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El crepúsculo postpandémico

      Un amanecer o el crepúsculo matutino. Una nueva luz, una nueva claridad después de la oscura noche, de la tormenta intempestiva, del viento traidor y de los destrozos incalculables, además de las muertes rápidas, sufridoras y con mucho dolor. La soledad, como la solitud, han imperado. Y tengamos sobre todo en cuenta que el árbol no tape el bosque, como el bosque no esconda el árbol. Que la acción local no eclipse la visión global y que ésta no prive la mirada de la acción. La razón de una persona o de un grupo no se imponga a una razón más universal y que ésta no ensordezca la del particular.

      No es fácil esta conjugación, pero es totalmente imprescindible para avanzar en la superación del miedo y la angustia además de cultivar la esperanza y la confianza en el futuro que es el momento presente. Esta actitud ayudará a defendernos sanamente de las angustias que nos quieren inocular “ciertas autoridades”. La angustia falsa o desmedida no ayuda a mantener un equilibrio mental e interior para poder equilibrar: el todo y la parte. Y hay que poder vislumbrar que no es cuestión apocalíptica, sino de apocalipsis. El apocalipsis es revelación, nueva manifestación, nuevo programa: un nuevo paradigma. La apocalíptica es el destrozo, la ruina, la muerte física, psíquica e interior como programa.

      El amanecer postpandémico permitirá una nueva creación, una nueva conciencia, una nueva visión: un paso más en el progreso integral de la Humanidad. Eso, sí, después de enterrar a los muertos con mucho dolor, de resolver las problemáticas económicas con mucho sacrificio y, tal vez, haciendo más daño a mucha gente que el mismo virus. Pero debemos poder ver el bosque. El horizonte para madurar y convertirse en Seres Humanos más humanos.

      Hay que superar esta soberbia humana, este odio a la diferencia, esta codicia reptiliana, este no soportar el pensamiento diferente. Excluir a que no es de la misma raza, del mismo sexo, de la misma religión, de la misma clase social o de la misma cultura. Hay que tomar una nueva conciencia después de esta epidemia que ha sido mundial, que no ha respetado ni diferencias, ni privilegios, ni edades ni nada. El coronavirus ha hecho hincar de rodillas a un mundo lleno de orgullo, lleno de poder, lleno de ambición. Una sacudida fuerte a la soberbia de clases poderosas y excluyentes. La oligocracia ha tenido que arrodillarse. ¿Lo soportará o proyectará sus frustraciones a la vulnerabilidad humana de los débiles, en sentido amplio?

      La nueva conciencia debe hacernos más humildes, es decir, aceptar nuestra limitación que es lo que nos hace humanos, dignos y respetados. Incluir a todos en la fraternidad más que en la solidaridad. Una libertad para todo Ser Humano que nos ha de llevar a una igualdad. Cualidades que no son únicamente de la racionalidad, sino de la razonabilidad que percibe la totalidad y la integridad de la Humanidad. Porque la Humanidad sin la interioridad o la espiritualidad continuará siendo una dificultad como bien dice Edward Wilson (1929): “El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: Tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un “dios”. Y esto es totalmente peligroso”. Y aun añado un pensamiento de Rudolf Steiner de 1917, año de la gran gripe:

 “El ser humano sin espiritualidad no puede avanzar”.

      Ha habido una pandemia letal que nos ha golpeado la fragilidad física como la interior. Y debemos ser conscientes de ello. Pero en este pasaje de la noche oscura, a la vez, hay mucha luz que nos hace vislumbrar un mejor horizonte. Personas altruistas, generosas sin recibir aplausos y reconocimientos, como otros, que lo merecen ciertamente. Solidaridad sin fronteras. Mensajes y palabras de apoyo. La tecnología en función de la sociedad y necesidades. Confinamientos que se han vivido de mil formas diferentes.

      ¿Habrá sido esta situación buena para reflexionar, cambiar, madurar, ser críticos de un materialismo salvaje, destructor?  ¿Para pasar de unas sociedades abocadas a la competitividad en ese neoliberalismo de patrón esclavo a una sociedad libre, fraterna e igual? ¿Ser conscientes de las nuevas esclavitudes en nombre de un mejor mundo en progreso, cuando el progreso no tiene límites y pide más víctimas por su lucro insaciable? ¿Para valorar el amor romántico, como un amor verdadero, así como, el amor de entrega como el amor incondicional y de otras formas de amar?

