De nuevo un martes de reflexión interior y un artículo de Mariano. Solo recomiendo leerlo lentamente, reflexionar interiormente y comentarlo con sencillez, según el sentido que cada uno rncuentre en este tema, más personal que filo o teológico. AD.
En artículos anteriores, hacía referencia a aspectos como los de: Creación, libertad, verdad, evolución, necesidad, vida, existencia, dolor, sufrimiento, etc. Y lo hacía desde una perspectiva mixta entre filosofía y ciencia, pero que en definitiva eran más el reflejo de mi forma de experimentarlos, pensarlos y razonarlos, con todas las limitaciones de la palabra que trata de objetivarlos y que por su propia naturaleza muchos de ellos no lo son, empezando por la propia persona que los pronuncia y que, por mucho que queramos evitarlo, siempre deja un amplio espacio de libertad interpretativa. Esta es la grandeza y miseria de toda palabra que pretenda acotar lo in-acotable.
En la presente reflexión centro mi atención en el Acto Creador del cual los aspectos ya citados son deudores y que ahora intento aunarlos bajo una visión más trascendente y más englobante, dando entrada a una realidad profundamente antropológica y que muchos tratan de obviar como es el de la Fe, olvidándose de que ésta es una posibilidad psicológica tan humana como la de la pura racionalidad, que además de ser el fundamento pre-racional de toda ciencia y de toda praxis humana, lo es en mucha mayor medida para quien intenta acercarse a la comprensión del Acto Creador.
De aquí que la fe se pueda experimentar por la persona en una doble dimensionalidad: Trascendente, en su dimensión religiosa, religada a dicho acto y a su creador, y secular o contingente, religada a su dimensión temporal, evolutiva.
Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo decía Arquímedes. Cuál es el punto de apoyo que el hombre precisa para mover su mundo, que es un mundo en construcción, inacabado, de ahí el título de esta reflexión. Dicho punto es precisamente la Fe.
Si el mundo fuese realidad acabada no se precisaría para nada a la fe, ni en su dimensión trascendente ni en la contingente. El mundo, su mundo estaría frente a él petrificádamente, sin necesidad de más evidencia que su propia evidencia.
Con estos dos enfoques, el psicológico y el antropológico del que no podemos excluir su huella, la historia, no resulta difícil ni contradictorio abrirse al fenómeno de la fe, ésta es una disposición existencial natural en el ser humano y que es la fuente que moviliza y dinamiza sus facultades racionales en orden a su praxis existencial, a su ser y estar en el mundo, en la realidad. Siempre ha sucedido así, es como si todo concepto siempre precisara de un preconcepto que no pertenece al ámbito de la llamada realidad, sino más bien a una realidad imaginada, pensada, deseada y necesitada, previa a toda racionalización y a toda acción. Por eso la fe en términos vulgares, simples y sencillos se define como una confianza o asentimiento de una persona en relación a algo o alguien, manifestándose y asumiéndose por encima de la necesidad de poseer evidencias justificativas sin la menor duda posible, tal y como suele demandar toda creencia científica.
El hombre al que se le llena la boca nombrando a la realidad, siempre llega a ella desde la no realidad. La persona desde su nacimiento es constructora e interpretadora de su propio mundo y de su propia realidad, no como individuo y si como ser relacional consigo mismo, con su mundo y con su creador.
Toda hipótesis científica, en mayor o menor medida se apoya siempre en un principio de fe, y cuanto menos lógico parezca también más novedad aportará a la razón, que inmediatamente activará sus facultades intelectivas e intentará hacerla razonable y darle carácter de realidad concreta y objetiva dejando entonces de tener fe, afianzándola en forma de creencia, pero que a su vez volverá a reclamarla para poder continuar en ese dinamismo llamado progreso, en el que la evidencia alcanzada nunca acota a toda su necesidad de realidad. Siempre le deja insatisfecho con ganas de más, en un progreso sin más finalidad que el de la necesidad y sin fin a la vista, con un efecto narcotizante que le genera adición y le atrapa en su fe contingente, lúdica y secular envuelta en un tiempo sin fin, pues eso significa dicha palabra, hasta el punto de absolutizarla y llevarle a un existencia anclada en la fantasía, abriéndole universos excitantes que le alejan sin ser consciente de su verdadera realidad.
