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Mi madre, maestra de escuela

Carlos. ¿Dónde estudiaste?

Dónde, en todos los lugares que he pisado. Cuándo, siempre. Mi padre estuvo en la guerra, colaboró con la Institución Libre de Enseñanza, y después lo inhabilitaron para el magisterio, una práctica habitual con los maestros republicanos represaliados. El único delito que cometió mi padre fue el de pertenecer a la Institución Libre de Enseñanza, yendo por los pueblos jurdanos, que vivían en el paleolítico, y por otros muchos, con su rudimentaria máquina de proyectar películas, algo mágico para esa gente que jamás había visto cosa semejante. También instruía a los asombradísimos campesinos analfabetos sobre el funcionamiento de una ducha. Y, como “pago” de estas acciones pedagógicas, habiendo sufrido la guerra en el bando republicano, fue humillado por el franquismo victorioso, castigado durante años a perder la escuela que había ganado por oposición, y a pagar multas sobre su muy exigua paga. Y así estuvimos largos años viviendo del magro sueldo de mi madre, también maestra, en aquella época en que regía sin hipérbole el pasas más hambre que un maestro de escuela.

Condenada de este modo la familia a vagar en busca de pueblos mejores, los hijos fuimos naciendo en aquellos míseros puebluchos donde a veces no había ni luz. Yo nací en uno de aquellos lugares, Canalejas del Arroyo, Cuenca. Finalmente, tras varias odiseas, nos trasladamos a un poblachón manchego minero, Puertollano, Ciudad Real, donde pasé mi adolescencia y el bachillerato, y desde allí a Madrid. Gracias a la infinita y sacrificada laboriosidad de mis padres, todos los hermanos pudimos estudiar. Inolvidable ambiente el de aquella sin par Salamanca unamuniana, un milagro viviente en el tiempo, residí durante dos años en el célebre Colegio Mayor San Bartolomé.

¿En Alemania estuviste una vez terminada la licenciatura?

Sí, allí fui con una beca para hacer la tesis doctoral. Y, si bien es verdad que quien hablaba alemán era el rey en la facultad de filosofía, nunca olvidé que también Hitler dominaba ese idioma, y que no es el idioma el que hace al hombre, sino el hombre al idioma. Así que, al regresar de Múnich a la universidad Complutense como profesor ayudante de metafísica con apenas veinticuatro años y la tesis sobre fenomenología en el bolsillo me creía más de lo que soy.

¿Cultura popular frente a cultura académica?

La antigua cultura popular nacía en cada pueblo con sus diferencias, pero ya no existen pueblos, una vez que los medios han igualado y banalizado hasta los más recónditos lugares de cada país. La cultura universitaria, es manierista, egipticista, sus referentes son los autores de moda y las ideologías del momento. Con el paso de los años, tan escéptico de tanta banalidsd,  terminas refugiándote en los clásicos.

Carlos, yo creo que tienes un concepto muy alto de los filósofos, de los profesores, o de los pensadores. ¿No será por eso por lo que te manifiestas en términos tan duros?

Podría ser; algunas personas me reprochan no tener otro referente que el de mi propia subjetividad narcisista. Pero ser maestro es algo sagrado, lo cual contrasta con la laxitud de los pedagogemas al uso. ¿Debería yo aflojar y aceptar que la mediocridad nos siga atenazando, cuando en este país estamos a la cola de Europa en matemáticas y en lingüística?

¿No te parece que el atraso tiene mucho que ver con el exceso de presencia de lo religioso entre los pueblos y las naciones?

Yo lo veo precisamente al revés: los pueblos con religiones más creativas, pensemos en la fenicia, griega, romana, han tenido religiosidades populares más culturógenas y capaces de movilizar popularmente. Manifestaciones religiosas populares las hubo siempre: las culturas antiguas entierran a los muertos con ritos funerarios, exorcizan a los espíritus en que creen, elevan preces benéficas o damnatorias contra el enemigo, o en favor de la lluvia, a modo de ritos panúrgicos. La burda idea de que la religión es el opio del pueblo ha resultado incapaz de mantenerse; más aún cuando se ha intentado imponer la cultura antirreligiosa y atea quien más problemas dogmáticos en su propio interior ha tenido ha sido el inquisidor, dictador, caudillo, etc. La religión civil de los turiferarios académicos es inconsistente. Dejemos, pues, de incendiar los arcanos sagrados y cultivemos las dimensiones más constructivas de las creencias, siempre que no dañen al humano creyente, dubitante o increyente, todo lo cual sería sectario.

