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Reflexiones laicas sobre el administrador infiel

Mañana ocurre una de las lecturas del evangelio más enigmática: La parábola del administrador infiel. Os invito a recordar las muy diversas interpretaciones que hayáis escuchado sobre la misma. Xabier Picaza publicaba anteayer en su blog un impresionante artículo:  Las cuentas del Administrador Injusto (Lc 16, 1‒9) y las del VaticanoPero a mí me ha impresionando tanto o más este comentario que aquí publicamos de Ricardo Díaz, un cristiano de a pie, militante de la HOAC de Valencia, amigo de Juan G. Caselles y mío, a quien nos gustaría poder leer más veces en ATRIO. AD.

A propósito de la misteriosa parábola del administrador infiel. Unas pocas reflexiones “laicistas”, con perdón. (Lc. 16, 1-8a).

Dicen los expertos, y yo no me encuentro entre ellos, que la parábola del administrador infiel es una de las más misteriosas y por ello alarmantes e inquietantes del Nuevo Testamento. Es así que muchos de esos expertos piensan que su origen se remonta al mismo Jesús histórico. Sin embargo, prescindiendo de las moralejas finales de la parábola, que a veces son más de una y que despistan más que aclaran algo sobre el sentido de la misma, es posible reflexionar laicamente sobre algunas cuestiones que resultan evidentes de la lectura sin prejuicios de la historieta del administrador infiel.  

  • En términos sociales el administrador, por supuesto, no es el dueño del cortijo sino aquel que representa al amo y al cual el amo le va a pedir cuentas. En la práctica, es decir en la vida social y laboral, el administrador, encargado o capataz es el “interface” entre el amo y el trabajador de base, entre el señor o señorito y el pueblo-trabajador. Es el que suele hacer el trabajo sucio de reprimir y explotar al trabajador de forma directa mientras que el dueño queda en la oscuridad y aparece en ocasiones para impartir como gracia lo que corresponde como derecho al trabajador. De esta forma el encargado resulta particularmente odioso para el trabajador sobre todo si en un primer momento el papel del amo queda en la oscuridad y al mismo tiempo se es consciente del origen y extracción social del encargado o administrador, porque el administrador es ante todo un desclasado. No es fácil ni agradable ser el administrador, el capataz o el encargado. Pero eso se compensa con un mayor, a veces mucho mayor, salario y con el reconocimiento factual de esa emigración de la base social, popular, hasta una categoría social superior, aunque nunca igual a la del dueño y señor. Sin embargo, la figura del administrador, del encargado o del capataz, es especialmente querida por Jesús. Para Jesús, la figura más relevante en esa parábola, es la del administrador, no la del propietario, cuyo papel se reduce a levantar acta de lo sucedido catalogándolo como astucia por parte del administrador. Da la impresión, de que para Jesús, todos, no solo las jerarquías, somos administradores, y por tanto responsables de su proyecto histórico que es el advenimiento del reinado de Dios. Lo mismo parece decir Pablo (1Cor. 4, 1) donde hay inherente una crítica a todo tipo de privatización.
  • Pero al administrador, lo que siempre se le exige es que sea fiel (1Cor. 4, 2). Todos conocemos a administradores que no son fieles, por ejemplo, algunos administradores de fincas. El de la parábola evidentemente no lo era sino que pertenecía a esa categoría, hoy tan concurrida, de los corruptos. Y como consecuencia iba a ser despedido. Ante dicha eventualidad y dado que el susodicho administrador era consciente de que no valía para trabajar, su ociosidad estaba en el origen de sus corruptelas, y tampoco para pedir, porque le daba vergüenza que le vieran pidiendo después de haber sido el administrador del amo, decide dar una vuelta de tuerca a su infidelidad. Y ya sabemos lo que hizo: perdonó por su cuenta y riesgo algunas de las deudas a las que era acreedor el amo. Es decir, fue doblemente infiel, o sea super-corrupto.
  • Y aquí viene la sorpresa. El amo, enterado del negocio que el administrador se llevaba entre manos, le alaba, no por haber sido todavía más infiel, por supuesto, sino por haber procedido con astucia, es decir con sabiduría mundana. La estrategia del administrador infiel consistió en volver a “enclasarse” en el pueblo, es decir entre los deudores, en volver a sus orígenes después de haberse desclasado para hacerle el caldo gordo al amo con el fin de ser acogido por los demás deudores después del procedente despido. Porque lo propio del pobre, del perteneciente a las clases populares es el estar endeudado, hipotecado. Su posición social es una consecuencia de su situación económica. El administrador infiel pasa a pertenecer de nuevo a la categoría de los deudores. Y eso el amo se lo computa como astucia. Todavía no estamos en la fe ni en el seguimiento que implica esa fe. Estamos en los prolegómenos, en la propedéutica, de la fe. Por eso, las preguntas a formularse después de leer la parábola son más o menos estas: ¿No será que antes de nada, es decir antes de la fe en Jesucristo, hay que empezar por reconocerse como pobre-deudor y volver de nuevo a ser pobre-deudor? ¿No será esa la postura, la estrategia, más astuta como dice Lc 16, 8? ¿No será que esa astucia mundana converge con la sabiduría evangélica? ¿No será esa astucia en el uso y manejo de los bienes terrenales, entre los que se encuentra el vil dinerito, el mejor camino para que nos reciban, en su día claro, en “las moradas eternas”? ¿No será que colocarse de manera afectiva y efectiva del lado de los pobres-deudores desde la conciencia de la propia indigencia es la condición necesaria y hermenéuticamente la más astutamente conveniente para entender eso de la paradoja de la alteridad y a continuación todo lo del Reino de Dios?

