En la web de Atrio, en esta última semana, se ha prodigado la palabra esperanza. Sin duda, es tiempo de ello. Estamos en Navidad, que es liberación y esperanza. Estamos a una semana después de unas elecciones generales, cuyos resultados señalan un camino de esperanza. Pero habría que preguntarse, ¿qué esperanza?
No me vale la virtud de la esperanza, como se ha enseñado tradicionalmente por la teología. Una esperanza demasiado escatológica y providencialista, que lo deja todo en mano de la resignación; aunque tampoco me vale la de E. Bloch, demasiado chata y telúrica, sin horizonte de Trascendencia. Creo que hay que aunar esa esperanza trascendente de la virtud cristiana y el “todavía no” blochiano transformador de la realidad y de la historia.
El territorio de la esperanza es el sufrimiento, el drama humano, como nos advierte A. Malraux en su novela La esperanza, quien, por medio de una prosopopeya, pone en boca de Madrid, acorralada y destrozada por los bombardeos del rebelde ejército franquista, una queja profunda y angustiosa contra Miguel de Unamuno: “¿para qué puede servirme tu pensamiento, si tú no puedes pensar mi drama?”. Esta situación se puede actualizar de muchas maneras: guerra de Siria, millones de desplazados; recortes sociales del gobierno del PP, millones de familias empobrecidas; y un largo etc. Es en el aquí y ahora donde ha de actuar la esperanza; tiene que mirar al futuro, próximo o lejano, pero desde la realidad sufriente del ahora. Tal vez no les falta razón a E. Lévinas y Rosenzweig para quienes la filosofía es ideología de la guerra al considerar unos elementos como esenciales (Dios, hombre, mundo) y despreciar otros como accidentes (el sufrimiento, la pobreza, la esclavitud). También TW Adorno se sitúa en esta línea al entender, por un lado, que “el sufrimiento perenne tiene tanto derecho a la expresión como el martirizado a aullar”, retractándose de algún modo de otra afirmación suya de que después de Auschwitz ya “no se podía escribir ningún poema”; y de otro, que ante el bárbaro e irracional Holocausto la propia metafísica ha quedado desarmada y paralizada, “porque lo que ocurrió le destruyó al pensamiento metafísico especulativo la base de su compatibilidad con la experiencia”. Es, pues, hora de que la esperanza tome la iniciativa y el ser humano recupere su propia identidad óntica, pues, siguiendo a Laín Entralgo, “el hombre sin esperanza sería un absurdo metafísico”.
Desde el punto de vista de la creencia la esperanza es el guía fiel que acompaña al hombre a la frontera de la finitud para entrar en el territorio de la trascendencia; donde ya no hay esperanza, porque el acontecimiento gozoso se hace patente. Se presenta, pues, al sujeto sub specie boni, colmando todos los anhelos insatisfechos y plenificando la finitud de la existencia humana. De ahí que el Ser trascendente sea el horizonte del “homo viator”, que no es un ser acabado, perfeccionado, como mantiene la filosofía escolástica siguiendo a Aristóteles, sino un ser en proyecto, que deviene y se realiza cada día: “vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser…¡Un ser que consiste, más que en lo que es, en lo que va a ser; por lo tanto, en lo que aún no es!”, escribe Ortega y remata en otro lugar, “yo no soy una cosa, sino un drama, una lucha por llegar a ser lo que tengo que ser”.
Así pues, el ser humano es un-ser-en-esperanza. Que es tanto como decir que está abierto al futuro, nota esencial de la esperanza. Es un proyecto en constante devenir que en su trayectoria diacrónica se va configurando y consolidando como ser humano. Es agente y responsable de su propio futuro, como individuo y como colectividad, y su tarea primordial es transformar el presente, para que el futuro sea menos incierto, incluso un futuro liberador, donde las aspiraciones humanas se vean cumplidas. Se aproximan así esperanza y utopía, por cuanto se vislumbra una realidad diferente a la que se vive y se posibilita una calidad de vida, fruto del quehacer transformador del hombre. El futuro será, pues, una realidad para todos; de que los demás van a estar conmigo y yo con ellos. Es la urgencia de la solidaridad. Pero conviene resaltar que a la realidad adversa se encara desde una posición erguida, de ahí el dicho de no meter la cabeza debajo del ala como el avestruz. A esto P. Tillich lo llamó “el coraje de ser”. Conseguir esa actitud erguida, factor importante en la evolución del primate al homínido, como gustaba repetir el biólogo Faustino Cordón, no fue cosa de unos días, sino de siglos. El primate pasó del bosque a la sabana, y para comer y poder defenderse de otros depredadores comenzó a erguirse, mantenerse de pie. Sin esta actitud de reto, de confianza desafiante, no es posible la esperanza.
