Podríamos iniciar este trabajo bajo el epígrafe plural de las religiones con referencia al hecho religioso haciendo un uso del concepto en su sentido más plural para abarcar este fenómeno con su máxima universalidad, animados, quizás, por los diversos estudios académicos e interdisciplinares en la teología, la filosofía y las ciencias sociales.
Son otros los fines perseguidos por cuanto intentamos reflexionar buscando lo diferente; aquello que distingue una fe personal apoyada en la doctrina revelada de nuestra tradición judeo-cristiana, de nuestro hecho religioso tal como lo percibimos por herencia cultural y que al mismo tiempo tiene sus reflejos por vía de esa misma cultura en nuestras sociedades.
Hablamos, por tanto, sólo de la religión que practicamos, en nuestro caso la cristiana, y que hemos recibido con todo su valor y su carga cultural y que de alguna manera en su dinámica y en sus formas y contenidos no tendría que ser muy distinta de las demás religiones. Toda religión es de factura humana consistente en una forma de organización colectiva y social, que recoge y engloba las aspiraciones espirituales y las concepciones religiosas de cada persona en ese colectivo.
Bajo ese aspecto una persona cristiana vive su religión propia estando su respuesta organizativa en su trasfondo cultural mediante el cual se recibe y es entendido el mensaje junto con el tratamiento que le damos a todo aquello que se considera recibido por revelación divina. En este sentido la religión cristiana no es diferente de otras religiones, especialmente las proféticas. Una prueba evidente de este hecho radica en la pluralidad de las confesiones cristianas, igual que se daba en el judaísmo novotestamentario, de donde procedemos, e incluso se da en el Islam de hoy. Otro ejemplo lo encontramos en la primera comunidad cristiana, en Jerusalén, cuya vida giraba en torno al Templo y cómo el modelo organizativo sinagogal se fue imponiendo en las comunidades de la diáspora, incluso entre los cristianos en comunidades étnico-gentiles.
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En los momentos actuales nos llega una cierta línea de pensamiento que expresa una pretendida diferenciación entre el colectivo reclutado y acompañante de Jesús el Mesías o Cristo, reunidos en torno al aposento alto, la estancia de la Última Cena, y que luego vino la Iglesia, organización ya fuera de ese colectivo unos años después de la muerte del Maestro. Erigida por los seguidores de la doctrina de Jesús desde la primitiva secta judía llamada “del camino” ante el fracaso de las expectativas del retorno del Mesías triunfante, la derrota del pueblo judío frente a los romanos y la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C.
Se pretende, igualmente, desligar la doctrina y las enseñanzas de Jesús del fenómeno religioso del Cristianismo, el cual, como toda religión, tiene su cuerpo doctrinal basado en un conjunto de creencias en la consideración de que fuese una elaboración posterior extraída de aquellas enseñanzas. El Cristianismo, la fe o creencia cristiana vino a ser, entonces, según este pensamiento, el resultado de procesos consecutivos y extendidos en el tiempo, de la interiorización, en las comunidades dispersas, de las enseñanzas de un difunto maestro pero necesitadas más que de interpretación precisa, de una reinterpretación o elaboración de nuevo cuño en la búsqueda de alguna explicación a los fracasos de las expectativas frente a los acontecimientos que sobrevenían.
Tales corrientes conjeturales de pensamiento pretenden encontrar su fundamento tanto en los estudios académicos sobre las religiones y el hecho religioso en los estudios comparados como que por su raíz cientificista, quedando despojados de elementos extraños a esas disciplinas, tales como la intervención divina o todo aquello que tenga carácter maravilloso (por ejemplo, la presencia del Espíritu Santo anunciado por Jesús).
Igualmente el fondo de historicidad que soporta el mensaje contenido en los textos novotestamentarios se deja en entredicho para no dar valor de fehacientes los datos informativos que tenemos sobre la formación del cristianismo desde los primeros momentos de la vida y de la predicación del profeta de Nazaret en los alrededores del año 28 de nuestra era.
Está consensuado, apenas ya sin discusión, que la muerte cruenta de Jesús tuvo lugar el viernes anterior a la Pascua judía del año 30, un sábado 8 de abril, pues la otra fecha también probable del año 33 ofrece mayores inconvenientes.
