Y Voltaire tenía razón al sostener que los teólogos consideraban que la razón es un foco de luz tenue y, por ello, hay que prescindir de ella y dar paso a la fe. Lutero lo decía sin ambages: “La razón es la mayor enemiga de la fe. Quienquiera que desee ser cristiano debe arrancarle los ojos a la razón…“. Muchos teólogos y, sobre todo, los clérigos se sienten a gusto en este territorio, de ahí que laicidad o secularismo (secularidad) son lexías que hay que arrojar a la cuneta, condenando su uso. Parten, a mi entender, de una premisa errónea: oponer la razón a la fe; cuando son dos realidades, dos vivencias humanas que se complementan; dos faros imprescindibles para el oscuro camino de la existencia. Prefiero el término laicidad por cuanto se diferencia y se opone a clericalismo; mientras que la lexía secularismo (secularidad) es opuesto a monacato, a la huida del mundo, del siglo.
Hablamos de una sociedad laica, no porque en ella no tenga cabida lo religioso, la fe, sino porque la razón es quien tiene la primacía en el entramado de valores sociales. Se puede decir que la fe, lo religioso, aporta una visión complementaria a la realidad histórica humana, pero no es el único y exclusivo paradigma a seguir. Si las comparaciones son odiosas, en este mapa lo es más aún. ¿Cuántas atrocidades se han llevado a cabo a lo largo de la historia humana por el fundamentalismo de la fe, al ser considerada como una luz de más kw que la razón, y, por lo tanto, superior a ella? Desde aquella concepción de que lo espiritual, la fe, está por encima de lo material, la razón, y que desemboca en la teoría de las “dos espadas” (no puede ser más desafortunada la metáfora), nuestra sociedad occidental, al menos, ha estado “gobernada” por el clérigo. Ahí está la historia y que a más de uno sorprende lo que decía Gregorio VII en 1075: “Sólo el papa puede llevar los signos imperiales, sólo él tiene derecho a que todos los príncipes le besen los pies, sólo él puede deponer a los emperadores”; o cuando se ve por televisión alguna serie histórica, donde el clérigo no sólo aconseja al emperador, estableciendo los límites de sus decisiones, sino que en más de una ocasión le impone su criterio. Esa ha sido la pura realidad y todavía en nuestra sociedad española el clérigo, a veces sin tapujos, pretende que nuestras leyes y nuestros valores sociales y culturales se adapten a ese pretendido poder de lo espiritual, de lo religioso. Ese tufillo del poder se manifiesta abiertamente en el lenguaje de muchos clérigos. Es el caso, en estos días, de la intervención del cardenal Cañizares en las páginas de La Razón; para él sólo hay un modelo de familia, el integrado por un hombre y una mujer, que es el único “santuario”, donde se protege y defiende la vida. Si en una sociedad, como la nuestra, se defienden otros modelos de familia, ello implica “una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de incalculables consecuencias”.
“A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, o “Mi Reino no es de este mundo”. Jesús de Nazaret, como hombre laico y profundamente religioso a la vez, pretende, desde esa laicidad, culminar una revolución ética y espiritual en el interior de cada hombre y mujer, no directamente en la sociedad ni en su tejido político, legal y cultural. No es necesario aducir aquí su oposición radical a todo lo que olía a clérigo, a sacerdote. Tal vez el texto evangélico más evidente de su laicidad es su diálogo con la samaritana, una mujer y una extranjera para más fuerza significativa, donde se carga sin paliativos el mayor signo de poder del clérigo, el templo: “Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre…, pero ya llega la hora, y es ésta, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 21.23). Este texto nos lleva al de Ortega y Gasset de 1926, para quien Dios no es sólo un asunto de la “religión”, sino también es “un asunto profano”; o lo que es lo mismo “hay un Dios laico, y este Dios… es lo que ahora está a la vista“.
Una sociedad es laica cuando la razón es el foco luminoso principal, no el único, de su caminar por la historia; pero hay que añadir otros pilares a este basamento: libertad, autonomía, ausencia de mediaciones.
- a) Sin libertad la razón no puede desarrollar su rol específico de iluminar el entramado social de una comunidad. Para Blas de Otero libertad es también luz, alba y, sobre todo, palabra que hace trizas el silencio impuesto por la dictadura política o el fundamentalismo religioso. La libertad, como elemento óntico del ser humano, es una de esas certezas irrenunciables y tan placentera que, para H. Bergson, es “entre todos los hechos que observamos, no hay ninguno que sea más claro”. Para el poeta bilbaíno la libertad, ese hecho incuestionable, se relaciona con la ruptura de cadenas y, sobre todo, con el no-silencio; o lo que es lo mismo, poder hablar, hacer uso de la palabra. Nuestra sociedad española sabe muy bien, con la no lejana dictadura franquista, qué es eso del silencio; otro tanto habría que añadir del fundamentalismo religioso, que ampara y promueve no sólo el que las mujeres “in Ecclesia taceant”, sino que el clérigo es el único que tiene la palabra, como bien resalta la Vehementer Nos de Pío X (los textos se podrían multiplicar hasta el infinito): “…que sólo en la categoría pastoral (los clérigos) residen la autoridad y el derecho de mover y dirigir a los miembros hacia el fin propio de la sociedad; la obligación, en cambio, de la multitud no es otra que dejarse gobernar y obedecer dócilmente las directrices de sus pastores”.
- b) A la libertad la sustenta la autonomía, la capacidad de valerse por sí mismo, de tomar decisiones desde el no-silencio y desde la luminaria de la razón, que es la que la regula, para que no sea una autonomía a lo loco, mediante el autodominio, factor también imprescindible, según Tomás de Aquino, en la libertad. En el territorio eclesiástico se aplica la obediencia como elemento impositivo que anula la variable humana de la autonomía. “Oboedire”, por el contrario, implica salir al encuentro del otro y desde ahí compartir las propuestas y no el aceptar sumisamente, silenciosamente lo que se proponga. La parábola del “buen pastor”, desde una hermenéutica rastrera e interesada, le viene al clérigo como anillo al dedo para minar la autonomía del creyente, un adulto que ha de ser responsablemente consciente de su tarea dentro del pueblo de Dios y dentro del mundo; para ello no necesita la voz guiadora ni la mano protectora del clérigo, sino como la de un compañero más en el camino.
