Los medios de comunicación se han hecho eco en estos años del avance, sobre todo en países anglosajones, de teologías cristianas conservadoras que se acercan a posturas calificadas por algunos como “fundamentalistas”. Según éstas, los contenidos de la Biblia, tal como son formulados, deben ser entendidos literalmente, y deben ser considerados como ciencia que debe anteponerse a las propuestas de los científicos. Con ello niegan la posibilidad, no solo de un diálogo sino también de un encuentro entre el pensamiento científico (tanto de las ciencias de la naturaleza como de las ciencias sociales y humanas) y la construcción racionalizada de la experiencia religiosa como es la Teología.
Frente a estas teologías de corte “fundamentalista” aparecen esfuerzos personales y colectivos que buscan un diálogo y un encuentro que superen los aparentes conflictos entre las ciencias profanas y la religión. Estas teologías pretenden una reflexión constructiva encaminada a “tender puentes” entre las culturas científicas emergentes y las formulaciones de las convicciones de la fe. Estos intentos de diálogo y encuentro interdisciplinar pueden dar lugar a reformulaciones de algunas tesis teológicas en función de los avances del conocimiento científico. A este conjunto de tareas se denomina con la expresión “Teología de la Ciencia”.
Este concepto no es un simple ejercicio de agudeza intelectual. Mantenemos aquí que en la cultura que domina en nuestra sociedad existen unos elementos de cientificismo borroso que para muchas personas supone una traba importante para sus creencias tradicionales.
Y por otra parte, muchos perciben que algunos planteamientos de la Teología aparecen desfasados respecto a los avances de las ciencias, lo que da lugar al desprestigio de la Teología y por ello, de su expresión social como son las religiones. Todo esfuerzo por educar en la fe a la comunidad cristiana teniendo en cuenta los avances de las ciencias modernas, supone hoy un reto para las Facultades de Teología y los centros que pretenden un diálogo entre la fe y la cultura, entre la fe y la justicia. De aquí los aspectos pastorales de la “Teología de la Ciencia”.
Antecedentes: el conflicto entre ciencia y religión en el siglo XIX
[Este apartado, menos nvedoso, puede leerse completo en el enlace a CTR]
La emergencia de la Teología de la Ciencia
Durante el siglo XX, las relaciones entre la Ciencia y la Religión, entre la imagen racional y científica de un mundo regido por leyes autónomas y en evolución, y la imagen religiosa y teológica de un mundo “creado” por Dios, no han sido fáciles. Pero en estos últimos años, sobre todo tras el Concilio Vaticano II (y la asimilación de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes), sectores aún minoritarios del mundo científico y sectores aún minoritarios del pensamiento teológico han iniciado un acercamiento que comenzó con el diálogo, continuó con la búsqueda de lenguajes comunes (el diálogo interdisciplinar) y se dirige hacia un encuentro que pueda integrar posturas aparentemente separadas.
Posturas actuales ante las relaciones entre la Teología y las Ciencias profanas
Puede decirse que hoy no existe una postura monolítica y cerrada dentro del mundo científico ante la posibilidad de un acuerdo entre ciencia y religión. En un intento de sistematización de las posturas, podemos adoptar las ideas de un físico, Ian G. Barbour,que ha dedicado gran parte de la última parte de su vida a la reflexión entre la ciencia y la teología. Éste sistematiza en cuatro las posturas históricas que han relacionado la fe cristiana y la ciencia:
- Conflicto: la postura que ahonda en el conflicto (y por tanto, en la imposibilidad de un diálogo) se dio sobre todo en el siglo XIX bajo la influencia del libro de J. W. Draper, Historia de los conflictos entre la Religión y la Ciencia. Esta lucha abierta, se alimentó, por un lado, de una postura de grosero materialismo científico, y por otro lado, de un literalismo bíblico fundamentalista que hacía imposible cualquier tipo de encuentro. Esta postura sigue presente también hoy en algunos grupos científicos de factura más positivista y materialista. Pero también por parte de sectores religiosos existen posturas intransigentes que perciben en las ciencias una amenaza a la Teología.
