Cien años de debate sobre la bondad y la maldad de la ciencia y la tecnología
Relacionado con el dilema Transhumanismo y Planetizacióm de hace dos días, Leandro Sequeiros vuelve a enviar un artículo interesantísimo que recoge sabiduría clásica y disputas modernas y posmodernas. AD
En el año 1923, mientras Europa todavía trataba de recuperarse de las profundas heridas generadas por la Primera Guerra Mundial, el bioquímico inglés, John B. S. Haldane (1892-1964) publicó un pequeño libro titulado Dédalo o la ciencia y el futuro. En él recogía sus reflexiones sobre el valor de la ciencia y de la tecnología para el desarrollo de la sociedad.
Su visión positiva y optimista del futuro de la ciencia y de la tecnología fue rápidamente contestada por el filósofo y matemático galés Bertrand Russell (1872-1970). Unos meses más tarde, en su ensayo Ícaro y el futuro de la ciencia plateaba una visión mucho más escéptica y pesimista acerca de la influencia que la ciencia puede ejercer en nuestras vidas.
Hoy, casi un siglo más tarde desde la estimulante polémica mantenida por ambos pensadores, sus contenidos permanecen plenamente vigentes. Esta ha sido mi lectura y reflexión de estas últimas semanas. Y por ello, deseo compartir con los amigos de ATRIO las cosmovisiones que configuran nuestras vidas en el mundo postsecular.
Una polémica más allá de la pura especulación vana
La editorial KRK de Oviedo, publicó en 2005 estos textos con una excelente introducción de Carlos López Otín (Catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo).
Dédalo e Ïcaro son los dos héroes clásicos con los que, respectivamente, el biólogo John B. S. Haldane y el matemático y filósofo Bertrand Russell ilustran sus posiciones en el debate que mantuvieron en 1923.
Dédalo es quien con su técnica es capaz de construir el laberinto para encerrar al Minotauro y luego, prisionero él mismo del rey Minos, debe emplear de nuevo su ingenio para construirse unas alas y pegarlas con cera a su cuerpo para remontar el vuelo, huir a Creta y alcanzar la libertad. Buen símbolo de cómo el saber científico y sus aplicaciones técnicas reducen los peligros que ha de enfrentar la humanidad y le facilita la libertad cuanta ésta se ve amenazada.
El hijo de Dédalo, Ícaro, por el contrario, remonta orgulloso e imprudente el vuelo, se le derrite la cera de las alas y se ve precipitado al vacío. Imagen en este caso de los peligros que comporta el uso inadecuado de los avances científicos, sobre todo cuando están subordinados a las desmedidas pasiones de poder de los humanos.
La postura optimista de Haldane
John B. S. Haldane es biólogo y considera que ésta es la ciencia que hará las contribuciones decisivas en beneficio de la humanidad, desplazando el centro de interés que hasta entonces había residido en la física y en la química, ciencias que en su carácter aplicado tanto han contribuido a desarrollar una sociedad industrial estable.
Piensa Haldane que en su época la teoría física se encuentra en un estado de profunda incertidumbre debido a la idealidad que otorgan al espacio y al tiempo las teorías de Einstein, lo que las estarían acercando al idealismo trascendental kantiano que consideraba a espacio y tiempo como formas de la sensibilidad.
Y Haldane, a quien algunos consideran marxista y comunista, recuerda frente a los idealismos de cualquier tipo que “el materialismo ha producido resultados importantes, tales como la higiene, el socialismo de Marx y el derecho del acusado a justificarse”.
Con todo, mientras se refiere a la física y a sus numerosas aplicaciones, no dejará de decir que “la ciencia es un estimulante más enérgico de la imaginación que los clásicos y que ya ha llegado el momento de educar a poetas y artistas en ciencia y economía para que el arte y la literatura también influyan en la conquista científica del espacio y del tiempo”.
Para Haldane la ciencia del futuro es la biología y serán innumerables sus aplicaciones beneficiosas a la vida humana. Si la misma teoría biológica, con la teoría de la evolución de las especies de Darwin o con los descubrimientos de Mendel, ya tiene un gran impacto sobre las teorías políticas y las creencias religiosas establecidas, las aplicaciones prácticas de la biología también han supuesto ya en medicina la detección y destrucción del bacilo del cólera, la erradicación de la mortalidad infantil, el aumento de la esperanza de vida y el control artificial de la natalidad, con las consecuencias sociales beneficiosas que todo ello comporta.
