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La persona, palabra y obra

Esta no es una columna más de Carlos. Por su extensión, por su dedicatoria, por sus referencias a su vida de filósofo personalista en los últimos cincuenta años… Hace cincuenta años, en 1972, escribió Carlos su primer artículo en Iglesia Viva. Y allí estaba yo esforzándome por pulir un poco su escritura para que no desdijera de la pulida revista en la que ese año sustituía a la Editorial Desclée y la secretaría de redacción de Salamanca. Y a esa revista se unieron poco después Jesús y Adela, con los que tanto se hermanó también este amanuense. Por eso he leído con especial atención este largo artículo, todo un testamento personalista, que recomiendo especialmente a quienes busquen inteligencia y empatía. AD.   

Para Adela Cortina y Jesús Conill, mis hermanos.

Sine personología nulla filosofía. El personalismo es inherente a la filosofía, pues quien piensa sobre las cosas y sobre sí mismo es la persona; negada ésta se acaba aquélla. Cada crisis ha supuesto una remodalización de su modus essendi et operandi.

La versión filosófica del personalismo comunitario, ha perdido su vigencia porque el marxismo y el catolicismo social que fueron sus referentes dialécticos también la han perdido. El personalismo actual es mayoritariamente judío, pues incluso el católico Jean Luc Marion debe lo mejor de su sabiduría al judío Emmanuel Levinas. También el hugonote Paul Ricoeur tiene una fuerte presencia hermenéutica. Yo agradezco mi formación a los gigantes sobre cuyos hombros he fraguado mi amistad personal, a todos los cuales he traducido: Lacroix, Ricoeur, Nedoncelle, Marion, von Balthasar, Mounier y Levinas, aunque a estos últimos no los conocí por razones de edad. Mi comunitariedad procede de Mounier; la ontología relacional de Martin Buber, y la perspectiva del “otro” como sujeto ético de Levinas. Con Marion, Ricoeur y Levinas ha impartido conferencias conjuntas. Estoy abrumado por tanta sabiduría recibida y avergonzado por tanta ignorancia profesada. Desde hace más de una década aplico la teoría a la compasión logotanatoterapéutica.

 

  1. La persona es relación

Martin Buber escribe con mayúsculas Ich und Du tan sólo por una exigencia gramatical del idioma alemán; en español hubiera debido traducirse yo Y tú, pues lo importante es la “Y” de la unibinariedad “yoYtú”. Cada uno de nosotros es como mínimo dos en uno. El principio de identidad subjetiva no es “yo soy yo”, ni “tú eres tú”, sino “yo soy yoYtú y tú eres túYyo”. El “y” es un a priori relacional reciprocador. El tú es innato y co-nato, no antes ni después de mí ni de ti. Laberíntica identidad (ipse) y alteridad diferenciada (no idem), se sale “nosotros” habiendo entrado “yo”.

El tú encuentra siendo encontrado; encontrar no es elegir unilateralmente, sino entrambamiento (zwischen). Entonces, ahora es main/tenant (J-L Marion) tu mano sosteniendo la mía y a la inversa. Únicamente cuando me reconozco en tu alteridad puedo decir “yo”. Autoconciencia recognoscitiva: el “primero sanarme a mí mismo y luego al tú”, el “primero cambiar a la sociedad y después a mí” son formas de “yomeo” (Unamuno): no somos un sumatorio yo+yo+yo. El falso respeto, el “buen tono”, el defiendo mi derecho a equivocarme, el sé feliz y blíndate generan relaciones esquizofrénicas o adolescentes. Las palabras básicas son pares de palabras. Yo llego a ser yo en el tú. El tú no es mero relato (refero, ofrecer al otro), sino correlato de correferencias significativas, encuentros (Be/gegnungen = hacia ti/contra ti). No soy un simploide Da-sein, un pasmarote que está ahí.

El yo real es ad/versus-con/versus. El yo-sin-tú expresa contrariedad, el yo contra ti contra/dicción, y ambos son disfuncionalmente relacionales. La “Y” innocens no es sin la “O” nocens, y entonces un qué sin un quién. El yo enfermo (infirmis) tiende a idiotificar al otro por su apoderamiento de él como si se tratase de su propiedad, un idiota-idiotes.

La relación yo-tú es dinámica; puede comenzar por un flechazo, pero si la flecha cupídica no es trabajada deviene saeta envenenada: perdida su intensidad degenera en el yo social (yo-ello) ideológico. Estamos siempre en crisis, en criba, en dis/cernimiento. La persona es un sujeto inestable, proteico, en crecimiento y decrecimiento. La repetición relacional no necesariamente conlleva la tristeza de lo desgastado, pudiendo conllevar la alegría del recrear-redescubrir lo consuetudinario. Un “Y” acaramelado, pegajoso, no resiste la prueba del encuentro, deviniendo separación o dependencia. A veces una relación de tipo “Y” que estaba durmiendo se despierta como O, y a la inversa.

 

  1. La persona es dinamicidad

El yo-tú puede ser estático, pero sólo si dinámico es personal. El yo es agente, actor y autor. El agente mecánico no actúa como persona. Es actor porque adopta distintos personajes. Es autor, autoridad (auctoritas). Es gerundial, en vías de desarrollo, se realiza por su adsum fidelizador (ergo sum). Es participial por lo ya realizado –aunque sea defectivamente- al buscar el ideal de perfección. Transfigurado-transfigurador, transforma el sum en sursum, prorsum y adsum: todo amor busca eternidad, algo que sería frustrante eudemonológicamente sin un posible eternizador. Querer a la otra persona es quererla de tal manera que al quererla se quiera a sí misma, y en ella a otros, y en otros a la orla del Tú eterno. Desde ahí es obligación (la ob/ligazón), no potestación, fructificar los talentos, conforme a su condición perfectiva, donde la ideación deviene idealidad.

