Mañana, lunes 16 de mayo, en el centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián, presentaremos el curso “Espiritualidad en el siglo XXI”.
Se impartirá en Arantzazu durante el curso 2016-2017, un sábado al mes (www.espiritualtasuna21.eus). Enseñarán conocimiento y experiencia testigos cualificados de nuestro tiempo y del Espíritu más allá del tiempo, más acá del espacio: sociólogas, psicólogas, artistas, científicos, filósofos, teólogos. Unos creyentes, otros agnósticos, pero ¿qué importan esas etiquetas para la espiritualidad? Nuestras aserciones no valen más que nuestras dudas, y nuestras certezas valen menos que nuestras preguntas, y todas las creencias –creaciones mentales, al fin y al cabo– no valen sino en la medida en que nos abren al Infinito más allá de nuestra mente. ¿Qué somos todos, al fin y al cabo, sino buscadores y caminantes, alumbrados por la sed y por el agua?
Necesitamos espiritualidad como necesitamos respirar. Hoy todavía, hoy sobre todo. Avanza el siglo XXI, y persiste la crisis, más aun, se agrava. La crisis económica es una crisis política. La crisis política es una crisis ética. La crisis ética es una crisis cultural. La crisis cultural es una crisis espiritual. Todas las crisis son una, como son uno el grito de la tierra y el grito de los pobres, el grito de la vida. Los pobres, la Tierra, la Vida reclaman una “valiente revolución cultural”, como ha escrito el papa Francisco. Y no será posible una revolución cultural sin una espiritualidad profunda.
Una espiritualidad de la vida. De la sensibilidad y del cuidado, de la emoción de la belleza, de la fe en la bondad. Una espiritualidad profética: realista, sí, pero también crítica e insumisa; pacífica, sí, pero también subversiva de todos los sistemas que nos ahogan. Una espiritualidad de la paz y de la justicia, pues no puede existir la una sin la otra. Una espiritualidad política, para una política planetaria digna de ese nombre, no prisionera de la Bolsa y de los paraísos fiscales.
Una espiritualidad que nos haga admirar el Misterio Que Es en el cosmos sin medida, en el cielo estrellado, en la piedrecilla del camino, en la hoja que vuelve a brotar, en los ojos de un niño, en el rostro de un refugiado o de un inmigrante. Una espiritualidad que nos abra los ojos para contemplar el universo como un inmenso corazón que late, la Tierra como un gran organismo que respira y quiere seguir respirando. Una espiritualidad que nos llene de asombro, respeto y humildad, de profunda compasión y ternura por todo lo que es, sufre y goza. Somos hermanos de todos los seres. Somos interser. Todos los seres intersomos.
Una espiritualidad que nos enseñe a estar presentes: a nosotros mismos, al otro, a todos los seres. A vivir el presente, sin aferrarnos al pasado ni temer el futuro, y a desapegarnos cada día de la ilusión de nuestro ego, fuente de tanto sufrimiento. Una espiritualidad que nos enseñe a vivir en la Presencia Buena que lo envuelve todo y habita en todo. A vivir atentos a lo Real que se manifiesta y se va haciendo, sin cesar, en todo lo real. A ser libres y hermanos. A escuchar el grito de los seres heridos. A presentir y acoger la Paz que sostiene y mueve todo, a sumergirnos en ella tanto en la meditación como en la acción.
Una espiritualidad con religión o sin religión, pero siempre más allá de la religión en cuanto sistema de creencias, ritos y normas, bajo la autoridad de un clero sagrado y masculino. La espiritualidad se está emancipando de las religiones: he ahí uno de los rasgos fundamentales de la revolución cultural de nuestro tiempo, ya emprendida hace 2.500 años por Confucio y Laozi en China, por Buda y Mahavira en la India, por Isaías y Jeremías en Israel, por Heráclito y Parménides en Grecia. Y luego por Jesús.
¿Se abrirá nuestra sociedad, laica por fin, a la brisa, al Silencio, al Misterio creador que une y mueve todo? ¿Se librarán nuestras religiones tradicionales, el cristianismo y el islam en especial, de sus lenguajes, creencias y estructuras del pasado? ¿Se dejarán prender por la chispa, la llama, el fuego de Pentecostés?
(Publicado en DEIA y en los diarios del Grupo NOTICIAS el 15-05-2016)
No me ha sido fácil, Jorge, encontrar un punto en tu comentario a partir del cual arrancar el mío y poder así hacer más comprensible todo cuanto quisiera decir. Ni empezar por lo absoluto, ni por el espíritu, ni por la trascendencia etc., me llevaría a tal pretensión, pero al menos lo intentaré acogiéndome a la frase tuya que transcribo a continuación. Dices algo en ella que describe muy bien lo que con tanto hincapié, en sentido zubiriano, vengo a referirme siempre sobre el modo de conocimiento que tenemos los humanos para captar y aprehender la realidad.
Dices: “Hay un modo de mirar la realidad que produce perplejidad y asombro, profunda admiración y respeto, que nos prepara para intuir desde el abismo del desconocimiento, lo Absoluto”.
(La segunda parte de la frase la comento al final.)
Tú crees que este modo de mirar la realidad viene dado arbitrariamente, dependiendo de un acto voluntario nuestro? O bien, lo que posibilita este modo de mirar la realidad es algo previo que nos viene dado, propuesto, facilitado por el hecho mismo de estar ya implantados en ella? Yo me inclino a pensar que es más bien esto último. Por qué? porque es un tipo de conocimiento que evita toda dualidad. Se produce en él una intelección que abarca dos momentos, el de mirar y el de admirar, con lo cual aquí no hay ninguna añadidura. Pero claro dos momentos que entre uno y otro puede abarcar en el tiempo mucha distancia en el darse cuenta, pero sin embargo estructuralmente hablando se trata de dos momentos unitarios del conocimiento. Hay un contenido sentido al cual se mira pero éste queda en nuestra mente intelectivamente bajo una forma que le es propia.