Incluso para describir esa ciencia del futuro y el futuro de la sociedad beneficiosamente influenciado por la ciencia acude Haldane a una ficción: el supuesto trabajo que un torpe estudiante de Cambridge presentaría dentro de 150 años, en el 2073, bajo el título: “La influencia de la biología en la historia del siglo XX”.
En él podremos encontrar mención al movimiento eugénesico, a la erradicación de las enfermedades infecciosas o a la propagación marina del alga púrpura, un tipo de alga que tras sus beneficios para la agricultura o la pesca terminará tiñendo los mares de un matiz púrpura. Predicción no cumplida, lo que hace al profesor Carlos López Otín titular su breve e interesante introducción bajo el título: “Y el mar sigue siendo azul”.
Continúa nuestro estudiante relatando la introducción de nuevas técnicas de reproducción humana mediante hechos tales como la conservación durante cinco años de un ovario de una mujer fallecida en accidente y su posterior fertilización, la aplicación de la ectogénesis, la fertilización de óvulos previamente conservados en líquidos apropiados y posterior desarrollo del embrión- por la que en 1958 habrán nacido 68.000 niños causando la condena de su práctica tanto por la bula papal Nunquam prius audito como por una fatwa del califa.
Y también ha resultado posible la alteración de las especies animales en gran escala, con la perspectiva de hacerlo con el hombre. Gracias a la fisiología será posible intervenir en los trastornos y desequilibrios psíquicos provocados por las pasiones y los instintos. Y, por último, se habrá llegado a la definitiva abolición de la enfermedad, lo que hará de la muerte un accidente psicológico como un sueño.
¿Qué hará el hombre con esos poderes de la ciencia?, se pregunta Haldane. Su respuesta es que no podemos decir si el hombre sobrevivirá al incremento de su poder, pero la perspectiva sólo será halagüeña si la humanidad logra ajustar su moralidad a sus capacidades. En ese progreso moral deseado será necesario superar la realidad de la nación y del patriotismo, causa de las guerras y de la destrucción pasadas, y avanzar desde la Sociedad de Naciones hacia un Estado Mundial.
La réplica pesimista de Bertrand Russell
Bertrand Russell responde punto por punto a las tesis de Haldane y, desde el principio mismo del escrito, proclama su escepticismo ante “el Dédalo del Sr. Haldane” y su pronosticado aumento de la felicidad humana con el empleo de los descubrimientos científicos.
Y lo hace por lo que él llama un largo conocimiento de gobiernos y hombres de Estado. Hay que decir aquí que por esta época, concretamente en 1920, Russell había visitado Rusia en compañía de Dora Black y que volvió poco optimista con respecto a una sociedad futura ideal después de conocer los planes de Lenin. Es este un primer elemento de carácter ideológico y político que le separará de Haldane.
Para Russell es una utopía suponer que la ciencia se utilizará para hacer más felices a los hombres. Al contrario, para lo que se usa es para incrementar el poder de los grupos sociales y de las naciones dominantes y eso lleva aparejado un alto poder de destrucción mientras se mantengan las actuales instituciones políticas y económicas. En este supuesto, Ícaro, que acabó destruido por su osadía de pretender acercarse al Sol con sus frágiles alas, y no Dédalo, es la mejor imagen y la mejor metáfora del destino que podrían correr los pueblos que se confíen al poder de los científicos modernos.
Russell, como Haldane hace en su escrito, divide las ciencias en físicas, biológicas y antropológicas y en estos tres campos plantea su respuesta al escrito de su oponente. Para nuestro autor la mayoría de los cambios que la ciencia ha producido se han debido no a la biología, sino a las ciencias físicas que con sus aplicaciones técnicas han propiciado la revolución industrial.