En este dinamismo que es el de la ciencia y la técnica, es decir el de su praxis existencial y contingente, denominada progreso, la fe siempre es requerida como punto de partida para poder progresar hacia una realidad más completa, pero siempre inacabada. Por eso la muerte le desquicia, al quitarle el tiempo que siempre precisará. En esta dinámica, unos la tratarán de ignorar y otros la tratarán de domesticar o eliminar, creando leyes como si el hombre estuviese hecho para la ley…. Que es todo lo contrario de la fe.
Si excluyésemos a la fe de la historia de la humanidad nos encontraríamos en una situación de total incomprensibilidad del mundo tal y como lo vemos y lo hacemos, es más, me atrevo a afirmar también que tal mundo no existiría.
No acometo en este momento el análisis de estas afirmaciones, que por otra parte sería muy interesante, pero sí quiero dejar constancia de que en especial desde el siglo XVIII las reticencias a la fe como vía de acceso a conocimientos muy específicos de la realidad humana y de su mundo, privan a los que así piensan y actúan, de un ámbito de racionalidad en el que la fe nos abre a más posibilidades existenciales que las de la escueta razón, pues el origen de un fenómeno tal como éste, ha de responder ineludiblemente a una necesidad básica y constitutiva de su existir, es decir: El hombre en su constitución integral, material, psíquica y espiritual está facultado para acoger dicho fenómeno, y si lo está y la desprecia en su totalidad o en forma parcial, entonces infrautiliza sus posibilidades existenciales y entre ellas a su racionalidad.
Contra lo que muchos piensan y creen, no existe una contradicción entre fe y razón y mucho menos entre fe y ciencia. Tan naturales son la una como la otra en la realidad humana. Cada una ejerce su función en una relación de intimidad y no de contraposición. Ambas constituyen su verdadera dimensión existencial que le diferencia del resto de toda existencia a la que denomina por naturaleza, mundo, cosmos, universo.
Si la razón, asistida por la dimensión contingente y secular de la fe es capaz de elaborar una cosmología y una antropología en el ámbito de las ciencias físicas y naturales; una ontología y una metafísica en el de la filosofía, que le muestran maravillosamente su forma de ser y estar en el mundo a través del tiempo en una cosmovisión evolutiva. Con la aceptación libre y activa de su dimensión trascendente desbordará dichos ámbitos, dotándolos del sentido y de la finalidad de su existencia, de los que toda cosmología, antropología, ontología y metafísica carecen, abriendo entonces su razón a una nueva forma de percibir su realidad integralmente y no en compartimentos estancos, despegándose entonces del mundo de la necesidad y abriéndose al de la libertad que engloba a toda realidad creada, realidad relacional de principio a fin, y no desagregadamente observada en ese dinamismo exterior al que llama evolución y que no es ni más ni menos que la inercia del Acto Creador…, en la que el hombre, la persona, coge el timón de su existencia.
La evolución es el paisaje que el espectador de la vida ve y percibe en su viaje existencial desconociendo el origen y el final del trayecto. Trayecto sin sentido, sin norte y sin brújula, orientándose constantemente por su necesidad, centro sobre el que gravita su existencia…, y sobre el que se sustenta la teoría de la evolución y que por cierto describe muy bien dicho paisaje.
Antes de seguir adelante, quiero evidenciar el contrasentido de quien la niega, pero que a su vez la ejercita inconscientemente, siendo éste el mejor argumento de lo que aquí se está afirmando sobre la realidad antropológica de la fe, al ser la causa de que aquellos que la niegan en mayor o menor medida se ocupen más del porvenir del hombre como especie que del devenir del hombre como persona, abriéndoles la razón a un deseo que cristaliza en una voluntad activa, en una praxis, que les lleva a vislumbrar lo humano en un futuro trans-humano, que no trascendente. Son enormes los recursos y las energías dedicadas a un futuro del que no participarán como persona, pero teniendo fe en que al menos lo lograrán como especie y algunos ni con eso, dándose por satisfechos con que otros sí lo logren.
