecía casi toda la vida, y donde había unas reglas internas implícitas muy claras y precisas.

En la actualidad todo ha cambiado. Las familias tienen pocos hijos, y unos padres, inseguros ante su vida, no se sienten con la convicción necesaria para guiar firmemente a sus hijos, delegando esa guía en la escuela, donde unos docentes, (hijos ellos también de la misma generación), se encuentran igualmente desconcertados.

La Iglesia Católica, que era la referencia cultural en nuestros lares, anda igualmente desconcertada, con una antropología antigua y grecorromana, que no proporciona referencias claras ante las nuevas situaciones, y por ello se ancla férreamente en el pasado, alejándose de la gente y perdiendo así la útil influencia sapiencial en la sociedad, que podía haber mantenido.

Y el mundo laboral tampoco nos da estabilidad psicológica. Estamos constantemente “en periodo de prueba”, y somos conscientes que hoy estamos aquí, y mañana, a lo peor en las colas del paro.

Una vez debilitado el influjo de esas organizaciones sociales en el control del comportamiento individual, el humano se ve abocado a tomar por su cuenta constantes decisiones en su vida, con el grave inconveniente de enfrentarse muchas veces  con situaciones novedosas de la que no se tiene experiencia.

Y encima lo tiene que hacer con un órgano decisorio, la mente, que ya de por sí es errática por naturaleza, y encima sometida a una serie de emociones y complejos soterrados, que distorsionan nuestra percepción de la realidad, a lo que se añaden nuestros condicionamientos genéticos que mediante la vía hormonal nos inducen a una serie de comportamientos claramente irracionales.

Esto inevitablemente conduce a cometer error tras error en nuestras vidas, que se traducen en constantes sopapos en nuestra vida sentimental, familiar, profesional y personal en suma, y a un sentimiento general de no tener control sobre nuestras vidas.

Antes, no siempre cumplíamos lo que se exigía de nosotros, pero sabíamos perfectamente lo que teníamos que hacer.

Ahora hemos reducido mucho nuestro sentimiento de culpa de no cumplir las normas, sustituyéndolo por un fuerte sentimiento de culpa e inutilidad general, de no saber conducir nuestra vida bien y adecuadamente, que se extiende no solo a nuestras vidas personales, sino también a las de nuestros hijos, por no haberles enseñado bien a vivir.

Y cuando llevamos recibidos una buena somanta de tortazos psicológicos, inevitablemente nos entra la convicción de que somos un desastre, que no acertamos ni una, y que por ello no tenemos derecho a ser felices, y con la autoestima por los suelos y sin el menor amor real por nosotros mismos.

Y como esto nos causa una gran ansiedad, y nos duele mucho reconocerlo, subconscientemente lo intentamos tapar mediante una fuerte inflación mental, con una desorbitada imagen de nosotros mismos, una pandemia narcisista, que distorsiona más aún nuestra percepción de la realidad, y nos lleva a más y nuevos errores.

Y además proyectamos nuestra inseguridad en los demás, lo que nos conduce a una agresividad desaforada y a conductas autodestructivas.

Y por ello, muchos perplejos y desconcertados, se entregan de hoz y coz, a “comprar” sistemas de vida, de quien les promete una guía segura, aunque sean lo mas descabellado que se haya visto.

Y así acudimos a las ideologías religiosas y políticas vigentes, y como nos sentimos incapaces de resolver nuestra vida, pretendemos que los líderes que hemos elegido, (que son de nuestra misma cultura y condición, y no destacan especialmente por su sabiduría), nos la resuelvan ellos.

Solución: Algo habrá que hacer, y yo creo que no hay otra solución que promover la sabiduría interior, y la exterior de la cultura moderna y no la de Trento…, y ¡que Dios nos pille confesados!.

(Sirva lo anterior, como mi contribución a la reflexión sobre lo que debería dedicar atención preferente Atrio, en los tiempos futuros).

8 comentarios

  • Isidoro García

    Amigo Juan Antonio, dices muy bien que “cuando maduremos más, eso nos llevará a descubrir, con más fuerza y claridad que hoy, la necesidad de valores más humanos y solidarios, compartidos, como necesidad para convivir y cooperar solidariamente, y así poder superar nuestro canibalismo y lograr que la especie humana perdure… con más garantías”.

