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¿Tienen algo que decir los intelectuales cristianos críticos en la sociedad moderna?

De Leandro Sequeiros dimos hace poco noticia de un reciente libro muy recomendable: PANENTEÍSIMO. Reflexiones para saber más y creer mejor. Con el artículo que hoy publicamos nos demuestra que no está solo en el subido mundo de la mística de Ignacio de Loyola o Theillard de Chardin (los dos últimos capítulos del libro referido). Está muy atento a los acontecimientos que marcan al catolicismo español, que no se desprende de su pretensión dominadora, como se muestra en un reciente congreso del CEU San Pablo. Tras este artículo sobre Intelectuales católicos publicaremos otro, también al día, sobre intelectuales sin más. AD.

    El días 12-13 y 14 de noviembre de 2021 ha tenido lugar en Madrid el 23 Congreso de Cristianos en la Vida Pública organizado por el CEU San Pablo. El lema del Congreso: “Corrección política: libertades en peligro”. Según el programa, desde su primera edición, hace ya veintitrés años, el Congreso Católicos y Vida Pública ha intentado llevar el calor del debate de ideas y del testimonio a esa mayoría social, católica y española tantas veces adormecida por la autocomplacencia, cuando no voluntariamente ignorante de las batallas en las que, girón a girón, iba desapareciendo el tejido que daba consistencia y vigencia a su visión del mundo.

En el programa que se entregó a los asistentes añade:  “Casi de repente los católicos hemos tenido que tomar conciencia de que habitamos en una sociedad que en buena medida ha dejado de ser cristiana, más aún, que parece repudiar lo cristiano -fe, actitudes, soluciones- como parte de lo “políticamente incorrecto”. En efecto, asistimos a un fenómeno nuevo, el de la “corrección política” y su más notable consecuencia, la cancelación de la libertad tal como hasta ahora ha sido entendida en un marco de humanismo cristiano”. Por ello, la Asamblea General de la Asociación Católica de Propagandistas de octubre de 2020 planteó como tema del año profundizar en lo que supone ese fenómeno de imparable crecimiento en Occidente y del que parece depender la posibilidad de la continuidad de la fe en Jesucristo y de su Iglesia.

 

Respetar la postura pero estar abierto a otras

Bajo estas palabras nos parece que se oculta una perspectiva muy conservadora de la realidad, respetable pero que no es la única. Al menos desde ATRIO abogamos por una actitud más abierta. La satanización de la modernidad ilustrada, el temor a la secularidad, impregna todavía hoy muchos sectores de la esfera pública cristiana, incluso grupos que se autodenominan intelectuales.

Desde nuestras plataformas los respetamos pero no los compartimos. La añoranza del pasado no justifica la resistencia al encuentro, al diálogo y a tender puentes.

 

Puede haber miedos ocultos y exceso de cautelas de algunos intelectuales cristianos

Prosigue el texto de presentación del 23 Congreso de Cristianos en la Vida Pública: “Hemos de tomar conciencia de que el conjunto de formas ideológicas de raíz profundamente anticristiana que se resumen bajo la etiqueta de “corrección política” dan lugar a un todo que aspira a conformar no sólo las leyes y las instituciones, también las vidas y las mentes de las personas, incluso éstas en primer lugar. Se trata de una agenda que pretende un cambio en la mentalidad social desde la política, a través de la educación, y un cambio legislativo profundo que viene marcado por directrices mundiales que determinan una agenda de género que supone, en primer lugar, la demolición de la familia. Tres serían los ámbitos preferentes donde se está proyectando la corrección política: la legislación educativa, el derecho antidiscriminatorio y en la tipificación penal del denominado “discurso del odio”. Esos tres frentes avanzan en todo el mundo occidental, limitando gravemente la libertad de expresión, con la anuencia o complicidad de las grandes corporaciones, los medios de comunicación dominantes y las elites internacionales beneficiarias de la globalización.

 

¿Se puede decir que hay  miedos en muchos católicos intelectuales a los retos del futuro?

El Congreso del CEU se postula apologético: defensa de posturas que a otros intelectuales cristianos les parecen obsoletas y fuera de lugar. Concluyen: “Para dar cuenta de un desafío cultural de semejante magnitud, el 23 Congreso contará con un plantel de conferenciantes y ponentes de primer nivel, y volverá a confiar en la fórmula participativa que aseguran los talleres específicos, en los que se abordarán aspectos concretos de la amenaza que supone la corrección política a la libertad. Esperamos llegar a los días 12 a 14 de noviembre, fechas de celebración del Congreso, con la mente y el corazón rebosantes de ideas y deseos de atraer al mundo a la Luz y a la Verdad que, lejos de ingenierías sociales, sólo pueden hallarse en Cristo”.

