3. SALUD Y SALVACIÓN
Al comienzo de este capítulo, el autor presenta la idea esencial que va a desarrollar. Reconoce que todo lo referente a la salvación ya está dicho en los capítulos anteriores: Jesús y los apóstoles nos revelaban que el Padre le ha enviado para anunciar la salvación a todos los hombres, y que él lo cumplió con su muerte y resurrección. Por su parte la Iglesia ha enseñado el camino para alcanzar esta salvación mediante la fe, los mandamientos, y los sacramentos que nos comunican su vida.
Sin embargo una gran mayoría ha rechazado esta enseñanza sobre la salvación porque la razón y la ciencia le han quitado toda credibilidad. Y Moingt se pregunta si no habrá otro discurso, porque el tradicional no ha disuadido, sino que incluso ha confortado, a los que aspiran a dominar el mundo y acaparar sus recursos. Por el contrario la llamada de Jesús para la salvación estaba dirigida a la gente sencilla, y fue rechazada por los que dominaban, sacerdotes y gobernantes.
Al usar la expresión “salvar el mundo” el autor es consciente de que “paso de un sentido a otro de la palabra mundo y de la palabra salvación; del mundo físico que es la Tierra, a un mundo espiritual, la humanidad; y de la salud temporal a la salvación eterna…“. ”Y el verdadero sentido de la salvación que él anunció y cumplió ¿no se juega precisamente en la confluencia de los dos sentidos de estas dos palabras, y que no puede alcanzarse más que en esta confluencia?”.
Esta pregunta puede parecer retórica, pero creo que es la pregunta que inquieta al autor, y que le ha movido a escribir este libro para convencerse a sí mismo de la respuesta, ciertamente afirmativa, y para compartirla con los teólogos preocupados por el creciente secularismo; porque la salvación es el ideal común de cristianos y no cristianos, es “el impulso y la esperanza que surge en toda la historia humana desde sus orígenes, y de la que ha dado también testimonio la sabiduría de los paganos”.
Moingt nos presenta el plan que va a desarrollar sobre la salvación en las dos etapas principales que viene distinguiendo, la tradición apostólica (principalmente de Pablo y Juan, que son los teólogos del Nuevo Testamento), y la enseñanza de la Iglesia; ambas unidas por la visagra del Espíritu Santo que los inspira. (Ya indiqué que yo hubiera preferido distinguir entre la tradición de Jesús en los sinópticos, y la enseñanza (la teología) posterior de los apóstoles, obispos y teólogos).
La tradición apostólica
“La salvación de los cristianos es en primer lugar una esperanza de vida que ensalza la historia humana desde el principio de los tiempos, se transmite al pueblo judío por la voz de sus profetas, y llega hasta María, la madre de Jesús, como la promesa de un salvador que nacerá de ella; de aquí la predicación de Jesús que anuncia la llegada del Reino de Dios y prepara a los hombres para entrar en él, pero por un camino distinto al de la Ley, y que es rechazado por los jefes de su pueblo, crucificado y sepultado”.
En este proceso actúa el Espíritu Santo, que reúne a los discípulos de Jesús, les inspira la fe en su resurrección y la misión de dar testimonio de ello; y se cumplirá principalmente por Pablo y Juan.
La fe en la salvación, de la que viven los cristianos, se ha formado sobre el terreno de un mundo fecundado por la palabra de Dios, y se ha replanteado en la historia de su venida al mundo. Los Patriarcas se sentían interpelados por las llamadas de Dios, y Pablo admite que “los bárbaros paganos no han estado privados de las manifestaciones de la divinidad” y él mismo tomó de Hermes Trimegisto la expresión de que al fin de los tiempos “Dios será todo en todos” (1 Cor 15,28).
Para los cristianos de nuestro tiempo, esto significa integrarse en la trayectoria del Logos en la Historia, y que la confianza en la sabiduría humana puede renovar la esperanza en el futuro del mundo físico que nos sostiene, e impulsarnos para socorrerlo.
Analiza algunos textos de la tradición apostólica, principalmente sobre la resurrección de Jesús como “primero de entre los muertos”, constituido como “hombre nuevo” por el poder creador del Espíritu. Presenta las objeciones racionales a estas creencias y trata, no de refutarlas, pero sí de conciliarlas con el mensaje cristiano.