Los testimonios escritos de elaboración cristiana, sin embargo, que para la historia del cristianismo han sido excepcionalmente abundantes, están sufriendo ahora dos líneas de interpretación académica más bien contradictorias. Se altera la historicidad de lo testimoniado en función de premisas teológicas con diferentes escuelas de pensamiento o, por otro lado, se alteran lo más posible las fechas últimas de las redacciones definitivas de los textos. Los criterios empleados sobre las fechas quedan establecidos en función del fin que se persiga.
Mientras en los estudios prevalezcan posicionamientos ideológicos no resultará posible aún el pronunciamiento definitivo. Confiamos que las aguas vuelvan a sus cauces como suele suceder siempre en el mundo intelectual, o que el ámbito profano no interfiera con los elementos de gracia.
Tal descripción de los hechos no nos debe apartar de los objetivos que aquí nos hemos propuesto.
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No ponemos bajo sospecha ni hacemos a priori ningún enfrentamiento entre el mensaje de Jesús tal como nos ha llegado por los testigos escritos y el testimonio histórico de sus seguidores y seguidoras de aquella primera comunidad alejándonos del tratamiento del tema, como si de una simple cuestión religiosa se tratase que debe quedar resuelta mediante la historiografía y el estudios en ciencias de los textos, pues, estaríamos en camino de crear una nueva religión cristiana, una nueva rama del cristianismo, o una nueva Iglesia, o quién sabe, si una contribución a la división en sectas del Catolicismo Romano con la creación de una nueva y opuesta ortodoxia.
Cierto que es exigible una nueva comprensión de la fe que poseemos tal y como se ha venido expresando a través de nuestro hecho cultural.
Entendemos que tal hecho cultural es de lo que estamos revestidos en expresión de nuestro ser que nos une a nuestra condición humana y nos distingue tanto en el devenir del tiempo como en el caleidoscopio de la geografía humana, el ahora y el aquí existencial. ¿Qué tiene, entonces, la fe cristiana de superadora de las religiones, incluso de la que hemos estado practicando dentro del conjunto de quienes formamos parte del pueblo de Dios?
La fe cristiana no es otra ni distinta de la llamada “fe natural” común históricamente al ser humano y que yo defino en términos de “razón religiosa”.
La posmodernidad ha llegado a este nivel de comprensión y de explicación del ser humano a través de vías diferentes. Todo empezó con la crisis de la Modernidad apenas comenzando el siglo XX con la matanza del pueblo armenio a manos del gobierno de Turquía, con las dos guerras mundiales, llegando al paroxismo de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón en agosto de 1945. Luego, la introspección del fenómeno religioso y el redescubrimiento de la dimensión espiritual que distingue al ser humano ante el espanto de lo que somos capaces de hacernos abandonados a la sola razón. Por último el avivamiento, en forma de movimiento, de una ecumene espiritual, que nos reconcilia con nosotros mismos y con el entorno natural.
Terminada la guerra, el pensamiento católico tuvo que dar un largo rodeo en busca de respuestas dentro de las realidades mundanas, ya no en un mundo malo al que teníamos que renunciar, pues éramos parte del mismo, abandonando actitudes escapistas, sino el mundo en que estamos inmersos y que constituye el escenario manifiesto de la acción de Dios. Volvíamos con una nueva mirada nuestros ojos hacia la Palabra de Dios. (Mi yo-en-el-mundo buscado por Dios-en-Jesús). Redescubríamos la Creación como una fuente primaria de revelación.
Ésta sí es una fuente primaria y más universal de la revelación divina que nos remonta al pacto noético, y al Génesis, que no es alternativa de la segunda, la llamada revelación especial o positiva, culminada en Jesús, la cual está sujeta a la predicación en su ministerio profético. La complementa como la raíz hace al árbol, haciendo de la fe en Jesús algo sobrenatural, de arriba, es decir, cargado de la gracia divina.
Leemos en el libro de la Sabiduría: “Por la fe lo invisible se llega a conocer a partir de lo visible”.
Por mucho o muy pocos acostumbrados que estemos en manejar la Biblia que son los escritos sagrados del cristianismo nos sorprende muchas veces la utilización de este lenguaje bíblico, pues hemos sobre-construido aparte nuestros propios conceptos y categorías religiosas acumulados en un corpus doctrinal.
