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La historia fue escrita por la mano blanca

 

Una de las realidades más perversas de la historia humana ha sido el carácter milenario de la esclavitud. Ahí se muestra que también podemos ser no sólo sapiens, portadores de amor, empatía, respeto y devoción, sino también demens, odiadores, agresivos, crueles y sin piedad. Este lado sombrío nuestro parece dominar la escena social de nuestro tiempo y también de nuestro país.

La historia de la esclavitud se pierde en la oscuridad de la noche de los tiempos. Hay toda una literatura sobre la esclavitud, popularizada en Brasil por el periodista-historiador Laurentino Gomes en tres volúmenes (sólo el primero ha salido ya a la luz en 2019). Las fuentes históricas de personas esclavizadas son casi inexistentes, pues se las mantenía analfabetas. En Brasil, uno de los países más esclavócratas de la historia, las fuentes fueron quemadas por mandato del ingenuo “genio” Ruy Barbosa, en el afán de borrar las fuentes de nuestra vergüenza nacional. De ahí que nuestra historia haya sido escrita por la mano blanca, con tinta de sangre de las personas esclavizadas.

La palabra esclavo deriva de slavus en latín, nombre genérico para designar a los eslavos, habitantes de una región de los Balcanes, al sur de Rusia y a orillas del Mar Negro, gran abastecedora de personas esclavizadas para todo el Mediterráneo. Eran blancos, rubios, con ojos azules. Sólo los otomanos de Estambul importaron entre 1450-1700 cerca de 2,5 millones de esas personas blancas esclavizadas.

En nuestro tiempo las Américas fueron las grandes importadoras de personas de África que fueron esclavizadas. Entre 1500-1867 su número es espantoso: 12.521,337 hicieron la travesía transatlántica, 1.818,680 de las cuales murieron en el camino y fueron arrojadas al mar. Brasil fue campeón del esclavismo. Él solo importó, a partir de 1538, cerca de 4,9 millones de africanos que fueron esclavizados. De los 36 mil viajes transatlánticos, 14.910 se destinaron a los puertos brasileros.

Estas personas esclavizadas eran tratadas como mercancías, llamadas “piezas”. La primera cosa que el comprador hacía para “tenerlas bien domesticadas y disciplinadas” era castigarlas, “haya azotes, haya cadenas y grilletes”. Los historiadores de la clase dominante crearon la leyenda de que aquí la esclavitud fue blanda, cuando fue cruelísima.

Basta un ejemplo: el holandés Dierick Ruiters, que en 1618 pasó por Río, relata: “un negro hambriento robó dos panes de azúcar. El amo, al saber eso, mandó amarrarlo de bruces a una tabla y ordenó que un negro le azotase con un látigo de cuero; su cuerpo quedó como una llaga abierta de la cabeza a los pies y los sitios por los que no pasó el látigo fueron lacerados a navajazos; terminado el castigo, otro negro derramó sobre sus heridas un pote de vinagre y sal… tuve que presenciar –relata el holandés– la transformación de un hombre en carne de buey salada; y como si eso no bastase, derramaron sobre sus heridas brea derretida; le dejaron una noche entera de rodillas, preso por el cuello a un bloque, como un mísero animal” (Gomes, Escravidão, p.304). Con tales castigos la expectativa de vida de una persona esclavizada en 1872 era de 18,3 años.

El jesuita André João Antonil decía: “para el esclavo son necesarias tres pes, a saber: palo, pan y paño”. Palo para golpearlo, Pan para no dejarlo morir de hambre y Paño para esconderle sus vergüenzas.

Sería largo enumerar las estaciones de este viacrucis de horrores por el cual pasaron estas personas esclavizadas; son más numerosas que las del Hijo del hombre cuando fue torturado y levantado en el madero de la cruz, aunque había pasado entre nosotros “haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hechos de los Apóstoles10,39).

Es siempre actual el grito desgarrado de Castro Alves en Voces de África: “Oh Dios, ¿dónde estás que no respondes? ¿En qué mundo, en qué estrella tú te escondes/embozado en los cielos? Hace dos mil años te mandé mi grito/que en balde, desde entonces, recorre el infinito…/¿Dónde estás, Señor Dios?”

Misteriosamente Dios calló como se calló en el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, que hizo al Papa Benedicto XVI preguntarse: “¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué hizo silencio? ¿Cómo pudo permitir tanto mal?”

