En su primera intervención después de conocer el resultado de las elecciones Macron afirmó: “La cólera y la desavenencia que les ha llevado a votar por ese proyecto [el de Le Pen] debe encontrar una respuesta”. Estas palabras suponen el reconocimiento de un descontento profundo en la sociedad francesa que ha llevado a muchos a votar por Le Pen.
Nada más conocer el resultado de las elecciones cientos de personas se manifestaron en la plaza de la República de París coreando lemas que tenían un carácter claramente izquierdista, como “Anti, anticapitalistas” o “Aquí estamos, aunque Macron no lo quiera. Estamos aquí, por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor”. Por su parte El movimiento de los Chalecos Amarillos había convocado varias manifestaciones durante la última semana bajo el lema “cualquier cosa menos Macron”. O sea que: mejor Le Pen que Macron.
En el diario 20 minutos Carmelo Encinas sintetiza claramente lo que han mostrado las elecciones francesas:
«Las presidenciales galas patentizaron la ruptura social entre la Francia que está conforme con su vida y la de los cabreados. Es más que dudoso que ese 41,7% del electorado que votó a Le Pen lo haga por sus convicciones ultraderechistas. En tan alto porcentaje hay muchos ciudadanos que, algún día, se declararon o se tuvieron por progresistas y que, decepcionados por la política, expresan su rechazo votando a quienes más golpean o gritan. El suyo no es un voto ideológico sino de castigo, de ahí que la ultraderecha haya logrado captar apoyos en poblaciones y barriadas obreras que antes eran caladeros de la izquierda».
¿Qué ocurre para que la izquierda no haya sido capaz de capitalizar ese profundo malestar popular, y millones de votos hayan ido a potenciar la extrema derecha? Creo que los grupos de izquierda estamos obligados a hacer una autocrítica sincera y reflexionar a fondo sobre lo ocurrido. En esa línea de reflexión me atrevo a apuntar mi visión de las causas que han facilitado estos cambios de postura.
Se puede participar en política para luchar por una sociedad mejor, más justa para todos, o bien para defender mis propios intereses. No son incompatibles las dos motivaciones. Si estoy en una situación de precariedad, un mundo más justo me permitirá mejorar mi vida precaria, y el esfuerzo por mejorar la vida de todos los precarios nos llevará a un mundo mejor. Pero es muy importante ver dónde ponemos el acento en nuestra lucha.
Si se plantea la lucha simplemente para que los trabajadores puedan disfrutar de una vida mejor, no salimos de movernos por nuestros propios intereses, aunque sean unos intereses justos y compartidos con un grupo, que puede ser muy amplio. Sin embargo puede ocurrir que esa lucha tenga resultados cada vez peores, y se acabe generando esa cólera y ese cabreo que se ha manifestado en las elecciones. Si en esos momentos aparece otra opción política que reconoce esa situación precaria y señala otros enemigos y otros caminos para luchar por nuestros propios intereses, pues es fácil que bastante gente, preocupada fundamentalmente por esos intereses suyos, se deje seducir por un discurso engañoso, como es el de la extrema derecha, y le dé su apoyo sin mirar más.
Si, por el contrario, el acento se pone en luchar por un mundo más justo, la gente con una vida más precaria se verá claramente beneficiada, pero nunca caeremos en apoyar a la extrema derecha que propugna un feroz egoísmo nacionalista, y el resto del mundo, qué se pudra.
Nuestra acción política tiene que tener una base ética, cosa bastante olvidada en la izquierda. Y la causa de este olvido está en el mismo pensamiento de Marx. Alberto Garzón, en su libro Por qué soy comunista, escribe:
«Marx y Engels nunca basaron su defensa del comunismo en valores éticos y morales; de hecho, criticaron con dureza a quienes así lo hacían». Garzón afirma que «A ambos les importaba el conocimiento más que la moral».
Pero ese conocimiento no ha sido capaz de llevarnos a una sociedad libre y justa. ¿Podremos llegar a esa sociedad apoyándonos en la ética? No lo podemos asegurar. Lo que sí es indudable es que, si olvidamos la ética, nunca llegaremos.
