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Ética del perdón

Gil de Zúñiga 1No hay perdón sin misericordia, ni misericordia sin perdón y que me perdone Nietzsche, porque para él todo esto de la misericordia y el perdón, léase compasión, le suena a debilidad y a algo enfermizo, hasta el punto de que la muerte de Dios sobrevino por un exceso de compasión, ahogándose en ella. Sin embargo, Jesús de Nazaret hizo de la misericordia y el perdón la coordenada central de su programa ético-religioso. El “ojo por ojo” de la sociedad judía lo cambia radicalmente por la misericordia samaritana y por el que hay que perdonar hasta setenta veces siete (Mt. 18,21). No es el perdón una palabra al uso, escribe el papa Francisco, más bien, es una palabra que “en algunos momentos parece evaporarse… y es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más”.

Ante el inminente final del “Año de la misericordia” propuesto por el papa Francisco me atrevo a una reflexión de un tema un tanto espinoso y desacostumbrado ya sea individual, ya sea colectiva y socialmente. El “ojo por ojo” o el “homo hominis lupus” (el ser humano es un lobo para el ser humano) y la venganza está adherido en el ADN de la persona y desde esta perspectiva podemos decir con JP. Sartre que el “infierno son los otros”. Pero el imperativo ético tanto de la religiosidad como del ser antropológico de Jesús de Nazaret debe ser un factor imprescindible en nuestro día a día, en nuestra contingencia de un ser-ahí y de un ser-con de la ontología heideggeriana. Desde el punto de vista antropológico y personal es imprescindible convivir con la misericordia y el perdón, tanto el demandar perdón como el otorgarlo en situaciones de daños, sufrimientos o perjuicios que hacemos o recibimos. No es fácil esta experiencia, pues, como decía Ortega y Gasset atendiendo a la raíz de esta palabra en alemán, implica pensar con los pies, es decir, estar bien anclado en tierra, pues “el perdón es un acto propio de personas que han llegado a una auténtica madurez, pero… que tiene sus raíces en ciertas experiencias tempranas de la vida”, afirma el psicólogo suizo J. Paiget, y además “la experiencia del perdón fortalece la convicción de que no estamos de más, de que podemos ser algo, de que no simplemente somos tolerados”.

Desde esta perspectiva de la madurez humana la capacidad de perdonar y de recibir perdón, ese hacerse cargo de la ofensa o el sufrimiento infligido o recibido, debe ampliarse a nuestro camino existencial, individual y social. Nuestro ámbito social y político está escaso de perdón, y por ende de reconciliación, pues con demasiada frecuencia se actúa desde un querer imponer la propia verdad (habría que recordar el verso machadiano: “¿Tu verdad? No, la verdad y ven conmigo a buscarla”) y hasta la propia justicia, y así del adversario político o grupal se pasa al enemigo en toda regla, al ojo por ojo, y aquí el perdón y la reconciliación se convierten en la enfermiza debilidad nietzscheana. La política española, al menos de ahora, está falta de alguna dosis de perdón y de reconciliación; la convivencia social necesita un buen tratamiento vitamínico a base de perdón. Otro tanto habría que señalar en instituciones eclesiales, donde la ausencia de misericordia y de perdón es manifiestamente llamativa al referirse, sobre todo, a homosexuales, lesbianas o a la ideología de género, que se ha comparado con el nazismo, el marxismo o el ISIS yihadista. En estos días el arzobispo de Oviedo, con motivo de la beatificación de cuatro “mártires asturianos” de la guerra civil, ha arremetido despiadadamente contra la ley de Memoria histórica, un intento legal de perdón y de reconciliación; hubiera sido más acorde con ese acto entonar un mea culpa, entre otras cosas, por las implicaciones de la jerarquía católica en el golpe de Estado del general Franco, que tanto sufrimiento causó a la sociedad española, y en el apoyo incondicional a la posterior dictadura franquista.