Y pensar que fueron cristianos los principales esclavócratas. La fe no los ayudó a ver en esas personas “imágenes y semejanzas de Dios”, más aún, “hijos e hijas de Dios”, hermanas y hermanos nuestros. ¿Cómo fue posible la crueldad en los sótanos de tortura de los varios dictadores militares de Argentina, de Chile, de Uruguay, de El Salvador y de Brasil que se decían cristianos y católicos?

Cuando la contradicción es demasiado grande y va más allá de cualquier racionalidad, simplemente callamos. Es el mysterium iniquitatis, el misterio de la iniquidad, al que hasta hoy ningún filósofo, teólogo o pensador le ha encontrado una respuesta. Cristo en la cruz también gritó y sintió “la muerte” de Dios. Incluso así, vale la apuesta de que todas las tinieblas juntas no consiguen apagar una lucecita que brilla en la noche. Es nuestra esperanza contra toda esperanza.

*Leonardo Boff es filósofo, teólogo y ha escrito: Pasión de Cristo-pasión del mundo”, Vozes 2009.

Traducción de Mª José Gavito Milano

5 comentarios

  • Carmen

    A ver.

    Qué tiene que ver dios con la esclavitud?

    No se cómo explicar, lo mismo que en el bárbaro asesinato de Jesús de Nazaret. O sea. Nada.

    Qué es eso de que dios se esconde y no da la cara? Pero qué idea tenemos de Dios?

    A veces me pregunto cómo con esa idea siguen creyendo , creyendo? en él.

    Lo encuentro alucinante.

    Jesús, él, en su cabeza tenía la idea de que dios era como un padre idealizado y amoroso, pero es que no. Por eso dicen que dijo, por qué me has abandonado? Pero de abandonarlo nada, de donde sacó si no la fuerza que tenía? Pues del universo entero.

    Qué es eso de que dios nos abandona? Cuando las cosas que hacemos nosotros mismo nos asustan? Cuando llega el sufrimiento y la muerte? Cuando se forma un jaleo de esos naturales que nos arrasa? Qué tendría que hacer dios?

    Me da la sensación de que muchas personas desearían que dios fuese especie de autor y director de una obra de teatro , que lo tuviera todo controlado  ,que dirigirse a los actores a su antojo . Y por supuesto que le gustase a todos los espectadores.

    De verdad. No entiendo cómo se dicen algunas cosas desde una reflexión profunda.

    Y es que ese concepto de dios ya no se vale. Cómo no se dan cuenta?

    Pero claro, eso trae consigo herir a la iglesia de muerte. Y eso hay muchiiiiiiiiisimas personas que por unas razones u otras no están por la labor. No sólo por Poder personal, sino por puro miedo existencial. Se pierde seguridad sin la religión.

    Pues bueno. Sigamos preguntándonos qué hacía dios en determinados momentos.

    Realmente estoy en otro universo. No sé si paralelo, tangente , secante o exterior a esta idea de Dios. Pero desde luego en este no estoy.

  • mª pilar

    ¡La esclavitud…vergüenza de la parte de la humanidad que la hace posible!

    Como nos comenta Oscar en un bello Mensaje, sobre esa luz, que a pesar de nuestros errores, seguirá alumbrandonos a todas las personas que lo acogemos e intentamos hacerlo:

    ¡¡¡Vida!!!

  • oscar varela

    Hola! (B)
     
    1- Los militares romanos aprovecharon la ocasión de mostrar su fuerza con el débil y le insultaron, se burlaron, le humillaron y la emprendieron a golpes con él. Lo acostumbrado. Después lo sacaron a la calle con el palo horizontal a cuestas camino del lugar donde le colgarían. El otro palo ya estaba clavado en tierra en el sitio donde debían ejecutarlo. El palo vertical no lo llevaba él. Lo ponían los romanos en el lugar que estimaban adecuado para la ejecución. Buscaban que fuera en alto y cerca de los caminos para que los crucificados fueran vistos y sirvieran de escarmiento a quienes tenían alguna intención de enfrentarse al Imperio. El condenado llevaba el palo horizontal por las calles de la ciudad recibiendo burlas e insultos de la gente. Una vez llegados al sitio, lo desnudaban para avergonzarlo aún más y, en el suelo, o bien le clavaban o le amarraban bien fuerte por las muñecas al palo horizontal y después mediante una roldana situada en la parte superior del vertical le subían hasta dejarlo colgado con los pies un poco arriba del suelo. Una vez en esa posición, le clavaban los pies por los talones a una parte y otra del palo vertical. De ese modo, tenían serias dificultades para respirar y morían por asfixia.
     