A ver si resulta que la interpretación más correcta de la parábola es precisamente la interpretación que procede de la economía política en lo referente a la propiedad porque, claro está, no existirían administradores si no existieran propietarios.

RDC Valencia, 10-13 de septiembre de 2019.

17 comentarios

  • Ricardo Díaz

    [NOTA DE ATRIO:Tengo que reconocer que este correo estaba pendiente de aprobación desde el 29 de septiembre, ¡dos semanas! El descuido se ha debido a que llegó en unos días en que no pude atender desde el escritorio de de administrador de ATRIO a los comentarios nuevos entrados y que exigían aprobación previa. Espero, Ricardo, que me disculpen. Tus interesantes reflexiones no pierden actualidad. AD]

    El escrito que Antonio Duato ha tenido a bien publicarme en ATRIO acaba con unas cuantas preguntas, quizá demasiadas, todas ellas sin respuesta. Si bien esa técnica deja abierta la posibilidad de pensar por uno mismo las correspondientes respuestas, tiene el inconveniente de que abre demasiados temas que pueden parecer inconexos y además hoy día el pensar se está convirtiendo en un lujo que impone cada vez más nada desdeñables sacrificios.
    Por ello me he permitido hacer algunos exordios que quizá ayuden a completar lo que dejé en el aire con tantos interrogantes. Quedamos en que el administrador infiel hace una opción en el sentido de ser todavía más infiel pero que le va a permitir levantar cabeza cuando el despido se consume. Esa opción supone un abajamiento, un anonadamiento consistente en volver a recuperar su categoría social como miembro de la clase social de los pobres-deudores.