- c) La autonomía nos lleva a la no-mediación, es decir, el creyente no necesita del sacerdote ni para relacionarse con Dios ni para recibir las bondades divinas. A tenor de lo expresado en el texto de la encíclica Vehementer Nos el sacerdote, el ministerio ordenado, es el único que sabe y conoce el buen camino y a través del cual, como único agente de los sacramentos, se puede recibir los dones divinos. Así la vida espiritual está en sus manos y ello comporta que la espiritualidad sea regulada, uniforme; por el contrario, desde la libertad y autonomía, la espiritualidad se fundamenta en experiencias relativas, en experiencias individuales que se comparten y se hacen comunitarias, como la de los discípulos respecto del Resucitado, o como la de las beguinas, cuya experiencia de Dios hace exclamar a su confesor: “donde yo las quería llevar, ellas ya habían llegado”; experiencias, pues, transformadoras del creyente, que recupera así su propia interioridad y se derrama a su alrededor. De esta manera resplandece en plenitud la gratuidad de Dios y no es algo que se merece o se “compra”. JA. Marina comparte esta reflexión: “he visto con claridad cómo la idea de Dios se ha ido moralizando. En sus orígenes, la figura de Dios no estaba relacionada con la bondad, sino con el poder. Que Dios se hiciera bueno fue un gran progreso”. Desde esta perspectiva la religión se hace más humana, más espiritual (no tan ritualista y encorsetada por la norma), más comprensiva con la historia y más de acuerdo con el programa ético del Resucitado.
La hora de la laicidad ha llegado para no irse; la sociedad occidental, y la española de manera vistosa a partir de la democracia, aprecia su influencia, aunque, como toda realidad humana tenga a veces expresiones discordantes; pero sus “bondades” están ahí y se palpan, por más que muchos clérigos sigan levantando el dedo condenatorio, comportándose desde “una psicología de ciudad sitiada”, como expresa acertadamente J. Marías. La laicidad es, pues, una buena hija de la llamada modernidad, a la que M. Fraijó alaba con pasión: “Fue el arrollador empuje de la modernidad el que mitigó supersticiones, fanatismos e intolerancias cristianas; fue ella la que desmontó ingenuas e interesadas construcciones dogmáticas; fue ella la que desacralizó fetiches e insoportables fardos autoritarios…”; pero también la modernidad, indica M. Fraijó, siguiendo a J. Habermas, debe reconocer la influencia del sustrato cristiano en la historia y “mirar, agradecida, a la tradición judeocristiana”.
Luis Alberto:
“los creyentes no somos malhechores sino que nos gobernamos por leyes enteramente justas” (del libro de Ester, 8-12p Biblia de Jerusalén)
Pero también es verdad que: “Las leyes de los creyentes son para los creyentes”.
Tales cosas son las que nos separan, porque para realizar tus afirmaciones te apoyas en tres formas de autoridad: “La Iglesia lo prescribe, Dios lo manda y la Escritura lo enseña”
Esa primera instancia de autoridad a la que llamas Iglesia, pero que yo interpreto que quieres decir su Jerarquía de jurisdicción con su autoridad de enseñar y gobernar y que tiene asumido estos poderes como legítimos. Pues bien, tal Iglesia se equivoca cuando pretender legislar para la sociedad civil. Tal cosa correspondía a otro momento histórico, el de la Cristiandad. Cuando los soberanos y los dictadores ( en España) gozaban de un poder absoluto, la Iglesia se creía obligada, como un poder del Estado, a proyectar su fe hacia los gobernados, marcaba las pautas en todos los órdenes de vida y, con arreglo a la misma sociedad se organizaba en todas las instituciones, por ejemplo, la familiar.
No confundamos el secularismo respetuoso con la Iglesia Católica de nuestras dos naciones, España y Perú por razones de herencia cultural, para sacar provecho por nuestra condición de creyentes. No confundamos la libertad cristiana con la “libertas ecclesiae” de la Edad Media.
Nuestra libertad cristiana consiste en la tolerancia y benevolencia respecto a las personas no cristianas, de otras confesiones cristianas, y a quienes no consideran necesario ni desean manifestarse como cristianos.
Para Roman Diaz Ayala
Uno podría tener la impresión de que la Iglesia con su moral y verdad, sea incompatible con la plena madurez de la persona y con la satisfacción de sus deseos más profundos. Lo que yo diría que esto no es cierto; así como no es cierto tampoco, suponer que la moral cristiana sea una moral que limita el desenvolvimiento de su persona.
La moral bien entendida, bien practicada, ilustrada, no solamente no recorta las posibilidades de vida, sino que al contrario, lo ensancha y le da horizontes infinitos.
La ley moral es también ley del hombre. Ello significa que lo que Dios manda, lo que la Escritura manda, y la Iglesia por consiguiente prescribe, no es bueno porque sea mandado por Dios, o porque sea mandado por la Escritura o prescrito por la Iglesia, sino que es bueno en sí.
Por tanto, porque es bueno, para el hombre, la Iglesia lo prescribe, Dios lo manda y la Escritura lo enseña. Esta es absolutamente capital.
Toda la historia del corazón humano prueba esto: que la experiencia del mal más bien recorta el horizonte vital; en cambio, la apertura al bien, la apertura Dios, da ciertamente alas al espíritu. Que no es necesaria la experiencia del mal, para llegar a la madurez. Que la libertad no consiste en poder hacer el mal y en no elegir el bien; y que la verdadera plenitud del acto libre, está en que uno es capaz de escoger el bien. Que la potencia de experimentar el mal, el hombre no la debe actualizar experimentando efectivamente el mal, sino que la riqueza psicológica que fomenta la religión, hace que uno lo sepa, sin haberlo realizado.
Ni Cristo ni María necesitaron el mal. Tampoco nosotros la debemos necesitar.
Luis Alberto,
Se puede estar de acuerdo o no con lo que diga o haya manifestado el obispo Cañizares, pero esta no es la cuestión que en principio de dilucida aquí sino la imposición dogmática de la formulación de una verdad, o un hecho de naturaleza moral de forma excluyente como la única verdadera. Una doctrina religiosa comporta una moral de salvación, pero que sólo afecta a los individuos que estén en comunión con la misma.
¿Hasta qué punto es legítimo imponer una moral privada, es decir, una cuestión de ética privada que afecta al ámbito de las conciencias, al conjunto de la sociedad civil?
Hasta donde yo sé, La República del Perú se ha constituido en una república presidencialista estando en vigor la constitución de 1993 que se define como laica. ¿Puede la Iglesia Católica Peruana legislar para el conjunto de la ciudadanía?