¿Qué clase de fe es ésta que le impulsa a desvivirse y a trabajar por un futuro en el que su realidad personal se difumina en una pluralidad indiferenciada y despersonalizada tras su muerte?, porque que sepamos, no hay otra puerta que le permita dicha mutación o transposición. La propia cosmovisión humana anclada al evolucionismo que es el mundo de la contingencia, le evidencia que toda mutación es a costa de la aniquilación de todo estado anterior. La trascendencia y no la transcendencia, conserva e integra todo lo previo en un dinamismo plenificador y contrario al dinamismo “trans”, que lo abandona, anclado a una fe contingente y mutante sujeta a dicha necesidad que carece de fin y finalidad, en un continuo dejar de ser lo que es para ser lo que no es, y si rizamos el rizo, para volver a ser lo que era antes de ser lo que fue.
Pero volvamos a la dimensión trascendente de la fe y demos un pasito semejante al que dio el primer hombre que pisó la Luna, Neil Armstrong y dijo aquello de: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
Cuál es entonces este pequeño paso que el hombre debe dar para que toda la humanidad dé ese gran salto y se libere de la esclavitud de la necesidad, del dolor, del sufrimiento, del poder contra todo poder… Este gran paso reside en su voluntad que siempre le ha mostrado y demostrado que está por encima de su razón… y de su fe…
Si la fe es una realidad ineludiblemente antropológica que le faculta para entender, construir y proyectar su ser y estar en el mundo, la voluntad es la reafirmación activa con que lleva a cabo las posibilidades que aquella le ofrece.
La voluntad es la fuerza, el brazo de la palanca; y la fe en el Acto Creador es el punto de apoyo que en otro orden reclamaba Arquímedes para mover el mundo de la necesidad material, pero que ahora es el mundo de la libertad que le es ofrecida en dicho Acto.
Fe y razón apalancadas en un principio de sentido fundante y fundamentado en un sustrato primordial de libertad absoluta. El Acto creador.
El Acto creador desborda a todo concepto y a toda realidad, es previo a toda existencia, no pertenece a lo existente y por eso su Creador tampoco. Aquí podemos recordar la frase de Dietrich Bonhoeffer de “El dios que existe no existe”. Por su propia naturaleza dicho acto es atemporal, no en el sentido de carencia de tiempo y sí en el sentido de trascendencia a todo tiempo, al que solemos calificar como eternidad, concepto no racionalizable, pues al hacerlo lo solemos identificar con un tiempo sin fin, un tiempo infinito, cuando realmente no son realidades homogéneas y por eso acabamos distorsionando la realidad del mismo y abriéndonos a la fantasía anclada a ese tiempo sin fin…
El Acto creador es a su vez revelador. Creación y Revelación son consustanciales en dicho acto que no está enclavado en ninguna coordenada temporal, y por tanto trasciende nuestro nivel de comprensión.
El Acto creador reclama una fe que trascienda a la fe secular que como su nombre indica está anclada a la experiencia existencial del tiempo, y aquí es donde el hombre, la persona, ejercitará su voluntad, enfrentada a un misterio insondable como es el del Acto Creador.
Además, el Acto Creador contiene un “pre-Acto” que es un pacto, entre el Creador y su creatura, no en un orden temporal de necesidad racional, lógica o material, sino en un orden de sentido, de finalidad y de libertad, en el que el Creador se responsabiliza de su mismo Acto que es consustancial a su mismo origen, pre-estableciendo una alianza que está en el origen de todo origen, y por tanto fuera de todo tiempo. Este “pre-Acto” es un “pacto” indisoluble consigo mismo y con su creatura aún no creada, un pacto inamovible, un pacto de libertad, de amor, de entrega incondicionada, que está por encima de todo condicionamiento temporal, que abarca y abarcará todo su fieri, anterior a todo tiempo y posterior a todo tiempo. Esta consustancialidad, es la expresión absoluta de la nobleza absoluta del Ser libre absolutamente, que se responsabiliza y se compromete absoluta y libremente en y con su Acto Creador. Responsabilidad de la que el propio Creador no se puede sustraer por coherencia absolutamente propia.
Esta forma de razonar en la que sólo existe una relación de causalidad, que es la máxima expresión del sentido de realidad, fuera de toda contingencia sujeta al tiempo, pero sujeta al pleno sentido de realidad en el que el principio y fin van de la mano ya desde el mismo origen, no es nada nueva en el mundo de la razón humana, ya con Aristóteles y los escolásticos, el fin o la causa final era la primera de las causas, la “causa causarum”, la primera de todas las causas. Sólo la causa final nos facilita la comprensión última del Acto Creador. La Persona.
