C. Veracidad frente al engaño
1. Los nefastos engaños
Jesús había puesto en evidencia, pese a los ciento setenta y seis versículos del gran canto de alabanza a las normas divinas del salmo 119, que la llamada ‘Ley de Dios’ había salido de la mente y la mano de legisladores. El extenso y sagrado código legal del AT nada tenía de revelación bajada del cielo ni de disposiciones definitivas. Respondía únicamente a determinadas circunstancias históricas “de los antiguos” y fue establecido durante siglos para regular las relaciones humanas y asentar las bases de la religiosidad del pueblo judío. El estricto cumplimiento de dichos preceptos llegó a convertirse en la esencia de la religión. El Galileo tuvo muy claro que, para su Proyecto, la Ley no daba la talla. Tan seguro estuvo, que no vaciló ni le entró temor alguno al proponer a los suyos una enseñanza que corregía e incluso se oponía a alguna de las leyes más fundamentales del Decálogo. El tercer ejemplo de Mateo es una muestra de ello:
“33 También os han enseñado que se mandó a los antiguos:
<<No jurarás en falso>> y <<cumplirás tus votos al Señor>>.
34 Pues yo os digo que no juréis en absoluto:
por el cielo no, porque es el trono de Dios;
35 por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies;
por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey;
36 no jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes volver blanco ni negro un solo pelo.
37 Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no;
lo que pasa de ahí es cosa del Malo”.
El texto se introduce siguiendo el mismo esquema de los ejemplos anteriores. Esta fórmula doble: “os han enseñado que se mandó a los antiguos” y “pues yo os digo” marca el sentido antitético entre dos enseñanzas, la recibida por los antiguos y la propuesta ahora por el Galileo.
2. JURAMENTO y FALSEDAD, las dos piezas del 3er. Mandamiento
El tema tratado ahora trata del tercer mandamiento del Decálogo. La cita de la Ley está expresada sin recoger la literalidad de la versión de los LXX ni seguir el texto hebreo. Se describe, además, en dos partes. La primera alude en forma abreviada: “No jurarás en falso” al mandamiento de Ex 20,7 y Dt 5,9:
“No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso”,
y también a Lev 19,12:
“No jurarás en falso por mi nombre, profanando el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor”.
La segunda: “y cumplirás tus votos al Señor” guarda relación con Dt 23, 22:
Y también con Núm 30,2:
“Cuando un hombre haga un voto al Señor o se comprometa a algo bajo juramento, no faltará a su palabra; como lo dijo lo hará”.
El despliegue del tema en dos piezas permite adentrarse en la dimensión social, religiosa e incluso económica, encubierta bajo la acción de jurar y la de hacerlo con falsedad. Como puede observarse en la lectura del precepto, este no prohíbe jurar, sino hacerlo con engaño. Quien validaba sus palabras o sus promesas bajo juramento aceptaba una pena de maldición en caso de no cumplir aquello que se aseguraba al jurar. En el AT, al igual que en muchos pueblos de la antigüedad, el juramento estaba estrechamente asociado a la maldición. Tan cosidos caminaban, que el texto hebreo utilizaba en muchas ocasiones un mismo término con esos dos significados: שלה = ‘juramento’, ‘maldición’.
3. Juramento como camuflaje de la mentira
El juramento abría una rendija al engaño. El recurso a Dios como avalista de la verdad, suponía que la mentira iba cobrando auge a un ritmo enloquecido, extendiéndose por todos los sectores sociales. La credibilidad perdía fuelle y se invocaba a Dios para suplir el déficit de confianza, honestidad y franqueza. En la cultura helenística se descalificaba el juramento porque, al apoyarse en la religión, devaluaba la estimación del ser humano, desfigurándolo hasta el punto de convertirlo en un ser disminuido y necesitado de estar sostenido por un poder divino.
Los juramentos llegaron a extralimitarse en la vida ordinaria del pueblo judío y las escuelas rabínicas trataron de reconducir su exceso a niveles normales. La secta de los esenios de Qumrám prohibió terminantemente jurar, aunque los candidatos a integrarse en la comunidad eran obligados a prestar juramento de fidelidad. Con todo, el problema mayor no estaba causado por la proliferación de juramentos, sino por la progresión imparable de la mentira. El fraude había cobrado carta de ciudadanía al instalarse en todos los estratos sociales de la nación.