No se trata de demostrar la salvación, terrenal o eterna, sino de hablar un lenguaje común con una base antropológica; y esta base es el sentido de la esperanza, arraigado durante siglos en la mayoría de la humanidad, igual que el de la justicia y el amor. (No es una prueba lógica, pero es convincente para todo ser humano que de alguna manera ha experimentado el amor y la compasión, que superan los instintos egoístas propios del instinto de conservación).
Creo que el argumento más breve y convincente para justificar el solapamiento del sentido físico y espiritual de la salvación, es el continuo empleo en el Nuevo Testamento del verbo griego sôzô (salvar) y sus derivados, porque la salvación es el mensaje central tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Según el Lexicum greacum N T de Zorell, este verbo tiene dos acepciones, una de sentido físico, salvar de la esclavitud en Egipto, de la ceguera o de la lepra, de una tempestad… (se entiendan como se entiendan estos relatos); y otra de sentido espiritual, salvar del pecado, o de la muerte eterna; de ambas ofrece Zorell muchos ejemplos.
Quizás el problema actual esté en que el sentido de la salvación se ha ido desplazando desde lo físico a lo espiritual, y que en la actualidad la enseñanza institucional, en sus exigencias, ha dado tanta importancia a lo espiritual que, ha marginado a la salvación física. En cambio lo predominante en la enseñanza y en la vida de Jesús fue su preocupación por la salud de los enfermos y la convivencia cordial, frecuentemente expresada por la comida en común; Pedro resumió la vida de Jesús con esta frase: “pasó haciendo el bien”. Y la Iglesia de los sencillos, la Iglesia pueblo de Dios, ha acentuado el valor de la sanación física, y esto es lo que valoran los creyentes y los no creyentes en la labor humanitaria de los misioneros.
Moingt expresa claramente que “Lo que debe decirle al mundo nuestro anuncio de la salvación es que la vida eterna está abierta a cualquiera que reproduce el ejemplo que Jesús nos dejó al perdonar a sus enemigos y al amarnos hasta dar su vida por nosotros”.
La enseñanza de la Iglesia
Al tratar de la acogida en la Iglesia, constata que el anuncio de la salvación no es recibido en el mundo actual porque la Iglesia (se refiere a la iglesia jerárquica y a la teología), no parece interesarse por la trayectoria del mundo en que vivimos y no habla el lenguaje de la modernidad. El autor propone hablar de la fe en el lenguaje racional necesario para hacerse entender por este mundo.
Para mostrar la conexión de esta enseñanza con la tradición apostólica, presenta un análisis de la evolución de esta enseñanza en sus veinte siglos de historia. Señala las dificultades que ha suscitado en nuestra cultura actual, y trata de solucionar, o de conciliar, estas dificultades con las enseñanzas de la Iglesia. Es de más interés para lo teólogos, pero un resumen interesa también para las reflexiones de cualquier cristiano.
Esta exposición está dividida en tres partes y una conclusión, con la intención de distinguir entre la fe y la religión, y mostrar que los rechazos afectan a la razón.
La primera parte trata sobre la fe y la ortodoxia, “una regla de fe” que fue necesario establecer por escrito debido a la tendencia gnóstica iniciada en el siglo II.
La segunda traza un desarrollo histórico (inevitablemente muy poco matizado) de la institución del sacerdocio y de la cena eucarística como sacrificio. Apunta como objeción la rebelión del pueblo cristiano en favor de su libertad evangélica frente a las imposiciones de la jerarquía.
La tercera está dedicada a la pérdida y recuperación del humanismo evangélico, que realmente es el tema principal de este libro. “He tenido muy en el corazón el presentar la Iglesia como un humanismo, no la religión sino la fe cristiana, no sus dogmas sino su relación con este mundo, la llamada que le hace a la salvación; brevemente, lo que he denominado el espíritu del cristianismo”.
La necesidad de organización y coherencia entre las Iglesias dispersas fue dando cada vez más importancia a una disciplina que coartaba la libertad individual y de las diversas comunidades cristianas. Moingt destaca que en el siglo XI ya se produjo una cierta revolución del bajo clero en favor de esta libertad, preludio de la Devotio moderna del XIV, de la Reforma protestante del XVI, y de la corriente mística del XVII. Últimamente destaca la figura de Bonhoeffer y el concilio Vaticano II.
El problema de esta incomprensión de la Iglesia respecto a nuestra cultura está en que no ha observado los Signos de los tiempos, como aconsejaba Jesús (Mt 16,3); pero también, por su parte, el humanismo filosófico, al perder el sentido de Dios, ha perdido el sentido del hombre, y escapa no sólo de la Iglesia sino de la moralidad, y se permite acaparar (y explotar) los recursos naturales, escudándose en “la ley del mercado”.