    Sólo un ser vulnerable, indigente, carente y por tanto pobre, es capaz de entrar en la dinámica de la paradoja de la alteridad que es el presupuesto necesario para la solidaridad y para el amor. Pero para llegar a ello hace falta un desarmamiento, un despojamiento, un desasimiento, de toda otra afección centrada en la autocomplacencia. El satisfecho, el que dice haberse hecho a sí mismo no necesita amar ni ser amado por que no necesita del otro o de la otra para llegar a ser. Al satisfecho le da pánico entregarse porque corre el riesgo de perder lo que cree haber conseguido a base de puños, es decir con su propio esfuerzo y sacrificio. El satisfecho sólo tiene fe en sí mismo. Chesterton llega más lejos cuando dice explícitamente que quienes creen de verdad en sí mismos están en los manicomios (1). La fe absoluta en sí mismo que es lo contrario de sentirse indigente y vulnerable, es una debilidad y una debilidad mental. La fortaleza procede precisamente de lo contrario, de saberse limitado e indigente. Continuando con Chesterton, las limitaciones personales, llámense pecado o no, son la parte más evidente y constatable empíricamente de la vida humana. Rechazar ese hecho empírico supone un colapso del entendimiento y por eso podemos valorar todo tipo de teorías modernas, incluidas las científicas, según tiendan o no a hacernos colapsar, es decir perder, la razón. Las teorías y las lógicas cerradas producen locura.
    Hay muchos tipos de lógica: lógica aristotélica, lógica difusa, y otras más modernas, pero la lógica dominante es decir la que nos domina y nos vuelve locos es la lógica del mercado, o sea la del Capital. La lógica del capital es la de la culpa, la de las deudas impagables. En el idioma alemán existe una sola palabra para deuda y culpa. Esa lógica dota al capitalismo de una estructura religiosa cuyos rasgos más característicos son: el culto, la duración permanente del culto, el despliegue toda una pompa sacral por parte del adorante celebrada al mismo tiempo por la propaganda y lo más importante, se trata de un culto culpabilizante. Hay que ver el esfuerzo que se hace para entronizar la culpa a la fuerza en la conciencia del sujeto. Pero al no haber posible redención para esa culpa la lógica del Capital conduce a un callejón sin salida. Por eso las preocupaciones son el índice de esa conciencia de culpa por la ausencia de solución. La solución está en el infinito porque la culpabilidad es también infinita. La homogeneidad del discurso cerrado propio de esa lógica produce enloquecimiento por desesperación. La desesperación es el síndrome religioso mundial porque no hay manera de salir del esquema deudor que impone el Capital. La marca inconfundible de la locura capitalista es esa especial combinación entre la perfección lógica y la producción de muerte. Se trata del determinismo implacable de la deuda. Y es que no hay salida para quienes se atreven a desafiar los dictámenes del FMI y del Banco Mundial.
    Por cierto, notemos de paso que en el evangelio no aparece una sola deuda que no sea perdonada, por eso en la Buena Nueva estamos en los antípodas del capitalismo. Bernanos, dando una vuelta de tuerca a lo anterior, decía que la lógica del mal es estricta como el infierno; el diablo es el más grande de los lógicos, o quizá ¿quién sabe?, la Lógica misma (2). Por eso, como dice Mateo, si tu cabeza te induce a pecar, o sea a volverte loco de un atracón de lógica, que es la traducción laicista del pecado, lobotomízate, porque más te vale entrar medio imbécil en el Reino de los Cielos que acabar en el infierno con todo el intelecto sano. ¿Por qué nos escandalizamos, si la lobotomía ha sido aplicada con éxito, según sabios doctores, a delincuentes presuntamente irrecuperables? ¿Qué es más valioso un ojo o una mano o por el contrario un trozo de un cerebro que ya tenemos medio comido por el cáncer de la propaganda comercial?

    El despojamiento que se mencionaba en el apartado anterior y al que explícitamente alude la carta a los filipenses en su capítulo 2, es el desnudamiento que permite la relación interpersonal por una parte y la posibilidad de universalizar el amor por otra.
    Con relación a lo primero, sólo se puede establecer una relación yo-tú consistente y duradera sobre la base de saberse ambas partes necesitadas e indigentes (dame limosna de amores, decía la Lola Flores, y no andaba desencaminada). Se trata de la paradoja de la alteridad: Una/o llega a ser quién es bajo la mirada amorosa del otro (o de la otra). O con palabras de San Juan de la Cruz que lo dice mejor que nadie: Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían, por eso me adamabas, y en eso merecían, los míos adorar lo que en ti vían (Cántico 32).
    Con relación a lo segundo, Dios llega a ser Dios para todos los hombres cuando se despoja de su categoría divina y se hace también humano. ¿Quieres ser como Dios?, pues humanízate. Así se realiza el ser de Dios que es Dios para todos, justos, pecadores, sabios y tontos y que nos lleva a la plena realización humana que es la divinización vía filiación divina. Ese misterio, ese misticismo, es el que ha preservado de la locura a la raza humana. Mientras haya misterio habrá salud mental, cuando se destruye el misterio aparece la debilidad mental. El secreto del misticismo, dice también Chesterton, es que permite entender todo con ayuda de cosas que no se entienden, pero a las que se les concede credibilidad de forma que al convertirse en convicción de fe implican un equilibrio entre ese saber y ese no entender que es lo que mantiene a flote la salud mental y la cordura del sujeto. Como dice San Juan de la Cruz en su “Subida” parafraseando al viejo Isaías cuando exige fe al rey Ajaz: Si no creéis, no entederéis (Is. 7, 9). Primero se cree, o se ama, y luego si acaso, y no siempre, se comprende. Creed y comprenderéis, porque si queréis comprender para creer tenéis para rato. Aviso para Simone Weil.
    Podemos concluir diciendo que la brecha por la que se cuela la certidumbre de esa fe que se convierte en convicción y certeza y en encaminamiento a la verdad, es decir, al sano entendimiento, es la del reconocimiento de la propia y radical indigencia. Ese reconocimiento sería el capítulo cero de ese libro imaginario que podríamos titular “Proceso para llegar a ser cristiano”.

