Por poner con interrogaciones este tema fue condenado Han Küng
“Yo no soy ni seré infalible”. Los alumnos del Colegio Español de Roma no dábamos crédito a cuanto estábamos escuchando. Era un papa quien pronunciaba esa frase. Juan XXIII, hasta hacía pocos días Angelo Giuseppe Roncalli. El sucesor de Pío XII, quien había reafirmado su infalibilidad con la proclamación de un dogma, el de la Asunción de María.
August Bernhard Hasler no pregunta. Constata, ilustra, analiza, propone. “Cómo llegó el papa a ser infalible” (Wie der Papst unfehlbar wurde) es el libro que publicó hace 35 años en Alemania. En 1980, en España por Planeta. Un impresionante relato de cuanto sucedió en el Vaticano aquel no muy lejano 1870. Un perfil exhaustivo de un papa, Pío IX, empecinado en ser declarado infalible. Una crónica del Concilio Vaticano I que Hasler considera ilegítimo por falta de ecumenicidad y de libertad.
Pocos años antes, en 1970, Hans Küng, con su libro “¿Infalible? Una pregunta” (Unfehlbar? Eine Anfrage), abordaba, con interrogante, la misma cuestión. La resolvía de manera muy semejante aunque con razonamientos filosóficos diversos. Según Küng, la indefectibilidad de la Iglesia no exige la infalibilidad de la misma Iglesia. Y menos aún la infalibilidad personal del Papa como definida en el Vaticano I.
Se me ocurre que fue el papa Roncalli quien, con su comportamiento, propició los modernos estudios sobre el Vaticano I y concretamente sobre la infalibilidad papal. Y no es sólo una ocurrencia. A principio de la década de los 70, traté como colega a August B. Hasler en el Vaticano. Él, en el Secretariado para la Unión de los Cristianos. Yo, en el Santo Oficio. Pablo VI apuraba sus penosos últimos años de pontificado. Sin haber sido “infalible”, había tenido rasgos autoritarios, tales como la “Humanae vitae”. Frecuentemente los funcionarios comentábamos y murmurábamos. Hasler evocaba a Juan XXIII. Roncalli había sido el papa ejemplar, decía.
“Cada vez resulta más claro que el dogma de la infalibilidad papal carece de base en la Biblia y en la Historia de la Iglesia del primer milenio. Pero si el Concilio Vaticano I no fue libre, tampoco fue ecuménico. Y, por lo tanto, sus decretos no pudieron tener validez alguna. Con ello queda abierto el camino para una revisión de este Concilio, y se abre al mismo tiempo un camino de salida para una situación que parece cada vez más insostenible, tanto a la ciencia histórica como a la Teología. ¿Se le pide demasiado a la Iglesia? ¿Puede llegar a admitir que un concilio se equivocó?, ¿que, en 1870, se tomó una decisión errónea?
Si se toma realmente en serio la colegialidad de los obispos, habría llegado el momento de revisar en un Concilio Vaticano III lo que el I puso en movimiento. ¿Y la consiguiente pérdida de autoridad? ¿No hace inimaginable cualquier clase de revisión? ¿No es mucho más hábil interpretar de modo distinto el dogma y adaptarse a las nuevas circunstancias? Pero ¿no podría ser que por esa vía la Iglesia perdiera mucho más? Una revisión tendría la gran ventaja de la honradez.
Hay que esperar que se produzca el examen sin prejuicios que todos desean, a fin de sacar a la luz del día la verdad, toda la verdad. Porque únicamente la verdad, se ha dicho, nos hará libres”.
Así concluye Hasler su libro. Una obra de 260 páginas que es un compendio de varios artículos y libros publicados con anterioridad. En él recorre y se detiene en las peripecias de la discusión conciliar. Distingue nítidamente las dos facciones: infalibilistas y antiinfalibilistas. Pone al descubierto sus argumentos, sus contradicciones, sus debilidades, sus broncas, su asimetría. Apunta a Pío IX como al instigador y maniobrador de la marcha del Concilio. Un papa al que atribuye tantos defectos que llega a producir aversión o conmiseración. Psicópata, pseudomístico, visionario, dictador, cruel, además de epiléptico.
Pío IX, el papa que no quería dejar de ser Rey y se amparaba en la infalibilidad
Pío IX estaba convencido de su infalibilidad personal, Ya en 1854, había hecho uso de esa prerrogativa. Proclamó como dogma la Concepción Inmaculada de María. Durante años, la Curia se encargó de caldear los ánimos de jerarcas y del pueblo católico. Después de la Ineffabilis Deus, se imponía la creencia en la infalibilidad. Lo contrario era ir contra el sentir y la convicción del Papa. En una palabra, era algo herético. Sobre esa base se convocó y se desarrolló el Vaticano I.
En todo momento hubo una gran desproporción entre infalibilistas y antiinfalibilistas. Basta apuntar que los obispos italianos, más de 200, suponían la cuarta parte del total. Y los obispos italianos dependían doblemente del Papa-rey. Pío IX llegó a amenazarles con dejarlos en la miseria o destituirlos si se alineaban con la oposición. El Concilio se inclinó mayoritariamente en favor de la autoridad y en contra de la discusión; en favor del Papa y en contra de la soberanía conciliar; en favor del caudillo y en contra del Parlamento.
Según Hans Küng, en el prólogo al libro que comentamos, “Hasler informa sobre lo referente a la cuestión de la infalibilidad de un modo sistemático y sin contemplaciones… Lo que Hasler publica sin ninguna clase de disimulo ni de paliativo es ya una `chronique scandaleuse’, una relación de las manipulaciones que sufrió el debate sobre la infalibilidad, de la preparación, conducción e imposición de la infalibilidad y en definitiva de Pío IX“.
Mientras que Hasler denuncia la falta de ecumenicidad y de libertad del Vaticano I, Küng atribuye a este Concilio un valor semejante a otros anteriores concilios, casi siempre mediatizados por fuerzas espurias.
