Hay un cuento no muy conocido de Mark Twain titulado “El hombre que corrompió Hadleyburg”. Narra la historia de un pequeño pueblo, orgulloso de la honradez de sus ciudadanos, a los que un hombre se propone corromper. Y lo hace, sin dejar uno solo.
Me volví a acordar de ese relato con motivo de la historia de las tarjetas black y antes en relación con los repetidos y redundantes casos de corrupción. De modo que me ha dado por hacer una pequeña reflexión sobre el origen del mal.
Se dirá que es un tema excesivamente complejo y que los ejemplos aducidos no están a su altura. Veremos.
El final de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento del alcance y los métodos del Holocausto llevaron a Hannah Arendt a declarar en 1945: “El problema del mal será la cuestión fundamental de la vida intelectual de Europa de posguerra”. Parece que ese pronóstico sólo se ha cumplido a medias. Ciertamente hay una reflexión en curso –en gran parte en la teología católica– sobre la autoridad de las víctimas y sobre el papel de una moderna teodicea pero no directamente sobre el mal. Acaso es que ya se ha clausurado el tiempo de la reflexión metafísica.
En la tradición filosófica europea suele hacerse una referencia a Kant y a su concepto de “mal radical”. El ser humano tiene una tendencia al bien, a seguir los dictados de la razón. Pero tiene también una propensión contingente a determinarse por motivos diferentes al solo respeto a la ley. Tal propensión es natural e inextirpable, aunque ha de ser posible prevalecer sobre ella, pues es compatible en el hombre con una voluntad buena en general. En la base de tal propensión hay un acto intencional, una decisión libre, aunque es imposible determinar su origen y el modo en que ha sido contraída.
Como es sabido, la propia Arendt utilizó la expresión para referirse al terror de los países totalitarios. Pero años más tarde, tras asistir en Jerusalén como corresponsal de una revista americana al juicio de Eichman, elaboró la idea de la “banalidad del mal”. Culpable de colaborar al asesinato de miles de judíos, el oscuro funcionario nazi alegó que él sólo realizaba su trabajo, que no hacía sino cumplir escrupulosamente una ley. El no había matado a nadie y ni siquiera odiaba a los judíos.
Puestos a explicar la escasa reacción de la sociedad alemana ante las leyes nazis, se puede achacar a una falta de atención, a la banalidad de seguir la corriente de lo que se hace. Antes no se mataba judíos y a nadie se le ocurriría hacerlo pero llegó un momento en que eso pudo verse como normal. Además, se explicaba claramente que la existencia de esa raza era dañina para el pueblo alemán. Así pues, la población se adhirió a esa corriente, sin que ello convirtiera a las personas en perversas o enajenadas. En otros aspectos de la vida seguían teniendo los mismos sentimientos morales de siempre.
¿Cómo nos explicamos que un adolescente británico u holandés, seguramente un buen ciudadano, pueda en un momento determinado tomar un machete y degollar a un semejante? Es que se ha metido irreflexivamente en un clima en el que eso se hace, incluso es una obligación hacerlo, sin que ello produzca el menor problema de conciencia.
Muchos ciudadanos en nuestro país se han sorprendido y escandalizado al ver en las listas de los beneficiarios de las tarjetas black a amigos, a conocidos o a figuras hasta entonces respetables, que sin duda nunca fueron ladrones ni tuvieron intención de dañar a otros. Simplemente entraron en un clima en el que ese uso de dinero ajeno era normal. Ni siquiera se les ocurrió tomar algunas cautelas para que no se conociera en qué habían empleado lo obtenido con las tarjetas. Seguramente fueron los primeros sorprendidos de que se les hiciesen reproches.
Lo mismo se podría decir de antiguos etarras. Los hay que, vueltos a la razón, reconocen el mal y el dolor causados. Pero otros siguen en la misma argumentación de Eichmann: era lo que les tocaba hacer y se hizo
Siempre se ha dicho que en el mundo anglosajón la mentira está muy mal vista y acarrea consecuencias. No es tan lejano el caso de un ministro inglés que tuvo que dimitir por haber dado el nombre de su mujer en una multa de tráfico siendo él quien conducía. En el mundo latino, sin embargo, mentir es lo que se hace si llega el caso. Engañar a Hacienda está incluso bien visto. Los ejemplos podrían multiplicarse.
El mal existe y sus raíces son sin duda muy diversas. Pero hay una que consiste en la dejación culpable de la capacidad de juzgar. Existe quien conoce el daño que inflinge a otros y, por razones que tienen que ver con el propio beneficio, decide ponerlo en práctica. Pero hay también un mal que se activa solamente porque otros lo hacen, porque es lo que se lleva en el propio grupo, porque siempre se ha hecho así. Un mal puesto en acto por personas honradas, decentes, incluso progresistas. Es la banalidad del mal.