Pero en eso, Marx y Engels no son diferentes al resto de los marxistas actuales.
De hecho la única razón por la cual el marxismo y el cristianismo son incompatibles, aunque coincidan en muchos de sus análisis es precisamente esa falta de enfoque moral del marxismo.
Cuando el marxismo se posiciona ante la opresión apuesta por la lucha de clases por motivos sociológicos, económicos y meramente materialistas (es decir cree que debido al número será más fácil que ganen las masas obreras que los amos capitalistas; y durante un tiempo pareció que llevaban razón si mirábamos a la URSS).
El cristianismo en cambio se posiciona contra la opresión apostando por el amor y todo lo que hace lo hace por amo como imitación de Dios.
Es evidente que ambas partes son bastante ingenuas porque han fracasado estrepitosamente en su intento de cambiar el mundo… ¿O no?
Si comparamos el mundo de Jesucristo y el mundo de hoy las diferencias son abismales pero no solo en conocimiento y tecnología (eso habría sucedido igual si el mundo occidental no se hubiera basado en el pensamiento cristiano y lo hubiera hecho en el marxismo; que ya se que no existía en tiempos de Cristo) las diferencias son abismales porque el pensamiento cristiano con sus enormes errores y sus inmensos aciertos ha moldeado nuestra sociedad y un poco de ese AMOR se ha reflejado en nuestras leyes, nuestras costumbres y nuestra sociedades.
No es el marxismo quien ha suprimido la esclavitud, ni quien redactó el primero contrato de trabajo (en Italia lo hizo San Juan Bosco para uno de sus muchachos y con uno de sus amigos como contratador; se conserva en la casa de Valdocco – Turín) sino que se han hecho a instancias de cristianos que lo hacían por amor.
Ni quien ha atendido a los leprosos hasta que la penicilina acabó con la lepra a gran escala, ni quien ha luchado por los derechos de los indígenas en América Latina (dudo que se pueda llamar marxista a Bartolomé de las Casas)
En fin que el marxismo está muy bien, para quien lo quiera pero yo, al menos, me conformo con hacer las cosas por amor a Dios y a mi prójimo, que significa próximo.
Cuando se hacen las cosas por amor se cambia el mundo. Cuando se hacen por economía sólo se cambia de amo.
Intentaré, con unos pocos datos más de los que ayer motivaron mi comentario, aclarar en lo posible la diferencia que en mi opinión existe entre moralidad y ética, pues la considero fundamental para sí, de verdad queremos salirnos de las inercias que tanto nos paralizan.
No es extraño que en medio de toda la polémica de las escuchas ilegales que tuvo su auge la semana pasada, TV3 en su programa “Preguntas frecuentes” de los sábados por la noche, entrevistara al excomisario J. M. Villarejo. Y esto precisamente a partir de todas las ilegalidades descubiertas por la operación Pegasus contra Cataluña.
Con todo se estarán preguntando ¿a qué viene eso ahora?
Ciertamente, parecen dos temas dispares, pero no lo son, ya que en ellos aparecen elementos vinculantes.
Dicho esto y volviendo a la operación Cataluña, aunque esta, como digo, ha salido a la luz en estos momentos, ya desde 2014, cuando se iniciaron los movimientos soberanistas, se tenía la sospecha de esta existencia, es decir, de las cloacas del estado.
Bien, dicho lo cual, en las más de dos horas en las que Villarejo fue entrevistado contando sus típicas andanzas de quien por declararse policía patriota es capaz de todo tipo de ilegalidades, dejó soltar alguna que otra vez esa frase tan conocida por todos “lo volvería hacer”. Tenemos así sobre la mesa
1- Aquel “No lo volveré a hacer más” del rey amerito. Seguro que todos lo recuerdan. Inmoral, por la falsedad moral que contiene.
2- Tenemos también “lo volvería hacer”, del activista Jordi Cuxart, encarcelado cuatro años.