El hombre es además un-ser-con-esperanza. Su existencia como historia se fundamenta en la confianza de su proyecto, un proyecto con futuro. Confiar es tanto como dar crédito a la realidad por más que esta realidad y este proyecto puedan atravesar campos minados que hagan peligrar la actitud desafiante del ser confiado. Con la mirada hacia delante, hacia el futuro. Es la sensación que muestra la sociedad española después de las elecciones del 20D, por más que Ortega nos diga que el español suele “hacerse ilusiones sobre su pasado, en vez de hacérselas sobre su porvenir”; o la actitud desafiante de algunos, demasiados, obispos españoles, que no respetan ni la libertad personal, ni la libertad de conciencia.
Pero la esperanza, tanto biográfica como histórica, no es otra cosa que el compromiso con la realidad, individual y colectiva; una realidad considerada sub specie boni, que implica armonía y felicidad para uno mismo y para los demás. El dato empírico es que la realidad del ser-ahí anhela su total transformación, como también la creación entera, según escribe Pablo de Tarso en la Carta a los Romanos. Y es K. Marx quien pone las bases en la tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Aquí está la clave de la esperanza, de la “pequeña esperanza” de Ch. Pèguy, ya que no es otra cosa que la consecuencia y el fruto de los comportamientos éticos del trabajo por la justicia, la libertad o la paz. No hay futuro esperanzador si no hay libertad, aunque vivamos en una democracia, pero las mayorías absolutas imponen absolutamente sus prioridades y su bienestar; aunque la Iglesia sea un espacio de libertad, pero nuestros jerarcas quieren imponer “su verdad”, ya que los laicos somos “un rebaño” sin capacidad de decisiones… El hombre es un “ángel fieramente humano”, diría Blas de Otero, pero con “grandes alas de cadenas”, tanto individual como colectivamente. No hay un futuro esperanzador si no hay justicia, o lo que es lo mismo, igualdad, ausencia de explotación del hombre por el hombre; en definitiva, ausencia de marginalidad y pobreza. No hay futuro esperanzador si no hay paz, ausencia de violencia que es la generadora de conflictos y de dolor humanos.
Esta es la formidable tarea de la “pequeña esperanza”. En otro lugar (Palabras para este tiempo, Madrid, 2012) le dediqué un soneto que, abreviándolo, dice:
Callada energía de la humana
existencia. No eres, pues, espera
en sala de espera sin ventana,
sino GPS robusto hasta la frontera
… Vacuna fiel contra la pesadilla
de la injusticia y la pobreza. Palma
en el desierto. Una aurora que brilla.
¿SE HA INSTALADO EN MÉXICO EL IMPERIO DE LA IMPUNIDAD?
No sirven las leyes, aun cuando por su origen y contenido sean correctas, si no hay moralidad en los individuos y en la sociedad en general. Este principio estuvo en mi mente al escribir sobre temas políticos en “Frutos de otoño” y referirme a México, mi país. Pinto una nación embargada por la corrupción y la impunidad, con un porvenir contradictoriamente sombrío y esperanzado.
Cuando esto escribo, parecería que varios acontecimientos se han precipitado y empeoran el panorama. He aquí algunos hechos: antes de las elecciones de medio término, a los ojos de muchísimos mexicanos, los principales partidos políticos se ven debilitados por las divisiones y/o los señalamientos concretos de violaciones a las leyes y de parcialidad de la justicia.
El gobernante Partido Revolucionario Institucional ha visto disminuir progresivamente la aceptación del Presidente de la República, marcado ya por sombras de complicidad con la delincuencia. Acaba de ser reaprendido el famoso “Chapo” Guzmán, millonario líder de la más grande organización del narcotráfico, sin que hayan sido siquiera señalados los principales responsables de su fuga. En cambio, parecería que los marinos, a quienes se debe la tenaz persecución y la final detención del delincuente, han sido disminuidos en el mérito de sus acciones. Y se ha dado exagerada publicidad al hecho de la reaprehensión, como para distraer de fracasos en la acción política del régimen respecto a las llamadas reformas estructurales. En España ha sido detenido Humberto Moreira, expresidente del PRI y antes gobernador de Coahuila, por “limpiar” dinero procedente de empresas fantasmas (en realidad sustraído del presupuesto estatal con autorizaciones falsificadas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público). En el Estado de Nuevo León, el nuevo gobernador, el “Bronco”, quien durante su campaña prometió encarcelar a su predecesor Rodrigo Medina, priísta, por desfalco (miles de millones de pesos) a las arcas del Estado, no ha querido cumplir su palabra por el chantaje a que el PRI lo ha sometido con la amenaza de no cooperar a recuperar lo robado con fondos de la Federación. Y otros exgobernadores y gobernadores han sido protegidos con fuero o con cargos públicos, mientras los mexicanos esperan se les ajuste cuentas. Para colmo de males, hoy el peso mexicano sufrió otra dura devaluación frente al dólar.