Cómo se fue creando la teoría de la infalibilidad
No obstante los atisbos de autoritarismo de los obispos de Roma a partir de Constantino, durante el primer milenio, los papas no hablaron de su infalibilidad. Tampoco la Cristiandad era consciente de esa supuesta prerrogativa papal. Más bien se impuso la teoría conciliarista. Es sintomático y esclarecedor que el papa Honorio I (625-638) haya sido condenado por tres subsiguientes concilios a causa de su “monotelismo”. Y que el papa Juan XXII haya condenado, como obra del diablo, la doctrina de la infalibilidad papal defendida por el franciscano Petrus Olivi. El concilio de Constanza (1414-1418) ahondó en la teoría conciliarista desacreditando la institución del Papado.
La Cristiandad de finales del Medievo, en medio de cismas y herejías, estaba desorientada. Intentaba desesperadamente recuperar la seguridad perdida. Se buscaba alguien en quien confiar y a quien seguir. Una instancia infalible. Por eso no sonó a blasfemia que Bonifacio VIII (1294-1303) se haya atribuido todo el poder en el cielo y en la tierra.
La Reforma iniciada por Lutero vino a dar ímpetu a la autoridad doctrinal del Papa. Era necesaria una respuesta autoritaria. Doctrinalmente el péndulo se inclinó hacia el extremo opuesto a las tesis de Lutero. Aunque los papas acariciaban su propia infalibilidad, el Concilio Tridentino no tomó en serio la infalibilidad papal. Fue a partir de esa época cuando la idea de la infalibilidad papal va tomando cuerpo. Con fuertes resistencias, los obispos italianos y los teólogos jesuitas alimentaron la idea de la infalibilidad papal. Incluso a principio del siglo XIX, la doctrina de la infalibilidad papal era rechazada de modo general, menos en Italia y España.
A partir de la Revolución Francesa y con los diversos concordatos, el Papado adquiere una relevancia insospechada y asestó un golpe mortal al galicanismo. Pío VII se hizo con el apoyo especial del bajo clero, el cual prefirió un déspota lejano a ciento contiguos. Todos buscaban un punto de apoyo en Roma. Las mayores resistencias las tuvo el Papado en los territorios de la diáspora: Holanda, Inglaterra, Norteamérica, misiones.
Se acrecentó la búsqueda de la autoridad hasta el punto de que teólogos como Joseph Maistre (“Sobre el Papa“, a. 1821), exigieron un papa infalible. Y ello por motivos sociopolíticos, sin buscar fundamentos bíblicos o históricos. Un movimiento denominado “ultramontano”, secundado por varios escritores franceses y alemanes, prevalentemente jesuitas. Había que desarrollar los privilegios papales con el fin de imponer objetivos eclesiásticos. Gregorio XVI (1831-1846), fortaleció el nuevo e intransigente movimiento y condenó el liberalismo. Según él, la libertad de conciencia era una “idea absurda y falsa”. Sus dardos apuntaban, sobre todo, a la libertad de prensa.
El terreno estaba abonado. Su sucesor, Pío IX (1846-1878) endureció esta postura. Asustado por la Revolución de 1848, decidió levantar un dique contra la secularización, contra el liberalismo, el racionalismo, el naturalismo. Un dique que se llamaba autoridad infalible del Papa. Nombró obispos sólo de tendencia ultramontana. Para asegurarse el contacto individual con los obispos, prohibió la formación de Conferencias Episcopales Nacionales. Impuso la obligación de las regulares visitas episcopales a la Santa Sede. Introdujo medios curialistas de alabanzas, censuras, presiones, condenas. Los nuncios ayudaban a esta política papal. Fueron alineadas la Teología y la Catequesis. Los libros de tendencia episcopalista terminaron en el Índice o se procedió a su quema. En muchos catecismos se enseñaba la doctrina de la infalibilidad pontificia. Roma fomentó que en los concilios provinciales se enseñara la autoridad y la infalibilidad del Papa.
¿Por qué se empeño Pío IX en proclamar el dogma de Concepción inmaculada?
Pero la prueba palpable de la convicción del papa Mastai-Ferretti fue la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de María. Fue, además, una indirecta presión sobre la Cristiandad. Es verdad que la encuesta previa arrojaba una mayoría de obispos favorables al dogma. Pero Pío IX se opuso a que el tema fuera debatido. Las opiniones negativas procedentes de Alemania hacían arriesgado el tal debate. “Contra facta non valent argumenta”. Pío IX demostró ser infalible con la proclamación del dogma. Lo demostró a sí mismo y a la Cristiandad. Por lo tanto, el Papa es infalible cuando habla ex catedra. Un reconocimiento de hecho que el Pío IX consideró debía ser llevado a reconocimiento de derecho en un Concilio.
Los “ultramontanos” otorgaban al Papa títulos tales como Rey, Papa-Rey, Soberano,César, Rey Altísimo, El más amado de los Reyes, Príncipe mayestático, Regente supremo, Máximo soberano del mundo, Rey de Reyes, Vicediós de la Humanidad. Un verdadero culto a la personalidad con atisbos de misticismo y fetichismo.
Por contra, políticos, teólogos e historiadores de Europa central se manifestaban en contra de la papalatría. Confiaban en que nunca sería proclamada una doctrina no contenida en la Biblia o en la Tradición. Inicialmente, también la Curia estaba en contra de un Concilio que definiera la infalibilidad. Pero, conocido el empecinado deseo del Papa, el pragmatismo se impuso. Se temía un cisma. En los albores del Concilio, las fuerzas antiinfalibilistas superaban a las infalibilistas. Gracias a los jesuitas, particularmente la Civiltà Cattolica, las tornas fueron cambiando. El ambiente fue caldeándose a partir de la convocatoria del Concilio en septiembre 1868. A los ultramontanos se unieron muchos obispos y nuncios que sugerían a los fieles que enviaran cartas al Papa exigiendo la definición del dogma de la infalibilidad. Los escritores y periodistas defensores del dogma recibían el reconocimiento papal. Al defensor de la infalibilidad Prosper Guéranger el Papa, en marzo de 1970, escribió un elogio en el que acusaba a los antiinfalibilistas de temeridad, locura, insensatez y extraordinaria desfachatez. Por contra, los escritos de la oposición suscitaban el enfado del Papa. Así, los escritos de von Döllinger y de Le Page Renouf fueron a parar al Índice de libros prohibidos. Muchos obispos y superiores religiosos emularon a Pío IX prohibiendo la lectura de libros críticos con el dogma. A veces, incluso con castigos de deposición a los autores de las publicaciones o enseñanzas.