Como hemos indicado más arriba, el precepto del Decálogo aludido por Jesús no prohíbe jurar, sino jurar con falsedad. Jurar en falso significaba dar crédito al engaño usando a Dios como garante. Era un modo fraudulento de conceder categoría a la estafa. ¡Y funcionaba! El engaño hacía florecer el negocio; el interés propio se colocaba a la cabeza y los poderosos arramblaban hasta con las diez de últimas, acumulando toda la riqueza. Los profetas denunciaron que la franqueza y la justicia habían sido devastadas hasta el punto de hacer brillar una total ausencia de sinceridad:
“Repasad las calles de Jerusalén, mirad, inspeccionad, buscad en sus plazas a ver si hay alguien que respete el derecho y practique la sinceridad; Y la perdonaré.
Cuando dicen: <<¡Vive el Señor!>>, juran en falso, y tus ojos, Señor, buscan la sinceridad” (Jer 5,1-2).
4. Rédito económico del perjurio (jurar en falso)
Jurar en falso daba ventaja. ¡Y no salía caro! Se cometía un pecado, eso sí, pero bastaba acercarse a Jerusalén y ofrecer un sacrificio de expiación para que el pecado fuera perdonado. Cosa, por otra parte, que engordaba el beneficio del Templo, del sagrado negocio ganadero de los sacerdotes y de los ministros religiosos oferentes. Este lucro del comercio religioso sufrió un duro varapalo con la llegada de Juan Bautista. Este, un ser humano en toda regla, apareció alejado de los espacios cercanos al culto afirmando algo inusitado: que para eliminar el pecado bastaba renunciar a la injusticia:
“…se presentó Juan Bautista en el desierto proclamando un bautismo en señal de enmienda, para el perdón de los pecados” (Mc 1,4).
Como era de esperar, aquel hombre íntegro, el Bautista, no murió en la cama.
5. La severa enmienda de Jesús
Jesús estuvo convencido de que la felicidad no se consigue usando el engaño, sino a través de las relaciones sinceras: “Dichosos los limpios de corazón”. Esa era la tecla. Y se alejó de las componendas. Desafió a la ortodoxia religiosa y enmendó la plana al Decálogo, excluyendo el juramento entre los suyos:
“Pues yo os digo que no juréis en absoluto”.
La honradez y la franqueza no necesitan a Dios como avalista de la verdad. El término griego utilizado para la negación (μή: ‘no’) es un “no” apodíctico, absolutamente prohibitivo; No admite discusión. Y para subrayarlo, la prohibición finaliza empleando un adverbio con sentido categórico: “en absoluto” (ὅλως). El pronombre personal en plural (“os”: ὑμῖν) señala al colectivo de adheridos a su Programa. En ese espacio, el juramento resulta innecesario. Su prohibición no debe representar un esfuerzo para los integrantes del colectivo. La renuncia a jurar manifiesta únicamente la coherencia de haber optado por ser “los limpios de corazón”.
Resulta equivocado entender que este veto al juramento está dirigido a una generalidad de personas sin la experiencia de pertenecer, felices, a la sociedad alternativa. Las multitudes siguen apostadas en la falda del monte. Escuchan, sí, pero mantienen la posición de simpatizantes del Galileo y su Mensaje. La simple admiración no les conducirá a ser “dichosos”. Ante ellos se abre una disyuntiva. Necesitarán pensar y tomar partido. La sociedad del engaño la conocen sobradamente. La de la transparencia se halla a un paso. Para tener la experiencia de la felicidad que ella produce, basta acercarse hasta la cumbre y comprometerse con el Nuevo Pacto.
Las escuelas rabínicas, preocupadas por el continuo empleo del nombre de Dios en los juramentos, habían intentado moderar ese hábito amenazando a la gente de sufrir graves consecuencias en caso de extralimitarse jurando. Ese proceder se puede leer en algunos versos de Eclo 23, 9ss.:
“No te acostumbres a pronunciar juramentos
ni pronuncies a la ligera el nombre santo.
Como el siervo sometido a interrogatorio
no saldrá sin cardenales,
así el que jura por el nombre continuamente
no quedará limpio de pecado.
El que mucho jura se llena de maldad,
y el látigo no se apartará de su casa;
si se equivoca, incurre en pecado;
si no cumple, peca el doble;
si jura en falso no será absuelto,
y su casa estará llena de calamidades”.