    Finalmente, sobre la moraleja de la parábola, conviene aclarar que, por supuesto, no se puede servir a Dios y al dinero pues de hecho tanto Uno como otro exigen servicio. Eso lo decimos todos, unos con la boca grande y otros con la pequeña y a esa sentencia se agarra ferozmente el discurso de muchos predicadores para no calentarse más la cabeza. Pero una cosa es proclamar una verdad y otra diferente es que esa verdad sea precisamente la mejor de cuenta de lo que quiere decir la parábola.
    Así las cosas y sin salirnos de lo que nos cuenta Lucas, la moraleja más coherente con la intencionalidad de la parábola sería algo así: a falta de hacer algo mejor con el metal, más vale que os hagáis amigos con el injusto dinero (3) devolviendo lo robado o perdonando las deudas, que por lo menos la operación así os servirá de algo, es decir, para hacer amigos que os ayuden cuando vengan tiempos malos, que ya están llegando. Así al menos os podréis acoger a la solidaridad de vuestros hermanos deudores y estaréis en el lugar políticamente correcto. Eso, siempre según el evangelio, es astucia, lo cual quiere decir que elegir el lugar de los pobres-deudores, pero concienciados, resulta que es astucia mundana y de esa astucia debemos aprender los presuntos hijos de la luz. A ver si es que después de tanto predicar va y resulta que no estábamos en la luz y tienen que venir los hijos de las tinieblas a enseñarnos el camino para acceder a ella. ¡Que tortuosos son los vericuetos que para llegar a “las moradas eternas” (Lc. 16, 9b) ha designado ese Dios oculto y silencioso en el que decimos que creemos!

  • Asun Poudereux

    Siguiendo a lo dicho por Gonzalo, os traigo lo que a mi modo de ver es a tener SIEMPRE en cuenta, a través del comentario de este pasaje de Lucas de Enrique Martínez Lozano:

     
              Parece que el autor del evangelio engarzó aquí diferentes dichos que, de un modo u otro, tienen en común el tema del dinero.
              La parábola inicial, sin embargo, y a pesar de las apariencias, no pone el acento en él, sino en la “astucia” del administrador. El amo no lo felicita, obviamente, por el engaño que urdió en beneficio propio, sino por la astucia –es decir, la inteligencia– con la que actuó.
              Y es ahí cuando la parábola da el salto de “los hijos de las tinieblas” a los “hijos de la luz”, tomando forma de denuncia o alerta: todos somos “astutos” para manejarnos en los asuntos del ego, en aquello que tiene que ver con sus intereses. ¿Aplicamos la misma inteligencia para aquello que tiene que ver con nuestra verdad profunda? No nos cuesta ver nuestro interés inmediato; ¿estamos así de atentos para vivir en coherencia con lo que realmente somos? En una palabra: ¿vivimos en las “tinieblas” o en la “luz”?
              Vivimos en las “tinieblas” cuando nos perdemos en el mundo de las formas, reduciéndonos a él. Vivimos en la luz cuando nos abrimos a la comprensión que nos libera de la estrecha “jaula” mental y nos mantiene en conexión consciente con lo que somos.
              Al hilo de la parábola, el texto concluye con una afirmación que no deja lugar a las “medias tintas”: “No podéis servir a Dios y al dinero”. O se vive en el engaño mental o en la luz de la comprensión.
     

  • ana rodrigo

    Pienso que cuando una parábola o cualquier texto evangélico hay que explicarlo una y otra vez y por tantos expertos, y así y todo, mucha gente no lo entendemos, pues lo mejor sería no leerlo en público. Y ésta parábola es uno de esos casos.

