La Modernidad llegó hace algunos años a las costas del Catolicismo Romano como un tsunami arrollador y la Iglesia de Roma reaccionó con algún retraso haciendo con el Concilio (1963-1965) una reflexión, con una mirada, hacia el “mundo de nuestro tiempo”. Tras la II Guerra Mundial (1940-1945) la recuperación nos había llevado a la Posmodernidad. En muchas instancias de dentro y de afuera aquello pareció un gesto y luego un ejercicio de oportunismo. Algo así como cambiar para que todo siga igual, y con aquello, los límites se desdibujaron hasta llegar a desconocer lo que era de dentro o inmutable que afectaba a la propia esencia y lo que nos era ajeno. Colaboró bastante la resistencia de algunas instancias revestidas de alguna autoridad que en forma restauradora protagonizaron la vida social del conjunto formado por clero y laicado. Sobrevino el largo pontificado restaurador en el seno de la Iglesia de Juan Pablo II desde 1978 al 2005 mientras se proyectaba y era reconocida su figura de líder internacional especialmente en la década conservadora que vio el fin de la Unión Soviética.
Tenemos que hablar, pues, del conjunto social del catolicismo, que en España, desde donde escribo, vivió el Concilio (1963-1965) y que parecía algo impuesto desde Europa, que era entonces para los españoles una realidad distinta, viviendo en la última fase de una larga dictadura tras el trauma de la guerra civil (1936-1939) y que duraría hasta 1977, tras la muerte de Francisco Franco, régimen que nos mantenía inmersos en un sistema confesional, el nacionalcatolicismo, difícilmente compatible con los aires que soplaban desde Roma.
Dentro de esa autarquía política y económica la religión se vivía casi toda en sus parámetros tradicionales propios de ambientes rurales y mentalidad provinciana. Las parroquias de los barrios en las ciudades compartían el desarraigo de la población inmigrada El flujo migratorio de las áreas rurales hacia los centros económicos e industriales, más intenso en la década de los sesenta, creó un cristianismo urbano lleno de prácticas sacramentales, pero alejándose progresivamente de inquietudes religiosas, o solapándolas con preocupaciones de subsistencia o síntomas de desarraigo que ciertos agentes de la pastoral de la Iglesia muy preocupados por el fenómeno calificaron de “catolicismo sociológico”. Esa forma de catolicismo se convirtió para elementos más concienciados e inconformistas en un caldo de cultivo para actitudes de reivindicaciones políticas y de justicia social. Desde entonces, y afectando también a una parte significativa del clero bajo en sus ambientes parroquiales se perfilaron dos tendencias pretendidamente renovadoras; la de quienes sacralizaban lo profano, lo que correspondía a la sociedad civil, y la de quienes buscaban darle una nueva orientación, un nuevo sentido a la pastoral o la práctica sacramental.
Pero los movimientos sociales no nacen por casualidad ni se producen por generación espontánea. El Cardenal Tarancón presidió la Conferencia Episcopal Española de 1971 a 1981 en un momento de madurez de este movimiento cristiano. La Iglesia Española había evolucionado en parte gracias al camino recorrido por los movimientos apostólicos desde 1946, año de fundación de la HOAC, junto con la JOC al año siguiente. La lucha por promover la cultura y la formación del pueblo no tardó en la creación de cuadros inquietos por la justicia social que desembocó en un sindicalismo de clase y finalmente apostando por alternativas políticas a la dictadura.
La Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) había nacido de la mano de un militante obrero, Guillermo Rovirosa (1897-1964) Nos movemos, pues, en los parámetros que deben ser entendidos como la formación de la conciencia cristiana y una toma de responsabilidad autónoma del laicado. En esa misma línea estuvo la Vanguardia Obrera (VO) y el Hogar del Empleado (1954) de inspiración jesuita.