 

  1. La persona es empática incluso cuando antipática

Cada persona es un “y” empático-anti-pático. Imposible el “trasfundo mi piel por la de cualquier otro”. La empatía no es sentirse cómodo biológicamente, sino hacer que lo antipático llegue a ser simpático por la fuerza de la empatía misma.

Desde Carl Rogers (Las condiciones necesarias para el cambio de la personalidad en la terapia, 1957) se entiende por empatía un fühlen barato, un sentimiento impreciso, lábil, un toquecito en la espalda, un “ponerse en los zapatos del otro” (¿qué hacemos con los sin zapatos?), un Unconditional Positive Regard. El counselor prescinde totalmente de sus propios sentimientos para adoptar los ajenos, pero ¿cómo sin los primeros se aprehenderían los segundos?; lo que puede exigirse al terapeuta es que domine sus propios sentimientos, no que los elimine, ¡como si cupiese separar las cualidades del cliente y el cliente mismo y fueran lo mismo el juicio lógico y el moral! La actitud empática estaría Away from façade (libre de máscaras y apariencias), Away from ‘ougts’ (libre del ‘deberías’), Away from meeting expectations (libres de lo que se espera de nosotros), Away from pleasing others (libre de agradar a los demás). Y debe tender Toward self-direction (hacia la dirección de sí mismo), Toward being process (hacia el ser en proceso), Toward being complexity (hacia el ser en complejidad), Toward openness to experience (hacia la apertura a la experiencia), Toward acceptance of others (hacia la aceptación de los otros), Toward trust of self (hacia la confianza en sí mismo). Demasiado Toward para tan poco tú-y-yo.

Nuestro corazón no está configurado para amar primero y odiar después, ni a la inversa. Los gradientes de sim-patía (syn-pathos) son diversos (tímidos, arrolladores, desbordantes, líquidos, unilaterales, correlativos (nebeneinanderfühlen), inestables, recíprocos (miteinenderfühlen), profundos (einsfühlen). La simpatía idiopática, que excluye o absorbe lo ajeno es la antítesis de la simpatía heteropática. Sólo en la libre fusión inter/sim/pática se produce un nosotros. No se puede sentir en el otro sin sentir con el otro. Empatía es fusión de horizontes. Por eso:

  • a) No es mera reacción de autoprotección para evitación del dolor propio, ‘se acabó, quiero ver caras alegres a mi alrededor’.
  • b) No es la del tipo no quiero ni imaginarme si le pasara eso a mí hija, o ¿qué sería si me pasase a mí?
  • c) No es el parasitismo emocional que se adhiere fervorosamente a todo lo políticamente correcto para convertirse en su agitado portaestandarte.
  • d) No es el saprofitismo emocional que expolia las vidas ajenas (a mí me pasó exactamente lo mismo) para llenar el propio vacío de una existencia gris. Este vampirismo psíquico es incapaz de simbiosis.
  • e) No es inundar.
  • f) No es el eudemonismo hipertrófico que encuentra en el sufrimiento ajeno consuelo para el propio.
  • g) No son las angustias específicas de contagio que evitan lugares tristes o esquivan imágenes crudas para borrarlas de la esfera de las propias vivencias.
  • h) No existe en los escenarios de masas; las masas no tienen sentimientos, tienen instintos.
  • i) No pasa primero por la representación del dolor, el mal de muchos consuela a los peores[1].

Quien no puede odiar tampoco puede amar, y a la recíproca. No es lo mismo afirmar ‘siento lo mismo que usted’ que ‘tengo compasión alguna de usted’. La antipatía no siempre viene después de haber simpatizado antes, como si el odio fuese siempre un amor invertido, pues a veces se odia desde el instante mismo en que alguien se nos aparece: nondum odiabat et odiare amabat, todavía no odiaba y amaba odiar (san Agustín). Cuando se ama algo, se odia lo inseparable de lo que se ama (odio la enfermedad porque amo la salud). También cabe tolerar lo que se odia, u odiar esto más de lo que se ama aquello, sin por eso desear la destrucción de lo menos amado.

3.1. La “y” sim-pática como “o” anti-pática

La “Y” es versus y adversus (O). La relación adversativa va contra ti. Te odia, luego existe, odio gemelar. El resentimiento aparece cuando un bien propio de rango menor ocupa el lugar de un bien ajeno de rango mayor. Nadie odia sin degradarse y sin depender de lo odiado. Sus formas son tres: yo sin ti; yo contra ti; o tú o yo. En todos los casos, decir al otro “ya no espero nada de ti” es matarlo en el corazón. El o es nos/otros, espalda con espalda, no cara a cara. Al cosificarte, te altero, te alieno, te enajeno, te idiotizo cual propiedad mía, objeto, instrumento, inventariable, en lugar de alterificarte y reconocerte como un alter ego.

Ya sea en circuito largo (me odio día y noche, luego existo, cogito sádico), ya en circuito corto (egocidio-suicidio, ahí os dejo mi cadáver para que os acuse), quien triunfa no es el muerto porque ha sucumbido, sino la muerte. El yo amargado con su carga de aislamiento resulta impotente para soportar el no soportarse a sí mismo asolado, desolado y encerrado en su infierno (l’enfer enferme). El infierno-encierro de esa nada sin relación con nadie en que me he convertido me miente (l’enfer me ment), y al mentirme me enferma (m’enferme). Allí Satán –en hebreo el acusador, sin iconografía barroca- acusa: “¡desespérate en tu irremisible soledad, acúsate por siempre!”. La astuta baba de Satanás (en hebreo Satan, en griego diábolos, calumniador) consiste en aparecer sin apariencia, persona-nadie que no da la cara (personne: “persona” y al mismo tiempo “nadie”) haciendo creer que él, Satán, no existe ni es responsable de nada, para que la persona ya autoacusada-infernalizada no pueda rebelarse contra él, condenada a su propio infierno (Marion).