    Pero en esta afirmación hay un gato mordiéndose la cola. Cuando maduremos, descubriremos, pero ¿cómo maduraremos?. Tenemos que transformar nuestra estructura mental.

     

    Realmente el mundo, con nuestras premisas epistemológicas o postulados culturales dominantes actuales, no tiene sentido, y por eso no sabemos que hacer para evitar la inminente caída por el precipicio existencial como especie.

    La única manera de cambiar las premisas epistemológicas que determinan nuestras percepciones básicas, que determinan nuestras creencias, es tomar antes conciencia, de que la realidad no es necesariamente lo que creemos que es. Y esto no es algo fácil o cómodo de aprender.

    La “evolución” general de la Naturaleza, no es sino el proceso por el cual la naturaleza “aprende”. Y la mente humana, como cualquier otro componente del Universo, sigue ese mismo proceso, (Bateson).

    Y la mente va “evolucionando”, cambiando de “conciencia”, cuando la evolución de las circunstancias ambientales, nos causa una fuerte confusión. El mundo se nos derrumba porque los parámetros bajo los cuales lo observamos, dejan de servirnos para explicarnos lo que sucede.

    Y la confusión nos lleva a buscar y a establecer relaciones nuevas, allí donde perdemos las certezas. Y estas nuevas relaciones nos  generan nuevas explicaciones.

    Esa confusión axiológica, nos «fuerza» a establecer nuevas pautas de conexiones. Se nos hace necesario reordenar nuestro mundo. Es decir ampliar la mirada. Abrir los arcos perceptuales.

    La mente humana es un sistema plástico autoorganizativo, que se va auto modificando, como reacción a elementos nuevos que se van sucediendo en su entorno, como por ejemplo, las novedades tecnológicas, o las crisis ambientales.

    Según el psiquiatra Sinesio Madrona, “desde la teoría del caos y la dinámica interactiva de Prigogine, (que se aplica a cualquier campo de observación: físico, químico, biológico, ecológico e incluso social), cada una de las etapas evolutivas, puede ser considerada como el resultado de un proceso de auto-organización.

          El cambio de una etapa hacia la siguiente viene como resultado de la agregación de un elemento nuevo, (en varios casos de origen fisiológico), causante de una perturbación, y el proceso resultante implica una nueva organización de un sistema complejo que, en este punto se aleja del equilibrio, (por ej. la crisis de la pubertad).

    Pero estos cambios axiológicos, de nuevas perspectivas y de nuevos paradigmas, no son fruto de la mente consciente, racional, que está diseñada fundamentalmente para procesar lo ya conocido.

    Estos saltos epistemológicos, los proporciona la mente inconsciente, y mas concretamente el arcón de sabiduría cósmica, que constituye el Inconsciente colectivo, (que yo asocio con el “espíritu” personal), que aunque descubierto por Jung, quizás, no lo acabó de interpretar plenamente. (Jung, fue un humano de la 1ª mitad del s. XX).

    De ahí mi insistencia en que si queremos salir del atolladero actual, es imprescindible movilizar y atender a ese “espíritu” personal, pero además alimentado con unos conocimientos culturales actuales y de futuro, haciendo una limpia de conocimientos y esquemas del pasado.

    Pensar que podemos salir del lío, con la mente racional, es seguir al barón de Münchhausen, y sacarnos del barro tirándonos nosotros mismos del pelo.

    Casi diría que necesitamos reinventarnos de nuevo, que curiosamente es lo que decía Jesús, de que tenemos que nacer de nuevo, tirar nuestra vieja mente a la basura, y dotarnos de una nueva reestructurada.

    ¿Y cómo volveremos al vientre de nuestra madre?, le decían los oyentes a Jesús… Esa es la cuestión.

    • Juan A. Vinagre

      Amigo Isidoro: Tu reflexión, que siempre valoro, me lleva a reconsiderar -o puntualizar- dos aspectos:

      -Nos auto-organizamos, sin duda: unas veces incluso de modo inconsciente, instintivo. Pero otras veces -al menos algunos, creo que más que algunos- se auto-organizan de modo consciente, promoviendo intencionada y voluntariamente ese cambio.

