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El papa Francisco invita a una conversión pastoral

ANTONIO 5

Artículo publicado ayer en valenciano, en la revista del clero valenciano CRESOL.

Me preguntan cómo los actuales obispos y eclesiásticos deberían parecerse más al papa Francisco y ser más proféticos. Si se me permite, voy a hablar con sinceridad desde mi experiencia conjunta y complementaria de 35 años de presbítero valenciano y 25 de simple fiel laico.

En primer lugar, he de decir que lo de Francisco no se puede copiar desde fuera, como si consistiera solo en gestos pensados para construir una imagen más atractiva para los medios y la gente de hoy. Lo de Francisco representa un cambio profundo en la manera de ser autoridad en la Iglesia y de concebir la misma Iglesia en el mundo de hoy. Asistir a un cambio así en la misma cúspide de la Iglesia ha sido una gran sorpresa que nos tiene desconcertados a unos y otros desde hace cuatro años. Mayor de lo que representó su antecedente, la elección de Juan XXIII en 1958.

El cambio, en definitiva, es el cambio que propuso con fuerza el concilio Vaticano II antes de que fuera domesticado en las últimas sesiones y por los últimos dos pontífices que volvieron a poner el acento en los principios inmutables y en que todo estaba bien fijado en la Iglesia para siempre. Francisco manifiesta el cambio en gestos llenos de autenticidad y sencillez que son inimitables si no se participa de las convicciones de que brotan.

Como pasó tras el Concilio, hoy muchos obispos y eclesiásticos aceptan al nuevo pontífice y su reforma, pero con la íntima convicción de que a esta ola renovadora que dura ya cuatro años habrá que ponerle un prudente freno y que, tras Francisco, alguien vendrá que volverá a llevar las aguas al cauce bien establecido de la Iglesia católica: los concilios dogmáticos de Trento y Vaticano I que establecen la estructura jerárquica piramidal de la Iglesia. “Xiquet, tot això està molt be. Però a la postre l’Esglèsia Catòlica serà sempre la mateixa, definida pels grans concilis dogmàtics, no pel voluntariós Vaticà II”, me decía al final de los sesenta un profesor de eclesiología de València. “Jo ho tinc tot clar”, decía un canonizable obispo auxiliar en aquellos mismos años. Era su manera de “aceptar” el Concilio. Y parecía hasta hace poco que el tiempo les iba dando la razón a ellos, no a quienes empujábamos a una reforma mayor.

Esta manera de aceptar al papa con reservas, tiene excepciones en quienes ya se atreven a criticarlo abiertamente o le hacen preguntas saduceas para tentarlo, como tras el Vaticano II fue excepción la rebelión abierta de Lefebvre, con el que otros muchos sintonizaban sin manifestarlo abiertamente. Pero la actitud más generalizada en España es de sumisión sin entusiasmo, continuando los obispos y eclesiásticos en su rol de jefes por derecho divino de la comunidad cristiana, a la que intentan defender de los lobos.

Esta actitud de mero respeto sin adherencia vital a lo más profundo de la auténtica fe de Francisco, es incapaz de hacer brotar decisiones sinceras de cambio. Francisco empieza creyendo que la misión de la Iglesia hoy es llevar a todo un mundo plural y globalizado el Evangelio de Jesús, con la fuerza de la levadura o del grano de mostaza que desaparece en él, más que defender el nombre y la autoridad de Jesucristo que se continúa en una Iglesia poderosa en obras, instituciones y propiedades registradas. Quien se adhiera a una nueva actitud de fe en el aquí y ahora tendrá fácil imitar a Francisco pues le saldrán espontáneamente gestos y decisiones parecidas a las de él. A esta metanoia profunda creo que nos invita hoy el Espíritu a obispos, eclesiásticos y laicos, a todas y todos, que ya no podemos seguir considerándonos como simples ovejas seguidoras sumisas del pastor de turno.