El satanismo conlleva descalificación (yo sí, tú no; yo más tú menos), falta de respeto, responsabilizar y culpabilizar al otro, ofender, rebajar, humillar, asediar, chantajear, mentir, difamar, resentimiento, vengatividad, ausencia de remordimiento, stalking: control, acoso compulsivo, llamadas telefónicas, correos constantes, espionaje, acusación en redes sociales; locuacidad, encanto superficial, inteligencia manipuladora, cinismo, insinceridad, desprecio, desconfianza, burla; angustia, reacciones depresivas, ansiedad, ataques de pánico, baja autoestima, inadaptación.

3.2. El yo auto-anti-pático

Según Kierkegaard, “la situación del desesperado se asemeja a la de un agonizante que en su lecho de muerte se debate con ella sin poder morirse, ya que la desesperación es la total ausencia de esperanzas, incluso la de morir”:

  • – El yo desesperado por autodespreciado. Acumulando desesperación pasada, desespera de no poder deshacerse de su yo presente.
  • – El yo real desesperado por el yo posible. Cuando lo posible lo abarca todo, el abismo se ha tragado al yo real. Apenas el instante revela su yo posible, otras fantasmagorías desfilan con tanta rapidez que todo nos parece posible, tornándose así el yo una ilusión por haber abandonado la realidad. Un yo que sólo se mira en lo posible es lo que es a medias.
  • – El yo sin potencia obediencial para aceptar lo necesario de su yo olvida que es el propio yo, un yo preciso y, por tanto, necesidad. Lo posible se pierde aquí en la nostalgia y en la melancolía imaginativa.
  • – El yo desesperado por el yo necesario. El determinista fatalista desespera de su yo, pues para él sólo existe la necesidad, que le asfixia.
  • – El yo desesperado por no querer ser uno mismo. Mientras dura la dificultad, no se atreve a retornar a sí mismo, pues juega con la hipótesis de que la dificultad pasará, que quizá cambiará, y que el sombrío panorama se olvidará.
  • – El yo desesperado por aferrado a sí mismo contra lo eterno. Teme que la eternidad le robe aquello que él considera su propia superioridad infinita sobre el resto de los humanos. Es la desesperación demoníaca: querer ser él mismo, ¡con su tormento! para protestar toda la vida mediante ese tormento mismo.
  • – El yo desesperado por desesperar del máximo pecado, que es creerse el pecador más grande, tanto que nadie puede perdonarlo. “Nunca me perdonaré” significa que, si Dios quisiera perdonarlo, el hombre mismo no.
  • – El yo desesperado por el remordimiento quisiera que lo acontecido no hubiera tenido lugar. La rumia eterna del culpabilismo inhabilitador niega sutilmente la culpa real: “Soy el mejor porque mi percepción de la culpa es superior y por eso me remuerde más”, encontrándose orgulloso de su finura moral. Pero el escrupuloso es inconsecuente al no ser escrupuloso con su propio escrúpulo obsesivo que le saca de la vida. Ignora el papel positivo del remordido que lo vive como un comentario retrospectivo en forma de “debieras haber actuado de otro modo”, o “deberías tratar de ser otro hombre”, pues la conciencia une el pasado y el futuro y descubre la causalidad del yo por encima de sus actos particulares de culpabilidad. La persona capaz de arrepentirse -ningún otro ser puede hacerlo- dice: lo que hice no estuvo bien, quisiera que no hubiera sucedido; pero lo que sucedió, sucedió.

Entre las patologías de tal desesperación de sí mismo están: no querer ni poder perdonar (conducta neurótica); querer perdonar pero no poder; querer y poder perdonar, pero no aceptar el perdón; perdonarse a sí mismo, pero no a los demás ni a Dios; no poder acoger el perdón del otro; acoger el perdón del otro pero no perdonarse a sí mismo. Nietzsche erraba al considerar el perdón un retorno al resentimiento contra sí, una interiorización del resentimiento que ya no diría “es culpa tuya”, sino “es culpa mía”, eternizando la deuda retroalimentada. También para Baudrillard el perdón sería un metabolismo con funciones regeneradoras, una zona de indiferencia estratégica para sentirse bien.

¿Perdono pero no olvido? Es bueno recordar para no volver a repetir lo malo, pero recordarlo como perdonado. La felix culpa, el saber olvidar.

 

  1. La persona es caediza, moritura

Hombre (homo)­ = tierra (humus) = humilde (humilis). Somos caedizos; de tomber (caer) viene tombeau (tumba). Enfermar es: desplomarse, venirse abajo (in-firmis), quedar a expensas de los demás, sentirse extraño al sí mismo, padecer estupor, por cuanto me esté ocurriendo, sentir insignificancia: me han olvidado, fijación en el ayer para evitar el hoy, culpabilización (¿qué habré hecho yo para merecer esto, por qué a mí y a los otros no?) tiranía sobe quienes más nos cuidan, odio de la juventud, deseo de que todo desaparezca conmigo, aferramiento al mito de la biorremediación pleiteando con los médicos por creerse mal cuidado. Quien se hunde en un problema tiende a vivir todo desde ese problema.

