Hace más de diez años Rafael Calvo, fundador de Fe Adulta, convocó ana reunión de cristianos seguidores de su página web.
Hubo una primera intervención de varios ponentes, entre los que estaban José Arregui y un señor muy mayor perteneciente a la comunidad de Santo Tomás. Arregui explicó que en aquel momento había llegado a la conclusión de que todo era divino. El otro ponente afirmó que para él Dios era un espíritu que nos ayuda a ser buenos.
Hubo un tiempo para la intervención de los asistentes en el que yo expuse mi disconformidad con ambas posiciones y mi convencimiento de que hoy una fe adulta es la que es capaz de coordinar lo absoluto y lo relativo.
Las tesis de los ponentes mostraban, en mi opinión la absolutización de lo absoluto –valga la redundancia– y la de lo relativo. En efecto: si todo es divino nada es profano ni relativo y qué más relativo que un Dios convertido en manual de buenas costumbres.
Pues bien, vuelvo ahora repetir que para mí la fe adulta es la que es capaz de coordinar –inconfuse sed indivise, como formuló el Concilio de Calcedonia– lo absoluto y lo relativo.
Hoy vivimos un baile de absolutos relativizados y relativos absolutizados. Dios, Jesús, la Iglesia, la moral, la autoridad se han relativizado. Igual pasa con los derechos humanos (si no hay Dios que nos hace iguales la evolución nos hace diferentes y por tanto no hay sino derecho al placer, sostiene Yuval Noah Harari en Sapiens).
Pero a la vez realidades relativas se absolutizan. Algo tan relativo como una lengua y una cultura se convierten en nacionalismos sagrados, la tierra, un conjunto de materiales orgánicos e inorgánicos, se hace Pacha Mamma, el conjunto del universo deviene el Todo, con mayúscula…
En este clima, ¿cómo puede la realidad, sin perder su condición relativa, ser recipiente de lo absoluto, de trascendencia? La fe cristiana tiene su apoyo en la enseñanza de la Biblia pero es el caso que cada vez conocemos más, cuando y como se escribió ese conjunto de libros, una colección de relatos, de reflexiones e invenciones ¿cómo esa palabra humana puede ser a la vez, sin dejar de serlo, palabra de Dios y no sólo –como dice por ejemplo fray Marcos– palabra sobre Dios? Jesús fue un predicador ambulante galileo, hijo de la cultura de su pueblo, condicionado por ella, fracasado en su intento renovador ¿cómo, sin dejar de lado todo eso podemos decir que en él habitaba la plenitud de la divinidad? Y el ser humano, cada uno una hormiga junto a miles de otras –como decía Harry Lime en El tercer hombre– puede a la vez ser una realidad sagrada?
Sin duda el cristianismo y su mejor teología han trabajado para dar razón de esta dialéctica. Porque no basta con hacer afirmaciones solemnes. Hay que dar razones. Cualquier fe –y todos tenemos alguna– exige una adhesión a algo no totalmente demostrable. La fe no es racional pero sí razonable. A cualquier fe hay que exigirle razones que partan de la realidad, no sólo conceptos, por muy bellos que sean. En esas estamos.
También conocí a Rafael Calvo incluso antes de la creación de “Fe Adulta” y en reuniones que teníamos en su casa con otros amigos como J. M. Mardones, Pedro Olalde, etc., pero no coincidí en la reunión aquí citada y si se me permite me gustaría expresar a su vez mi disconformidad con lo expuesto en este artículo más en la forma que en el fondo, supongo, puesto que todos buscamos lo mismo y como bien dice su autor “En esas estamos”.
Mi discrepancia se refiere a las tres frases utilizadas en el artículo en relación al papel mediador de la fe entre lo relativo y lo absoluto en donde aprecio que la fe está muy mediatizada al utilizar la siguientes afirmaciones: La fe debe ser una fe adulta. A cualquier fe hay que exigirle razones que partan de la realidad. La fe exige una adhesión a “algo” no totalmente demostrable. Creo que estas expresiones como ya he mencionado tienen una deriva marcadamente relativista. No voy a argumentar el por qué de mi afirmación al respecto, como tampoco se argumentan las anteriores, pero sí que la someto a confrontación con las siguiente afirmaciones:
La fe es don de Dios, pero también es acto libre del hombre, con esto lo que estoy afirmando es que el acceso al Absoluto, a sus atributos y al conocimiento de su acción creadora, no son posibilidades de la razón humana dejada sola al resultado de su esfuerzo prometeico, sino el encuentro existencial entre el hombre y el Dios vivo, encuentro ofrecido gratuitamente. Esto es precisamente el “lumen Fidei” que incluye por tanto al “lumen rationis” y que no pretende ni anularlo ni suplantarlo, con lo que la razón a la luz de la fe nunca prescinde de lo real sino que, en cada uno de sus pasos va penetrando más y más en la realidad, en el verdadero sentido de la realidad, en el que lo relativo da paso al misterio insondable de la toda realidad con el que la razón científica enmudece y también desligamos a la fe de su dependencia de “algo no totalmente demostrable” para que de penda Del totalmente indemostrable. La fe, la esperanza y el amor como bien sabemos o deberíamos saber, son virtudes no involucradas en un proceso evolutivo, son realidades absolutas, ofrecidas y referentes existenciales para que el hombre llegue a ser lo que debe ser y no a ser lo que no debe ser.
Para mí esta forma de comenzar un diálogo entre Lo Absoluto y lo relativo, que más bien debería decirse entre El Absoluto y el relativo, pues es un diálogo entre personas y no entre cosas, abre espacios nuevos e inaccesibles a esa razón que pretende ser neutral y dictaminar que es lo relativo y lo absoluto desde no se que neutralidad, a no ser que sea la neutralidad de convertirse en juez.
Carlos, de acuerdo en que “una fe adulta es la que es capaz de coordinar lo absoluto y lo relativo”; la dificultad viene a la hora de aclarar un poco en qué consiste lo absoluto y cómo coordinarlo con lo relativo. Y “La fe no es racional pero sí razonable. A cualquier fe hay que exigirle razones que partan de la realidad, no sólo conceptos, por muy bellos que sean. En esas estamos”.