 

Recuperar el debate sobre el papel de los intelectuales

Volvemos al mundo de los intelectuales. La revista Vida Nueva  número 3245  ha publicado (6-12 de Noviembre de 2021) un Pliego extenso de José Javier Ruiz Serradilla sobre: ¿Intelectuales cristianos? ¿Dónde? Hace un lúcido análisis de la realidad e invita, en un mundo complejo, a que los que se consideran intelectuales cristianos o cristianos intelectuales a comprometerse en la construcción de puentes entre las culturas y paradigmas emergentes y las tradiciones espirituales y teológicas renovadas de las Iglesias cristianas. Y en Religión Digital han insistido en llamar la atención sobre la necesidad de una presencia de los intelectuales en la sociedad que nos invade con la vaciedad de sus valores.

Con anterioridad, en la revista digital FronterasCTR se han publicado algunas reflexiones sobre este tema, diferenciando muy claramente que no todos los numerosos tertulianos que pululan en las redes sociales pueden ser etiquetados como “intelectuales”, y muchas veces son más “charlatanes” y “demagogos” que auténticos intelectuales.

¿Estamos en el camino correcto?

 

¿El mito del intelectual católico?

Una reflexión de Marcelo Villamarín C.,sobre el rol del intelectual en nuestra sociedad nos puede aproximar a la sinergia de los objetivos que desde nuestras plataformas intentamos conseguir. En parte está tomado de un trabajo realizado con motivo del Encuentro de Intelectuales Populares y de Izquierda, realizado en Quito, del 15 al 17 de noviembre de 2004, pero que no ha perdido vigencia.

Para su autor, a lo largo de toda la historia del mundo occidental, se ha difundido el mito del intelectual como un ser muy especial. En la antigua Grecia, eran los filósofos quienes cumplían este rol, en el marco de lo que se denominó la Paideia – término intraducible al español – como un ideal de culturas universal. En la Edad Media fueron los monjes y sacerdotes quienes cumplieron el rol de celosos guardianes de la sabiduría y la verdad.

 

Las aportaciones de Gramsci y Lukás

En las modernas sociedades capitalistas, tanto el rol como del mito de los intelectuales sed ha difuminado debido a la organización social del capitalismo. En estas sociedades, el intelectual deja de ser una élite y se convierte en una categoría que caracteriza al intelectual por su función en la sociedad más que por su papel en la estructura productiva, tal como señalan teóricos de la calidad de Gramsci y Lukács. La relación de los intelectuales con las estructuras partidarias de izquierda ha sido conflictiva y tensa y casi siempre se ha resuelto con la expulsión de aquellos.

Sin embargo, hoy más que nunca su función debe rescatarse, en la medida en que la construcción del nuevo proyecto histórico de las clases dominadas y subalternas exige la confluencia de intelectuales – como sector autónomo – militancias partidarias y movimientos sociales, para elaborar las teorías alternativas al capitalismo neoliberal.

 

No es fácil definir que es un “intelectual”

Existen algunos mitos, en unos casos, y ciertos prejuicios ideológicos, en otros, con relación al intelectual y el rol que juega en la sociedad. En cuanto a lo primero, empecemos por señalar que el término intelectual se ha reservado, por lo general, a los filósofos, poetas, ensayistas, pensadores, científicos sociales y todos aquellos personajes que han hecho de la palabra hablada y escrita su actividad primordial.

Algunos han cuestionado que para ser intelectual había que ser militante de izquierda. Creemos que esta es una falacia. ¿Eran de izquierdas Descartes o Kant? Esta es una atribución impropia que no tiene que ver con la postura política. Es totalmente legítima la compatibilidad de la condición de persona intelectual con la posición política. No hay una identificación necesaria entre la condición de intelectual y la posición política.

Solo de un tiempo a esta parte, debido a la redefinición del concepto de cultura, se ha incluido entre los intelectuales a los artistas que manejan diferentes géneros: pintores, escultores, músicos, entre otros. De allí que, en el imaginario colectivo, se asocia de manera involuntaria los conceptos de intelectual y escritor; o, por lo menos, a éstos se atribuye con preferencia el término intelectual.

 

Las aportaciones de Werner Jaeger a las raíces de la intelectualidad

El mito sobre el intelectual es tan viejo como la civilización occidental. En la antigua Grecia, eran los filósofos quienes cumplían el rol de intelectuales y de ellos la sociedad, con razón o sin ella, se formó una idea particular que se ha convertido en estereotipo en las épocas posteriores.

Tal idea derivó de la “peculiar actitud espiritual” de los primeros filósofos, según la caracterización hecha por Werner Jaeger, que consistía en “su consagración incondicional al conocimiento, al estudio y la profundización del ser por sí mismo” y la concomitante indiferencia “por las cosas que parecían importantes al resto de los hombres, como el dinero, el honor, e incluso la casa y la familia, su aparente ceguera para sus propios intereses” e incluso para el ejercicio práctico de la política. Esto último tiene algo de paradójico, puesto que la mayor parte de ellos, si no todos, jamás perdieron de vista la política, que era entendida como “servicio a la comunidad“.

Prueba de ello, sin ir más lejos, son las obras inmortales de Platón y Aristóteles, entre los más conocidos, como son La República y La Política, respectivamente. Sin embargo, no es usual encontrar su nombre en los anales de la historia política de Grecia, exceptuando quizá Solón, quien podría decirse que fue el prototipo del intelectual-político en la Grecia presocrática.

