Nos referimos frecuentemente a la sabiduría del pueblo; la democracia –el sistema menos malo– consiste en el poder en manos del pueblo; el Papa Francisco se identifica con la Teología popular. Ahora bien ¿qué pueblo? ¿el que retuitea los bulos difamatorios? ¿el que encumbra a los actores o deportistas que ganan cientos de millones al año? ¿el que paga por un espectáculo lo que en otros países se cobra por un mes de trabajo?
Los evangelios cuentan que el pueblo –ojlos– seguía y admiraba a Jesús; los teólogos dicen que él se encarnó en el pueblo, se hizo uno más del pueblo, lo amaba, se compadecía de ellos; pero también se quejó de que acudían porque les había dado de comer (Jn 6,26) e incluso se mostró exasperado con ellos por su dureza de corazón (Lc 9,41; Mt 13,15; Mt 17,17).
Los historiadores narran cómo el pueblo se sublevó contra la monarquía en la Revolución francesa y en la rusa; Bergoglio ponderaba las devociones del pueblo sencillo, minusvaloradas por las élites sociales y los teólogos; los evangelios contraponen el pueblo a los fariseos, doctores de la Ley, y sumos sacerdotes.
Parece que en general el concepto de pueblo se refiere a una supuesta mayoría de ciudadanos y se contrapone a las élites monárquícas, políticas, sociales, económicas, o religiosas. Esa mayoría de ciudadanos resulta muy variable tanto en número como en calidad, porque depende de cómo la considera –o la quiere considerar– el que habla. En general tiene un sentido positivo o neutro, porque cuando tiene un sentido negativo solemos usar términos como masa, populacho, populismo (de tanta actualidad).
En realidad, la diferencia entre lo que llamamos pueblo en sentido positivo –sabio, prudente, sencillo, cristiano– y el resto de los demás ciudadanos no la establece un título, un cargo, o una calle que divida dos sectores de la ciudad. No la marca una línea externa, sino interna.
A veces he pensado cómo veríamos el mundo si un mapamundi, en vez de marcar los territorios de cada país, marcara –con líneas y colores– los intereses económicos de cada país. ¿Hasta dónde se extenderían Estados unidos, Alemania, China…? No habría posibilidad de distinguir las naciones actuales y apenas los continentes. Pues eso pasa con lo que llamamos pueblo.
La distinción entre sensatez y superficialidad, entre justo e injusto, entre religión e increencia, no separa a un ciudadano de otro ciudadano; esa diferencia separa la actitud de un ciudadano de otra actitud del mismo ciudadano. No sería un mapa de ciudadanos sino de intereses.
Entonces ¿es inútil referirse al pueblo cuando hablamos de cuestiones sociales, políticas, o religiosas? Creo que el generalizar es necesario e inevitable, y este término resulta práctico para designar a lo que se estima como el pensamiento o actitud de una mayoría de ciudadanos, pero resulta muy subjetivo; incluso peligroso si lo consideramos como algo objetivo que avale nuestro pensamiento, y más aún si lo consideramos como algo exigible al resto de los ciudadanos.
El pueblo, como cualquier mayoría según la curva de Gauss, se mantiene generalmente en un nivel medio, ni héroe ni villano; por eso podemos considerarlo un modelo asequible. A veces, un numeroso grupo de ciudadanos se comporta heroicamente –resistencia numantina–; y lamentablemente, quizás con más frecuencia, se muestra más o menos villano, como en el circo romano.
No podemos idealizar ni menospreciar de un modo estable a ese pueblo, porque su papel solamente es como el de un regulador térmico, que permite un razonable equilibrio social. Al idealizarlo o al depreciarlo estamos proyectando –¡y defendiendo!– nuestro sistema de valores.
Pues yo me considero parte del pueblo del mundo mundial. Y me encanta.
¡Hola Carmen! Me alegra y me parece que la comprendo en lo que ha escrito en su última entrada, pero permítame el atrevimiento de esclarecer in poquito el por qué o para qué entretengo esta conversación de entradas mías anteriores acerca de las distinciones entre pueblo, nación etc. Lo hago no porque quiere enseñarla nada a usted, sino porque se trata de una noción importante en muchos sentidos y porque me parece que no estorbe si quiere un pelín añadir precisión en el lenguaje, quizás de modo semejante a las matemáticas en las que no se procede sino del modo debido y no otro, según reglas. Así, pues, no se enfade por mi atrevimiento.