La primera actitud que mostró Francisco tras ser elegido fue la de un profundo respeto hacia el pueblo de Dios que daba sentido a su misión. Evitando toda autorreferencialidad incluso en un momento de tanta exaltación como ese, Francisco se inclinó y pidió al pueblo congregado en la plaza de San Pedro que lo bendijera. En ese gesto hay mucho metido. Mucho, que Francisco ha ido desgranando en estos cuatro años y que manifiesta que respondía a una actitud interior muy auténtica. No mirar al mundo y a la gente desde la Iglesia y su rol de papa, que él desde el principio concretó en supervisor (epi-scopos) de la comunidad de Roma, sino mirar a la Iglesia y al papado desde los ojos del pueblo, creyente o no, que dan sentido a su misión. ¿Cómo son sus vidas concretas? ¿Qué esperan de nosotros? ¿Qué lamentos y gritos nos dirigen? De ahí, el mirar a los ojos a la gente, el escuchar a todos antes de hablar, el partir de la realidad individual y social antes que defender doctrinas generales o hacer enjuiciamientos autoritarios.

A veces se ha criticado a Francisco –y con él a quienes lo siguen más de cerca– de abdicar la propia autoridad por comodidad o populismo. Incluso el reducir tanto los signos externos tiende a reducir en la gente el respeto sagrado a su persona que necesitan para obedecerlo. No se dan cuenta de que, al simplificar su vestimenta, sus medios de locomoción o modo de vivir, no disminuye, sino que aumenta su verdadera auctoritas, al no fundarla en los títulos de su potestas. ¿Tendrá menos valor magisterial una homilía pronunciada sin mitra, que Francisco evita siempre para hablar al pueblo? ¡Todo lo contrario! ¿Es una traición a las definiciones de Trento y a la irreformable decisión de San Juan Pablo sobre las mujeres, el que Francisco reciba en el Vaticano y después abrace en la catedral de Lund a Antje Jackelen, la arzobispa luterana de Uppsala, o más bien un paso para que la Iglesia de Roma cumpla su misión de confirmar en la fe y reunir a todos los seguidores y seguidoras de Jesús?

No hay homilía o discurso de Francisco en que no parta de la realidad de las personas y de la sociedad en que viven. Después viene la visión desde la palabra de Dios y el sentido común. Y la propuesta de alguna acción concreta. Es impresionante y aleccionador seguir sus misas diarias en Santa Marta. Y sus audiencias y visitas pastorales. Los sufrimientos íntimos de las personas y las víctimas de nuestro pecaminoso sistema económico social están siempre presentes y son denunciados. No se trata de una aplicación de la doctrina. Tampoco de sociologismo o populismo mediático, como se le atribuye. Es el punto de partida de nuestra fe actual de ojos abiertos. Es mirar a Cristo en los ojos de las víctimas. Y dejarse conmover por ellas. Los pobres y excluidos están ahí para gritarnos y remover nuestras entrañas, no solo como un don de Dios para poder ejercer la caridad y ganarnos el cielo. Francisco vive de verdad la convicción de que la Iglesia es de los pobres y para los pobres.

A veces se le ha visto a Francisco separado u opuesto a su curia. Impresionantes aquellas caras de cardenales y monseñores en la primera felicitación navideña de 2013, que consistió en una denuncia de pecados clericales. Ha elegido él mismo (la responsabilidad en eligendo después de ejercer el miserendo) a sus íntimos colaboradores y a su grupo de los nueve, pasando frecuentemente por encima de las congregaciones para tomar decisiones. Pero creo que él tiene bien claro que la gobernanza de la Iglesia ha de ser progresivamente más colegial y corresponsable. Consiguiendo la unidad con respeto del pluralismo por el camino de la sinodalidad (sin-odos). Difícil deconstruir todo un sistema de autoridad eclesiástica romana construido, no sin empleo frecuente de violencia, desde la alta edad media. Y construir otro más adecuado a los seguidores de Jesús. Francisco no piensa por ahora en un nuevo Concilio. Sino en ir haciendo que todo vaya cambiando por parciales reformas del derecho canónico y por los Sínodos de obispos precedidos de una encuesta a toda la Iglesia, que debe ser cada vez más global y bien trabajada. Más fácil podría ser cambiar el modo de gobierno en una diócesis o una parroquia, si hay verdadera voluntad de no gobernar por ordeno y mando: revitalizar sin más y dar responsabilidad decisoria a los consejos previstos por el Vaticano II.