 

¿Es todo filósofo un intelectual?

Esta peculiar actitud espiritual de los filósofos, los convirtió en seres extravagantes y misteriosos, pero altamente estimados por sus contemporáneos. El filósofo es “ingenuo como un niño, torpe y poco práctico, y existe fuera de las condiciones del espacio y del tiempo”, imagen que sirvió de base para la difusión de anécdotas que ahora son muy conocidas: el sabio Tales de Mileto, embebido en la observación de los fenómenos celestes, cae en un pozo y es su criada quien le reprocha que por ver lo que tiene sobre su cabeza no ve lo que tiene bajo los pies.

Tal vez fueron los romanos quienes pudieron conjugar mejor el sentido práctico con la reflexión filosófica, probablemente debido a que las exigencias de la época les obligaron a pensar con mayor ahínco en cosas concretas, como aquellas que tiene que ver con el ejercicio del poder. Son conocidos los nombres de Ovidio, Tácito y Séneca, entre otros, quienes cumplieron importantes funciones públicas.

Sea de esto lo que fuese, el hecho es que los filósofos constituyeron una élite intelectual cuya vida, muy a su pesar, estuvo relacionada y muy estrechamente con el poder; en su mayoría fueron consejeros de reyes y emperadores o preceptores de las familias reales.

 

Los primeros “intelectuales” en sentido moderno podrían aparecer en la Edad Media

La situación fue diferente en la Edad Media. Con el ocaso del Imperio Romano, que se levantó sobre las ruinas de las polis griegas, la sociedad europea se fragmentó, la cultura se dispersó y las obras monumentales de los filósofos griegos se perdieron por largo tiempo.

La incorporación del Cristianismo a la lógica del poder le restó su vitalidad revolucionaria y convirtió a la Iglesia Católica en el más fiel instrumento de los poderes imperiales.

Europa se convirtió en una sociedad teocéntrica y teocrática, y todas las manifestaciones culturales se sometieron a su lógica. Dividido el Imperio entre Oriente y Occidente, el predominio tanto comercial como religioso del primero, convirtió a Bizancio en el eje de la cultura medieval, concentrándose en ella la antigua sabiduría heredada de los griegos.

Los clérigos se convirtieron en los nuevos intelectuales, que asumieron el carácter de “guardianes” de la cultura, reservada exclusivamente para uso y consumo especulativo de las élites religiosas. Tanto en Oriente como en Occidente, los monasterios se transformaron en el símbolo de la radical separación entre las élites “cultas” y las masas “incultas”; y, aun en su interior, se produce una división marcada entre los “monjes sacerdotes, que se dedicaban a los oficios ligados a los fines de la institución”, entre los que se cuentan el cuidado y la copia de pergaminos, y “los que debían atender a los servicios de la casa”. Habrán de pasar muchos siglos antes de que la cultura adquiera de nuevo su dinámica, y se expanda otra vez hacia el anquilosado occidente de la Edad Media, cosa que ocurrirá solo con el Renacimiento y la recuperación de la antigüedad clásica, en peligro de perderse entre las hordas invasoras.

 

La difícil función de los filósofos en la antigüedad según Jaeger

Si nos atenemos a la interpretación de Jaeger sobre la función que cumplieron los filósofos de la antigüedad, no es difícil descubrir la gran diferencia entre aquellos y los nuevos intelectuales de la Edad Media. Los intelectuales griegos fueron educadores por excelencia.

Su visión del mundo parte de una comprensión de la íntima unidad existente entre el mundo natural y el mundo humano. El Cosmos, que en su acepción originaria significa un orden opuesto al caos, es una totalidad viviente dentro de la cual el ser humano ocupa un lugar preponderante, pero jamás situado fuera ni por encima de él.

De allí derivaron los griegos esa especia de humanismo objetivo – muy diferente al humanismo renacentista -, que consiste en conceder especial preocupación al ser humano, pero sujeto siempre a las leyes impuestas por la naturaleza. Para el espíritu griego, lo universal, el Logos, constituye la esencia del espíritu. La educación consiste en modelar los sujetos sociales para la construcción de un ideal de cultura basado en una racionalidad que, a su vez, se fundamenta en la armonía del Cosmos. Por eso, las “humanidades”- como se llamaron luego a las ciencias dedicadas al estudio de lo humano – tiene su más remoto origen en los griegos, en quienes la educación humanística era integradora y totalizante. Los griegos no conocieron el actual concepto de educación como puro adiestramiento para fines exteriores a las exigencias universales del ser humano. La Paideia – término intraducible para nosotros – constituyó todo un proyecto de civilización humana.

 

¿A qué podemos llamar intelectual en las modernas sociedades regidas por el mercado?

En la Modernidad se ha democratizado el acceso al conocimiento y a la producción ideológico-cultural desde la invención de la imprenta en el siglo XVI, invención que solo fue el punto de partida, infinitamente superado en la actualidad por técnicas de escritura y comunicación más sofisticados. En las nuevas condiciones, la función del intelectual no ha desaparecido, pero se ha modificado sensiblemente; y, al mismo tiempo, el mito sobre el intelectual, sin perder vigencia, ha cobrado nuevas connotaciones.