- Independencia: otra de las posturas ente fe cristiana y ciencia es la de la independencia, tal como ha defendido modernamente Stephen Jay Gould. Según ella, son dos magisterios diferentes, con metodologías diferentes y objetivos diferentes y por ello nunca se pueden encontrar. Muchos cristianos evangélicos y cristianos conservadores propugnan esta postura. Ciencia y religión no se encuentran y tan científica es la ciencia de la evolución como la ciencia de la creación.
- Diálogo: la postura del diálogo supone unas relaciones constructivas entre ciencia y religión que deben superar los conflictos o la independencia. Se sitúa gradualmente hacia una mayor postura de integración, como veremos. El diálogo presupone la aceptación por ambas partes los límites del conocimiento científico y del conocimiento teológico, y explora las semejanzas entre los métodos de la ciencia y de la religión y analiza los conceptos puente que permiten unas relaciones transdisciplinares.
- Integración: como culmen de este proceso de diálogo está la emergencia de formulaciones nuevas que constituyen lo que se denomina interdisciplinariedad, un intento de reelaboración conceptual y metodológico que permite aceptar la complementariedad de saberes dentro de un universo de límites difusos pero que acepta la legítima autonomía de cada disciplina. No se trata tanto de lanzar puentes cuanto de construcción tolerante y plural de interpretaciones del mundo siempre provisionales y éticamente elaboradas. En el pasado, fue la llamada Teología Natural la que estableció constructos teológicos asentados desde los datos de las ciencias empíricas. Más modernamente está el intento denominado Teología de la Ciencia, según la cual los conceptos teológicos se reelaboran dentro de los macroparadigmas elaborados por las ciencias, de modo que sean comprensibles a los humanos de nuestra época.
Qué se quiere decir al hablar de Teología de la Ciencia
Dentro del mundo de habla hispana el concepto “Teología de la Ciencia” es un concepto emergente. Una búsqueda en Internet ha dado como resultado unas 17.000 páginas en que se cita este concepto. Son frecuentes los trabajos en el mundo anglosajón que abordan la posibilidad del diálogo y del encuentro entre las ciencias y la teología. Para muchos filósofos, científicos e incluso pertenecientes a religiones, no hay posibilidad de acuerdo, diálogo ni encuentro entre el conocimiento científico y la religión o la teología. Como mucho, se puede llegar a un pacto de no agresión. Algunos lo justifican diciendo que el método auténtico del conocimiento es el de la racionalidad científica, el método hipotético deductivo. Y que la religión pertenece al campo de las convicciones no demostrables.
Desde la perspectiva más eclesial, el acercamiento hacia las posturas de la ciencia es objeto de un proyecto que desarrollan juntos el Observatorio Vaticano y el Center for Theology and Natural Sciences (CTNS) de Berkeley. El punto de partida de lo que podemos llamar Teología de la Ciencia, como disciplina emergente, se sitúa en 1987. Ese año, con ocasión del Tercer centenario de la publicación de los Principia Matemática Philosophiae Naturalis de Isaac Newton, la Santa Sede promovió una semana de estudios dedicada a la investigación de las múltiples relaciones entre la teología, la filosofía y las ciencias de la naturaleza. En el mismo se dieron cita científicos, filósofos y teólogos de todo en mundo, creyentes y no creyentes, pero animados por el espíritu de libertad de opinión y expresión.
Juan Pablo II, con esta ocasión, dirigió un mensaje al jesuita Padre George Coyne, Director del Observatorio Vaticano, en donde recuerda cómo Isaac Newton consagró gran parte de su existencia al estudio de los temas objeto de dicha semana: “Al estimular la apertura entre la Iglesia y las comunidades científicas –dice Juan Pablo II – no nos proponemos una unidad disciplinaria entre la teología y la ciencia como la que existe dentro de un determinado campo científico o dentro de la propia teología. Con el aumento del diálogo y de la búsqueda común, tendrá lugar un crecimiento hacia la mutua comprensión y un descubrimiento de intereses comunes que constituirán la base para futuras investigaciones y debates. En este debate debemos superar – añade – toda tendencia regresiva que conduzca a un reduccionismo unilateral, al miedo y al aislamiento autoimpuesto”.
