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La problemática libertad de los humanos

Este largo periodo de confinamiento ha sido un tiempo en que se han gestado libros importantes que están ahora apareciendo. Creemos que este de José Antonio Marina, Biografía de la inhumanidad, tiene una especial importancia. En una entrevista el autor habla sobre el contenido del libro. AD. 

«LOS PARTIDOS DE CENTRO SON TAN NECESARIOS COMO CASI IMPOSIBLES»

Luis Meyer, Ethic, 23-junio-2021

 Ensayo histórico, antropológico, psicológico… ¿En qué estantería debe colocar su obra el librero?

Llevo mucho tiempo interesándome por algo que llamo ciencia de la evolución de las culturas. La idea central es que la historia no es otra cosa que la experiencia de la humanidad y, por tanto, nuestro banco fundamental de datos. Si sabemos utilizarlos, claro.

¿Cuál es la utilidad de esa experiencia para una especie que tropieza una y otra vez con la misma piedra?

Por sí misma no nos enseña nada, pero nos permite aprender de ella si somos lo suficientemente inteligentes y tenaces. Hay una faceta ascendente de la humanidad que tiene unos orígenes muy humildes: no somos más que primates listos. Desde ahí hemos ido progresando en prácticamente todos los aspectos, incluida la ética. Sin embargo, reiteradamente, ese progreso ascendente sufre colapsos, hundimientos terroríficos, y lo que está al fondo es el horror puro y duro. La pregunta que me he hecho es: ¿qué mecanismo diabólico hay para que suceda una y otra vez? Si somos tan inteligentes, ¿por qué hacemos tantas estupideces? ¿Por qué caemos en tantos horrores? Esas preguntas son el origen del libro.

En su ensayo deja entrever que conociendo nuestros ciclos podríamos llegar a ser menos vulnerables a estos colapsos de los que habla. En la etología se puede anticipar en gran medida cómo va a conducirse una especie animal, porque tiene comportamientos mucho más básicos. ¿Podríamos llegar a una predicción parecida con respecto a la especie humana?

La peculiaridad de los seres humanos respecto al resto de las especies es la libertad: podemos decidir cosas intencionadamente. Ahora sabemos que el determinismo, tanto el biológico como el social, es muy fuerte. El hecho de que estemos manejados por prejuicios, impulsos o creencias influye de forma decisiva en nuestro comportamiento. Ahí retomamos la idea de Espinoza: «La libertad es la necesidad conocida». En el momento en que conozcamos esos mecanismos implacables posiblemente no podremos evitarlos, pero sí controlarlos y preverlos. En ese sentido, sí creo que estamos en condiciones de predecir comportamientos humanos.

De modo que comprender la complejidad del comportamiento de una sociedad no es algo inalcanzable.

Los fenómenos sociales tienen un aspecto «no querido». La conducta de mil personas que actúan racionalmente puede tener resultados que nos resultan irracionales. Por ejemplo, los atascos: si en verano decides partir de viaje un día antes de la operación salida, es una buena decisión. Pero cuando miles de personas hacen lo mismo, se llega a un resultado no deseado. Eso forma parte de las necesidades que es preciso conocer. Si sabemos que funciona así, podemos organizarnos como sociedad y escalonar las salidas. En los fenómenos sociales son tal cantidad las causas que están interviniendo, que muchas veces no podemos decir que realmente había una voluntad para que se diera un resultado. Pero insisto: aunque predecible, es un efecto no querido.

«El ser humano es fiero como cualquier animal, pero le diferencia la crueldad»

A partir de la mitad de su libro hay algo que define como «el tobogán del descenso hacia el horror».

Subir arriba del todo es peligroso porque, aunque queramos quedarnos allí, no nos vamos a parar; vamos a descender sí o sí, de modo que más vale que conozcas estos mecanismos que determinan mucho nuestra conducta y de ese modo podremos, astutamente, no darles demasiado pábulo.

Según su constructo, podemos inhumanizarnos. ¿Somos los únicos capaces de anular nuestra propia identidad como especie?

Es la ley del doble efecto: lo que aumenta nuestras posibilidades lo hace para bien y para mal. Hasta que no hubo ferrocarril, no hubo accidentes de trenes. La energía atómica tiene muchas cosas buenas, pero también efectos devastadores. O por ejemplo las religiones. Estas han tenido una importancia colosal en la humanización de nuestra especie, ya que ampliaron la manera de entendernos y de comunicarnos. Sin embargo, en determinadas épocas, cuando se alían con el poder, las religiones son muy destructivas.