En el fieri del Acto Creador, el propio Creador se hace carne para que su creatura en toda su integridad, pueda contemplarse como imagen suya y pueda reconocerse y tomar conciencia de sí. El Creador entra en su creación, en su historia, en su tiempo, para participar de ese drama que es toda existencia anclada a la necesidad pero que lleva en sí el germen del amor y de la libertad absoluta, a la vez que da testimonio de sí enseñándole a su creatura el camino de la Verdad, la Libertad, para llegar a la Vida creadora de toda existencia, porque Él es la Vida y la creatura su obra de amor.
El hombre, la persona no es primero creada y posteriormente llamada a reconocerse en su creador. La persona ya es anterior, ya es amada y por eso es creada. En la creación no hay condicionamiento previo más que el libre deseo del amor creador, expresión radical de la libertad, que a su vez es la íntima expresión del Amor. Se equivoca quien de buena fe vincula el hecho de la muerte y resurrección de Dios hecho Hombre, el Cristo, a un acto corrector de un acontecimiento no contemplado en dicho Acto primordial. Esta es una forma de irracionalidad que intenta justificar la existencia del mal. El Acto Creador no tiene fisuras en su origen, no está condicionado por nada ni nadie, sería un contrasentido con la liberta absoluta de Quien lo ejerce y la otorga. Por eso la persona al ser creada ya es salvada según su libertad otorgada. La Libertad Absoluta respetando a la libertad otorgada y ejercitada por la libre voluntad de su creatura.
En este punto tengo que volver a repetir lo ya citado en otros artículos, a exclamar asombradamente: ¡Qué tremenda es la libertad!
En el horizonte de esta comprensión del Acto Creador para poder ser asimilado se sitúa una experiencia de fe, experiencia que es evidencia abierta a la libertad y no a una razón que acote, objetive y determine la veracidad de dicho Acto.
El Acto Creador sólo se comprende desde la experiencia de fe. No podemos hacer una abstracción filosófica y mucho menos científica de la finalidad del ser creado si queremos llegar a la esencia de su ser. Si la razón por sí sola no puede dar razón del Acto Creador, mucho menos podrá hacerlo del Creador de dicho acto. La única experiencia que la persona creada tiene de su Creador le viene por autodonación de Aquel, que incluso antes de su existencia ,la persona , ya era en una relación de intimidad, relación constitutiva de su esencia creada en libertad y traída a la existencia no desde la nada y sí desde el Amor Libre y Creador, por lo que también podemos afirmar que incluso en el rechazo de esta relacion por parte de su creatura, dicho vínculo permanece, en caso contrario no podría ser objeto de rechazo. Rechazo eterno, de eterno misterio.
Concluyendo y resumiendo muy resumidamente:
El Dios Creador, Dios todo poderoso se vacía de todo poder creando al Hombre, el ser Persona, en su complementariedad de hombre y mujer, complementariedad indisoluble en la unidad del ser creatura de Dios. Cuando la razón se absolutiza por encima de la fe, esta realidad degrada en multiplicidad, su creatura se desintegra en una diversidad de contrarios y contradictorios, diversidad degradante y negadora de su principio fundante.
El Acto Creador abarca a toda existencia en sus múltiples formas, abarca a toda realidad en la que, Creador, Creatura y Mundo se unifican en un mismo Acto con un mismo sentido y con un mismo fin. Pero siendo la experiencia de fe la más radical y englobadora de las experiencias que nos acercan a nuestra verdadera esencia y a la compresión de toda realidad, no puede experimentarse y vivirse si no es incorporandola a todas las formas de conocimiento que se dan en nuestro existir, científica, técnica y domésticamente.
El tema ecológico participa del fieri de la creación ya que esconde otra crisis, que es la de las relaciones de los hombres entre sí y entre su mundo. Es un problema ético-existencial, en el que el Mundo como realidad también inacabada, queda en manos del propio Hombre y así unido a su propio fin, a su propio destino. Tendríamos que ser conscientes de que incluso toda actitud científica que nos lleva a descubrir y planificar la realidad en la que existimos, debe estar impregnada por un sentido existencial común al del propio Hombre y fundamentada en su propia fe.