La cuestión de los derechos humanos, por ejemplo, demanda precision al hablar de estas categorías de pueblo o nación. En el caso que tengo más cerca, los indios nativos de los EE UU, por ejemplo, siendo del mismo tronco étnico, si habitan en territorio canadiense o en Florida o en los Planos Centrales, cada uno defiende su herencia de «nación, Cheroquee, Sioux, Apache, etc. Los esquimales que viven en el Oeste del Norte de este continente, en Alaska no se reconocen idénticos a los que habitan en la costa atlántica y se diferencian aún más de los que habitan en el territorio de Siberia, a través del Estrecho de Behring. Y esas «naciones» tienen el derecho fundamental de defender su identidad sobre todo por lo mucho que han hecho los estadounidenses para deconstruirla y asimilarlos a los negros y los hispanos, etc., que no somos considerados blancos caucásicos a menos que lo demandemos.
La única raza humana, no es especie, es raza y los colores de la piel solo son distinciones somáticas que tienen mucho más que ver con la noción de nación.
La noción de pueblo, no es universal tampoco. La denominación original era de «puebla», como imagino que sabe pero está en desuso (DRAE) y se refería a: «2. f. desus. Población, pueblo, lugar.» con una connotación más física, geográfica.
Andaba yo desde hace mucho tiempo enfangado con el invento ese de la nación que, como la primavera de la canción, ha venido y nadie sabe como ha sido, y ahora resulta que tampoco está claro que cosa es el pueblo. Así que, si el poder reside solo en el pueblo, tal y como manda la democracia de estricta observancia, pero el derecho a decidir solo le corresponde a las naciones ¿quién me compra el lío de justificar cualquier gobierno?
Señor García-Caselles: Sin ánimo de controversia, permítame comentarle lo siguiente: Modernamente el término nación parece que haya venido a ser más antropológico que politico y se refiere a una cultura, no importa cuán compleja, que se considere (por sus sujetos) que sea común. Pueblo es mucho más variopinto y ha venido a tener no solo connotaciones demográficas y antropológicas, sino fuertes tinturas políticas. En la democracia que generalmente se da o se dice que existe, siendo representativa, no suele ser el pueblo o la nación quien decide, sino los diputados o delegados en el Parlamento o las Legislaturas y éstos engendros no suelen tener otros intereses que los propios y los de quienes les pagan las capañas electorales.
Esta explicación del DRAE me ha sido de ayuda y por eso la comparto aunque comprenderé que a usted quizás no le interese porque ser muy simple:
«nación
Del lat. natio, -ōnis ‘lugar de nacimiento’, ‘pueblo, tribu’.
1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.
2. f. Territorio de una nación.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
4. f. coloq. p. us. nacimiento (‖ acto de nacer). Ciego de nación.
5. m. despect. Arg. p. us. Hombre natural de una nación, contrapuesto al natural de otra.»
Del artículo: «Los evangelios cuentan que el pueblo –ojlos– seguía y admiraba a Jesús; los teólogos dicen que él se encarnó en el pueblo, se hizo uno más del pueblo, lo amaba, se compadecía de ellos; pero también se quejó de que acudían porque les había dado de comer (Jn 6,26) e incluso se mostró exasperado con ellos por su dureza de corazón (Lc 9,41; Mt 13,15; Mt 17,17).»
1. Ayudaría que el autor en lugar de lo que parece una transcripción fonética de la palabra griega [«ojlos» (sic)], escribiese dicha palabra en los caracteres griegos que le sean propios.
2. El escritor evangelista quizás se refirió a una realidad qualitativamente variable, lo cual, apunta a la deducción de que quizás, Jesús era más comprensible unas veces que otras.
2.1. La noción de que Jesús nunca pudo errar en su estilo de dirigirse a sus audiencias es cuestionable. Alguna parábola tuvo que explicarla, lo cual solo evidencia su errónea valoración de la capacidad comprensiva de su audiencia. Otras veces se negó a responder preguntas cruciales, asumiendo que el momento de explicar más lo que estaba diciendo no había llegado, eso solo apunta a haber fallado en traer a colación un tema que tendría que dejar inconcluso, cuando hubiese sido mejor ser prudente al comenzar a exponerlo o quizás no tocarlo para nada.
2.2. Jesús debió llegar a saber el grado de educación escolar ―por lo tanto, la capacidad de comprensión―de sus escuchas, unas veces eran gente posiblemente analfabeta y otras eran letrados y escribas cultivados. No poco se aclara en las narraciones evangélicas la causa o el propósito de hablar en parábolas.
3. Del artículo: «Parece que en general el concepto de pueblo se refiere a una supuesta mayoría de ciudadanos y se contrapone a las élites monárquicas, políticas, sociales, económicas, o religiosas. Esa mayoría de ciudadanos resulta muy variable tanto en número como en calidad, porque depende de cómo la considera –o la quiere considerar– el que habla. En general tiene un sentido positivo o neutro, porque cuando tiene un sentido negativo solemos usar términos como masa, populacho, populismo (de tanta actualidad).»