Pone otro ejemplo clave: la obediencia.

Ha sido absolutamente fundamental para estructurar las sociedades: la obediencia es la virtud más prestigiada y elogiada a lo largo de prácticamente toda la historia de la humanidad hasta la Revolución francesa. Y también después: todos los antiilustrados seguían teniendo la obediencia como centro de la sociedad. El nazismo, el régimen soviético… y hoy en día China, por ejemplo, es un claro ejemplo de obediencia. Con ella se construyen sociedades y si obedeces a las leyes es fantástico, pero ¿qué pasa si obedeces a un tirano?

Y en el centro de todo, como cuenta, está la inteligencia humana.

La inteligencia es la gran capacidad de buscar soluciones, pero también de buscar conflictos. Los animales son agresivos. Nosotros, además, podemos ser crueles. También compasivos, y no solo con los nuestros, sino con los ajenos. Esa es la parte buena.

Esta ciencia de la evolución de las culturas la resume como «el panóptico».

Sí, como método. ¿Qué pasaría si intentáramos ver las cosas desde una posición superior, con toda la historia de la humanidad ahí abajo? Sería imposible estudiarla toda, pero sí verla en su totalidad. Eso nos permite ver que todas las sociedades se han enfrentado con esos dos movimientos contradictorios, uno constructivo y otro destructivo. La agresividad es un torrente muy potente, y había que construir presas para frenar esa avalancha.

¿Qué le ha llamado más la atención de nuestra historia cuando la ha visto desde ahí arriba?

Ver cómo se repite todo esto una y otra vez en cada sociedad. Ver cómo levantamos una y otra vez presas afectivas en las que fomentamos los sentimientos de compasión, de solidaridad, de amistad… Analizar todo lo que frena la agresividad. Sobre todo la compasión, que es exclusiva de la naturaleza humana, igual que la crueldad.

Usted alerta sobre la compasión peligrosa.

Lo explicó muy bien Hannah Arendt: la compasión abstracta que elimina la compasión concreta. Los jacobinos de la Revolución Francesa tenían una compasión abstracta por la humanidad, pero eso no les impedía llevar a la guillotina a todos aquellos que les parecían un obstáculo. De modo que esa era una compasión implacable. Hay una frase de esa época: «Por amor a la humanidad, tenemos que ser terribles».

Eso se ha repetido mucho en nuestra historia: revoluciones con un buen punto de partida que al final acaban cometiendo atrocidades en nombre de la revolución.

El caso de la Revolución Francesa es clarísimo porque sabían lo que estaban haciendo. Cuando Robespierre defiende el terror, lo hace por amor a la justicia. Hay más ejemplos en la historia reciente. En la revolución comunista concebían que había que sacrificarse por el bien de la humanidad. El Tercer Reich estaba por encima de los ‘alemanitos de a pie’: si hay que sacrificarlos, se los sacrifica por una causa más elevada. En Camboya, en el Islam… Esas creencias en el bien absoluto que hacen que nos desinteresemos de los bienes individuales.

¿Puede darme un ejemplo rabiosamente actual?

El nacionalismo. Si lo tomamos como que las personas dentro de una comunidad se preocupan por el bien de la comunidad, es algo bueno. Es solidaridad. Pero si para fomentar la identidad del grupo tenemos que despreciar y oponernos al grupo de al lado –porque el miedo y el odio unifican mucho–, el nacionalismo es algo perjudicial. Y si además creamos un ente abstracto como la nación, que está por encima de los ciudadanos, justificaremos exigirles a esos ciudadanos que prescindan de sus derechos. Dicho esto, ¿el nacionalismo es perverso en sí mismo? Tendemos a simplificar, y debemos ver a lo largo de la historia cuáles son los efectos buenos y cuáles los malos de cada episodio.

«La gente está mucho más separada de la política de lo que reflejan los medios»

Usted pone el ejemplo de la Primera Guerra Mundial: asegura que muchos de quienes le dieron al «botón de destrucción» luego quisieron echarse atrás, pero ya no podían. Tal vez pueda decirse algo parecido del brexit o la declaración unilateral de independencia en Cataluña.

