La catástrofe ecológica ocurrida en Petrópolis en el mes de febrero de 2022 con lluvias torrenciales, inmensos deslizamientos de laderas, inundaciones de regiones enteras, destrucción de cientos de casas, caminos y calles, con casi 300 víctimas entre muertos y desaparecidos, plantea cuestiones políticas, ecológicas, de responsabilidad por parte de los poderes públicos y de consecuencias debidas a la nueva fase de la Tierra en acelerado calentamiento global.
Ha habido irresponsabilidad de los poderes públicos por no tener cuidado de las poblaciones pobres, empujadas hacia las zonas escarpadas de la ciudad. Está el hecho geofísico de la sierra con densas rocas y suelos encharcados por las lluvias, que ocasiona deslizamientos. Está la población que, por no tener adonde ir, se instaló en sitios peligrosos. Está la situación de alarma ecológico-climática que desequilibra el régimen de lluvias, que se manifestó en varias regiones del país y ahora en la sierra de Petrópolis, y de manera general en todo el planeta, y otras razones que no cabe exponer aquí. Todos estos datos merecerían un análisis profundo e incluso señalar culpables.
Pero junto a esto, surge una cuestión existencial y teológica ineludible. Muchos se preguntan: ¿dónde estaba Dios en estos momentos dramáticos de Petrópolis, causantes de tantas víctimas, muchas de ellas inocentes? ¿Por qué no intervino si, por ser Dios, podría haberlo hecho? Es la misma pregunta que se repite una y otra vez: ¿dónde estaba Dios cuando los colonizadores cristianos cometieron bárbaros genocidios de indígenas al ocupar sus tierras en las Américas? ¿Por qué Dios se calló ante la Shoá, el exterminio de seis millones de judíos, enviados a las cámaras de gas por los nazis o los muertos en los Gulags soviéticos? ¿Dónde estaba?
Esta pregunta lancinante no es de hoy. Tiene una larga historia, desde el filósofo griego Epicuro (341-327aC) que la formuló por primera vez, y por eso es llamada “el dilema de Epicuro”. Es la irrevocable relación de Dios con el mal. Epicuro argumentaba así: “O Dios quiere eliminar el mal y no puede, por lo tanto, no es omnipotente y deja de ser Dios. O Dios puede suprimir el mal y no quiere, por eso no es bueno y deja de ser Dios”.
En un ambiente cristiano recibió una formulación semejante: O Dios podría haber evitado el pecado de Adán y Eva, base de nuestra maldad, y no quiso, y entonces no es bueno para nosotros, los humanos, o Dios no puede y por eso no quiere, por lo tanto no es omnipotente y tampoco es bueno para nosotros. En ambos casos deja de aparecer como el Dios verdadero.
Este dilema permanece abierto hasta hoy, sin que pueda ser respondido adecuadamente con los recursos de la razón humana.
Las eco-feministas sostienen, con razón, que esa visión de un Dios omnipotente y señor absoluto es una representación de la cultura patriarcal que se estructura en torno a categorías de poder. La lectura eco-feminista se orienta por otra representación, la de un Dios-Madre, ligado a la vida, solidario con el sufrimiento humano y profundamente misericordioso. Él está siempre junto al que sufre.
Independientemente de esta discusión de género, hay que afirmar que el Dios bíblico no se muestra indiferente al sufrimiento humano. Ante la opresión en Egipto de todo el pueblo hebreo, Dios escuchó el grito de los oprimidos, dejó su transcendencia y entró en la historia humana para liberarlos (Ex 3,7). Los profetas que inauguraron una religión basada en la ética, en vez de en los cultos y en los sacrificios, testimonian la Palabra de Dios: “estoy cansado y no soporto vuestras fiestas… buscad la justicia, corregid al opresor, defended al huérfano, abogad por la viuda” (Is 1,14.17). ¡Misericordia quiero y no sacrificios!
En base a esta visión bíblica ha habido teólogos como Bonhoeffer y Moltmann que hablan de “un Dios impotente y débil en el mundo”, de un “Dios crucificado”, y que solamente este Dios que asume el sufrimiento humano nos puede ayudar. El principal ejemplo nos lo habría dado Jesús, Hijo de Dios encarnado, que se dejó crucificar y que en el límite de la desesperación grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34).