El Acto Creador rompe con toda tentación de una cosmovisión emanatista que afirme que todo procede por emanación o flujo de la totalidad divina, en una sabiduría universal, abstracta e impersonal ….
Todo lo dicho se puede resumir así:
Toda razón alcanza su límite de veracidad plena cuando accede a un estado de plena fe, que es cuando la persona emula al Acto Creador y se vacía de sí en un acto libre para salir al encuentro de la Libertad creadora. Libertad frente a libertad sin condicionamiento alguno ya en una eternidad, fuera de todo tiempo y de toda necesidad.
Justificar la existencia de Dios Creador, imposible. Hablar de Cristo, posible sólo desde la fe en su existencia y en su palabra encarnada en la historia del Hombre. Acceder a Dios Creador de toda existencia, posible sólo desde Cristo, Él es la plena Razón. Sin Cristo no hay razón que de razón de Dios Creador.
Artículos aludidos:
EVOLUCIÓN, INERCIA DE LA – Mariano Álvarez Valenzuela – Instituto Emmanuel Mounier
El tiempo en la persona – Mariano Álvarez Valenzuela – Instituto Emmanuel Mounier
El Hombre, Ser Asombrado « ATRIO
Espléndida interpretación basada en la imaginación que del Acto creador hace también esta vez Ana, y yo la aplaudo.
Es una forma indirecta, una representación que nos aporta comprensión de ese Acto creador, pero yo me pregunto el Acto creador ¿No tiene luz propia? no es en sí mismo una presentación para el ser humano? Este es el motivo, no la razón, lo que mueve a poder hablar de “la” realidad misma, esta realidad del aquí y ahora que tenemos delante frente a nuestra vista donde el Posteísmo para hacerse un lugar en el tiempo y en el espacio nos viene empujando. De ahí mi costumbre de hablar de la realidad sin necesidad de tocar el tema de “lo” trascendente, pues, si la realidad que tenemos frente a los ojos es algo abierto las cosas en ella trascienden por sí mismas. La cuestión es ir a las cosas mismas, pero, eso sí, sin poner su realidad, entre paréntesis, como enseñó Hurssel en su fenomenología.
Claro que me puedo imaginar figuras humanas sosteniendo cartelitos con la fe trascendente y la secular. Pero es que con la fe en la mano no existe tal división de niveles, las cosas por sí mismas trascienden! Naturalmente, según sea nuestro modo de tratarlas, bien en cuanto reales de suyo o dejándonos arrastrar por su mera talidad (cosismo) Es decir, no hace falta hablar de lo trascendente como hacían los medievales objetivando la realidad. La trascendencia está ya dada aunque llevados por ella desde la fe (confiados) a nivel de observación. Esto es fundamental, pues ese nivel es el que hace posible que nuestros actos sean creativos, también. Y todo ello porque ante nuestros ojos la realidad es pura obertura, de ahí que en ella, como decía ayer, la profundidad sea un carácter de la cosas mismas.
Esta es la razón por la que, si nuestro apoyo es la fe, ya no se necesita pensar que venimos de haber habitado la mente de Dios . Como si de un retorno platónico se tratase porque si aquella, la fe es real es esta la que otorga trascendencia a las cosas con las que hacemos nuestra vida….en fin podría seguir, pero ya no me queda más tiempo…
Respondo a Ana Piera:
Querida Ana, con tu comentario acabas de confirmar el dicho popular de que “Una imagen vale más que mil palabras”. La imagen del árbol como acto integral de la creación desde su raíz hasta la copa y con las personas portadoras de cartelitos fluyendo como la sabia que alimenta a toda su frondosidad, supera con creces las 3.246 palabras de mi reflexión. Gracias Ana.