En la conclusión desarrolla ampliamente (y volviendo sobre temas ya tratados) la idea de la salvación, basándose en la tradición de Pablo y Juan, lo que implica un desarrollo muy teológico y el predominio de la salvación eterna sobre la salud temporal, sobre el bienestar físico y social (que prevalece en los sinópticos).
Me pregunto por qué el autor hace estos extensos análisis teológicos cuando lo que pretende es establecer un terreno común para hablar con los no creyentes. Pues, como ya he dicho, porque él se dirige a los teólogos, y quiere ayudarles a superar el temor a traicionar su fe en este diálogo (y quizás su temor a ser sancionados por los dicasterios romanos).
Comienza afirmando con Pablo que la salvación ya está presente (2Cor 5,17-19), y corresponde a un presentimiento de la inmortalidad en muchas culturas. Se plantea la objeción de que la necesidad de la salvación responde al mito del pecado original “clave de bóveda de la teología”. Responde que se trata de mantener la verdad que transmite el mito, y que la salvación tiene dos aspectos, la salvación de la muerte (eterna) y el fruto de la vida en la reconciliación fraterna: “la revelación cristiana responde a los verdaderos problemas de los hombres de todos los tiempos, a condición de que no se la encierre en los límites de la religión, que la difundirá más tarde en el mundo”.
Continúa planteándose qué añade la fe cristiana sobre la idea de Dios que presentan otras religiones: “la fe en Dios como padre universal de todos los hombres… y la fe en Cristo como verdadero hombre en el que Dios adopta como hijos a todos aquellos que aprenden de él a vivir como hombres”.
Siguen dos epígrafes muy teológicos sobre Dios creador y el Verbo, y sobre la Trinidad y la eucaristía. Constata en ellos que las Iglesias volvieron a valorar los escritos e instituciones del Antiguo Testamento como reacción a los gnósticos que afirmaban que el Dios de Jesús era distinto del Dios del Antiguo Testamento. Sintieron la necesidad de definir las creencias, y se volvió a la necesidad de ofrecer sacrificios como expiación de los pecados, y de unos sacerdotes válidamente consagrados. De este modo se cambió la idea de la salvación ya proporcionada por Cristo y se acentuó el aspecto expiatorio de su muerte.
Los dos epígrafes finales son los más interesantes para los cristianos en general, porque descienden a la vida práctica, sin temores ni sutilezas mentales.
En “El Dios de la salvación” afirma claramente: “no se puede reducir la salvación… a lo que sucederá después de la muerte…o a la salvación eterna…”; debe incluir lo que deseamos “al saludar cada día” a nuestros amigos y conocidos. La salvación esta ya presente en el amor humano: “Los que no conocen a Dios pueden ser salvados por el perdón y por el amor que ellos dan a otros, porque el amor viene de Dios (1 Jn 4,7)”. El apóstol no tiene que preocuparse de atraer a otros a su religión, sino del cuidado que ejercen con sus conciudadanos: “este es el criterio de la verdad de toda preocupación religiosa o espiritual”. Ninguna religión puede pretender un reconocimiento universal como portadora de la verdad absoluta.
En “El anuncio al mundo” concreta el modo en que todo cristiano debe llevar al mundo el mensaje de la salvación; no nos dice nada nuevo, pero lo avala con la garantía de un reconocido teólogo . Recuerda que los primeros cristianos no tenían templos y se reunían en las casas con los judíos o paganos que se interesaban por conocer a ese Jesús y el por qué de su modo de vivir. Es consciente de que algunos laicos también lo hacen actualmente y celebran la eucaristía; lo aprueba y lo recomienda, aunque sin separarse de la Iglesia universal, porque la institución no lo hace de una manera comprensible. La tradición de la Iglesia se ha separado de la tradición los Apóstoles “al dejar de ser portadora de la libertad”; y “por mantener su lugar y su influencia en este mundo ávido y cruel, la Iglesia ha abandonado el precepto dado por Jesús a sus apóstoles de mantenerse entre los pobres y pequeños (Mt 20,25-27)”.