Ciertamente, la vista como órgano sensorial nos hace tomar parte del cosmos pero en él las cosas si sólo las viéramos de forma objetivamente cosificadas como nos las presenta la vista y no en lo real de ellas, no podríamos admirarlas ni vivenciarlas. La admiración incluye algo más que la cosa meramente vista, por tanto sin la admiración y sin vivencia como momento intelectivo de lo real de las cosas no habríamos logrado constituir el mundo donde en el cual nos movemos y vivimos los seres humanos.
Esta reflexión enlaza con lo que expuse anteriormente, días atrás, sobre la idea de “campo” (concepto científico) que intenta ser una teoría omnicomprensiva que ofrece una alternativa a la tradicional y fenoménicamente insuficiente de causalidad. En esta omnicomprensión campal no hay contraposición de espíritu y materia y por tanto no cabe, pues, como tú señalas proponernos luego llenar de contenido el espíritu. La prueba está en la admiración misma que nos provoca el hecho de mirar.
Cuando admiramos algo qué contenido cabría añadirle? Cualquier intento lo desvanecería. La admiración por las cosas y vivenciarlas es un momento del mundo fundado en la insuficiencia de la realidad cósmica con respecto a nuestra propia realización mundanal como seres humanos. Y este momento de realización es necesariamente abierto, por tanto, y ahora entro en la segunda parte de tú frase, me parece un retroceder si nos cerramos a él invocando a la intuición como cuando dices que esta admiración nos prepara para intuir desde el abismo del desconocimiento, lo Absoluto.
A esto yo diría, primero, no estamos despeñados en un abismo. Podríamos en este estado de inestabilidad abismal admirar algo de este tal abismo?
Segundo, y volviendo a la admiración. La intuición proporciona un tipo de conocimiento meramente intencional en el que predomina lo ideológico frente a lo sentido en aquella forma primaria de admiración obtenida no ideológicamente sino realmente. Siendo ella, precisamente, la que nos empuja a trascender, a ir más allá porque la alteridad con lo otro ya se ha producido, sólo es cuestión de no abandonar este momento de verdad.
En definitiva lo finito, lo temporal y nuestro relativo ser absoluto se vive en lo infinito y eterno haciendo con lo Absoluto nuestro propio Absoluto.
Gracias Jorge por tu comentario que deseo leer con mucha atención y que en estos momentos me hallaba enfrascada en otros asuntos.
Si me anticipo ahora con este pequeño comunicado es porque como vi que estos últimos días intervenías en otros hilos, decepcionada por tu olvido me tomé la libertad de hacerlo notar suave pero irónicamente.
Dicho esto sólo añadir de momento, que las primeras líneas leídas de tu comentario ya me aportan diferenciaciones interpretativas importantes, por esto necesito disponer de tiempo…gracias y disculpas.
Hablas MªLuisa de la espiritualidad de la trascendencia. Suscribo lo que dices y traté de este tema en mi libro al final del primer capítulo (apartado 11) al referirme a “el espíritu y lo Absoluto“. Allí decía que “hablamos de espíritu cuando tratamos de contraponer este concepto con lo material, pero al proponernos llenarlo de contenido comienzan las dificultades. Pretendemos que el espíritu llene la distancia que separa la conciencia e inteligencia de lo Absoluto”. Y al referirme a la espiritualidad (apartado 13) decía que “traspasando los límites de lo conocido en la percepción de la realidad, abiertos a una particular experiencia consciente del entorno, surge la espiritualidad (de la trascendencia). Hay un modo de mirar la realidad que produce perplejidad y asombro, profunda admiración y respeto, que nos prepara para intuir desde el abismo del desconocimiento, lo Absoluto”. Pero esto no lleva a deducir la presencia de un algo, un ser, una sustancia sutil, o un espíritu entendido como sobrenatural, en la mente humana. Esta capacidad humana para sumergirnos en la profundidad del Misterio, para ahondar en el abismo de lo Infinito-Absoluto-Eterno, no requiere necesariamente aditivos sutiles a nuestra inteligencia o mente. (Creo que en esto estamos de acuerdo ¿verdad?).
Sin embargo, esa experiencia de ahondamiento en el abismo del Misterio profundo, que puede llevar al éxtasis místico, no tiene fondo, quiero decir que no alcanza a establecerse en lo Absoluto, nunca completa ni puede completar la distancia que nos separa. Sea cual sea la altura mística alcanzada, lo Absoluto permanecerá en el Misterio desconocido. Pues se trata de lo totalmente distinto, lo Otro Incognoscible. La mística jamás alcanzará su objetivo, es una pretensión desmesurada del orgullo humano. Podrá usarse como método eficaz para colocarnos en la dirección hacia Dios, de ligarnos religiosamente con Dios, para sacar de esas experiencias místicas la fuerza espiritual que necesitamos, pero ni es imprescindible ni es el único método ni siquiera creo el mejor para lograrlo. Mucho mejor es la práctica del amor sin exclusiones, con el acento en los que pasan necesidad.
Hola Román!
Te leo:
– “nos introducimos en el nuevo paradigma”-
¡Ok! Eso es bueno!
………………………
Pregunto: ¿Crees que podría entrar en ese “nuevo paradigma” gente como Julio Anguita y Javier Cortines?
