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Persona, entre el dolor y el sufrimiento

Es tradición de ATRIO reservar el martes para una reflexión sobre un tema más profundo: la relectura del NT que propone Santos o un tema que nos lleve a reflexión profunda. Este es el caso de lo que hoy nos ofrece Mariano. Él no nos escribe -como con frecuencia hace algún otro- para mostrar lo que sabe y los autores cuyos libros llenan su biblioteca. Ofrece  sus reflexiones con sencillez, sin citar autoridades, con la invitación a seguir nosotros esa reflexión y aportar nosotros lo que nos ha sugerido. Esta vez se plantea los binomios existencia-vida, creación-libertad, dolor-sufrimiento, persona-comunidad. ¡Vaya temas! AD. 

Entre la vida y la existencia

La Persona es el único ser de la naturaleza que entabla un diálogo entre estas dos realidades y entre los que media un abismo, el abismo que media entre la existencia y la vida, entre la contingencia de la existencia y la trascendencia de la vida, entre lo fáctico y el sentido, pues vida y existencia no son lo mismo. La vida es el a priori de la existencia, por lo que la vida es patrimonio del Creador de la Vida y la existencia es patrimonio del ser creado desde la libertad creadora, la persona. De la vida responde su Creador, de la existencia su sufridor, la persona.

La existencia es la respuesta responsable al don recibido de la vida, don ofrecido en libertad para ser respondido también en libertad, es decir en responsabilidad, atributo exclusivo de la libertad. Sin libertad no hay responsabilidad. La libertad otorgada a la persona en su existencia le dota de singularidad, de mismidad y de autoposesión. La libertad expande el ámbito del individuo al de persona.

Quien ante el dolor y el sufrimiento opta por quitarse la vida, intenta fallidamente usurpar un poder del que carece estructuralmente por su propia naturaleza, se equivoca en lo que pretende conseguir y solo consigue retirarse de su forma de estar existiendo, pero no de su vida y además carece de experiencia, razones y evidencias que avalen lo que pretende.

 

El sufrimiento, dolor existencial

Todo dolor es la manifestación de un desorden que afecta a la estabilidad de todo orden en la naturaleza. La persona, ser que teniendo naturaleza no es naturaleza, también participa de dicho desorden, pero debido a su carácter dimensional distinto al de aquella, a su carácter de tránsito entre lo factico y el sentido que trasciende a toda contingencia, el dolor es experimentado en esta doble dimensión. El dolor queda adherido a su estar contingente en forma de dolor físico, dolor estructural, y a su ser trascendente en forma de dolor existencial, el sufrimiento, abierto a su libertad. Ambos tienen un origen común, el desorden, el mal orden. En la persona el mal es la causa primera de su dolor y de su sufrimiento. No hay que confundirlos, cada uno tiene su etiología, aunque casi siempre vayan juntos, mejor dicho, siempre deberían ir juntos ya que la persona es realidad única e íntegra en sí misma y cuando esta situación no se da, la persona padece inconscientemente un déficit existencial.

El mal desorienta a la persona en la profundidad de su ser que busca ese sentido incoado en el origen de su existencia para que llegue a ser lo que debe ser y no ser lo que no debe ser, por lo que ambos dolor y sufrimiento, se funden en una unidad de sentido, en unidad de destino, aunque se puedan experimentar con distinto grado de intensidad y de matiz, y así resulta que ambos adquieren el carácter de ser su existencial de primera magnitud.

 

La fe busca el sentido de la propia existencia

Existencia, dolor y sufrimiento entran indisolublemente a formar parte ineludible del sentido de su existencia y no hay ciencia, ni  filosofía, ni razón que lo puedan explicar, es más ni la teología que siendo consciente de la profundidad abismática de tal misterio, “mysterium iniquitatis”, y por tanto inexplicable en su última esencialidad, no le dedica ni un minuto a buscar razones explicativas, pero sí a indagar de cómo le es posible creer en ese transcurso de la existencia a la vida desde la experiencia inevitable del dolor y el sufrimiento, en  cómo es posible tener fe a pesar de los pesares.

Sin sufrimiento el hombre no movería ni un dedo, no le haría falta encontrar ningún sentido para vivir, le bastaría con su instinto de supervivencia, él colmaría toda su existencia, incluso su tiempo sería un tiempo sabor para saborear su existencia y no para saber lo que no precisa, incluso la ciencia y la técnica serían superfluas. Nadie puede imaginar en términos de realidad una existencia sin sufrimiento, la persona carece radicalmente de tal experiencia. Un mundo sin sufrimiento es vana ilusión, una pérdida de tiempo, un tiempo perdido en el absurdo, en lo irreal. No hay nada ni nadie en el Cosmos que esté libre del mal, del desorden. La vida inorgánica lo expresa a través de la segunda ley de la termodinámica, la entropía, el caos, los cataclismos. La vida orgánica a través de los procesos oxidativos (entropía orgánica), degeneración, degradación, enfermedad, muerte. La persona, además de con los dos anteriores con su propia entropía, una entropía antrópica que es su forma de vivir, pero con un matiz diferenciador, es el único ser que además de sentir el sabor amargo del sufrimiento, sabe que sufre y este saber sin poder sobre él, constituye el mayor de todos los sufrimientos.

