La fortuna me ha llevado desde hace muchos años a un excelente trato con los Hermanos de la Salle, que siempre obsequiosos me regalaron su Guía de las escuelas. El anacrónico lector que no tenga en cuenta que esta obra apareció en 1720 se mofará de lo que viene a continuación y hasta pondrá el grito en el cielo (o en el infierno, que le gusta más) pero, sin negar el rigorismo excesivo, dictatorial, y represivo de la pedagogía de aquellos tiempos, yo quiero también resaltar el infinito amor, la suma dedicación y la convicción de los docentes lasallianos. Hoy los tiempos han cambiado, casi no existen hermanos, sino laicos que hacen lo que pueden.
En aquellas escuelas había varios encargados que ayudaban a los docentes: 1. El recitador de oraciones; 2. El que en los repasos de la santa Misa dice lo que debe decir el sacerdote, llamado por este motivo ministro de la santa misa. 3. El limosnero. 4. El portahisopo. 5. El rosariero y sus ayudantes. 6. El campanero. 7. El inspector y los vigilantes. 8. Los primeros de banco. 9. Los visitadores de los ausentes. 10. Los distribuidores y recogedores de cuadernos. 11. Los distribuidores y recogedores de libros. 12. Los barrenderos. 13. El portero. 14. El encargado de las llaves. Todo un tropel al mando de los hermanos, los cuales a su vez actuaban avec permission des superieurs. Reconozco que la ventilación de ideas en aquellos climas espirituales podría llegar a ser tan inexistente como asfixiante, pero así era la rosa, sin que apenas nadie se atreviera a cortarla, aunque no llegaba a ser el Archipiélago Gulag[1].
Antes de seguir adelante con las Reglas de Cortesía y Urbanidad, recordaré que en España han cambiado casi infinitamente las cosas, pues recién ingresado como catedrático de filosofía en el madrileño Instituto Calderón de la Barca, año 1970 según creo, el señor director, a la sazón don Valentín García Yebra, un sabio helenista, alma también de la Editorial Gredos y luego fundador de la Universidad de Traductores, se ponía puntualísimo a la puerta de entrada al centro y revisaba uno a uno a todos los alumnos, impidiendo la entrada al mismo de quienes, por ejemplo, iban mal abotonados. Y el siguiente, también director del Jardín Botánico de Madrid, a los catedráticos nos voseaba (nos hablaba de vos), a los profesores agregados los usteaba, y a los interinos o penenes los tuteaba y hasta ninguneaba, ya que tenían voz, pero no derecho a voto en los claustros.
Todo esto contrastaba vivamente con lo que hubo de presenciar mi buen amigo y sacerdote Nacho, profesor de religión hace una década en un instituto de la periferia de Madrid, cuando una joven estudiante enseñó a todos sus compañeros unas bragas rojas que, por lo visto, le habían regalado los reyes Magos. Esto es tan cierto que hasta puede llegar a parecer mentira en el imperio de Mamá Noel, aunque todavía no habíamos reescrito a Gonzalo de Berceo en la versión lingüística demandada por la pluralidad de géneros, de números, de numeritos, de casos y de casitos.
Dicho esto, sólo aportaré por cuestiones de espacio unos cuantos artículos de las citadas Reglas de Cortesía y urbanidad.
Capítulo I. De los modales y la compostura de todo el cuerpo. 1.1.8: “Quienes son de temperamento activo y precipitado, deben aplicarse a actuar siempre con mucha moderación, a pensar antes de hacer, y a mantener el cuerpo lo más que puedan en la misma actitud y postura”. Así que atención a la catatonía, y nada de play, clay, way.
Capítulo II. De la cabeza y de las orejas. 1.2.7: “La compostura y el decoro exigen no dejar que se amontone mucha suciedad en las orejas, por lo tanto, hay que limpiarlas de vez en cuando con un instrumento fabricado expresamente para ello, que por ese motivo se llama limpia oídos”. Así que nada de “a palabras necias oídos sordos…”. 1.2.7: “No es decoroso llevar una pluma en la oreja, ponerse flores en ellas, o llevar las orejas traspasadas o poner arillos en ellas”. Faquirismo no, gracias. Y nada de “no hay derecho que no dejen a las guapas llevar flores en el pecho”.