El industrialismo, recuerda Russell, es el que ha hecho del mundo una unidad económica “no debemos pensar que somos nosotros hoy los primeros que hablamos de globalización o de mundialización”-, el que ha incrementado la productividad del trabajo humano y el que ha permitido el nacimiento de un tipo de sociedad dotada de muchos más lujos y recursos y no ya sólo preocupada por las necesidades de subsistencia.
Pero este industrialismo moderno también ha supuesto la competencia y la guerra de las naciones entre buscando la conquista imperialista de mercados y de materias primas y, con ellas, del dominio de unas naciones sobre otras. Carbón, hierro y petróleo, recuerda Russell, son las bases del poder y de la riqueza de las naciones y también de sus guerras constantes. Este es el principal argumento del escéptico Russell contra el utópico Haldane.
Pero en su escrito también hay una interesante reflexión sobre lo que denomina el auge de la organización, en la que el siempre liberal Russell cargará contra el incremento del nacionalismo, del poder del Estado y de la pérdida de la libertad y la subordinación de las conciencias. Así recuerda que en economías de producción a gran escala la organización mercantil adquiere gran relevancia y estas organizaciones, entre las que se encuentra el Estado, ejercen mediante las aplicaciones técnicas de la ciencia -el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono- el gobierno desde un punto central e incrementan su control. Fijémonos por un momento en las previsiones que hace Russell y en los temores que desliza sobre este asunto central en su escrito.
Así dice que “para una mente racional la pregunta no es si queremos más organización o no; la pregunta es: ¿cuánta organización queremos, dónde, cuándo, de qué tipo?” Y teme que con los inventos científicos que se están produciendo, y gracias a la centralización y a la propaganda, los individuos y los grupos se tornen cada vez más disciplinados y se vuelvan dóciles como máquinas en manos del Estado. Por ello este aumento de la organización en el mundo moderno ha convertido en inaplicables los ideales del liberalismo. Ideales tan liberales como el mercado libre, la libertad de prensa, la educación no tendenciosa o pertenecen al pasado o no tardarán en hacerlo.
Mientras se mantengan las fuentes de poder económico en manos privadas, no habrá libertad sino para los pocos que controlen dichas fuentes. Y aquí Russell, como Haldane, reflexiona sobre el internacionalismo político y sobre la necesidad de una Liga de Naciones, si bien señala que un Estado mundial no logrará triunfar hasta que no haya internacionalismo económico. Un Estado mundial por lo demás necesario para prevenir el exterminio mutuo de las naciones civilizadas.
Las consideraciones de Russell sobre el estado de las ciencias antropológicas y su contribución a la felicidad humana tienen acaso menor interés. Él mismo señala que las ciencias antropológicas aún están en su infancia, si bien hace un repaso de sus aportaciones tales como el control de la natalidad que aumenta en todos los países civilizados y la reducción de la tasa de la mortalidad infantil así como a los nuevos problemas sociales derivados de las mismas: entre ellos el aumento incontrolado de la población y la introducción de las prácticas eugenésicas.
El liberal Russell responde con temor ante la ingeniería genética predicha por Haldane: “Si conociéramos bastante sobre herencia para determinar, dentro de un límite, qué clase de población podríamos tener, el asunto quedaría a buen seguro en manos de funcionarios del Estado. No estoy seguro de que éstos sean verdaderamente preferibles a la Naturaleza. Sospecho que criarían una población servil, útil para los gobernantes pero incapaz de iniciativa alguna”. Incluso podría hacerse uso de la psicología para controlar la vida emocional mediante las secreciones de las glándulas endocrinas.
Y vuelve otra vez a la carga: “Cuando llegue ese momento, tendremos las emociones que deseen nuestros gobernantes y el principal cometido de la educación elemental será producir la disposición deseada, no ya mediante el castigo o el precepto moral, sino por el mucho más seguro método de la inyección o la dieta”. Quienes administren ese sistema, proclama Russell, tendrán un poder que superará los sueños de los jesuitas.
Así llega Russell a sus conclusiones sobre la contribución de la ciencia al bienestar de la humanidad, unas conclusiones bastante más pesimistas que las de Haldane. La ciencia permite a quienes ejercen el poder llevar a cabo eficazmente sus intenciones. Si esas intenciones son buenas, habrá beneficio; si son malas, perjuicio. Pero, para Russell – que escribe bastantes años antes de la Segunda Guerra Mundial y del uso destructivo de la energía nuclear y de las armas bacteriológicas-, en la época actual las intenciones de los poderosos son generalmente malas.