Así hemos llegado en nuestro catolicismo a conceptos y pensamientos que hasta hacía muy pocos años habrían sido impensables. Ideologías que han tomado carta de naturaleza en un nuevo acervo cultural, que sigue conviviendo con nuestra religiosidad tradicional. El Concilio contribuyó en la Declaración “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa que llevó hasta sus últimas consecuencias el derecho a la libertad de conciencia. Hemos visto hace apenas unos días que el nuevo Presidente de Gobierno Pedro Sánchez fuese quien por primera vez en nuestra historia prometiese su cargo ante el rey con la ausencia de símbolos religiosos (Biblia y Crucifijo) por respeto a sus creencias ateas.
Una connotación del mencionado catolicismo sociológico se observa en muchos contenidos mentales que han tomado carta de naturaleza alejada de lo tradicional: la no existencia del infierno visto que haya sido un instrumento del clero para la dominación mental y social, que sólo se concibe la imagen de un Dios bueno o que no existe, o que si existe no se le puede llegar a conocer. Una reacción epocal a la teología que nos amamantaba desde nuestra infancia. ¿Qué es, si no, un manual de teología el catolicismo preparatorio de la primera comunión? ¿Y las clases de religión de nuestros años escolares?
La doctrina nos instruía en una fe fuertemente intelectualizada, encerrada en verdades inmutables. El ejercicio de la fe consistía en que tales verdades servían de soportes de la vida. La piedad tradicional obligaba a una carrera de méritos para alcanzar una salvación futura con la ayuda de los sacramentos. Elementos suficientes en una mentalidad tradicional caracterizada por la sencillez como la de los ambientes rurales.
Para no apartarnos de los hechos conviene refrescar la memoria de lo que fue la vida parroquial en cuanto estos centros se abrían al influjo del Concilio incluso en los asuntos más formales: renovación de la liturgia, dinamización de los aspectos comunitarios, revalorización de las Escrituras, renovación de las promesas del bautismo, nuevas formas de oración, etc. Para el clero parroquial significó dar vía libre a sus inquietudes pastorales, la formación de comunidades ad hoc con sus personales concepciones cristianas, ya en lo tradicional, o en sus percepciones de qué reformas conciliares se deberían aplicar o la militancia socio-política. Con Tarancón de jefe de la Iglesia Española la comunidad eclesial permanecía abierta a todas las influencias de cambio, no sin dificultades. Por una parte un sector del clero en contra o receloso y por otra el Estado Español que se sentía amenazado.
Otro hecho también importante: la Posmodernidad se estaba introduciendo sin haber sido prevista, mucho menos programada, por los españoles, ausentes de la II Guerra Mundial e inmersos en los fascismos de entre guerras por el sistema político de la dictadura.
La Posmodernidad consiste en un pensamiento como un árbol con muchas ramas donde la verdad queda dividida y subdividida gracias al idealismo que se sustenta y une por lo subjetivo. Kiko Argüello fundador del movimiento neocatecumenal fue un converso que abjuró del existencialismo de Sartre abrazando el kerigma del Nuevo Testamento. Una persona muy significativa del Movimiento de Renovación Carismática, Jesús Villarroel O.P., había sido profesor de filosofía actual en la Universidad de Salamanca después de haber estudiado en Roma y Alemania.
Ambas personas, puestas como ejemplo, tienen en común que ha vivido el esfuerzo de dar el salto desde una creencia “religiosa” a unas novedosas vivencias que han sabido comunicar. Concretamos diciendo que fue el salto de una fe del bautismo, del catecismo, sacramental, dominada por una teología filosófica, a una nueva experiencia donde lo doctrinal es acompañamiento de un suceso que yo interpreto como salvador.
Gracias, Román. Sí, es la vida de cada persona lo que hace camino al andar. La auténtica Verdad no es de nadie, todos los caminos de la vida se internan en Ella, aunque parezca que le den la espalda. Es una con la Vida.
Jesús se identifica con lo que hace todo posible, Lo Que Es, nada ni nadie le es ajeno, su capacidad de amar se ha llenado antes de humildad, respeto, agradecimiento.