3- Y tenemos además, pues, se supo ayer “lo volvería hacer” de Villarejo. Y, aun sabiendo que estaba delinquiendo. Inmoral
Solo quien está seguro de lo bueno de sus actos y del beneficio que en general aportarán puede soportar los cargos y las penas y decir aún bien alto “lo volvería hacer”.
La ética es la que nos empuja a romper con las inercias que tanto oprimen.
De lo que por demócratas no se debería hacer tenemos un ejemplo reciente ubicado este fin de semana en Sanxenxon. Es difícil de asimilar lo que se ha visto allí en el recibimiento del rey emérito. En lugar de repulsa, devoción y exaltación a un personaje corrupto. Obedientes súbditos hasta en lo inmoral. Algo imposible desde la ética, acto humano por excelencia y, por tanto, integro y abierto, no cerrado a contenidos moralistas de los cuales son tributarias las ideologías nacionalistas. La ética en contra de lo moral que es privativo de unos pocos nos lleva a proyectar el esfuerzo del quehacer humano hacia un mundo mejor y en consecuencia para todos. Por eso a veces la acción humana, rompiendo inercias y pagándolo caro, nos hace ir más allá de lo meramente establecido.
Hola Isidoro. Trabensol sigue bien, dentro de poco celebramos nuestro nueve cumpeaños. La convivencia no es entre ángeles, sino entre seres humanos, y para ser entre seres humanos podemos decir que también va bien. Creo que todos estamos contentos de estar aquí, denro de un grupo humano variado,pero acogedor. Un abrazo
En mi opinión el conocimiento propuesto al que hace referencia Antonio se ha demostrado erróneo. Pero se sigue proponiendo como método de análisis y verdad última que desvelará lo real. A la izquierda le pasa, reo, lo que a las iglesias cristianas de toda denominación. La ideología les impide ver lo real y diseñar caminos posibles para cambiarlo para mejor.
Estoy bastante de acuerdo con el comentario de Isidoro, comentario que es de agradecer. Cuando afinas (según mi criterio, claro) da gusto leerte. Pero ahora quiero compartir la última frase de AZ: “Lo que sí es indudable es que, si olvidamos la ética, nunca llegaremos…” a vivir en una sociedad mejor. Y ética supone valores, una jerarquía de valores en la que el ser humano ocupe la cúspide de esos valores. Lo cual nos lleva a pensar en la necesidad de educar más y mejor en valores, a fin de que no nos quedemos en la teoría. (Digo en valores más que en “patrias” o “naciones” o “historias” mitificadas, que en el mejor de los casos son valores de segundo o tercer orden… Nunca prioritarios.) Educar en valores es también educar con las obras, con la conducta de cada día. Creo que éste es el modo más eficaz de lograr una sociedad mejor. Nuestro desarrollo humano y social va tan lento y torpe (y cruel), porque educamos siguiendo modelos de egos e intereses (personales o de pequeños grupos…) Creo que en el ser humano hay una tendencia innata a una humanización progresiva…, pero esa tendencia, para que surja y aflore requiere poda, buena poda (discernimiento y ascesis.) Muchos “valores” sociales imperantes, más que poda, lo que hacen es estimular instintos primarios, y banalizar la vida… Por eso cuesta entender esas palabras de Marx y Hengels, que cita A. Garzón. Creo que Marx era más humano, que tenía un sentido solidario real (no solo teórico), y que posiblemente Jesús le hubiera dicho: No estás lejos del Reino. Con esto no deseo radicalizar mi postura, sino hacerla humana y realista… Si defendemos principios firmes, y al convivir no tenemos en cuenta el poder de algunas circunstancias, muy poderosas, corremos el riesgo de radicalizar posturas, y alejar la posibilidad de encuentros… (Al decir esto estoy pensando en la parábola del evangelio: Si se ve que el adversario viene con un ejército más fuerte, se adelanta a negociar…) En otras palabras, si solo quiero el cien por cien -todo-, lo más probable es que me quede sin nada. En algunos casos, “acomodarse” a las circunstancias no es ceder o transigir, sino ser realistas, y soportar el mal menor -cosa que en ocasiones puede ser una decisión muy ética-, y así preparar el terreno para tomar un nuevo impulso… En algunos casos, yo apuesto por este tipo de estrategias. Es preciso ser realistas, aunque nos obligue a ir más lentos. Pero sin instalarnos en el sistema… Por eso, ciertos votos de castigo se entienden -deben entenderse, a mi juicio- como una corrección, como un aviso, como una protesta, quizá más que como un sigo de abandono real de los principios… En suma, ¿el “suaviter in modo, firmiter in re”, de Agustín de Hipona, no puede tener aquí aplicación? Donde debemos ser más intransigentes es con quien se presenta, y debe ser modelo de defensa del necesitado u oprimido, y luego en la práctica pasa de largo…
Señala el amigo Antonio Zugasti, (por cierto ¿qué tal va lo de Trabensol? ¿qué tal va la convivencia?), el malestar y el enfado general que se está produciendo en las sociedades modernas europeas.