Aleccionaron, pues, al pueblo, exhortando a todos a jurar mediante la utilización de un calificativo o una perífrasis sustitutiva del nombre divino. Tan rotundo fue Jesús en su enseñanza, que excluyó también esa posibilidad. Mateo lo describió desde dos coordenadas:
- recurriendo a textos del AT para hacerse entender mejor por los miembros de la comunidad a la que dirigió su evangelio
- y siguiendo el procedimiento habitual usado por el Galileo: la lógica.
Con ese plan, puso cuatro ejemplos explicando que no había razón alguna para jurar. Los tres primeros recogen expresiones del AT. De ellos, los dos de entrada: “por el cielo no, porque es el trono de Dios; por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies” hacen mención de unas palabras introductorias del último capítulo de Isaías con las que el profeta deja en ridículo todo intento humano por manipular a Dios:
“Así dice el Señor:
El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies:
¿qué templos podréis construirme o que lugar para mi descanso?” (Is 66,1).
El tercero: “por Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey” la encontramos en uno de los salmos:
“Grande es el Señor, y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios.
Su Monte Santo, una altura hermosa,
alegría de toda la tierra:
el Monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey” (Sal 47, 2-3).
En el que cierra este conjunto: “no jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes volver blanco ni negro un solo pelo” aparece un simple razonamiento tenido por las entidades financieras como una norma intocable: No tiene capacidad de avalar quien no dispone de garantías suficientes para hacerlo. El ser humano carece de seguridad sobre la longitud de su vida. Ni siquiera es dueño del paso de sus años. El envejecer (‘el pelo blanco’) o tener la posibilidad de mantenerse joven (‘pelo negro’) no son posibilidades que estén en su mano. ¿Cómo podrá entonces ser garante de su juramento?
6. La sinceridad no necesita de juramentos
Erradicado el juramento, la sinceridad se impone como distintivo de las relaciones humanas en la comunidad. Dios y la religión resultan innecesarios como argumentos para certificar la verdad. Para tal cometido, quedan al margen. Lo definitivo se fundamenta en la credibilidad que aporta un colectivo donde sobresale la trasparencia. Ella ofrece la auténtica garantía. La palabra dentro del grupo ha de ser concluyente: “Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no”. La fórmula esquemática empleada por Mateo (literalmente: “sí sí, no no”; ναὶ ναί, οὒ οὕ) equivale a un sí o un no contundente. En la carta de Santiago encontramos recogida esta misma idea con igual formato:
“Sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa; vuestro sí sea un sí y vuestro no un no (τὸ ναὶ ναί καὶ τὸ οὒ οὕ; lit. “el sí sí y el no no”), para no exponeros a un juicio” (Sant 5,12).
7. Pasada la sinceridad, empieza el Malo
La autenticidad y la fiabilidad de la comunidad de adheridos al Proyecto de Jesús no requieren de avales religiosos, se demuestran por la espontaneidad y franqueza patentes en las relaciones entre sus integrantes. Esa es la atmósfera que permite respirar con libertad. Nuestro texto de Mateo concluye este cuarto ejemplo sin rebajar la contundencia seguida en lo expresado hasta aquí:
“lo que pasa de ahí es cosa del Malo”.
Son escasamente fiables los intentos, métodos y mecanismos usados para dar consistencia a las palabras, los compromisos y las promesas. La línea fronteriza donde la sinceridad pierde reconocimiento e inquietan las dudas marca el territorio dominado por quien el evangelista denomina “el Malo” (ὁ πονηρός). Pero, ¿a quién se refiere? ¿quién es el Malo?
Mateo identifica al Malo con el Adversario del ser humano. Ese personaje (Satanás; ὁ Σατανᾶς: el Adversario) trata de impedir que el Proyecto sea acogido. Así aparece en el contexto de las parábolas de Marcos:
“Estos son <<los de junto al camino>>: aquellos donde se siembra el mensaje, pero, en cuanto lo escuchan, llega Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos” (Mc 4, 15).
Mateo recoge este texto de Marcos y, al readaptarlo a su comunidad, cambia el nombre de Satanás por el de “el Malo”:
“Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón; eso es <<lo sembrado junto al camino>>” (Mt 13,19).
Encontramos también al Malo en el cierre del Padre Nuestro:
“y no nos dejes ceder a la tentación,
sino líbranos del Malo” (Mt 6,13).