La toma de decisiones siempre es complicada: puedes tomarlas por movimientos emocionales o partiendo de una información contrastada según las circunstancias. Mover la emociones es algo muy fácil y poderosísimo. Una de las cosas que consigue plantear la política en términos emocionales es que las emociones unifican mucho y, además, producen un estado en el que los individuos abdican de parte de su individualidad y de su sentido crítico, y se recluyen en un estado de masa. Ahí se genera una especie de entusiasmo, de emoción colectiva que puede ser furia, desprecio, deseo de venganza. Ahí se pierde el sentido crítico y se tiene una especie de sentimiento de pertenencia, de no querer estar en otro sitio que no sea dentro de ese grupo que me defiende, me justifica y me permite hacer y decir cosas desde cierto anonimato que en otra situación no me atrevería.

¿Y dónde está el origen pernicioso?

Todos estos movimientos, en el momento en que son belicosos, tienen que crear la figura del enemigo. El jurista y politólogo alemán Carl Schmitt, que perteneció al régimen nazi, decía que «la esencia de la política es la oposición amigo-enemigo». De modo que, cuando movilizas afectivamente a la gente, disminuyes el nivel crítico y la lanzas a cualquier cosa, porque rompes esa primera barrera afectiva de solidaridad y compasión. Ahí hemos creado otras barreras a las que yo llamo presas: la de las regulaciones morales, religiosas, de los sentimientos de deber y respeto… Pueden ser erosionadas en el momento en que la presa afectiva se rompe. Los nazis, por ejemplo, quitan todo sentimiento de compasión hacia el judío porque el judío no es humano, por lo que eliminan todo deber moral hacia esas personas.

¿Qué lugar garantista ocupa la política?

Es la tercera presa de seguridad, junto a las instituciones jurídicas y sociales. Es la última si las demás fallan. Sin embargo, cuando son esas instituciones, precisamente, las que fomentan los sentimientos destructivos y eliminan las barreras sociales, el turbión es tremendo y no hay solución. Es una mecánica sencilla que se repite siempre.

Con la polaridad ideológica que sufrimos ahora, ¿asistimos a una erosión de esa última presa?

Estamos resquebrajando la presa afectiva con la polaridad salvaje. El régimen de amigo-enemigo ha sido siempre consustancial a la política española, de modo que no me creí que se hubiera roto la polaridad política cuando se rompió el bipartidismo.

¿Los ve, igual que algunos analistas, como jóvenes políticos haciendo vieja política?

La única novedad real era Ciudadanos. Siempre me han interesado mucho los partidos de centro por una razón: son necesarios y, al mismo tiempo, casi imposibles. Los politólogos americanos hace tiempo que han estudiado por qué no puede existir y fructificar un partido de centro. La respuesta es sencilla: porque no tiene ideología, solo moderación, y la moderación no es una ideología.

Y sin ideología, no hay enamoramiento.

Un partido de centro puede ser aristotélico o hegeliano. Si era de los primeros, defendía que «en el centro está la virtud». La postura hegeliana, para mí la acertada, defiende que cuando hay dos fuerzas –tesis y antítesis– no se trata de hacer un cóctel con las dos, sino de ver si se me ocurre una solución lo suficientemente potente para que supere a las dos sin destruirlas. El programa del centro se basa en el continuo aprendizaje: si no lo haces en un mundo tan acelerado, te quedas atrás. Y los partidos actuales, de derechas y de izquierdas, se han quedado atrás.

«La sociedad se enfrenta a dos movimientos contradictorios: uno constructivo y otro destructivo»

¿Es normal hoy este fervor ideológico, estos debates tan extremos?

Los medios de comunicación están dando una impresión que no se adecúa a la realidad. Creo que la gente pasa de la política y de los políticos más de lo que parece. Hay un cansancio de la política que está llevando a una merma de la participación. La política se está separando de la sociedad civil. La salida que le queda a la política para combatir ese desinterés es movilizar a la sociedad emocionalmente. Los populismos y los nacionalismos son muy emocionales porque buscan algo contra lo que ir, un enemigo. Pero ¿qué hay detrás de eso? Las emociones se despiertan muy fácilmente, pero para que se mantengan tienes que estar todo el rato alimentándolas, echando más leña al fuego. Suelen ser más inflamables las emociones negativas que las positivas.

Cuando creas enemigos, los más vulnerables son los que suelen salir más perjudicados. Por ejemplo, los migrantes.