El Partido de la Revolución Democrática también sufre de divisiones. Se ha visto que, a su conveniencia, están dispuestos a hacer alianzas locales o nacionales con quienes y sobre lo que les reditúe ganancia en elecciones. El disidente Manuel López Obrador sueña con que a la tercera será la vencida, es decir, que será el próximo presidente de México; para ello creó el Movimiento de Renovación Nacional –MORENA- que no puede ocultar la esperanza de que muchos mexicanos le den su voto por su “piadosa” evocación de la Virgen Morena del Tepeyac y por su “sincero” interés por los pobres, cerrando los ojos a su larga trayectoria criminal.
Por su parte el Partido Acción Nacional, que descubrió en su seno infiltración de priístas y perredistas, y por su cuenta agregó divisiones, lucha por reconquistar el terreno perdido volviendo a la fidelidad a sus principios.
Mientras tanto el narcotráfico, los asesinatos, los abusos contra las mujeres, los secuestros, la venalidad en los penales, la prostitución y las corruptelas de la justicia siguen florecientes, en aumento, a los ojos de quienes quieran verlos.
¿Esperanza de un México mejor? No obstante todo lo anterior, la esperanza se mantiene viva. Día a día parece crecer el número de mexicanos que han descubierto que no habrá buen porvenir para el país, mientras persistan la corrupción, la impunidad y en general los vicios de los partidos políticos; y que es preciso que se rechace como ofensa la mísera cuota que se ofrece por el voto, y haya alineación mayoritaria con los principios de la moral, haciendo profundamente propios los valores de la verdad, de la justicia y del amor fraternal por todos los habitantes de la Patria. Desaparecida la pasividad generalizada en la vida pública, vendrán, sin duda, tiempos mejores.
Perdón porque mi último comentario aparece duplicado, aunque incompleto en un caso, debido a un error.
Nuestra contingencia sí la veo como razón que explica la esperanza debido al grado de inquietud mayor o menor que pueda producir en nosotros. Mi discrepancia se refiere exclusivamente a “Es en el aquí y ahora donde ha de actuar la esperanza” porque no veo con claridad cómo puede actuar en las situaciones nacionales e internacionales mencionadas. En tales casos la más efectiva compañera es la solidaridad o amor laico.
xplica la esperanza. Mi discrepancia se refiere exclusivamente a “Es en el aquí y ahora donde ha de actuar la esperanza” porque no veo con claridad cómo puede actuar en las situaciones nacionales e internacionales mencionadas.
“Oiga usted, amigo Tórtolez, lo que contaba de un confitero andaluz, muy descreído, a quien quiso convertir un filósofo pragmatista. Escuche lo que decía el filósofo.
-“Si usted creyera en Dios, en un Juez Supremo que había de pedirle a usted cuenta de sus actos, haría usted unos confites mucho mejores que esos que usted vende, y los daría usted más baratos, y ganaría usted mucho dinero, porque aumentaría usted considerablemente su clientela. Le conviene a usted creer en Dios”.
-“¿Pero Dios existe, señor doctor?” -preguntó el confitero-. -“Eso es cuestión baladí -replicó el filósofo-. Lo importante es que usted crea en Dios”. “Pero ¿y si no puedo?” -volvió a preguntar el confitero-.
– “Tampoco eso tiene demasiada importancia. Basta con que usted quiera creer. Porque de ese modo, una de tres: o usted acaba por creer, o por creer que cree, lo que viene a ser aproximadamente lo mismo, o en último caso, trabaja usted en sus confituras como si creyera. Y siempre vendrá a resultar que usted mejora el género que vende, en beneficio de su clientela y en el suyo propio”.
El confitero, no fué del todo insensible a las razones del filósofo. “Vuelva usted por aquí -le dijo- dentro de unos días”.
Cuando volvió el filósofo, encontró cambiada la muestra del confitero, que rezaba así: “Confitería de Angel Martínez, proveedor de su Divina Majestad”.
-Está bien. Pero conviene saber amigo Mairena, si la calidad de los confites… -La calidad de los confites, en efecto, no había mejorado. Pero lo que decía el confitero a su amigo el filósofo: “Lo importante es que usted crea que ha mejorado, o quiera usted creerlo, o en último caso, que usted se coma esos confites y me los pague como si me lo creyera”.