Esta visión nos muestra que Dios nunca nos abandona y que participa de la pasión humana. El fiel puede superar el sentimiento de abandono y de desamparo y sentirse acompañado. Pues lo terrible del sufrimiento no es solo el sufrimiento sino la soledad, cuando no hay nadie que te diga una palabra de consuelo y te de un abrazo solidario. El sufrimiento no desaparece, pero se hace más soportable.
La pregunta sin embargo permanece abierta: ¿por qué Dios tiene que sufrir también, aunque establezca un lazo profundamente humano con el que sufre aliviando su dolor? ¿por qué el sufrimiento en el mundo y también en Dios?
No acalla nuestro cuestionamiento la constatación de que el sufrimiento es parte de la vida y que el caos está en la estructura del propio universo (una galaxia engulle a otra con una destrucción inimaginable de cuerpos celestes).
Lo que sensatamente podemos decir es que el sufrimiento pertenece al orden del misterio del ser. No hay una respuesta al porqué de su existencia. Si la hubiese, él desaparecería. Pero él sigue existiendo como una llaga abierta en cualquier dirección en la que dirigimos nuestra mirada.
Tal vez haya un sentido en la lucha por la superación del sufrimiento: sufrir para que otros no sufran o sufran menos. Ese sufrimiento es digno y nos humaniza, pero no deja de ser sufrimiento. Por eso nos solidarizamos y sufrimos junto con los familiares de Petrópolis y de otros lugares que perdieron seres queridos y rezamos por las víctimas.
Es un acto de la razón reconocer aquello que la supera. Ella se inclina ante Algo mayor, ante el misterio, y se obliga a admitir que el sufrimiento está ahí, produce tragedias y muertes de inocentes. No hay respuesta al sufrimiento, queda reservada a Dios, Aquel Ser que hace ser a todos los seres. A Él cabe la revelación definitiva del sentido del sin-sentido.
*Leonardo Boff es teólogo y ha escrito Cómo predicar hoy la cruz en una sociedad de crucificados, Vozes 2012.
Traducción de Mª José Gavito Milano
Creo que para un ateo es más fácil explicar o justificar la razón del sufrimiento pues lo puede atribuir a las limitaciones propias de la materia y mecanismo psicológico del sentimiento de frustración cuando nuestros deseos no quedan complacidos.
Es mucho más difícil explicar la razón del sufrimiento para el que quiere creer en Dios porque tiene que compatibilizar la existencia de dicho sufrimiento con la creencia en la bondad y en la omnipotencia de Dios, porque si Dios es omnipotente e inmensamente bueno no nos explicamos que nos deje sufrir y que no acabe con el sufrimiento. Por ello inevitablemente debemos de pensar que algo bueno debe tener el sufrimiento si Dios lo permite, aunque desconozcamos esa fin bueno de dicho mal
No digo que en libro de Job haya ninguna respuesta, digo que te hace pensar. Lo releí hace un par de días y me vino a la cabeza el diálogo que mantienen Jesús y su padre en el libro de Saramago El evangelio de Jesucristo. Nada que ver uno con el otro, pero mi cabeza es así.
Ese Dios de Job, el Dios padre de la novela de Saramago no es el mío.
Mi Dios no interviene en el sufrimiento humano. El precio que pago y lo hago con muchísima tranquilidad y gustosamente, es que tampoco interviene en aquello que me proporciona felicidad. No se pueden separar. Eso no quiere decir que niegue en absoluto algo que espero y deseo que sea una realidad, como es una realidad que cuando necesito fuerza interior, aparece.
En cuanto a Torres Queiruga , lo leí hace algunos años y, la verdad, no entendí biy, demasiado alambicado para mí cabeza, es muy muy sencilla, muy básica.
Y que cada cual, resuelva. Creo que tengo suerte, creo que tanto el sufrimiento como la felicidad de los seres humanos son producto de nuestra capacidad de reflexión. Y no hablo en este momento del dolor físico. Y no pienso quejarme de mi capacidad para reflexionar porque creo que eso es lo que me define y diferencia de otros seres vivos.
Si. Tengo suerte.
Un saludo.