La dura batalla por la infalibilidad en el Vaticano I
En la organización del Concilio tomaron la delantera los infalibilistas que coparon la presidencia y las diversas comisiones. Para más, el reglamento fue elaborado y publicado por el Papa en exclusiva. El control del aparato conciliar estaba asegurado. Papa, Curia y jesuitas estaban empeñados en lo mismo. El elemento romanoinfalibilista dominaba totalmente. Para dar apariencia de imparcialidad, se incluyeron algunos teólogos y obispos de la tendencia anti.
“Todo está organizado y dirigido de tal modo – escribió a Londres en enero 1869 OdoRussell, encargado de negocios británico ante la Santa Sede – que a los obispos del exterior les resulta totalmente imposible expresar sus ideas individuales e independientes. Quedarán sorprendidos cuando se vean obligados a sancionar lo que querrían habercondenado“. Ese era el ambiente que se respiraba en la Asamblea. Más que espeso se hizo trágico. Las presiones de los infalibilistas eran constantes y multiformes Varios obispos de la minoría protestaron y hablaron de prácticas inquisitoriales. Muchos se ausentaron definitivamente. El obispo de Montpellier, Lecourtier, arrojó al Tiber los documentos conciliares. Le costó la deposición de su diócesis.
Era evidente, constante e insoportable la intromisión de Pío IX en el Concilio. Sobre todo, cuando corrieron rumores de una nueva guerra entre Alemania y Francia, con posibles nefastas consecuencias para los Estados Pontificios. Ante esta situación, muchos obispos de ambas facciones preferían aplazar la discusión de la infalibilidad. Pero el Papa se enfureció calificando esa postura de vergüenza, infamia y falta de hombría. “Estoy tan decidido a ir adelante que, en caso necesario, proclamaré yo la decisión y despediré el Concilio, si éste prefiere callar” Son palabras de Pío IX al redactor jefe de la Civiltà Cattolica.
Faltaban las condiciones psicológicas, materiales y formales para una auténtica discusión libre. Tanto el Papa como los infalibilistas consideraban como herejes a sus contrincantes. Los asemejaban a los protestantes y a los infieles. El aula era insuficiente acústicamente. El reglamento obstaculizaba las intervenciones de quienes no eran miembros de las Comisiones. Estaba prohibido imprimir los discursos. Imposible reunirse en pequeños grupos. Fue rechazada una comisión mixta propuesta por el grupo minoritario para discutir los puntos controvertidos. Representantes de la minoría eran interrumpidos constantemente en sus parlamentos. La mayoría aplaudía, murmuraba o gritaba, según el caso, provocando escenas de furia o de tumulto. Al obispo Strossmayer que afirmó que también había protestantes que amaban a Jesús, le vociferaron:“Es Lucifer, un segundo Lutero ¡Anatema!”. Según Dupanloup, los obispos podían hablar, pero no discutir.
Pío IX, mientras felicitaba personalmente a los defensores de la infalibilidad (entre ellos el obispo español Miguel Payá y Rico, luego cardenal arzobispo de Compostela),censuraba públicamente a los contrarios, llamándoles guías de ciegos, amigos de este mundo, ignorantes, cobardes, asnos o heresiarcas. A estos obispos el Papa solía negarles la audiencia solicitada y, en caso de concedérsela, aprovechaba para convencerles de la oportunidad de definir su dogma. Son proverbiales, al tiempo que escandalosas, las humillaciones operadas por Pío IX sobre los obispos antiinfalibilistas. Al cardenal Filippo Guidi (presunto hijo de Pío IX) quien, en nombre de la Tradición, había propuesto una laudable fórmula de consenso entre las dos facciones, el Papa lo llamó al orden y le espetó: “La Tradición soy yo”. Los obispos dependientes de Propaganda Fede, así como los patriarcas y obispos orientales, se alinearon con los antiinfalibilistas.
Una intensa batalla fue orquestada y practicada en la prensa a favor de la tesis pontificia. Ya hemos citado la Civiltà Cattolica. Otras publicaciones con mismo enfoque eranL’Univers, L’Unità Cattolica, La Correspondence de Roma, Il Giornale di Roma y Il Divin Salvatore. Y, por supuesto, L’Osservatore Romano. Todo cuanto publicaban era dictado o previamente aprobado por el Papa. Los argumentos de la minoría les resbalaban.
Sin el misticismo de Pío IX es imposible comprender su tozudez en la definición del dogma de la infalibilidad. No sólo decía experimentar visiones milagrosas que le confirmaban en su empeño. También daba crédito a presuntas apariciones de niños, monjas y frailes en el mismo sentido. La más explícita fue la de Don Bosco quien, durante el Concilio, tuvo una visión en la que se le anunciaba la definición de la infalibilidad. Después de hablar repetidamente con Don Bosco en los primeros meses de 1870, el Papa se reafirmó en su decisión de definir la infalibilidad en cualquier circunstancia, incluso contra el Concilio.
Tanto el obispo Felix Dupanloup como Agustin Theiner, Prefecto del Archivo, tachan aPïo IX de pseudomístico e ignorante en las ciencias eclesiásticas. Su edad avanzada – 79 años – acentuaba sus limitaciones. Se hablaba de un anciano en regresión a la infancia. Muchos obispos juzgaban que su decisión de definir el dogma era fruto de la obstinación propia de la vejez. Llegó a aplicarse la frase: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida“. Un día, pasando por Trinità dei Monti vio un paralítico y le gritó: “Levántate y anda”. Pero su experimento fracasó. “Estoy convencido de que está loco”, escribió el historiador Gregorovius en junio de 1870. Opinión compartida por muchos obispos, según Du Camp.Y no sólo por los de la minoría. También muchos infalibilistas se lamentaban de tener al frente de la Iglesia un anciano obsesivo y paranoico que constituía un serio peligro para la misma Iglesia.