Y también, dice textualmente al final, “las pasiones colectivas de los hombres son generalmente malas, siendo el odio y la rivalidad dirigida contra otros grupos las más intensas. Así pues, en la actualidad todo lo que da poder a los hombres para que satisfagan sus pasiones colectivas es malo. Ése es el motivo por el que la ciencia amenaza con provocar la destrucción de nuestra civilización”.
Conclusiones
El debate sobre las relaciones entre ciencia, bienestar material y progreso sociomoral es un debate que siempre encierra interés y que, en cada época, no sólo los científicos sino también una ciudadanía bien informada se han de plantear. Su presencia debiera ser constante en la pluralidad de medios de información y de comunicación que posee nuestra sociedad. Pero lugar excelente para iniciar a los jóvenes en esa reflexión lo son nuestros institutos de enseñanza secundaria y nuestros departamentos de filosofía, de física, de ciencias naturales, de historia o de matemáticas.
En el artículo del maestro Sequeiros, se repite el dilema existencial entre dos polos opuestos “optimista-pesimista”, repitiéndose una y otra vez en el mundo de la cultura, ese dilema arquetípico, representado por Heráclito y Demócrito.
Normalmente se suele tribuir esa característica al azar del destino, que marca el carácter de cada persona.
Pero ya se sabe que en este Universo, “nada pasa por accidente, excepto los accidentes”, y todo está dirigido por la gran corriente evolutiva del Universo, el Logos de los griegos, que rige desde las estrellas, hasta al más diminuto gorrión.
¿Por qué unas personas son optimistas y otras son de natural pesimista?.
Esa sensación interna, o sentimiento general de optimismo o pesimismo general, proviene fundamentalmente de estar o no estar en sintonía con el Universo. Y eso solo se consigue si escuchas, interpretas bien, y sigues las intuiciones que el espíritu personal, nos brinda.
Si somos los afortunados de seguir el instinto de la guía de nuestro espíritu, este nos premia con una alegría existencial y vitalista. Alegría que para Spinoza, era “una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección”.
Señalaba Michel de Montaigne, que “la señal más manifiesta de sabiduría es una alegría continua”. Y Teilhard de Chardin tenía a “la alegría de vivir, como el más grande poder cósmico”.
Nos genera una visión optimista de todo, y es la madre de la esperanza auténtica, la sentida, no la autoforzada y voluntarista. Y nos procura y facilita una vida vitalista, creativa y en una palabra, feliz.
Por eso la esperanza es una virtud, hay que procurársela. No es cuestión de humores, y caracteres del “destino”. (Excepto casos patológicos depresivos). Y ya sabemos cómo se la procura uno.
Por el contrario, el caminar fuera de la guía de nuestro espíritu, no escuchándole, o despreciándole, por las ideas culturales erróneas adquiridas, o con una perspectiva inadecuada, nos genera, una fuerte crisis existencial, un malestar difuso, pero potente, que nos desconcierta y al que no encontramos origen ni remedio alguno.
“Si no sacas lo que hay dentro de tí, lo que no saques te destruirá”. (Evang. Tomás).
Y ese malestar general, se acaba contagiando a una visión pesimista de todas las cosas. Es como si tuviéramos que tomar decisiones importantísimas, con un fuerte dolor de muelas.
Esa alegría-optimismo, no es una alegría inconsciente, neurótica y banal, (aunque no hay que despreciar los ratos de esparcimiento).
Es lo que los griegos, (Demócrito), y los romanos, (Séneca y Plutarco), llamaban eutimia, entendida como «buena disposición del alma» o «buen humor». Un estado concebido como de equilibrio o tranquilidad del alma.
Esa alegría-eutimia, fuente del optimismo, sería una sensación de bienestar y equilibrio matizada por un sentimiento de alegría sosegada y paz interior.
La eutimia no es un estado carente de afectos y pensamientos negativos. Estos existen, pero no nos hacen perder la estabilidad.