Querer zanjar la cuestión afirmando que el mal es una limitación inherente a la finitud de todo lo existente desde un punto de vista racional o metafísico, podría ser más o menos irreprochable, pero sin ninguna practicidad desde el punto de vista existencial. ¿Quién dejaría de sufrir por la pérdida de un ser querido o ante un dolor incurable que le subsume aparentemente en la inutilidad existencial, leyendo o escuchando explicaciones engelsianas en términos de necesidad biológica por muy convincentes que sean racionalmente?

El dolor y el sufrimiento afectan tanto al creyente como al no creyente, pero la actitud frente a ellos es muy distinta. El no creyente lo afronta como problema, confía en su razón y en su técnica como medios que poco a poco podrán con ellos y que en situación límite nada le impide optar por quitarse de enmedio, con lo que su racionalidad crítica (en este caso acrítica) se resigna más fácilmente que la racionalidad del creyente, racionalidad cálida que se escandaliza ante las indignidades de la existencia y le lleva a sondear lo que está más allá de todo problema, el misterio de su existencia, de su sufrimiento, le busca sentido, lo integra en el sentido de su existencia.

Querer suprimir el dolor y el sufrimiento en la persona es como querer suprimir a la propia persona. Cuando el dolor se nos presenta con una cierta intensidad, nada más parece existir, solos él y yo, ¡él, dominante y yo, atrapado!, sin salida y con un solo deseo en el que sólo existe un monólogo que roza el mutismo, sólo deseo desesperado, sin razones con mi sola voluntad frente a mi debilidad radical. No me queda nada más, mi voluntad y mi yo. Solos ante el peligro.

La voluntad que se abre a la libertad y no al poder, abandona toda razón, abandona toda creencia, no las elimina, pero no las absolutiza, las trasciende abriéndose al misterio de la fe, que es donde reside el germen de la libertad. La libertad trasciende a todo razonamiento y a toda algoritmización del mismo, bien sea como producto de una mecanización en una llamada inteligencia artificial o bien en unas reglas y pautas de conducta en las que estén ausentes el dolor, el sufrimiento, el amor, la muerte y por tanto el sentido de la vida que va ineludiblemente unido al sentido de la responsabilidad frente a todo dolor y todo sufrimiento, no responderán al fin por el cual la persona logre acceder a esa transformación que le libere del mundo de la necesidad para vivir la libertad. No puede haber ética personal sin referenciarse a la libertad.

 

Persona, libertad y ética

Fuera de este contexto parece lógico que surjan expresiones sin sentido, como la de que “las religiones demandan una algorética”, cuando las religiones no pueden demandar nada, no son sujeto de nada, en todo caso son sus adeptos, las personas, las que si tienen la capacidad de demandar  algo y que como en este caso es el de una algorética, neologismo que intenta integrar una conducta ética, conducta propia y  privativa del ser persona, ser in-objetable abierta a su propia realización en libertad, en un algoritmo matemático que es un razonamiento objetivable, medible, cuantificable, determinable y sujeto a la relación de causa-efecto con todos sus grados de libertad limitados, encausados, que por infinitas que sean sus posibilidades no dejan de ser limitaciones infinitas, pues una suma infinita de infinitesimales siempre es infinita, que es la radical expresión de todo determinismo, contrario radicalmente a la libertad. Son las personas religiosas ancladas a creencias quienes confunden a éstas con la fe, quienes realizan buenista y equivocadamente tal afirmación. Las creencias fijan, la fe libera. En las creencias estamos en la fe nos damos, nos entregamos y esperamos confiada y activamente, no pasivamente. La fe dinamiza, nos obliga constantemente a salir de nosotros mismos a no quedar atrapados en el determinismo de toda la creencia. La fe es nómada, la creencia no. La fe es camino, la creencia puerto. La fe es deseo de libertad, la creencia es deseo de satisfacer la necesidad.

Convertir la libertad en una ética racional, es querer desnaturalizar a la esencia del ser persona, es un intento de racionalizar lo irracional, de comprimir lo incomprimible, de objetivar lo inobjetivable, de encadenar lo incadenable….