Tales diferencias no se explican sólo de manera suficiente que sean nuestra mirada moderna sobre textos arcaicos. La distancia entre Las Escrituras y la configuración de nuestro pensamiento está ocupada por una pléyade de ideas filosóficas, espacios mentales convenidos; valores culturales que dificultan su comprensión.
Así, por ejemplo, la contemplación del Universo como salido de la mano creadora de Dios tradicionalmente nos ha resultado algo pleno de sentido, vivíamos sensibles a la trascendencia. Y ahora, lo que para nosotros era de sentido común, se viene convirtiendo en lo que carece de sentido porque lo demanda la razón humana. En el camino civilizatorio se ha perdido tal sentido de la trascendencia que dejamos olvidada nuestra dimensión espiritual.
Sin embargo, la Biblia viene a insistir en que si reconocemos la Creación de Dios es “a causa de la fe”.
La Creación nos llega con toda su universalidad, fuente de revelación al alcance de todo ser humano, por cuanto una obra da cuenta de su autor. En la contemplación del mundo o mirándonos a nosotros en él se eleva el espíritu humano hasta un Dios que nos trasciende, creador de todo.
Hola!
Para los Cumpas Román y Gonzalo (Pancho incluido):
Pienso que “Las Generaciones vienen marchando”, y
hay que prestarle oídos a esa “revelación”.
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Por ejemplo:
* En Salta, menos del 4 por ciento de los alumnos
pide educación religiosa en la escuela
Sin la obligación, no la quiere casi nadie.
https://www.pagina12.com.ar/123104-sin-la-obligacion-no-quiere-casi-nadie
Luego de que la Corte Suprema ordenara al Estado salteño eliminar la obligatoriedad de la religión en la currícula escolar
(algo a lo que la administración provincial se resistía),
sólo 16.000 chicas y chicos de los 450.088 matriculados quieren cursar esa materia.
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Nota para ahorrar tiempo y sesera:
Favor de evitar distinguitos entre
* “fe” y “creencia”, o
* “religión” y “espiritualidad”;
porque esas sí sin meras “idelogías”
Cierto;
Las masas eligen la indiferencia en cuanto a la religión, aunque no siempre por motivos científicos. Estamos en los últimos estertores de la Cristiandad Medieval en el mundo occidental. Puede que sea un espejismo la consideración de que abandonan las religiones organizadas en la búsqueda de nuevas formas de espiritualidad, y que la ausencia de Dios sea el nuevo paradigma. El siglo XIX nació bajo el supuesto de que entrábamos en un nuevo orden, donde con la educación, la razón encumbraría al ser humano a cotas altísimas, a cumbres éticas jamás vislumbradas que la religión no habría podido alcanzar.
Las nuevas generaciones reclaman para sí autonomía, para no vivir con los principios que los viejos (las generaciones que se van, que se han ido) han pretendido imponer. Una repetición de la historia, o un fruto de la siembra “espiritual” de hace ahora unos 220 años, tras la Revolución Francesa. O, sencillamente, un fin de ciclo.
Algunas hacen de las ciencias, de la filosofía, no sólo teoría, sino ideología, igual que hacíamos de nuestra religión una ideología. Y ya sabemos que sin creencias no hay ideología, porque esta se define como un conjunto de creencias.
Pero, amigo, al revolver nuestros pensamientos, hemos descubierto la intemporalidad del Evangelio así como la universalidad del Mensaje de Jesús, No que sea una transversalidad, que se puede llevar de una cultura a otra, de una ideología a otra, de una doctrina (filosófica, económica, política etc.),sino que nos llega para suceder en nosotras, rompiendo todos los moldes anunciándose como un hecho salvador.
Y eso, no es cuestión de números, de masas, pero que está al servicio de quien quiera aprovecharlo.