 

Gramsci: el final de la escisión entre trabajo intelectual y trabajo manual

Para empezar, se han borrado las fronteras que separaban el trabajo intelectual del trabajo manual. Al hacerse infinitamente más complejas las relaciones sociales, atravesadas por un modo de producción que integra en un mismo proceso funciones intelectuales y manuales, pierde vigencia la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual o, al menos, la diferencia se hace muy sutil, como lo advierte Antonio Gramsci, cuando señala: “La relación entre los intelectuales y el mundo de la producción (se refiere al capitalismo) no es inmediata, como ocurre con los grupos sociales fundamentales, sino que es “mediata” en grado diverso en todo el tejido social y en el complejo de las superestructuras, en los que los intelectuales son los “funcionarios”.

Desde el punto de vista filosófico, el cartesianismo del siglo XVII constituye un cambio decisivo en la cosmovisión antropológica de la sociedad moderna.

 

El rol ambivalente de los intelectuales

Es en el seno de la filosofía de la praxis donde se ha debatido con mayor interés este problema relacionado con el rol de los intelectuales, probablemente debido al hecho de que gran parte de los dirigentes revolucionarios, desde Marx y Engels, fueron a la vez intelectuales.

Si en el conjunto de la sociedad moderna la ubicación de los intelectuales se volvió problemática, lo fue más en el seno del movimiento obrero y de los partidos que surgieron en representación suya. ¿Cuál era y es su rol? ¿Dirigir, orientar, impulsar los procesos revolucionarios? ¿Formular teorías? ¿Criticar a las dirigencias siendo el ojo avizor de los dirigidos? Las luchas intestinas dentro del Partido bolchevique, gestor de la Revolución de Octubre de 1917, y la postura del estado soviético frente a los intelectuales – una postura que solo reconoció la legitimidad de aquellos que de manera incondicional habían adherido a las “teorías” oficiales del Partido y del Estado – atestiguan esta problematicidad.

 

El poder ante los intelectuales: la capacidad para encajar las críticas

En este sentido, no cabe duda que el Estado capitalista ha sido relativamente más tolerante con los intelectuales que el estado “socialista”, lo cual se atribuye equivocadamente a la adhesión del primero al supremo principio de la libertad. Y digo equivocadamente porque uno y otro, en momentos en que se pone en juego la estabilidad y permanencia del Estado, son implacables con los intelectuales.

A pesar de ese interés, siempre ha llamado la atención el hecho de que los fundadores de la filosofía de la praxis, Marx y Engles, no le hayan prestado suficiente atención, de tal suerte que aparte de encontrarse ciertas alusiones en algunos textos de juventud del primero, el tema se encuentra ausente en las obras fundamentales del marxismo. Y lo propio puede decirse respecto a los temas relacionados con la cultura en general, lo que ha alimentado ciedrtas posiciones economicistas que reducen el marxismo a la relación entre infraestructura y superestructura. Esto parece obedecer a factores de carácter histórico. Desde el Manifiesto Comunista de 1848 hasta la Revolución Rusa de 1917, el movimiento revolucionario internacional había experimentado un constante crecimiento, habiéndose principalizado la estrategia del “asalto al poder”, tal como ocurrió en el último de los acontecimientos mencionados.

En el plano de la teoría, esta estrategia obligó a los dirigentes a privilegiar las discusiones en torno a problemas políticos como el carácter del Estado, las alianzas de clases, etc., dejando de lado aquellos que dicen relación a la organización de la cultura, el papel de los intelectuales, y otros más.

 

La aportación de Michael Lowy

Una de las obras más significativas al respecto pertenece a Michael Löwy, Para una sociología de los intelectuales revolucionarios, en la cual el autor analiza a profundidad la evolución intelectual de George Lukács – marxista húngaro y dirigente revolucionario – entre 1909 y 1929, evolución que puede considerarse como paradigmática del intelectual revolucionario de Occidente. En ella muestra el cambio paulatino de Lukács desde un pensamiento liberal-burgués hasta la adscripción teórico-práctica al proyecto revolucionario del proletariado, que por entonces era el sector social que lideraba los procesos de transformación política de Europa. A partir de esa investigación formula una teoría que resulta útil para efectos de esta ponencia.