Habría que decir que el perdón es un factor muy saludable tanto en el ámbito personal como social. Suma más que resta. El perdón hace que se recomponga el hilo umbilical por cualquier desavenencia con el otro; no hay que olvidar que, conforme a la definición aristotélica, el ser humano es un ser relacional. Y es saludable y positivo por varias razones:

  1. Genera diálogo, es decir, cuando la palabra va fluida del uno al otro y del otro al uno sin recovecos, como una “razón con entrañas” en expresión de María Zambrano, se allana fácilmente el terreno y se facilita el encuentro, la reconciliación. El diálogo potencia la cultura del corazón, que habla desde la igualdad, desde la simetría, y no desde el fanatismo del que está convencido sin fisuras de su verdad y de sus posiciones estancas. El perdón rompe con esa estructura de incomunicación.
  2. Hace posible la reconciliación, una vez establecido el diálogo, que no es otra cosa que, según la etimología, volver a la asamblea, a la reunión, al encuentro con el otro. Al aceptar ese encuentro se establece una relación de projimidad, como señala P. Laín Entralgo, de reconocimiento mutuo entre el yo y el otro. El abrazo viene a ser la puesta en escena del perdón. Nelson Mandela se quejaba de que su gente le tachase de cobarde por tender la mano a sus verdugos, y llevó hasta el final su reconciliación sentando a su carcelero blanco en la tribuna de honor en su investidura como presidente de Sudáfrica.
  3. Restablece o inicia la amistad, un valor muy estimable, hasta el punto de que “sin amigos nadie querría vivir, aun cuando tuviera todos los otros bienes”, escribe Aristóteles en Ética a Nicómaco. A partir del perdón se recupera la empatía perdida, si es alguien cercano; y si es lejano, se acortan las distancias, se hace prójimo a nuestra realidad histórica. Se comparte así un nuevo caminar juntos, donde yo me hago responsable del otro y el otro se responsabiliza de mí. La amistad hace posible la solidaridad humana ante el sufrimiento tan variado como injusto.
  4. Refuerza la “Si Dios se detuviera en la justicia, escribe el papa Francisco en la Misericordiae vultus, dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla”. No es fácil para las víctimas, directas o indirectas, escoger entre justicia y perdón, o perdonar cuando uno no es la víctima directa. Es lo que plantea Dostoievski en Los hermanos Karamázov en el intenso diálogo entre los hermanos Iván y Aliosha. Iván no puede entender que el “sufrimiento de los niños” sea un factor necesario en la creación divina y que tengan que “contribuir con sus sufrimientos al logro de la armonía”. Por eso Iván remata su densa y larga exposición: “¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros! ¡Que no se atreva a perdonarle! Si quiere, que perdone al torturador su infinito dolor de madre; pero no tiene ningún derecho a perdonar los sufrimientos de su hijo despedazado”. A mi modo de ver el perdón refuerza la justicia, porque el verdugo, aquí en un sentido amplio, al ser perdonado reconoce el sufrimiento causado y acepta plenamente que se haga justicia. A este respecto hay que resaltar el increíble testimonio de algunas víctimas directas o indirectas de ETA y de los GAL que han perdonado a sus verdugos y éstos se hacen cargo del dolor causado. Todo esto sin esperar, como en el diálogo de los hermanos Karamázov, a que “cuando cielo y tierra se unan en un solo grito”, la madre, el niño y el verdugo “que ha hecho despedazar a su hijo por los perros” proclamen los tres con lágrimas en los ojos: “Tienes razón, Señor”. En definitiva, “si Dios se detuviera en la justicia, dejaría de ser Dios”, otro tanto ocurriría en el ser humano, que dejaría de serlo, si no perdona. De nuevo Aristóteles viene en nuestra ayuda: “Cuando los seres humanos son amigos, ninguna necesidad hay de justicia; pero, incluso siendo justos, necesitan de la amistad, y parece que los justos son los más capaces de amistad”; amistad que tiene su manantial en el perdón.
  5. Recompone y afianza la paz. Una paz que se hace trizas por la ofensa dada o recibida. El poeta bíblico nos dice que la “justicia y la paz se besan” (Sam 84,11); si la justicia se refuerza por el perdón, otro tanto ocurre con la paz, esa “brisa malva/de armonía/; un astro luminoso/ para la senda de la esperanza/; un pan compartido/ sin hambre/… una exigencia existencial/ de la finitud y de la contingencia/” (Palabras para este tiempo).Todo ello es posible porque el perdón genera diálogo y amistad y contribuye a que las relaciones humanas sean justas, igualitarias, el verdadero humus de la paz. Aliosha inquiere a su hermano Iván: “Me has preguntado hace un momento: ¿existe en todo el mundo un ser que pueda perdonar y tenga derecho a hacerlo? Pues bien, ese ser existe, y puede perdonarlo todo, puede perdonarlo todo a todos y por todo, porque Él mismo ha dado su sangre inocente por todos y por todo”. Jesús de Nazaret ha señalado el camino y ha dado ejemplo claro y meridiano y, por eso, hizo de la misericordia y el perdón la coordenada central de su programa ético-religioso, donde los que luchan por la paz, han sido misericordioso y han perdonado, son bienaventurados, dichosos, han encontrado la felicidad.