Pero el arte de envejecer o de utilizar las enfermedades (Laín) es una responsabilidad biográfica; la enfermedad puedo ser yo mismo, que no estoy desplegando mi vida de manera sana. El ¿quién soy yo? abre al ¿qué será de mí? Si no podemos dar vida a los muertos, demos vida a los que aún viven medio muertos o premuertos. Se necesita audacia para el sufrimiento. De mens (mente) viene mensura (mesura) y de demens (demente) desmesura. La muerte es la pura desmesura, porque rompe incluso la medida del sufrimiento. Ser homo sapiens conlleva la audacia para el sufrimiento (homo patiens): atrévete a sufrir. Cada modo de vivir conlleva otro de enfermar, cada historia clínica es un fragmento de biografía; cuando visito al médico no sólo le digo aquí le traigo mi enfermedad, sino aquí le traigo mi realidad, y ello de forma perentoria. A mayor sufrimiento, más urgencia. Algunos sufren menos, pero son más desgraciados; otros más por querer sufrir menos; otros lo sobrellevan bien, según la forma de sufrirlo. A la sordera y al amor eternamente malogrado de Beethoven le siguió una pertinaz miopía; en estas condiciones compone en 1825 la Sonata en mí y la Misa en re, culminando en la Novena Sinfonía, y dentro de ella el coro Oda a la alegría. Entre las obras de música inmortales no sólo se cuentan las sinfonías acabadas, sino también las incompletas y las patéticas, donde el sufrimiento crea una tensión revolucionaria, porque no hay herida profunda si la alegría no lo es más. Homo patiens, optimista trágico; nada hay que no pueda ennoblecerse haciendo algo mejor o aguantándolo; contra patología, agatologia, yo soy más que mis síntomas. Vivir es superar obstáculos (sin especializarse masoquistamente en caídas); dicho de otro modo, la biografía aparece cuando la persona se ha hecho cargo de sí dándole un sentido.

Lo humano no es la homeostasis, el equilibrio; la vida es una tensión permanente que hay que afrontar, cuya realización da sentido a la existencia. Una tensión escasa entre el yo y el ideal es tan nociva como una excesiva. La ejercitación en las misiones confiere sentido a la misión, la dimisión sume en la depresión. Nada carece de sentido, ni siquiera la confluencia de la tríada trágica dolor, culpa y muerte. The day after no es un trivial elaborar el duelo para “volver a la normalidad” tras el adiós mundo cruel. Logoterapia es logotanatoterapia, resurrección descendente a los infiernos, a los lugares más bajos por el poder del amor. Mientras se permanece en el pienso luego existo no se existe del todo; sólo el dolor no anestesiado es maestro de vida.

Muchos no se formulan ¿puedo intentar ser esperanza para los desesperanzados?, ¿necesita su vida algo de la mía?, ¿qué les pasará a ellos si yo no hago lo que debo? Respuesta frecuente: ¡Yo le hago un favor a la vida viviendo; si ella me dio algo yo no se lo pedí, ¡mis padres me trajeron al mundo, que me sostengan ellos! La muerte, lo caído de lo caedizo, nos pregunta, pero respondemos evasivamente sin antes haber pensado sobre ello, pero sólo quien viene con algo dentro se va con algo más, y quien únicamente viene “a ver qué dicen”, se va tan vacío al salir como cuando entró: “¿Qué ha venido usted a buscar en este curso?” “¿Yo? Comprobar si es usted tan ocurrente como dicen”. La vida espera de nosotros excelencia también en lo difícil, no el quedar impresionados por la enseñanza para no practicarla: “nos ha movido usted el tapete”, dicen, pero luego no mueven el “culete”. Las gentes superficiales que pasan su vida en la peluquería hallan su sentido en el moldeado de su cabello, o se descerrajan un tiro. El principio de placer no se contrapone al de realidad, pues éste no constituye el sentido de nuestras aspiraciones, sino que es la consecuencia de su realización. No sufrir puede ser indicio de enfermedad; si nos preguntásemos si desearíamos cancelar todas las vivencias tristes de nuestra vida pasada, diríamos que no, pues sabemos cuánto hemos crecido y madurado en esas épocas de nuestra vida. Pero vida y muerte se copertenecen. Morir no es ser o no ser, sino ser-y-no-ser. Quien huye de la muerte carga con su propio ataúd incluso en el gimnasio. Si no muriésemos podríamos aplazarlo todo y siempre; que nuestro tiempo sea limitado resulta sanador. Cuanto más tiempo perdamos, más muerto estará todo sentido, tanto que ya ni lo sentiremos. Con el acta de nacimiento recibimos el acta de defunción. Thanatos no es para después de eros. Somos lo vivo que la muerte no ha matado. Cuando la muerte no ha venido, echa sus gusanos en nosotros. El necio teme la muerte y la rehúye, el loco la busca, y el sabio la espera. La muerte es sustancia, no accidente. No hay calidad de vida sin calidad de muerte, no euforia distanásica, eufemísticamente denominada eutanasia. No sabe morir quien no sabe vivir, ni vivir quien no sabe morir. Si para el pesimista la salud es un estado transitorio que no puede conducir a nada bueno, y para el miedoso la enfermedad es un estado transitorio, yo-soy-yo-y-mis-enfermedades.