La tesis más importante de Löwy es que los intelectuales no son una clase y, por lo tanto, su posición no se define en relación con los medios de producción y la estructura económico-social, sino una “categoría social”. Esto significa lo siguiente:

  1. Los intelectuales, en cuanto tales, no son productores de bienesy servicios, sino creadores de productos ideológico-culturales. Independientemente del lugar que ocupen en la estructura económico social, todos los seres humanos, por el mero hecho de ser tales, pueden crear productos ideológico-culturales: ser pintores, escultores, poetas o escritores; y quien lo haga cumple una función intelectual.
  2. Por fuertes que sean los condicionamientos económico-sociales, como la pertenencia a una clase social determinada o la posición en la estructura productiva, quien se ha definido como intelectual siempre tiene la capacidad de optar por los intereses de los opresores o de los oprimidos; valer decir, puede elegir entre la alternativa de crear productos ideológico-culturales enmarcados en los fines de la explotación o en los ideales de emancipación y liberación del género
  3. No existe, por lo tanto, “inteligentzia” neutra, por más que los intelectuales “gocen de una cierta autonomía relativa con respecto a las clases sociales”. Como creadores de productos ideológico-culturales expresan las demandas sociales desde la perspectiva del proyecto histórico al cual han adherido.
  4. Por lo general, los intelectuales se rigen por valorescualitativos que se desprenden de su sensibilidad estética, de su comportamiento moral o de su comprensión teórica. En la medida en que el capitalismo todo lo convierte en dinero, en mercancía, en valores puramente cuantitativos, los intelectuales sienten una aversión casi natural contra el capitalismo. Incluso quienes no han adherido al proyecto histórico de las clases subalternas, que en términos generales se define como “socialismo”, coinciden con los intelectuales revolucionarios en esta aversión, convirtiéndose en críticos del sistema y de sus formas de poder.

Estas precisiones conceptuales nos permiten esclarecer las confusiones anotadas. Gramsci señalaba. “Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres cumplen en la sociedad la función de intelectuales”.

Con esto quiere decir que todos los hombres, desde la máxima autoridad de una empresa productiva, hasta el más humilde de los trabajadores aportan con su capacidad intelectual, en diferentes niveles y condiciones, en la realización de sus tareas.

Pero, no por cumplir funciones de dirección el gerente puede ser catalogado como el “intelectual” de la empresa. Que eventualmente pueda ser más instruido que el resto de trabajadores – cosa que es por demás obvia dada la estructura de clases de la sociedad – no implica que cumpla un función intelectual.

Este ejemplo es válido para todos los espacios micro y macrosociales, en los cuales existen funciones de dirección y mando y personas que las ejecutan, como parte de las necesidades de organización de la sociedad; pero, ello no es razón suficiente para catalogar a unos como intelectuales (directivos) y a los otros (subordinados) como no intelectuales.

Sin embargo, tanto el gerente como el último empleado en la jerarquía empresarial pueden cumplir las funciones de intelectual, en la medida en que, independientemente de su rol dentro de la empresa, puedan crear productos ideológico-culturales; que tales productos sean liberadores o alienantes, de buena o de mala calidad, es otro problema que no incide en la función intelectual.

Esto permite esclarece la confusión, muy frecuente en las organizaciones partidarias, que tiende a identificar al dirigente con el rol del intelectual. Un dirigente es tal no porque sea intelectual, sino porque tiene capacidad de liderazgo, cuyo perfil entre otras cosas puede contener una buena formación teórica; igualmente, un intelectual no por el hecho de ser tal tiene méritos suficientes para ejercer las funciones de dirección.

Por lo tanto, es preciso establecer el rol del intelectual en la sociedad. Independientemente de su adscripción ideológica, puede decirse que hay algo en común en todos los intelectuales: sus más profundas motivaciones están dadas por los valores ético-culturales. De allí que Jorge Castañeda, por ejemplo, atribuye a los intelectuales de América Latina algunos rasgos distintivos que les confiere un rol, más allá de su filiación ideológico-partidaria: guardianes de la conciencia nacional, críticos en constante exigencia de responsabilidad, baluartes de rectitud, defensores de los principios de carácter ético-político del humanismo, críticos del sistema imperante y de los abusos de poder, etc. Sus productos ideológico-culturales están fuertemente marcados por esos rasgos.

El intelectual, pues, cumple una doble función: es crítico frente al poder y, al mismo, tiempo es constructor de una “nueva e integral concepción del mundo”. Tal vez este último carácter sea decisivo en la diferenciación entre intelectuales de izquierda y de derecha: si todos los intelectuales son críticos frente al poder y frente a toda clase de atropellos, los primeros se encuentran empeñados en la construcción de un nuevo mundo de valores; participan activamente en la lucha social con esos fines y sus obras son expresión de los valores que encarnan los nuevos sujetos sociales. Sea a través de la sensibilidad estética o sea a través del razonamiento lógico, sea con los instrumentos del arte o con el de las ciencias y la filosofía, los intelectuales participan en ese gran proyecto de construir una nueva e integral concepción del mundo que termine por enterrar la barbarie suicida del capitalismo.