Me dirás que puede instruir a sus fieles, y dentro de la misma ya se producirá el debate sobre su Magisterio. Es lo que hace el Papa Francisco desde Roma para quienes sean de confesión católica, y tendrá también quizá autoridad moral para denunciar las injusticias de este mundo. Pero aquí en España estamos denunciando la coerción del poder ejercida por un grupo corporativo (alto clero) en contra de nuestro ordenamiento jurídico.
La sociología, y la política, la legalización del divorcio en lo civil y la «anulación» en lo canónico, escindieron la familia nuclear del resto de familiares cercanos y contribuyeron a la devaluación del «matrimonio» el cual hoy día ha devenido solo una relación contractual opcional y voluntaria, no necesaria y terminal. La arquitectura urbana y la industria de bienes raíces con sus bloques multifamiliares de espacios minúsculos y hacinados hicieron el resto.
La estructura patriarcal durante tantos siglos ―nótese que es anterior al cristianismo― que legalizó tanto el maltrato de la esposa cuanto la opresión paternalista de la prole con la bendición religiosa― probablemente causó la demolición progresiva de la noción de familia, incluso (por ausencia del elemento paternal saludable) con respecto a la noción culturalmente prevalente, al menos en Occidente.
Es solo lógico interpretar que la situación actual de la familia esté crecientemente caracterizada por la de progenitura colaborada a distancia e intoxicada de antagonismos; la aparición de hogares monoparentales por opción y la escisión definitiva de las «dos» familias, la nuclear y la extendida, a menudo re-aproximada incluso por razones utilitarias o prácticas.
La jerarquía católica impulsó el ministerio docente de las órdenes religiosas cuando el Estado civil laicizó el cuidado de la salud y la filantropía, y lo hizo con propósitos de penetración social, proselitismo, expansión ideológica o como se le quiera llamar y arrebató a los progenitores el rol de formación ético-religiosa. La modernidad completó el cuadro. El laicado se adaptó por conveniencia y solo recientemente ha llegado a reclamar su derecho sobre dicha función. Francisco ha defendido la idea.
Tampoco se puede ignorar el surgimiento de diversas formas de institucionalización del hogar después de la larga experiencia de destrucción de la familia constituida por la epidemia de pedofilia clerical incluyendo a obispos encubridores. Ésta constituye un atentado mayor a la desfasada noción de «familia» como equivalente a matrimonio sobre todo con respecto a la formación ético-religiosa de la prole. El celibato obligatorio y la noción de la vocación sacerdotal/religiosa de origen divino han adicionalmente influido en la devaluación del matrimonio y de la familia como las formas «ordinarias» y preferibles de la vida cristiana o evangélica. Es de recordar que a la Iglesia se la llama figurativamente esposa o madre y maestra; a Jesús se le llama figurativamente «esposo» y «hermano» lo cual a menudo constituye un lenguaje confuso, sobre todo en las teologías del sacerdocio y de la vida religiosa respectivamente.
Hay ya demasiado confusión en el lenguaje para razonablemente demandar una noción purista de los significados de «hogar», «familia», «progenitores» y «matrimonio». Un buen estudio de todo esta melange lo ha hecho Elisabeth Roudinesco en su «La familia en desorden, Barcelona, Anagrama, 2004» que Fayard había publicado en 2002.
George, es muy oportuna tu observación,
y como lo haces desde la política, quisiera que mi comentario se entendiese también en términos políticos.
Durante el Proyecto de Reforma política realizado por iniciativa del Rey Juan Carlos y ejecutado por el entonces presidente, designado por el monarca, Adolfo Suarez había que conseguir que la conferencia de los obispos españoles, donde residía la Jearquía de la Iglesia Católica Española, dejaran de ser “un poder del Estado”.
Aquellos momentos lo llamamos la Transición Política, pues pasábamos de un régimen personalista herencia de una dictadura a una democracia moderna homologable con las democracias europeas.
Providencialmente, y por un breve momento histórico, los obispos españoles, capitaneados por el Cardenal Enrique Tarancón, parecieron aceptar que la Iglesia dejaba por primera vez en la historia ser un actor político, aunque pidió plazos para resolver algunas cuestiones pendientes. Una de ellas era la autofinanciación sin tener que recurrir a las arcas del Estado.
Desde entonces, y ya en pleno movimiento de restauración dentro de la Iglesia Católica, la Jerarquía se convirtíó en un grupo de presión con el cual han ido coqueteando ejecutivos y partidos políticos en función de la rentabilidad política de sus masas de votantes. De aquellos polvos viene estos lodos.
El Acuerdo suscrito con la Santa Sede tiene algunos aspectos inconstitucionales, pero ni el mismísimo presidente socialista Rodríguez Zapatero se atrevió a denunciarlo, siendo una vieja aspiración socialista.
Ahora sería un momento oportuno con el nuevo inquilino de la Santa Sede, pero nos gobierna el Partido Popular, de tintes confesionales.
A la cuestión de las finanzas, la educación, las inmatriculaciones y otras, tenemos que añadir en estos momentos la cuestión catalana.El nacional-catolicismo del que está impregnado el conjunto de los obispos, dado se centralismo se ha atrincherado en la Conferencia Episcopal. El nuevo nombramiento de cardenal que el Papa Francisco ha hecho en la persona del Arzobispo de Barcelona, en los mentideros políticos españoles es interpretado como un gesto papal queriendo dejar a un lado el asunto del independentismo como una mera cuestión política que está en manos de la sociedad catalana y que la Iglesia tiene que centrarse en su labor pastoral. Las gentes de cataluña de afiliación católica no dejarían de ser católicas por afiliarse políticamente al independentismo.
Es que Cañizares tiene una mente muy calenturienta, también nos podríamos preguntar que le pasará (en fututo) a un niño (es acaso un niño un producto? Un producto acabado?) ante los abusos de clérigos colegas de Cañizares?
Gusta hablar de imitación con respecto al Evangelio pero lo que la imitación abarca es sólo el contenido, sin embargo lo que de Él hay que vivir es el AMOR. Hay que vivir el Amor en sus diferentes formas. Y esto es justo cosa de la razón. El término de la razón no es ningún producto sino creatividad funcional y abierta. .
Este lenguaje del cardenal Cañizares de que el UNICO modelo de familia es entre UN HOMBRE Y UNA MUJER, no es patrimonio ni de la Iglesia ni de la fe, es de la humanidad desde que aparece el hombre y la mujer.