He ahí un reto y un camino de vida para líderes de la Iglesia y para todas y todos quienes creemos en Jesús de Nazareth.

10 comentarios

  • Julián Díaz Lucio

    Muy bien por este artículo, Antonio. Pero creo que para que haya una reforma profunda,una conversión pastoral, tiene que haber también una conversión teológica (en qué Dios creemos, qué Iglesia queremos construir, a qué Jesús queremos seguir), porque todos los que se oponen al papa Francisco no creen en el mismo Dios, ni quieren la misma Iglesia, ni quieren seguir al mismo Jesús. Y esto me parece que es la raiz de la falta de seguimiento verdadero al papa Francisco.  Y esto lo vemos incluso aquí en España, donde los obispos citan y obedecen al papa, pero sin ir más allá de la pura letra. Y esta conversión profunda y evangélica es la que falta, ahora que estamos en tiempo de cuaresma. La misma “frabrica” de hacer obispos parece que no ha cambiado, y siguen saliendo obispos con poco talante de “oler a ovejas”. Algo falla en los mandos intermedios.

  • Antonio Gil de Zúñiga

    Primero está la palabra, la catequesis, los gestos, pero después tienen que venir los hechos acompañados si se quiere de una auctoritas líquida, al estilo de Z. Bauman, y así la comunidad eclesial comprobará que “e pur si muove”.

  • Antonio Rejas

    Yo no acierto a vislumbrar la posibilidad de que haya “otras buenas direcciones”. Desde mi punto de vista (tal vez corto) la única dirección creíble que debe seguir un papa, ya que a él nos referimos, es la que emana del Evangelio, o sea, del mensaje de Jesús. Y diría más: si no proviene de él directamente todo el mensaje (parece que no está claro lo que dijo y no dijo), sigue siendo un mensaje lleno de dignidad y humanidad a favor de los desvalidos y excluídos, por lo cual merece su seguimiento para vivir, como Francisco (a pesar de sus posibles errores) “la convicción de que la Iglesia es de los pobres y para los pobres”, como se dice en el artículo.

  • ELOY

    Gracias Antonio por este artículo.

    Soy consciente de que Francisco , como toda persona humana no es perfecto.

    También que lo tiene difícil.

    Pero lo importante, y en eso creo, es que está en una buena dirección.

    Digo “una buena dirección“, porque es posible que haya “otras buenas direcciones”, que podrán gustar más o menos.

    Pero lo importante es que él, creo (y no tiene porque ser compartido por todos) camina en una buena dirección

    Él ha elegido su camino (como cada uno hemos de elegir el nuestro) y persiste en él .

    Y esto es admirable y encomiable.

    En todo camino puede haber errores, desviaciones, cansancios , …. pero todo el que camine iluminado por su conciencia merece respeto y apoyo en su caminar.

    Francisco también.

     

     

     

     

  • Isidoro García

    La humanidad, para cualquier Iglesia, se asemeja a una familia muy numerosa, (de esas que salían en el NODO en la época de Franco), de veinte hijos.

    Conviven al tiempo hijos de 2 años, con otros de 5-10, con adolescentes de 10-15, jovencitos de 15-20, y hasta los/las mayores tienen ventipocos, y tienen novio/a. (Esas familias de las que se decía que los hijos mayores tenían todos a su madre puesta en un altar. Y no la bajaban de allí, para que su padre no les diera otro hermanito más).

    ¿Cómo organizarán los padres a los hijos?. ¿Con una regla y sistema fijos?. Lógicamente se adaptarán a las circunstancias y necesidades de los hijos. Eso exige mucha flexibilidad con unos y firmeza con otros, y en general mucha cintura. Pero con mucha autoridad y mucha organización.