 

Conclusiones

A modo de conclusión, señalemos algunas ideas fundamentales:

  1. Las condiciones objetivas impuestas por la democratización, aunque limitada, de las sociedades occidentales, tienden a eliminar el mito de los intelectuales como gestores de una actividad especialísima en confrontación con las actividades prácticas.
  2. El tratamiento a-crítico de la relación entre los intelectuales y los no intelectuales ha generado confusiones que tienden a disociar la producción intelectual y la práctica cotidiana, desvalorizando en unos casos las tareas intelectuales, consideradas como mera especulación; y en otros, sublimizando los productos culturales.
  3. Según algunos representantes del pensamiento crítico, los intelectuales no son una clase sino una categoría social, cuya definición no se determina por su ubicación en la estructura productiva sino por la función social que cumplen en tanto creadores de productos ideológico-culturales. Tienen, por lo tanto, una autonomía relativa que les permite una adscripción al proyecto histórico de las clases subalternas a través de motivaciones ético-culturales, más que económicas.
  4. La relación entre los intelectuales y las estructuras partidarias, especialmente de los partidos comunistas, ha sido tensa y conflictiva debido a la sobrevaloración de la “práctica” que ha caracterizado la concepción de aquellos. En el marco del pensamiento crítico, partidos e intelectuales deben ser considerados como sectores diferenciados que tiene su propia identidad, pero de ninguna manera opuestos, de tal manera que hay que tender puentes entre los dos sobre la base de una correcta interpretación de la unidad dialéctica entre teoría y práctica.
  5. En el marco de la construcción de un nuevo proyecto histórico, la presencia de una teoría, y específicamente de una teoría radical, es ineludible, si se quiere impulsar la transformación social.
  6. La producción de la teoría no es producto exclusivo de los intelectuales sino de la creación de espacios de reflexión y diálogo entre éstos y los actores sociales. Desde este punto de vista, nuestras plataformas están abiertas a la sinergia con todos aquellos que buscan honestamente caminos de convivencia plural. Los intelectuales deben acercarse más a los movimientos sociales y nutrirse de sus experiencias, de su espíritu transformador y, al mismo tiempo, éstos deben promover un diálogo con la ciencia y la filosofía de aquellos para juntos construir el nuevo proyecto histórico.

 

Leandro Sequeiros, Presidente de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA)

7 comentarios

  • Javier,
    es lógico que un papa haga hincapié en ser santos a los curas antes que en ser intelectuales.
    A fin de cuentas, si la santidad no es importante para él ¿Para quién lo será?
    Otra cosa sería que lo dijera el menijtro de incultura o alguno de los gafapastas que adormecen las tertulias literarias o los cafés de autor.
    En cualquier caso, el intelectual si quiere ser influyente debe llegar al gran público.
    Sin los millones de canpesinos que no tenían ni fruta idea de materialismo dialéctico pero tenían hambre como para derribar una monarquía, la revolución soviética se habría helado en las frías estepas rusas.
    Y sin los millones de “clase media” europeos que nunca han leído la summa teológica, la sociedad del bienestar occidental europea hubiera transitado por caminos mucho más complicados.
    Lo mismo pasa con la ciencia o la religión. Junto a los grandes científicos o grandes teólogos, deben existir los grandes divulgadores que traducen ese pensamiento erudito a un lenguaje comprensible por el público en general.
    Decía Alfredo Kraus que la ópera debía ser siempre cosa de las élites, y así había sido hasta ese momento. Luego llegan Pavarotti, Domingo y Carreras y venden millones de discos del concierto en las Termas de Caracalla porque hacen asequible esa música escogiendo los temas mas agradables.
    Pues es lo mismo, los intelectuales aportarán algo a la sociedad en general cuando lleguen a ser traducidos por ellos mismos o por divulgadores que sean capaces de hablar el lenguaje del pueblo.

  • Honorio

    Parece que el pensamiento que arranca en Confucio y parte de la realidad del Tercer Mundo no cuenta para los que se expresan en este tema que se aborda aquí. A mi se me ocurre que no somos dos mundos ni dos planetas, y nos toca recoger el pensamiento de los Confucio, Gandhi, Nelson Mandela, que son parte de un solo mundo, una sola humanidad a la que Cristo ha dirigido su mensaje. ¿O no?

  • Isidoro García

          “En lo profundo vi interiorizarse, reunido por el Amor, (A-mort = inmortal), en un solo volumen, lo que está disperso en hojas a través del universo: las substancias, los accidentes y sus vestiduras como si estuvieran fundidos de tal modo que lo que de ello digo, no es más que un reflejo”, (Dante, La Divina comedia).
     
     
    1.      La Iglesia, junto con toda la sociedad de la que forma parte, está en una crisis de cambio, tan acelerado, que nos tiene descolocados, alienados.
     
        Lo nuevo y lo viejo, están en contradicción, y tenemos que superarla. Dice el teólogo N. M. Wildiers: “Sólo una pequeña élite vive con la conciencia lúcida de una evolución acelerada e irreversible, así como de la inminencia del paso de la humanidad a la era de la síntesis”.
     
           Y el gran teólogo Wolfhart Pannenberg, nos pone detrás de la gran pista: “La pregunta sobre la verdad del mensaje cristiano, tiene que ver con si puede aún desvelarnos la unidad de la realidad en la cual vivimos”.
     
       Esta realidad única, en la que vivimos, y que ignoramos cotidianamente, la podemos llegar a intuir, a oler que todas las cosas en el universo forman parte de un Todo, que todo está conectado con todo, que existe una maraña de conectividad en todo el universo que atraviesa la material y lo inmaterial.
     
         Es saberse parte de algo supraindividual y no poder ponerle nombre, al tratarse de una experiencia ultrasensible e inefable.
     