No hay ética sin libertad. La ética que surge y se expresa como resultado de unos patrones de conducta ajustados a un consenso normativizado por leyes o costumbres, no llegan a ser la genuina expresión de la verdadera naturaleza del ser persona cuya relación con sus semejantes, con el mundo y con su creador, no puede ser normativizada al igual que la relación de la persona consigo misma tampoco puede serlo. La persona es un hervidero de libertad desde su concepción. La libertad es quien le muestra a la persona el mundo de la necesidad, el mundo del dolor, del sufrimiento, de la carencia para que libremente los integre en su capacidad recreativa y los sublime liberándolos y liberándose, trascendiéndolos y trascendiéndose en una praxis regenerativa, autodonativa, cumpliendo así el verdadero sentido de su existencia, oyendo y respondiendo al don ofrecido de su vida, que le es ofrecido en libertad para que en libertad le responda entregándose amorosa y libremente, sin condicionamientos de ningún tipo, reconociéndose en Él, entregándose a Él que le llama y se le ofrece en Persona para que libremente se reconozca como persona. Ese será su Universo y no su metaverso. El primero es un universo personalmente ofrecido en espera de ser aceptado o rechazado, el segundo pretende ser un universo construido con su poder y no con su libertad ofrecida y despreciada.

Sin libertad la persona no despegaría de la naturaleza, sería feliz en su existencia natural al no conocer la radicalidad de su limitación, su sufrimiento estaría restringido a su necesidad insatisfecha, de ahí la voracidad que presenta todo ser natural sobre todo ser de la naturaleza. Su relación es una relación depredativa que limita con la muerte que no es muerte, que es extinción como medio regenerativo que garantiza nuevamente el surgimiento de una nueva naturaleza en nuevas formas, pero con el mismo fondo, el de la necesidad, por eso la naturaleza no precisa conocer ni la muerte ni la vida, ambas son su forma de existencia.

La muerte es quien nos enfrenta a la libertad, la muerte es demanda de libertad rescatándonos de la naturaleza no persona. La muerte nos muestra la necesidad de la vida que la naturaleza tampoco conoce y tampoco precisa.

 

La persona con fe, integrada por amor en la comunidad, supera la muerte

Vida, existencia, dolor, sufrimiento, responsabilidad, muerte y libertad son atributos exclusivos del ser persona, pero en un dinamismo distinto al de la naturaleza.

Andrés Ortiz-Osés en su libro “Actitudes ante la Vida”, hace mención a tres posibles actitudes frente a la irracionalidad del mal: La optimista, que se cree capaz de hacerle frente pero que acaba siendo una actitud buenista que sucumbe de forma acrítica ante la irracionalidad del mismo. La pesimista, que acaba asumiendo que el mundo en si es esencialmente malo, punto de confluencia del pensamiento trágico griego con el pesimismo de Schopenhauer y con el del existencialismo absurdo de Sartre en el que la muerte, expresión radical de todo mal, nos engulle poco apoco a través de los límites, obstáculos, enfermedades y sufrimientos de nuestra existencia. La de un optimismo trágico, la que él considera más correcta, en el que el bien debe abrirse al mal para transfigurarlo y el mal al bien para sublimarse, acabando diciendo que, “No podemos superar el sentido del mal, pero sí supurarlo”, expresión esta última que a mí personalmente me deja en una situación inconclusa, como si tuviésemos finalmente que abandonarnos ante el mal pasivamente al no ser capaces de afrontarlo activamente, además del dualismo que introduce entre el bien y el mal en una dialéctica entre contrarios en los que la muerte tiene la última palabra, pues así dice que: “La muerte se sitúa en el umbral de la superación/supuración del mal, ya que nos traspasa del tiempo a la eternidad “, y continúa con las siguientes expresiones, “La vida es así la espera de la muerte”, ” En este contexto de límite o frontera, la esperanza ya no es un mero placebo para el hombre… sino la puerta abierta a la transcendencia”, “No se trata por tanto de la lucha de la vida contra la muerte, sino de la lucha de la vida con la muerte: la lucha de la vida a través de la muerte, atravesando la muerte”. (pag146 “Actitudes ante la vida”, colección Persona, n º 52 IEM.).

Si bien intento entenderlo yo lo expresaría de otra forma porque la vida no puede ser la espera de la muerte, la vida es previa a ella y a toda realidad. La vida no tiene frente a si a la muerte en su origen porque no tiene origen, ella es el origen de todo origen. No hay dualidad en su seno y no entabla ninguna lucha ni con, ni contra la muerte. Es la existencia a través de la persona concreta quien se enfrenta a su muerte y es precisamente la forma de enfrentarse a ella donde la persona y no la muerte, es quien tiene la última palabra.

Esta superación/supuración debe ir acompañada por un acto de libertad ejercido activamente por la propia persona. Precisa de su propio impulso además del que le viene por la gracia de Quien le libera definitivamente y le tiende la misma mano de cuando le trajo a la existencia y quedó paciente y amorosamente a la espera de que también su creatura le extendiese la suya, libremente, sin obligación, por su voluntad propia, reconociéndose plenamente en Él como quien le da la Vida.

La muerte, mejor dicho, el morir, no está al final de la vida sino al comienzo del existir, porque la persona es el ser que bien pronto sabe de su morir. La muerte no puede tener realidad objetiva porque la muerte es privativa del modo de morir de cada persona. El mayor derecho y la más excelsa tarea de toda persona en su existencia consiste en vivir su muerte, que es anticiparse a ella para que no sea ella quien tenga la última palabra de su existencia, sorprendiéndole y dejándole sin palabra. La persona que la incorpora en su existencia no solamente de forma intelectiva, también biográficamente, relacionalmente, práxicamente, activamente con todos sus semejantes y con todo lo existente, es quien le da sentido a su existencia, a su dolor, a su sufrimiento, y a su vez a toda existencia, a todo dolor y a todo sufrimiento, fundamentándolo en una esperanza sólida, plena de sentido.