    Si Francisco es listo, de lo cual no dudo, para su problema de organización óptima de su compleja organización, me rascaría el bolsillo un poco, y contrataría a una o varias firmas de consulting de organización de empresas y grupos: zapatero a tus zapatos. (A lo mejor ya lo ha hecho).

  • Isidoro García

    (Aviso a navegantes. Esto es solo mi mera opinión personal).

     

    Toda Iglesia cristiana, existe con el fin de llevar a los humanos el mensaje de Jesús, y guiarlos y ayudarlos lo mejor posible a su cumplimiento.

    Pero el problema es que los humanos tenemos muchas diferencias entre nosotros. Las ideas son muy variables, y sobre todo la personalidad de cada uno es muy distinta.

    Generalizando, se podría decir que la humanidad se divide en dos partes: una de personas con un cierto nivel de espíritu crítico y autonomía personal, que quizás podríamos estimar en un 15 % de la población total, y otra parte mayoritaria, que o por falta de conocimientos suficientes, o por una estructura mental insegura, e inmadura, no tienen desarrollado ese espíritu crítico y de discernimiento, o no confían en el que quizás tienen.

    También hay un grupo de personas maduras y cultas, que has sido víctimas de un adoctrinamiento infantil muy drástico: infierno, condenación, Iglesia como única salvación, etc. que están prisioneros de ese bagaje infantil profundamente enraizado, que les tiene prisioneros de una contradicción interna feroz, y que posiblemente tenga unos efectos perniciosos psicológicos en su estabilidad.

    Por todo ello, como decía alguien, hay mucha gente que no desea ser libre, sino tener un buen amo. Su inseguridad personal, y su fobia ante lo desconocido, o ante la diversidad de opiniones, o su imposibilidad de superar esas contradicciones cognitivas, les compensa de sobras, ceder su autonomía personal a cambio de una situación, (su personal zona de confort), que les alivie su angustia personal. Para ellos su religión es una gran solución a sus neurosis personales.

    Además de todo lo anterior, el pensar gasta mucha energía psicológica y vital. El estar constantemente alertas, con el machete de la razón en la mano, para dilucidar la idea y la postura más adecuada, es algo agotador, y más en estos tiempos complejos, y de tanto guirigay intelectual, y tantos voceros interesados en colocar su mercancía ideológica.

    La energía mental, la líbido freudiana, la elan vital de Bergson, etc, es limitada. Y a muchas personas que están en plena época, de estudios, de ajetreo profesional, de ajetreo familiar, con líos conyugales e hijos estresantes, están en un estado de estrés permanente, que les consume mucha energía y no les sobra mucha para el discernimiento filosófico-religioso. Agradecen de alguien con autoridad que les diga el camino.

    Por eso siempre he pensado que el pensamiento es o para profesionales o para jubilados. Los griegos salieron tan filósofos, porque tenían a los esclavos, y todos eran en general o pudientes, o abrían academia profesional.

    Y la Iglesia debe dar servicio a los humanos. Y como dice la sabiduría china: “El remedio adecuado en el hombre inadecuado, no da resultado. Y el remedio inadecuado en el hombre adecuado, sí lo dá”.

    Total, que la Iglesia se encuentra con el típico dilema de la manta corta, que tantos quebraderos de cabeza proporciona a los entrenadores de fútbol: si defiendo bien, ataco mal, y si ataco bien, defiendo mal.

    Si establece una estructura rígida, piramidal, que otorga seguridad a los muchos necesitados de una dirección firme, molesta a los que tienen pensamiento crítico. Y si atiende a estos y establece una estructura flexible, elástica, horizontal, va a reproducir el guirigay organizacional de los protestantes.

    (Que yo no digo que en sí sea malo, sino que puede dar lugar al surgimiento de muchos “papitas” locales, creando un desbarajuste tremendo. Ya sabemos que si a cualquiera se le da un pito y una gorra, puede salir el Napoleón que muchos llevan dentro. Ya no digamos si le dan un obispado o hasta una parroquia, si no hay control organizacional sobre él: si quieres saber cómo es fulanito, dale un carguito.