(“Juan de Mairena” – Antonio Machado).
La esperanza, no es algo voluntarista, que se tiene porque no hay mas remedio, y por hacer como que se cree en un futuro mejor, para no descerrajarnos un tiro, y poner la alfombra perdidita de serrín.
Mejor dicho, puede serlo, pero no es mi caso, ni creo que esa sea una esperanza buena: la esperanza a la desesperada.
Mi esperanza, (cada uno cuenta la feria como le va), es una esperanza a la que he llegado, de un análisis de la realidad, de bastante duración, aunque como pasa con todas las intuiciones, al final, siempre le cabe a uno la sospecha de si no habrá hecho subconscientemente, trampas en el solitario.
Me consuela que concuerdo con gente de alto nivel, y prestigio, como Edgar Morin. Le preguntaron si creía que todo lo que está sucediendo nos llevará al fin de nuestra vida sobre el planeta. Y respondió:
‘Sí, es probable, pero siempre es lo improbable lo que surge en el momento más inesperado”. “Repitámoslo: la hipótesis peor no es segura. E incluso, en la peor de las hipótesis, todo podrá recomenzar para los supervivientes, rehabilitados, tal vez, de nuestras carencias, desconocimientos e incomprensiones. Quizás encuentren, en alguna parte de las ruinas de una biblioteca, este mensaje que les devuelva la esperanza y el coraje”.
Señala Erich Fromm que “la esperanza es paradójica. Tener esperanza significa estar listo en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida”.
Y la gran ventaja de los que, por distintas intuiciones, somos creyentes, es que nuestra fe, (además de proporcionarnos una perspectiva de la realidad que consideramos satisfactoria), como propina, nos proporciona “de gratis”, una cierta esperanza en que “todo acabará bien”. Porque como dice Javier Melloni parafraseando a Raimon Panikkar, “el místico no es el que tiene esperanza del futuro sino de lo Invisible“.
Además, aunque empecé hablando mal del voluntarismo, ahora me contradigo, (soy humano), y pienso que hay que dar ilusión a la gente, como decía Teilhard de Chardin: “El futuro pertenece a aquellos capaces de darle a la próxima generación razones para la esperanza”.
Admito el disenso parcial de Antonio Rejas. Cuando en mi artículo me refiero al sufrimiento como terrirtorio de la esperanza, no es otro que el territorio de nuestra contingencia, de ahí que se podría decir, al menos desde lo humano, que la esperanza es la “virtud primera” y esencial. Óscar Varela completa mi artículo en este sentido.
La vida es algo que no nos es regalado, sino que tenemos que hacernos cada uno;
* más todavía, que necesitamos conquistarnos.
La expresión no corresponde al pacífico vivir del vegetal; significa lucha, combate cotidiano y enérgico, choque con la difficulté d’etre.
El hombre tiene que conquistarse a sí mismo.
La planta, en cambio, no parece ser beligerante.
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Según la doctrina vetustísima de los egipcios, cuatro divinidades asisten al nacimiento del hombre:
* Daimon, el demonio interior, el poder elemental que es nuestro carácter;
* Ananke, es decir, las necesidades inexorables de nuestra condición;
* Eros, es decir, la capacidad de sentir entusiasmo;
* Tyche, el azar.
Goethe reconoce esos cuatro ingredientes de nuestra existencia descubiertos por tan vetusta sabiduría, pero añade uno, el menos botánico que cabe imaginar:
* Elpis, la ESPERANZA.
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El Daimon o poder elemental, la Ananke o conjunto de necesidades inexorables en que el ser viviente se encuentra implicado son factores que intervienen en la existencia de todas las criaturas del Universo.
Pero el Eros o entusiasmo, la Tyche o conciencia del azar y Elpis, la esperanza, son patrimonio exclusivo del hombre.
(La planta, por ejemplo, no espera nada; somos nosotros quienes esperamos que cada nueva primavera florezca y cada nuevo estío u otoño fructifique)
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Goethe tuvo toda su vida una sensibilidad hiperestésica para el azar; no se hacía ilusiones.
Todo en nuestra vida depende últimamente del azar.
* Todas las leyes físicas y biológicas no bastan para asegurarnos mínimamente respecto a lo que nos va a pasar dentro de unos instantes.
* Esto nos pone de manifiesto lo que hay de más extraño en la condición del hombre:
– lo que originariamente nos interesa, nos importa, es el porvenir.
– Porque el porvenir es por esencia lo que no sabemos cómo va a ser,
– ni siquiera sabemos si dentro de un minuto existiremos aún.