O sea que lo de ser pesimista, no es excusa. Si quieres ser feliz, y de paso ser eficaz en tus planteamientos y decisiones por lograr una sociedad más justa y feliz, lo primero es entrenar la mente, siguiendo los consejos del espíritu. Antes de ponerte a cargar sacos, hay que entrenar un poco en el gimnasio.
Es muy simple. La ciencia y la tecnología encuanto a avances de ambas son avances neutros. Si realmente es un avance, este es como la lluvia o el Sol es decir de acuerdo con las coordenadas del Kosmos (con K).
Entonces de un avance científico puede hacerse un arma para matar o una herramienta para facilitar nuestra común vida.
También está ¿qué investigar?. Mucho o todo del progreso material que tenemos se debe a la investigación de armas para matar… que después se le ha dado un uso benéfico. Siempre buscando la rentabilidad…
Luego no se trata ni de la ciencia ni de la tecnología. Se trata, como con todo. De nosotros…
El caótico mundo en el que vivimos, obviamente procede de lo que pensamos previamente. Las muestras son apocalipticamente desastrosas. Y es muy simple, quien mal anda mal acaba. Cierto que nuestra ignorancia supina es todo lo que somos capaces de dar desde nuestro interior. El escalofriante peligro está en si seremos capaces de una revolución interior subjetiva o moriremos antes ahogados en el éxito de la ciencia y tecnología cuyo acicate era y es destruir al otro.
No hay revolución que pueda darse desde el mundo objetivo material, todas estarán condenadas al fracaso, el ejemplo mas palmario lo tenemos en el comunismo. Huyendo del opio de la religión caímos en el materialismo y desde este materialismo hemos pretendido redimirnos, lo cual nos ha llevado a como digo, un fracaso que se cuenta por millones de muertos. (CUBA de mi corazón, yo era castrista…)
Una perogrullada: cuando simplemente seamos colectivamente amorosos y compasivos el mundo será un habitable vergel. Para ello “el territorio donde instaurar la revolución” es nuestro interior subjetivo. Entonces ya no habrá nada que temer de la orientación de la ciencia, porque esta orientación será hacia la vida, no hacia la muerte. Vale la pena empezar por uno mismo, y seguro que el efecto benéfico se extenderá hacia los demás como mancha de aceite en un tejido.
Muchos no se percatan de hasta lo que hablan las piedras (menos la televisión…), si lo quisieran percibir y buscaran enterarse “sudarían gotas de sangre” estamos en un tiempo apocalíptico que dará paso a una civilización de los supervivientes muy diferente a la nuestra, que como digo ha sido remolque de las armas de matar.
Propongo a quienes vean el inminente desastre se conviertan en “voceros globales.” Cada vez mas pensamos mundicentricamente y las nacionalidades respectivas pasan a segundo lugar, cada vez mas somos permeables a gente de otras razas, respetamos mas las diferentes culturas, la mujer gana cada día mas terreno en su lucha contra el androcentrismo, etc. afortunadamente hay cosas aceptables en este mundo, que por otra parte estamos llevando al limite.
El capitalismo nos ha traído la abundancia aun sector del Planeta, pero su maquina depredadora está agotando los recursos de muchos materiales para nosotros imprescindibles. La catástrofe es global, y lamentablemente como siempre “pagaran justos por pecadores,” me refiero a los pueblos “subdesarrollados” y las tribus primitivas.
Como vengo diciendo el trabajo primero es en nuestro interior, pero al mismo tiempo propongo una labor que mas que divulgadora, sea una voz de alarma. Y propongo para todos.
LA REVOLUCIÓN DE LA SERPIENTE
Hecha. “Sin pisar ni la flor ni la zarza.” Deslizándonos suavemente por la Tierra. Sin muertes ni destrucción.
Pensemos entre todos. Que difundimos en el Internet…
Interesante debate.
Y lo curioso es que, como apunta Isidoro, ambos analizan el mismo problema y llegan a las mismas conclusiones solo que uno las ve con la botella medio llena y el otro con la botella medio vacía.
Yo además, apunto que ambos llevan razón.
No hay más que ver la sociedad actual parra ver que se han cumplido las predicciones… de ambos.