    Y el mundo está sobrado de tonto, locos, y semilocos: ¡Como para no vigilar!. Y decía Ortega que España, (y el mundo, añado yo), iría mejor, si los generales fueran capitanes, los obispos, párrocos, y muchos párrocos, sacristanes. (Versión mía).

    Pero sobre todo, va a privar a un gran porcentaje de los fieles de una seguridad, un orden y una dirección firme, que muchos de ellos precisan más que el comer. Y cuando tú no le das a la gente lo que precisa, otro acabará dándoselo.

    Total que el Papa, tiene un problema endemoniado, (aunque esté mal el decirlo en este caso). O sea un problema con muy difícil solución, y haga lo que haga, mal.

    Pero de todas formas, lo que no debe hacer nunca Francisco, es seguir los consejos interesados de los que en realidad no creen ni en Jesús-trascendente, ni en la Iglesia como Iglesia de Dios, sino como un club humanista.

    Los cristianos, además de sus creencias y prácticas religiosas, tienen otras facetas personales, y decidirán o no, participar o militar o votar, a uno u otro partido político democrático o sindicato, todos muy dignos y legítimos.

    La Iglesia, por supuesto debe estimular en los creyentes, su actividad política, pero sin pasarse. Ortega dijo una vez que quien no sabe de política es un imbécil, pero el que todo lo politiza, lo era también.

    Para eso, mejor es chapar la Iglesia, y volver a empezar de cero, a la espera de un nuevo profeta o manifestación clara del Espíritu, (lo que a muchos les sonará a superstición pura y dura).

     

  • pepe blanco

    Pienso que este artículo dice mucho más de Antonio Duato que de Bergoglio.

    Aunque reconozco que por fin he tenido noticia de algo que está haciendo Francisco que me parece bien. Incluso muy bien, fantástico. Durante 2015, Francisco ha reducido el déficit del Vaticano a la mitad. Cómo siempre he defendido el principio de estabilidad presupuestaria, me parece propio de una persona inteligente y buena administradora que pretenda conseguirlo en el ámbito de su gobierno. Y parece que Bergoglio va camino de ello.

    La cuestión no es baladí. Al fin y al cabo, casi la mitad de los decretos papales de este pontificado, tienen que ver con la gestión económica del Vaticano. Parece que Francisco se lo está currando. Y se lo está currando bien. Y creo que esa es una de las claves de su pontificado. Incluso se me ocurre elucubrar que puede ayudar a entender la renuncia de Ratzinger.

    Ratzinger es un tío exquisito, al que lo que más le gusta es pensar, escribir, escuchar música y tocar el piano. Me parece que las cuestiones económicas le importan un pimiento. Pero no tiene un pelo de tonto, y supongo que era consciente de que el camino que llevaba el Vaticano solamente tenía un destino posible: la bancarrota total. Y, al saberse incapaz de poner coto a la ruina, prefirió dejarlo.

    No sé, en cualquier caso, vale la pena recordar cómo daba RD la noticia sobre la buena marcha de la economía vaticana:

    El Vaticano, con el Papa Francisco al frente, se aprieta el cinturón. Es el reino de la austeridad, que va a seguir creciendo, porque Bergoglio quiere ajustar al máximo las cuentas de la Iglesia, pero sin despedir a nadie.

    Es curioso, cuando los que recortan son los gobiernos de los países europeos, es una cosa horrible, consecuencia del seguimiento de principios neoliberales. Pero si el que recorta es el papa Francisco, entonces es fantástico. En fin, ya sabemos que la objetividad no es una cualidad superabundante del alma humana. Y, por otra parte, tampoco tiene tanto mérito lo de Francisco. Al fin y al cabo, no es lo mismo gestionar un estado que tiene un censo de unos 1000 habitantes que otro de 45.000.000…

  • oscar varela

    Hola!

    Segundo: ¡Es bueno qe las Bases cuestionen a sus Dirigencias!

    ¡Sigamos todavía! – Óscar

  • oscar varela

    Hola!

    Primero: ¡De acuerdo!

    ¿Vamos todavía! – Óscar.

  • Gonzal Haya

    Antonio expresa muy bien lo que muchos pensamos.