Murray, el constitucionalismo americano y la Iglesia católica
Por Carlos García de Andoin, politólogo, teólogo y presidente de Iglesia Viva
En estos días, en que un católico demócrata, Joe Biden, accede a la presidencia de los EE.UU.; cuando en vísperas, un autócrata, Trump, ha puesto en un brete a la democracia más antigua, es oportuno recordar la influencia decisiva que el constitucionalismo americano tuvo en la aceptación por la Iglesia de la libertad religiosa. No era fácil conjugar la doctrina secular de la verdadera religión con la libertad de los individuos y el Estado aconfesional. Lamentablemente no fue posible superar un agrio siglo de antiliberalismo católico hasta el concilio Vaticano II. Sus impactos fueron elocuentes. En España, aceleró la transición política. En el mundo alentó la llamada tercera ola democrática.
En estos cambios que marcan época siempre hay personas singulares. En este caso el jesuita Murray (1904-1967) tuvo una contribución capital. Partiendo del derecho constitucional americano, propuso asumir la libertad religiosa, no como mal a tolerar, sino como principio fundamental. El teólogo Murray es reconocido como el arquitecto de la Declaración conciliar de libertad religiosa, Dignitatis Humanae. Consiguió llevar la doctrina católica sobre la Iglesia, el Estado y la sociedad a una conversación civilizada con la proposición americana de la democracia pluralista. Es lo que ahora nuevamente rescata del olvido el diputado italiano del PD y constitucionalista de La Sapienza, Stefano Ceccanti, reeditando la obra de este pensador, We Hold These Truths. Catholic Reflections on the American Proposition (Ed. Marcelliana, 2021). Cecanti explica que la Dignitatis humanae, aunque con lenguaje eclesial, tematiza el tema constitucionalista de la inmunidad de coerción, el papel limitado del Estado y el alcance del libre ejercicio de la libertad religiosa con un léxico evidentemente tomado de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense.
La publicación en 1960 de la obra de Murray no es ajena al ascenso a la presidencia del primer católico, John Kennedy. La opinión pública protestante desconfiaba porque temía que el poder de la Iglesia católica limitase su autonomía en la acción de gobierno. Hoy, sectores de la Iglesia norteamericana desconfían del católico liberal Biden, por sus posiciones respecto del aborto y la homosexualidad. El presidente de la Conferencia Episcopal USA ya ha convocado un grupo de trabajo para abordar la situación difícil y compleja de lidiar con un católico liberal en la Casa Blanca. Sin embargo, los dos mensajes del discurso de investidura son profundamente católicos: la unidad frente a la polarización, el racismo y el supremacismo blanco; la llamada a empezar de nuevo, a una forma de hacer política basada en la verdad, la decencia y el respeto. “Hay que reparar mucho, hay que restaurar mucho, hay que sanar mucho”. El editorial de The Guardian se preguntaba el pasado 1 de enero, si este es el momento de los cristianos liberales, de los cristianos progresistas, podríamos decir. Se refería al discurso de la victoria de Biden, en que citó Eclesiastés, es “momento para sanar”. Y decía el editorial, “cuando ha hablado de su fe, el presidente electo ha tendido a hablar de altruismo, decencia e integridad personal, alejándose de provocativas líneas divisorias”. No es difícil encontrar las convergencias del nuevo presidente y del Papa: cambio climático, igualdad y dignidad de toda la humanidad, cuidado de los desfavorecidos, integración de inmigrantes y refugiados.
La comprensión de Murray tiene una enorme actualidad acerca de cómo entender la relación de la Iglesia con la política. Cuando el catolicismo experimenta en países tradicionalmente católicos la transición a una minoría mayor, cuando comienza a sentir extrañeza en una cultura política secular, cuando emerge con fuerza la tentación de la posición identitaria a la contra, los “valores innegociables”, Murray, defendió la coparticipación del catolicismo americano, sin reservas, en el conjunto de verdades que conforman el consenso donde se cimenta la estructura política y económica del país. Este recuerdo de lo que nos une es probablemente una de las más sólidas contribuciones que la Iglesia católica puede hacer en una España políticamente enfrentada, socialmente desigual y culturalmente fragmentada.
Me parece muy interesante el artículo de Carlos, y que destaque la figura de Murray, reivindicador de la libertad religiosa, y su papel en el concilio. Como tanbién me parecen interesantes los comentarios que siguen, aunque no siempre coincidan. Que Collins siga al frente de NIH es una muy buena noticia.