Usted mismo don Antonio es producto de un hombre y de una mujer. La razón nos dice que un ser humano es producto de un hombre y una mujer, la razón no dice que “también” se puede dar en otro modelo de “familia” del mismo sexo.
El mismo evangelio nos habla del UNICO de modelo de familia de la que tenemos que imitar: la familia de Nazaret.
Por supuesto que este modelo de familia es atacada por “otros” modelos de familia, como por ejemplo: entre dos hombre o entre dos mujeres y en el medio, los niños.
Me pregunto ¿qué pasaría en la mente de un niño cuando entra al cuarto de sus “padres” y encuentra a ambos “padres” en pleno “combate”?
Yo creo que a eso se refiere el cardenal Cañizares cuando habla de “una actitud irresponsable y suicida”.
Saludos y sin ánimo de polemizar.
PLURALISMO LAICAL: ¿Alguien sabe si el arzobispo emérito de Madrid paga impuestos sobre su piso de 370 metros cuadrados en la Calle Bailén? ¿Paga Rouco Varela impuestos por su «retribución» como todo hijo de buen vecino?
Fuente: http://politica.elpais.com/politica/2017/01/13/actualidad/1484326892_643374.html
(Del original de Fernando J. Pérez – Madrid 13 ENE 2017 – 22:42 CET – Resumido por mí)
“La Iglesia cumplirá en todo momento lo que se solicite desde la autoridad civil en el marco de la legalidad vigente. No hay ningún problema en ello. Para nosotros la transparencia de cara a la sociedad es clave para poder comunicar lo que la Iglesia es y hace. Es su misión en el mundo”, sostiene Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal. El responsable financiero de la Conferencia Episcopal, autor de varias obras sobre la fiscalidad y la financiación de la Iglesia católica española, se declara “consciente” de que “hay un largo camino que recorrer” en transparencia. El encargado de las finanzas de la Iglesia española entiende que lo que esta recibe “no es una partida presupuestaria de gasto sino una minoración de ingresos derivada de la libre e individual determinación de los contribuyentes”.
Los obispos españoles recibieron en 2014 —último año del que han presentado Memoria— un total de 251,2 millones de euros por la casilla por la que cada contribuyente individual asigna directamente a la Iglesia el 0,7% de su cuota del IRPF. El 81% de esa cantidad, que no pasa por los Presupuestos del Estado, se distribuyó a las 69 diócesis españolas y el resto lo distribuyó la conferencia de prelados para diferentes conceptos: seguridad social del clero, retribución de los obispos, proyectos de rehabilitación y construcción de templos. Estos 250 millones son solo una parte de lo que recibe la Iglesia católica del Estado. Europa Laica calcula que entre subvenciones, desgravaciones y exenciones de impuestos recibe unos 11.000 millones de la Administración.
La iglesia evangélica se queda sin casilla del 0,7% de las declaraciones.
La asignación directa del 0,7% de la cuota del IRPF supone, según la Conferencia Episcopal el 23% de los recursos de las diócesis españolas, frente al 37% de las aportaciones directas de los fieles. ¿DE DONDE PROVINO EL 40% RESTANTE EN 2014?
Sí, Román, puede haber en estos enfoques algo en común aunque partan de distintos puntos de vista como tú mismo has detectado, sin embargo pienso que lo que en común se comparte no viene a ser lo mismo o incluso puede servir de impedimento para alcanzar aquello que nos hermana a todos. Ahora desarrollando este punto contigo me ha salido al paso otro modo distinto de explicar el concepto aquel tan raro de dimensión óntica, porque si bien coincidir en lo común no traspasa lo meramente superficial lo que nos hermana a tod@s es de una dimensión más profunda. Si se estirara el hilo por aquí rozaríamos la cuestión en su aspecto más rico, pero ahora no me puedo entretener más.
Un feliz domingo para tod@s!
Oscar, muy ocurrente por tu parte utilizar el vocablo “ordenamiento”, parauno de tus afilados comentarios “contra-discursivos”.
Por suerte aquí en España gozamos de algo mejor que una democracia puramente nominal, y tampoco estamos en un Estado fallido, a pesar de los graves males que estamos padeciendo. Mal que le pese a una pequeña minoría que ve con recelo nuestro ordenamiento constitucional que descalifica como la continuación de la legalidad de la pasada dictadura, hace ya cuarenta años, España goza de una madura sociedad civil,es dueña de su soberanía, aunque muy amenazada y miramos con relativo optimismo nuestro futuro en este siglo XXI.
Nuestra crisis de conciencia nacional que se manifestaba muy agudamente en los meses por mitad del año pasado (2016) tal y como se reflejó en el Editorial de ATRIO del verano pasado, nos ha servido paraque estemos construyendo diversas alternativas dentro del concepto de que otra Españaes posible.
No me pillas desprevenida Oscar, esperaba esta reacción tuya, esa dimensión de lo humano no hace referencia para nada a estas ontologías o metafísicas que tanto te escandalizan y que, en efecto, afortunadamente, las dejamos hace siglos, esa dimensión apunta a una nueva concepción de realidad física a partir de la indeterminación de Heisenberg. ¡Te quedas más tranquilo así, Oscar!
Luego, cuando acabemos de comer, leeré tu comentario Román y gracias adelantadas…comprenderás que tal aspaviento no podía hacerse esperar!
Hola Román (doble)!
Si fuera como tú bien dices:
– “(vivir) en una sociedad civil española
abierta gracias a nuestro actual ordenamiento jurídico”-
se podría sub-titular lo del compañero Gil, así:
-“Bendito nuestro actual ordenamiento jurídico”-
………………………
Sin embargo, pareciera que la vida de la Gente (tanto en España como en todas partes del mundo, de las que nos enteramos) es una vorágine arrolladora de “des-ordenamiento jurídico”.
Pondría un ejemplo de entre los más graves:
¿Cuál es el “ordenamiento jurídico” para los Paraísos Fiscales, a los que –para no pecar de ingenuidad- se les sub-ordinan los “actuales ordenamientos jurídicos”?
Otros:
¿A qué “actuales ordenamientos jurídicos” responden las mayores fuentes de recursos, a saber: Guerras y Trata de personas?
Pienso que tú sabrás agregar muchos otros, p.e.: Droga en las Escuelas, donde –al decir de un obispo argentino: Lozano-, “no falta nunca: tiene asistencia perfecta”.
Favor de avisar si alguien ha visto por ahí una “dimensión óntica” de la persona.