En este acto final, el hombre persona completa así el Acto de la Creación, acto que, por ser expresión libre de la LIBERTAD ABSOLUTA, esperó y espera a que cada persona libremente se reconozca en Él. No quiso y no quiere hacernos esclavos suyos, no somos hijos de la necesidad, nos quiso y nos quiere como hijos partícipes de su Vida, para lo que no escatimó nada. Él mismo en Persona se hizo Hijo y nos mostró el camino. Se nos entregó sin condición alguna, ni ética, ni moral, dándonos la libertad absoluta para aceptarle o rechazarle. ¡Tremenda Libertad!

 

 

 

11 comentarios

  • M. Luisa

    Para aportar un poco de claridad a lo comentado por mí anteriormente  y sin alargarme demasiado, de entre todo el  artículo, me detengo en ese comienzo de párrafo donde se lee:

     

    La muerte, mejor dicho, el morir, no está al final de la vida, sino al comienzo del existir, porque la persona es el ser que bien pronto sabe de su morir. La muerte no puede tener realidad objetiva porque la muerte es privativa del modo de morir de cada persona. El mayor derecho y la más excelsa tarea de toda persona en su existencia consiste en vivir su muerte, que es anticiparse a ella para que no sea ella quien tenga la última palabra de su existencia”

     

    Pues bien, considero que para  entender o asimilar, absorber, mejor, la experiencia  que nos da a conocer Ana con el contenido   del presente artículo nos será imprescindible ciertas guías teóricas por más que nos resistamos. Respecto a la conformidad o armonía de las experiencias humanas y sus variables  existentes en ellas, nos es imprescindible un mínimo de marco teórico no a priori, como  si se tratase de un experimento, sino a posteriori.

     

    Por ejemplo ¿Por qué esa rectificación al principio del parágrafo? ¿Por qué sustituye  la sustantivación de “la” muerte  por el “acto” de morir?   Pues a mi modo de ver porque la realidad no es objetiva   y, por tanto, el acto de morir como hecho real dependerá de la subjetividad sustantiva de la persona, pues ella sí que la posee plenamente.

     

    Y cuál es entonces aquí la teoría que ha de servirnos  de quía para interpretar lo que el autor nos quiere decir? En principio no haría falta,  como así al parecer no la necesitó Ana  al vivir la experiencia por sí misma, sin embargo, no cabe ninguna duda de que ella, sin saberlo superó   en la práctica una teoría que nos viene de lejos a saber: la teoría de la sustancia aristotélica. ¡Este es el verdadero problema que tanto cuesta entender!

     

    Nota: me he referido a la muerte, pero   lo mismo   para el sufrimiento

  • Santiago

    Psicológicamente no estamos preparados para este acto final de la vida..ya que nuestra existencia es vida…y nuestros deseos infinitos nos están indicando que la vida es permanente y no aceptamos desaparecer totalmente.

    Pero en la muerte podemos pensar que la vida se acaba para siempre…y esto es incompatible co͏n nuestro origen espiritual…puesto que el espíritu humano está destinado a la eternidad …y los seres que salieron de la “no-existencia” se resisten con fuerza a la posibilidad de volver a ella.

    Solo la fe puede dar sentido y aceptación al acto de morir sabiendo que existe Amor misericordioso en la esperanza cierta de que lo encontraremos al final. Lo demás nos llevaría al naufragio de nuestra libertad personal, porque  sabríamos que, en definitiva,  no escogimos bien.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

  • ana rodrigo

    Yo, por un lado no tengo estudios específicos de sicología o filosofía y, por otro lado, tengo mucho pudor en manifestar determinadas experiencias, personales. He tenido una buena maestra que ha sido la vida misma, ésta ha sido mi fuente de reflexión y de información para no tropezar demasiadas veces en la misma piedra.

    Yo diferencio dos conceptos claves para afrontar los malos momentos de la vida: una cosa es el dolor y otra es el sufrimiento. El dolor, ya sea físico, mental o emocional, te viene dado por alguna causa externa, no deberíamos generarlo nostr@s mism@s. En cambio el sufrimiento sí es subjetivo, diríamos que es el cómo gestiono yo mi dolor, y, realmente los resultados son muy sorprendentes. Diríamos que éste último depende de tu estar ante la vida que te lleva a una manera de orientar la  cotidianeidad, a base de muchas sumas…

    La muerte es otra cosa, segura para todo ser vivo, y ante la cual nada podemos hacer. Otra cuestión es la muerte de un ser querido y el dolor y sufrimiento que produce.