Tampoco parece imposible que otros caminos de otras personas, vividos en cualquier época y lugar se topen de frente y de lleno con la Verdad y la Vida que el mismo Jesús anheló, experimentó y vivió.
Por lo que alegrémonos de tanta diversidad y riqueza.
Un abrazo.
Ha supuesto mucho para mi la buena disposición vuestra hacia este trabajo que pretendía fuese descriptivo del momento que nos ha tocado vivir. Tal cosa a pesar de mi uso bárbaro de la sintaxis y las preposiciones.
No creo que la Posmodernidad sea buena ni mala, sino el momento del pensamiento que nos ha tocado vivir con sus logros y desacierto. No sabemos todavía si es algo nuevo o una nueva corriente de la misma Modernidad en superación de su crisis. Dice Hans Küng en su obra El Judaísmo, que es un término provisional, heurístico, en la búsqueda de una nueva configuración del pensamiento. Y el teólogo ¿suizo? de esto sabe un rato.
Yo lo que sí sé que se trata del momento cultural que nos envuelve y que la obra de Jesús en su intemporalidad y universalidad se nos hace comprensible y vivible, es decir, aceptable en su novedad para nuestros días, nuestro ahora y nuestro aquí.
Igual que nuestra carga cultural, nuestras ideologías aunque sean teológicas,la formación o ideosincracia, no son barreras para que nos aceptemos en nuestra humanidad hermanada y compartida, tampoco impide que veamos “un toque divino” en la expresión de nuestras espiritualidades.
Las subdivisiones de la Postmodernidad no nos deben apartar, como se ha sugerido por aquí, de la esencia de nuestra fe que es el Cristo del Evangelio. Las reconstrucciones que han querido especular e imaginar “otra” identidad en Jesús de Nazaret no han conseguida definirla, sino opacarla
Por eso parafraseando citas de este mismo hilo, no se trata de que “el Evangelio soy yo” sino que más bien debemos decir “el Evangelio y yo” y lo que me dice éste ante “el signo de los tiempos” puesto que la neo-evangelización no puede anular la base de la FE que es el Cristo de los Apóstoles sino hacerlo más “entendible” a la mentalidad post-modernista que “prescinde” y “se aparta” de los valores del espíritu y ya no le interesa el mensaje de Cristo en un mundo que se ha replegado más y más en lo subjetivo y en lo material, en el que la trascendencia cristiana no interesa ahora puesto que tampoco importa mientras yo pueda vivir la vida totalmente como yo deseo, no como “alguien” me diga, mucho menos “los curas”
Pero el mensaje sacramental de Jesús es leíble y entendible en “todos los tiempos” porque El se propone asimismo como “el Sacramento” para la salvación eterna de TODOS pues esta vida pasa muy rápidamente y está llena de contingencias e incertidumbres. A El debemos seguirle los pasos y El nos va indicando el camino a cada instante. No sólo van a ver a Dios “los limpios de corazón” sino “los pobres de espíritu, los mansos, los afligidos, los que desean la justicia del amor, los misericordiosos, los pacíficos, los perseguidos por ser justos, los que son maltratados por la causa de Jesús” o sea los que en la vida han imitado las virtudes de Cristo y le han seguido los pasos, y no practicaron ni el odio, ni la venganza, ni el crimen, ni con nosotros ni con el prójimo.
He ahí un buen programa salido de los labios del mismo Jesús para el post-modernismo. Un programa para “todos los tiempos” que no perece ni aun leyendo “los signos de los tiempos”. Un programa asequible a todos ya que la experiencia nos dice que muchos han conseguido desarrollarlo y predicarlo, y han muerto en el intento.
Román, gracias por tu artículo y por invitarnos con el a la reflexión. Enhorabuena.
Saludos cordiales
Santiago Hernández
Querido Román, muy bueno el resumen que haces de nuestra reciente historia religiosa en España. La pregunta sería ¿y ahora qué? ¿y el futuro?