  • Gonzalo Haya Prats

    Las parábolas tienen un punto de conexión entre la hsitorieta y la enseñanza, todo lo demás es mera escenificación. En este caso la conexión es la moraleja final: los hijos de las tinieblas son más diligentes que los hijos de la luz. Creo que detenerse en otras explicaciones es convertir la parábola en una alegoría, y sacar conclusiones ajenas a la parábola. La gente sencilla va al grano, y comprende que el egoísmo aguza el ingenio; si amáramos de verdad, el amor también aguzaría nuestro ingenio para hacer felices a los demás.

    • Carmen

      Hasta el punto de la deslealtad? Entonces el fin justifica los medios?
      Pues todos iguales entonces.

      No me gusta esta parábola. Puede justificar muchas acciones que no pienso justificar, aunque las cometa. Pero sabiendo que es deshonesto lo que hago.
      Sorry

      • Carmen

        Si eso lo acepto, para mí se cae todo lo demás. Y no estoy dispuesta a dejarlo caer. Seria aceptar que en el fondo todo es una quimera. Y que tienen razón los que me dicen que soy una ingenua.

      • Carmen

        Claro que pensar que es una buena invención del autor o una mala interpretación, pues fíjate lo que traería consigo. Trae más cuenta elucubrar sobre ella y leerla en misa y dejar que cada sacerdote haga lo que pueda. Además, permite barrer para casa…

    • Carmen

      Además de que no sería la única cosa que se inventase Lucas.

  • oscar varela

    Hola!
    Tal vez tengan razón Antonio Duato y Carmen cuando dicen que
    “no se trataría de la enfermedad alemana”;
    pero se podría tratar de algo mucho más grave:
    una cierto “apresuramiento” de lectura.
    Repárese, sino, en el comienzo del Escrito de Salvador Santos
    donde alerta del desvío que el Texto de Lucas hubo ocasionado:
    – “Esta parábola exclusiva de Lucas es conocida por el título: El administrador infiel, un nombre, a mi juicio, desacertado, porque pone el acento en un aspecto secundario del mensaje que transmite. La lección a aprender dista de la fidelidad o infidelidad del tal gestor.”-
    ………………………….
    Aprovecho para agregar mi “des-confianza”
    ante la casi idolátrica aceptación que viene dándosele a lo “laical”.
    Es un algo válido solo dentro de la creencia religiosa,
    no expansible a la integridad de la vida humana,
    como lo es la testimoniada por Jesús
    y la de cualquiera de nosotros.

  • Carmen

    No. Creo que no hay alzheimer por aquí. Es una palabra tremenda. Un síndrome devastador.

    Creo recordar que cuando apareció este texto de Salvador hubo bastante debate. Adoro a Salvador. Me gusta su exégesis, porque coincide con mi forma de pensar, supongo. Pero no siempre hay que coincidir en todo.

    Particularmente ya me pueden explicar, no me gusta la parábola. Aunque el mismo Jesús hiciese la exégesis. Porque el día que logre entenderla, quizás entonces no me encajen las demás.

  • oscar varela

    III- LAS CUENTAS DE UN ADMINISTRADOR
     
    1- La Parábola
     
    “Y añadió dirigiéndose a sus discípulos:
    Había un hombre rico que tenía un administrador, y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo:
    ¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión, porque no podrás seguir de administrador.
    El administrador se dijo:
    ¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que, cuando me despidan de la administración, haya quien me reciba en su casa.
    Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero:
    ¿Cuánto debes a mi señor?
    Aquel respondió:
    Cien barriles de aceite.
    Él le dijo:
    Toma tu recibo; date prisa, siéntate y escribe ‘cincuenta’.
    Luego preguntó a otro:
    Y tú, ¿cuánto le debes?
    Este contestó:
    Cien fanegas de trigo.
    Le dijo:
    Toma tu recibo y escribe ‘ochenta’.
    El señor elogió a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido, pues los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz” (Lc 16,1-8).
     
     
    Esta parábola exclusiva de Lucas es conocida por el título: El administrador infiel, un nombre, a mi juicio, desacertado, porque pone el acento en un aspecto secundario del mensaje que transmite. La lección a aprender dista de la fidelidad o infidelidad del tal gestor. Arranca de lo que él determinó hacer cuando se vio en una situación apurada. Y la lección tiene alcance, puesto que la parábola se dirige directamente a los discípulos. Así se introduce:
    “Y añadió dirigiéndose a los discípulos” (v.1a).
     