    Sobre todo, CARPE DIEM

     

  • M. Luisa

    Claro, Mariano seguro que tod@s antes de convertir nuestras experiencias en formulaciones teóricas queremos compartirlas meramente expresándolas, pero esto que sin duda sería para nosotros  lo más auténtico, está comprobado que solo así no logramos darles un sentido unitario.

    Y esto se debe a que, como he señalado antes,  generalmente se piensa que  la realidad es objetiva. Es decir, objetualizamos  la realidad que  nos ha dado al  sentir tal cosa o tal otra previamente (por ejemplo, el amor mismo) y así no es posible tener experiencia ninguna de ellas y mucho menos poder  consensuarlas con los demás… bien lo dejo aquí pues  me doy cuenta que lo escrito a pesar del tiempo  empleado adolece de claridad necesaria.

    Un saludo cordial

  • Antonio Llaguno

    Me pasa un poco como a Ana Piera. No estoy seguro de haber entendido todo lo que expone Mariano.

    Ójala lo haya entendido, porque en mi limitado entender, sí he podido captar ciertos “tips” (Que diría un mexicano) que o bien son esclarecedores o bien son merecedores de una reflexión interesante para mi.

    En primer lugar sí quería decir que, en mi modesta opinión, desorden y mal, que en muchísimas ocasiones van de la mano; no tienen porqué ser uno a causa del otro (En cualquiera de los dós sentidos posibles).

    El desorden puede ser bueno. Un orden “excesivo” es “malo” en mi opinión. Los seres humanos tendemos a llamar bueno a lo que es “cómodo” y malo a lo que es “incómodo”. El desorden es incómodo pero no por ello es malo.

    Por poner un ejemplo. La dictadura franquista (Podemos usar la soviética y será una reflexión parecida) fue intrínsecamente mala, en mi opinión, pero muy ordenada y el periodo que le sobrevino de Transición fue mucho más “desordenado”; pero fue “mejor”. Lo mismo podemos decir de la “Perestroika”, aunque ahora Rusia haya vuelto al orden y al mal (Y es que a diferencia de la Entropía, el mal y el bien si son reversibles)

    Esto puede parecer una puntualización baladí, poco importante; pero es muy determinante en mi opinión para uno de los conflictos que existen hoy entre la grey católica. La “Doctrina”, el “dogma”, la “tradición”, los ritos y liturgias clásicos, ofrecen al fiel “certezas”, es decir le ofrecen “orden” y siguiendo el razonamiento de Mariano (Si es que lo he entendido bien) le limitan la “Libertad”, porque la “Libertad de adhesión”, es decir la libertad de adoptar un esquema cerrado completo o no hacerlo, no es una verdadera libertad sino una libertad enmascarada, es decir una libertad prisionera.

    El empleo del término de “Entropía” tampoco es excesivamente comprendido por mi en este concepto, porque la Entropía nos permite estar vivos y por lo tanto no es mala. Pero es que en realidad la “Entropía” no es la medida del desorden de un sistema (Esa es una manera de explicarla que hace el concepto algo más comprensible) sino el número de microestados compatibles con el  macroestado de equilibrio de un sistema, cosa que si puede ser descrita como desorden pero que en el fondo no lo es, es multiplicidad, es variedad, es alternativa es, en el fondo, Libertad como el propio Mariano concluye.

    Es decir y tomando la definición de forma libre, cuantas más formas tengamos de llegar al estado de equilibrio, mas libertad tendremos, más “entrópico” será el sistema y en mi opinión, sólo en mi opinión, mejor; aunque más incómodo y a primera vista más desordenado.

    Por eso la muerte es necesaria, por eso el dolor existe. Porque en mi opinión, el dolor no es más que la respuesta psicológica que el ser humano tiene a lo “incomodo” (No necesariamente a lo malo).

    La muerte es incómoda, porque coloca al ser humano en una situación de incertidumbre. No sabemos que hay “después” (Y aquí el término “después” tiene su miga, también) y eso nos produce, al afrontarla (Ya sea la propia o la de un ser querido) dolor y ese dolor a veces, es insuperable.

    Eso no se puede evitar. El dolor va a existir. Porque para que no existiera, deberíamos “saber” y por mucha fe que tengamos, nunca sabremos (Al menos hasta que demos el paso de traspasar la propia muerte y de nuevo aquí los términos relativos al tiempo como “hasta”, “dar el paso” o “traspasar” vuelven a tener su miga).

    Otra cosa es como afrontemos el dolor.

    Se puede afrontar como nos mostro uan Pablo II en sus días  finales. Muchos cristianos lo tienen como ejemplo de como se afronta el dolor.

    Yo no. No del todo, al menos.

    Yo prefiero recordar un pasaje cortísimo (Casi un fotograma) de la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson: Cuando Cristo, portando la cruz, tiene una violenta caida (Y la película no nos evita violencia, precisamente para incomondarnos y producirnos un dolor empático con el personaje) y su madre sale corriendo, superando a todo el mundo, para acoger en sus brazos a su hijo (Con ese “flashback” precioso de la madre joven corriendo a recoger a su hijo, niño, que se cae jugando), Cristo la ve, la reconoce y le dice “Madre, yo hago que las cosas cambien”. ¡¡¡Pura Libertad!!! ¡¡¡Pura entropía!!! ¡¡¡Puro dolor!!!