      -Tenemos que resolver los “líos”-conflictos (muchas veces necia o egoístamente autogestados- no solo con la mente racional, sino también con la mente emocional. Somos seres biológicos racio-emocionales, que deben analizar los conflictos humanos y naturales conjuntamente. La razón debe escuchar la emoción, y ésta debe oír y dejarse aconsejar por la razón, trabajando juntas y coordinadas en la investigación y solución de los conflictos, siempre con realismo. Es decir, analizando también las circunstancias y sus poderes…   Si la razón y las emociones -dirigidas por un yo racioemocional, que es más que solo razón y emociones- no actúan coordinadamente y con realismo -aunque esto nos obligue a ir más lentos-, corremos el riesgo de asomarnos al fracaso, o tal vez al precipicio…   El problema es que ese mecanismo de inteligente realismo es más lento, y esa lentitud nos puede llevar a llegar tarde a la solución…..  o tal vez inducirnos a la desesperación, cometiendo nuevos errores…   (Estoy pensando en el tema un poco apocalíptico, que nos plantea L. Boff. Tema que no es una mera ficción…)                       Nota: Joung y Adler tuvieron su mérito -y en parte aún lo tienen-, pero yo prefiero situarme en la corriente cognitivista de Ausubel y otros…  En esta corriente me parece -me parece- que somos un poco más protagonistas en la vida, y un poco menos “robots” manipulables.

  • M. Luisa

    Leyendo al amigo Isidoro tampoco veo que nos libre demasiado de ese tono  apocalíptico en el que nos tiene acostumbrados L. Boff.

     

    Aunque valoro en gran medida los argumentos constatables que se desprenden de estas tres estructuras  que expone en su punto de partida, (familia, iglesia y trabajo) no veo por ningún lado que el proceso de independización de ellas sea una pérdida insalvable  para la  re – estructuración de las mismas. Es decir, que las seguridades ofrecidas  sean reales y no ficticias.

     

    Mi visión del problema, pues, es totalmente opuesta.  Claro que la gente no, pero la persona como agente activo que es, quiéralo o no,  todas ellas, en suma, están en condiciones de  modificar las estructuras.  La gente así  movida toda no por  el subconsciente colectivo, sino por asociacionismo  personal,  pueda entonces sí  resolver en ellas no solo  sus necesidades mas perentorias y urgentes sino  sobre todo  aquellas que las mantienen en su propia e intrínseca dignidad.  Desde esta perspectiva las estructuras sociales dejan de ser ortopédicas y cobran especificidad,  haciendo que estas cosas enumeradas, familia, iglesia, trabajo  cambien y  se actualicen.

     

    En una cultura enferma de consumismo, es decir, ciega para ver lo trascendental de la naturaleza de las cosas que consume o lo que es lo mismo, empujada en abandonar la metafísica, no solo es esta la obturada, sino también la propia actividad racional. La reflexividad entonces  se vuelve inoperante.    Pues es esta la que con  respecto a la razón inquiere preguntándose por  la naturaleza de aquellas ( proyectos, circunstancias, objetivos, cosas, etc., etc., ) perdiendo su fuerza de arrastre  que la motiva a indagar y la razón entonces se mecaniza haciéndose esclava de la técnica y del poder.

     

    Un cordial saludo

     

  • Antonio Llaguno

    Decía una Mafalda en una tira cómica que leí de niño que era una lástima que en el mundo hubiera tanto “problemólogo” en vez de “solucionólogos” que nos ayudaran a tomar decisiones y amigo Isidoro, creoq ue das con el meollo del poroblema (Otra cosa es que la solución que tu propones sea adecuada, en mi opinión).

    Es cierto que en pocos años, en un instante cósmico, hemos pasado de un mundo de certezas a otro de incertidumbres y que eso no es fácil de sobrellevar para la mayoría de la gente.

    Pocas veces, a mi juicio, un análisis es tan certero.

    Propones para resolver ese nudo gordiano “volver a la sabiduría interior” y yo dudo que ese sea el camino.