Sobre la necesidad de hacer un frente común para ganar las elecciones
La linterna del Califa y las mil y una noches
http://www.elsalmoncontracorriente.es/?La-linterna-del-Califa-y-las-mil-y
Está sucediendo en este foro (Atrio) algo que yo considero lo más cercano a lo maravilloso, uno de esos momentos o etapas referenciales que dan valor a una labor “de equipo”: que por debajo de eso que podemos llamar “religión”, detrás de lo que pueda significar “espiritualidad”, nos estamos reconociendo “espíritus”.
¿No será tal cosa signo de que nos introducimos en el nuevo paradigma?
Román Díaz Ayala
Gracias a ti querida Asun por tu sensibilidad, algo que considero como anterior e imprescindible para luego poder hablar de espiritualidad. Un beso!
Gracias, M.Luisa. Me siento al unísono con lo que has comentado.
…Se me quedó sin seleccionar del borrador la parte última que la resumo ahora y a la que en ella quien quiera puede establecer aquella semejanza que hice al comienzo referida entre Sponville y Zubiri.
El núcleo que los une es este carácter abierto de la realidad que manifiestan ambos pensadores y en el caso que nos ocupa, el caracter abierto de la realidad humana que es por lo que nos hace ser espíritu.
Somos espíritu porque en nosotros hay una obertura constitutiva hacia el infinito, hacia la eternidad y hacia el absoluto y en este misterio nos encontramos todos. Sólo hace falta contemplar el Universo para darnos cuenta que estamos instalados de forma misteriosa en una realidad que nos supera.
Me gustaría decir algo más sobre la dimensión espiritual de toda persona sea creyente o atea.
Por ejemplo, Comte-Sponville que se declara ateo habla de la espiritualidad fundamentándola con premisas filosóficas a las que, curiosamente, también el filosofo X.Zubiri creyente las aplica en su principio especulativo de “realidad” el cual lo lleva hasta su máxima explotación antes de hacer cualquier referencia a Dios.
La espiritualidad, según Comte-Sponville, es la vida del espíritu y por tanto la persona aunque no sea creyente si no es meramente materialista que no considere que sólo tengamos estructuras bioquímicas, seremos alguna cosa más que organismo biológico, seremos también espíritu. Por tanto, la espiritualidad sería la vida del espíritu.
Ahora bien, respecto a qué si no hay Dios se puede conjugar esta espiritualidad, respecto a qué? Respecto a la eternidad, respecto al infinito y respecto a lo absoluto que son los temas clásicos, por así decirlo, de la filosofía occidental, antropología, metafísica, ética, el ser, etc., Él entiende que la vida del espíritu es una relación de lo finito a lo infinito de lo temporal a lo eterno de lo relativo a lo absoluto. Y esta relación se da aunque no haya Dios porque aunque no quede concretada en la terminología clásica de las religiones monoteístas, no quita en absoluto esta relación nuestra con el infinito, con lo eterno y con lo absoluto. Una relación que se da como constitutivo del ser humano y que caracteriza la realidad humana. Es una tendencia a algo sin poder precisar esta meta con terminología creyente.
Sí, Jorge, en efecto, es obvio que diferimos pero a veces esta diferencia más que debida a posicionamientos opuestos se debe más bien a confusiones conceptuales aunque no gratuitas sino más bien producidas hasta por la misma complejidad del tema que se aborda. En este caso, por ejemplo, yo me referí a la espiritualidad como experiencia unitaria para hacerle honor al título del tema pero de lo que se tiene experiencia no es de la espiritualidad en abstracto sino de la dimensión espiritual entre otras tantas dimensiones que se implican en lo humano de forma constitutiva.
Me preguntas “Lo primero, la espiritualidad ¿es un llegar a ser lo que ya se es? Si ya se es, ¿para qué plantear llegar a ser lo que ya somos? ¿Acaso podemos dejar de ser lo que ya somos?
No se deduce tras leer tu primer párrafo que ahora en esta parte de tu escrito no entiendas el devenir del ser.
Claro que esto no es de extrañar si se tiene en cuenta que a la hora de referirnos a la realidad acostumbramos a pensar que las cosas primero serían y así pensadas, después, es como ellas serían reales. Pero la fórmula “ser real” remite a un esquema tradicional que ha confundido realidad con ser y con existencia, y la realidad es más que esto, es obertura a un “estar siendo”.
Tú como científico sabrás mejor que yo que cuando la ciencia entró en crisis a finales del siglo XIX y principios del XX si bien antes la naturaleza era sistema de cosas (sustancias materiales) que llegan a ser por sus causas ahora, en última instancia, se trata de un problema ontológico, de una ontología de la naturaleza.
De ahí que la idea de campo sustituya a la idea de causa. Entonces, en la ciencia moderna, lo que es primigenio en el mundo de la naturaleza es el campo, campo de fuerza y energía y lo que se encuentra en él son elementos constitutivos del campo, es decir, no son sustancias aisladas que actúan unas sobre las otras, sino que aquellos interactúan unos con otros funcionalmente dentro del campo y no se puede hacer referencia a ellos sino en el campo y desde el campo. Con lo cual, convendrás conmigo que de esta somera explicación mía, por humilde e insuficiente que sea, podríamos extraer de ella que es también desde este punto de vista donde se sitúan y se mueven las neurociencias y por tanto comprenderás que si lo entiendo así estaré a mil años luz de cualquier reminiscencia platónica.