      El amanecer puede alumbrarnos para ver mejor y construir una situación postpandémica con madurez integral. Madurar nos debe llevar a considerar que el ego no es el centro del mundo sino que debe respetar la Naturaleza, el planeta tierra, la Madre Naturaleza. Un ego que sea un buen gestor y no un propietario. Si no, ¿qué planeta dejaremos a los hijos, a los nietos, a los biznietos, a la futura Humanidad? Hay que empezar a comprender que todo está integrado, todo coordenado, todo relacionado. Que cada cual es a la vez todo y parte. Cada Ser Humano es un todo o kosmos pequeño, pero a la vez es parte del Kosmos. ¡Qué hermoso y maravilloso poder contemplar silenciosamente este nuevo amanecer! ¡Qué nueva visión o qué nuevo nivel de conciencia!

      Pero al mismo tiempo no debemos olvidar que nuestros pies pisan tierra, su metro cuadrado, que tiene un espacio y tiempo. Es nuestro “kosmos” del que tenemos que ser responsables, vivir con gozo y placer sin nunca olvidar que es terreno conflictivo por la propia dinámica de nuestra totalidad humana, pero inacabada. Una gestión de las emociones reptilianas para convertirse en bondad, belleza, verdad y amor. Palabras sonoras, pero que deben poder convertirse en actos. Actos que harán una etapa postpandémica con visión integral. Todo inspirado en la Sabiduría Humana, la fuente que está en la profundidad de cada uno que hay que permitir que emerja, aflore y actúe. Este florecimiento nuevo nos llevará a esta tierra nueva, que ha sido abonada por el dolor, la muerte, la destrucción como la generosidad, la fraternidad y el amor.

      Una nueva aventura está llegando, por no decir que ya ha comenzado: ¿nos apuntamos? Y conviene no olvidar, ciertamente, que la pandemia no es ningún castigo de Dios ni del Destino, pero puede ser una Resurrección, una Transformación, una nueva toma de conciencia o un caminar con Madurez Integral. Este es el reto, que ya ha comenzado: Un nuevo amanecer nos muestra un nuevo horizonte postpandémico, ¿más humano?

      Jaume Patuel es pedapsicogog, psicoanalista y teólogo.
Profesor de la Formación Permanente en los Jesuitas de Sant Cugat (Barcelona) como del Instituto de la Salud Mental de la Fundación Vidal i Barraquer de Barcelona.

     

7 comentarios

  • Isidoro García

    Este comentario de la amiga M.Luisa, (créelo, que te considero así), me ha hecho reflexionar sobre la distinción fundamental entre fraternidad y solidaridad.

    Casi todo el mundo está de acuerdo en que debemos cambiar, mejorar, sacar de nosotros lo mejor de nosotros mimos, etc. Pero el grave problema es que cuando llega el momento de decir, cómo hacerlo, no solemos pasar del sermón y el deberíamos ser buenos…

    En el mundo cultural nadamos en un océano de voluntarismo, y buenismo, la típica y tópica santurronería que todos hemos mamado en la catequesis de la Primera Comunión y en las Flores a María del mes de mayo. Pero, (aunque algunos siguen poniendo la foto de la primera comunión, y no como el amigo Iñaki),  han pasado muchos años, los pantaloncitos del traje ya no nos caben, y hasta muchos ya no creen en Dios, pero seguimos con los mismos esquemas mentales.

     

    Como muy bien creo que dice M.Luisa, la diferencia entre fraternidad y solidaridad, está en la mirada con la vemos el mundo y los demás. La fraternidad es consecuencia de la realidad científica, y la solidaridad es el resultado de un desiderátum moralista.

    Hay una mirada pretendidamente objetiva, (científica) de la realidad, (dentro de nuestros límites subjetivos), y hay una mirada moralista, apriorítica: el mundo debe ser “así”.

    La solidaridad es una virtud moral, que se sienta o no se sienta en nuestro interior, hay que realizarla, porque el mundo debe ser así. (Dios habrá hecho el mundo mal, pero nosotros, lo vamos a corregir). Antes cuando reinaba Dios en la cultura, era porque lo mandaba Dios, ahora, en estos tiempos mas agnósticos, se crea una ficción moral que es una continuación del imperativo moral kantiano presentido interiormente.