    El Galileo ha orientado su discurso a nuevos destinatarios. En el capítulo anterior había dirigido tres parábolas (15,4-6; 8-9 y 11-32) a letrados y fariseos. Ahora el foco cambia de dirección para centrarse en el colectivo de seguidores. Él habla al grupo de quienes constituyen la sociedad alternativa, conocida bajo la expresión el reinado de Dios. No son individuos yuxtapuestos. Tampoco una organización piramidal representante de una masa de individuos anónimos.  Conforman una unidad supuestamente de pensamiento, objetivos y acción.  Algo que suele olvidarse con frecuencia.  La enseñanza de la parábola no va dirigida, pues, a una vaga generalidad de gente siempre ausente del compromiso y la praxis, sino a los suyos como colectividad cercana y concreta.
     
    2- Los protagonistas: un rico y su administrador
    La narración comienza con la presentación de los dos protagonistas del ejemplo: un hombre rico y su administrador:
    “Había un hombre rico que tenía un administrador” (v. 1b).
     
    – Los ricos
    Tal introducción exponía ante los discípulos una realidad frecuente en la Palestina del siglo I. Gente con dinero se hicieron con grandes fincas al acumular pequeños terrenos de agricultores por impagos de préstamos sin intereses, aunque con cláusulas abusivas que obligaban garantizar con la propiedad del suelo cultivable la cancelación de la deuda. Este tipo de movimientos financieros para adueñarse de la tierra no era nuevo. De esto Isaías ya sabía lo suyo:
    “¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país” (Is. 5,8).
     
    Las grandes fincas de estos terratenientes cambiaron el sentido y el ritmo productivo que antes habían tenido los pequeños terrenos agrícolas. Ya no servían para procurar el sustento de las familias de sus dueños, sino para hacer dinero y enriquecer al nuevo y gran propietario. La producción de la tierra cambiaba sustancialmente de orientación. Ahora se producía para abastecer al gran mercado, el constituido por la fuerte demanda de cereal, aceite y vino del imperio dominante.  Y también, en menor medida, para cubrir las necesidades del consumo interior de los pudientes.
     
    – Los Administradores
    Ni que decir tiene que estos potentes propietarios no se hacían cargo directamente de las fincas. Iban sobrados de metálico, aunque desprovistos de instrucción. Sin poseer cultura agrícola, sin tener unos mínimos conocimientos de cuentas ni siquiera saber hacer la ‘o’ con un canuto, estos señoritos de entonces gustaban de enseñorearse en la ciudad y disfrutar con otros adinerados de fiestas y comilonas. Naturalmente, necesitaban a alguien conocedor de los asuntos del campo, de letras y números para encargarse de la administración de sus fincas y bienes: un administrador. 
     
    Ser administrador era un chollo. Algo muy apetecido por quienes tenían capacidades para dedicarse a esa función. El administrador, un hombre de confianza y probada autoridad en esos menesteres, contaba con amplios poderes del ricachón para ejercer su actividad. No cobraba un sueldo fijo. Iba a comisión. Por eso, la productividad de la finca le beneficiaba tanto al dueño como a él.
     
    El administrador hacía y deshacía a voluntad. Vendía, compraba, contrataba jornaleros y organizaba el trabajo a su criterio y con vistas al mayor beneficio, del que sí estaba obligado a dar cuentas a su señor. Las ventas se hacían al por mayor a intermediarios y a grandes comerciantes que las vendían a su vez a otros de venta al menudeo. Con frecuencia estas ventas se hacían a crédito, lo que conllevaba el pago de unos intereses cuya cuantía dependía del plazo establecido para el abono de lo adeudado. Normalmente estos intereses constituían parte de los emolumentos del administrador. La deuda se oficializaba en unos recibos en los que el deudor escribía de su puño y letra el volumen en especie de lo comprado. La cantidad consignada incluía, también en especie, los intereses aplicables a dicha compra. La anotación del comprador servía, a modo de firma, para garantizar que la deuda le pertenecía y estaba por resolver.
     
    3- Las peripecias del Administrador
    El puesto de trabajo de administrador llamaba la atención. Era muy goloso. Gratificaba con una reconocida posición social y una envidiable situación económica. De ahí que el terrateniente recibiera no pocas denuncias fundadas o infundadas sobre la lealtad y el quehacer de estos trabajadores de alta cualificación. Acusaciones que solo buscaban desacreditarle y sustituirle. La parábola, asentada en la realidad, incorpora estas habladurías y los hechos que desencadenan:
    “y le fueron con el cuento de que este derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo:
    ¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión, porque no podrás seguir de administrador” (vv. 1c-2).  
     