Diferimos MªLuisa, ya lo sabes. Valoras para mí en exceso la espiritualidad como experiencia unitaria de lo que nos constituye. La inteligencia espiritual no es más ni menos que las demás inteligencias, la racional, la emocional, la religiosa,… De ello no se deduce ninguna división pues ninguna de ellas puede actuar independiente de las otras. Cuando pensamos o hacemos cualquier cosa que intervenga la inteligencia, todos sus tipos están implicados. Si los científicos separamos en partes el objeto de estudio simplemente es para someterlo a análisis según el método científico, lo cual no rompe su unidad que por supuesto es algo más que el conjunto de sus partes. Ese algo más del conjunto, sus propiedades emergentes unitarias, sus notas distintivas o características, no escapan al estudio científico, pues no sólo es analítico sino que también se ocupa de los objetos o seres tal cual son, de su descripción, comportamiento, actividad,…
Dices: “vistas desde la realidad humana, estas mismas notas físicas y psíquicas no actúan separadamente sino formando unidad, formando un sistema completo. (¡claro que sí!, por lo dicho en el párrafo anterior) Entonces es cuando funcionando sistemáticamente en proyección mediante todo cuanto nos constituye se da alcance a la espiritualidad, es un llegar a ser lo que ya se es. La espiritualidad es experiencia, experiencia de realidad”. No estoy de acuerdo. Lo primero, la espiritualidad ¿es un llegar a ser lo que ya se es? Si ya se es, ¿para qué plantear llegar a ser lo que ya somos? ¿Acaso podemos dejar de ser lo que ya somos? Entiendo este planteamiento con regusto en la reminiscencia platónica. Presupone una metafísica u ontología que toma lo real como algo distinto a la Realidad Física en la que vivimos y somos. Y esto es así porque si tomas lo real como la Realidad Física la pregunta o ese llegar a ser, carece de sentido.
¿Acaso la espiritualidad la planteas como caer en la cuenta, o hacernos conscientes de lo que somos? Desde luego en mi opinión la espiritualidad tiene muy poco que aportar aquí. Llevamos muchos siglos de espiritualismo y con él de poco ha servido para sacar conclusiones definitivas en cuanto a lo que somos y sobre el funcionamiento de nuestra mente o cerebro. Las Neurociencias nos aportan muchísimo más en este conocimiento.
La espiritualidad ¿es experiencia de la realidad? Si la Realidad a la que te refieres es la Realidad Física pues entonces los esfuerzos, dedicación, financiación,…., que se realizan en Ciencia serían improcedentes, pues tendríamos de ella experiencia inmediata. ¿De qué valdría esa supuesta experiencia si no podemos, como es evidente, traducirla en conocimiento de nuestra Realidad Física? Puede que hables de la Realidad Humana, de conocimiento de nosotros mismos, pero para que esto tuviese sentido, tendrías que separar la realidad humana de la física, cosa discutible y que no me parece procedente.
Por lo tocante a mí, Honorio, muchas gracias pues veo que se me va entendiendo, sin embargo me he dado cuenta después, en una segunda lectura, que tal vez lo que expreso al final se entendería mejor si lo que se alcanza no es tanto la espiritualidad sino el reconocimiento de aquella dimensión espiritual propia de todo ser humano universalmente concebida.
Es reconfortante constatar que en nuestro cruce de opiniones hemos encontrado un lenguaje común, una misma filosofía o espiritualidad. Gracias, Jorge, María Luisa, Eloy, todos…
El comentario que acabo de lanzar hace alusión al de ayer de Jorge, el de las 11:03,este último todavía no lo he leído
Es que el planteamiento de Jorge para mí no es correcto porque si nuestro propósito es averiguar que sea esto de la espiritualidad no se puede empezar por considerar separado aquello que nos constituye como realidad humana, más bien lo que procede hacer es que nos atengamos a tal hecho constituyente, es decir, atenernos al hecho de que los humanos tenemos ciertas propiedades que nos caracterizan y que poseerlas unitariamente es llevarlas a cumplimiento a ver a dónde nos lleva. En el primer caso es la ambivalencia del ser y no lo real lo que se antepone y al ponerse aquel en marcha lo que hace es, en primer lugar, enjuiciar o concepuar la espiritualidad. El ser de lo humano en su ambivalencia le interesa concebir sus notas las orgánicas-físicas y las psíquicas separadamente, unas sienten y otras inteligen, ha sido lo propio del dualismo al cual, como error, vengo haciendo tanto hincapié. En cambio, vistas desde la realidad humana, estas mismas notas físicas y psíquicas no actúan separadamente sino formando unidad, formando un sistema completo. Entonces es cuando funcionando sistemáticamente en proyección mediante todo cuanto nos constituye se da alcance a la espiritualidad, es un llegar a ser lo que ya se es. La espiritualidad es experiencia, experiencia de realidad. Para que la espiritualidad no quede en mero concepto, es menester anteponer la realidad al ser.
En las relaciones trabajadores-empresa-Estado, me muevo con dificultad pues no he estudiado sobre este tema lo suficiente. Mi opinión no está cualificada sino que la doy como simple ciudadano. Mi trabajo y profesión tampoco me da pistas sobre lo mejor de esas relaciones pues fui funcionario como profesor de Secundaria y Universidad, poco sé del funcionamiento de empresas. Supongo que no se puede hacer un tratamiento igual con respecto a empresas pequeñas familiares, empresas medias de unas decenas de trabajadores y empresas grandes de miles de ellos.
Lo que tengo claro es que en ningún caso puede tratarse al trabajador como una máquina de producción, son ante todo personas, pero no por un sentido ético que también, sino por el objetivo de toda empresa a ser rentable. He leído en Mente Cerebro que las condiciones de trabajo son muy importantes para la productividad. Un ambiente agradable, cómodo y participativo, es más eficaz que en condiciones estresantes. Además no sólo colabora en ello un salario justo o mejor alto, sino que también aumenta la productividad y la eficacia cuando los trabajadores se implican en la empresa la hacen suya y son escuchados y valorados. Trabajadores estresados, mal pagados, despreciados,…, rinden poco y el trabajo de uno sólo tienen que hacerlo dos o tres, con lo cual la productividad se deteriora. El enfrentamiento entre trabajadores, cuadros de dirección, propietarios accionistas,…, es nefasto para las empresas.