Pero ahora me interesan dos reflexiones:
-Iglesia de Jesús y divisiones: Pese a los errores y abusos de la Iglesia católica, no entiendo que otras iglesias o comunidades cristianas rechacen tan drásticamente el entendimiento entre todas las iglesias cristianas…, y que por ello se marginen textos muy claros del Evangelio, como el “Tu es Petrus…” Se pueden interpretar de distintas maneras esas palabras, pero no marginarlas y hacer como si no figuraran en el Evangelio como palabras de Jesús… La marginación no ayuda a entendernos; el diálogo abierto, sin límites, sí. Esto cabe también para la Iglesia anglicana etc.
-La otra reflexión: Cómo combinar Evangelio-Iglesia y política, que sirve al dinero? Pues a mi parecer, con diálogo sincero acerca de un análisis de las desigualdades sociales… Aunque esto suponga un cambio -no fácil- de manera de pensar, es posible una colaboración poder político -y también económico?- en torno a una auténtica democracia social. Pero siempre atentos a que el poder -al que interesa la Iglesia como modeladora de ideas y conciencias sumisas-, no la seduzca con regalos o privilegios…
Pues aquí están claros los dos sectores que están enfrentados en la iglesia. Nada menos que ha llegado esto a la presidencia de EEUU.
Estoy horrorizada
La verdad es que a Leudovico, como ya lo he leído otras veces, entiendo perfectamente lo que dice, porque otra cosa podrán decir, pero que habla con claridad , eso va a misa. Una expresión muy católica , por cierto.
Al señor del artículo no lo he entendido muy bien, seguramente porque me faltan una serie de conocimientos , que por cierto no me inquieta el no tenerlos. Además, alguna afirmación como que la iglesia aceleró la transición en España me parece una broma de mal gusto. A lo mejor no he entendido bien. Es posible.
Mi pregunta es: se nos pide a los católicos del mundo mundial que nos posicionemos con una postura u otra? Pues conmigo que no cuenten. Tengo el profundo convencimiento de que la religión no debe mezclarse con la política. Aunque sea la verdadera religión, como dice el artículista. Ya sé que es un convencimiento absurdo, pero , que conmigo no cuenten.
De verdad. No.
Hay palabras que, al no poder someterse a contrastación experimental, su campo semántico resulta evanescente. Así, el término progresista. Cuando lo usaba Santiago Carrillo uno tenía una idea más o menos delimitada de su significado. Progresista era el comunista eurocomunista, dicho de otra manera. Cuando se trata de asuntos de ética, el concepto se me escapa. Los actos son buenos o malos. No cabe actos progresistas y actos conservadores.
De Biden dice este señor, que si no recuerdo mal era asesor teológico de la vicepresidenta de Zapatero, que es católico progresista. ¿Supone ello que asocia su comportamiento al de la señora de la Vega, la que llamó cuervos a los curas como si estuviera escribiendo en Fray Lazo, o al del presidente Zapatero con leyes que, desde el punto de vista ético, dejaban mucho que desear?
Biden tiene su historia personal de enfrentamiento con el estamento católico por su defensa y promoción del aborto. Ello ha supuesto que algún sacerdote le ha negado la comunión. En ese ambiente, se le tomará por progresista, pero no por católico.
Eso es pasado, de momento. Vayamos al presente, a los primeros pasos dados. Hay en el gobierno estadounidense una figura política de primera magnitud: el asesor científico del presidente. En la presidencia de Clinton ocupó ese cargo ansiado lo ocupó el español Francisco J. Ayala, algunas de cuyas obras sobre genética y antropología están publicadas por Alianza Editorial. Joe Biden ha puesto al frente de ese cargo a Eric Lander, un genético experto en edición genómica. Biden ha creado una nueva figura política encargada de las relaciones entre ciencia y sociedad y ha puesto al frente de la misma a Alondra Nelson.
No sé si el articulista conoce a ambas figuras y lo que pueden suponer, a partir de sus publicaciones y cargos ejercidos, para una manipulación del genoma humano acorde con la ética, no digamos con la doctrina cristiana.
Quienes nos preocupamos por esa cuestión, decisiva para el hombre, teníamos plena confianza en la influencia ejercida por Francis Collins en las administraciones precedentes. Los dos nuevos nombramientos resultan cuando menos inquietantes.
¿Biden, católico? No soy quien para negarle la comunión ni para administrársela. Pero esos primeros pasos son, seguro, muy progresistas. ¿Eticos?
Me acabo de enterar, leyendo la lista de cargos relacionados con las instituciones académicas, que Francis Collins sigue al frente de los NIH. Buena noticia que podrá servir de contrapeso si le dejan.