Muchas gracias por vuestros interesantes comentarios…Hay que pensar que la infinita bondad de Dios no excluye la permisión del mal ya que Dios quiso crear la libertad y otorgárnosla como don personal e irreducible. Como cualquier padre terrestre que permite reveses y pruebas en sus hijos para que se preparen para enfrentar los avatares de la vida, Dios permite la tribulación para obtener un bien mayor en orden a nuestra salvación por Su voluntad salvifica que se extiende universalmente.
.Sin el sufrimiento, como señala Gonzalo H. no es posible la humildad y sin la humildad NO es posible la fe ya que es nuestra razón la que debe ser “iluminada” por la FE, porque se trata de “verdades eternas” que superan nuestra razón físico-biológica humana..De ahí que el gran Iñigo de Loyola en “sus grados de humildad” afirma que el “primer grado” de humildad o sea el más “bajo”, es NECESARIO para la “salud eterna”…
Para creer necesitamos una apertura a un conocimiento que se encuentra por encima de nosotros mismos..Es necesario sufrir en esta vida porque nos conduce a reconocer que NO todo depende de nosotros..Sin el sufrimiento seríamos inhumanos, intolerables a todo lo que “no nos salga bien”..Nunca podríamos entender a los demás, nos creeríamos perfectos e invencibles…soberbios e intransigentes.
Sin embargo, jamás podremos entender la visión infinita de Dios que ve las “últimas causas” de todo lo que nos sucede desde Su eterno panorama, ….y nosotros que somos criaturas finitas que solamente vemos “las causas próximas” a corto plazo.
Por eso, solamente podemos volver al Evangelio, y pedir con los discípulos de Cristo que El mismo “nos aumente la FE”.
Un saludo cordal
Santiago Hernández
El mal, el sufrimiento humano, por una parte es un tema difícil de entender; por otra, no tanto: Todo ser vivo, encarnado en materia, es frágil y fallable. Si se trata del ser humano, más complejo, en unos aspectos puede autoprotegerse, pero en otros se halla expuesto inevitablemente al deterioro psico-físico…, y, en parte, también a deviaciones morales -propias o ajenas-, que causan dolor y muerte, por poca conciencia ética o carencia de valores humanos solidarios. El ser humano encarnado, aunque por una parte, es grande, por otra es un ser defectible, incluso puede ser psicópata etc. En suma, el hombre, todavía inmaduro, capaz de autoconsciencia, con inteligencia limitada o retorcida, capaz de autoafirmarse a sí mismo con un yo que no siempre ve claro (si está contaminado ve peor), y además con cierta capacidad de libertad, puede ser como un cóctel explosivo… (Hoy, una vez más, lo estamos viendo en Ucrania.)
Ante el sufrimiento (o el mal), el ser humano ha buscado siempre respuestas, explicaciones, que le resulten satisfactorias, aunque no sean fáciles ni creíbles… Buda, Manes, Epicuro, Leibniz… etc. etc. son algunos de esos buscadores de respuestas… La Biblia también se plantea el tema y ha tratado de dar explicación: al sufrimiento. El autor del Génesis, con el edén y el árbol del bien y del mal…, trató de dar respuesta al mal y al sufrimiento, sin pensar que esa respuesta conllevaba un mal concepto de Dios, pues se excedió en el castigo… El drama de Job plantea de nuevo el tema, que tampoco supo explicarlo de modo satisfactorio… (drama que es una de las grandes obras de la literatura universal, como también el Cantar de los cantares.) De modo que -para el creyente al menos- el mal parece formar parte del misterio, aunque el hombre sigue buscando explicaciones…
En lo que conozco, Torres Queiruga es hoy, a mi juicio, quien da la mejor o más aceptable respuesta. Respuesta que parece una paradoja: El Amor explca el mal: ¡EL amor paterno-maternal por lo más frágil, encarnado en materia, con una semilla divina que lo hará semejante a Él, explica el mal! Amor que es además capaz de reciclar ese mal, como la naturaleza recicla la basura -y hasta las heces!- para dar vida nueva… Este Amor por lo más frágil encaja perfectamente con el Mensaje del Reino anunciado por Jesús de Nazaret. Reitero:: puede parecer una paradoja, pero el Amor explica el mal y el dolor. El amor es lo más grande y lo más débil de Dios Padre-Madre. (Si cabe hablar así.) Amor que se inclina por lo más frágil, PESE AL MAL QUE CONLLEVA….. Si además puede reciclarlo…, y ese amor no hace otra cosa que elevarnos al estado de hijos…, ese AMOR se sublima. Se trasciende. Así es como el amor hace “milagros”: transforma rocas en pan de vida eterna. Esta explicación del teólogo Torres Queiruga a mí me convence, aunque comprendo que a otros no les satisfaga.