Se agradecerá Info sobre su paradero, debido a que hace algunos siglos que hubo “desaparecido”, aunque sabíamos que estaba oculta en los Claustros universitarios de las variantes Metafísicas y en casi todos los Seminarios, fabricantes proveedores del crelicalismo galopante.
en estos enfoques,el mío, si es que es diferente al tuyo, y el del autor,con el que te ves coincidente existe una cuestión común, que valoramos al ser humano y su dignidad,En nuestra sociedad civil española,sociedad abierta gracias a nuestro actual ordenamiento jurídico, cada individuo asume su responsabilidad personal, es celoso de su autonomía (ética, social y política) y no es una calcomanía de su colectivo.
Tiene hermosas consecuencias siendo la más importante el reconocimiento de la persona del otro, de ser igualmente libre, digno y capacitado por su razón, respetanto sus proyectos políticos o religiosos, sus sentimientos y sus creencias. La cooperación social se manifiesta en el libre juego de las mayorías y de las minorías en la aceptación del valor superior de la convivencia, de las leyes que nos hemos dado.
Tiene como consecuencia no tener el deseo de utilizar el poder político para impedir otras expresiones, de doctrinas, creencias o idearios políticos, como si la nuestra fuera la única moralidad política digna de practicar.
Hola Román, un saludo!
No hay dificultad si distinguimos la perspectiva desde la cual partimos porque la mía, como creo que así también la es la del autor, parte de la propia dimensión óntica de la persona como así bien lo indica él mismo señalando cada uno de estos elementos que la constituye como es la libertad, la autonomía y con ellas, por tanto, hacia una derivación lógica de la innecesaria mediación clerical. En cambio tu planteamiento parte desde una perspectiva política constitucionalista organizada clericalmente que le ha usurpado al ser humano aquella dimensión óntica que le es propia. Se puede ir por esa vía naturalmente que sí pero es muy lenta tod@s los sabemos, el conservadurismo es muy celoso de sus conquistas.
Hola, M.Luisa:
No percibo tal dificultad en los términos en que tú la planteas.
La confesionalidad del Estado Español propia del régimen de F. Franco quedó suprimida cuando nos dimos un nuevo ordenamiento jurídico. La laicidad es un valor constitucional. Pluralismo y aconfesionalidad son los elementos necesarios de la laicidad y ambos están recogidos en el artículo 1.1 de nuestra Constitución.
Las personalidades políticas o del clero católico que aboguen por alguna forma de confesionalismo o que quieran perpetuar o restituir formas del pasado, están contagiadas de la patología del confesionalismo.
Por tal motivo, yo apuro los conceptos. A la laicidad oficial se le está oponiendo alguna forma del confesionalismo redivivo.
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Disiento ya en el planteamiento inicial del amigo Román, pues lo opuesto a la laicidad no es el confesionalismo sino la confesionalidad la cual, precisamente, por haber pervertido su cualidad mediando administrativamente el poder clerical, se ha convertido en confesionalismo mostrando el aspecto negativo de la cuestión. Por tanto, llegado este extremo es de exigencia natural la vuelta a la laicidad, tal vez con ella y desde ella pueda llegarse a una confesión de fe verdadera.
Tanto en este hilo como en cuantas veces se considera este tema de la laicidad o laicismo en nuestros ambientes se suele incurrir en el problema del clericalismo como lo contrario,cuando esto no es exactamente así. Ya hemos dicho que lo puesto a laicidad necesariamente tiene que ser el confesionalismo.
El clericalismo es por sí mismo una patología social y corporativa que se puede dar en nuestras iglesias cristianas (el adjetivo es para acotar el tema), siendo muchísimo más grave cuanto que la organización esté mucho más jerarquizada. Encontramos esa característica muy fuertemente asentada en la Iglesia Católica Romana con diferencia a las otras confesiones cristianas, también por razones históricas,con el reforzamiento de las doctrinas sobre el Papado.
Estamos hablando de esa influencia excesiva del clero, ya sea de manera personal o mediante instituciones eclesiásticas,conferencias episcopales, por ejemplo, en los asuntos políticos, sociales y culturales, cuando constituyen grupos de presión o dejan notar su influencia en determinadas corrientes o partidos políticos, en definitiva, cuando hacen ejercicios de poder en asuntos que propiamente no son de su incumbencia.
El clericalismo lo sufre la sociedad civil, de acuerdo, pero también lo sufrimos el conjunto del pueblo de Dios que vemos “intervenida” nuestra autonomía. Pero aquí ya nos introducimos en cuestiones propias de nuestra fe, y en rigor son cuestiones de Derecho Privado, y que nocreo esté en el ánimo del autor aunque cite “Los Evangelios y la persona de Jesús”.
Coincido contigo Antonio R. en muchos de los tópicos que presentas en tu interesante comentario..También yo creo que es necesario usar la razón como la base de la fe…Ésta ya nos iluminará si vamos a la fuente original que se encuentra en el Jesús del Evangelio…Y por supuesto un clericalismo entendido como burocracia y meros ritos sin ningún sentido, ignorando completamente la profundidad y el significado del ser cristiano, es una falsedad…Sin embargo, si exploramos mas la fe de lglesia desde “el principio” veremos como todo se va aclarando, y entonces mientras mas escarbamos en las fuentes fidedignas e históricas, en una exégesis seria y coherente, mas nuestra fe en la Iglesia verdadera se afianzará frente a todo lo que es negativo..en el mundo actual…
También creo que la laicidad no puede ser excluyente…En la Iglesia hay cabida para todos…Jesús era un psicólogo profundo del alma humana y supo lo que hacía al venir a este mundo para “permanecer en nosotros y hacer que nuestro gozo sea completo” tal y como se lee en el evangelio de S. Juan..Por eso, siendo Jesús el único sacerdote de la N. Alianza, ya que El era el que se ofrecía y ofrecía, la víctima y el victimario, el sacrificio y el oferente del mismo,… quiso que también nosotros, mediante Su gracia, participáramos ampliamente de su ministerio sacerdotal..por medio del cual es propicia nuestra propia salvación…
Por eso el Vaticano II habla de que “el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo…Su diferencia es esencial, no sólo gradual…Porque el sacerdocio ministerial, por la potestad que goza, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre del todo el pueblo; el sacerdocio laical, en cambio, en virtud del su sacerdocio real, asiste a la oblación de la eucaristía y lo ejerce en la recepción de los sacramentos y acción de gracias, con el testimonio de la santidad de vida, de la abnegación y de la caridad operante (Conc. Vat. II, LG, Cap II, 10
Por eso leemos en las Cartas Apostólicas que “el Espíritu Santo…. da también a los fieles, dones peculiares, distribuyéndolos a cada uno según Su voluntad (1 Cor. 12, 7-11) de forma que todos y cada uno, según la gracia recibida, poniéndolos al servicio de los demás, sean también ellos buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4,11) participando de esta manera voluntariamente en el mismo sacerdocio de Cristo que ES la cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia al que todos pertenecemos por nuestro bautismo.