3.1. Esta es la mejor evidencia del error conceptual que implica la palabra pueblo. Estas interpretaciones que propone el autor son artificiales no solo dependiendo de la intención de quien clasifica sino de la orientación disciplinar de dicha persona.
3.2. La acepción más general de pueblo que ofrece el DRAE es la siguiente: «Conjunto de personas de un lugar, región o país». noción de pueblo integra a la población que posee una identidad suficientemente común y cualquier clasificación fuera de base ideológica y por lo tanto no generalizable. Un ejemplo es el siguiente: Considerar el término «masa» estrictamente peyorativo es arbitrario. Cuando masivamente la población de un lugar muestra su solidaridad o su defensa de la justicia, o acude en casi su totalidad a una votación, el sentido de la palabra puede ser positiva.
Pueblo, sociedad, nación, civilización; conjunto de personas, colectivos humanos que tienen conciencia de sí mismos. El yo agrandado al nosotros que lo proyecta todo.
No hace mucho tiempo en términos históricos que principió a tomar conciencia de su adultez y nació la Edad Moderna Europea. La cultura produce sociedades maduras y la evolución cultural (algo típicamente humano que nos define) y nos informa sobre lo que pueda aspirar la humanidad en su devenir histórico.
Nos movemos entre nuestras realidades y la utopía. No lo imposible, que sería ensoñación y quimera, sino semilla que precisa de lugar y tiempo para germinar. Lo “ahora imposible” que se va transformando haciéndose posible, porque le damos el lugar y el tiempo para que cristalice en realidades.
Ya que el autor, Gonzalo Haya, nos ubica en la Palestina de hace dos mil años para sus fines didácticos, yo me planto en el aquí y ahora de esta España situada en Europa cuando la utopía democrática está siendo quebrada por diversos obstáculos ideológicos y sociales, los mismos envueltos en la política, tales como los diversos nacionalismos, los excluyentes y hasta el redivivo nacionalcatolicismo que asoma también en el conjunto y en alguna comunidad autónoma. Que la campaña electoral catalana se muestre dividida en dos bloques antagónico ( simplificando; independentistas y constitucionalistas) sólo son un ejemplo de lo que acontece en en resto de España: se ha roto la concordia, la paz social que caracterizaba nuestra democracia.
Se dice de nuestra Constitución nació llena de defectos, “imperfecta”, algo innegable, pero ha continuación se dice que fue una buena cosa y que su carácter posibilista resolvió no pocos problemas y nos afianzó en democracia.
Pero lo que no se dice, y no se matiza, es su “carácter de texto abierto” para que fuese la convivencia y el rodar político, la sociedad civil en suma, la que diese cuerpo y doctrina en cumplimentación de las aspiraciones democráticas.
Decir que el pueblo es sabio, no es una utopía, porque en el seno de cada sociedad habitan los supuestos morales (éticos) integrados por Dios en sus designios creadores, respetando cada responsabilidad individual, su autonomía. También por lo mismo decimos que la sociedad es “plural”, especialmente cuando nos movemos a nivel de las conciencias, que sólo corresponden a los individuos que la integran.Una democracia que no defienda en su seno la pluralidad, será una sociedad dogmática, una tiranía, pero nunca una democracia. La laicidad es connatural a la democracia, el confesionalismo a los regímenes personalistas o totalitarios.
Se pueden decir, alegar y argumentar muchas cosas contra nuestro actual sistema democrático desde su obsolescencia, hasta fallos institucionales, pero no negar que ha sido y es un programa ideal para un sistema de convivencia, que ha dado lugar a la erradicación de los varios tipos de violencia que han sido hasta el presente la constante histórica española.
Dios en Jesús no intervino en la autonomía del hombre, porque se nos dió de forma totalmente gratuíta. Todos estos intentos de inmanencia no sólo oscurecen el carácter de Dios y la naturaleza de su Salvación, sino que rebajan la naturaleza de Jesús y sus obras a una existencia meramente humana.
¡Cuánto da de sí la laicidad!
Es que acaso cuando hacemos alusión al pueblo como soberano caracterizando así a la Democracia lo primero que nos ha de venir en mente es la clasificación de sentidos a los que, por tanto, necesariamente hayamos de hacernos primero esta pregunta ¿qué pueblo? ¿el que retuitea los bulos difamatorios? ¿el que encumbra a los actores o deportistas que ganan cientos de millones al año? ¿el que paga por un espectáculo lo que en otros países se cobra por un mes de trabajo?etc., etc.,
Todas estas preguntas, son posteriores, son el producto de mediaciones que ya nos embrutecen la idea originaria de pueblo contenida en el concepto de Democracia. Lo primero no es la división de sentidos sino su captación unitaria que es en donde se halla esa línea interna de la que habla el autor