Exacto. Es el mecanismo de deshumanización del otro: pierdo la compasión por él y, por lo tanto, tengo carta blanca para hacerle cualquier cosa. Solo hay una emoción que, si pierdes, te vuelve inhumano: la compasión. Ni siquiera el amor. De manera que jugar con lo que produce la deshumanización del otro es muy peligroso. La compasión es una de las emociones que más hay que cultivar, y el proceso educativo de esta sociedad la elimina. Eso es muy grave.

Este libro lo escribió durante la pandemia. Y hay una frase muy acertada: «Nuestra compasión se va diluyendo cuanto más se aleja de nuestros allegados».

Cuando comenzó la pandemia, me preguntaban si íbamos a salir mejores de esta. Yo ya decía que no, porque es muy difícil mejorar de forma colectiva por una sola crisis. Se han repetido las pautas normales en cualquier crisis: un primer momento afectivo y ahora, que estamos en una fase en la que todo es queja. Hay momentos de generosidad que se van aplacando cuando entra en juego un mecanismo tan detestable como inevitable: el de la habituación. «Una muerte es una tragedia, mil muertes son una estadística», es una frase que le atribuyen a Stalin.

¿Y qué podemos hacer para huir de esa habituación? ¿Para ser mejores después de esta pandemia?

Necesitamos ser conscientes de que somos tan admirables como detestables, tan generosos como peligrosos. Necesitamos que toda la sociedad sea consciente de ello para saber que tenemos que andar con cuidado. Querer realmente cambiar no puede ser una ocurrencia producida por las circunstancias. Creo que saldremos de la pandemia igual que éramos al entrar: el otro día leí que ya se están reservando miles de cruceros para el año que viene.

12 comentarios

  • jose antonio marina

    Queridos amigos, gracias por vuestro comentarios.

  • M.Luisa

    Permíteme Isidoro que me refiera ahora  a este parágrafo tuyo.

    Para mí, es el ejemplo de que un filósofo moderno, tiene que ser sobre todo un buen psicólogo. Por eso cuando por ejemplo M. Luisa, hace esas separaciones entre una materia y otra, yo me asombro. Y es porque me he educado filosóficamente con Marina”.

    A mi juicio el filósofo  moderno no depende  de este precedente  según la cual    debería ser sobre todo un buen psicólogo. Pienso que   no es cuestión de ordenación de materias ni tampoco pensar que hayan de ir necesariamente  por separado  como tú sueles señalar a menudo.

    En cualquier caso, si hay que hablar, en apariencia, de separación esta se deberá a que el objeto de estudio del psicólogo es dual, es decir, considera a la persona dualmente,  mientras que  el filósofo la estructura a la persona unitariamente. Aquí es donde precisamente se produce la escisión.  Seguiré porque ya sabes que a mí también me gusta leerte, pero lo he de hacer a trompicones.

  • Juan A. Vinagre Oviedo

    Este libro de Marina -como otros suyos- merece leerse, por la perspectiva desde la que contempla la historia humana, con un fondo filosófico, sociológico y psicológico, que la enriquece y esclarece, incluso las salvajadas humanas, muy contrarias a lo que en teoría se puede esperar de un homo s a p i e n s… La emoción y la sin razón guían también la historia. Quizá por eso dice en la contraportada del libro (no sé si con cierto pesimismo): “Tal vez estemos viviendo la última oportunidad histórica de comprender nuestra evolución”. (De comprender a fondo la evolución, nuestras limitaciones inevitables, y el sentido del ser humano, añado.) El pasado no es solo un peso muerto que nos lastra, porque la historia es también maestra que nos explica y que señala futuros.. Nuestro genoma humano es doble: biológico y cultural. Y este último necesitamos conocerlo mejor, porque también nos modela, quizá más de lo que pensamos. En la historia hay hechos y personajes grandiosos, pero también mucha inmadurez, mucha reacción infantil y cretina, y también mucha patología: esclavismos, guerras salvajes -irracionales e inmorales-, fanatismos racistas, patrióticos y religiosos…   Pero frente a esas atrocidades y patologías tenemos que admitir -paradógicamente- que también somos animales espirituales y creativos, que, insatisfechos, aspiran a más perfección de vida y de convivencia social…  Aspecto humano vital en el que vamos muy atrasados; mucho más de lo razonable. Avanzamos más en el conocimiento y control del universo y del cuerpo humano que en el conocimiento interior -emociones incluidas- y en el autocontrol razonable de nuestra mente… Por eso tantas metas sin sentido…

    Este libro de Marina podría complementarse con el de R. Tamames: “Buscando a Dios en el universo”, que también va en busca de una explicación global, que dé sentido.

