Como complemento de una carta enviada al papa por las parroquias de Vallecas.
Carta abierta de la Coordinadora CCPs Valencia sobre nuestras experiencias comunitarias
A raíz de la carta que sacerdotes de Vallecas han enviado al Papa sobre su experiencia de aceptación del ministerio del compañero cura obrero casado Julio Pérez Pinillos, la Coordinadora de la Comunidades Cristianas Populares-CCCP de Valencia se ha adherido a esa carta y a la que la Comunidad de Manises ha escrito mostrando su apoyo a dicha experiencia.
La coordinadora de CCP-Valencia valora como un significativo paso hacia adelante, la normalización de un caso que no deja de ser excepcional: el ejercicio ministerial de un cura casado en una parroquia, aceptado por la comunidad parroquial y los sacerdotes del arciprestazgo.
En ese sentido queremos mostrar nuestras experiencias (diversas) y reflexión comunitaria como comunidades de base en las que hay desde hace muchos años un funcionamiento comunitario en plan de igualdad, participación y corresponsabilidad como comunidades cristianas adultas.
La igualdad entre hombres y mujeres en nuestras comunidades ya no es una reivindicación sino una realidad, aunque no perfecta. Los carismas de las personas se reconocen, se valoran y se impulsan dando lugar a servicios comunitarios desclericalizados. Hemos pasado del esquema clero-laicos al de comunidad-ministerios.
El ministerio presbiteral lo valoramos en las personas que tienen ese carisma y lo ponen al servicio de la comunidad y de la Iglesia. La “ordenación” la entendemos como una validación que en su momento reconoció la Iglesia, y la respetamos como signo de comunión eclesial. No suprimimos ni anulamos el ministerio presbiteral, ni estamos por que desaparezca. Pero el problema no es que falten curas, y haya que recurrir a “recuperar” secularizados, ordenar mujeres, abolir la ley del celibato para que haya más curas o aceptar curas casados provenientes de otras confesiones… para el mantenimiento de la estructura clerical. Lo que faltan es comunidades adultas en las que los diversos carismas se hagan servicios comunitarios.
En algunos casos la “irregularidad canónica” de que el cura se haya casado no es para nosotras impedimento para que siga ejerciendo su ministerio si la persona se siente llamada y la comunidad lo acepta y valora. A veces se puede dar en nuestras comunidades una similar “irregularidad” de que presida la Eucaristía una mujer o una persona no “ordenada”. Creemos que es más importante que la comunidad celebre la Eucaristía, y menos quién la presida.
Estamos por la “ordenación” de las mujeres que se sientan llamadas al ministerio presbiteral y su comunidad le avale. Pero creemos que hay que superar “este” ministerio clerical y tender a un ministerio comunitario. Y en ese camino a veces puede ser necesaria la desobediencia “canónica” por el bien de la comunidad y por la libertad y creatividad de los hijos e hijas de Dios. Algunas mujeres estarían dispuestas a una servicialidad comunitaria, pero no con este ministerio clerical.
Nuestra teología comunitaria recalca el protagonismo de la comunidad en su funcionamiento: es ella quien celebra, quien se organiza y quien decide como mejor le parece los asuntos comunes, con libertad y creatividad, pero también con respeto a la comunión eclesial y a la tradición recibida, mantenida viva y actualizada. No queremos confrontaciones estériles ni conflictos innecesarios, ni con la jerarquía ni con otras personas, grupos o tendencias. Desde nuestra pequeña realidad comunitaria nos sentimos plenamente Iglesia de Jesús. No nos salimos de la Iglesia ni rompemos con ella, pero nos sentimos libres en nuestra periferia y nuestra disidencia. No reivindicamos nada para nosotras. Estamos bien como estamos, en nuestro lugar eclesial y social.