El debate sobre la ciencia/técnica y moralidad es muy viejo y siempre estará ahí.
Yo lo que pienso es que se debe incluir una perspectiva histórica (y ahora podemos puesto que las reflexiones de Russel y Haldane tienen ya 100 años). ¿Qué quiero decir? Que podemos analizar como ha evolucionado nuestro nivel de vida en 100 años… o en 1000… o en 2000
Y para mi, la conclusión es optimista. Hoy se vive mucho mejor que hace solo 300 años, o incluso que hace 100 años. Puede que la diferencia entre las élites acomodadas de ambas épocas sea menor pero existe y entre la clases más bajas es abismal.
Y lo mejor es que el porcentaje de “élites acomodadas” ha crecido y mucho.
Un médico amigo mío me decía hace tiempo que un humano del siglo XX, puesto, hipotéticamente, en el siglo XVI duraría menos que un pastel en manos de Paquirrín.
La gran diferencia, en mi opinión, es que el ser humano hoy es capaz de destruir su propia civilización y lo sabe y antes no (aunque ya ha sobrevivido a destrucciones de su civilización particular, como la peste negra o las invasiones mongolas).
Por eso cada día la componente moral es más importante.
Luego ya podremos discutir sobre el libre albedrío y sobre cual es la posición moral más aceptable o conveniente.
Yo de momento me doy cuenta de que las propuestas morales de cierto rabino judío que predicó en Galilea y Jerusalem, allá por el siglo primero, siguen , curiosamente, siendo aplicables 2000 años después y con miles de progresos científicos y tecnológicos.
¿Por qué será?
Optimismo y pesimismo son actitudes contrarias, pero con unas fronteras tan borrosas que pasamos de uno a otro lado sin apenas darnos cuenta. Yo creo en Eso (Ese o Esa) que llamamos Dios, o Espíritu de Dios; pero también creo en la libertad humana, con correa larga o corta, pero muchas pequeñas libertades durante mucho tiempo pueden alterar el rumbo inicial. Ante este dilema conceptual, me acojo al optimismo de Teilhard, que es el optimismo del Reinado de Dios anunciado por Jesús. La ciencia, química o antropológica, la humanidad y todo el universo se mueven impulsados y atraídos por el Cristo cósmico, que es el mismo Dios encarnado en toda su creación. El pueblo ha expresado este optimismo de manera más plástica: “Dios escribe derecho con renglones torcidos”.
A veces los diálogos y controversias, son trampantojos. Parece como si se plantearan dos posiciones muy distintas, pero en el fondo, no lo son tal.
Son como los boxeadores, que escenifican, un enfrentamiento brutal, pero en realidad está todo muy reglado, medido y contenido. Los golpes son auténticos, pero nada que ver con una pelea callejera a vida o muerte.
Eso ocurre cuando se ve lo mismo, pero uno con gafas azules y el otro rojas: ven lo mismo, pero con distinta tonalidad.
El pesimismo y el optimismo son dos tendencias sentimentales del humano, que no son tan diferentes en realidad. Lo diferente, no es ver las cosas optimista o pesimistamente, sino que uno vea una cosa, y otro, otra.
Haldane y Russell, ambos dos, eran materialistas, y uno era optimista y el otro pesimista.
Yo parto de la base de que soy determinista y muy realista. No creo en el voluntarismo, ni en el idealismo, (¡qué le voy a hacer!. No creo en el humano moral, porque no creo en el libre albedrío, más que a nivel muy imperfecto.
Por eso, no creo que solo a base de sermones o consejos, el humano cambie de estructura de conciencia. Esta evoluciona muy lentamente, por influjo de nuevas actividades,… generadas por las nuevas tecnologías. Así ha sucedido toda la historia humana.
(Lo veíamos hace poco, con el caso, de la agricultura y ganadería y el Neolítico; con el carro y el caballo, con las invasiones a gran escala; con la escritura y la cultura general; e incluso en la actualidad, con el inicio de la salida al espacio…)
Las tecnologías, modifican el medio ambiente del humano, y lo desequilibran del punto de equilibrio anteriormente alcanzado, y luego por evolución emergente, se reencuentra un nuevo centro de equilibrio, mediante cambios en la organización de la mente.