Después de cuanto expuesto, parece evidente que la libertad de los padres conciliares estuvo mermada. Lo denunciaron varios obispos de la minoría. Al final y debido a esas protestas, los cinco Presidentes excogitaron una maniobra. Pidieron a todos los padres conciliares la expresa adhesión escrita a una declaración que atestiguaba la libertad de la Asamblea. La firma no fue unánime y los obispos de la minoría no firmaron o lo hicieron con reserva. Un memorial de los obispos franceses empezaba con esta frase “Carecemos de libertad”. Varios obispos, entre ellos Strossmayer, Hefele, Schwarzenberg, Foster y el cardenal von Hohenlohe, sentenciaban que por su falta de libertad, no deberíamos hablar de un Concilio auténtico y obligatorio. Y apostillaban que tampoco la mayoría disponía de libertad, dado que gran parte del episcopado dependía económicamente del Papa.
Según iba acercándose el final del Concilio, muchos obispos de la minoría dejaban de asistir a la Asamblea y otros se ausentaban definitivamente. Fueron vanas y contraproducentes las amenazas diplomáticas de los gobiernos francés y prusiano. Sirvieron para que el Papa se reafirmara en su empeño.
Mt 16,18s (“Tú eres la piedra…”), Lc 22-32 (“He rogado por tí…”), Jo 21,15ss (“Apacienta mis corderos…”). Son las citas bíblicas que se traían a la discusión dentro del Concilio. Los antiinfalibilistas negaban su fuerza probatoria. En particular, negaban que tales textos hubieran sido interpretados por la Tradición milenaria en el sentido del presente dogma. De entre los antiguos Padres, se discutía sobre los testimonios de Ireneo de Lyon, Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona. La discusión se ampliaba a los diversos anteriores concilios y papas. Pero no nos engañemos. Lo duro de la discrepancia estaba en lo pasional, en la conveniencia, en la oportunidad. Los ánimos estaban caldeados a favor o en contra de la autoridad papal en sí. Los fundamentos doctrinales eran algo accesorio y pretestativo.
Votación final en el Concilio y consecuencias
El 18 de julio de 1870 fue la votación solemne. Los votos afirmativos fueron 535, Pero en fecha 13 de julio, había votado placet menos de la mitad de los 1.084 con derecho a participar. Y menos de los dos tercios de los 700 que asistieron al inicio del Concilio. Al final, 88 obispos dieron voto negativo y 62 dieron voto condicionado. No tuvo éxito la esperanza de que el Papa transigiera en incluir en la definición el asentimiento de la Iglesia. En la víspera de la votación solemne se ausentaron muchos obispos manifestando su protesta. Otros ya habían abandonado. Algunos que votaron non placet se sometieron una vez dictado el dogma.
Las consecuencias de la definición fueron diversas. La minoría rompió su unidad. Varios obispos se sometieron finalmente al Papa. Los de Austria-Hungría se enfurecieron. Algunos de los que se sometieron consideraron la definición como un “accidente”. Sobre todo, temían y querían evitar un cisma. La guerra franco-alemana contribuyó a desviar la atención de los eclesiásticos rebeldes. Consecuencia intraeclesial del Concilio es el cisma de los “veterocatólicos”. Se trata de un reducido número de obispos e intelectuales de Austria, Hungría, Suiza y Alemania que reconocen la primacía papal, pero no su autoridad e infalibilidad como definida en el Vaticano I. Actualmente agrupa a casi tres millones de fieles.
En el campo político-diplomático, hay que destacar varios consecuentes desastres. Las potencias europeas temieron que la nueva doctrina aumentara la intromisión de la Iglesia en la esfera estatal. Los piamonteses tomaron Roma. Austria denunció el concordato de 1855. En Alemania surgió la Kulturkampf que modificaba las relaciones con Roma. Francia se alejó de la Iglesia produciendo la separación definitiva de Iglesia y Estado en 1906. En Italia los católicos se excluyeron de la vida política. En efecto Pío IX, con su decreto “non expedit“, prohibió su participación activa y pasiva en los comicios. La población romana exteriorizó su odio hacia Pío IX en ocasión de su sepelio.
Epílogo
El 3 de septiembre de 2000, Pío IX fue declarado beato por Juan Pablo II. En la misma ceremonia, con endogámica decisión, también Juan XXIII fue declarado beato. Se sabe que todo fue un equilibrio de fuerzas dentro del Vaticano. En la carrera por el podio de los altares, se ha adelantado Roncalli, canonizado el 27 de abril de 2014. No son numerosos, pero sí aguerridos, los que, desde 1906, vienen empujando a Mastai hacia la “Gloria del Bernini”.
Por otro lado es una deformacion teologica y etimologica creer que le el Papa junto con la Iglesia pueden “inventar”, “crear” o “manipular ” la verdad de un dogma para quitarle o tergiversar su sentido original. La primacia papal y la infalibilidad petrina limitada esta contenida en el mismo Evangelio comenzando cuando preguntado Pedro por Jesus que creia el sobre la identidad real de Sui misma persona, Pedro le dice: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” …a lo que Jesus responde dicoendo que esa verdad NO es producto de su imaginacion humana sino que le ha sido REVELADA por el Padre. Pedro pues es siempre el Primado, es Cefas, el que posee las llaves del Reino, el que puede atar y desatar, al que Jesus le pide por 3 veces “apacentar” las ovejas, al que promete mandar el Paraclito para que la Iglesia no pueda ser destruida por el error y la mentira.
Es por eso que Karl Rahner en su famoso libro “La Infalibilidad de la Iglesia” habla del Papa como representativo de este carisma concedido por Cristo al Pueblo de Dios.