No es el sufrimiento el problema, sino la ausencia de respuesta a la pregunta ¿para qué sufrir? Quien halla el sentido de vida está preparado para sufrir y para sacrificarse. A veces se pasa por diversas etapas: Negación del hecho (¡no es posible!). Rebelión (¿por qué a mí?). Negociación (¡denme al menos un año más!). Depresión (¡no merece la pena tanta lucha!). Aceptación (estoy preparado). No hay situación que el humano no pueda ennoblecer haciendo o aguantando, pero se necesita un ideal de vida bueno. El sufrimiento tiene sentido si apunta más allá de sí mismo: se sufre mal si no se ayuda a nadie. El sacrificio puede dar sentido a la muerte, el mero instinto de conservación no.

 

  1. La persona es empoderamiento donativo, compasivo: sufro tu sufrir

Caer, morir, no impiden dar. Ahora bien, ¿por qué deberían los demás soportarme a mí, el egoísta, e incluso pagar mis facturas?, ¿cómo sabría yo que el tú por mí auxiliado no va pagarme con una puñalada trasera?, ¿no sería eso hacer el tonto por angelismo, lo primero que me censurarían mis propios familiares? ¿no parece una quijotada ser compasivo? Por otra parte, la dulzura del “buen corazón”, la “simpatía natural” (Mitgefühl), la “empatía psíquica” (Einfühlung) por pertenecer a una misma especie, el sentimiento de “obligación moral” (Gewissen), el cumplir con la “obligación legal” (Befehl) y con el “orden social” (Ordung), el egoísmo razonable de quien paga sus impuestos porque eso beneficia a todos, nada de eso es propio de una actitud compasiva. Ni vale la reacción ocnofílica que, para vencer la angustia, mantiene el vínculo temeroso de dependencia con quien le dispensa seguridad. Ni basta hacer bastante (satisfacere), es necesario padecer bastante (satispati), la satispasión, el satispadecer. Sentirse interpelado por la ajena des/gracia es una gracia, aunque nos haga sufrir. Pero ni siquiera sumando todas esas razones salen las cuentas de la compasión.

La hipocresía del “sentir lástima”, del qué asco me daría besarle, o de la disposición imaginativa (me gustaría ayudarle) ignora que los sufrientes no están ahí para que nos den lástima, sino para que nos afanemos en aminorar su penosidad dándoles la mano. Cuanta menos gente me duela, más tacaño será mi sufrimiento; a menor profundidad de la herida, menor amor compasivo. Tampoco bastan el abstracto no hacer mal a nadie, ni el prometeico “ofrece resistencia al mal” (heroísmo activo del sufrimiento), ni el búdico “resiste al mal prescindiendo de la sed” (heroísmo pasivo del sufrimiento), que anula el nexo causal entre el yo y sus actos predicando la santa indiferencia de cada uno.

Entonces, ¿por qué me dueles, por qué te duelo? Amar sin compadecer no es amar. Nuestro principio de identidad es la compasión con el sufrimiento ajeno. Nadie te abraza, luego no existes para nadie, yo para ti no estoy, puedes morirte, perro. La persona des/pasiva o in/compasiva no abraza. Somos pensantes com/pasivos, amar es la culminación antropológica del conocer; el corazón tiene sus razones que la razón no conoce. El ordo amoris del cor/razón abre camino, hace entrar en razón. Donde no hay amor no hay verdad. Conocer es co/nacer al con/doler; si no me dueles, me es indiferente que existas o no. La prueba ontológica objetiva de la existencia de alguien es que me duele. No se ama solamente porque se conoce, en el amor se reconoce.

La vida no es sólo progreso competitivo, también es pasión compasiva: tu dolor es mi dolor, sufro tu sufrir, no te robaré, no atentaré contra ti, no mataré ni me mataré. Yo soy mi dolor en ti, tú eres tu dolor en mí. La manera más profunda de sentir algo es sufrir por ello, de ahí que cada ser humano se parezca tanto a su dolor. El principio de identidad del yo, quién sea yo, no está en el egótico “yo pienso, luego yo existo”, sino en la compasión. Estos serían sus prenotandos: a) Yo soy yo/y/tú. b) Lo más íntimo de cada persona (de cada yo/tú) es su sufrimiento. c) Si des/cuido tu sufrimiento descuido el mío. d) Si me cuidas me siento amado, y a la inversa. También el amor otorgado a uno mismo por sí mismo radica en la com/pasión. Yo sé quién soy por el cómo de mi compadecerme contigo y conmigo, tú sabes quién eres por el cómo de tu compadecerte contigo y conmigo. Sólo entonces soy importante para ti. Amar sin compasión no es amar. Nuestro principio de identidad es la ajena compasión, superior al apego a sí mismo. La persona des/pasiva o in/compasiva no abraza. Te abrazo compasivamente, luego existes para mí. Nadie te abraza, luego no existes para nadie, nadie está para ti, puedes morirte, perro. La persona compasiva ve el rostro de cada deficiente en toda la humanidad e intenta ayudar, pero cuando no puede, cuando su agusanamiento le agusana a él mismo, reconocerá que hasta el amor tiene su límite compasivo: un padre no debería engañar a su hijo tetrapléjico con la promesa de que un día volará. El sol pidió a la humilde lámpara de aceite que le sustituyese un rato, y ella dijo; “Se hará lo que se pueda”. Si puedes curar, cura; si no puedes curar, calma: si no puedes calmar, consuela. Sólo hay un deber que puede ser querido: el poder de salvar; y sólo hay un honor: el honor de ayudar.