Pienso que una cosa son las creencias que han alimentado a multitudes a lo largo de siglos, otra cosa es la fe y cómo se presenta, otra cosa es la Institución-Iglesia Católica, otra el Evangelio, y otra la sociedad actual a la que parece que le van más las creencias (procesiones, romerías, etc.) que en profundizar de verdad en el evangelio.
Parece que la Iglesia ha querido y quiere decir “el evangelio soy yo”. Quizá, sea por eso por lo que la sociedad actual, más libre y más madura, a la vez que ha abandonado la Iglesia, ni le preocupa lo que ha supuesto y podría suponer para la humanidad el mensaje, sujeto al tiempo en el que se escribió, y sin embargo universal en sus valores universales (valga la redundancia), como es el Evangelio.
Sólo con que la Iglesia católica hubiese cumplido lo que sugirió el Vaticano II “saber leer los signos de los tiempos”, hubiese sido suficiente para que hubiese dejado de ser una Institución casi momificada y anclada en creencias y dogmas que nada dicen a una sociedad racionalista, madura y laica. Buscar el ADN en lo que queda de lo que debió ser, sería la única, y no menos difícil tarea que tiene por delante, a no ser que siga deseando ser un poder fáctico, político, poderoso, la institución más rica en bienes materiales de todo el mundo y de toda la historia y cada vez más alejada de los signos de los tiempos.
Cada día, compruebo, las “cosas” que inventan los seres humanos en el seguimiento..:
“De algo o de alguien”
Revistiendo de manera muy torpe, el seguimiento de Jesús; es de verdad estremecedor.
Eso me confirma cada día más… que es más sencillo seguir una de tantas caricaturas que se han creado:
“Que intentar con verdadero deseo y todo nuestro corazón su hermoso Mensaje”…
Da mucho en que pensar ¿verdad?
mª pilar
” La Posmodernidad consiste en un pensamiento como un árbol con muchas ramas donde la verdad queda dividida y subdividida gracias al idealismo que se sustenta y une por lo subjetivo.”
No conocía esa definición de Post Modernismo, lo que no es raro porque soy ignorante en muchas materias. Pero tal cual está descrito, me parece que señala una proliferación de sectas. Yo se que a estos movimientos no les gusta ser calificados de sectas, pero desgraciadamente siguen el estilo y se convierten en algo perfectamente desagradable, siguiendo al extremo los vicios y virtudes de los fundadores, los que se convierten en medios para llegar al cielo.
Así muchas de estas sectas promueven la obediencia vertical, la limpieza y el secretismo o cualidades que no tienen nada que ver con Jesús. Y para proliferación de sectas tenemos el ejemplo de los cultos protestantes que se desgajaron en miles de versiones, más parecidas al estilo cultural de los practicantes que a otra cosa.
En algunas de estas sectas, incluso, los ricos son admirados, ya que si son ricos es que Dios los está premiando. En esos casos hay que meterse el Evangelio en el bolsillo y salir arrancando, porque la subjetividad es excesiva.
La dificultad teórica -o teológica- está en discernir entre lo esencial del mensaje de Jesús y las interpretaciones -bastante interesadas- añadidas a este mensaje. Jesús consideró que el mensaje que portaba el juadaísmo había quedado adulterado por “esas tradiciones vuestras”. Creo que es “jesuánico” que tratemos de discernir qué tradiciones nuestras han adulterado el mensaje de Jesús. Me gusta repetir que veremos a Dios en la medida de la limpieza de nuestros corazones, aunque teóricamente nos equivoquemos de más o de menos (las barandillas de mi puente, necesarias pero no imprescindibles)-
Muy interesante.
Kiko Argüello salto hacia atrás o hacia adelante?
Creo que el futuro de la iglesia católica va a estar muy ligado a este señor. A mi me produce escalofríos la idea, pero es un convencimiento profundo que tengo.
Un saludo cordial