            En realidad es la superación de los contrarios del pensamiento simbólico que tiende a fragmentar, a separar, a dividir en opuestos y a establecer categorías.
     
            Cada vez que tomamos una decisión dividimos el mundo en dos, lo bifurcamos y así contribuímos a la incomprensión de lo vivido.
     
           Hay que iniciar un proceso de reconocer lo similar, (y agruparlo), y lo distinto, (y separarlo). Sabiendo que este proceso natural se ve interrumpido por el pensamiento lineal que tiende a establecer fragmentaciones entre las entidades.
     
     
    2.      Para conseguir este proceso, el cristiano debe  intentar hacer una lectura sintética de las enseñanzas de Jesús, superando las evidentes contradicciones que conlleva su transcripción transmitida de los evangelios.
     
       Es una labor que hay que hacer y ya se sabe lo que es obvio: Hay que hacer “lo que hay que hacer”, aunque se haga mal, antes que hacer bien, lo que no hay que hacer.
     
         Y muchas veces, para poder enfocar las cosas de cerca, conviene alejarse todo lo posible. Casi hasta perderlas de vista. 
     
        Muchas cosas no tienen significado, (o lo tienen contradictorio), mientras consideramos sus componentes por separado; pero, cuando se unen formando una síntesis, y entonces “milagrosamente” aparece una nueva entidad cuya naturaleza no habíamos previsto al considerarlos por separado.
     
          “Siempre se nos da lo que necesitamos; nuestro cometido es unirlo y utilizarlo de la manera más apropiada”.
     
     
    3.  Y ¿cómo hacerlo?. Podríamos utilizar el método de Hegel de solventar contradicciones: mediante las tres fases del “aufheben”: Suspender, conservar y elevar.
     
       Necesitamos suspender, (dejar de hacer o empeñarse en), aquello viejo, obsoleto que ya no nos sirve, (pero que se conserva de una u otra forma), y sustituirlo por algo nuevo, que se eleva a idea eje sintetizada.
     
         La transición de lo nuevo a lo viejo, se realiza para encontrar un nivel de definición nuevo, que pueda abarcar lo que se suspendió y que se conservó, (lo suspendido), algo así es el metabolismo alimentario: unas cosas se aprovechan, otras se guardan y otras se desechan”. (Francisco Traver).

  • Javiierpelaez

    En cuanto a los Católicos en la Vida Pública ya se sabe que son gente de mente poco abierta….Las libertades no están en peligro,lo que está en peligro es ser un machista,un homófobo….En definitiva,intentar imponer a los demás la forma de ver la vida de estos católicos,insultar a los que no piensan o aman como estos católicos o los que no se reproducen o deciden morir como estos católicos…Y resulta que a estos católicos tan interesados en la moral de costumbres de los demás,les importa bastante poco el destino de sus compatriotas  o no compatriotas menos favorecidos….

  • Javiierpelaez

    El cristiano no debe ser un intelectual debe ser un santo…Ya el Papa el otro día se lo dijo a los de su cuerda(por ahora varones) ,a los curas…Un cura no debe ser un intelectual…más o menos dijo…Luego hay gente que hace productos culturales(como Maradona se le da bien jugar a la pelota con los pies,con la cabeza y a veces con la mano de dios simulando la cabeza) y luego viene Isabel y dice que en su vida privada son unos machistas como dijo de Neruda…Hoy día la cosa se complica porque con las redes sociales todos podemos opinar y ,como dijo una filósofa en EL PAÍS (Ana Carrasco-Conde),nos creemos alguien…Caminamos hacia el “intelectual colectivo”. ..Como hoy no se puede saber de todo(desde el Big Data,de derecho,de sanidad ,de volcanes ,de mecánica cuántica y saber 15 idiomas incluido ,por supuesto,el chino) lo mejor es ser humildes……Tampoco nos gustan los tertulianos que hacen de todólogos(hay algunos que no lo hacen):epidemiólogos,vulcanólogos….Incluso hay un médico del Sermas,César Carballo que en plena pandemia lo llamaba Wally Carballo porque yo jugaba al dónde está Wally y cogía el mando a ver en  qué canal de los 100 que cojo aparecía…Ni la moral sexual es fácil porque ahora resulta que algunas jóvenes practican el “poliamor”,relaciones abiertas en pareja mutuamente consentidas por ambos miembros de la pareja….Yo creía que esto era puro cachondeo hasta que el otro día me dijeron de una persona concreta que lo practica con su pareja con la que tiene un hijo…Yo pienso el mundo en que va a vivir mi hija y lo flipo…No me da miedo,es que simplemente se me escapan muchas cosas…En cuanto a la influencia del intelectual,yo doy fe que la gente lee a Harari,incluso lo cita….El otro día me lo citaron,sólo faltó la página…Hay tanto por leer…Luego,aún leyendo que son de las mejores actividades que se pueden hacer en la vida y de las más satisfactorias,el intelectual cristiano debe pensar desde la vida,desde la praxis….Y ,como dijo una vez,Jon Sobrino método inductivo,se parte de la realidad y que no nos importe que la realidad estropee una bonita idea o teoría general….La vida es mucho más compleja que las teorías generales….Imaginaros el poliamor y no es coña que yo he oído a un tío en un bar(a un reponedor de CocaCola) decir que una tía a la que entró en una discoteca le decía que era partidaria del poliamor y el tío argumentaba que el problema son los sentimientos…La Virgen , qué lío,qué Cristo!!! …Jajaja…Y quien dice en esto del amor,dice en todo….