Tanto la Infalibilidad como la Asuncion fueron verdades pre-existente.El Papa solamente declara lo que ya existia.
un saludo cordial. Santiago Hernandez
EN EL VERDADERO contexto historico del Concilio Vaticano I, no hubo amordazamiento ni mamipulacion por Pio Nono. A pesar del deseo del Papa de proclamar el dogma Pio junto con la Comision Conciliar recalcaron que no se trataba de algo “personal” de Mastai-Ferrati, simo que estaba gestandose entonces la reflexion de toda la Iglesia.
Si hubiera existido una verdadera dictadura “papal” entonces no hubieran surgido en el Aula Conciliar “acaloradas discusiones” que se filtraron libremente a traves de todos los medios de comunicacion de la epoca, y que dividieron las opiniones, de la misma manera como sucedio durante el reciente Concilio Vaticano II. Y ASI….a favor de la definicion sobre la infabilidad se pronunciaron los obispos Italianos, y de USA entre ellos los nombres de Manning, Deschamps, Senstrey etc. y entre los en contra estaban los obispos Austro-Hungaros, los Alemanes y un pocentaje de Franceses.
El voto secreto se dividio entre los que estaban:
A favor.
En contra del dogma per se
En contra de la inoportunidad de la definicion
Aclaración para la hermana Carmen Pereira.
En mi comentario (como decía el p. Rhaner: “creo tener derecho a que la “otra” parte pueda expresar su pensamiento) escribo lo siguiente:
“En una charla del 3 de Agosto de 1968 el entonces teólogo católico”.
Es verdad, porque para ese “entonces” el p. Kung se sometía a las enseñanzas morales del Papa Pablo VI acerca de la encíclica HUMANAE VITAE. El mismo lo dice: “Seguiremos en la Iglesia Católica”.
Después escribo lo siguiente: “En el caso del no católico p. Hans Kung.”
Hoy, después de muchos años, ya NO ES católico. Puede ser el “teólogo” más famoso y excelente del mundo, pero NO ES Católico. ¿Por qué? Porque se ha alejado y encima combate las enseñanzas de la Iglesia. En palabras del artículo del Dr. Celso: “no acuso; ilustro y analizo” quien es el p. Hans Kung. ¿Es esto estar equivocado?
En el caso del obispo Dupanloup, es cuestión de primacía. A falta de uno, bueno son dos, porque al fin y al cabo, los dos eran grandes amigos en el tema del Papa.
Como decía De Maestri: “Todos los enemigos de Roma, son amigos entre sí.”
En cuanto a la infalibilidad del Papa, creo sería bueno preguntarnos ¿qué entendemos hoy por infalibilidad del Papa?
La respuesta puede ser “vaga” pero no “falsa”: es la imposibilidad de equivocarse y de inducir a otros equivocarse en materia teológica”.
Todos sabemos que el Concilio Vaticano I definió, que, bajo cierta condiciones, el Papa POSEE esa infalibilidad. Digo “posee” y no ES.
No definió el Concilio DIRECTAMENTE en qué consiste la infalibilidad del Papa, sino que se limitó a afirmar que el Papa (en determinadas circunstancias) posee la misma infalibilidad que posee la Iglesia.
Ni el Concilio Vaticano I ni otro alguno lo ha defendido, por lo cual resulta histórico que la solemne declaración Vaticana no adquiere significado pleno más que gracias a explicaciones ulteriores de algo que, aunque admitido como verdadero, no ha sido precisado oficialmente en forma definitiva.
No podemos HISTORICAMENTE probar la infalibilidad del Papa ni de otro alguno.
Sería ya muy difícil poder afirmar, desde el punto de vista HISTORICO, que los papas nunca han errado en sus enseñanzas, pues nadie piensa actualmente que el papa siempre y en todo sea infalible.
Por el contrario, la infalibilidad del Papa sí es verificable históricamente, pues basta que un Papa haya defendido un error manifiesto o haya contradicho lo afirmado por otro Papa anterior para que quede verificado, a partir de hecho, la posibilidad del error.
La minoría en el Vaticano I hacía hincapié de eso tales errores históricos. Hoy ( Kung, Hasler, Simons, Celso etc) son varios los autores “católicos” que se apoyan en ellos para NEGAR la infalibilidad del Papa.
Sin negar los errores de los que llevan la Iglesia, sobre todo en los siglos IX y X, fueron varios los Papas que ocuparon la silla de Pedro, se declararon legítimos, sacaron a su anterior, lo excomulgaron, lo condenaron como ilegitimo, para después a su vez depuestos, condenados, declarados ilegítimos, excomulgados por los siguientes: El más llamativo fue el caso de Formoso, que ya todos (incluyendo los protestantes) conocemos.
Tenemos así tipificado, hechos históricos, vinculados estrechamente con la sucesión apostólica en la sede romana.
A todo esto que ya todos conocemos, ¿es aún posible admitir la infalibilidad del Papa? Dos cosas: o negamos los hechos o negamos la infalibilidad del Papa.
Jesucristo no dio a los Doce el encargo de enseñar cualquier doctrina, sino solamente lo que EL les mandó. De este modo se llegó a establecer con claridad dos campos: uno que le pertenece al Magisterio y otro campo que no le pertenece. Uno el anuncio del Kerigma, y el otro que nada tiene que decir en cuestiones científicas, políticas, económicas.
Saludos a todos desde el Perú.
He leído atentamente el comentario de Lucho. Dice cosas encomiables. Otras no son aceptables. Hago sólo dos puntualizaciones. Llamar a Hans Küng un teólogo acatólico es simplemente erróneo. Además, la cita que hace del artículo del Dr. Alcaina sobre el obispo Dupanloup es inexplicablemente errónea e inexacta. En el artículo se cita dos veces a Dupanloup. Veamos:
“Según Dupanloup, los obispos podían hablar, pero no discutir”.
“Tanto el obispo Félix Dupanloup como Agustin Theiner, Prefecto del Archivo, tachan a Pío IX de pseudomístico e ignorante en las ciencias eclesiásticas”.
Está claro que la ignorancia no se le atribuye a Dupanloup. Todo lo contrario. Es Dupanloup quien considera ignorante a Pío IX.