Y concluye:“La ciencia puede purificar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atrae a la otra hacia un mundo más amplio, en el que ambas partes puedan florecer”
Esta expresión ha sido recogida y citada por muchos de los seguidores católicos interesados en el diálogo y el encuentro entre ciencia y religión. Desde el presupuesto de la autonomía entre los diferentes niveles del conocimiento humano, cuestión en la que insistió reiteradamente Juan Pablo II en su rico magisterio sobre estas cuestiones, recogiendo el espíritu y la letra del Vaticano II, ya que “ha faltado en general entre los teólogos dedicados a la enseñanza y a la investigación un diálogo con la ciencia contemporánea”, y los previene tanto de “la tentación de hacer un uso acrítico y precipitado” de ciertas teorías científicas contemporáneas, como de “desestimar en su totalidad la relevancia potencial de tales teorías” (Audiencia de Juan Pablo II a los participantes en la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias (31-X-1992), “Rehabilitar a Galileo”. Ecclesia, 21-XI-1992, 19 (1775).
¿Es posible una Teología de la Ciencia?
No cabe duda de que en la actualidad hay grandes paradigmas científicos que plantean no pocos problemas a las formulaciones teológicas tradicionales. Pero, ¿cuáles son los grandes temas de conflicto hoy entre Ciencia y Religión? Son numerosas las instituciones que en la actualidad proponen plataformas de diálogo oral (paneles, conferencias, simposios, congresos…), escrito y, más aún, a través de las redes informáticas (blogs, páginas webs..).
El profesor José Antonio Jáuregui en su libro Dios Hoy, cree encontrar en un autor que no se profesa creyente el origen de esta Teología de la Ciencia: “Stephen Hawking es uno de los fundadores de la Teología de la Ciencia, asignatura pendiente que nos concierne a todos y que debe formar parte del nuevo currículo tanto en facultades científicas como en facultades filosóficas, antropológicas, teológicas y humanísticas. Comienza una nueva era de diálogo y debate entre dos países académicos tradicionalmente enfrentados o, a lo peor, incomunicados, separados por un muro erigido por la ignorancia y la soberbia: el de la ciencia y el de la teología. Ha nacido la Teología de la Ciencia”.
¿En qué sentido podemos situar a Hawking en esta postura? En su famosa Breve Historia del Tiempo, escribe: “Hasta ahora, la mayoría de los científicos han estado demasiado ocupados con el desarrollo de nuevas teorías que describen cómo es el universo para hacerse la pregunta de por qué. Por otra parte, la gente cuya ocupación es preguntarse por qué, los filósofos, no han podido avanzar al paso de las teorías científicas. En el siglo XVIII, los filósofos consideraban todo el conocimiento humano, incluida la ciencia, como su campo, y discutían cuestiones como: ¿tuvo el universo principio? Sin embargo en los siglos XIX y XX, la ciencia se hizo demasiado técnica y matemática para ellos y para cualquiera, excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein, el filósofo más famoso de su siglo, dijo: La única tarea que le queda a la filosofía es el análisis del lenguaje”. Y concluye: “No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana porque entonces conoceríamos la mente de Dios”.