Amigo Román, frecuentemente discrepamos en nuestros comentarios, aunque tengamos un mismo sentido ético y espiritual. Se trata de interpretaciones conceptuales, que tienen su importancia a la larga, pero relativamente poca en la práctica diaria. En este ejercicio de esgrima conceptual, hoy estoy plenamente contigo en revalorizar el profundo sentido humano y espiritual de la creación (podríamos llamarlo la teología de la creación). También estoy bastante de acuerdo en que la revelación de la creación se completa con lo que denominas (en términos ambiguos) “la revelación especial positiva”. Sin embargo el punto clave está en qué entendemos por “revelación”. Para mí la revelación de la creación no consiste en las palabras del Génesis sino en la conciencia inherente al ser humano (el soplo del espíritu en la su nariz). Y esa “revelación especial positiva” no es que Dios haya hablado (en arameo o en latín) con Moisés, Jeremías, Pablo, o el Concilio de Trento; es que algunos espíritus más sensibles han percibido lo que Dios sigue hablando en nuestra conciencia (el cordón umbilical que nos une a Dios) y lo han interpretado y expresado mediante los conceptos y símbolos propios de su cultura. Probablemente aquí esté la raíz de nuestras discrepancias.
No me imagina que las discrepancias fuesen tan frecuentes, pues yo pensaba que era en unas pocas cosas muy puntuales.
Cuando empecé a participar en ATRIO me encontré con la enorme dificultad de no entender mucho de lo que aquí se comentaba dejando constancia en algún comentario de que mi mayor problema estaba siendo el lenguaje (el léxico)
Lo achababa a que mis últimos 25 años habían sido un período largo de trabajo y lucha por la vida sacando adelante a mi numerosa familia con todos sus avatares.
Ultimmente he sacado otra conclusión. Aunque permanece la carga “ideológica” del catecismo de los años escolares, lo cierto es que “mi espiritualidad” la he cultivado a partir de la Biblia, un hermoso regalo del ambiente conciliar de los años sesenta. En mis trabajos para ATRIO me he acostumbrado a no dar citas bíblicas, porque la reacción era de arritación para alguno y de molestia reflejada en algunas comentarios.
No me importa cómo se interprete esta o aquella situación, pasaje o hecho narrado, o que aquí sea un lugar común que de la Biblia sólo deban hablar los expertos y académicos, una forma de autoridad humana definitiva y definitoria.
Lo que ya se aleja de mi experiencia personal es la reducción de la fe a la mera intuición, desligada o desvinculada de su ser histórico, pues Dios habla de muchas maneras, y la inspiración también reside en las textos.
Por otro lado, admiro grandemente tu labor didáctica, aquí, lo mismo que Fe Adulta, tus libros, talleres y tus artículos pues formas parte de ese número, no tan pequeño de gente cristiana que no sólo buscan darle sentido a su fe sino también comunicarla en estos tiempos de tanto desorden ideológico, que se une, coincidiendo también, a los escándalos morales(injusticia social,poder. dinero, y sexuales) todo lo cual se añade al autoritarismo de siempre.
Hola!
1- Buena, aunque extenuante perorata (sermón laico).
2- Busca vender una “fe natural”,
3- pagadera con una “fe religiosa”: “la Creación”.
4- ¿No será ésta una “ideología” más:
5- fértil en su momento;
6- hoy un adorno sectario?
Gracias, Oscar:
Nadie puede dar muestras de prescindir de su ideología, aunque sí, a veces, de comprensión hacia las ideologías ajenas.
La razón es muy obvia, porque siendo animales culturales, lo cual nos identifica como especie en la tierra, hacemos manifestación de nuestra percepción de la realidad, ya sea afirmándola ya sea negándola, e imcluso refugiándonos en nuestra subjetividad. que viene a ser la negación de todo lo que no guarde relación con mi ser.
Lo humano es un misterio. La diferencia con la Revelación ( lo que nos viene, de afuera, del ser divino) lo humano lo situamos en una actitud de conquista, de exploración y de seguimiento, o de conformismo y resignación. ¡Para qué ir más allá, si lo tengo todo visto! Una especie de juego “al solitario”, donde gano o pierdo, pero siempre conmigo mismo.
Si somos obra de Dios, fue Él quien nos hizo seres culturales, la cultura no se opone a Dios, lo confirma. Ese condicional para quienes aceptamos “naturalmente” a Dios resulta ser una afirmació rotunda, para quienes no lo ven así sigue siendo una extenuante perorata. Lo extraordinario, en todo caso, es esta pluralidad de Atrio, una mesa común y participativa.