    Muy al contrario yo pienso que el camino es el encuentro con “el otro”.

    Uno de los problemas que veo en las sabidurías (esta vez sin comillas) orientales, es que centran el desarrollo personal en el yo. Se centran en la sabiduría interior, en la meditación, en la introspección y acaban proponiendo en nmuchas ocasiones, una visión egoísta de la realidad.

    Yo creo, profundamente, que la sabiduría reside en confrontar. Que no enfrentar. Es muy llamativo que en italiano a la palabra comparación se le diga “Confronto” y que lo hayan extendido a la palabra española “Encuentro”.

    Es decir que es en el “Confronto”, en el encuentro con el otro como nos encontraremos con el que es “Totalmente Otro” y donde paradójicamente nos encontraremos a nosotros mismos.

    En un mundo donde la gente jóven se realciona por medio de redes sociales y mensajespor internet, este ecuentro no es fácil, pero sí que coincido contigo en una cosa, Isidoro: ATRIO puede muy bien ser un hermoso lugar de “Confronto”

    • Isidoro García

      Amigo Antonio, decía Einstein, que si le dieran una hora para salvar el mundo de la destrucción, ocuparía 55 minutos en reflexionar la solución, y los cinco restantes en actuar.

      Por eso antes de actuar, reflexionemos. Y justo para encontrar la solución, hay que contar con la sabiduría interna de que disponemos, alimentada con los conocimientos culturales que hayamos podido acopiar.

      La sabiduría interna, que yo llamo “espiritual”, no proporciona conocimientos, sino la perspectiva adecuada sobre ellos, su estructura, el patrón reconocible o metáfora justa para comprenderlos adecuadamente.

      El humano percibe mediante patrones estructurales. Ray Kurzweil, (Como crear una mente), indica de la existencia de 300 millones de reconocedores de patrones dentro del neocórtex humano dedicados al reconocimiento de los diferentes patrones de información que componen la realidad).

      Pero cuando no disponemos en esos 300 millones, del esquema-patrón adecuado, no podemos bien reconocer e interpretar el fenómeno, y utilizamos otro menos adecuado e insatisfactorio, que muchas veces no es operativo, o nos quedamos paralizados.

      Cuando estamos en estado de perplejidad y/o falta de solución a los problemas, el “espíritu” o sabiduría interna, (si la activamos y escuchamos), nos muestra el patrón-esquema adecuado, este da lugar a una nueva perspectiva o un nuevo paradigma interpretativo de la realidad.

      Por eso es fundamental, la guía del “espíritu”, para poder interpretar adecuadamente los conocimientos culturales que hemos acopiado.

      Ahora bien, cuando nos aferramos a un catecismo o a un manual ideológico religioso o político, nos lanzamos ciegamente a la acción, y ya no activamos ni escuchamos al “espíritu” personal.

      Leía el otro día que “lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer y, entre medias, todo el mundo anda como pollo sin cabeza”.

      Y actuar sin “pensar adecuadamente”, es un poco como caer en la falacia de la cola del perro. A veces confundimos causas con efectos, y viceversa: Vemos que un perro mueve la cola y deducimos que es feliz. Pero en realidad, es feliz y por eso mueve la cola. Si le movemos la cola al perro, no por eso le hacemos feliz.

      Aquí pasa lo mismo. El humano iluminado por la sabiduría del “espíritu”, siente en su interior una empatía y amistad con el prójimo.

      Pero con su mentalidad anticuada, si le pones a realizar acciones solidarias, como obligación ética o profesional, (por ejemplo creyentes cristianos, o sanitarios, docentes, empleados de ONGs, etc.), no necesariamente, cumplen siempre como se les supone que deberían hacerlo.

      El “obligar” a la gente a ser “buenos”, si no hay un cambio real de conciencia interno, con un nuevo paradigma, funciona en apariencia, pero al final no funciona.

      Mira el ejemplo del fracaso en la construcción del “nuevo humano”, de los estados comunistas, con toda su manipulación cultural y propagandística.

      (Y lo mismo pasó con la Iglesia católica, que después de 15 siglos de monopolio cultural y social, sus efectos “transformativos”, fueron muy limitaditos. Aunque la Iglesia, tiene la suerte de poder echar la culpa al demonio).