Has criticado a la academia y defendido el hecho religioso, ¿crees que aún estamos a tiempo de reganar aquella vieja cultura popular militante?

¿De dónde iba a salir un pueblo ágil, propositivo, emprendedor, entusiasta, generoso, con una escuela muerta, un Estado matador, y una cultura tan aburrida que ahuyenta incluso a los escolares de los centros educativos que deberían formarles? No creo que del pueblo estén saliendo aquellos tribunos como Menenio Agripa o Quintio Cincinatti para devolver al pueblo su dignidad. Nada de esto impide que el nivel tecno-científico escolar se haya elevado, como no podía ser menos en el siglo XXI; el ingeniero posee más técnicas para construir puentes o carreteras, y el neurocirujano conocimientos para operar.

Carlos: yo ahora no sé más de lo que los emigrantes sabían en la época de los 60…

Emigraron porque no había trabajo para ellos en España, y porque tampoco sabían latín, sólo tenían sus manos para trabajar. Yo viví intensamente aquellas luchas de la emigración desde Alemania junto a mi maestro Marcelino Legido, su espíritu místico y escatológico de la militancia. ¿Luchaban porque albergaban esos sentimientos, o albergaban esos sentimientos porque luchaban? La respuesta no es o….o, sino y….y.

Carlos, cuando estás sesenta años trabajando y ves a los superficiales buscar la disputa por la disputa, como gallitos en pelea, y no el amor a la verdad y a la vida ¿qué sientes?

Siento que el mal hábito académico sigue presente en mí mismo, animal polémico que a veces no dudaría en eventrar al enemigo dialéctico, tanto que daría medio brazo por una frase paradigmática que pasara a la historia. Afortunadamente no he hecho ni un metro de moqueta, siempre he tenido un pie fuera de la Academia: he sudado tinta en la editorial obrera católica Zyx, en el movimiento obrero, en el Instituto Mounier, en Latinoamérica, pero sobre todo soy el amor con que he sido amado por amigos. Por eso no puedo decir como los académicos “soy escéptico”, sino “soy filósofo”, amo el precio que por la sabiduría haya que pagar.

¿Para qué tantas escuelas, si no se enseña en ellas a vivir?

No soy partidario de la desescolarización; debe existir una institución especializada en enseñar ciertos saberes que solo allí pueden enseñarse, a condición de que en ellas se enseñe bien.

¿Y no te parece lo mismo de la familia al uso, que es un egoísmo de la sangre?

Creo que la familia es un imprescindible núcleo de socialización en el que se debe enseñar a vivir con dignidad. Cuando esto no se produce, cuando ella enseña lo que no se debe enseñar y no enseña lo que debe enseñarse, requiem por la familia.

¿No crees, Carlos, que nos están faltando virtudes, maestros de vida, ejemplos luminosos, gente que cree y procura llevar a cabo lo que cree?

No puedo estar más de acuerdo: la gente no cree en, tan sólo cree que y de resultas de ello hace como que. Mi madre era maestra nacional en la escuela cagona, una unitaria de niños y niñas de las más cortas edades, con cien alumnitos y alumnitas por aula, y tenía una auxiliar pagada por el Ayuntamiento encargada de quitar la caca a los infantes aún incontinentes. Yo mismo fui uno de sus alumnos, sin ningún privilegio. Después de la clase tenía mi madre todavía la paciencia y el amor suficientes para recoger todos los cuadernos, subírselos a casa, y enderezar todos los picos de las hojas que los niños colocamos hacia arriba, poniendo unos clips en las puntas de las libretas y luego, restaurados también los garabatos con colores. Cansada y feliz, dejaba la tarea preparada para el ansiado día siguiente.

 

2 comentarios

  • oscar varela

    Hola Carlos!
    No voy yo a decirles a los españoles lo que han de saber acerca de el LAZARILLO DE TORMES;
    solo precisar que es la antecesora –en 50 años-, del “género” NOVELA atribuido al Don Quijote de Carvantes.
     