    La parábola no se detiene en discusiones entre los dos personajes ni en datos aportados por el dueño de la finca ni en la oposición del administrador a la denuncia  ni en razones, argumentos o conversación  que saque a la luz alguna pizca de verdad. La narración salta detalles inservibles para el objetivo pedagógico que pretende. Se va derecha a la actuación del administrador ante un hecho inminente e irreversible y un futuro que se le presenta como desesperado.
     
    Abocado al despido, el administrador elabora un balance de situación y hace sus cálculos. A su edad se le viene encima entrar a formar parte de los parados de larga duración. Los trabajos algo más solicitados son los más duros y le están vedados por debilidad física. El último recurso para él es la mendicidad, pero ni eso es capaz de hacer por la vergüenza de verse pasar de un extremo a otro en la escala social. Así que opta por la decisión más sabia: Renunciaría a sus comisiones y eliminaría de los recibos los intereses aplicados a las ventas a crédito. De ese modo se granjearía las simpatías y la amistad de los deudores, que saldrían muy beneficiados al ver reducidas notablemente sus facturas de compra. Actuó a la inversa del terrateniente. Este dedicaba la vida a obtener dinero; el administrador dedicó su dinero a conseguir vida. Antepuso la vida al dinero. Y no vaciló ni un momento. No había tiempo que perder. Intervendría con rapidez. Lucas describe al detalle la forma en que, tras echar cuentas, realizó los descuentos:
    “Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor… …y preguntó al primero…
    …Toma tu recibo; date prisa, siéntate y escribe ‘cincuenta’.
    Luego preguntó a otro…
    …Toma tu recibo y escribe ‘ochenta’…” (vv.5-7).
     
    4- Talento, no desfalco
    Generalmente se ha entendido erróneamente como un desfalco la fórmula empleada por el administrador de retocar los recibos. No hubo estafa, sino talento.  Que el administrador obró con excepcional inteligencia lo reconoció hasta el propio amo de la finca al felicitarle por la decisión que había tomado:
    “El señor elogió a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido” (v.8a).
     
    Con esa información clave se da fin al ejemplo. Pero aún se añade una coletilla aleccionadora que pretende animar al colectivo de discípulos a seguir el ejemplo del administrador. Con una diferencia, eso sí. Éste, el administrador, trabaja y pertenece al sistema, al mundo oscuro donde reina el capital. El grupo de seguidores debe comportarse, imitando la sagacidad del administrador, pero como alternativa a ese mundo oscuro. Ellos son los administradores de la nueva sociedad, la que, por oposición al sistema que mata, ofrece vida, la luz anhelada por el ser humano:
    “…pues los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz” (v. 8b).
     
    5- Sistemas opuestos: lo justo y el dinero
    Los valores de esos opuestos mundos también se contraponen. Invertirlos intencionadamente con el fin de engañar a la gente es habitual y especialmente grave. De eso también Isaías estaba al tanto:
    “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas” (Is 5,20). 
     
    Tras la parábola, Lucas abre una intervención del Galileo para aleccionar a los seguidores en el sentido del ejemplo. Hay que dejar las cosas claras. No hablará de que el administrador sea o no injusto. Lo realmente injusto es aquello que él maneja: el dinero. Lo que realmente distingue al administrador es su inteligencia. La senda abierta por él lo demuestra. Inteligencia y senda se presentan en la parábola como acicate para el grupo de discípulos. En la nueva sociedad no cabe la injusticia. Prevalece la amistad, fruto y demostración de su talento:
    Haceos amigos con el injusto dinero” (v. 9).
     
    El injusto dinero es minucia. Esclaviza. El dinero genera infidelidad y vida ilusoria. La vida auténtica se halla donde en el entorno donde reina la libertad y la justicia.  Quien no renuncia al dinero y queda atrapado en sus garras de injusticia tiene vedado acceder a lo que sí tiene valor:
    “Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante; quien no es honrado en lo de nada, tampoco es honrado en lo importante. Por eso, si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras?” (vv. 10-11)
     
    El injusto dinero es lo ajeno al colectivo de seguidores. Lo propio de ellos, lo que les caracteriza es su unión leal en una sociedad donde brilla la luz de la justicia, la igualdad y la libertad. Los discípulos son los administradores de esa extraordinaria finca:
    “Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo va a entregar?” (12).
     