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Vivir como presencia del porvenir es estar en lo absolutamente problemático:
* ¿Qué va a pasar en el mundo y, por tanto, a cada uno de nosotros dentro de un año?
– No lo sabemos.
– El porvenir es, por definición, inseguro.
Por eso la raíz de la existencia humana es la conciencia de inseguridad.
Constantemente estamos proyectados sobre el futuro, atentos a él, en alerta y espera de lo que pueda venir.
* Somos, pues, porvenir y, sin embargo, no lo tenemos.
* Porvenir, futuro es precisamente lo que no está en nuestra mano.
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Esta indocilidad del porvenir, esta su insumisión a nuestra voluntad, esta dolorida conciencia de que lo mismo puede pasarnos mañana una cosa que otra nos la representamos bajo la fisonomía de un poder misterioso sin figura ni personalidad, inexorable y despectivo que llamamos Azar.
El Azar es el primer Dios ante el que la humanidad se encontró.
Pero ese Dios primigenio, el Azar, no tiene inteligencia, no tiene voluntad, no tiene compasión ni sensibilidad alguna; en suma, no es un Dios personal.
Depender pura y simplemente de un poder sobre el cual no cabe ejercer el menor influjo, que es sordo, que es ciego, que, en rigor, es… Nadie,
– resulta demasiado horrible y por eso los hombres tuvieron que imaginar figuras de dioses más asequibles, a quienes se pudiese llegar con la plegaria, el culto y el sacrificio.
Y esas figuras de dioses asequibles fueron puestas como máscaras tranquilizadoras, sobre el Azar, para ocultar el Dios primigenio que no tiene cara.
……………………..
Resumamos:
* Nuestro vivir consiste primariamente en un estar proyectados sobre el porvenir.
* El porvenir es la inseguridad.
* Esta inseguridad está administrada, regida por el poder irracional del Azar.
* Si la vida es un sistema de ocupaciones, nuestra primaria ocupación es ocuparnos de nuestro porvenir.
* Pero el porvenir es lo que aún no es, por tanto, es ocuparnos por anticipado con algo.
* La ocupación con el porvenir es pre-ocupación.
* El porvenir nos ocupa porque nos preocupa.
* A esto —preocuparnos— reaccionamos buscando medios para asegurar esa inseguridad.
* Entonces retrocedemos del porvenir y descubrimos el presente y el pasado como arsenales de medios con que podemos contar.
* Al chocar, pues, con el porvenir que no tenemos en nuestra mano rebotamos en él y somos lanzados hacia lo que tenemos: presente y pasado.
* De esta manera nacen la técnica y la historia.
…………………….
Pero no podríamos hacer esto si ante la terrible inseguridad que es el Azar no hubiese en el hombre una última confianza tan irracional como el Azar mismo: es la ESPERANZA.
…………………….
Aquí tenemos una concepción de la vida humana que no es naturalista, no es botánica, sino que es dramática, es un puro acontecer en el sentido de un acontecer a nosotros.
El hombre no tiene naturaleza; en lugar de ello tiene historia.
* Esto es lo que nos separa definitivamente y de un modo radical:
– de todo el pensar antiguo y
– del humanismo.
…………………
El DRAE dice que esperanza es “estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Francisco, el obispo de Roma, afirma que “hay una carencia de esperanza en el mundo”. Supongo que el Papa se refiere a la virtud cristiana de la esperanza. Parece ser que el artículo se aparta de este concepto por demasiado escatalógico y providencialista. Y tiene razón.
Discrepo parcialmente, quizá porque no haya captado la idea del articulista, en cuanto a que el territorio de la esperanza es el sufrimiento, el drama humano. No he leído la novela de A. Malraux, pero sí más de una crítica sobre la misma y coinciden en la gran calidad de la obra. Deduzco, no obstante, de tales críticas que la esperanza que subyace en ella se refiere al triunfo de la izquierda o bando republicano en la guerra civil española. Digo que discrepo parcialmente porque, efectivamente, para que se produzca en el interior del ser humano un sentimiento de esperanza es necesario que exista un cierto grado de inquietud, un estado de sufrimiento en dosis más o menos altas. En cualquiera de los casos dramáticos actuales citados en el artículo es conveniente que los afectados estén llenos de esperanza para no caer en el “absurdo metafísico” del que habla Laín Entralgo. Pero esta esperanza tiene que ser fortalecida por los que estamos fuera de tal situación. Es nuestro amor al prójimo el que tiene que actuar “aquí y ahora” porque la esperanza es la ilusión que nos debe comprometer con la realidad individual y colectiva.