Si dibujara un mapa de lo que he podido incorporar de este texto de Mariano Álvarez, imaginaría un árbol frondoso y lo iría llenando de pequeños cartelitos, en cuyo dorso iría anotando lo que me sugería cada uno de esos rotulados. Por debajo de la base, en la zona de raíz que el ojo humano no puede ver, situaría el cartelito Acto creador, y en su cima de nuevo el cartel Acto creador. Esta posición de arriba y abajo representaría la infinitud de Dios Creador. Por su fuste, figuras humanas sosteniendo cartelitos con la fe trascendente y la secular, ascendiendo hacia la copa y, entre sus hojas y frutos, esas mismas figuras humanas con carteles que indicasen que allí se albergaban pequeños y no tan pequeños actos creativos, venidos de la mano del propio ser humano, que puso en su base toda la fuerza de su fe contingente, para promover, desde el dinamismo de la ciencia y la técnica, el progreso de la humanidad. Otros portarían carteles con voluntad, libertad absoluta, tiempo sin tiempo, sentido, finalidad y para hacer visible en este árbol el recorrido de la sabia habría una indicación que señalaría la dirección del pacto entre el Creador y su creatura.
Ya tendría en mi cuaderno de campo de la naturaleza visitada, que esas personas que circulaban por el fuste y la copa de mi árbol, habían habitado la mente de Dios, Él los ideó, pensó y creó a cada uno de ellos, en un tiempo de su eternidad, aunque para cada una de esas personas el tiempo siempre sería distinto, limitado y lleno de sorpresas. Sabían que iban a formar parte de un gran colectivo: la humanidad. Que su historia parecería correr de su cuenta, y así era porque a menudo se equivocaban, pero siempre, siempre, tendrían la oportunidad de reconocerse en la divinidad de su procedencia, porque poseían de fábrica una dimensión trascendente que, a menudo no percibían, pero que de tanto en tanto, a algunos de ellos les afloraban como los frutos del árbol por el que transitaban. Ese árbol representaba la vida misma y estaba lleno de ramas fuertemente ancladas al fuste, lo que les permitía balancearse de tanto en tanto, cual si fueran timoneles de una pequeña barca.
A punto estuvo de caerse del árbol, el portador de la fe, cuando un grupo de habitantes de la copa acudió a su rescate. Menos mal que te hemos recuperado, le dijeron a la fe, porque de no haber sido así, no podríamos comprender cómo es nuestro propio devenir y tal sería nuestra situación de incomprensión de nuestro propio árbol, aún a pesar de formar parte de su vida, que el árbol mismo ni existiría. Por fortuna, en su raíz y en su cima quedan siempre a la vista, o no tanto, el Acto Creador.
Con esta imagen me quedo y con el posibilismo que parece llamarnos desde nuestro propio interior para ponernos en camino.
En el texto Álvarez se plantea una cuestión: ¿Qué clase de fe es ésta que le impulsa a desvivirse y a trabajar por un futuro en el que su realidad personal se difumina en una pluralidad indiferenciada y despersonalizada tras su muerte?, porque que sepamos, no hay otra puerta que le permita dicha mutación o transposición. La propia cosmovisión humana anclada al evolucionismo que es el mundo de la contingencia, le evidencia que toda mutación es a costa de la aniquilación de todo estado anterior. No conozco la respuesta, pero sí lo que dice el salmo 90 “Para ti mil años son un ayer que pasó; una vela nocturna. Tal vez no podamos reconocer el tiempo de Dios, pero el ser humano que se sabe inconmensurable e inacabado, de algún modo percibe que forma parte de un proyecto encadenado a la Vida suprema. Sabe que tiene un tiempo y unos talentos. Sabe que poner en marcha todo su potencial creativo forma parte del Acto de Creación y, si no lo sabe o decidió prescindir de ese conocimiento, igualmente formará parte de una cadena de humanidad, que suele encontrar justificación a su existir en el amor humano, que es la mínima muestra del amor de Dios.
Por eso, por no dejar pasar el amor por delante de sí, pondrá la voluntad necesaria para mover el mundo de la vida en la que tenga que participar. Unos lo verán y otros no, porque ya sabemos que hay quienes tienen ojos y no ven y oídos y no oyen. Pero para todos se ofrece la posibilidad de ver y oír.
Su texto Mariano me ha resultado difícil de esquematizar, por eso lo he convertido en un árbol frondoso donde colocar sus palabras y que cobraran la fuerza de la sabia.