    Dios y el dinero son contrapuestos. Resulta obligado elegir. Jesús, el Galileo, dejó las cosas muy claritas. No valen componendas, subterfugios ni justificaciones por muy espirituales que sean. ¡Se acabó la neutralidad!:
    “Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (v.13).
     
    La parábola invita a los integrantes del grupo de seguidores a hacer un alto. Se exige pensar. No valen escapatorias. Nada hay que decidir respecto a creencias estériles, burladeros místicos, dogmas almidonados o palabrería inoperante. Solo considerar la tarea como administradores del proyecto del Galileo y determinar por quién optar, a quién servir. Luego… echar cuentas.
    ……………………………….

  • oscar varela

    Hola!

    ¿Acaso ATRIO está padeciendo de ALZHEIMER?

    …………………………

    https://www.atrio.org/2019/03/las-cuentas-de-un-administrador/

    • mª pilar

      Cierto oscar.

      Personalmente, me parece la explicación más certera, la de Salvador Santos.

      Lo triste es, que muy pocas veces se explican los evangelios de forma tan contundente y clara; y mucho menos aquellas que interviene de alguna manera el dichoso dinero… causante de nuestras desdichas… porque nos ofusca y adormece nuestra capacidad de razonar.

      El dinero se convierte en un ¡¡dios!! todopoderoso y así nos va.

      ¡Gracias Oscar por traerla a colación!

      Espero que pronto vuelva Salvador por este Atrio querido, como lo es él.

    • Antonio Duato

      La verdad es que no me acordé, en el momento de introducir ese texto, el comentario del mismo texto de Lucas que hizo en Atrio Salvador en el mes de marzo. Lo he vuelto a leer ahora y es la interpretación que yo tengo interiorizada antes y después de leer a Salvador. Al releerla ahora, solo me ha parecido novedoso el que la parábola tiene un destinatario concreto: los discípulos.

      No creo que la reflexión de Ricardo contradiga la enseñanza última que alaba Jesús: el uso de la inteligencia y del talento en los asuntos que tratemos. Pero Ricardo avanza un poco más al comentarlo desde la laicidad, atendiendo a lo que frecuentemente pasa en personas elevadas a la categoría de administradores y capataces: su desclasamiento. Es algo de mucha actualidad en la situación de hoy en que el capital intenta borrar la conciencia real de clase, comprando a trabajadores capataces para representarle en el trabajo sucio de opresión. ¿No es lícito emplear esa parábola para iluminar esa conversión a la solidaridad con su verdadera clase? Acaso porque la interpretación de Salvador sea buena, ¿no cabe encontrar en ese texto otros matices que lo completan?

      Bueno, pues tras volver a entrar en la cuestión, es verdad que pude olvidar un comentario de Slvador, aunque sí que cité el de Pikaza también muy valioso. Un olvido no diagnostica un Alzehimer y creo que la inteligencia y memoria sigue funcionando bien en Atrio y quienes aquí participan, sin dominios reservados (la hermenéutica por ejemplo) a una sola persona, aunque sea tan extraordinaria y querida como es Salvador Santos que me ha dicho que está preparando cosas para pronto.

  • Carmen

    Pues  esto no lo entiendo. Ni me gusta. Y como mi Jesús es imaginario, o no lo explicó bien, o el que lo escuchó le pasó lo que a un montonazo de gente y tampoco entendió bien.

    Porque los evangelios son palabra de hombres y como tal hay que entenderlas. Y aunque no se lo crean estoy citando a alguien que sabe mucho de esto. La verdad, no recuerdo bien a quién. Pero era alguien guay.

  • Alberto Revuelta

    Antes de mañana esta hoy, festividad de san Mateo, apóstol, y la lectura evangélica concluye con una recomendación sólida “ Id y aprender lo que significa misericordia quiero y no sacrificios”. Para hacer misericordia hay que tener astucia.sin astucia no dejan que tengamos misericordia eficaz. Creo.

    Como san Mateo es patrón de Logroño, un recuerdo en rojo de fiesta mayor para Juan Luis Herrero Del Pozo, que se levantó del telonio para seguir a Jesus que lo llamó.