Jesús, pues, llamó a los Doce y sólo a ellos les “ordena” diciendo “Haced esto en Mi memoria” “Recibid el Espíritu Santo..A quienes perdonareis los pecados les serán perdonados”….Los Apóstoles jamás se hubieran apropiado de ejercer el ministerio sacramental si no hubiera sido ordenado a ellos como el Colegio de los Doce, creado por el mismo Jesús, aún de manera genérica…La interpretación testifical fue verdadera…
Por eso Pablo, ya hacia la década de los 50 DC, nos habla del “ministerio de la reconciliación”, del sacramento de la penitencia, “porque todo procede de Dios, quién nos reconcilió consigo por mediación de Cristo, y a nosotros nos dio el ministerio de la reconciliación…En nombre… de Cristo, somos embajadores como que Dios os exhorta a vosotros….por medio de nosotros. Os rogamos a vosotros en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5, 18-21)
Y en los Hechos de los Apóstoles aparece ya la praxis sacramental y ministerial de Iglesia, bautizando, confirmando, en la fracción del pan y en la ordenación sacerdotal…ya que Pablo y Bernabé “habiendo evangelizado aquella ciudad (de Derbe) y hecho numerosos discípulos se tornaron a Listra, a Iconio y a Antioquía…“y habiéndoles impuesto las manos (kheirotonésantes)…. les constituyeron presbíteros en cada iglesia, orando y ayunando, y los encomendaron al Señor en quien había creído” (Hechos 14, 19-23) Por eso la Iglesia sacramental ministerial tienen origen apostólico…que se remonta al mismo Cristo que quiso que la gracia llegara a nosotros principalmente a traves del ministerio de la Iglesia y así se los manifestó antes y después de su Resurrección…Así se lee en los documentos del siglo I y II…Y en la Didajé aparece como se ejercía este ministerio sacramental en la primitiva Iglesia…y Clemente Romano, el tercer sucesor de Pedro habla del ministerio de los presbíteros y de los diáconos como “muy abundante” al final del siglo I…
Por lo demás, nuestro ministerio laical se complementa con el ministerio sacramental en la Iglesia milenaria de Cristo…Estamos unidos, por privilegio, en la misma Iglesia de Cristo, que está viva y se sigue desarrollando extraordinariamente aún en este siglo XXI
Un saludo cordial Santiago Hernández
Aunque el tema es muy complejo, y en España revierte una particular importancia, procuraré ceñirme a lo que nos propone el autor. Éste teoriza sobre la laicidad orientando su artículo a lo que atañe a la iglesia Católica Española en las personas de algunos de sus obispos.
La Constitución Española pudo ser encuadrada en la democracia moderna europea después de un largo período de cuatro décadas de régimen autoritario y confesional que la precedió en 1978. Destaca desde entonces su laicidad que se asienta y es inseparable del pluralismo y la aconfesionalidad religiosa.
Si nos remontamos a los órigenes europeos de dicha laicidad, como hace el autor, hasta las ideas y principios que dieron lugar a la Edad Moderna, éstos tomaron carta de naturaleza en la Ilustración para terminar consolidándose en los últimos 200 años, y vemos entonces que estos dos valores de modernidad – pluralismo y aconfesionalidad del Estado y la sociedad- “son inseparables de la condición esencial de las sociedades abiertas y se incorporaron a la filosofía política primero por Bergson en “Las dos fuentes de la moral y la religión” (1932) y despuéspor Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945)”. léase Gregorio Peces-Barba “La España Civil”, de Galaxia Gutenberg-círculo de Lectores, página 62.
Con buena lógica a La Ilustración se la conoce como la era de la razón, así figuraba en nuestros libros de texto, la razón como úico principio de verdad. Sin embargo, antes, en los principios del siglo XVI, en aquellos prolegómenos, ocurría que la razón había estado siendo prisionera de la filosfía escolástica que lejos de regirse por la conciencia individual lo hacía por el orden del universo creado.
A partir del Renacimiento cultural se quizo volver a la racionalidad de los griegos recién redescubiertos, pero ésta se había mantenido cautiva sirviendo a la teología medieval, con la cual, como un castillo el pensamiento racional construyó la Cristiandad Medieval. La lucha de Lutero no se vivió directamente filosófica, sino escriturística. A la razón de la teología de Roma le oponía la fe, pura, individual, sencilla, de las Sagradas Escrituras.
La Modernidad abrió esta nueva senda con el laicismo entendido como “lo ajeno a la religión” frente a la confesionalidad, un valor filosófico, frente a un valor teológico.
Más tarde la filosofía del Derecho, apurando el concepto de laicidad pudo romper también el aparente dilema entre razón y fe, aaunque ya los teólogos que se habían desprendido de la Escolástica y del Agustinismo, habían encontrado otras vías de solución más personales.
El confesionalismo religioso igual que las ideologías dogmáticas precisan de sociedades cerradas donde el individuo se somete al fundamentalismo sea religioso o político, con su dialéctica de amigo-enemigo, y una única moral posible, sea religiosa o política.
A una parte de la Iglesia Católica Española le resulta difícil aceptar la convicencia de una sociedad abierta por su pluralismo y su aconfesionalidad, pues consideran que sólo podrían someterse a una autoridad de carácter religioso, o, en su caso, a los principios religiosos.
El pluralismo en cambio nace del libre ejercicio de nuestra libertad individual, de pensamiento y de conciencia.
Artículo 1,1 de nuestra Constitución: Esspaña se constituye en unEstado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicias, la igualdad y el pluralismo político.”
La mención que hace el autor al cardenal Cañizares en las páginas del periódico La Razón pone muy a las claras que estre prelado rechaza el pluralismo y desea reintroducirse en la vida social y política con un único referente moral. Es grave, porque taql muestra de confesionalismo busca insistentemente legitimarse en el poder político.