    Volviendo al libro de Marina: su lectura estimula a nuevas reflexiones, que nos hacen más realistas (y creo que más humildes y comprensivos, sin dejar de ser críticos.) Críticos por necesidad de explicar y responder a tanta inmadurez, y a esos deseos internos de mejora y de superación, como seres-animales espirituales que también somos. La historia nos enseña, pero también nos describe y nos define -quizá sea ésta la mejor lección-, y nos hace pensar, evaluar y concluir que nuestra evolución como sapiens es más torpe y lenta de lo que a muchos, individualmente,  pueda parecer…

    Hemos avanzado en conocimientos científicos -la mayoría de los cuales son provisionales- y aún más en tecnología…; pero muy poco en el campo de la sabiduría más importante: los valores, la organización social con un poco más de ética, la convivencia pacífica humana. En este aspecto si analizamos el comportamiento humano más visible, más constatable, de los últimos cuatro-cinco milenios, vemos que, sustancialmente, hemos cambiado-aprendido muy poco. Nuestros valores humanos y nuestra capacidad de organización y convivencia social -por decirlo suavemente- dejan mucho que desear. Por eso, podemos preguntarnos: ¿Hay mucha diferencia entre el comportamiento de Sargón, los faraones, los persas, Roma y sus emperadores, Atila o los conquistadores turcos…; entre los “bárbaros” ostrogodos del norte o los conquistadores musulmanes y los conquistadores de América (del norte o del sur) o de Africa y Asia por los “civilizados” europeos? Esto sin pensar en las guerras de los 100 años o de los 30 años o las del siglo XX, de cuyos nombres no quiero acordarme… Y no digo nada ya de otras formas “modernas” de conquista y sometimiento por parte de los grandes capitales, que en unos lugares reparten migajas y en otros depredan e incrementan la miseria… ¿La actual corrupción, los robos y luchas entre grupos de intereses bastardos -con muertes y torturas incluidas- nos ponen por encima del comportamiento de hace siglos y milenios?

    Otro tema en el que hemos avanzado poco es en el religioso: Seguimos envueltos en formas y estructuras inmaduras, que son una proyección de la inmadurez humana, de la limitada capacidad para afinar más en lo espiritual que nos trasciende… Nuestro concepto de Dios es demasiado antropomoófico, y nuestras formas religiosas muy inmaduras…, tanto que contaminan el mismo mensaje más sublime que conozco: el de Jesús de Nazaret.

    Estas son algunas reflexiones que me sugiere la lectura del libro de Marina. Nuestro desarrollo evolutivo es demasiado lento, como lo es nuestra conciencia de las limitaciones que no nos dejan ver mejor… (el que “nadie se excluya”, parece lo más razonable.)   La conclusión: Somos más limitados de lo que creemos, y nuestras ideas son provisionales, revisables y mejorables… Dentro de un tiempo serán superadas…   ¿Tales reflexiones no llevan a relativizarnos más en muchos aspectos,   a ser más comprensivos y más dispuestos a aprender constantemente… hasta el último día?

  • ana rodrigo

    Isidoro, qué comentario más bonito has escrito, si bien tengo que reconocer que todos tus comentarios siempre son de gran calidad.

    A Marina lo he leído y lo he escuchado, me parece un brillante pensador al mismo tiempo que un gran divulgador, se le entiende todo lo que dice y no suele anda por las nubes, muy apegado a realidad y a la razonabilidad, vale la pena tenerlo a mano siempre.

    Quizá el ser profesor de adolescentes toda la vida le ha configurado así su gran talento. L@s adolescentes te enseñan mucho y te hacen bajar de las nubes en su lucha por ubicarse en un presente cara a un futuro, su futuro.

  • Gonzalo Haya

    Dan para mucho tanto el artículo como el comentario de Isidoro. Yo me quedo con una frase: el centro es algo tan necesario como imposible; pero no veo contradicción conceptual en esto entre Aristóteles y Hegel, solamente  que Hegel avanza un paso más. Aristóteles hace una foto estática y práctica, mientras que Hegel describe el proceso en zig zag para ir reajustando es anhelado punto central.