  • ana rodrigo

    Tan importante es la crítica de la realidad como la realidad crítica. Si l@s receptor@s de la crítica intelectual no son a su vez crític@s con lo que se les dice desde la intelectualidad, nos tragaremos sapos y culebra sólo por la autoría de quien lo dice.

    El nivel de cultura popular deja mucho que desear. Claro que cierto nivel intelectual no está al alcance de las mayorías, sin embargo quienes no estamos en esas alturas, debemos sospechar y contrastar, porque intelectuales de gran relumbrón han dicho barbaridades, por ejemplo de las mujeres, cuando no las han echado el la papelera del olvido, y con la mitad de la humanidad mujeres, nadie les ha llamado la atención de que las mujeres somos realidad a tener en cuenta en su estatus de sujetos de derechos, de personas iguales a los hombres, sin doble rasero para ellas; es un ejemplo.

  • Isidoro García

    El artículo de Sequeiros sobre la figura del intelectual, es muy ilustrador sobre su figura histórica, su presente y su futuro.

    La figura del intelectual, debe aportar a la sociedad, un análisis de la realidad y sus problemas, lo mas realista posible, para que con la luz aportada por su foco, los políticos, puedan afrontar las soluciones más adecuadas a dichos problemas.

    La filosofía, ya decía Wittgenstein, debe ayudar a la mosca a encontrar la salida de la botella donde está atrapada. Y por ello toda filosofía debe aspirar a la sabiduría, (la sophia), y ser eminentemente práctica, pero para ello, necesita una buena teoría, un adecuado conocimiento de la realidad.

    Pero es que el conocimiento de la realidad cada vez es mas difícil y complejo. Analizamos y diseccionamos tanto todo, que acabamos pensando como Gómez de la Serna, que la merluza es un pescado hecho de rodajas pegadas unas a otras.

    Y además cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Esta es la ilusión y el consuelo de los especialistas: ¡Lo que sabemos entre todos!. Pero, “¡Eso es lo que no sabe nadie!”, como se lamentaba Mairena.

     

    El intelectual es una figura de capa caída. Primero, porque se ha dado estatus de intelectual a cualquier saltimbanqui, muy respetable en lo suyo, aunque en muchos casos, no se sabe muy bien que es lo suyo.

    Y lo segundo por sus habituales cambalaches con la política, que le han desprestigiado, entre congresos, pesebres, y obediencias perrunas al dueño del presupuesto, con la excusa de la lealtad ideológica.

    El intelectual, es su relación con la política, que debería ser siempre muy tangencial, y de desconfianza ante el abrazo del oso, y sin caer en la tentación de usar los códigos habituales en la misma, cada vez mas degradados.

    Y desde luego debe alejarse de la tentación de dejarse comprar con halagos, honores, y mamandurrias, que rápidamente se transformarán en desprecios, (antes fue la hoguera o el gulag), si no les sigue la corriente.

     

    Y mientras en el aire se huele una corriente poderosa, la que tiene que impregnar la cultura del tercer milenio. Hay que descubrir la “verdad interior”, que hilvana todas las cosas, como el hilo del collar, y que según Henry Corbin: “Es por la verdad interior como se comunican entre sí, los elevados conocimientos de todas las sa-bidurías”. 

    Y para ello hay que olvidarse el pasado, y caer por una vez en el adanismo: empezar de cero, ante una situación tan compleja.

    “Cuando las cosas se vuelven demasiado complicadas, a veces es necesario empezar desde el principio, y simplificar. Y para eso estamos aquí”, decía un cartel-anuncio de la desaparecida Cajasol.

    E. O. Wilson, nos señala el camino: “Nos es-tamos ahogando en información, mientras es-tamos hambrientos de sabiduría. El mundo a partir de ahora deberá estar a cargo de los sintetizadores, personas capaces de reunir la información adecuada en el momento adecuado, pensar críticamente acerca de ella, y tomar decisiones importantes con prudencia”. Ese es el nuevo intelectual que precisamos como el comer.

    Y José Antonio Marina, nos advierte: “Solo el rumbo puede permitirnos unificar tanto fragmento descabalado. ¿Por qué no emprender la gran síntesis?: una tercera cultura para el tercer milenio.

           Una cultura que supere enfrentamientos superfluos: entre arte y ciencia, humanismo y técnica, cultura de letras y cultura de ciencias, teoría y práctica, universalidad y localismo, razón y sentimiento, seriedad y humor. (A lo que yo añado ciencia y fe, cristianismo y post-modernidad).

           La inteligencia humana soporta mucha realidad y mucha irrealidad. Solo nos queda definir el rumbo”.

    (Seguirá)