A ti y a Pili, Eloy.
El perdón no es un descubrimiento Cristiano. En los mitos griegos e incluso en algunos tan antiguos como los de la India existe el sanador herido.
La paradoja de Anselmo de Canterbury de que Jesús necesite morir para salvar no es ajena a esta tradición profana mitológica como no lo es la tradición hebrea ni la idea de sacerdocio, sacrificio, ofrenda propiciatoria, etc.
De Jesús propiamente dicho es la disrupción de la jurisprudencia tradicionalmente retributiva.
La enseñanza de Jesús de que el ofendido puede detener o corromper con derecho el proceso judicial es una innovación. Si alguien puede proporcionar la evidencia contraria lo agradeceré.
Al hacer perentorio el perdón por parte del ofendido (o lo que es lo mismo, retener la ofensa como propia) la justicia retributiva (ojo por ojo, etc.) proporcionalista o no, carece de efectividad. Eso no quiere decir que el tribunal público tenga que abstenerse de imponer el remedio al crimen obligatoriamente, pero si la víctima retira los cargos no hay nada que se pueda hacer para castigar al presunto criminal.
De hecho el tribunal público solo puede castigar si los cargos son en efecto hechos y sustanciados por parte o en nombre de la víctima.
Del mismo modo que la justicia como castigo comienza en la herida, no en el arma causante de la misma, el perdón solo puede ser iniciativa de la víctima y no del victimario. Arrepentirse no puede obligar al perdón sin la demostración de la genuinidad del arrepentimiento, lo cual tiene más de “50 grados de gris”, ni siquiera en la perspectiva cristiana.
La reconciliación siempre debiera ser considerada una cuestión aparte y opcional.
Gracias por tus aclaraciones George R. Porta.
Quizás ayude en algo la siguiente distinción.
En Mateo 5, 21-26, se lee:
“21 »Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No mates y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal.” 22 Pero yo os digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga a su hermano quedará sujeto al juicio del infierno. 23 Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. 25 Si tu adversario te va a denunciar, llega a un acuerdo con él lo más pronto posible. Hazlo mientras estéis de camino al juzgado, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te echen en la cárcel. 26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.” (Énfasis añadido).
Esta perícopa que atribuye esta opinión a Jesús parece poner el peso de la reconciliación en el/la ofensor/a. Esta otra siguiente pone el peso del perdón en el/la ofendido/a:
Y en Mateo 18, 15-22 se lee:
“15 »Si tu hermano peca contra ti ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no es así, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos” 17 Si se niega a hacerles caso, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. 18 Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. 19 Además os digo que si dos de vosotros en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. 20 Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 21 Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: —Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? 22 —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús—”. (Énfasis añadido).
Al reproducir estas perícopas del evangelio de Mateo lo que quiero señalar es que parece que Jesús, si en efecto enseñó esto y de este modo, reconociera una distinción entre reconciliación y perdón. Y al hacerlo pusiera sobre diferentes hombros la responsabilidad de cada parte del proceso.
De hecho en el proceso de perdonar como curación hay circunstancias en las que la reconciliación sea desaconsejable y aún en esos casos solo el perdón, permanezca en secreto no, puede curar. La clave está en que quien persona debe poder reconocer que cualquier persona es capaz de cometer cualquier mal y que perdonar no depende ─como en el caso de la reconciliación─ del arrepentimiento del ofensor. La libertad del ofendido con respecto a las ataduras del rencor, el resentimiento, etc. Son razón suficiente para obligarse a perdonar.
Desde la perspectiva de Jesús, como lo presentan estos dos fragmentos de Mateo, Se puede vivir el Reino y en el Reino solo perdonando. Reconciliarse no es condición que deba satisfacer el ofendido. En cambio si el ofensor no se arrepiente puede ser expulsado.
Por otra parte, en ambas perícopas si el arrepentimiento es sincero, la obligación de personar es conclusiva. Esto requiere un discernimiento más cercano porque en los casos de violencia doméstica en cualquier de sus variedades la separación de la víctima con respecto a su ofensor es una precaución necesaria, incluso más necesaria que facilitar medios de rehabilitación a éste porque en definitivas depende de que el ofensor desee curarse el mismo y que comprenda que su percepción de la víctima, no la víctima en sí misma, es una buena parte de su problema.
Y siempre es de extraordinaria ayuda recurrir a la extraordinaria reflexión de Hannah Arendt, “Eichmann en Jerusalén” precisamente sobre la banalización del mal como intrínseca en la fatídica”solución final de los Nazis.
Respeto absoluto.
Un abrazo entrañable.
mª pilar
mª pilar :
Gracias.
Gracias por tus reflexiones y por tu actitud frecuente de participación en los temas que se suscitan en ATRIO.