Sí que deseamos, queremos y trabajamos por ella, una Iglesia Comunidad de comunidades, igualitaria, fraternal y sororal, libre y liberadora, pobre y de los pobres, al servicio del Reino de Dios…
En este sentido nos congratulamos de las aperturas y esperanzas que el Papa Francisco está despertando en la Iglesia y en el mundo, como una nueva primavera eclesial que reviva el espíritu del Concilio Vaticano II, y anime una profunda renovación de la Iglesia. Animamos al Papa en esta difícil tarea y lamentamos y denunciamos las resistencias que sectores poderosos, incluso en la Curia vaticana, quieren contraponer al propósito del Papa. Le deseamos éxito en su tarea, pero también nos recordamos a nosotras mismas que los cambios no vendrán sólo de Roma sino que se han de producir desde abajo, desde las bases populares y desde nuestros propios corazones. Que el Papa haga su tarea y nosotras la nuestra.
Como hemos dicho, no reivindicamos nada para nosotras, ni siquiera el reconocimiento de plena ciudadanía eclesial de la que estamos convencidas. Sólo ofrecemos nuestra experiencia como una pequeña muestra más de la riqueza de la diversidad de dones del Espíritu. E invocamos ese mismo Espíritu en nuestra oración por el Papa, como él suele pedir, y por toda la Iglesia.
En comunión.
Coordinadora de CCPs-Valencia, junio de 2015
Es imposible no recorder el trabajo exegético-divulgador de Salvador Santos Pacheco : “Un Paso un Mundo” que Oscar destiló y sigue accessible aquí en Atrio. Este “paso” del culto como obligación a la vida como eucaristía fuera la desclericalización misma.
La discusión frecuente de si “Este es mi Cuerpo…” se refiere a la comunidad en el cenáculo o se refiere al pan/vino específicamente tiene una relación directa con la clericalización de la Iglesia. A pesar del dogma y precisamente por el dogma, ya los clérigos se decantaron hace siglos por interpretar que se refiriera al pan/vino que los católicos estamos obligados a asentir aunque nadie sepa qué es en definitiva lo que afirma porque no puede comprenderse y la explicación circular hermenéutica desde luego no basta, hoy menos que nunca.
La dogmatización de la consagración en la Eucaristía no reafirma a la comunidad como pudiera hacerlo y en algunos casos lo hace, por ejemplo, la Celebración de la Palabra que precede al rito de la consagración en la Misa católica. Sin el cura la consagración y el ofertorio en forma de sacrificio expiatorio o reconciliador no fuera possible.
La interpretación anselmiana basada sobre todo en la Carta a los Hebreos de la muerte de Jesús como sacrificio reparador o como pago de rescate es desde luego clericalizante y aunque aparece en el Denzinger nunca ha sido oficialmente dogmatizada, como por ejemplo la Asunción de María en cuerpo y alma.
De ahí que la desclericalización require lo imposible, que el clero se auto-elimine o se des-centre y pierda todo poder renunciándolo. La Iglesia Católica no se concibe a sí misma sin los sacramentos y éstos son oficio clerical. Como en cualquier otra religion, organizada o no, históricamente, la presencia del ministro ordenado es una necesidad creada sociológicamente aunque siempre se arguya que un tal ordenamiento u ordenación sea de “derecho divino”. Dicha afirmación constituye otro problema hermenéutico circular, está afirmada e impuesta por quienes al hacerlo aseguran su propia posición institucional como imprescindible porque viven de ella.
El cura obrero fue una Buena alternative, en principio, pero por eso la jerarquía lo suprimió. La excusa fue el envolvimiento politico de los curas en el mundo obrero y sus demandas de justicia, el miedo al comunismo, etc., pero lo central fue que su inmediata proliferación amenazaba la institución parroquial y el rol de la jerarquía y lo único que no iba a ser popular es la idea del Obispo-obrero. De hecho a nadie le molest que en la Resistencia anti-Nazi o anti-fascista de la II Guerra Mundial lucharan coco con codo seglares, curas, ateos, creyentes, religiosos/as, comunistas/cristianos, judíos/no judíos.