Qué bonito el libro de Job. Qué bonito. Lo había leído hace muchos años. Ahora me ha gustado muchísimo más. Tengo casi cincuenta años más vividos.
Y no se deben sacar frases sueltas, por muchos números que lleven de capítulos o versículos. No se debe de hacer eso. Como Dios me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea el nombre de Dios.
Debería de estar prohibido citar una frase, sacarla de todo un contexto. Y sin embargo así nos han educado, repitiendo una frase de aquí, otra de allá, una oración por aquí, una jaculatoria por allá, dos mandamientos o quizás uno solo, el sexto, los cinco de la iglesia, los siete sacramentos, las obras de misericordia, los pecados capitales…y no se me ocurre nada más. Bueno, el Credo, claro.
Muchas frases, demasiadas frases…
El que quiera hacer una reflexión sobre El Mal, ahí está el libro de Job, he leído que es un libro sapiencial, no sé exactamente qué significa, pero suena a sabiduría de esa profunda. Una traducción preciosa, se entiende muy bien, como una historia. Y luego que cada cual saque sus conclusiones, pero no dirijan nuestros pensamientos, por favor. Mi conclusión es que no debo de meter a Dios en esto de El Mal. Ni en la guerra, ahora hay una en Europa. Nada tiene que ver. Nada. Al menos el mío no. No le pido que sufra conmigo, tampoco que se alegre conmigo. Si ahora mismo estuviese en Ucrania no le pediría que cesaran los bombardeos, pediría fuerza para encajarlos. No le pediría que tomase parte aunque la mía la tengo clarísima. Pero es la mía. No creo que entiendan, tampoco me importa demasiado, me apetecía decir lo bonito que es el libro.
Pues eso, que Dios nos proteja a todos y,sobre todo, no se rindan.
Fin de la reflexión.
Solemos llamar misterio a aquello que la razón no logra dar explicación causal que justifique o fundamente tal o cual acontecimiento, pues el acceso a la realidad de todo acontecimiento no es agotado por la razón. La Persona no solo es perceptora de realidad también es creadora de ella y en ese proceso creativo no sólo interviene lo que denominamos la lógica racional, por lo que la razón no basta para poder explicarla.
En este caso del sufrimiento, hemos de tener en cuenta que es una realidad existencial que acompaña a la Persona desde que nace hasta que muere y por tanto involucra a todo su ser es decir a todas sus facultades, no sólamente las intelectivas, también participa su voluntad, sus deseos, su libertad, etc.., y todos ellos se integran y conforman una praxis existencial a la que denominamos cosmovisión de la realidad, de la cual nosotros mismos formamos parte.
Desde aquí precisamente desde esta cosmovisión y no de la escueta y corta racionalidad es desde donde la Persona afronta la verdadera lógica de su existencia, y si la propia existencia es el mayor de los misterios, no por menos aquello que está más unido a la existencia desde su principio también participará de dicha condición, y así acabamos diciendo que el sufrimiento es inexplicable, afirmación correcta pero errónea. Correcta desde la escueta razón pero falsa desde la propia esencia del ser existencial que es la Persona.
En el propio artículo encontramos la respuesta, que no la explicación, al hecho del sufrimiento en la Persona, por lo que que ya deja de ser un misterio racional para ser un acto existencial y por tanto creador de realidad. El sufrimiento en la persona forma parte de su realidad más íntima, está a su disposición y no a la inversa. El sufrimiento despierta en la Persona como ningún otro acontecimiento a todas sus potencialidades existenciales entre las que se incluye la desprestigiada “razón existencial” que es la “FE”. Precisamente ella es la que demanda la participación de todas las demás. Si la excluimos nos mutilamos existencialmente.
Como he mencionado anteriormente, en el propio artículo está la respuesta al sufrimiento al tomar como referencia dos frases explicitadas, una en forma de pregunta y otra en forma de posible respuesta:
La exclamación de “Dios mío por qué me has abandonado” ya encierra en sí la propia respuesta. Si la fuente de mi existencia me abandona, la muerte como expresión radical de todo sufrimiento hace presencia en mi existencia.