  • Isidoro

    Sé que José Antonio Marina, no juega en este foro en campo propio. Sin embargo, vicariamente, ha jugado mucho en él. He de reconocer, que yo soy un pobre alumno de él. Lo que Zubiri es para M.Luisa, Marina, lo es para mí, a pesar de que no lo cito mucho.

    Yo me inicié en la filosofía con Savater, en los setenta y ochenta. Con sus artículos en El País, y con muchos de sus libros. Él me enseñó los valores de la Ilustración, y de la Modernidad.

    Pero justo en los inicios de los noventa, se metió, (más bien le metieron) en política activa, al ser amenazado por Eta, y entre eso, y quizás otras cosas, se notó que se estancó, (quizás porque le sobrevino también el propio estancamiento de la misma Modernidad).

    Y justo a comienzos de los noventa, aparece en el firmamento cultural español, un “modesto” profesor de Instituto, Marina, y a los 53 años, publica su primer libro, “Elogio y refutación del ingenio”, un libro fresco, y chispeante, como su tema principal, el ingenio.

    Podía haber sido una flor de un día, como muchas otras, pero fue el inicio de un torrente de libros enciclopédicos, de todos los temas antropológicos interesantes, con una fortísima base en la psicología moderna, como no podía ser de otro modo.

    Particularmente para mí, que justo por esas fechas estaba iniciando mi aprendizaje cultural, a los 40-45 años, fue mi guía y mi “andador” para aprender lo que realmente me interesaba y me interesa. (Hay tantos libros y tantos temas, que si no te concentras te ahogas en ellos).

    Hasta el 2.000, me leí, subrayé y tengo, todos sus libros. Luego paulatinamente fui ampliando mis intereses a otros temas como la psicología junguiana, Maslow, y muchos otros, y hacia la religión, (interés que siempre tuve), y hacia todas las espiritualidades, y como Marina seguía sacando un libro al año, deje de comprarle y leerle, aunque le admiro como mi padre cultural.

    Para mí, es el ejemplo de que un filósofo moderno, tiene que ser sobre todo un buen psicólogo. Por eso cuando por ejemplo M. Luisa, hace esas separaciones entre una materia y otra, yo me asombro. Y es porque me he educado filosóficamente con Marina.

    Habrá quien piense que como no es catedrático de Universidad, y por otra parte no pertenece a ninguna camarilla ideológica, (ni eclesiástica, ni progresista), tan potentes en el campo de la cultura, es un “parvenu”, un aficionadillo.

    Pero cuando en sus libros explica la cantidad de libros que utilizó como referencias de su propio libro, se ve que es alguien que no habla a humo de pajas, que sabe lo que dice.

    Es un gran divulgador de la ingente investigación reciente, en estos temas, que se realiza en todo el mundo. Y eso es un enorme servicio, en este mundo en el que estamos tan agobiados de información, que gente como él, son un faro y un regalo imprescindible.

     

    Solo un añadido: la razón de que no le cite mucho, es solo por una cuestión logística. En la época en que yo devoraba a Marina, no había Internet, y las citas había que copiarlas a mano desde el libro.

    Luego, además tras varios cambios de ordenador antiguo, fui perdiendo, (como les habrá pasado a todos), mucha información almacenada.

    Y al final caímos todos en la trampa del copy-pega, tan cómodo, y casi toda la sabiduría de Marina, que tengo, está subrayada con rotulador en sus libros, bien guardados, hasta que me muera, y que mis hijos tirarán todos al contenedor, o (si hay suerte), dados gratis al librero de viejo, del barrio.

    • M.Luisa

       Sepas amigo Isidoro  que no tengo nada en contra de Antonio Marina,  es más ya había leído hace tiempo algunos escritos  de él y es un autor que desde el punto de vista de la psicología humana me parece extraordinario.  A lo que me avengo  en establecer una diferenciación en nuestras interlocuciones es con respecto a nuestros distintos puntos de partida, es decir, a lo  concerniente a la  cosmovisión humana de cada cual. La tuya  es psicologista   y la mía   filosófica.  Lo que dices de Marina y Zubiri   sobre nuestras respectivas adscripciones  es cierto, sin embargo con el paso del tiempo   en lo que a mí concierne y dada la complejidad filosófica del momento actual, que duda cabe que su filosofía ejerce como una especie de bisagra  para hacerla posible y sobre todo comprenderla porque como suelo decir sus conceptos son especialmente  iluminadores. Cuando el otro día hable, por ejemplo,  de  que a lo que se está hoy  abriendo paso es a nada menos que a la metafísica naturalista  estaba pensando en todo ello, en esta gran aportación zubiriana. 