Considero que el Estado que ya fija un salario mínimo interprofesional que me parece muy insuficiente, debería también fijar un tope máximo de salarios y rentas. Salarios excesivos en los cuadros de dirección a veces escandalosos, repercuten necesariamente en la rentabilidad de la empresa. El excedente, restando lo que se destina a las políticas de nuevas inversiones de la empresa, debería ir al Estado para sostener los servicios que presta un Estado de Bienestar y no a acumular capitales en paraísos fiscales.
Lo que habría que combatir por supuesto es la maldita corrupción, el usar bienes públicos en beneficios privados, pero también los beneficios desmesurados privados sin ningún control por el Estado, que deberían regularse en forma de impuestos. Habría que llegar a acuerdos entre inversores y el Estado, en el porcentaje suficiente de beneficios de una inversión y el excedente. No me parece justo que beneficios excesivos pasen a manos privadas. Y no me parece justo porque esos beneficios dependen necesariamente de la sociedad en general que los produce, de su estructura y capacidad, y por tanto deben retroalimentar al bien común de la sociedad implicada.
¿De quien es la empresa?.
Esta es la cuestión de fondo.
Yo creo que la empresa es no solo del empresario (que pone el capital) sino muy especialmente de los trabajadores (que ponen el trabajo).
De modo que la “participación” de los trabajadores en la gestión de la empresa es condición exigible y necesaria.
¿Como se articula esta participación? Hay diversas formas y modelos.
En España la participación a través de los sindicatos en los órganos de decisión de la empresa , creo que no ha dado el resultado apetecido y esperado.
Es una cuestión a revisar a fondo, pese a que las circunstancias no ayuden mucho.
Con la venia, quisiera comentar un poco lo que dice Jorge sobre las relaciones empresario-trabajadores-Estado.
El esquema actual otorga al empresario, que es ni más ni menos que un trabajador altamente cualificado, la propiedad de la empresa, los beneficios que produzca y las pérdidas que puedan originarse, y al resto de la plantilla la misión de ejecutar las órdenes del empresario, conformarse con un salario equis sometido al dictamen imperativo del empresario, y asumir los riesgos del mal funcionamiento de la empresa; y al Estado le atribuye el velar por la buena marcha de las empresas, y en caso de pérdidas proteger con un mínimo de supervivencia a los trabajadores…
En este esquema, el trabajador es una pura máquina quie hay que mantener en condiciones de seguir produciendo, su voluntad, sus ideas, no cuentan en absoluto, Ni siquiera su supervivencia si se queda en paro, porque el Estado se compromete con él “hasta cierto punto”, un cierto punto que puede llegar hasta dejarlo en el más absoluto desamparo.
¿Pueden decirme qué clase de “espiritualidad” hay en este esquema? Si espiritualidad es “compartir” “confraternizar” etc. etc. todo eso que dicen los moralistas y espiritualistas, ¿qué hay de eso en este esquema?
Ya sé que estamos muy lejos de ese desideratum, de ese ideal humanista-espiritualista-místico. Pero al menos reclamo que tengamos claras las ideas, que tengamos claro hacia dónde queremos caminar, que nos demos toda la prisa necesaria en alcanzar ese estado de vida comunitaria en la que compartimos todo, en la que todos somos considerados, respetados, y actuamos como personas, con todas nuestras facultades en activo y en perfecto funcionamiento. Que la fiscalidad señale con justicia a cada uno lo que debe aportar al bien común, y a cada trabajador de la empresa una parte generosa del fruto de un trabajo en común.
El alma humana y el espíritu humano (natural de nuestra especie) es para mí un concepto holístico que reúne lo más genuino del ser humano, lo que nos caracteriza como humanos. Alma tiene un significado más estático algo así como lo que nos constituye y el espíritu tiene un sentido más dinámico, como fuerza, ánimo, energía… Entiendo mejor hablar de espíritu como inteligencia espiritual, junto a otras inteligencias como la emocional o la racional. Son algo que tenemos, que en mi posición cientifista no pasan de ser estructuras dinámicas o plásticas de nuestro cerebro formada por redes neuronales. Si la racionalidad surge de poner en marcha esas redes neuronales de la inteligencia racional, pues lo mismo pasa con la espiritualidad.
Para trabajar la inteligencia espiritual hace falta poner fe y esperanza en lo que hacemos, en las tareas que hemos asumido, independientemente de cuáles sean o de los principios y valores que las sostienen. Una persona que manifiesta una gran dedicación, empeño, esfuerzo…., tiene una gran fuerza espiritual, ánimo y energía para hacer lo que hace. Puede tener un alto valor ético o todo lo contrario, una inteligencia espiritual malvada. La inteligencia espiritual solo es lenta o está disminuida cuando hay depresión, desánimo, …, sin ganas de hacer nada ni asumir nada, faltos de fuerza y energía.
Para conseguir un alto grado de espiritualidad no es necesario asumir tal o cuál valor ético, una filosofía o metafísica concreta, una religión o ideología determinada. Lo que tiene que tener una inteligencia espiritual fuertemente desarrollada es una enorme esperanza en conseguir lo que proyectamos y una fe tal que mueva montañas. Para que esto ocurra tienen que ir fe y esperanza juntas en un proyecto común concreto y determinado. Y es aquí cuando necesitamos una decisión y una determinación fuerte al optar por una ética, una filosofía, una metafísica, una ideología, una religión,……, cualquiera que sea.