La renovación de la Iglesia no se puede realizar desde arriba, ni es suficiente la ordenación de varones casados, o de la mujer, porque seguiría manteniéndose el clericalismo del que se quejarían igualmente los fieles. La verdadera renovación estaría en que los laicos que lo deseen, y movidos por el espíritu del evangelio, constituyan una comunidad sacerdotal (1 Pedro 1,23-25; 2,5) para llevar al mundo la salvación del evangelio. Y que se realice una profunda reforma de las estructuras; que los laicos participen en la elección de párrocos y obispos, en los sínodos y en todos los consejos que toman decisiones importantes, con la prudencia necesaria para evitar lo que ha ocurrido en algunas comunidades carismáticas.
Respecto al concepto de humanismo al que se ha referido repetidas veces, quiere destacar que fue asimilado por las primeras comunidades cristianas; fue marginado, no suprimido, por la imposición de los dogmas y los preceptos, contra los que se ha producido una creciente reacción desde el siglo XIV hasta nuestros tiempos, en que se ha llegado un “posthumanismo” y “antihumanismo”, que al perder la referencia a Dios ha degradado al hombre a la categoría de robot.
Las estadísticas muestran que la cantidad de ricos va creciendo a costa de que la cantidad de pobres también crece. Esto ha provocado la inmigración; nuestra sociedad ha dejado de ser acogedora, los cristianos tradicionales pertenecen a las clases más favorecidas y defienden “la ley del mercado” sin preocuparse por los pobres.
La descristianización de la sociedad no está en la disminución de las prácticas religiosas, sino en la pérdida del sentido de la fraternidad.
El autor anuncia que añade un apéndice para explicar el sentido del título de este libro. Nosotros daremos en el próximo artículo una traducción de este breve apéndice para que se capte directamente el mensaje del autor.
No podemos “dicotomizar” la FE en Dios pues Cristo no es una adopción del Padre. No existen 2 clases de fe. El que “ve” al Padre está viendo al Hijo, pues son co-sustanciales en cuanto a sus naturalezas. Pero fue el Hijo el que asumió para siempre nuestra naturaleza humana, sin despojarse de su divinidad, para adoptarnos a nosotros como hijos y herederos de Su Reino que es también el del Padre y hacernos partícipes de su gloria que pertenece también al Padre.
Y por eso S Pablo habla de que “si estamos en Cristo, es una nueva Creación”. No es algo meramente legalista jurídico sino que en Cristo vivimos una existencia incomparablemente superior, efecto de un verdadero renacer a la gracia perdida. Esta existencia es la vida nuestra en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, somos nosotros.
La “descristianización” del mundo no es simplemente la pérdida de la fraternidad humana. Esta fraternidad es un sentimiento natural que no está basado en el verdadero amor de Dios que no tiene mas trascendencia que la vida terrena. Podemos ser muy “fraternos” sin verdadero amor de beneficencia, como podemos amarnos como hermanos sin dejar nuestro egoismo. Sólo la caridad de Cristo puede conseguir elevar la fraternidad humana al verdadero amor del sacrificio donde doy todo mi ser al amor y por amor. Sólo la gracia puede hacernos amar de verdad. Sin la gracia y sólo con nuestras fuerzas no podemos perseverar en ninguna virtud, especialmente en la virtud de la caridad perenne y real necesaria para la salvación. La experiencia nos lo dice.
Por eso la salvación no puede estar en un amor meramente humanístico y terrenal pues nuestra imperfección nunca conseguirá llegar a la perfección de la caridad en el martirio por amor a Dios y al prójimo. Sólo Dios puede dar esa gracia y por tanto la salvación.
La salvación es un don y sólo puede estar presente en el amor de Dios que siempre precede al amor humano nuestro puesto fue El el primero que nos amó para que pudiéramos amar TODO en El y por El.
Es claro que el “camino de la salvación” se incoa y comienza en nuestra vida que està llena de decisiones, unas buenas y otras no tan buenas…Al final todavía podremos, en la Misericordia de Dios, y de acuerdo a nuestra capacidad, realizar una “última decisión” que será la final. En el juicio todo caerá. Nuestra fachada personal se desmontará y apareceremos ante nosotros mismos y ante la Misericordia como lo que somos y lo que hemos sido. Es al Amor al que nos enfrentaremos. Y en el Amor seremos juzgados para la eternidad.
Un saludo cordial con mis mejores deseos para este tiempo de Navidad y por un Feliz Año 2021.
Santiago Hernández
Me tenía usted preocupada. Llevaba mucho tiempo calladicos y pasan muchas cosas . Pero veo que sigue usted en plena forma.