Compasión es más que empatía o simpatía, aunque se manejen sinonímicamente. La súplica del desvalido se me impone sin que yo pueda hacer oídos sordos a la llamada de su miseria. Ante él deseo escapar porque me incordia, “no es mi problema”. Pero nadie puede responder en mi lugar, mi dignidad está en mi respuesta responsable. Ante su desdicha mi conciencia pierde su primacía y su soberanía y no vuelve triunfalmente sobre sí para reposar complacida: no existe mayor hipocresía que la que ha inventado la caridad bien ordenada. Aunque sea yo quien se lance hacia el otro en un impulso generoso, es el otro quien toma la iniciativa con su sola presencia; ante él no se ha de pretender una apreciación objetiva de la misma, atendiendo a su valía o dignidad, ni tomar en consideración la maldad de su voluntad, la limitación de su entendimiento, o lo absurdo de su orientación, ya que lo primero podría fácilmente suscitar odio contra ella y lo último desprecio; lo único que se ha de tomar en consideración es su sufrir.

Compasión es co-debilitamiento voluntario. La compasión no es la empatía del debilitamiento voluntario. Los gradientes de la simpatía (syn-patheia) son diversos: tímidos, arrolladores, desbordantes, líquidos, unilaterales (nebeneinanderfühlen), inestables, recíprocos (miteinenderfühlen). Lo que pasa por empatía es una simpatía imprecisa, lábil, superficial, un toquecito en la espalda, un mero eco sentimental, un fühlen barato, un “ponerse en los zapatos del otro”. Pero ¿qué hacemos con los sin zapatos? Pero la compasión es un einsfühlen, un ir juntos hacia lo profundo del sufrimiento.

Freud y Nietzsche, enemigos de la compasión, alegaron que devolver bien por mal es injusto, y lo es. Pero la empatía debilita con el débil haciéndolo de ese modo fuerte. La persona sana lucha por transformar la impotencia en poder afectivo, el cual:

  • a) es dinámico, pasa de dormido a rugiente, y apagarse;
  • b) se manifiesta a través del deseo, la anorexia desiderativa despotencia;
  • c) busca endebilitamiento compasivo activo, y no el vulgar “empoderamiento” del ego en-sí-para-sí, una ocupación, que es usurpación del espacio vital del otro;
  • d) el poder de una afectividad sana es personal y sinárquico a la vez (win-win relationship), sin que por ello desaparezcan las diferencias interpersonales;
  • e) por su imperio las impotentes almas bellas no padecerán la crueldad de los corazones duros ni la indiferencia de los esteticistas desmayados;
  • f) el perdón y la compasión actúan sinérgicamente;

i). la persona compasiva desarrolla su orexis hacia la existencia de un Dios compasivo.

Una vida “fácil” suele devenir una vida difícil. Para el cor/razón compasivo da más fuerza sentirse amado que creerse fuerte, y más autoestima amar que odiar; para él, hay en todo ser humano más cosas de admiración que de desprecio, si se lo ama. El mundo está sediento de compasión. La educación sentimental enseña que no se ama a la otra persona porque sea rica, hermosa, joven, inteligente, pues si esos dones desapareciesen dejaríamos de amarla. Minus te amat qui tecum aliud amat (Agustín), el amor no dice “te quiero porque eres así”, ni “te quiero mientras seas así”, sino “te quiero aunque seas así”. Si el amado no es engreído sabrá que su hermosura es admirada por haber sido mirada Quien ama se compromete a co/regir, a transformar el “a pesar de” en “porque”. El amor compasivo es causa eficiente y causa final, por tanto, causalidad circular. Quiero tu querer para construir un querer mejor. No es sumatorio de dos, sino co-crecimiento.

La compasión es el mejor embajador del tú. Amar sin compasión no es amar: si el otro no me duele, ni existe él ni existo yo. La persona compasiva se alegra de que el otro viva, no sólo con amor de conquista, sino con amor de mantenimiento, y con amor de perfección. Sin ello, el amor deviene rutina. Los valores descubiertos en el amor resultan de mayor altura de lo que nos parecían antes de amar: ¡maravilloso mundo el que descubre Dante después de enamorarse de Beatriz! El amor es diatrófico, alimenta todo aquello por donde pasa (Rof Carballo). Amor profundo, extenso y eterno no son incompatibles: cuanto más profundo, tanto más extenso y tanto mayor su deseo de perdurar; amar a otro es decirle: mientras yo viva, tú no morirás. Lo inexplicable del amor es que uno quiera perderse en el otro y que, perdiéndose, ambos salgan ganando.

Mal le va al amor pensante si no es al propio tiempo com/pasivo. El amor compasivo se compromete a conocer; una vez conocido el amor es la culminación del conocer, el co/nacer. Este entrar en razón no es un salir del ordo amoris si educa los sentimientos y los afectos. Para conocer al tú es necesario amarle, tú existes solamente si amas; a quien no ama le es totalmente indiferente que exista a no. El amor es la prueba ontológica objetiva de la existencia de alguien, el criterio del ser, donde no hay amor no hay verdad. Es también el centro de la autoconciencia recognoscitiva. No se ama porque se conoce, sino porque en el amor se reconoce en una esfera común que sobrepasa el campo de cada uno. No por respeto por la ley, sino por respeto al otro: no autonomía, sino heteronomía, autonomía del otro, a su vez heterónomo para sí. Si el termino “heteronomía” resulta muy duro después de Kant, pongamos “egocentrismo”. La pregunta ¿dónde me gustaría estar ahora mejor que en ningún otro sitio? respondo aquí, acompañándote en tu angustia. No podría yo tratarme como fin en sí mismo, si no cumpliera este requerimiento. No sólo no debo sentir alegría ante tu desgracia; ni pretextar que tu odio me da derecho a vengarme; ni que me diga a mí mismo que el derecho ha sido violado y que no soy yo, sino el derecho en sí el que se está vengando; tengo que preocuparme positivamente por ti. No odiaré a mi hermano en mi corazón. El odio no tiene justificación. No hay motivo ni razón para odiar; cada aparente motivo es una aberración. No he de pretender una apreciación objetiva de la persona según su valía o dignidad, ni tomar en consideración la maldad de su voluntad, la limitación de su entendimiento, o la absurdez de sus conceptos, ya que lo primero podría suscitar odio contra ella, y lo último desprecio; lo único que se ha de tomar en consideración son sus sufrimientos.