Se llega a nivel de sociedad laica precisamente porque a la razón se le ha puesto a trabajar en lo que a su objeto se refiere que es pensar. Pensar en aquello en lo que se ha venido creyendo, en aquello que hasta el momento se ha ido repitiendo con inercia haciéndole un cómodo lugar en nuestra conciencia cuya consecuencia ha significado históricamente una sustracción de nuestra capacidad cognitiva que en su vulnerabilidad estructural el clericalismo supo aprovechar para su propósito medial. Pero esto se acabó! porque si bien esta mediación clerical todavía encontró algún resorte, alguna fisura, cuando surgió la Razón Ilustrada para no claudicar en su empeño, ya no lo hallará en el surgimiento de la Razón Humana en cuanto el sujeto de ella es libre y autónomo.
Con todo mi respeto a Voltaire y a Lutero, discrepo de ellos en cuanto a la necesidad de prescindir de la razón a no ser que cerremos los ojos y nos echemos en brazos de la fe a oscuras, sin ese “foco de luz tenue” y que yo no lo veo tan tenue. Actuar así va contra el pensamiento tomista que atribuye a cada hombre (y mujer) la plena responsabilidad de una relación propia, de una relación libre, con Dios. Para alcanzar esta situación es necesario utilizar la razón. Ésta, usada con honestidad, nos ilumina lo suficiente para llegar hasta donde es posible en lo relativo a la Divinidad. La razón honesta acepta su existencia, pero no de manera absoluta, sino con dudas, aunque con más probabilidad que la opción contraria.
Partiendo del Dios manifestado por Jesús y haciendo uso de la razón, sin mediación teológica alguna, llego a la conclusión de que después de esta vida, existe la Vida eterna. Mi razón no admite que el Dios de Jesús haya creado al ser humano para una temporada y después desaparecer. Si el Dios de Jesús es el auténtico hay que esperar, como dice José Mª Castillo, “la transformación de una forma de existencia a otra forma de existencia, que sacia todo posible deseo y toda ilusión por más imaginario que se nos antoje”.
Es cierto que el clericalismo, ese del que Francisco ha dicho que “es una bestia contra la Iglesia”, ha influído muy negativamente en los creyentes. Esa gobernanza clerical en occidente de la que habla el artículo, ha marcado durante siglos la manera de entender el Evangelio, conocido casi exclusivamente por la palabra del clérigo, aunque es cierto que este hecho también existe y con más fuerza en otras religiones, pues de todos es conocido el integrismo islamita en regímenes dirigidos por ayatolás.
Las palabras de Gregorio VII citadas en el artículo carecen del más mínimo fundamento bíblico y son contrarias a la letra y al espíritu del Evangelio. Que pena le daría a Jesús que su máximo representante (?) expresara ideas tan opuestas a las suyas. Pienso que los grandes tratados de teología no aportan demasiadas ventajas para los creyentes, a pesar de que me identifico con muchas de las ideas expresadas en algunos.
Abogo por una laicidad total, pero no excluyente, porque Jesús era láico y desarrolló durante un corto pero intenso período de tiempo una profunda predicación sobre su proyecto del Reino de Dios. Los Apóstoles y demás discípulos eran láicos, pero en posesión del sacerdocio bautismal que sería el único existente si no se hubiese creado el sacerdocio ordenado, origen del clericalismo actual que divide a los bautizados en dos castas: los que mandan y los que deben obedecer y, además, que los primeros sean varones, ya que a las mujeres, tan próximas a Jesús antes y después de su muerte (los primeros testigos de la resurección), se las olvida o se las destina a sus labores.
DE ACUERDO la afirmación de que “razón y fe” son complementarias…como dice el autor son “dos faros imprescindibles para el oscuro camino de la existencia”…Por eso, cada uno nos aporta luz en la la penumbra de la vida…ya que la fe sin la razón es fanatismo y la razón sin la fe es reducccionismo, al anclarnos y cerrarnos a nuevas formas de conocimiento que no excluyen, ni muchísimo menos, el fenómeno religioso del ser humano…Por eso la laicidad tampoco es antagonista de lo clerical…La Iglesia de Cristo se estableció sacramentalmente en el núcleo de los 12 que Jesús llamó ex-profeso hacia El para la predicación y para transmitir la mismísima gracia que Cristo, durante su vida en la tierra, se encargó de repartir entre todos, por eso les dice a ellos: “Id, pues enseñad a todas las gentes, bautizándolas etc.” (Mt. 28, 19-2=…..”Después..señaló el Señor otros setenta y dos discípulos, que envió de dos en dos delante de si a todas las ciudades y sitios por donde había de pasar. Y les dijo: “La mies es mucha y los obreros son pocos. Rogad, pues al Señor de la mies que envíe obreros a su campo. ¡Partid!” (Lc. 10,1-3) Y les dá instrucciones concretas para la predicación de la Palabra…Por eso, el Concilio Vat. II dice que “en Cristo la Iglesia es como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Conc. Vat. II, Cap. 1, No 1)
Por eso “Jesús de Nazaret, como hombre laico y profundamente religioso a la vez” pretende no sólo actuar “en el interior de cada hombre y mujer” sino también “desde el exterior” de la Iglesia viva y visible, puesto que manda a los Apóstoles, del núcleo de los 12, a enseñar a practicar “todo cuanto Yo os he mandado”…Por tanto, tampoco aquí debe existir antagonismo entre el magisterio apostólico que tiene su origen en el la Buena Nueva del Evangelio y la espiritualidad de nosotros, los laicos: “A los apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su propio nombre y autoridad. Los laicos, por su parte, partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión del pueblo de Dios” (Conc. Vat. II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Capt. I, 2)
Por eso, la libertad implica responsabilidad como que es un don que, como nuestra existencia, no fue autocreado, sino recibido…Como don de Dios, con el cual participamos de la naturaleza del mismo Creador, que es esencialmente libre, los seres humanos no pueden ser coaccionados por ninguna “potestad humana”… ni que “en materia religiosa se obligue a nadie a obrar en contra de su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella” Somos pues libres de escoger la verdad ya que es el acto libre lo que nos distingue como seres racionales…Dios creó la libertad y nos la ofreció….y quiere que le escojamos libremente…Libremente, pero con madurez personal decidiremos el camino que Cristo nos ofrece….Este camino es doble y consiste en medios internos y externos…El vino primero y quiso que le ofreciéramos el obsequio de la FE en El y nos transmitió su verdad a través del Pueblo de Dios….tal como debe ser la imitación de Su vida y de Su palabra…
Un saludo cordial Santiago Hernández
Me alegra, George R Porta, que mi artículo haya despertado en ti curiosidad filológica (ya sabes que de la curiosidad brota la sabiduría). Que tengas preferencia por la lexía “seglar” en lugar de “laico”, pues sobre gustos no hay nada escrito. Me inclino más por “laico” para afianzar así lo de pueblo “llano”, aunque también el clérigo sea pueblo, pero tradicionalmente es un “separado”, un “colono” si nos atenemos a la raíz griega y no digamos nada si nos vamos al Derecho Canónico o a los documentos pontificios.