    2- Se sintió muy solo. Humillado hasta el extremo y pensando si había fracasado. Los soldados daban a los crucificados un brebaje como droga embriagante para mitigar el sufrimiento, pero él no lo quiso tomar. Fue plenamente consciente de todo su final. Antes de morir, cantó un salmo. El 22. No lo leeremos entero, solo el principio, algunos versos y el final:
    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas? No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras… …Soy un gusano, no un hombre, Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; Al verme se burlan de mí, Hacen visajes, menean la cabeza y dicen: ‘Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, Que lo libre si tanto lo quiere’… Estoy como agua derramada, Tengo los huesos descoyuntados, Mi corazón como cera, Se derrite en mis entrañas… Ellos me miran triunfantes, Se reparten mi ropa, se sortean mi túnica… Hablaré de ti a mis hermanos. En medio de la asamblea te alabaré… Porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado. No le ha escondido su rostro; Cuando pidió auxilio, lo escuchó… Los desvalidos comerán hasta saciarse, Y alabarán al Señor los que lo buscan: ¡No perdáis nunca el ánimo!… Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos… A mí me dará vida. Mi descendencia le servirá y hablará del Señor, A la generación venidera, le anunciará su rectitud, Al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo”.
     
    3- El Autor de esta narración se quedó callado. Miraba a ningún sitio. Tal vez evitaba interferencias a los versos escuchados, no perder el sentido de aquellas palabras; que nada lo interrumpiera. Al cabo de unos segundos dirigió sus ojos a los Lectores potenciales de la narración, que se encontraron con los suyos puestos en él, que parecían declarar: ¡Es impresionante!
     
    4- El Galileo es impresionante, ya lo creo; pero hay algo que falta saber. A ver, ¿cómo supieron sus discípulos que cantó? Porque todos se largaron, ¿no? Huyeron como conejos, sí. Pero había alguien mirando desde lejos. Porque los romanos no dejaban a nadie acercarse a los crucificados. ¿Quién estaba allí? ¿Quién? La Magdalena. Y con ella otras mujeres que le vieron morir. Estaba seguro que la Magdalena estaba por allí. Esa mujer valiente tenía que andar por allí. Ella no es de los que escurren el bulto.
     
    5- La Magdalena, con otras mujeres a su lado vio de lejos como moría aquel hombre extraordinario. Se quedaron tristes, muy tristes. Les pareció que aquel proyecto iniciado por el Galileo, al que se entregaron leales e ilusionadas, había quedado en nada. La decepción era mayúscula. Pensaron que de ese proyecto, como del mismo Galileo, no quedaría ni rastro. Los romanos tenían hechas unas grandes fosas comunes y allí echaban los cadáveres de todos los ajusticiados por rebelión contra el imperio. Él había acabado como uno cualquiera de ellos. De manera que se habían quedado sin ninguna referencia física de Jesús. Solo les restaba llorar pensando en él como desaparecido para siempre.
     
    6- Las pobres estaban hechos unos guiñapos. Por mucho que querían embellecer y dulcificar la idea del final de aquel amigo único con sus recuerdos, al final, siempre se daban de bruces con el vacío que produce la muerte. No tener referencia alguna de su cadáver aún les creaba más zozobra. Y la Magdalena lloraba a más no poder. Ella buscaba y buscaba algo que le proporcionara consuelo, pero no veía más que la tumba y el abismo insalvable que separa la vida de la muerte. A esa desgracia se unía una idea reinante en la cultura judía que consideraba a un crucificado una persona maldecida por Dios. Porque en alguno de los libros tenidos por sagrados se podía leer: “Dios maldice al que cuelga de un árbol”. Ellos no ponían en duda nada que apareciera en sus libros sagrados. Pensaban que Dios los había dictado a quienes los escribieron.
     
    7- Es lo que pensaban. A eso hay que añadir que no poder lavar el cadáver, envolverlo en una sábana y enterrarlo con decoro, como era la costumbre, suponía una gran desdicha para el muerto y para sus familiares y amigos. Así era. Pero en realidad aquella situación demostraba la falsedad de ese principio tan extendido asegurando que Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Lo cierto es que el maldito no era el colgado, sino aquellos que lo colgaron y dejan colgados a tanto inocente. La maldición la llevan encima los poderes políticos, económicos y religiosos denunciados por él como engañadores de la gente. Y la Magdalena, con la garra que le caracterizaba, fue la primera que pensó que era al revés y que Dios había levantado -que eso significa resucitar-, a aquel hombre y amigo entrañable.
     