Si la doctrina de la iglesia, lo que está preservando en su integridad… son las Palabras, obras y asesinato de Jesús…
Confieso con firmeza que es:
¡¡¡Falso!!!
Si decimos que guarda celosamente, lo que los hombres (de manera especial) han añadido a es hermosa Palabra…:
¡¡¡Cierto!!!
Y como creyente de ese Hermoso Proyecto de vida…:
¡¡¡Me duele en lo más profundo de mi ser, y en parte también soy responsable de ello!!!
Reconocer, que las iglesias – religiones (unas más que otras) han hecho y hacen mucho daño a esta humanidad creyente o no, es una responsabilidad de todas las personas… al menos de aquellas que tienen ¡Buena voluntad!
No hay que rasgarse las vestiduras. Decir blanco a lo que es blanco, negro a lo que es negro, y al resto de variaciones de colores, dejarles en su manera de actuar, optar y vivir.
Sin condenar a nadie, respetando la libertad humana mutuamente; nadie es mejor ni peor, cada cual es como es, y cree en aquello que libremente a decidido.
Nos encanta enjuiciar a toda persona que piense diferente a cada cual.
¿Que derecho tenemos para actuar así?
¿Y nos asustamos de lo que hacen otros movimientos porque no les gusta lo que otras personas hacen?
La iglesia ya actuó de manera parecida… no olvidemos nunca la inquisición… Sobretodo para no volver a repetirla.
Como no queremos olvidar otras locuras humanas… o el presente… que quizá nos enfanguen en otra guerra que no solucionará nada, pero teñirá de nuevo la tierra de sangre… de aquellas personas que no pueden decir ¡no! a esta barbaridad.
El mayor mal de esta humanidad es… su incapacidad de sentarse y dialogar, de pactar comportamientos respetuosos con todos.
Hay que “castigar” a quien causa tanto dolor baldío… Y todos los mandatarios ya saben por donde tienen que comenzar… pero eso supone… dejar de embolsarse pingües beneficios… y a eso, pocos dignatarios están dispuestos a doblegar su dura cerviz.
Eso tienen las religiones… que no dejan títere con cabeza, si no van todas las personas en la dirección marcada…
¿Por Dios? ¡¡¡No!!!
Porque a Dios, al verdadero Dios, solo le podemos herir… cuando de manera voluntaria y tenaz…:
¡¡¡Herimos al ser humano!!!
Las personas ¡no podemos ofenderle!
¿Cuando lo vamos a comprender…? ya lo dijo Jesús… a Él solo le ofendemos cuando ofendemos al hermano.
Me duele el alma… pero el Vaticano está enfermo de gravedad… se puede sanar… pero para eso hay que hacer unas curas muy profundas y quizá no estemos preparados para ello.
mª pilar
El doctor Martin Lutero dejó una con signa en su testamento: “Presérvese esta única cosa al momento de morir: odio al pontífice romano.”
Las cosas que se escriben no tienen el mismo efecto si las escriben según qué personas. Así, si sobre teología católica escribe un teólogo católico se espera que sea teología católica y no algo colindante con la misma. Es como si vamos a comprar un artículo y nos dan otro parecido pretextando que, al fin y al cabo, parece igual que el otro. Seguramente no lo compraríamos y, también seguramente, diríamos algo así como que se lo quede quien quiera pero que a nosotros no nos iban a timar o engañar.
Hoy la voz es: “aléjate de Roma. Porque no es bueno fiarse de Roma, porque Roma siempre sigue igual, Roma a su antojo domina todo, porque su representante siempre siguen igual, porque exige una obediencia ciega, Roma es legalista y fuerza quitando la libertad a los teólogos, y porque Roma quita la libertad evangélica.”
Antes de su conversión al catolicismo, el cardenal Newman en una de sus libros “EL MINISTERIO PROFETICO EN LA IGLESIA” expresó lo siguiente que merece que el señor Celso y todos sus lectores lo tengan en cuenta: “Con su pretensión infabilista, el ROMANISMO rebaja el nivel y la calidad de la obediencia al Evangelio y lesiona su carácter de misterio. Cuando se reduce la religión, en sus diversos aspectos, se corre el riesgo de prestar mayor atención a los valores terrenos que a Dios. Ahora bien, Roma clasifica nuestros deberes y nuestras recompensas, lo que hay que creer y lo que hay que hacer, las maneras de agradar a Dios y lo que es reprensible y merece castigo, cómo se perdonan los pecados. Lo clasifica todo tan al detalle, que se sabe exactamente el punto que en cada momento pisamos en nuestra peregrinación al cielo, los progresos realizados y el trecho que falta por correr. La verdadera libertad cristiana consiste en obedecer SOLO a Dios y no a leyes formales y humanas. Pues bien, el sistema romano deja poco espacio a este abandono generoso.” Realmente, Newman tenía en palabras de Von Balthasar: “El complejo antirromano”.
Ciertamente Newman mismo sufrió desengaño cuando conoció a los santos católicos y estudió a los padres de la Iglesia una e indivisa.
Newman no descubrió (pero si en algunos teólogos) alienaciones ni autoritarismos sino, UNIDAD en la Iglesia. Decía Reinhold Schneider: “La infalibilidad alcanza la cima que emerge en la espuma gracias a una intervención y don divino que preserva el naufragio a la Iglesia.”
Actualmente la infalibilidad del Papa es un término que está en sospecha y algunos tratan de desaparecerlo del lenguaje católico. Desde el punto de vista histórico se puede admitir contra la infalibilidad, que no existen pruebas claras u obvias en la Escritura y en la Tradición.
A veces se considera y se valora la historia de la Iglesia de modo inmesiricorde, señalando como errores sus fallas e insuficiencias, y aduciendo de modo especial las equivocaciones en que han incurrido los papas incluso en cuestiones doctrinales.
Este tipo de planteamientos olvida las cautelas con las que hay que analizar el pasado cuando se utilizan los criterios del presente, y no tiene en cuenta el nivel exacto de la infalibilidad. A pesar de las ambigüedades del comportamiento de algunos papas en las controversias doctrinales de la época, no se puede demostrar ningún caso en que un papa haya definido solemnemente como dogma de fe una proposición incompatible con la verdad del evangelio.