    Yo prefiero pensar que Dios ya ha respondido al clamor de los seres humanos pidiendo remedio al dolor. Nos ha mostrado el camino con Cristo. La respuesta de Dios es que nosotros, cada uno de nosotros, haga que “Las cosas cambien”. Que el remedio de ese dolor, que no podemos evitar, es que exista un hermano o hermana que nos ayude a superarlo a soportarlo (Y viceversa). Que no hay que buscar a Dios en el Terremoto de Turquía o en la Guerra de Ucrania, sino en los hombres y mujeres (Y los estados) que, sin más, se han puesto a disposición de los damnificados y están allí para socorrerlos. Como los misioneros de África o la India, como Maximiliano Kolbe cuando se cambió por el condenado a muerte, como Oscar Arnulfo Romero cuando, dos días antes de ser asesinado, declaró a un periodista que perdonaba y bendecía a sus propios asesinos. Que no hay que ofrecer a Dios ningún dolor, que hay que acompañar a los hermanos a superarlo.

    No soy masoquista. No me gusta el dolor. Ni el propio ni el ajeno. Ni tampoco la incertidumbre. Como cualquier ser humano, prefiero el calor de la chimenea, con la mantita en las piernas y el perrete a los pies.

    Pero el mundo que nos ha regalado Dios, es incierto, es entrópico y hay que vivirlo como es… porque precisamente por ello es maravillosamente libre.

    Y nosotros con él.

    Pido perdón a Mariano por mi atrevimiento a comentar de esta manera, pero es lo que me salió de dentro.

     

     

     

  • M. Luisa

    Apreciado Mariano, siempre te leo  con  gran admiración, pero no siempre dispongo de tiempo suficiente para hacer una reflexión comentada digna de tus escritos. Ana, a quién también la sigo, me conmueve con lo que de sus experiencias y maestría nos da a conocer.

     

    Esta mañana repasando unos apuntes que tomé de un artículo anterior tuyo – creo que hará cosa de un año – me he detenido a repasar los comentarios que había en él.  Por lo que me he encontrado con una amable objeción que se me hacía por parte de alguien muy querido en este foro. La cual cosa me ha servido como de empujón para que, de alguna manera y dentro de lo que me sea posible, verter un poco de luz   en algo que me parece crucial tanto aquí como en otros contextos.

    Por mi parte, puesto que Ana, ya nos ha facilitado  mediante su propia experiencia el quid de la cuestión, intentaré explicitar  su  base –acaso teórica?- en que la misma está sostenida.

     

    Pues bien, la persona a la que antes me he referido tras haber yo afirmado que realidad y sentido son inseparables,  me decía que él creía que si bien la realidad es objetiva, cada cual la percibe de modo distinto y por eso añadía que no veía cómo podían identificarse realidad y sentido.

    Lo primero que había que preguntarse  si la realidad es objetiva  o lo objetivo de ella es lo que nos queda en nuestro modo de pensar, ¿No será acaso  lo que precisamente limita nuestra intelección hacia lo real?.  Claro, tampoco se trata de identificación sino de fundamentación. Es decir, no se trata de que a nuestra inteligencia le asignemos la función de lo identificable  en ella, sino que en la intelección profunda,  al fundirse ambas  será  esa unidad la que nos fundamente.  No se trata, pues, de identificación sino de fundamentación.

     

    Un saludo cordial a ambos, a Ana y a mariano

     

    • M. Luisa

      Rectificación.. según se lea el último párrafo  -lo dejo mejor así…Lo primero que había que preguntarse  si la realidad es objetiva  o lo objetivo de ella es lo que nos queda en nuestro modo de pensar, ¿No será acaso  lo que precisamente limita nuestra intelección hacia lo real?.  Claro, tampoco se trata de identificación sino de fundamentación. Es decir, no se trata de que a nuestra inteligencia le asignemos la función de identificar en ella esa unidad de realidad y sentido,  sino que en la intelección profunda  al fundirse ambos carácteres  será  esa unidad intelectiva la que nos fundamente en ella.  No se trata, pues, de identificación sino de fundamentación. Creo que se entiende mejor así. 

  • mariano alvarez valenzuela

    Gracias querida Ana Piera. Su reflexión en torno a este artículo me ha vuelto a sorprender por dos motivos:

    Primero por su agudeza introspectiva hacia mi persona, al interpretar mis vivencias en este artículo mío muy alejado de todo formalismo teórico, y que a su vez siento cómo me va desnudando y mostrándome a mí mismo mis interioridades a la vez que engrandeciéndolas con las suyas y compartiéndolas en este espacio que Atrio nos ofrece.  Cuando escribo nunca pretendo convencer, pretendo compartir lo que siento más que lo que se, en un intento de recibir respuesta también en la misma línea, como lo es en su caso. Podría añadir que en principio escribo para mí mismo, para enterarme y encontrarme en esa profundidad misteriosa y novedosa en la que las palabras se desvanecen conforme se acerca al sentido y la razón de la existencia, de toda existencia, y que a la vez preciso compartirla con la palabra  y testimonio de otro que llegue a más allá de mi propia palabra y mi propio testimonio.