    8- La cuestión es que estaba enredada con el pensamiento de no saber dónde hallarlo. Y su mente era incapaz de escapar a la idea de su cadáver. Marcos fue el primero en encontrar una manera de relatar esa búsqueda rebelde e incesante de la Magdalena. Los otros evangelistas siguieron su pauta. El problema estaba en cómo describir lo que pasaba por la cabeza de la Magdalena, cómo representar por escrito sus pensamientos, sus sentimientos, sus temores y anhelos. Y cómo dejar constancia de que Dios había levantado al Galileo de las sombras de la muerte. Marcos encontró una fórmula que los otros evangelistas siguieron. Recurrió a la imagen de una tumba vacía. Naturalmente, debía suponerse, aunque no fue así, que a Jesús le enterraron previamente en dicha tumba. Para ello, resultaba necesario un personaje que se hubiera hecho cargo del cadáver, algo prohibido por los romanos. Habría de ser alguien con mucha influencia, capaz de ir a reclamar el cuerpo. Y se pensó que podría ser un miembro del Consejo supremo de la nación.
     
    9- Para imaginar y escribir en el texto que a Jesús le enterraron en un sepulcro y que la tumba la encontró la Magdalena vacía no había más remedio que pasar por alto algunas contradicciones. Pero para Marcos y los otros evangelistas lo importante era el mensaje final a transmitir. Marcos añade también que ese hombre, el que recuperó el cadáver, esperaba el Reino de Dios.
     
    10- El evangelista Mateo agregó incluso que ese hombre era rico; Lucas, se atrevió a afirmar que no estuvo de acuerdo con la condena a muerte de Jesús y Juan, mucho más tarde, que hasta era discípulo de Jesús en la clandestinidad. No importaban nada esas incoherencias ni desacuerdos. Lo que importaba era transmitir un mensaje. Eligieron un nombre muy corriente: José. Y para diferenciarlo dijeron que era José de Arimatea, una ciudad al noroeste de Jerusalén. Repito que no importaban esas contradicciones. Lo importante es que hubiera una lógica hacia la tumba vacía. Nada importaba que el Galileo hubiera sido enterrado como un rico habiendo nacido y muerto como desgraciado. Lo importante es que la Magdalena encontrara vacío el lugar de la muerte donde ella buscaba.
     
    11- De allí salían los mensajes divinos alentándole de que Dios había levantado al Galileo de las cenizas. Y esa idea de la tumba vacía sirvió, sobre todo, para señalar cómo la Magdalena encontró la salida a aquella situación. La Magdalena se dio cuenta de que resultaba inútil seguir buscando entre los muertos a aquel que a ella la había conducido a la vida que con tanto ardor deseaba.  Y cómo el Galileo se desvivió por señalar al grupo de seguidores la manera de salir a la libertad y experimentar y disfrutar de la vida auténtica. Y fue entonces cuando decidió darle la espalda a la tumba vacía. Y entendió que había que salir del espacio donde reina el poder que mata para recomenzar el proyecto en Galilea, lejos de ese poder. Al principio, ella, y el grupo de mujeres que lideraba, sintieron miedo de la tarea y callaron. Pero salieron también del miedo. El miedo, como les decía el Galileo, agarrota, frena el paso e impide la vida. Y anunciaron al grupo de los escondidos discípulos que había que recomenzar el proyecto. Ellos, de entrada, las tacharon de locas y no les hicieron caso.
     
    12- La Magdalena no quedó conforme. No lo hizo. Sacó a relucir su coraje y les dijo que ella ya lo había sentido. Que lo verían ellos también inmediatamente de resucitar su proyecto. Y lo consiguió. Y así lo hicieron. Y sintieron al Galileo caminar junto a ellos por el camino, cuando se reunían compartiendo la comida, mientras pescaban…
    ……………………………

  • oscar varela

    Hola! (A)
    Leo el final de esta pesadilla real:
     
    -“ Cuando la contradicción es demasiado grande y va más allá de cualquier racionalidad, simplemente callamos.
    – Es el misterio de la iniquidad, al que hasta hoy ningún filósofo, teólogo o pensador le ha encontrado una respuesta.
    – Cristo en la cruz también gritó y sintió “la muerte” de Dios.
    Incluso así, vale la apuesta de que todas las tinieblas juntas no consiguen apagar una lucecita que brilla en la noche.
    – Es nuestra esperanza contra toda esperanza.”-
    ………………….