    Por eso la solidaridad tiene que vivir del sermón, y del reproche y la fustigación clerical a los impíos, desde lo alto del púlpito, o del periódico. Y de ahí el auge de tantos Savonarolas, de medio pelo, con las tricoteuses jaleando ante la guillotina.

    (¡Cuánto anticlerical hay, que son de la raza de los levitas y sermonean a diestro y siniestro!, -y posiblemente yo, el primero). Decía alguien que “si las iglesias están vacías es únicamente porque los creyentes han migrado a las universidades (y periódicos, añado yo)”.

     

    La fraternidad, es por contra fruto de la razón y el conocimiento, (lo que nos hace más humanos), y es consecuencia racional o razonable, (¡peligro: términos!), de que todos estamos en la misma barca, y como decía Chesterton, todos estamos igualmente mareados en ella.

    Es una extensión lógica del tribalismo, que tan buenos resultados nos dio en el Paleolítico, y que llevamos metidos en lo mas profundo de nuestra naturaleza humana. Solo que ahora debemos transformar esa fraternidad tribal a la nueva conciencia individual que nos ha dado el gran penúltimo empujón.

    El último empujón, nos lo debe dar cuando en una vuelta al círculo, realicemos su cuadratura, cerrándolo, e interioricemos que la solidaridad proviene de la fraternidad previa. (A nadie en su sano juicio hay que convencerle de la solidaridad intrafamiliar).

    Solo debemos aprender nuestra trágica y heroica historia como especie, y que nuestro pluralismo y diversidad, aunque a veces es irritante, es enriquecedor, y es el que nos ha proporcionado todos nuestros éxitos.

    La mirada científica, es arriesgada, (y esa es uno de los argumentos de su rechazo por muchos): A muchos la realidad les asusta. “¿Y si lo que objetivamente vemos, no nos gusta, y/o no está de acuerdo con nuestros ideales?”.  ¿Y si resulta que la ciencia descubre que la naturaleza humana es algo abyecto, y somos un lobo para el hombre?.

    Ese es el problema del rechazo y la desconfianza de la ciencia: el pesimismo y la desconfianza congénitas en la naturaleza humana.

    Pero hay una buena noticia: la naturaleza humana desarrollada plenamente, está impregnada de simpatía y relacionabilidad hacia los demás.

    La naturaleza humana es como un televisor a medio fabricar: un cacharro que no sirve para nada bueno, más que para colgar en él la ropa vieja. Pro termina de fabricarlo y verás maravillas.

    El moralismo al uso, me recuerda una anécdota de mi infancia. Mi madre escribió a un concurso de una revista, y le mandaron por correo un disco de música, (“La novia” del chileno Antonio Prieto), y como no teníamos tocadiscos, los niños canturreábamos la canción mientras girábamos el disco en la mano.

    El moralismo buenista, lo que intentará es autoconvencerse y convencer a los demás en que en ese cacharro sin acabar, con mucho esfuerzo, y mirándolo fijamente, parece que se ve esto o lo otro, e incluso se oirá lo que canturreemos por lo bajinis.

    Hagamos el esfuerzo no en ser buenos, (que eso vendrá de suyo), sino en realizar nuestra maduración personal, y saldrán de nosotros sin darnos cuenta, maravillas. No hay nada como el saber lo importante: el que no tiene cabeza, tiene que tener buenos pies. ¿Pero a donde llega el burro de la noria, con patas muy fuertes?: a donde empezó.

    Cuentan las lenguas antiguas… que un día un sabio dijo: “¡Si tuvierais un gramo de fe (en vosotros mismos), moveríais montañas!. Y ese día nació una ilusión.

     

    • M. Luisa

      Pues de eso se trata, Isidoro, de reflexionar sobre las opiniones que vamos intercambiando, no queriendo ver en ellas intencionalidad sino tomarlas con la mejor voluntad.

      Iré un poco al asunto. Pues sí, hay una gran diferencia entre estos dos términos la cual viene determinada por una vivencia experencial que el propio concepto de fraternidad nos despeja.

      La fraternidad se vive de forma de experiencia, la solidaridad en cambio se ejerce implicando sólo la conciencia, aunque ciertamente pueda devenir en aquella, en un hecho fraternal, pero la reciproca no es cierta.