Y este malestar generalizado se puede analizar en varios planos. Desde el plano secular moderno, se atribuirá al deterioro en las condiciones laborales y económicas de la inmensa mayoría de la gente.
Pero desde el plano espiritual o religioso, (los cristianos), quizás habría que profundizar un poco más.
Este malestar social general, se alimenta de muchos malestares psicológicos individuales. Cada vez los problemas mentales son mayores, (como denunciaba Errejón), y la depresión, angustia vital y estrés son cada vez más endémicos que se intentan paliar de forma farmacológica.
Hablaba ayer Carlos Díaz del generalizado miedo que nos asola. Todo esto tiene un denominador común: la sensación de un fuerte vacío existencial. Y desde el modelo teórico espiritual, se puede estimar cual es su origen.
No, no se trata de ningún castigo de Dios por nuestros pecados, y ni siquiera es necesario meter al Dios personal en este tema.
Desde la espiritualidad secular del posteísmo, sabemos que la evolución emergente del Universo, nos ha dotado en nuestra naturaleza, a los humanos, con un instinto superior trascendente, situado en el Inconsciente Mental Colectivo, que nos impulsa hacia los tres grandes Valores trascendentes universales: Bondad, Belleza-Armonía y Verdad.
Todo instinto, en su ejercicio, tiene unos mecanismos de satisfacción del individuo, cuando se pone en práctica, y un mecanismo de “castigo”, si no se hace.
En el caso del instinto trascendente sabio, el premio es una fuerte sensación de plenitud, y seguridad personal, y el “castigo” por no utilizarlo, es el de una fuerte sensación de vacío interior, que puede llegar a ser patológico.
Si seguimos mal esos instintos inconscientes, por no conectar bien con ellos y hacerlo de forma incorrecta, nos pasará como al caballo sediento que en medio de un río, se muere de sed, por no saber cómo debe beber el agua.
Los instintos trascendentes sabios, actúan toda la vida y en toda circunstancia, pero se agudizan con sus necesidades superiores, como señalaba Maslow, cuando el humano ha superado su nivel de necesidades básicas de subsistencia.
Eso es lo que sucede en Europa, donde en la mayoría de los casos, no se habla de subsistencia, sino de calidad de vida, resultando que en ese sentido, muy posiblemente, en Europa el nivel de felicidad media subjetiva sea menor que en los países donde existen muchas más necesidades materiales.
Como colofón quiero señalar dos cosas. La primera, que los cristianos progresistas, deben decidir si son cristianos progresistas o progresistas cristianos. El primer término siempre es el nombre sustantivo, (de sustancia), y el segundo es el adjetivo que cualifica la sustancia. ¿Qué sustancia tenemos?. Si hacemos análisis exclusivamente materialistas, la espiritualidad queda en un muy segundo plano.
Y la segunda, que no es necesario para ser espiritual, el ser religioso en el sentido clásico institucional. El posteísmo más o menos panenteísta, tiene como principal objetivo para el humano, el llegar algún día a unificarse con el Gran Viento desarrollador del Universo, sintonizando y comprendiendo bien al “espíritu” interior del que disponemos en nuestra mente inconsciente. “Espíritu”, del que viene lo de la espiritualidad.