De los tebeos –entonces no se llamaban cómics– que leía con fruición en mi niñez, recuerdo unos hilarantes Diálogos de Besugos en los que a una pregunta seguía una respuesta absurda. (La memoria me debe ser infiel. Un amigo me corrige pues Diálogos para besugos era una sección de la revista La Codorniz)
Creo que hoy abundan demasiados diálogos –o antidiálogos– de esa especie. Y eso tanto a nivel privado, como público. Los políticos dan todos los días ejemplos de esta forma de no responder a lo que se les pregunta.
¿Causas? A menudo, la voluntad consciente de no entrar en la cuestión planteada, por no interesar a sus alicortos intereses.
Otras veces, la sordera real es el motivo. Uno que por sus años ya padece de hipoacusia senil y precisa de audífonos, lo puede entender.
Pero es más común la sordera interesada, aquélla que se administra para no oír lo desagradable y escuchar lo que nos complace.
No escuchamos cuando antes de que nuestro interlocutor –o interlocutores– acabe de hablar, ya tenemos pensado –o estamos rumiando– la respuesta que queremos darle.
Las actuales tertulias, ese guirigay en el que los intervinientes se quitan la palabra unos a otros, vociferan, se increpan con pesudoargumentos descalificatorios de tipo personal, son el peor ejemplo que se puede dar de lo que no debe ser un diálogo entre personas civilizadas.
Escuchar significa atender lo que nos dicen, cómo nos lo dicen, con qué entonación, con qué pausas o silencios. Y si es cara a cara, captar también los gestos que acompañan a las palabras, con la cara y las manos.
Sólo después, podemos tratar de responder. Y conviene empezar diciendo: si he entendido, has dicho… Con lo que damos la ocasión de que rectifique o matice sus anteriores palabras.
Puede que lo que hemos escuchado difiera en todo o en parte de nuestra manera de pensar. La tentación es tratar de que reconozca de que está en el error, intentar con–vencerle y llevarle a nuestra postura. ¿Y si empezásemos por intentar averiguar la parte de verdad que contiene su postura? Nadie tiene la verdad completa.
Cuando nuestro respuesta reconoce esa parte de verdad que hemos encontrado en nuestro interlocutor, el diálogo se hace fructífero. Y podremos caminar juntos hacia horizontes más amplios de una verdad siempre esquiva. Solo en la escucha y en el diálogo podemos acercarnos a ella. Lo expresaba mejor A. Machado: “¿Tu verdad?. No, la Verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”
¿No debería enseñarse ya desde la niñez en las escuelas el arte de la escucha y el diálogo?
Sólo ese título, “el arte de escuchar”, despertó en mí el deseo de leer tu reflexión, Pedro. Porque escuchar es un arte poco común, tal vez. Digo poco común porque saber escuchar a fondo no sólo es capacidad de receptividad, de salir de uno; es capacidad de aprender mejor. Es en el fondo, siempre a mi juicio, signo de madurez psíquica. Madurez nada fácil de conseguir. Personalmente trato de acercarme algo a esa madurez, que nunca alcanzo. (Me parece que hoy vamos algunos de “confesiones”.) Excusas. (Debe ser el covi ese…)
Simple, claro y asertivo! Gracias!
Me ha gustado mucho el artículo. No sabemos escuchar, o escuchamos muy poquito. En los colegios lo intentamos, pero no vea lo difícil que es, aunque es mucho más sencillo que entre adultos, porque siempre tienes el recurso de que, como eres la persona que organiza la clase, si se ponen muy pesados siempre puedes decir: se acabó. Cuando lo has cortado tres veces, como los niños aprenden rápido, te cogen el aire enseguida y como les encanta hablar y decir lo que piensan, pues mal que bien salen unos debates graciosos.
Pero escuchan? No lo sé. Lo que si sé es que hay opiniones para todos los gustos. Es muy interesante. Y me llamaba mucho la atención , querían saber lo que yo opinaba. Pero no me consideraban una más. En realidad querían saber a quién le daba la razón. Quién tenía La Verdad. Muy interesante. Porque en todos tenían en todo una parte de razón, bajo mi punto de vista, salvo los locarias y locarios , pero a ellos los callaba la misma clase. Entonces, al final, final, trataba de decir lo que pensaba cogiendo un poquito de cada intervención, porque se repetían los argumentos. Muy interesante.
Pero la escuela ha cambiado mucho. Los tiempos son otros. Al final noté como que había una polarización. Ya no era decir exactamente lo que piensas, sino cosas, mantras que se oyen en casa. Las cosas empezaron a ser o blancas o negras. Me refiero a los últimos años. Porque los colegios son un reflejo de la sociedad. Lo tengo clarísimo.
Una vez, un niño, me llegó a explicar lo estupendo que era robar siete millones a tu empresa, luego te pillan, devuelves dos y ganas cinco. Entiendes? Me decía. Que si entiendo? Le dije. Perfectamente. Y no se lo voy a decir a tus padres porque quiero que sigas vivo. Y de ahí salió un debate estupendo. Alucinante. Las cosas han cambiado.
Los héroes y heroínas ya no se diferencian de los villanos. Antes , en los tebeos lo teníamos claro, pero ahora, en los cómics…no siempre está clara la diferencia entre ellos ni los preferidos de los lectores.
Pues si. Hay que escuchar. Pero cuando te sientes en posesión de La Verdad… es prácticamente imposible hacerlo. Imposible. La verdad es algo que se busca, no es algo que se tiene. Machado lo dijo genial utilizando el tu y el la.
Cuídese mucho.
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Se ha nombrado infinidad de veces la frase de A.Machado. Sin embargo, llevarlo a la práctica diaria parece que es todo lo contrario.
En lo público y en lo privado se nos invita a casi berrear con nuestra mediocre verdad que dice mucho más de lo que se pretende sobre nosotros mismos.
Una gran vuelta hacia atrás, a quiénes puede interesar además de los medios que lo proliferan, esta locura ¿?
Buena propuesta la de formar y practicar el arte de la escucha y el diálogo en las escuelas, pero se quedará corto si no se practica en el hogar, con los amigos, parientes, en el trabajo, en la calle y en todos los medios de comunicación.
Muchas gracias Pedro Zabala. Un abrazo atriero.