El perdón es, en definitiva, “una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (Misericordiae vultus).

6 comentarios

  • Antonio Gil de Zúñiga

    Gracias, Santiago, más bien, a los que leéis y comentáis enriqueciendo el texto.

  • Asun Poudereux

    Para despertar a la comprensión del otro:” trata  bien a toda persona con la que te cruces en la vida, pues seguramente esta librando una dura batalla”. Aunque, desde la mente, podría entenderse como una imposición más, a la que la educación convencional nos tiene acostumbrados, la comprensión viene desde la aceptación en el corazón de la propia vida.  Además añadiría, tan dura es la vida del otro y acaso más que la tuya.   Ahora sabemos más de la complejidad que se añade a la propia vida por multitud de interacciones, sin embargo, seguimos sintiéndonos muy aislados los unos de los otros, y como tales, actuamos, cuando, lo que hacemos a los demás , es el modo en que nos tratamos a nosotros mismos. Pero esto se ignora , no interesa.

  • Santiago Moreno Porqueras

    Gracias por tus aportaciones.Sigue en tu linea.Un abrazo

  • Antonio Rejas

    El perdón va en línea paralela con el amor porque éste “no se irrita ni lleva cuentas del mal” (1 Corintios 13, 5). El sujeto activo del perdón es beneficiado tanto o más que el receptor pues eleva su grado de felicidad. Lo importante es que perdonar a los demás es necesario para obtener el perdón de Dios (Mt 6: 14,15).

    Perdonar no es restar importancia a la falta u ofensa perdonada, pero sí requiere no guardar resentimiento alguno, perdonar es borrar de nuestro disco duro cerebral la ofensa recibida. Y borrar es borrar (como NO es NO, según palabras recientes de cierto político conocido), o sea, eliminar el hecho y todas sus consecuencias.

    Una Iglesia que no ejerce la práctica del perdón, como sucede actualmente en gran parte de su jerarquía, resulta fría, indiferente a las necesidades del mundo y a la voluntad de Dios. No hay duda de que esto debería ser así entre los cristianos, pero sería muy positivo que el perdón no fuera exclusivo de los seguidores de Jesús, sino que constituyera una herramienta a utilizar por toda la humanidad, creyentes en algo y  creyentes en nada como medio para conseguir la tan deseada convivencia universal que es la idea fundamental del “Proyecto de una ética mundial” de Hans Küng, cuya introducción inicia afirmando “imposible sobrevivir sin una ética mundial. Imposible la paz mundial sin paz religiosa. Imposible la paz religiosa sin diálogo de religiones”.