Yo mismo cometí el error en mi comentario anterior de confundir la espiritualidad con mis decisiones personales éticas, de la concreción de mi fe y esperanza en conseguir un mundo mejor más justo, de no soportar el sufrimiento de las personas sean quienes sean,…. Por tanto, hablar de que todos/as formamos parte de un Todo común, de la Presencia Buena en nosotros y el mundo,….., como hace J.Arregi, de admirar el Misterio que ES, de la atención a lo Real, del asombro y admiración humana por las cosas,…., como dice Mª Luisa, entre otras muchas posibilidades, no definen la espiritualidad, sino la fe y esperanza que en algunos podría animarla. MªLuisa y J. Arregi nos animan desde sus opciones, pero otras opciones pueden ser igual de eficaces.
Pienso que la espiritualidad entendida según Arregi es totalmente compatible con “ESPIRITUALIDAD, y de la buena!” al estilo de H. Cadarso, o sea, justicia y respeto de los derechos humanos. El pensamiento de Cadarso yo le vislumbro también en las palabras de Arregi “Una espiritualidad que nos enseñe a vivir atentos a lo Real que se manifiesta y se va haciendo. A ser libres y hermanos” y sobre todo “A escuchar el grito de los seres heridos”. A esto obliga “somos interser”.
Yo creo que es un error la idea de que la espiritualidad del siglo XXI, es simplemente un retorno al humanismo ateo o agnóstico del siglo XIX.
Porque detrás de todo el florecimiento espiritual en los mundos alternativos, en todo el mundo, y que incluso está llamando muy fuerte en las puertas de las religiones y espiritualidades clásicas, hay dos ideas adicionales a dicho humanismo.
Por una parte está todo el mundo cultural del subconsciente que ha sido el motor de toda la psicología del siglo XX, desde Freud y Jung, hasta las psicologías integrales y transpersonales de Maslow, Wilber y Assagioli.
Y por otra parte está todo el mundo del evolucionismo, que revisado y perfeccionado con todo el mundo de la complejidad de los sistemas autónomos autoemergentes, han situado a la especie humana en su verdadero lugar en el Cosmos, desplazándolo de la hoy día ridícula visión antropocéntrica clásica, donde el hombre era el centro de todo el Universo.
Esas tres patas, humanismo básico, (focalizando nuestro destino en la especie y no en el individuo), evolucionarismo, y cultivo del potencial creativo del subconsciente como fuente de adquisición de nuevo conocimiento, son la base del trípode de la nueva espiritualidad laica.
Y a estas tres patas, se les puede unir, (o no, eso ya es cuestión de intuición personal o fe de cada uno), la cuarta pata, la de aceptar un relato mítico, que pueda explicar nuestra situación, en la hipótesis cognitiva de que no estemos solos en el Universo, y nuestros vecinos se preocupen por nosotros.
Pero eso es un complemento individual y personal, sin más importancia, que se tiene o no, si lo siente así cada uno, y que ayuda a comprender mejor nuestra gran aventura en el Cosmos.
Estamos dentro de un nuevo paradigma al que apunta el título del curso que nos anuncia Arregui “Espiritualidad en el siglo XXI”.
Partiendo de lo que se nos antoja anterior, cuando hablábamos de “espiritualidad” dentro de nuestro parámetro confesional nos estábamos refiriendo a diversas formas de piedad que hacían o se cultivaban en escuelas muy determinadas, la franciscana, El Carmelo etc. Todas ellas tenían en común su individualismo y en haber convertido la praxis cristiana en una carrera de méritos que se obtenían en la permanencia de círculos de perfectos mediante unos votos o el aislamiento de las realidades “mundanas”.
Pero,ahora, insisto, estamos en otro parámetro, después que las personas laicas buscaron su sitio dentro de la Iglesia, y ésta orientó su pastoral en la vía “encarnacionista”, o de aceptación de las realidades terrestres. El clero abandonó la profecía, y el laicado, quienes “no contaban”, la asumió sabiendo lo que tiene que hacer o decir, se hizo comunidad desde abajo.
Y en este nuevo paradigma, la espiritualidad, no es aquello que cultivamos, sino una nueva manera de reconocernos, una parte substancial de las persona, lo que nos hace precisamente personas y que es común a todo el género humano. Sólo en ese sentido podemos entender que Arregui escriba que “la espiritualidad se está emancipando de las religiones. El concepto motor del siglo XIX era “progreso”, con el mismo nacieron muchas místicas divergentes entre sí. La posmodernidad ha descubierto que la espiritualidad del ser humano es la que le da sentido a sí mismo y al universo.
Nos abre a una nueva manera de permanecer abiertos hacia la Trascendencia., pues “el sueño de la razón produjo monstruos”.
Hablar de espiritualidad lo encuentro importante porque hace referencia a la fuerza que mueve el “espíritu humano” (natural) hacia un mundo mejor para vivir, más justo, que no soporta el sufrimiento propio pero sobretodo el de los demás y pone en ello las energías que sean necesarias para remediarlo. La causa del sufrimiento no tiene una sola fuente como el desbordamiento del ego tal como apunta Arregi y el budismo, como si fuese el individualismo o egocentrismo la personificación del mal, sino más bien tiene un origen múltiple y complejo. La condiciones y circunstancias personales y sociales, (bienestar, bienes,…), las capacidades y característica físicas y genéticas de las personas, (sanidad, educación,…) y sobre todo las decisiones personales sucesivas tomadas a lo largo de la vida pueden tornare causas de sufrimiento, entre otras. Decir a alguien que la causa del sufrimiento que padece es su deseo egoísta incontrolado, me parece una broma de mal gusto puesto que añade a su sufrimiento la culpa por no controlarlo. Decir que la causa de la corrupción política y económica que padecemos es debida a un desmesurado afán egoísta de riqueza y poder de unos cuantos, me parece un análisis de una levedad ingenua que pretende buscar como sea culpables de las circunstancias que producen la desigualdad y sufrimiento de muchos.