    Segundo porque me ha estimulado a seguir compartiendo más reflexiones, pues no son muchos, y muchas vece los muy próximos, los que se sientan interesados en hablar y compartir sobre estos temas esenciales en la persona y que tanta transcendencia tienen en la forma  en que construimos el mundo en el que existimos.

    Gracias Ana, con su respuesta me ha dado más de lo que yo he aportado. Mi objetivo ampliamente se ha cumplido.

    • M. Luisa

      Mariano, acabo de descubrir tu comentario al poner el mío, quiero decir que todavía no te he leído , lo haré de inmediato!

  • Me obligo a escribir un post, por respeto a la persona que dedica un tiempo -no sé cuánto, pues cada cual conoce sus procesos-, porque creo que así expreso mi gratitud hacia quienes se desprenden de sus ideas y trabajo para compartirlas. Tengo la certeza de que no siempre se hace por generosidad, pero si son reflexiones productivas, las acepto junto al ego de sus creadores. Aunque no me parece así en el caso de Mariano Álvarez que, a cada tanto, nos muestra ese candil encendido. Y anotaba que me obligo a poner un post, porque en realidad lo que más me estimaría sería guardarme el texto impreso, dejármelo junto a ese montón de documentos valiosos, reseñas de interés y textos en pequeño formato de los que me sirvo, píldora a píldora, para aprender. Pero si me guardo el papel, solo para mí, entonces tal vez Álvarez Valenzuela y otras muchas personas, piensen que no les leyeron o que su trabajo no alcanzó, para bien, a otro ser humano.
    Así que, como es mi hábito, le hice una lectura en diagonal y reparé en lo que decía sobre la muerte. Este acto final en el que la persona completa así el Acto de la Creación, y añade “acto que, por ser expresión libre de la libertad absoluta, esperó y espera que cada persona libremente se reconozca en Él.” Así entiendo yo también la muerte. Y así creo practicarla cada noche, cuando el sueño me arrastra hacia esa pequeña muerte y me ha permitido, hasta ahora, percibir la novedad de la vida al despertar cada mañana.
    Pero heme aquí con mi gran dificultad. Porque en mi incompletitud, todo eso que creo entender y aceptar de mi propia muerte, se me escapa cuando se trata de la muerte de mis otredades. Todos esos que se han ido marchando y me han dejado envuelta en una orfandad tristísima, porque por más que lo tenga aceptado, no consigo liberarme de la fuerza de mi pesar que vuelven mis ojos en lluvia.
    Después de la descarga de esas aguas saladas, me reconforto y los reconozco a cada uno en su lugar. Soy yo la que sigue en esa permanente búsqueda de sentido como señala Mariano: “existencia, dolor y sufrimiento entran indisolublemente, a formar parte ineludible del sentido de su existencia y no hay ciencia, ni filosofía, ni razón que lo puedan explicar […] ni teología tampoco”.
    El texto de Álvarez bien podría leerse por sus párrafos independientes porque, aunque siga una lógica en su recorrido para mantener el sentido que expresan, podrían quedar aislados y ser por sí mismos, inicio y fin de un enunciado valioso. Así me lo parece, porque en la segunda lectura, cuando ya había subrayado, coloreado y anotado al margen, me anoté unas aclaraciones junto a su expresión de “mal orden”.
    La anotación estaba referida a mi experiencia. Porque el dolor físico me muestra mi pequeñez, mi actitud ante él, el sufrimiento -por un devenir que desconozco- me sitúa ante la opción personal de trascenderlo y, es entonces, cuando puedo autopercibirme en esa realidad única que soy. El dolor físico es mi maestro para ejercitarme en mi trascender. No lo busco, viene cuando quiere, me invade, me imposibilita, casi resta mi mismidad y, o lo trasciendo o me hundo. Es mi elección trascenderlo y para ello llamo a mi paciencia, esa que todo lo espera. Y en ese estar transcurre el tiempo, el dolor me abandona y la vida sigue y con ella, desde la racionalidad cálida –cómo me ha gustado esta expresión de Mariano- sigo “escandalizándome ante las indignidades de la existencia” en busca de sentido. Siempre sondeando por el alrededor de este existir. ¿Quiénes son, qué me piden, qué doy? Porque todo esto que en mí acontece, no sucede en solitud sino rodeada de otros como yo que también buscan, aunque a veces parezca que nunca llegaremos a un acuerdo porque el sufrimiento, el dolor y la búsqueda de sentido para unos o razones para otros, siempre podrá parecer que nos distancia aunque en realidad nos irá acercando, pues somos de la misma naturaleza.
    Pero nada de esto podría discurrir por mi vida sin fe. Y del texto rescato un símil que me ha parecido conmovedor: la fe es nómada, la creencia no. La fe es camino, la creencia puerto. La fe es deseo de libertad, la creencia es deseo de satisfacer la necesidad. Y digo conmovedor porque queriendo vivir el nomadismo de la fe y compartirla, he de aceptar que muchas veces lo que me encuentro es a mí misma junto a un gran gentío en busca de puerto seguro. Y cómo avanzar así. Sin ellos apenas daré unos pasos. Con ellos daré vueltas y más vueltas por las tabernas del puerto. Si al menos entendiera la recalada en puerto como describe Joseph Conrad, en El espejo del mar, cuando narra que la recalada en puerto puede ser buena o mala, pues si se ha avistado tierra en la demora esperada, entonces esa recalada es buena, pero sus enemigos: las brumas, las tormentas de nieve, temporales con abundancia de nieves y lluvia son los enemigos de las buenas recaladas. Así que no toda llegada a puerto será señal de haber llegado el mejor lugar y tal vez sea mejor aceptar el permanecer sobre la espuma del mar en permanente movimiento.
    No quiero cerrar este post sin señalar la interpretación que hace de un autor que cita, sobre la supuración del mal. El término aquí rescatado por Álvarez para señalar que la espera de la muerte irá acompañada por un acto de libertad ejercido activamente por la persona, me ha sugerido la imagen del acto volitivo por el que la persona herida se va limpiando, dejando extraer de sí, esos exudados que contaminaron el espacio corpóreo y sería como otro dolor más supurado y trascendido, aunque en este caso del alma.
    Gracias, Mariano Álvarez. Creo que ahora ya puedo guardarme el texto con los subrayados para leerlos con calma cada vez que quiera volver a situarme en el dolor y el sufrimiento para encontrarme integrada por amor en la comunidad y superar así la muerte.