Feliz Año.
Román. Sé que vas a leer a Santiago. Di algo. Por fa. Hace tiempo que no dices nada. No me gusta. Di que sí estas bien. Te prometo que no voy a discutir. Estoy en modo zen.
Se que esto me lo tomo como no es, como una especie de grupo de esos de WhatsApp. Pero no lo puedo evitar.
te agradezco tus felicitaciones. Vienen en un momento muy oportuno, pues el día 24 perdimos a nuestra madre. Román y Feli.
Acompaño vuestro dolor.
Un abrazo entrañable.
Un abrazo a los dos.
Queridos Román y Feli, lo siento mucho y os envío un fuerte abrazo.
No he podido estar presente en Atrio por compromisos familiares durante estos últimos días de Diciembre y hoy lo abro y me encuentro con esta triste noticia que nos das, amigo Román.
Ya sabes que me uno a vosotros y os acompaño a ti y a Feli en vuestra pena. Mi esposa y yo estamos presentes en vuestro dolor y en vuestras oraciones porque sabemos que las almas de los justos están en las manos del Señor. Y en eso, y en su recuerdo, estará vuestro consuelo y vuestra paz.
Abrazos entrañables
Santiago Hernández
Destaco dos párrafos del texto de Gonzalo que considero de importancia especial:
“…lo predominante en la enseñanza y en la vida de Jesús fue su preocupación por la salud de los enfermos y la convivencia cordial, frecuentemente expresada por la comida en común; Pedro resumió la vida de Jesús con esta frase: “pasó haciendo el bien”
“El autor propone hablar de la fe en el lenguaje racional necesario para hacerse entender por este mundo”.
Y la muy interesante cita de Mat. 16,3: “al caer la tarde decís: está el cielo rojo, va a hacer bueno…..El aspecto del cielo sabéis interpretarlo y la señal de cada momento no sois capaces?
Pues yo creo que es lo que le ha faltado a la Institución-Iglesia, como nos recordaba el Vaticano II, no saber interpretar los signos de los tiempos. No conocer ni interpretar en qué sociedad vivimos en el siglo XXI.
Gracias, Gonzalo, por el trabajo que haces para hacernos llegar a nosotr@s estos estupendos resúmenes.
Moingt ‘L’esprit como teólogo. no me dice nada nuevo.
Pero leyendo el libro de conversaciones que nos aconsejó Antonio; nos muestra unos deseos para la comunidad cristiana, que para mí, son muy interesantes.
Mis deseos y vida, van caminando por esos caminos que él sueña y desea; nos acercan de una manera inequívoca, al hermoso:
¡Proyecto de Vida que el Galileo Jesús proclamo!
Las iglesias están asentadas en el poder y las riquezas…difícil solución… cuando ellos dos, son los “dioses” a quienes se adora.
La nueva sociedad que Él proclamaba, era para darnos:
¡Vida, y esta en abundancia!
Quizá, llegue un momento, que alguna persona de las que ostenta el poder, caiga del… caballo que monta…y pueda verlo con otra mirada, y la sociedad pueda descubrir que hay otra manera.
Nunca perder la esperanza, nunca dejar de caminar, porque siempre encontraremos lugares, donde de verdad se vive esta Nueva sociedad de amor, entrega, justicia, servicio entrañable; y ahí la :
¡Vida crece en abundancia!
He sido testigo gozoso, de como se puede llevar a cabo.
No es fácil, tendrán enemigos fuertes que lucharán para destruirlos, pero:
¡Se puede y se hace!
Alberto, no pone uno de tantos ejemplos de: ¡Vida!
Lo busco y lo deseo de todo corazón.
Fiesta de los Inocentes, degollados por las tropas de Herodes. Hoy en Calcuta, en su iglesia de san Juan se celebran las exequias de François Laborde, un francés muerto el día de Navidad a los 93 años, de los cuales los últimos 55 los ha vivido en los barrios miserables de la ciudad. Su vida y su trabajo con los disminuidos físicos y psíquicos de poblaciones de parias inspiró uno de los personajes fundamentales de la “Ciudad de la Alegria”, de Dominique Lapierre, novela y film. Ha creado y deja funcionando treinta y siete hogares de acogida para discapacitados, con 360 personas que trabajan para ellos y en ellos. A través de una asociación Howrah South Point (HSP). Sacerdote catolico desde 1951. Un inocente más. Iglesia siempre reformandose.