Capítulo III. Del cabello. 1.3.11: “La peluca es mucho más adecuada y mucho más conveniente a la persona que la lleva, si es del mismo color de su cabella en vez de más morena o más rubia. Con todo, hay algunos que la llevan tan rizada, y de un rubio tan intenso, que parece más propia de la mujer que del hombre”. Bueno, bueno. De todos modos, nunca faltan herejes como aquel hermano que, supongo que por ahorrar o por desidia, llevaba encasquetado un pelucón rojizo y polvoriento debajo del cual anidaba el color natural.
Capítulo IV. Del rostro. 1.4.4. “El rostro debe mostrar alegría, sin relajación ni disipación; serenidad sin caer en el descuido; apertura, pero sin dar muestras de excesiva familiaridad. Debe ser dulce sin flojedad y sin dejar traslucir nada que parezca bajeza. Debe, más bien, mostrar a todos reconocimiento y respeto, o al menos afecto y benevolencia”. En una palabra, había que ser otro Buster Keaton, o alguien más versátil que Isis Miriónima, la de las mil máscaras y los diez mil nombres…
Capítulo V. De la frente, de las cejas y de las mejillas. 1.5.4: “Es descortés enarcar las cejas: es señal de orgullo. Hay que tenerlas siempre distendidas. Elevarlas es signo de desprecio, y hacerla descender sobre los ojos denota melancolía”. Pobre del cejijunto o del muchicejo.
Capítulo VII. De la nariz y del modo de sonarse y de estornudar. 1.7.3: “Es una grosería limpiarse los mocos con la mano”. ¡Cochinos, que vais a pegarnos a todos el Coronavirus! 1.7.5: “Hay algunos que aprietan la nariz con un dedo y luego, soplando por ella, lanzan al suelo la suciedad que hay dentro”. ¡Sergio Ramos, del Real Madrid, que no tienes urbanidad, tío!
Capítulo VIII. De la boca, los labios, los dientes y la lengua. 1.8.5: “Hay quienes a veces levantan tanto el labio superior y bajan tanto el inferior que, en ocasiones, enseñan completamente la dentadura”. ¿No sería la mula Francis travestida?
Capítulo X. Del bostezar, escupir y toser. 1.10, 12: “Hay un defecto no menos importante, y del cual hay que procurar guardarse, y es no echar saliva al hablar a la cara de aquellos a quienes se habla: eso es muy indecoroso y sumamente molesto”. Por supuesto. Los hay guarros, guerra al guarro.
Capítulo XII. De las manos, dedos y uñas. 1.12.2: “No es decoroso, después de haberse manchado o lavado las manos, secarlas con los vestidos propios o con los de los demás, o en la pared, o en cualquier otro sitio en que pudiera manchar a alguien”. Recuerdo que en Caborredondo, provincia de Burgos, estaba escrito en la pared del bar único: “Prohibido blasfemar y rayar las paredes”, ¿quizá exalumno lasallista? 1.12.10: “Cuando se da la mano a alguien como señal de amistad, siempre hay que presentar la mano denuda, y es contrario a la cortesía tener puesto entonces el guante”. Me va usted a perdonar, pero habría que modificar la norma mientras dure el virus, y darse el codillo…
En fin, pese a todo no me parece que la urbanidad haya calado mucho en los sucios malgreñados de hoy…
[1] San Bautista de La Salle: Obras Completas. Volumen II. Hermanos de las Escuelas Cristianas. Ediciones San Pío X, Madrid, 2001, capítulo 8º, pp.119-120.
Jajajaja. Ni os cuento lo que nos enseñaba la Sección Femenina…, especialmente para ser buenas amas de casa y buenas esposas… ¿Cuántos siglos han pasado? Pues ninguno, hace cuatro días.
¿Y ahora qué? ¿Cómo andamos de civismo en este país? ¿Cuántos siglos hemos retrocedido? Pues unos cuantos. Si no fuera por los servicios públicos, viviríamos entre basura desde la puerta de nuestra casa, porque ver un contenedor vacío y la basura al lado, no es tan infrecuente, al igual que encontrarse mascarillas o guantes en plena calle.
Y no es cuestión solamente de las escuelas, porque el problema fundamentalmente está en los adultos.
Recuerdo cuando yo era joven en un viaje que hice a Torremolinos, que ponían todos los carteles en inglés, menos el de “mantenga limpia la playa” que lo ponían en español. Ahora ya la falta de civismo es internacional, aunque haya algún país que se salva, como Suiza.