     

  • Isidoro García

    ¡Oh padre Zeus! ¡De cuántos males no librarías a los hombres, si tan sólo les hicieras ver, a qué demonio obedecen!. (Pitágoras)

    Todos somos conscientes del gran avance de las ciencias en general en los últimos doscientos años. Y con ello de los grandes avances en el conocimiento de la mente humana, (psicología y neurología), del cosmos, (física cuántica, astronomía y cosmología), y de la vida, (biología, genética, evolucionismo).

    Pero quizás se nos resiste aún, la repercusión de todos estos nuevos conocimientos, sobre la religión y la teología. Decía la inscripción de Delfos: “Conócete a ti mismo, y conocerás al hombre, al mundo y a los dioses”.

    Anteriormente a conocer medianamente bien, la psicología de la conducta humana, el comportamiento del hombre libre, se juzgaba como plenamente voluntario, y por ello los intentos de reforma de la sociedad, pasaban por un cambio voluntario del comportamiento humano: la moral.

    Hoy día sabemos que esto es un reduccionismo exagerado, y estéril, fruto del desconocimiento científico. Hoy, (aún con dudas e incertidumbres), sabemos que el comportamiento humano es muy complejo, y que un gran porcentaje del mismo es de carácter involuntario, fruto de la mente  inconsciente.

    Desde Freud aquí, (hace más de cien años), la mayor parte de las terapias conductuales, son mecanismos y métodos de influir y dirigir, por parte de la mente consciente, el inconsciente involuntario y autónomo, tarea que es sumamente difícil.

    El perdón es un capítulo más de esta ardua tarea. Las emociones, amor, odio, etc. son mecanismos subconscientes autónomos e involuntarios. ¿Quién puede amar u odiar a alguien, voluntariamente?. Todos esos voluntarismos, son cantos al sol, bienintencionados, pero condenados al fracaso, pues parten de un planteamiento erróneo de la realidad humana.

    El necesario perdón de las ofensas recibidas, (objetiva o subjetivamente), es algo necesario para desactivar o mitigar al menos, unos circuitos subconscientes, generadores de mucho dolor subjetivo, que generan procesos psicóticos, que en casos extremos puede llevar a grandes dramas.

    Pero, ¿cómo podemos desactivar esos malditos procesos, que nos poseen, (esos “demonios” de los que hablaba Pitágoras, hace ya 2.500 años)?.

    Y es la “serpiente” de los trasteros del alma de la que hablaba Macario, uno de los maestros de la oración oriental, (la Filocalia), que dice: “Abstenerse del mal no es la perfección; la perfección es entrar en un espíritu humillado y dar muerte a la serpiente que anida y ejerce la muerte debajo mismo del espíritu, más profundo que los pensamientos, en los trasteros y los depósitos del alma. Porque el corazón es un abismo…”.

    La consecución del perdón a los demás y a nosotros mismos, (lo que es previo), proviene del conocimiento de sí mismo, (“conócete…”). Conocer nuestros mecanismos internos, es comprender nuestras miserias, y las de los demás.

    Dice Wayne W. Dyer: “Si pudiésemos leer la historia secreta de nuestros enemigos hallaríamos penas y sufrimientos suficientes para desarmar toda nuestra hostilidad.

        Habitualmente somos víctimas de personas que a su vez han sido víctimas de otras personas.     

          Nadie puede dar lo que no tiene. Y la falta de afecto hace a los seres humanos crueles. El abandono emocional es el origen de multitud de inseguridades y patologías que antes o después acaban manifestándose con crudeza hacia los demás. No es difícil establecer correlaciones entre falta de afecto y conductas inhumanas. Esto nos lleva a la comprensión del otro”.

    Esa comprensión, es el único camino eficaz para el perdón. La moral voluntarista de lo que “debemos hacer”, es tan inútil como tirarse del pelo de la cabeza para salir del río, a lo Münchhausen.

  • oscar varela

    El PERDÓN en un “Último café