Estas frases de Hawking, que a muchos parecerán sorprendentes, revelan el estado de opinión que muchos científicos actuales muestran hacia el poder y la fragilidad de sus propios conocimientos. Se está produciendo en muchos científicos un corrimiento hacia posturas que van más allá de las “ciencias puras y duras”. Estas posturas de los científicos llevan a hacerse preguntas sobre el “sentido” de las cosas: el principio y fin del universo, el sentido del ser humano y de la evolución, la capacidad de la ciencia para responder por sí sola a los grandes interrogantes del saber sobre el mundo. En este sentido, parafraseando el famoso libro de Ilya Prigogine y J. Stengers (La Nueva Alianza) se comienza a hablar de una ruptura del cisma entre ciencia y filosofía que lleva a una nueva alianza de las ciencias y la filosofía. Más modernamente, la antigua pregunta sobre la escisión entre las ciencias y las humanidades, está dando lugar a un amplio debate sobre las llamada “Tercera cultura”, un intento de integración de saberes emergentes que partiendo de las ciencias de la naturaleza se pregunta por el sentido. Sin embargo, estos debates suelen estar ausentes de las aulas de las Facultades de Teología.
Es cierto que en los planes de Estudio de las Facultades de Teología se cuenta con lo que se llamaba una Teología Natural o Teodicea y ahora Fenomenología e Historia de las Religiones, una Teología Fundamental y una Filosofía de la Naturaleza. En ellas se realiza una aproximación desde la Teología hacia los campos científicos y humanísticos. Pero todavía este intento queda corto por cuanto no se produce suficientemente la reelaboración de las bases filosóficas o teológicas del conocimiento y la práctica de las religiones.
Tal vez sea el profesor Lluis Oviedo (“La fe en diálogo: con la razón, la cultura y las ciencias”. En: Pie-Salvador, S. Teología Fundamental: temas y propuestas para el nuevo milenio. Bilbao, 1999, pág. 443-498) quien ha formulado más acertadamente, a nuestro entender, el estatuto epistemológico de esta disciplina emergente. De entrada, reconoce que “La teología vive una de sus experiencias más interesantes de los últimos años al aceptar a las ciencias como interlocutoras en la común búsqueda de la verdad que salva y al comprenderlas como nuevos loci theologici” (lugares teológicos). Este intento intelectual da lugar a “una nueva subdisciplina (que pudiera entenderse como aquella que tiene por objetivo profundizar en el diálogo entre la teología y la ciencia), dotada de métodos y contenidos propios, que está llamada a un desarrollo alentador”.
Esta subdisciplina podría ser lo que aquí hemos llamado Teología de la Ciencia, un campo de reflexión emergente que recoge elementos de la Fenomenología de la Religión, de la Teología Fundamental y de la Filosofía de la Naturaleza elevándolos a un nivel de formalización nuevo. Este campo conceptual debería tener su propio estatuto epistemológico y una entidad suficiente que da paso a un nuevo espacio autónomo del conocimiento que hace posible la racionalidad científica dentro de la visión teológica. ¿No sería deseable una disciplina como ésta, no entendida como identidad entre la ciencia y la fe, según nos advertía Juan Pablo II, sino en un diálogo institucionalizado curricularmente, para ahondar en el tan necesario y, en parte, exigible diálogo entre la ciencia y la fe, sus métodos, cuestiones comunes, etc?
Conclusión: ¿Es posible, deseable y necesario reflexionar desde una ciencia que “hace” teología y desde una teología que mira a la ciencia?
“Curiosamente, muchos, por no decir la mayoría, de estos escritos [en los que se pretende un diálogo entre ciencia y teología] están escritos por científicos que muestran su interés y preocupación por la cuestión religiosa, y muy pocos por teólogos que se aventuran en campos científicos. Personalmente, he podido comprobar la existencia de este interés por temas religiosos entre científicos, y no tanto el interés correlativo entre teólogos por los problemas científicos”.
Por lo general, los profesionales de la teología se aproximan con inseguridad a los problemas teológicos que les suelen plantear los científicos. Y esto tiene hoy una explicación: la formación filosófica que la mayor parte de ellos recibieron tuvo poco en consideración las grandes preguntas que hoy se hacen las ciencias y que traspasan lo que se ha llamado “cientifismo resistente”. Se puede hablar, pues, de una demanda de los científicos a los teólogos que buscan respuestas al “sentido” de su actividad, a los límites y fronteras de su quehacer.