En el evangelio de Juan se presenta al Malo como enemigo del ser humano. Es el farsante y homicida. Porta la etiqueta de mentiroso por excelencia. Es el origen de la mentira:
“Vosotros procedéis de ese padre que es el Enemigo, queréis realizar los deseos de vuestro padre. Él ha sido homicida desde el principio y nunca ha estado en la verdad porque en él no hay verdad; cuando expone la mentira, le sale de dentro, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Jn 8,44).
El Malo representa a un sistema engañador que seduce con la riqueza y el poder. El Malo hace esclavos sumisos a personas y pueblos ofreciéndoles capital y poder. ¡Y continúa actuando con prestigiosos nombres y bajo afamadas siglas! Se trata del EMBAUCADOR GLOBAL:
Hola Salvador, por lo que dices podría ser que conozca a este amigo de ESPORLES.Es mi pueblo y mi esposo y yo después de jubilarnos vivimos en el. El mundo es un pañuelo, otro abrazo.
Hola Francisca
Gracias. He visto la página de Esporles. Lo conozco a fondo.
Viví en Esporles, en la calle Juan Riutort, frente al torrente y cerca del Colmado de Antonia, desde 1979 a 1990. Salimos de allí porque la empresa en que trabajaba me trasladó a la sede central. Un vecino bromeaba conmigo diciéndome que era foraster. Le respondía que él pertenecía al pueblo sin haberlo decidido. Yo, en cambio, había elegido Esporles y, por tanto, ese era mi pueblo.
Allí nacieron dos de mis tres hijas. María e Irene, estudiaron en el colegio antiguo y algún tiempo en el nuevo. Pertenecían al grupo de chicos y chicas que cantaban y bailaban vestidos con los trajes regionales. Al final, después de muchos recorridos por otros pueblos, terminé aprendiendo alguna canción. Disfruté allí de lo lindo. Nunca olvidaré a magnificas personas con quienes compartí buenos ratos.
Os mando un fuerte abrazo, paisanos
Pues hay una cosa que se llama diccionario.
La intención quizás esté en ti y no en mí. Yo he vuelto a leer lo que me dijiste en un comentario que hice a Leonardo Boff. No daba crédito. Eso unido al anterior me hizo pensar, hasta aquí. Porque si este señor piensa así, pues imagínate los demás.
No. No estoy acostumbrada a lo que dices. No. He tenido muchos juicios de valor sobre mi forma de escribir, de opinar…de todo. Muchos. Avisos y demás. Estás en un error. Estoy acostumbrada justo a lo contrario. A recibir críticas por aquí y por allá. A cara descubierta y a cara tapada. Esas son las que me destrozan. Jamás he dicho yo ya lo sabía. Jamás. Es una expresión que detesto. Otra cosa es que, a veces, acierte.
Claro que hay uno nosotros y un vosotros. Los que estamos fuera y los que estáis dentro. No sé cómo explicar ya que trato de llevar la voz de los que nos hemos salido. Por supuesto que hay un nosotros y un vosotros. Claro que lo hay. Pero la intencionalidad está en los ojos del que lee. Si todo el mundo lo entiende como tú, está clarísimo que no es mi lugar. Una vez te dije que tú opinión aquí pesa mucho.
Lo voy a dejar aquí. Ya me da lo mismo porque es más de lo mismo. Siempre es igual. Siempre. Me suena la canción.
Que te vaya muy bien.
Gracias, Carmen. Lo repienso. No quiero darles vueltas a lo dicho. Dos posturas que se quieren honestas cada una. Eso es lo que importa. Siempre un saludo.
Muchas gracias amigo Salvador por tu trabajo para darme a conocer cuanto tenía que aprender del Jesus del cual me enamoré a los 20 años. Sigo aprendiendo de tus relatos desde el principio y te puedo asegurar que me siento dichosa de poder hacerlo a mis 86 años.
Un fuerte abrazo.
Hola amiga Francisca
Tu nombre, tus apellidos mallorquines, tu manera de decir y, en especial, llamarme ‘amigo’ me traen recuerdos de años vividos en Esporles y de un matrimonio inolvidable de espléndida alegría que tuve la suerte de conocer allí.
Te mando un beso y un abrazo
Esto va en el nueve.
Sorry.
Hoy te vuelvo loco del todo, Salvador. Perdona. Soy un desastre.
José Ignacio.
Vamos a ver.