  • ana rodrigo

    Para mi nivel, este artículo me resulta muy difícil de comentar y muy complicado de entender, pues no se puede aislar una frase o un párrafo de su contexto ya que puede ser que se le haga decir lo contrario de lo que el autor dice.

    Por eso voy a hablar desde mi manera de ver la vida, el dolor, el sufrimiento, la muerte, mi fe a-religiosa y religiosa, Mis conceptos, mi manera de expresarlos y mi reflexión, quizá, o sin quizá, sean muy básicas, lo reconozco, pero son como yo lo que vivo y como yo sobrevivo.

    Creo que cada ser humano ocupamos un espacio temporal en el planeta tierra desde que nacemos hasta que morimos. Pero yo no vivo con la losa de la muerte en mi día a día. Procuro vivir la vida con lo que ésta me proporciona y con lo que yo puedo quitar o añadir, pero dándole sentido a cada momento y a cada circunstancia; cuando toca disfrute, pues disfruto, cuando toca dolor, buscando remedio, y cuando toca sufrimiento, miro a ver como me hace el menor daño posible cuando no lo puedo evitar, que ocurre en muchas circunstancias.

    Hablando de religión, de toda religión, ante el sinsentido del sufrimiento y de la muerte, todas han abierto una puerta al más allá y esta creencia, en unos casos, y fe, en otros, ha aliviado muchas vidas “terrenales”, vale, hasta ahí llego.

    Yendo a la religión cristiana, el domingo pasado la liturgia nos proponía las Bienaventuranzas, y yo personalmente, siempre paso un mal rato y una contradicción entre quienes dicen que todas son un programa sublime de vida y yo, sin entender nada a lo largo de mi vida sobre las tres primeras, hago la siguiente reflexión: Las tres primeras bienaventuranzas se refieren a quienes son pobres, B. quienes lloran, B. quienes  l@s están sometidos, con diferentes traducciones para hacer decir al texto lo queremos que diga, es decir para humanizar el texto. La de l@s pobres, se le da vuelta y vueltas, pero a mí no me convence ninguna explicación.

    Esto lo resumo en la siguiente historieta, nada alejada de la realidad de millones y millones de seres humanos de todas las épocas: Una madre pobre, llora porque no puede alimentar a sus hij@s, acepta, se somete a este sermón del monte, y queremos convencerla de que es muy feliz, dichosa y bienaventurada porque Dios está esperándola en los cielos.

    Para mí la fe, es creer en un proyecto vital, cuyo referente, por el tiempo y el lugar o cultura que nací, me sigue siendo válido el de Jesús de Nazaret. El Jesús antes de Pablo de Tarso, donde puso como base de la fe la salvación a través de Jesús. ¿Qué salvación y de qué manera? Dios nos salva del pecado original enviando a su hijo a sufrir y morir en medio de enormes sufrimientos que, a pesar de que el Hijo, le pedía que lo librase, que no lo abandonase, Dios lo abandonó. Para que la cosa no fuese tan cruel, vino la resurrección… aquí termino mi relato.

    Perdón si hiero la sensibilidad de alguien.