      Una pequeña aclaración sobre la experiencia.

      Suele tomarse la experiencia como un conjunto de informaciones empíricas que vamos adquiriendo de las cosas, pero con ello no se dice en qué consiste el carácter experiencial de esas informaciones. Esto nos tendría de hacer reflexionar de la importancia que sobre la intelección ejerce la impresión de realidad que nos ofrecen las cosas antes de que la inteligencia con su mera visión eidética las juzgue.

      Al parecer algo de esto has visto cuando dices que la fraternidad es consecuencia de la realidad científica y la solidaridad es el resultado de un desideratum moralista. Bien, en esto no es que esté al cien por cien de acuerdo contigo pero como intento comprenderte porque algo te conozco te daré alguna explicación, sobre todo a lo que dices concerniente a la fraternidad porque sobre lo que dices de la solidaridad estaría de acuerdo contigo teniendo en cuenta lo que más arriba de ella he añadido.

      Dices que la fraternidad es consecuencia de la realidad científica. Yo no diría tanto, de la realidad sí por supuesto como ya anteriormente expresé pero lo de científica a mí me sobra. ¿Por qué te preguntarás? pues porque siendo verdad que la realidad es objeto de estudio tanto para científicos como para filósofos, en tanto “impresión de” antes que “dato de” es sólo de interés filosófico. Los científicos resbalan sobre la impresión y lo que les interesa es el dato.

  • Olga Larrazabal Saitua

    Gracias por tu visión sana y optiista de nuestro devenir  Ojalá seamos capaces.

  • M. Luisa

    Estamos dando vueltas y más vueltas  fuera de la propia realidad humana para ver dónde se encuentra  aquella pieza, aquella técnica  que por fin  la humanice, que la culmine  y no buscamos en el interior de ella misma, en sus profundidades, en su más intima naturaleza, como nos dice en esta exhaustiva meditación   Jaume Patuel.
    Teniendo esto en cuenta y partiendo pues de la realidad humana y no fuera de ella,  me interesa ahora, para la incentivación de mí pensar,  detenerme aunque someramente en esta  diferenciación que el propio autor  hace entre racionalidad y razonabilidad,  relacionando ambos conceptos  con estos otros dos: el de fraternidad y  el de solidaridad.

    La fraternidad emerge de la realidad que como naturaleza nos sustenta. Cuando surge nos damos cuenta de que era algo que ya estaba ahí porque resulta ser una propiedad exigencial de la realidad  misma nuestra, es la razón dada desde  la propia realidad,   se trata por tanto de la razonabilidad lo propio de  toda experiencia.

    En cambio la solidaridad, que en efecto es una cualidad asumible, bien podría,  en segunda instancia, significar nada más que  el hecho de ser tenido  como solidario, es decir, provocar la idea de un efectismo inculcado y por tanto de efectos pasajeros.  No así sucede con la fraternidad que cuando esa experiencia llega viene para quedarse haciéndonos   respectivos con ella  y configurándonos  en lo que somos realmente.

    ¡Gracias, Jaume, y Bienvenido de nuevo!

  • mª pilar

    Gracias por esta esperanzada siembra, para nuestra mente y corazón.

    Es mi deseo, pero… observando y escuchando cuanto me rodea… no lo percibo con tanta claridad.

    Hoy, coches sin “freno” saldrán a protestar y seguro haciendo mucho ruido; es su manera de proceder, como ocurre con las caceroladas…bombardean con tanta fuerza (por no decir “rabia”… que veo con tristeza, que tanto dolor como nos acompaña, no nos está enseñando nada nuevo.

    Y no sabe como lo siento.

    Además, esta pandemia, no azota a todas las personas por igual…como siempre…aquellas personas que no poseen apenas nada…lo sufren de manera muy especial.

    Siento no estar más motivada.

    Gracias por su esperanza.

  • Carmen

    A lo mejor es que tengo suerte y conozco a un montón de gente buena.

  • Carmen

    Se nota que es psicólogo, pedagogo y esas cosas.

    Su misión es justo lo que está haciendo con este artículo. Me gusta. Pienso muy parecido. Ese es el camino, pero nadie ha dicho que sea fácil.

    En fin.

    Da gusto leer cosas así. Estoy de pesimismo hasta el gorro ya.