Como en otras ocasiones lo he leído, rayado y anotado al margen. No sabía con cuáles de las ideas quedarme. Sí hay un párrafo especialmente llamativo para mí. Algo que en alguna ocasión he comentado de viva voz con alguna persona, pero nunca había leído a nadie que lo expresase como figura en su texto: “Se equivoca quien de buena fe vincula el hecho de la muerte y resurrección de Dios hecho Hombre, el Cristo, a un acto corrector de un acontecimiento no contemplado en dicho Acto primordial. Esta es una forma de irracionalidad que intenta justificar la existencia del mal”. Efectivamente justificar la existencia del mal no me parece ni posible, porque el propio mal es un error, y un error no puede ser voluntario salvo que el error esté en el entendimiento. El mal, la culpa, el dolor innecesario, nada de todo esto pudo estar en el Acto Creador. Algo interpretamos mal para verlo de ese modo.
Gracias, Mariano Álvarez por el ejercicio reflexivo que nos ha vuelto a regalar.
Respondo a M. Luisa, y como siempre lo hago desde mis más sincero reconocimiento a su finura crítica que estimula mi necesidad de confrontarme conmigo mismo. Ya he mencionado que siempre que acabo de escribir algún relato o reflexión, me quedo insatisfecho con la forma de hacerlo, siempre matizaría y retocaría alguna expresión o alguna palabra, a fin de expresar lo que quiero expresar. Esto es para mí la grandeza y la miseria de toda palabra que queriendo expresar la realidad resulta imposible precisamente porque la realidad a la que siempre queremos hacer referencia es a esa realidad que representa a la verdad y que ambas se reclamen mutuamente en una unidad de sentido, (te recuerdo aquí mis escritos titulados “Realidad y sentido” y “La pregunta por la verdad” y en las que participaste muy activamente).
Todo texto al ser escrito viene precedido por un pretexto, un contexto y un supertexto de quien lo escribe, no es algo objetivo y neutro limpio de polvo y paja a la vista de todo lector, y si la palabra ya tampoco lo era mucho menos lo será el texto. Esto es causa de grandes desacuerdos interpretativos que se focalizan más en la forma que en el fondo de la cuestión. Cuando el texto lo atomizamos en un análisis de sus átomos, la palabra, pierde la visión global de la relación entre ellas. La relación siempre prima sobre la palabra aislada, aportando un nivel de comprensión mayor. Así cuando yo digo que la realidad es profunda y tu dices que la realidad es apertura a las cosas para que puedan ser profundizadas.. en realidad creo son dos formas que al final quieren llegar al mismo sitio. También cuando digo que a la realidad llegamos siempre de la no realidad, no estoy objetivando dicho concepto, me estoy expresando en términos vulgares y no metafísicos de dicha palabra y que en otro contexto sí que sería muy pertinente en entrar en dicho análisis. Lo mismo argumento en el caso de que la palabra vinculación y no la de religación sea la más apropiada para definir el concepto de religión.
Con todo esto, muy torpemente y apresuradamente expresado aquí, quiero dejar constancia de que tu crítica me interpela y me compromete a ser más cuidadoso con las formas en las que me debo expresar. Ten en cuenta que en el fondo hablo más desde mis experiencia vivencial que de mi racionalidad analítica y escueta, busco más el fondo que la forma, descuidando a veces esta última.
Gracias M. Luisa. Las formas también tienen sus fondos.
Muchas gracias, Mariano, por la respuesta. A mí esto que te sucede, sí, lo de quedar siempre insatisfecho con lo escrito a mí me pasa constantemente. Me avergüenzo cuando reparo en el tiempo que empleo en escribir un comentario del estilo del anterior al cual tu respuesta me ha parecido estupenda y muy apropiada.
Si tengo tanto interés en la precisión conceptual es solo porque estoy segura de que lograríamos ver en muchas de nuestras experiencias y en su diversidad un mismo y único hilo conductor. También y precisamente para que el texto no pierda su visión global, pienso que el sentido de las palabras debe pertenecerles en propio, siendo este sentido justo lo que las relaciona entre ellas y siempre con la mirada puesta en el texto. No creo que a eso se le pueda llamar atomización.
Con respecto al empleo vulgar o metafísico del término “realidad” entendí de que si en el texto se hace referencia a lo trascendente, al acto creador, a la razón de la fe, a la libertad absoluta, etc., entonces considero que lo apropiado sería concederle a dicho término carácter metafísico.
Siempre, cordialmente!
Estoy muy de acuerdo, Mariano, en algunos de sus puntos y reflexiones, pero en otros no tanto, aunque en este caso bien podría ser debido a una apreciación o interpretación por mi parte incorrecta.