Una posición bien razonada y al mismo tiempo respetuosa. Lamentablemente minoritaria, pero esperanzadora, para que la religión no sustituya al evangelio sino que apoye una vivencia comunitaria.
Parece muy difícil desclericalizar una comunidad, la Iglesia, si el rito se perpetúa. El énfasis de la Misa se ha desplazado de la Celebración de la Palabra a la celebración de la Eucaristía, a pesar del esfuerzo de Concilio. La razón de ello es la “pobreza” de la homilética que no toma en cuenta la reflexión de la comunidad.
Por otra parte el cura o presidente atrae sobre sí toda la atención con lo misterioso del rito de la consagración de manera que todo lo demás queda marginado al perímetro.
Juan Pablo II publicó la penúltima de sus encíclicas en septiembre 1998 a una media de una encíclica cada 2.3 años y no publicó la que sería su última cara encíclica, Ecclesia de Eucharistia hasta el 17 de abril de 2003, dos años antes de su muerte y a 4. 7 años de su penúltima Carta encíclica Fides et Ratio, un tema tan cercano a Ratzinger ya sugiere que éste pudiera ser muy bien el autor-delegado por Juan Pablo II para componer dicha carta también.
No parece que sea por gusto que la Carta Encíclica de Juan Pablo II “Ecclesia de Eucharistía” haya sido la única que haya escrito sobre ese sacramento tradicionalmente central en la Iglesia cuando escribió sobre otros temas tan prolíficamente, en más de 25 años de pontificado sobre el sacramento de la Eucaristía y que la haya escrito cuando menos capacitado estaba.
El hecho de que la hiciera tan tarde y cuando era difícil esperar una nueva carta encíclica por su estado de salud ─ muchos preguntan lo que muy posiblemente ocurriese que la haya escrito Ratzinger dando por entendido que Juan Pablo II no se hubiese opuesto, sirviéndose de una especie de epiqueya, porque parece más bien obvio que el contenido de la carta a raíz de la escalada de los escándalos sexuales del clero que irrumpieron en la vida de la Iglesia sobre todo desde 2001, hace hincapié en la importancia del rol del sacerdote en la comunidad, como esforzándose por recuperar la credibilidad y la significancia del sacerdocio ministerial católico.
La Misa, no como vivencia expresiva de la comunidad creyente, sino como rito canónicamente obligatorio y sacrificial como lo es ahora, fuera inseparable de la función clerical. En efecto tuviera que dejar de ser el mero alto cultual, litúrgico-sacramental, ritualístico, para adquirir la significación mucho mayor y real de la solidaridad efectiva o históricamente reinante en la comunidad. En este último caso la obligatoria necesidad de un clérigo presidiendo la ceremonia carecería de sentido y la preferencia por otro miembro reconocido como partícipe de la vida comunitaria fuera más que suficiente, ora hombre, ora mujer, soltero o casado.
Hola!
Comparto de Jerónimo Podestá algo que escribió poco antes de ser internado y fallecer (año 2000) y que creo está en la misma dirección y sentido en el alma de las Comunidades Populares y de los Movimientos de Curas Casados:
* No estamos dejando la Iglesia, nos estamos acercando a la comunidad.
* No estamos haciendo a un lado a la Jerarquía, estamos colocando, al hombre al centro.
* No estamos desechando la estructura, estamos defendiendo la vivencia.
* No estamos haciendo a un lado el logos, estamos permitiendo que el logos se haga carne.”
(Jerónimo Podestá- mayo 2000)
Comparto el escrito de mi buen amigo Deme. En el ambiente en que me muevo tengo una experiencia muy similar. Hace ya tiempo que en MOCEOP y en CCP venimos funcionando así. Sin pedir permiso a Roma para ir avanzando en lo que nos parece debe ser el papel que deben jugar las comunidades cristianas en el siglo XXI. Deme lo ha expresado muy bien. No voy a repetirlo.