Hoy se piensa de esta manera: “no es cristiano pensar que la verdad de Dios queda depositada en sujetos sometidos a error ya que son finitos y falibles.”
Una de las objeciones contra la infalibilidad radicaba en su tardía aparición en la literatura cristiana. Una cosa es que la terminología y la formulación explicita hayan hecho su aparición en una fecha relativamente tardía, y otra cosa es que la convicción haya surgido de modo inopinado y sin contacto con la memoria histórica de la conciencia creyente. Más que fijar el autor o el momento exacto de tal eflorescencia, es la vida de la Iglesia bajo la guía del Espíritu, la que lo va exigiendo de modo paulatino.
Hasta el siglo IX no se atribuyó explícitamente la infalibilidad a las decisiones de los concilios ecuménicos. La tradición de la infalibilidad personal al obispo de Roma siguió un proceso más lento.
Sus raíces, sólidas y antiguas, no pueden ser otras que el carácter peculiar de la Iglesia de Roma. Ya desde el siglo III se toma la idea de Rom 1,8 para alabar la fidelidad de la comunidad romana en la salvaguardia de la tradición apostólica.
El Concilio Vaticano I lleva a su pleno desarrollo y explicitud la infalibilidad del papa. Precisamente A. B. Hasler ha sido el que ha criticado y ha querido desacreditar dicho concilio con severas críticas hacia la infalibilidad del papa.
Ya en 1663 la facultad de Teología de París, respecto a los poderes del Papa, estableció la siguiente tesis: “la facultad no recibe como doctrina o dogma que el soberano Pontífice sea infalible.”
Asimismo la Asamblea del Clero Galiciano de 1682 se movía en la misma dirección: “Aunque el papa tenga la parte principal en las cuestiones de fe, su juicio no es sin embargo irreformable.”
Las polémicas o debates en el seno del Concilio Vaticano I no significaban la oposición a la infalibilidad. Y sus adversarios (y sus opositores no católicos la tienen todavía) de este dogma, tenían la impresión de que este dogma podía dar a la Iglesia, y sobre todo al papa, una especie de cheque en blanco.
Se llegó a un primer final en el momento en que se marchó la minoría (K. Schatz calculo 25%) y se proclamó la infalibilidad del Papa. Había ciertamente obispos opuestos a ella, pero la mayor parte de los miembros de la minoría reticentes a la definición estaban movidos para alcanzar una formulación adecuada que situase dicha definición en una relación justa con el conjunto de la Iglesia, con los obispos y con los concilios.
Así que amigo Celso, comprender y aun admirar no es aprobar lo que dice A,B. Hasler, éste desde 1977 sostiene la tesis de una “libertad sustancial.
En el caso del no católico, padre Hans Kung, su libro “¿infalible? Una pregunta.” donde presenta la historia de la infalibilidad del papa de manera espantosa con intención dogmática, ya ha sido refutada en “La infalibilidad de la Iglesia”, obra dirigida por el fallecido padre Karl Rhaner y otros especialistas de gran talla.
En este artículo que estamos comentando, se puede leer lo siguiente: “Pablo VI había tenido rasgos de autoridad, como la encíclica “Humanae Vitae”….
En una charla del 3 de agosto de 1968 el entonces teólogo católico Hans Kung se preguntaba acerca de la encíclica HUMANAE VITAE: “¿Qué caminos debemos seguir? Sí. Seguiremos en la Iglesia Católica. Ella no se deja desconcertar, no pierde su esperanza. Hemos superado muchas crisis y también superaremos ésta. Debemos respetar esta decisión del Papa (Pablo VI).”
Han pasado muchos años y hoy, él y muchos otros, ya no piensan igual.
Para Hasler, el papa Pío IX es un “monstruo” porque según él tiene los siguientes defectos: “no tiene misericordia, es un psicópata, un pseudomistico, un visionario, un dictador muy cruel, y como broche de oro, se le acusa de tener un hijo: FILLIPPO GUIDI.”
Curiosamente la comunidad cristiana Filadelfia de carácter secta protestante en su artículo “falso que el papa sea infalible” de fecha 13.3.2014 se lee lo siguiente: “El papa Pio IX tenía tres monjas de las cuales tuvo hijos.”
A todo esto hay que decir que la crítica a la Iglesia y al Papa, se puede dar, incluso es conveniente que se dé. Solamente que el calificativo “monstruo” es lo que hay que matizar. En general, para que una crítica sea realmente digna de un acto religioso INTERNO y que tenga una finalidad constructiva (que no es el caso de Celso Alcaina), el que critica tiene que criticarse a sí mismo; es decir, el padre Hasler no debe de creerse un santo y que critica desde FUERA. Si es católico, tiene que sentirse involucrado también en aquello que critica. El (Hasler y Celso) es un responsable de la Iglesia: eso tiene que notarse.
Toda crítica en que no se note que el que la hace, está criticándose a su vez, es decir que se siente responsable, sujeto mismo de la crítica, ciertamente no es una crítica intraeclesial.
Sigo leyendo el artículo de Celso y leo lo siguiente: “El obispo Felix Dupanloup es ignorante en las ciencias eclesiásticas”
Se llamaba Felix Antoine Philibert Dupanloup y fue obispo de Orleans. Si bien ha sido calificado como moderado en sus posturas (sobre la infalibilidad del papa) luchó en forma denodada por impedir el avance secularizador en la enseñanza francesa.
En el “Catecismo cristiano” escrito en el año 1865 y traducido del francés al castellano por el presbítero Jaime Roig considera a Dupanloup como una persona “sumiso a la Iglesia” y confiesa que Dupanloup ha bebido como niño la leche de la doctrina de la Iglesia. En otras palabras, es todo lo contrario de lo que dice el Celso Alcaina.
Saludos
Querida Olga:
¡Impresionante documento!
Y aun leyendo cuanto hay escrito en la biblioteca del vaticano, muchas personas serían capaces de comprender… que se ha adulterado y mucho la Esencia del hermoso Proyecto de Jesús.