En un volumen publicado hace unos años, al que se le tituló Teología de la Ciencia (Bubok, 2012) el autor de este artículo recoge algunas de las contribuciones a la reflexión y a la práctica de muchos científicos, teólogos, filósofos y humanistas que coinciden en su deseo de construcción de un conocimiento interdisciplinar.
Es necesario cada vez más no sólo un diálogo sino también un encuentro entre Ciencia y Religión. La Teología debe ser sensible a los retos que nuevas visiones del universo, la vida y el ser humano, procedentes sobre todo, de las nuevas Cosmologías (Física de partículas, origen y estructura del universo, etc), las disciplinas que se mueven en torno a las ciencias de la vida (biología, genética, bioquímica, embriología, y la bioética médica, por ejemplo) y las antropologías emergentes (las que plantean problemas desde los nuevos hallazgos de fósiles humanos).
En un mundo atravesado por un cientificismo difuso y por la convicción de que la Ciencia ocupa una gran parte de las exigencias de la humanidad, la Teología debe encontrar su lugar epistemológico. No como la instancia suprema a la que se acude para dilucidar la verdad universal, sino para hacer oír su voz reclamando su autonomía como conocimiento organizado socialmente aceptado, como un cuerpo de doctrina que debe recuperar lo más genuino de una ciencia.
Leandro Sequeiros, Doctor en Ciencias Geológicas, colaborador con la Cátedra CTR y Presidente de ASINJA, Asociación Interdisciplinar José de Acosta.
Sr. Valderas, no tengo ningún interés en que me responda, casi preferiría que no lo hiciera. No me gustan las polémicas, por lo que conociendo el percal en cuestión y el modo como usted lo afronta, esta la preferiría evitar.
El interés por este tema me viene, por ser mujer, más que el que, en su tiempo, me hubiera inducido al estudio de la biología. No obstante, es a esta a la que le hay que prestar atención, es decir, a la ciencia biológica.
La dificultad, a mi manera de ver, se debe a que ahora se habla de Teología de la Ciencia, como anteriormente se venía hablando de Filosofía de la ciencia; sin embargo, la ciencia no depende ni de una ni de otra. El título de teología de la ciencia es el que le ha venido de perlas a usted para llevar a cabo sus extremas y radicales deducciones explicativas.
Si se sabe, como se señala en el artículo, que algunos planteamientos de la Teología aparecen desfasados respectos de los avances de la ciencia, resulta fácil decantarse cómodamente por los que todavía no han logrado reajustarse a ella. La teología es reacia a conceptos de aporte biológico que ayudaría mucho a situar el problema antes de cualquier incriminación inadmisible, como las que le he leído en su comentario.
Usted es biólogo como lo es también Diego Gracia, pero, mientras él enfoca el tema hablando de estructuras y de sistemas complejos, usted lo hace hablando de elementos encasillados dentro de la sustancia que es de lo que todavía no se han logrado liberar una gran mayoría de teólogos.
En otras ocasiones he expuesto el interés objetivo que hoy despierta la teología de la ciencia. Un interés encarnado en instituciones –Templeton, Ian Ramasey Center, Universidad de Navarra, etcétera–, en tratratados (hay miles de libros sobre la cuestión, algunos todavía valiosos como el de Dominique Dubarle o el de Jaki), publicaciones periódicas ( Theology and Science, Scientia et Fides, etcétera), tesis doctorales, obras de divulgación, perspectivas históricas, encíclicas papales de Juan Pablo II…
Pero hoy me voy a ceñirme a El País, en su edición de la fecha. Habla del aborto. En su lenguaje mendaz habitual y sectario en cuestiones de moral privada y pública, el periódico de la coalición gobernante contrapone los derechos de la mujer a lo derechos del cigoto. Ni siquiera del feto. Hay que ser sectario y mala persona para retorcer de esa manera tan aberrante la situación.