    El Relato “novelesco” es una especie de “autobiografía”; que –al decir de Ortega-, es el superlativo de la “razón vital”.
     
    Y así –como el tuyo- comienza el “Lazarillo” encomiendo a su mamá (o algo parecido):
     
    TRATADO PRIMERO
     
    Cuenta Lázaro su vida y cúyo hijo fue
     
    “Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé Gordales y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue de esta manera: Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una azeña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y, estando mi madre una noche en la azeña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí; de manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.
     
    Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi pa­dre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confessó y no negó, y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama bien­aventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón esta­ba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de ace­milero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
     
    Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viesse, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdale­na, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno, de aquellos que las bestias cura­ban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el co­mer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños.
     
    De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estan­do el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él para mi madre, y, señalando con el dedo, decía:
    -¡Madre, coco!
     
    Respondió él riendo:
    -¡Hideputa!
     
    Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico y dixe entre mí: “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros, porque no se veen a sí mismos!”
     
    Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que assí se llamaba, llegó a oídos del mayordomo y, hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohacas, mandiles, y las mantas y sábanas de los ca­ballos hacía perdidas, y, cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni de un fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo, y aun más, porque a mí con amenazas me pre­guntaban, y, como niño, respondía y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras, que por mandado de mi madre a un herrero vendí.
     
    Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrasse ni al lastimado Zaide en la suya acogiesse.
     
    Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia, y, por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana. Y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico, hasta que supo andar, y a mí, hasta ser buen modelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas, y por lo demás que me man­daban.
     
    En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratasse bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrara a mi nuevo y viejo amo.
    …”

  • Juan A. Vinagre

    Carlos, me gusta tu artículo porque invita a recordar…, y a la reflexión. Por eso, esta nota. Tocas un tema para muchos muy importante: Ser maestro-a, es algo sagrado, sí, porque el maestro no solo enseña cosas, sino que sobre todo forma y ayuda a construir personas… Esto es lo sagrado.  De ahí que considere que la profesión de maestro-a  es la profesión más importante. Construir un rascacielos, un gran puente sobre el mar, reparar o curar un cuerpo enfermo etc. es importante…, pero no tanto como ayudar a construir personas que piensen libremente, que descubran e incorporen valores en su vida, que sepan convivir y/o resolver conflictos en armonía, que sepan ser solidarios y entiendan lo que es amar…    En las escuelas    o en una iglesia también se puede formar-ayudar a comprender mejor algo esencial en el mensaje de Jesús: Hacer el bien, sin egoísmos, a quien nos necesite…    Formar es también preparar a pasar haciendo el bien y a servir en un puesto de mando o humilde…  Se sirve, se puede servir, desde cualquier puesto.                                  Lo que cuentas de tu padre le pasó a muchos, como todos sabemos…   (En este momento estoy pensando en Alvaro das Casas, profesor en el instituto de Noia… que se dedicó solo a hacer el bien con sus alumnos. Con la guerra incivil, tuvo que huir a América y morir en el exilio, para no parar en una cárcel… Era un hombre bueno y un gran educador, muy querido. Pertenecía a la ILE.)              El poder no se interesa por formar personas (y menos si formándolos se atreven a cuestionar valores que inculca el poder), sino que más bien se interesa por extraer beneficios… (Para ciertos poderes el hombre-mujer más que personas son un objetos a usar y tirar. En muchos casos se cultivan e incentivan inteligencias, sí; pero solo con el fin de que creen y produzcan mayor beneficio.) Este es el proyecto de futuro en muchos casos.    Por eso, hoy la educación se está convirtiendo en adiestramiento.  Interesa crear-formar “homos hábiles” más que personas. Hacia ahí quieren muchos poderes que vaya dirigida la educación.   ¿Se acuerdan del “homo machine”?     Nos vamos acercando a ese modelo, que quiere el poder-dinero. Por eso, Dios y poder-dinero (que crea máquinas…) son incompatibles. Es preciso y urgente un buen diseño educativo (en el que se elija bien a los docentes-formadores con auténtica vocación, pues son más importantes que un ingeniero, por ejemplo), y en cuyo diseño el ser humano sea el primer objetivo. Formar en primer lugar “para ser”, no para “producir”. La buena producción es una “añadidura” del buen ser personal.