Cuando arrancó la época industrial y durante muchas décadas posteriores el enemigo estaba muy claro, eran los empresarios capitalistas que explotaban sin escrúpulos al proletariado. La lucha obrera para la conquista de sus legítimos derechos costó muchas vidas humanas, que ahora pisotean. Sin embargo, hoy nos hemos dado cuenta de que la presión sobre los empresarios capitalistas no puede llevarse más allá de un límite, marcado por la rentabilidad de la empresa. Si no es rentable la empresa cierra y los trabajadores al paro. No sólo los empresarios buscan la rentabilidad de la empresa, a los trabajadores también les interesa que la empresa funcione. Los que antes eran enemigos ahora tienen necesariamente que colaborar, para alcanzar un equilibrio de beneficios entre unos y otros. El sindicalismo tiene necesariamente que moverse en este difícil equilibrio. Tampoco el Estado puede presionar por encima de ciertos límites a los grandes capitales financieros, puesto que son huidizos y buscan beneficios a sus inversiones. Las consecuencias de que un Estado se encuentre sin financiación son desastrosas. Por tanto ahora tampoco el enemigo son los grandes capitales financieros. Los necesitamos.
Mantener el equilibrio en justicia es difícil. Si se decanta a favorecer al empresario y al gran capital en detrimento de los derechos de los trabajadores que es lo que ha hecho UE y el PP, el desastre es descomunal por el sufrimiento que produce en la mayoría de la población, la pobreza crece, las condiciones de vida empeoran…. Pero si se decanta a presionar a empresarios y financieros de tal manera que la rentabilidad de empresas y capital no es suficiente, con lo cual se cierran empresas y el capital huye, el desastre es aún mayor pues el empobrecimiento se generaliza, y solo unos pocos se encuentran entonces más que satisfechos.
Ese equilibrio que busco desde luego es contrario a las políticas del PP, pero ¿el PSOE o Unidos-Podemos o Ciudadanos lo garantizan o por lo menos lo van a intentar? Tengo serias dudas al respecto.
A mi modo de ver el autor en su exposición ontológica sobre la espiritualidad no alude para nada a ninguna intervención sobrenatural.
En su exposición parte de lo más natural, de las cosas más rasas y próximas con las que hacemos nuestra vida.
La espiritualidad para no confundirla con lo sobrenatural requiere un cambio de perspectiva previo y entonces se verá que el autor no busca lo sobrenatural sino que pretende llegar al fundamento mismo que haga posible el hecho de la espiritualidad. El fundamento de todo y de la realidad en la que en ella están vinculadas todas las cosas.
Él mismo lo expresa así:
Una espiritualidad que nos haga admirar el Misterio Que Es en el cosmos sin medida, en el cielo estrellado, en la piedrecilla del camino, en la hoja que vuelve a brotar, en los ojos de un niño, en el rostro de un refugiado o de un inmigrante.
El hecho de ad-mirar algo es más que el simple mirar es una de las características esenciales de lo humano. Es cierto que los humanos vivimos entre otros muchos seres vivientes, sólo que ellos esta capacidad de admiración no la tienen, las cosas son para ellos objetos, señales, signos de respuesta, pero no cosas. La admiración humana por las cosas nos pone ante los ojos lo real de ellas, siendo lo real de ellas lo realmente admirable. De la admiración, pues, enraizada aquí abajo surge la espiritualidad, si que quiere, también la mística, la creatividad, la poesía, el arte etc.,
Todo parte de lo humano, sin intervención sobrenatural ninguna. Es una mística que va de abajo arriba porque si para un reconocimiento de la mística o de la espiritualidad tuviéramos que echar mano de lo sobrenatural todos los pasos que hiciéramos estarían en falso. Ahora bien, yo sí entiendo que para el científico materialista que no ve sino sólo la materia natural de las cosas todo lo dicho, para él le será del todo insuficiente.
Yo pienso que la acción y el compromiso sale de unas convicciones que puede considerárselas espirituales, es el combustible que hace posible la acción, es como la gasolina al automóvil. Por tanto, creo que es importante cultivar esa espiritualidad de la que habla Arregui, tenga un referente religioso o no, lo importante son los frutos. No menos importante es que esa actividad de la que es capaz el ser humano no quede en mera especulación íntima, interior y encerrada en uno mismo, en mero humo que se lleva el viento. En esta clave es en la que he leído el artículo de Arregui
Cierto que aquí podríamos entrar de nuevo es definir qué entendemos por espiritualidad, tema que ya se trató en otro momento en atrio.
Le ha quedado muy bien el artículo a Arregi. Pero hay una cosa que me chirria. Hemos de trascender las religiones, pero en ese viaje se hace acompañar por Jesús. Para mí esto no es serio, es hacer trampa.
No comparto muchas de las conclusiones de Antonio Piñero, pero reconozco que es una autoridad en exegesis. Pues bien, para Piñero Jesús en todo caso fue un profeta después mitificado. Todo el constructo religioso, gira en torno a un mito. Poco importa si existió Jesús, porque lo que tenemos de este personaje es todo mito.
Según otro exegeta admirable Llogari Pujol los evangelios fueron escritos por sacerdotes del templo egipcio de Serapis. Tomando como base la espiritualidad egipcia. Siguiendo los evangelios seguimos cuentos egipcios.