Que la fe sea nuestro primer punto de apoyo lo subscribo plenamente, pero que la realidad la definamos como profunda, no. La realidad no es profunda sino que es pura obertura. La realidad está abierta a las cosas para que en ella puedan ser profundizadas en valores y creatividad. Precisamente por este apoyo primigenio de la fe que nos aporta confianza, instalados en la realidad la experimentamos abierta e inacabada, lo cual por lo mismo nos empuja creativamente a un proceso de complementación.
Esta objeción la puedo encontrar a modo de ejemplo en este parágrafo
“El hombre al que se le llena la boca nombrando a la realidad, siempre llega a ella desde la no realidad. La persona desde su nacimiento es constructora e interpretadora de su propio mundo y de su propia realidad, no como individuo y si como ser relacional consigo mismo, con su mundo y con su creador.
Si solo fuera nombrándola no habría ningún problema, pero lo erróneo está en atribuirle a la realidad conceptos impropios que nos la aísla. No obstante, este aislamiento conceptual no nos saca de la realidad. Por esto se puede decir aquello de que a la realidad se llega mediando lo irreal, eso sí, pero nunca, desde fuera, desde la no realidad.
Y sin ir necesariamente muy lejos de esta idea, entraré en otro punto del cual también disiento, pero siempre, cariñosamente como usted sabe.
Se trata del concepto de religación. El carácter religante del término no nos llega de ninguna religión, nos viene de la realidad misma, es decir del poder de lo real que las cosas nos muestran al hacer con ellas nuestra vida. La realidad de las cosas nos tiene religados, de ahí se abre la posibilidad del hecho religioso. Es, pienso, en este orden que debe considerarse tal cuestión.
Conceptualmente hablando la vinculación y no la religación es lo propio de la religión
Un cordial saludo
Mi querido Antonio Llaguno, aprecio tu comentario no solo por tu atención prestada al mismo y tu interés en volver sobre él. A mi me pasa lo mismo que a tí cuando releo lo previamente escrito, siempre encuentro una forma distinta para expresar lo que escribo, nunca me quedo satisfecho. Ya lo he expresado al principio del artículo al enfatizar la grandeza y miseria de querer hablar de temas esenciales que escapan a la tiranía de toda demostración y que dejan un gran espacio interpretativo para quien ose entrar en los mismos. Espacio que siempre suele ser enriquecedor por quien lo interpreta y que como es en tu caso que también invita a ser reflexionado. Intento huir de la rigidez y el encajonamiento de toda demostración que siempre coarta la libertad de expresión y que sin embargo a muchos deslumbra perdiéndose el acceso a esa realidad que no se ve, no se toca y escapa a la lógica de una razón encerrada en sí misma.
Gracias nuevamente.
Me cuesta seguirte a veces, Mariano.
Pero me pasa una cosa muy curiosa (Ya me pasó leyendo el artículo anterior sobre el dolor y la persona) y es que en medio de la lectura de una reflexción que, a veces, se me escapa, de pronto llega un “flash” de comprensión, una frase que me encaja en un agujero de mi mente o mi pensamiento y da sentido a otra reflexión que, al ser mía, es más sencilla que la que tú estabas proponiendo pero que se refiere a las mismas cosas que tú estabas tratando (Espero no haber hecho una frase incomprensible).
En este sentido, hay en este artículo algunos “tips” (Que dirían en México) que me resultan muy interesantes.
El concepto de libertad, inherente al acto creador, y que, inevitablemente implica no solo la libertad del creador sino también la de la criatura.
El concepto de experiencia de fe como único modo de acceso al creador y de la fe propia como adhesión libre y voluntaria a esa experiencia de Dios.
La condición de complementarias de Ciencia y Fe y la fuerza que tienen juntas siendo “mucho más que dos”.
La condición de la criatura como “acabador” del acto creador de Dios y por lo tanto su responsabilidad en redondear el acto creador con su influencia en el Mundo (¿Habrá algún ecologista modreno que se plantee esto?)
Y mas (Habra que releerlo más de una vez)
En fin que, como todo buen pensador, lo que me proporcionas con este artículo son cosas en lo que pensar y eso se agradece siempre.
Gracias