O cargo con el destino voluntariamente, o él carga conmigo. Quien se subleva contra su destino no ha comprendido el sentido de todo destino. Cuando un epiléptico se pregunta qué habría sido de él si su padre no hubiese sido un bebedor y no le hubiese engendrado durante su ebriedad, sólo cabe una respuesta, a saber, que él está inculpando sin sentido a su destino, pues su cuestionamiento es falso: si a él le hubiese engendrado otro padre, él no hubiera llegado a ser “él”, y por eso tampoco hubiese podido plantear esta cuestión carente de sentido, ni alzar sus airadas quejas contra el destino. Si la vida tiene sentido, también el sufrimiento: la vida nos pone ante las preguntas a las que debemos responder (Frankl).

 

  1. La dinámica del corazón compasivo: del pienso luego existo al somos amados luego existimos; me dueles, luego eres importante para mí

Invocación-sanación. ¿Cómo afrontar la enfermedad, el dolor? Desde el vocativo. Toda debilidad se traduce en peticiones directas o indirectas de auxilio. Pero el pobre, el enfermo, a pesar de todo, muchas veces ni siquiera se atreve a pedir, por miedo, por soberbia, por experiencias negativas anteriores. El adulto lanza peticiones indirectas, de náufrago a la deriva, pero sin atreverse a pedir directamente: ¿y si se ríen de mí, y si pierdo mi aura?

Genitivación-sanación. El vocativo pide un genitivo receptor de ese vocativo. Quien necesita beber pide una fuente, un de dónde del cual nos advenga el cariño, la nutrición, el afecto. No el egocéntrico yo pienso luego yo existo, sino el soy amado luego existo.

Donación-sanación. Dativo de espacio, y mejor dativo de tiempo, sanar es pasar del genitivo al dativo al don permanente en el per/dón. Hacerse dativo, don nato, donativo, afianzarse en el don que infunde vida es hacer medicina. Donato. Hacerse dativo, don nato, donativo: hay más alegría en dar que en recibir.

Ablativo-sanador. Con-jugar sin excepción, en toda circunstancia, sin acepción de personas, mediante el ejercicio de lo que sana, a saber, el hacer de la vida entrega, dentro de los límites de la humana condición.

Nominación-sanación. El amor es el nombre de la persona. Somos al final el nombre con que somos (sanados) y con que nos dejamos amar (sanar).

Contra el acusativo: “El sentido de mi vida es acompañar a quienes, como peregrinos, buscan fatigosamente el sentido de sus vidas, o afrontan el sufrimiento de una vida para ellos sin sentido” (Frankl). “Cuando veo sufrir a otros seres es como si ellos sufrieran en mi lugar” (Jaspers)[2].

 

  1. Coda, sin racionalidad perezosa

En este breve artículo no encontrará el lector rastro alguno de fideísmo ni de fideísmo del infideísmo. No se debe meter a Yahvé, ni a Jesucristo en filosofía, su contexto de descubrimiento no debe dominar su contexto de discernimiento, por mucho y muy profundamente que pueda servir para la reflexión filosófica. El cansancio que ha producido el tomismo católico (sustancialista y lastrado por una teología descendente y subordinante de la filosofía, la última de ellas la de Karol Wojtyla) sigue viviendo medio muertas en algunos seminarios y universidades dizque católicas por ignava ratio o racionalidad perezosa y mitopoyética. Lo mismo, aunque con distintos prejuicios, se encuentra en el ridículo cientificismo actual de quienes no saben filosofía ni quieren saberla, ni nunca la sabrán. Si para algo sirviera nuestro modesto esfuerzo ya semicentenario al margen de esos mamotretos, lo daríamos por bien venido sine ira et studio.

NOTAS.

[1] Aunque Max Scheler es un autor voluble, enseña mucho sobre las versiones y perversiones de la simpatía. Cfr. Díaz, C: La fenomenología psicológica de Max Scheler. Editorial Sinergia, Guatemala, 2019, 404 pp.

[2] Cfr. Díaz, C: Soy amado, luego existo. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001, 4 volúmenes; Doles ergo sum. Para una reconciliación con el dolor. Ed. Mounier, Córdoba, Argentina, 2005, 95 pp; Filosofía de la razón cálida. Ed. Mounier. Córdoba (Argentina), 2005, 220 pp; Del yo desventurado al nosotros radiante. Ed. Mounier, Madrid, 2006, 133 pp. (2ª. ed); No perder el tú en el camino. Ed. Mounier, Madrid, 2006, 103 pp; Por respeto al otro. Ed. Dos Mundos, Madrid, 2006, 100 pp. El don de la razón cordial. Ed. Clie, Barcelona, 2007, 156 pp; Razón cálida. La relación como lógica de los sentimientos. Ed. Escolar y Mayo, Madrid, 2010, 500 pp; Logoterapia centrada en la persona. Ed. Escolar y Mayo, Madrid, 328 pp; Del hay al don. La urgencia de la gratuidad. Ed. San Esteban, Salamanca, 2013; Sufrimiento y esperanza se besan. Ed. Sinergia, Guatemala, 2016, 212 pp; Tu rostro me duele, luego eres importante para mí (Encuentro sanador y experiencia de sentido). Ed. Mounier, Madrid, 2017, 155 pp; Del yo al nosotros (Ensayo de una psicología personalista fenomenológica). Ed. Nexum, Culiacán, 2017, 289 pp; Cuando tu sufrimiento y el mío son un mismo sufrimiento. La vida como sanación compasiva. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2018, 176 pp; El miedo y la soledad. Ed. Sinergia, Guatemala, 2018, 335 pp; La psicología fenomenológica de Max Scheler. Una razón cálida. Ed. Sinergia, Guatemala, 2019, 404 pp; En las cimas de la desesperación. Ed. Sinergia, Guatemala, 2020, 153 pp; La filosofía como terapia. Ed. Ygriega, Madrid, 2021; Esperanza y desesperanza. Ed. Mounier, Madrid, 2022; Logo/tanato/terapia. Ed. Sinergia, Guatemala, 2021; Tribulación y pandemia. Ed. Sinergia, Guatemala, 2020, pp; Lo real, la locura. Ed. Sinergia, Guatemala, 2020, pp.