Por favor.
Me dejaste muerta. Y luego Antonio volvió a nombrar la palabra ternura.
Perdona. No tenéis ni idea de lo que significa esa palabra. Los que hacéis una interpretación rarísima sois Antonio y tú. Pero no me cogeis en otra. Te lo prometo.
Por supuesto que interpreto lo que leo. Se llama lectura comprensiva. Soy maestra. He estado enseñando o a leer a los niños de doce a catorce años durante cuarenta años, porque muchos llegan sabiendo leer pero no entienden lo que han leído. Ha dido mi profesión.
Y, sí. Estoy tranquila. Espero que tú también lo estés. Créeme.
Estoy muy tranquilo, sí, Carmen. Sé que soy demasiado sensible en ocasiones, lo sé, la has pagado tú, pero no me convences la respuesta. Si yo fuera más “pasota”, sería terrible en la dialéctica, pero sufro si me hacen daño, y más si lo hago. Pero ni por maestra, ni por mujer, ni por madre, la ternura, su ejercicio y su comprensión es de tu patrimonio siempre y sin discusión. Ni de ninguna mujer de antemano. Esas insinuaciones de hombre y cura, caso perdido de ternura, eso es lo que mata tus reflexiones al generalizar. Es un ejemplo. Es posible que en una conversación directa me hubiera sonado aquello de la ternura de otro modo y sin importancia. Hasta hoy, al leerlo de nuevo, no lo había repensado. Pongo cuidado al dialogar contigo, porque te valoro lo que no te imaginas en sinceridad y reflexión, ¡lo que no te imaginas!, pero creo que te has acostumbrado en la vida a que te pasen con simpatía o reparo demasiados juicios generales, del tipo “vosotros sois…”, o “yo ya lo sabía de sobra antes de…”, … a mí, no me convencen. En clase, juntos, como colegas o en el claustro, sufriríamos un montón, porque volvería mil veces a las distinciones objetivas y las generalizaciones. Pero el abrazo no lo quito, por supuesto que te lo ofrezco. (Siento personalizar tanto en ATRIO, porque este no es el lugar, ni yo debo. Y procuraré no hacerlo más).
¡Que hermosas lecciones nos estás ofreciendo Salvador!
Gracias de corazón por tanto trabajo como cargas sobre tus hombros. Ya sé que lo haces porque para ti es ¡Vida! el seguimiento de la nueva alternativa del Galileo, como lo es para mí. Es que me llenan de gozo tus explicaciones del texto así como nos las ofreces; no existen “apaños” para la manipulación de sus enseñanzas y te doy las gracias por ello.
Seguir su caminar produce paz, armonía, gozo inmenso y nos muestra otra manera de buscar sin manipular sus enseñanzas:
“Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no”.
Optado por ser “los limpios de corazón”.
Gracias amigo-hermano por tanto bien como nos aportas, a mí me llena de gozo tu mirada y vida y me siento muy agradecida por ello.
Un abrazo entrañable.
Todísima la razón.
La falsedad, la mentira, el disimulo, el engaño, el aparentar lo que no se es…esa es la causa de todo mal. No soporto sentirme engañada, manipulada, utilizada. Es superior a mí. Me entran los siete males. Por eso prácticamente ya no confío en casi nadie. Es muy muy muy difícil encontrar a alguien que diga lo que realmente piensa. Y si dices lo que piensas te miran como a un bicho raro. Como un peligro público. Y quizás lo seas. Por eso cuando oigo decir que hay que entender… que hay que decirle a la gente lo que necesita oír…es que vuelo. Primero te crean una necesidad y luego de amparan en ella para mantenerla. Uuuuuufffffff. De verdad que…
Y es que hay que aprender a protegerse. Nunca falseando la verdad, eso nunca, pero saliéndote del juego, no participando sí. Al menos eso me dijo un profesional, un psicoanalista que en cuatro sesiones como una especie de juegos de interpretación de imágenes, de preguntas y respuestas y esas cosas, ya te digo, como un juego, el señor es que me radiografió. Alucinante. Conclusión: nenica, aprende a protegerte . La gente no dice la verdad ni para una apuesta. Espabila. Doscientos euros. Creo que es el dinero mejor empleado de mi vida.
Qué cosas…
A mí me encanta Juan el Bautista. Quizás Jesús sea demasiado para mí.
Espero que todo haya ido bien.
Un abrazo.