¿Es el aborto un asunto de la teología de la ciencia? Pese a lo que muchos siguiendo a Francisco quisieran, se trata de una cuestión central en teología moral de la ciencia. Es la ciencia la que dicta cuando el óvulo fecundado empieza a diferenciarse de los progenitores. El cigoto es el primordio embrionario. Presenta ya una naturaleza, una genética, genuinamente singular y diferente. Es el sujeto que, si nada lo tuerce, e propio azar por ejemplo, llegará término y culminará en un ser humano. Vendrán luego las disquisiciones sobre la situación embrionaria anterior a la implantación, la posibilidad de gemelación, etcétera. Es obligado que el teólogo conozca, y no superficialmente, esos momentos que la ciencia va desvelando poco a poco, para aplicar con solidez la metafísica de la persona, con los derechos asociados.
Pese a lo que diga El País y el gobierno no existe el derecho a matar. Nadie tiene derecho a matar a nadie. En el colmo del cinismo muchos que se dicen cristianos de asociaciones socialistas y podemitas, para defender tan monstruoso asesinato dicen que nadie te obliga. Además, que ni se te ocurra intentar que una joven mate a su criatura ofreciéndole opciones de vida.
No se llegarían a extremos tan crueles y salvajes, si entre la tinta del calamar de la ley, el teólogo de la ciencia no denunciara la falsa concepción, desde el punto de vista de biología del desarrollo, del ser en gestación.
Esos mismos planteamientos vale para otros campos de convergencia. Por ejemplo el asesinato legal de la eutanasia. Porque son asesinados no sólo lo enfermos de ela, sino muchos demenciados al amparo de esa ley “progresista”. De nuevo los cristianos de asociaciones “progresistas” (menuda palabreja menos académica y propia) dirán que nadie te obliga a que pidas la eutanasia. Son enfermos en su mayoría ligados a la degradación cromosómica de los telómeros. La ciencia puede, debe, venir en socorro de la teología moral para hablar con precisión.
No se trata ahora de luchar contra molinos de viento. Nadie en su sano juicio contrapone el relato del Génesis a la explicación de lo que en teología de la ciencia se llama “Creación y Evolución”, tema sobre el que me giro y veo a mis espaldas libros como “The Two Books”, de Pedersen, “The Groaning of Creation” de Southgate, “Evolutionary Creation”, de Lamoueux, etcétera, etcétera.
La teología de la ciencia debería ocupar un lugar central en el desarrollo de la evangelización. El peligro que acecha es la ignorancia o los simplismos de partida.
También me sumo a la valoración que hace José Ramón acerca del artículo de Leandro. Se trata de un tema que merece reflexionarse más de una vez. En la ciencia hay teología -y muy fina- para quien pueda descubrirla. La ciencia puede iluminar algo el gran Misterio, que la teología intenta explicar algo, sobre todo a la luz del Mensaje del Reino. Por eso en la formación filosófico-teológica hay que introducir más conceptos básicos de ciencias naturales, comenzando por la física y la biología-genética. La vida es algo muy próximo al milagro. (Excusas porque me cite, pero en el libro “En torno a la fe…” dedico un par de capítulos al tema fe-ciencia.)
Ahora y aquí deseo centrar mi reflexión en la primera parte del artículo de Leandro: Los fundamentalismos y su fe.