Yo no me atrevo a pronunciarme rotundamente sobre mi capacidad de perdón.
Tampoco sobre las “condiciones de arrepentimiento” u otras para poder perdonar.
Tengo la intuición de que la exigencia desde el evangelio es el de un perdón incondicionado, cuando haya de darse. Pero es solo una intuición.
En mi convicción subjetiva creo que está la consideración de que la mejor forma de serenar mi ánimo es la de un perdón sin más requerimientos que un genérico “cuando proceda”.
Eloy:
El perdón requiere para ser efectivo y sanador; el reconocimiento del mal causado, sino es como agua de borrajas.
Esto se lo escuche emocionado y con el corazón roto… a Jon Sobrino después del asesinato de sus compañeros/as.
Su dolor era tan ostensible… que repetía el sentido auténtico del perdón… y decía..:. “A día de hoy, nadie se ha hecho responsable del asesinato…”
¡Saben que lo sabemos con seguridad… y callan!
¿Qué sentido tiene un perdón, auténtico, que quiere darse sin represalias, si no se reconoce el mal causado?
No tengo ningún problema con perdonar, de hecho, que yo sea consciente… no tengo ha nadie en una lista negra.
Pero no puedo quedarme callada ante la tremenda injusticia que está asolando como nunca, a la mayoría de los seres humanos.
¡Denuncio, no acuso!
mª pilar
Cierto que se tiende a minimizar el mal, disimularlo, ocultarlo, o atribuirlo a fuerzas ocultas que obran contra el ser humano.
Los antiguos recurrían al hado, el destino o el infortunio.
Con el humanismo moderno se prefería considerar que la adultez civilizatoria alcanzada barrera el mal moral y la violencia. Se construyó también doctrina sobre el primitivo inocente. La razón sería el umbral para la vuelta a la inocencia perdida.
Despertamos del sueño loco tras la crisis más profunda jamás conocida, pues fue una crisis de conciencia tras los holocaustos y el terror atómico que volvía a dividir el mundo, esta vez en dos bloques antagónicos.
La crisis espiritual del cristianismo tuvo un exponente en Bonhöffer y de la sociedad civil en Nürember, mientras el fascismo mantenía sus rescoldos en España y salpicaba a la gente de Iglesia.
e El mal sí está muy presente en la doctrina y la praxis cristiana, pero se oculta cuanto nos alejamos más del mensaje de Jesús.
No he venido a salvar a justos sino a pecadores.
Una noticia leída en EL PAÍS digital de hoy me recuerda que frente al mal hay muchas veces un bien que lo supera, o que intenta superarlo.
Su titular dice así:
“Para seguir viviendo, necesitaba perdonar al hombre que me atropelló”
Enlace:
http://politica.elpais.com/politica/2015/06/26/actualidad/1435335813_521710.html
A mi me sucede lo contrario:
Creo que somos muy vulnerables a las luces de neón de este mundo, y nos vendemos con mucha facilidad.
No creo en puntos negros, si creo firmemente en la capacidad de anular nuestra propia conciencia cuando se le brinda la posibilidad de “escalar” a cualquier precio.
Muchas veces, eso no conlleva mejoras extraordinarias, pero despierta ese deseo de poder, que infunde una fuerza bruta… por conseguir…un plato de entejas.
Tanto el mal como el bien, están inscritos en nuestro ser, y las decisiones las tomamos cada cual.
Las decisiones nunca son fáciles: Ya dijo” alguien” una vez…:
“Los hijos de las tinieblas (y no hablo del famoso diablo) son más sagaces que los hijos de la luz”
Ser hijos de la luz, implica… transparencia, justicia, equidad… no suele traer consigo grandes ganancias financieras, ni honores, ni grandes empresas…
No porque no sean capaces de llevarlas adelante, está demostrado que ¡¡¡Si!!!
Ser hijo de la luz, (se sea creyente o no) suele traer una lucha feroz con los hijos de las tinieblas; porque estos lo quieren todo para ellos,
Los de la luz, tienen en mente mejorar la vida de quienes están acongojados, atribulados, intentan sacarlos adelante haciendo que se pongan en pie y den cuanto son capaces de dar, consiguiendo así grandes maravillas.
¿O no son los pobres, los trabajadores por sueldos de miseria los que levantan todo cuanto proyectan los explotadores?
¿Qué podrían levantar (y luego disfrutar solo unos pocos) si no contaran… como a lo largo de la historia, de cientos de esclavizados “vasallos”… todas las maravillas que se han conseguido en el mundo?
¿Los reyes, que primero robaron a sus vasallos y luego obligaron a levantar sus hermosos palacios, o los obispos… que hicieron lo mismo con sus templos?
¡Si no hubiera explotadores… no habría esclavos! al menos con la enorme diferencia que nos rodea.