(Y de repente, lo que antes veíamos blanco, ahora lo vemos negro: evolución de las conciencias).
Decía, (el admirado por mí, y denostado por otros), E. O. Wilson, que “los genes nos controlan con una correa muy larga, pero la correa está ahí”.
De los genes, la correa llega hasta los sistemas neuronales, y de estos, a las emociones, y sentimientos, y de estos a la percepción e interpretación de la realidad, y de estas a la conducta humana. ¡fijaos, si es larga!
En resumen, que si lo dejamos todo en manos de la evolución moral del humano, daos por muertos, y no volváis a pagar un solo recibo de seguros. ¡A vivir que son dos días!.
Entonces a mí en la dialéctica Russell-Haldane, creo que lleva razón Russell, y Haldane, es un pobre iluso. Pero es que ambos son materialistas, que creen en un Universo aleatorio, y no creen en un Universo diseñado, (o autodiseñado (¿?)), desde sus inicios, con unas directrices determinadas, que nos gusten o no, son las que son.
Whitehead, (antiguo compañero de Russell, y con quien tuvo sus más y sus menos), escribió: «Dios no crea el mundo, hablando con propiedad, sino que lo salva o, más exactamente, él es el poeta del mundo, que le conduce con una paciencia tierna por su visión de verdad, de belleza y de bondad”.
(Si aquí sustituimos la palabra “Dios”, por ( ), o por “Información”, esta idea deja de ser teísta, y es asumible para todos).
Según esta idea, el Universo, desde sus inicios, fue diseñado para que contuviera latente, su futuro desarrollo, del que 13.500 millones de años después, podemos contemplar ahora.
En mi opinión, yerra el amigo Santiago, cuando dice que “ni la vida ni el psiquismo pre-existían en la materia antes de la aparición de la vida en un Universo que tuvo comienzo y tendrá fin”.
Todo ya existía latentemente, en los planos de diseño de las constantes del Universo, de las fuerzas elementales, y las subpartículas atómicas. Se nos hace difícil comprenderlo, pero es que estamos ante una Inteligencia, fuente de ideas, de un tamaño y cualidad incomprensibles para nosotros: por eso algunos lo llaman “Dios”.
Como dijo Marcos de Quinto, “nada pasa por accidente, excepto los accidentes”. Existe un Viento Cósmico, un “kamikaze”, que lo impulsa todo, y que si vas en contra de Él, es como tapar el Sol con un dedo, o ponerse a orinar frente a las Cataratas del Niágara.
Según la frase de Whitehead, el Universo, está diseñado, en conformidad, con unas determinadas ideas de Verdad, Bondad y Belleza, (que podían haber sido otras), y a esas, todo se tiene que adaptar, le guste o no le guste.
Actúa como si hubiera un Espíritu Director del Universo, un magma o campo inteligente, “en el que vivimos, nos movemos y existimos”, por eso se le personifica como “Espíritu Santo”.
Para entender hacia dónde vamos, debemos entender el Universo y las fuerzas que lo determinan. Si no lo entendemos bien, nuestras opiniones no pueden ser más que ocurrencias y deseos personales, de cada uno, teñidos con nuestros sentimientos personales.
Aquí me remito a la contestación que hice el 2-5-21, al artículo de Nacho de 1-5-21, que no recopio para no ser ya excesivo.
En resumen, yo no confío nada en la lenta evolución de las conciencias, en la que creo, y sería un auténtico milagro que se produjera a tiempo.
Pero si la tecnología nos ofrece alcanzar esa evolución a las bravas, aunque con los consiguientes peligros, yo abogo por realizarlo. Sería una operación a vida o muerte. No tenemos nada que perder.
Respecto al argumento de que eso no es “natural”, ¿hay algo más natural que la inteligencia?. La inteligencia por definición es creativa y eso supone modificar a nuestro favor el curso “normal” de la naturaleza, eso es lo que nos ha hecho bajar de las ramas de los árboles, y llegar hasta aquí. ¿Vamos a pararnos al final del camino?.
Por ahora no sigo, para no ser pesado del todo.
Afectuosos saludos a todos y todas.