Mucho de todos estos temas, los estudiamos en el curso de Teología dedicado a los documentos de la iglesia.
Solo hay que querer… comprenderlo y asumirlo.
Eso no quiere decir… ¡Renunciar! Sino poner las cosas en su justo lugar, y volver a la Esencia del principio.
Lo deseo y espero con todo mi corazón, mi mente y mis pequeñas fuerzas.
Sería como experimentar ese nuevo ¡Amanecer! que tanto ansiaba y esperaba el papa Juan XXIII.
mª pilar
El discurso de Josip Juraj Strossmayer, Obispo Croata de Djakovo, político y erudito, y opositor a las pretensiones de infalibilidad Pio IX y defensor de la colegiatura de los Obispos,es muy interesante.
http://forocristiano.iglesia.net/anterior/000217.html
Suerte que las vivencias están ahí por la fuerza de la realidad que las empuja y actualiza con posibilidad denunciadora a lo que la sometieron y a la que ciegamente siguen sometiendo los conceptos en su anhelo de convertirla en objeto manipulable.
Un objeto de abstracción que ha ido formando las mentes a las antípodas de su condición natural. Los conceptos albergan realidad, sí, pero no sólo, forzosamente, de contenido objetivable que su función fuera la de ejercer un tipo de fuerza gravitatoria, sino de contenido abierto en alteridad hacia su forma real. Este segundo momento es en donde la fuerza natural de aquel queda trasmutada en forma de posibilidad real y esto, a mi modo de ver, es lo que está sucediendo en la actualidad con respecto a todo este gran montaje en el que se instaló la institución eclesial desde los orígenes.
Piénsese que el análisis que, sin detallar con rigor, acabo de hacer es el que se fundamenta todo fanatismo incluido el gihadista sólo que en él no ha mediado la Ilustración, digámoslo así.
Gracias Celso por esta presentación. Cuando joven, mi papá— devoto Católico y padre de nuestra familia de mi mamá y cuatro hijas y dos hijos — me dejó por axioma para mi vida: “en religión NUNCA creer algo que va en contra del sentido común.” 20 años después, recién llegado a la Costa Caribeña de Nicaragua como sacerdote misionero Capuchino, una bien- madura hermana misionera de Cataluña me enseño el siguiente dicho como otra axioma: “No hay puta ni ladrón que no tiene su devoción.” Estas dos axiomas me han servido mucho en mi larga vida. Justiniano de Managua
Leo este artículo de Don Celso Alcaina y alucino. Me aterra constatar cuanto se puede maniobrar desde las alturas, desde el poder. Y cuanta es la fuerza de la adulación a los poderosos. Y cuanta puede ser la egolatría. Un tipo como Pío IX (Mastai-Ferretti), descerebrado pero sumo pontífice-rey, culminó un Concilio que lamentamos, que desearíamos borrar de la Historia. Mi sorpresa se acrecienta con la actuación del sabihondo Pío XII. En base al Vaticano I, Pacelli proclamó personalmente el dogma de la Asunción de María. Otro dogma mariano discutido científica y doctrinalmente. Aterrada me quedo. Y, por qué no decirlo, también desconfiada. La beatificación de Pío IX es la guinda de la desvergüenza.
Es muy de agradecer que de vez en cuando nos recuerden la historia de la Iglesia. Nos enseñaron a analizar los problemas desde los conceptos abstractos, pero la realidad no queda bien reflejada en esos conceptos. Sin embargo por desconocimiento, o por no tener presente esa historia, continuamos discutiendo conceptos, y dándoles un valor indiscutible frente a las vivencias actuales. Eso ha quedado muy claro en el reciente Sínodo sobre la familia. La pastoral no podría apartarse lo más mínimo de la doctrina establecida. Gracias a la posición de Francisco parece que se va a conseguir que sea la realidad pastoral la que paulatinamente obligue a revisar los conceptos doctrinales.
!Cuanta tristeza emana al recordar algunos momentos de la historia de la iglesia!
!Cuanto daño hizo el reinado de Constantino!
!Como el autentico espíritu del Proyecto de Jesús, quedo escondido entre tanta lucha por el poder, el orgullo, la autoridad revestida de realeza, y cuanto mal a causado en la humanidad toda!
Como siempre ocurre en “casos” tan profundos y fuertes que pueden cambiar a las personas y con ello, en parte la vida política que rige el bienstar común… o debería hacerlo; existen voces de Profetas en el amplio sentido de la palabra… que siguen poniendo los puntos sobre las ies, sobre la realidad de la vida.
Profetas, que poniendo en peligro su propia vida… denuncian, avisan, proclaman el peligro de nuestros malos hábitos y comportamientos… llevándonos a la fuente de lo que proclaman.
Ellos/as… han mantenido el sentido común a lo largo de la historia, son los que nunca dejan que se pierda el verdadero sentido de la Fuente primera. Son los auténticos sembradores de Proyectos que nos mantienen con los pies en el suelo y la cabeza encima de los hombros, manteniendo nuestra mirada limpia y transparete, capaz de analizar los hechos que los humanos vamos manipulando, casi siempre regidos por instintos personales de egos mal encauzados y que pueden ser muy dañinos para la humanidad.
De aquellos polvos… parte de la humanidad ha sufrido y sufre… los lodos que nos van salpicando.
Nunca deberíamos perder el sentido común, para así, poder pensar y decidir libremente según los acontecimientos que nos rodean a lo largo de nuestra vida, y al conocer los entresijos de lo que se conforma como iglesia o estado laico (los dos son motivo de grandes manipulacions al servicio de) en ambos dos, es muy importante saber por donde quremos guiar nuestros pasos.
La historia, leida y escuchada con serena imparcialidad, nos ayudará a tener una mente y una meta, sin estridecias que solo sirven para rivalizar de manra infecunda nuestro vivir.
m* pilar
Muy interesante artículo que es de agradecer muy sinceramente al autor.
Seguro que dará lugar a muchos comentarios esclarecedores de los más entendidos que yo en la materia.