Cada avance en lograr algo para los “llamados” pequeños… salen nuevos devastadores que vuelven a romper lo conseguido, agravando de nuevo la situación de marginación y pobreza.
Cuando algo puede golpear nuestras conciencias… siempre buscamos excusas, para no tener que dar el paso hacia un mundo mejor y más justo.
Ejemplos no faltan a lo largo de la historia pasada y presente… pero cada movimiento que nace en favor de los pequeños, llega un nuevo “sunami…” que se lleva por delante todo vestigio de reforma en favor de quienes padecen las injusticias, la avaricia, el poder… consiguiendo volver a acogotar y acallar sus derechos.
Siento disentir… para mí, está muy claro. Mirar para otro lado, es un ejercicio que se aprende demasiado pronto.
Tristemente lo vemos hasta en niños pequeños en nuestras escuelas o colegios.
mª pilar
mª pilar:
Me parece admirable tu postura personal que lógicamente comporta sacrificios. Y te felicito por ello.
Pero creo que, en general, es verdad la cuestión que plantea Carlos Barberá y que ,entiendo, confirma Gonzalo Haya al indicar que en la conciencia hay , o puede haber, un “punto ciego al mal” , sobre todo si es aceptado en el ambiente.
Pienso que el nivel de exigencia con uno mismo para tomar conciencia de lo que sucede, puede estar muy influido por el ambiente social y por el del entorno más cercano.
A mi personalmente…¡¡¡Si me importa y me duele!!! que mueran niños, mayores y todas las personas que sufren el olvido de gran parte de la humanidad.
Y si estoy dispuesta y deseosa… A una mejor distribución de la riqueza que a todas las personas pertenece.
Y… ¡Siempre me ha dolido y nunca la he podido… me duele y me cuesta… comprender la esclavitud!
Y este dolor lo recuerdo desde mi más tierna infancia.
Cuando en casa, empezaron a darnos un real de propina los domingos… siempre iban a mi hucha de barro ¿para qué? Primero para las misiones, después, para los cumples de los papas, sé, que era muy poquito, pero todos los hermanos lo hacíamos así con gran ilusión, nunca podíamos hacer grandes regalos, pero nunca faltaba un detalle lleno de nuestro amor.
Cuando mi salario, ya casada, dependía solo de mi libertad de como utilizarlo, seguí haciendo lo mismo, lo primero lo compartía con proyectos.
Cuando la administración era responsabilidad de los dos, siempre se ponía en común, de cantidad que podíamos compartir… vivíamos de un sueldo normal, pero no importaba, siempre había personas en una situación peor.
Sé… como me decía mi pareja… esto no arreglará el mundo, y le respondía… es lo que nosotros podemos hacer, y colaborar con movimientos que buscaran de alguna manera la justicia y una mayor igualdad.
Sé que mi colaboración es mínima, pero el mar esta hecho de una inmensidad de gotas de agua.
Lo triste es, que en general… solo se mira el propio ombligo y con esa dimensión de la mirada… nunca lograremos alcanzar un cambio profundo en esta sociedad enferma y asustada.
Sigo pensando que las grandes riquezas empezaron con el abuso a los más débiles o a cualquiera que les rodeara.
Es muy fácil, se compran voluntades capaces de hacer lo innombrable… y desde ahí, el ser humano es capaz de cualquier cosa.
Mi comentario no es vanidad por mi actitud durante toda la vida… ¡era una necesidad que brotaba de lo más hondo de mi ser… hasta hoy!
Quizá por eso se explica, que siempre he pertenecido, a los de el pan de cada día y poco más… una casa, un coche…pequeño, porque Jesús al morir, regaló su mercedes de 2ª mano, modelo muy antiguo; y nos queda el que compartían los mayores, un Golf que tiene creo diez y muchos años, y que siguen compartiendo dos de ellos para necesidades personales.
Y me siento muy bien así; ahora toca ayudar de la pensión, a quien esta largo tiempo en el paro y con dos hijos; nada especial, hay cientos de familias en este triste estado… especialmente por el daño que causa en las personas que lo padecen.
mª pilar
Sí, Gonzalo Haya.
Me parece acertada tu comparación.
Creo que es Malouf el que dice que en la conciencia hay un punto ciego que no ve la injusticia de un determinado acto o situación; lo mismo que el conductor no ve un coche que se le acerca porque el objeto ha caído en un punto muerto para la visión. Creo que en ese punto muerto caen los ejemplos que cita Carlos. La esclavitud fue vista como algo normal incluso por gente de buena conciencia; y nosotros no nos sentimos culpables porque mueran diariamente miles de niños por desnutrición o guerras, mientras que nosotros disfrutamos de una vida cómoda, y no queremos pensar en una cultura del decrecimiento, necesaria para lograr una equidad universal.
Interesante reflexión