Leo: «A la libertad la sustenta la autonomía, la capacidad de valerse por sí mismo, de tomar decisiones desde el no-silencio y desde la luminaria de la razón, que es la que la regula, para que no sea una autonomía a lo loco, mediante el autodominio, factor también imprescindible, según Tomás de Aquino, en la libertad.»
La «libertad» la comprendo solo como praxis, precisamente porque solo es practicable después de que todos los discernimientos —incluidos los éticos o morales— que establecen la inevitabilidad de aquello que se desea causar lo hagan perceptiblemente necesario. Consecuentemente, llegado a ese punto, siendo obligatorio llevar a efecto lo que se ha discernido no se puede «no-ser-libre» para efectuarlo.
La necesidad es pues el espacio de la libertad. La conducta criminal, por ejemplo, nunca puede ser necesaria por lo que nadie es libre de cometerla.
La libertad no puede ser errática ni caprichosa. La libertad está estrecha y directamente vinculada con la benevolencia y la beneficencia y es incompatible con los opuestos: la malevolencia y la maleficencia.
Cuando se le atribuye a la imaginada «divinidad» esta cualidad de ser libre se está tácitamente atribuyendo a ella la «no-libertad» para obrar el mal. Por lo tanto, en el sentido de Sato Tomás, la divinidad no puede ser libre porque no debe necesitar auto dominio ni pudiera confundirse y por lo tanto no necesitaría discernir anticipadamente la moralidad de su conducta .
La cristología y la antropología tomistas tienen que hacer juegos malabares para explicar la divinidad de un Jesús de Nazareth que pierde su autodominio, su humildad y su mansedumbre cuando, lleno de su pasión, agrede a los cambistas del Atrio del templo.
Leo en el artículo: «Prefiero el término laicidad por cuanto se diferencia y se opone a clericalismo; mientras que la lexía secularismo (secularidad) es opuesto a monacato, a la huida del mundo, del siglo.»
Antes de comentar, busqué en el DRAE el significado de lexía y encontré lo siguiente: «lexía: Del francés: lexie, y este del gr. λέξις léxis «palabra» e -ie ‘-ía’. 1. femenino. Gramática. Pieza léxica». No me detuve y busqué el significado del vocablo «pieza». Encontré que procede del celta: pĕttĭa «pedazo» y entre las acepciones ligadas a pieza encontré «pieza léxica: 1. femenino. Gramática. Palabra o grupo de palabras que constituyen una unidad léxica y que suelen estar recogidas en el diccionario. Cama y salto de cama son piezas léxicas.»
Estas son ventajas adicionales de participar en Atrio: Se aprende mucho. Mi gratitud a Antonio Gil de Zúñiga por el estímulo.
Diferente del autor, yo prefiero «seglar» y no «laico», «secularidad» y no «laicidad». Según el DRAE: «Laico/ca, del lat. tardío laĭcus, y este del gr. λαϊκός laïkós; propiamente «del pueblo».
En los inicios del Concilio alguien como Congar gustaba del término seglar porque, en sentido más estricto, seglar y clérigo son miembros del llamado «Pueblo de Dios», aunque de modos diferentes.
El seglar permanece en el «mundo». El clérigo, en opinión de Rahner, es enviado en misión, para ministerios como delegados de la jerarquía (por ejemplo, los párrocos de los obispos). Como el seglar ha resultado «dominado» por el clero es materia para otra conversación.
Por razones de uso lingüístico indiscriminado la palabra «laico» ha venido la designar lo no religioso sobre todo en el lenguaje político, aunque nunca como el clero, los gobernantes civiles nunca se han considerado al servicio del «pueblo».
La jerarquía eclesiástica, desde luego, se ha beneficiado de esta confusión o «gatopardismo» (apropiándome de una expresión de Óscar) y la favorece.
En cuanto a monacato como «huida del Mundo», la noción es discutible porque se ha desviado de su ideal original demasiadas veces y ha requerido numerosas reformas extremas intentando regresarla a su cauce original.
Leo: «…oponer la razón a la fe; cuando son dos realidades, dos vivencias humanas que se complementan; dos faros imprescindibles para el oscuro camino de la existencia.»
Estoy de acuerdo con el autor del artículo. Una tal oposición no solo es imposible o innecesaria sino absurda. Fuera algo similar a oponer las conclusiones de la Declinaciones Latinas y las del Cálculo Diferencial, por ejemplo.
Lo que diferencia un primate superior y la raza humana es la posibilidad de predecir con suficiente exactitud y certidumbre lo cual exige confianza suficiente en la intuición, sin evidencia a priori.
En teología, el a priori de la certidumbre en la existencia de la divinidad y de lo divino y de la comprensión de qué sean respectivamente son imprescindibles. Pero nada propuesto a priori puede ser evidencia irrefutable porque solo demanda la voluntad de aceptar dicha proposición como suficientemente cierta y exacta sin evidencia objetiva de ello. Si yo quiero creer que Dios existe debo tener la posibilidad de hacerlo, pero no podré ni probar que tenga suficiente razón ni nadie podrá probarme que no la tenga.
Fe quiere decir confianza y la razón demanda un alto grado de confianza en la veracidad y la exactitud de sus evidencias. Cómo puede separarse una cosa de la otra, la aceptación de que algo sea verdadero, cierto, con suficiente exactitud de la confianza en que no se deba hacer lo contrario es absurdo.
Por ejemplo, basta sentir la necesidad de creer que el texto bíblico de 2 Reyes 22 sea cierto para que para esa persona sea cierto, verídico.
¿Cuál es la evidencia objetiva de su originalidad o de su veracidad o autenticidad mosaica? Ninguna. ¿Se pudiera probar que sea absolutamente inexistente una tal evidencia? No.
Por lo tanto, no se trata de un problema de ciencia o fe, de un método o de otro. Nada me impide a mí abstenerme de afirmar que sea verídico y no puedo impedir que alguien afirme que sí lo sea. En última instancia es una cuestión de voluntad individual.