  • José Antonio

    Cuando el barco se ha hundido, a los pocos o muchos que siguen con vida solo les quedan los restos para hacer una pequeña embarcación o tabla que flote, para llegar a algún sitio al que no sabemos si llegaremos o existe. Es lo que hay y nada más… son con los restos con los que contamos, con los que tenemos que empezar a construir el futuro.

  • Juan A. Vinagre

    Amigo Isidoro: Comparto tus  alusiones a la crónica errancia del ser humano.  Nuestro desarrollo cognitivo ha sido históricamente lento, y si bien hay gentes innovadoras de mucho talento (relativamente), en general somos lentos para aprender. Por eso tantos errores reiterados, incluso en un mismo tema…;  por eso tanto combatir al innovador, por eso tanto sesgo y tanto recurso al mecanismo de la racionalización… (justificaciones aparentes que encubren marginaciones o falsificaciones de la verdad de hechos o dichos o de las motivaciones íntimas…  Las “fake news” no son tema de hoy…)   Si a la limitación cognitiva humana, le añadimos otro componente fundamental, que forma parte esencial de nuestra estructura psicológica, las emociones…, -que con frecuencia intentan imponerse-, entonces la disarmonía-incoherencia aparece más clara en la conducta humana…  Por eso, quizá deba revisarse esa definición clásica del homo como “sapiens”.  Nuestro neocórtex se halla todavía en fase de desarrollo y maduración, y nuestro paleocórtex  -con el que convivimos y que tanto nos enriquece, si está bien encauzado-, frecuentemente quiere imponerse… contra toda razón… y ética.  Aquí se encuentra -aparte de la cultura con sus intereses- una explicación de nuestra inmadurez psicológica, de nuestras incoherencias y contradicciones y salvajadas… Nuestros egos (irracionales) tratarán de imponerse, si -por inmadurez-, no los controlamos o justificamos.

    En suma, cuando maduremos más, el neocórtex -en unión más armónica con el páleo- nos llevará a descubrir, con más fuerza y claridad que hoy, la necesidad de valores más humanos y solidarios, compartidos, como necesidad para convivir y cooperar solidariamente, y así poder superar nuestro canibalismo y lograr que la especie humana perdure… con más garantías.  Pero esto ocurrirá solo después de esa maduración del homo. Maduración que en gran parte está en nuestras manos.  Entonces éste podrá llamarse “homo sapiens”.  (Esta es -en líneas generales y sin matizar más-,  mi reflexión-opinión a propósito de tu artículo, Isidoro.)

  • ana rodrigo

    La vida es puro dinamismo, a pesar, o incluso, en las épocas de casi estancamiento total. De vez en cuando se producen cambio de épocas, y entre una y otra, aparece épocas de cambio. Es ley de vida. Lo que ocurre es que los seres humanos vivimos el momento que nos toca y, en ocasiones, la vida es tan rápida que da la impresión que hemos vivido distintas épocas. Por ejemplo, las personas de cierta edad, como yo, hemos pasado, como dice Isidoro, de un estar y ser estático, donde todo nos lo daban hecho y seguro, a un movimiento vertiginoso. De no salir del pueblo, a poder ser posible un paseo espacial, dicen que pronto a un precio asequible.
     

     
    Y no digamos la informática y la inteligencia artificial. La tecnología que nos proporciona tantas comodidades y facilidad de gestión está cambiando las mentes, desde que nacen, a las nuevas generaciones. Y las personas mayores, hacemos lo que podemos.
     
     
    Acabo de leer un libro titulado “LEONÍS, historia de una mujer” de Andrés Ibáñez, Ed. LUMEN, de 853 páginas, en las que relata la vida de una mujer desde el siglo XV hasta la época actual, que empieza en los Reyes Católicos y termina en Cabo de Gata. Es magnífico, ver cómo una mujer(o la mujer, o la historia) pasa por varios siglos, costumbres, leyes, normas, etc. con auténtica valentía de seguir pa lante, pa lante, adaptándose a todas las épocas y a todas las circunstancias. Recomendable su lectura, auténtica historia del caminar de una mujer y de distintas sociedades.