La postura fundamentalista, con su interpretación literalista y anticientífica (o poco científica), en mi opinión, quizá tiene más que ver con otras variables intervinientes y determinantes internas; es decir, con rasgos psicológicos de personalidad fanática, quizá asociada a intereses creados, que, convertidos en ídolos, se sacralizan e identifican con lo divino, deformándolo…
Por eso, el fundamentalismo fanático no es cristiano. Su interpretación literal HOY manifiesta que no comprende la historia evolutiva del hombre (o la margina), ni que Dios se encarnó en la Historia. Historia que, con todas las virtualidades -y limitaciones- que conlleva, va madurando lentamente (hablo en general) ideas, personas, vivencias, interpretaciones y sociedades…
El fundamentalismo, con su interpretación literalista inamovible de la revelación, se aproxima a la idea metafísica del ser de Parménides: Es siempre idéntica a sí misma. No varía. Y ésta es la verdad del fundamentalismo fanático, que aplica a la teología. Por eso en el fundamentalismo fanático casi solo hay tradiciones y dogmas irrevisables. Quien pretenda revisarlos es un sospechoso de error… El innovador es mal recibido, es rechazado… Así le ocurrió a Jesús de Nazaret.
De ahí que el fanatismo fundamentalista no busque encuentros, ni admita la unión en la diversidad. Su primer valor no es la unión en el amor, sino la unión en las ideas, en sus ideas… Por eso se puede hablar de que el ultra- conservador fanático vive en un mundo virtual…
Pues bien, donde no hay encuentros en libertad, no hay amor. Solo hay ideas fijas humanas sacralizadas. La interpretación literal carece de espíritu, es letra muerta. Y donde no hay espíritu, allí no puede estar Dios. Pero esto no lo entiende el rígido fundamentalismo fanático, pues no es consciente de su desvío… Por eso se opone, presiona y/o se aparta… El fundamentalismo no une, más bien separa y excluye… De ahí que le resulte difícil entender el espíritu del Mensaje del Reino, que es más flexible, que -firme en los principios- también sabe adaptarse a las circunstancias concretas.
Todos podemos ser cizaña… Pero creo que la cizaña más maligna es el integrismo fanático, que centrado en la letra-tradición, niega la historia. Este tipo de integrismo también crece en el campo del Reino…
Por eso, el Reino es -parece- testimonio y contra-testimonio.
Gracias por este comentario que comparto totalmente.
Un abrazo entrañable.
Estimado Leandro: muy buen artículo, podríamos comentar muchas cosas pero me limito a dos puntos que pones:
“Es cierto que en los planes de Estudio de las Facultades de Teología se cuenta con lo que se llamaba una Teología Natural o Teodicea y ahora Fenomenología e Historia de las Religiones, una Teología Fundamental y una Filosofía de la Naturaleza. En ellas se realiza una aproximación desde la Teología hacia los campos científicos y humanísticos. Pero todavía este intento queda corto por cuanto no se produce suficientemente la reelaboración de las bases filosóficas o teológicas del conocimiento y la práctica de las religiones.”
Más abajo:
“Por lo general, los profesionales de la teología se aproximan con inseguridad a los problemas teológicos que les suelen plantear los científicos. Y esto tiene hoy una explicación: la formación filosófica que la mayor parte de ellos recibieron tuvo poco en consideración las grandes preguntas que hoy se hacen las ciencias y que traspasan lo que se ha llamado “cientifismo resistente”. Se puede hablar, pues, de una demanda de los científicos a los teólogos que buscan respuestas al “sentido” de su actividad, a los límites y fronteras de su quehacer.”
Seamos relistas, Leandro, ni la mayor parte de los teólogos y filósofos tienen formación científica. El Universo es “todo” y si quieres debatir sobre el Universo, no basta la filosofía de la Ciencia, ni cosas parecidas. Hay que saber Física y Cosmología, que te permitirá debatir con científicos. Los planes de Teología han de ser actualizados, en mi opinión. Aunque ya veo algún master en teologia que va metiendo cosas de física, neurociencia… Un sacerdote o teólogo tiene que saber responder a cuestiones como el origen del tiempo, big bang….El científico puede estar o no interesado por la teología, no la necesita para su trabajo. Pero el teólogo en el siglo XXI si debe saber responder a cuestiones de física, origen de la vida, origen de la consciencia…..y eso es no es filosofía ni teología. Aunque no digo que no sean necesarias.
Un abrazo Leandro y gracias por el artículo,