      He de acabar de leer tanto el artículo como tu comentario, ambos prometen, pero de momento te aclaro dos cosas. 1/ que no me he detenido en Zubiri que él me ha servido de lanzadera.  Y 2/ déjame solo detenerme en algo que he leído al comienzo y que podría ser la clave   de nuestro distanciamiento dialéctico.

      ¿Cómo define Marina, la especificidad humana?. “No somos más que primates listos” Confunde inteligencia por astucia, es el mal de nuestros días!!

      ¿Cómo define Zubiri la especificidad humana?. “Como animales de realidades”

      Hay un abismo entre una y otra.

      • José Ignacio Calleja

        Querida María Luisa, yo no me arriesgaría a decir que en el adjetivo “listos” está toda la especificidad del ser humano para Marina. Sabes que hay frases felices que, por lo claras, nos traicionan al escribir o hablar. Tal vez Marina diría que ese concepto (“listos”) requiere muchas precisiones sobre su concepción antropológica, que ni de lejos lo representa una vez interpelado como dices. No lo sé, nos sirve como idea de debate, es verdad.

        Pero sí hay algo que está claro en la (no)comparación. La especificidad humana para Zubiri como “animal de realidades” necesita una explicación. La otra, cualquiera la puede comprender, y negar o no, la segunda es para un sacerdocio de iniciados.

        Recuerda este pequeño esfuerzo para definir ese lenguaje; a lo mejor entonces quedamos prendados, o a lo mejor decepcionados (de Zubiri). No nos ofende. También podemos mirar un diccionario de filosofía, pero no creo que pretendas esto. Buena tarde.

        • M.Luisa

          Querido José Ignacio, creo que has malinterpretado  la  intención   que me ha movido a contrastar  estas dos definiciones, pues al hacerlo,     era más para  mostrar que en la práctica,   el uso de la inteligencia   según  vamos  viendo  el mundo que nos hemos dado, va por esa línea marcada por la listeza. Nosotros/as aquí nos quejamos de ello con frecuencia. Esta era mi intención,  lejos  desde luego para quedarme solamente con esta única idea ni tampoco dar por hecho, que en ella, en esa definición Marina  daba por concluida  toda su concepción antropológica. De entrada ya he mostrado mi simpatía  y mi admiración por él.  

           En cuanto a la otra definición, no, por Dios no me hagas reír, sé que no está nada clara pues la definición no explica nada ni mi intención es explayarme ahora en explicarla, lo que sí te puedo asegurar y tú lo debes saber mejor que yo  que   para un sacerdocio de iniciados tal fórmula jamás se ha aplicado pues ahí sí que todavía perdura lo del animal racional. 

          Saludos

        • M.Luisa

          Hola,  José Ignacio, me ha sido grato hoy ver que a pesar de mis impertinencias no me excluyes para hacer juntos el camino.

          No quisiera retomar el tema, simplemente ha sido tal satisfacción la que  me ha impulsado a dejar un breve texto sacado del último volumen de la trilogía  sobre la inteligencia humana que escribió Zubiri  por si te apetece dilucidar al menos en la medida de lo posible  aquella  su tan rara formulación.  

          Pag. 384 del libro  Inteligencia y realidad. “Vertido a la realidad el hombre es por esto animal de realidades; su intelección es sentiente, su sentimiento es afectante  y su volición es tendente” 

          Los términos sentiente, afectante y tendente  a diferencia del puro sentir animal   evitan de  conferirle al carácter pensante y procesal de  la razón humana la pureza que se le dio a lo largo de todo el racionalismo.

          Él habla no de inteligencia sino directamente de intelección  en cuanto esta nos instala sentientemente en lo real(no en la objetividad signante del animal)

          Y dice más adelante, “la vida humana es vida en la “realidad”,  por tanto es algo determinado por la intelección misma. Sería falso decir,  que es la vida la que nos fuerza a pensar, sino que es la propia intelección la que nos fuerza a vivir pensando.”  Presiento   que la cosa estriba en dónde situemos el rango de prioridades. 

          Gracias por tu atención