Aquí el autor afirma con toda la razón del mundo que lo terrible del sufrimiento no solo es el sufrimiento, sino la soledad. ¡ Que gran verdad!, pues la esencia de toda persona reside en esa relación a la fuente de su vida y no podemos ni imaginar una existencia en la que la relación se haya roto, y nuestro psiquismo por mucho que lo evitemos nos avisa constantemente de esta posibilidad en múltiples formas de sufrimiento.
El sufrimiento en vida nos reclama siempre y en todo momento una respuesta existencial. Una respuesta que no solo es de boquilla sino práxica, creadora de realidad. No se trata de reconocer nuestras limitaciones tanto como la magnificencia y grandeza del Amor recibido al ser creados y así poder acabar diciendo con quien nos desveló el misterio de todo sufrimiento: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”, o todo lo contrario.
Ante la cuestión de si Dios también sufre ante nuestro sufrimiento, a lo más que llego es a ver a Dios Hombre como sufre su sufrimiento y como responde. Si El que nos creó, nos creó Amándonos y El que nos redimió lo hizo Amándonos, no creo que se sienta feliz, pero no puedo cualificar su sentimiento.
No somos conscientes y no alcanzamos a ver la tragedia y la grandeza la libertad recibida.
Me gustaría animar a los lectores de Atrio a que expresasen su posicionamiento existencial personal ante este interesantísimo articulo de Leonardo Boff y no como crítica, pues ante el misterio ninguna palabra es capaz de abarcarlo pero el testimonie existencial compartido aporta mucha luz y a la vez en este caso a aliviar todo sufrimiento. En este punto me viene a la memoria la parábola de la multiplicación de los panes y los peces. Creo que habéis cogido por donde voy.
Espero disculpen mi atrevimiento.
¡Gracias Mariano A.!
Por esta explicación tan certera, que acoge muchas alternativas que pueden darse en la visa de cada ser nacido.
Personalmente me ha hecho mucho bien, por una especial circunstancia que vivimos en mi familia.
Gracias de corazón.
Cuidado, querido amigo Gonzalo. Cuidado con eso. El amor libera.
Un abrazo fuerte.
Tengo la nueva Biblia Española. Esa es guay. Está aceptada. La parte del antiguo testamento la dirigió Schōkel. Profesor del instituto bíblico de Roma.
La parte del nuevo testamento la dirigió Juan Mateos, profesor del instituto oriental de Roma. Los jaleos le vivieron después de esta Biblia. De todas formas, Job cae dentro del Antiguo. Luego es legal a tope.
Lo reeleré. Por lo visto no entendí bien. O sí. Veré.
Pues voy a volver a leer el libro de Job. Lo entendí de otra forma. Fue Dios el que le dijo al Diablo, no te puedo resistir, mira lo que me has hecho hacer con Job, un hombre fiel. Y le devolvió lo que le quitó. Pero que Job le decía, no sé qué quieres de mí, no te entiendo, eso lo he leído con mis ojos. Pero hace muchos muchos años. Por lo visto no entendí bien. O leí una biblia de esas protestantes. Es fácil de comprobar.
Y sí eso sucede. Que hay personas que no entendemos la sumisión. Efectivamente. Eso es. Porque el Amor no puede someter. Eso justo es.
Carmen, el amor no somete a nadie; pero el amor se somete gustosamente a quien le ama, le supera inmensamente, es su pleno sustentador, y se le manifiesta como padre y amigo. Me identifico, o quiero identificarme, con tres parábolas de Lucas. El buen samaritano para mis relaciones con el prójimo; el padre del hijo pródigo, para las relaciones de Dios conmigo; y la oración del publicano, para mis relaciones con Dios.
La existencia del mal es un problema religioso insoluble para la razón, que Boff plantea y explica de un modo aceptable. Podría añadirse algo por el sistema evolutivo del universo. El libro de Job ya planteó este problema hacia el siglo V a. C. y presentó la solución con la visión de Dios que tuvo Job: “Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento, tumbado en el polvo y la ceniza” (Job 42,5-6). Una vez más la humildad (como dice J. A. Vinagre) o el “islam” (sumisión) que proclaman los musulmanes. Creo que muchos cristianos no acabamos de aceptar nuestra sumisión a Dios amor.