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3 comentarios

  • Juan A. Vinagre

    Cuando uno entra, como Carlos, en ese mundo del yo -que es pura intimidad, en parte quizá inefable-, entra en lo más profundo y sutil de uno mismo. Entra en el mundo de las esencias… Me parece que ese yo, de alguna manera, trasciende la razón. y que ésta es algo así como una “ancilla”. Por eso, a veces tengo la impresión de que, cuando hablamos del yo, con frecuencia caemos en lo superficial (unas veces lo banalizamos y otras lo convertimos en ego-ídolo), sin tomar mucha conciencia de que a menudo solo balbuceamos sobre este gran tema, difícil de definir. Balbuceamos, quizá como yo lo estoy haciendo ahora.         En suma, que comparto la postura de G. Vattimo cuando dice que lo mejor del ser es un dato personal, y lo mejor de ese dato es la relación inter-personal, muchas veces difícil de expresar en palabras. En la profundidad de la persona hay algo inefable…                          Por eso, se comprende que balbuceemos tanto, e incluso frivolicemos…

  • oscar varela

    ¿Cómo aparecen en mi mundo vital «los otros hombres»?
     
    1- en el contorno que mi horizonte ciñe aparece el OTRO.
    – El «otro» es el otro hombre.
    – Con presencia sensible tengo de él sólo un cuerpo,
    – con su peculiar forma, que se mueve, que maneja cosas ante mi vista,
     
    2- Pero lo sorprendente, lo extraño y lo últimamente misterioso es que
    – siéndonos presente sólo una figura y unos movimientos corporales,
    – vemos en ello o a través de ello algo por esencia invisible,
    – algo que es pura intimidad,
    – algo que cada cual sólo de sí mismo conoce directamente;
    – su pensar, sentir, querer,
    – operaciones que, por sí mismas, no pueden ser presencias a otros;
    – que son no-externas ni directamente se pueden exteriorizar,
    – porque no ocupan espacio ni tienen cualidades sensibles
    – por eso son, frente a toda la externidad del mundo, pura intimidad.
     
    3- El cuerpo del otro, quieto o en movimiento, es un abundantísimo semáforo
    – que nos envía constantemente las más variadas señales o indicios o barruntos
    – de lo que pasa en el dentro que es el otro hombre.
    – Ese dentro, esa intimidad no es nunca presente,
    – pero es compresente, como lo es el lado de la manzana que no vemos.
     
    4- La fisonomía de ese cuerpo, su mímica y su pantomímica, gestos y palabras
    – no patentizan pero sí manifiestan que hay allí una intimidad similar a la mía.
    – El cuerpo es un fertilísimo «campo expresivo» o «de expresividad».
     
    5- Yo veo, por ejemplo, que mira.
    – Los ojos, «ventanas del alma» nos muestran más del otro que nada
    – porque son las miradas, actos que vienen de dentro como pocos.
    – Vemos a qué es a lo que mira y cómo mira.
    – No sólo viene de dentro, sino que notamos desde qué profundidad mira.
    – Por eso nada agradece el enamorado como la primera mirada.
    – Pero hay que tener cuidado.
    – Si los hombres supiesen medir la profundidad de que proviene la mirada de la mujer,
    – se ahorrarían muchos errores y muchas penas.
    – Porque hay la primera mirada que se concede como una limosna
    (poco honda, lo justo para ser mirada).
    – Pero hay también la mirada que viene de lo más profundo,
    – trayéndose su raíz misma desde el abismo del “otro” –de la “otra”.
    – mirada que emerge como cargada de algas y perlas y todo el paisaje sumergido.
    – Esta es la mirada saturada, en la que rebosa su propio querer ser mirada,
    – mientras que la primera era asténica, casi no era, mirada, sino simple ver.
     
    6- Así, desde el fondo de radical soledad
    – que es propiamente nuestra vida,
    – practicamos, una y otra vez, un intento de interpenetración, de de-soledadizarnos
    – asomándonos al otro ser humano, deseando darle, nuestra vida y recibir la suya.

  • ELOY

    Gracias Carlos. Este denso y largo artículo no es cosa de un día. Habrá que “rumiarlo”.

    Por hoy me quedo con lo que sigue:

    Contra el acusativo: “El sentido de mi vida es acompañar a quienes, como peregrinos, buscan fatigosamente el sentido de sus vidas, o afrontan el sufrimiento de una vida para ellos sin sentido” (Frankl). “Cuando veo sufrir a otros seres es como si ellos sufrieran en mi lugar” (Jaspers)”