Estamos engañados desde el concilio de Nicea. Los cristianos gnósticos giraban en torno al mito de Jesús. Pero no pretendían fuere un personaje histórico.
Si dejamos atrás el mito religioso, esto incluye a Jesús. Y si dejamos atrás a Jesús. Dejamos atrás el cristianismo…., tal como lo conocemos hoy.
Creo que del cristianismo lo que nos vale hoy como ayer, es un destilado pasado por el alambique de nuestro sagrado propio criterio, y nuestro sagrado libre albedrío. a partir de ahí, cada cual es libre de leer la biblia o leer libros budistas por ejemplo. Yo personalmente prefiero los libros budistas….
Hace tiempo que Honorio Cadarso se mueve en la línea que apunta su último comentario y que resumo en una de sus frases:
(…) Eso de la espiritualidad está en nuestro punto de mira, pero “dímelo andando” decía no sé quién. (…)
Yo en lo esencial y en términos generales me siento muy cercano a esa idea de Honorio. Refleja lo que yo creo que era, en gran medida , el espíritu de la JEC y de la JOC de los años !960-1965.
Participo pues de la idea de que no hay siempre que mencionar la “ética ” o la “espiritualidad”, para sentirse y esforzarse en mantener comportamientos éticos y espirituales.
No sé si poner este comentario en el hilo de Arregui o en el de Ester Vivas. !Va por los dos!
Quiero decir, de todos modos, que el planteamiento de Ester me parece más directo, como que va más al grano con menos palabras. Eso de la espiritualidad está en nuestro punto de mira, pero “dímelo andando” decía no sé quién.
Yo echo de menos en Atrio últimamente a mi amigo el tupamaro diácono Sánchez de Montevideo, y últimamente busco en vano la firma del zapatista mexicano…Ellos no hablaban tanto de espiritualidad, hacían espiritualidad…
Hay una campaña electoral, hay un programa, hay unos programas de partidos políticos, es el momento de optar, de definirnos, de meternos en harina. Esa es la espiritualidad que hoy se nos pide, el evangelio que nos toca predicar.
¿Que no interesa hablar de comunismo? Sea, las palabras se las lleva el viento, pierden valor cuanto más se las manosea. A fin de cuentas se trata de exigir a todo ciudadano que aporte su “cuota” al bien común, se trata de entender la humanidad ENTERA como una familia que tiene unos derechos ya proclamados por la ONU. Los que tienen más dinero del que necesitan, por IMPERATIVO LEGAL, que no por caridad o humanidad, como dicen que hace el Amancio Ortega, contribuyan y entreguen sus bienes conseguidos con buenas o malas artes para el bienestar de TODA LA HUMANIDAD.
A este planteamiento se le pueden dar muchas calificaciones, pero solo tiene una lógica: justicia, respeto de los derechos humanos…!ESPIRITUALIDAD!, y de la buena. El ciego del evangelio quería ver, los miles de oyentes tenían hambre en el milagro de los panes y los peces. Jesús no les convidó a la espiritualidad, les ofreció, al uno la vista, a los otros pan y peces. Amigo Arregui, espero que en Aránzazu habléis de cómo hacer que el pan y los peces alcancen a todos, y de que los ciegos recobren la visión. Lo de la espiritualidad podéis dejarlo para la siguiente convocatoria, cuando ya los estómagos están saciados y los ojos vuelvan a funcionar…
Firmo lo que dice Gonzalo, una síntesis muy completa que no viene mal de vez en cuando reflexionar sobre tantos aspectos de aquello que, cual brújula, está en nuestras manos para no perder el norte. Hay que hacer respirable la vida a nivel individual y a nivel colectivo. En ocasiones el vértigo del quehacer diario, la sobreabundancia de noticias, de comentarios y comentaristas, la vorágine exterior, nos lleva a un mundo que estando fuera, va penetrando en nuestra mente y en nuestro interior como si eso fuese nuestra propia esencia. Vivir hacia afuera es fácil, tomar la rienda de sentido de nuestra vida y saborear todo lo que el hecho de ser humanos nos otorga, la conciencia en sí misma, está en nuestras manos.
¡Vaya! he cambiado el apellido Arregi por Aregui. Disculpas.
Podría suscribir la espiritualidad que expone J.Aregui en casi todo lo que dice, incluso el asombro y sensibilidad hacia el mundo que vivimos, al fijarnos en la piedrecilla del camino, en la hoja que brota, en el Universo como corazón que late, en la Tierra como organismo vivo,…., porque no tiene porqué ir más allá del marco natural que lo sostiene, aunque tenga un cierto acento poético. Si con esta mirada asombrada y maravillada pretende salirse de lo natural hacia lo sobrenatural, entonces no puede compartirlo. Es que esta sospecha se vuelve confirmación cundo dice “la Presencia Buena que lo envuelve todo y habita en todo” o “la Paz que sostiene y mueve todo” o “la atención a lo Real” o “el Misterio creador que une y mueve todo” o “el Misterio de lo que ES”. Además añade una frase de corte budista “la ilusión del ego fuente de sufrimiento”, que tampoco comparto.
En mi opinión la espiritualidad del siglo XXI laica, diferenciada de lo religioso, no debería tener ninguna referencia a lo sobrenatural. Si al texto de J.Aregui le quitamos esas referencias que señalo que apuntan a lo sobrenatural, pienso que podría servir para introducir un diálogo sobre este tema que creo importante por lo que apunta, la crisis cultural y de valores éticos en nuestras sociedades.
Como siempre Arregi logra sintetizar lo que muchos pensamos, y lo hace en un tono de poética fraternidad planetaria franciscana.