Puede parecer una obscenidad reflexionar sobre ética de la penuria en estos tiempos, en los que los dioses (léase gobierno, la troika…) parece haber abandonado a más de cinco millones de parados, a más de tres millones de familia sin ningún tipo de ingresos y en los que el mapa de la pobreza se extiende con voracidad por la piel de toro ibérica. Hölderlin, a principios del siglo XIX, en su poema Brot und Wein (Pan y vino) tenía esa misma sensación de abandono de la divinidad en aquellos tiempos no agraciados por los dioses.
Pero se ha dicho, sin ningún rubor, desde los aledaños del gobierno ultraliberal español que la crisis ha venido por vivir por encima de nuestras posibilidades, por derrochar los recursos en un consumismo exacerbado. Parece que el cardenal Rouco, con su ático de soltero de más de 300 m2 y cuya reforma superó el medio millón de euros, no vive por encima de sus posibilidades. De ahí que el portavoz de la Conferencia Episcopal ha manifestado, en días pasados, que “una diócesis tiene la obligación de sostener a sus obispos eméritos, y buscar la manera de ofrecer un lugar necesario y digno para que pueda seguir manteniendo una presencia en esa diócesis”. Se puede añadir una lista interminable de ricos más ricos en medio de la crisis, de hombres y mujeres que, con tarjetas opacas o sin ellas, despilfarran con ostentación y sin recato alguno el dinero y nos vienen a decir que se lo gastan porque lo tienen y pueden.
Así las cosas traigo a este foro de atrieros esta reflexión sobre ética de la penuria, que hace ya algunos años, bastantes, inició JL. L. Aranguren. ¿Se puede considerar, en nuestro primer mundo, la penuria, la pobreza, el vivir hoy con estrechez y austeridad, un ethos, un valor desde donde dar sentido a la vida? Según el discurso programático de Jesús de Nazaret, las Bienaventuranzas, el ser pobre es digno de admiración. Él lo llama dichoso y es un valor en el “Reino de los cielos”, un Reino presente aquí y ahora, no en la lejanía del más allá. Pero el pobre es dichoso, si se da la otra bienaventuranza, la justicia; la de aquellos que se afanan por implantar la justicia en la sociedad. Por eso, decir penuria, pobreza, es referirse a la distribución de bienes, a ese mínimo vital para llevar una vida digna, que las leyes patrocinan, pero que dista mucho de ser una realidad.
Las utopías, en general, el cristianismo se incluye en ellas, suelen situarse fuera de la realidad, al menos de la realidad presente, y posponen la solución a un futuro más o menos inmediato o a un futuro celeste, como lo hace el cristianismo. Con el maniqueísmo imperante en el s. IV y el establecimiento del monacato a partir de finales del s. V la renuncia a toda riqueza, no sólo como disfrute, sino también como seguridad ante los vaivenes de la vida, se convierte en el ideal religioso y ético como signo incuestionable de entrega total a la Providencia. El ascetismo es, pues, un valor ético por antonomasia. Esta ascesis o renuncia a los bienes materiales no es nueva; ya los estoicos y epicúreos se plantearon el valor de la ascesis. Pero, a mi modo de ver, este valor de la ascesis está contaminado, porque se lleva a cabo desde la resignación, desde el conformismo de que así son las cosas y vendrá la solución allá en el cielo; no se percibe como contrario a la justicia. La pobreza, la penuria, no puede ser un valor en sí, es un mal que hay que erradicar; un mal que, como ha dicho un obispo hispanoamericano, hay que declarar ilegal en todo el mundo.
El suizo de Ginebra, Calvino, lo entiende de otro modo en su Carta sobre la usura (1545), escrito que viene a ser el pistoletazo de salida del capitalismo moderno, al considerar que la usura en el sentido bíblico no es una perversidad, sino una exigencia del préstamo; luego se dirá que al prestar dinero hay un “damnum emergens” y un “lucrum cesans”. El ascetismo es, pues, un valor ético, pero con una nueva actitud respecto a los bienes materiales, que se lleva a cabo mediante el trabajo, con la entrega a la laboriosidad y no a la contemplación y en el confiar en la Providencia. Hay un cambio de paradigma ético; ahora es el trabajo el valor ético por excelencia, puesto que es el que genera riquezas y la producción de bienes aumentará esa riqueza, la cual, según el optimismo del pensamiento calvinista, llegará los demás. Marx se quedó enredado en estas redes, en la ética del trabajo y la producción, es decir, en el productivismo, pero a la vista de la expoliación y alineación del proletariado, que con su trabajo enriquece al capitalista, apela a la distribución equitativa de esos bienes.
Decir riqueza es decir dinero, o lo que es lo mismo, poder; tanto uno como el otro son mal consejero de la ética. Nos lo advierte Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”, quien nos remite al Arcipreste de Hita (Libro del Buen Amor): “Cuanto más rico es uno, más grande es su valor/ quien no tiene dinero no es de sí señor/. Y si tienes dinero tendrás consolación,/ placeres y alegrías y del Papa ración,/ comprarás Paraíso, ganarás la salvación”. Por eso Antonio Machado, como contrapunto y fiel intérprete del “beatus ille” renacentista, se referirá a sus mínimas posesiones como marchamo de una existencia en pobreza y desde la pobreza: “el traje que me cubre y la mansión que habito,/el pan que me alimenta y el lecho en donde yago./ Y cuando llegue el día del último viaje,/… me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Para el renacentista el “beatus ille” no es un mero apartarse del “mundanal ruido” por todo cuanto conlleva una vida ajetreada, sino, y sobre todo, porque se vive una existencia más placentera y armónica desde la pobreza, querida y elegida con plena libertad. Cuando Horacio escribe su oda, no lo hace para alabar la vida del campo y denostar la de la ciudad. Su “beatus ille” está puesto en boca del usurero Alfio que se conmueve por los campesinos que acuden a pagarle sus deudas, y pretende hacerse labrador. Pero es sólo un primer impulso, porque vuelve a su negocio de prestamista. Aquí está el arranque de su canto: “Feliz el que (beatus ille) alejado de negocios/ como en remoto tiempo los mortales/ paternos campos con sus bueyes ara/ y no rinde a la usura vasallaje…” Así lo entendió Fray Antonio de Guevara, en el siglo XVI, franciscano y predicador de Carlos V, en su libro titulado Menosprecio de corte y alabanza de aldea. En esta obra, un best seller de la época, pretende subrayar las ventajas de la vida en el campo frente a los inconvenientes de la vida palatina. Aunque no parece que hablara con mucho convencimiento de las ventajas de la vida en el campo, nuestro buen fraile, luego obispo de Mondoñedo, dice cosas como estas: “¡Oh cuán dichoso es el aldeano, al cual le basta una mesa llana, unos platos bañados, unos cántaros de barro, un salero de corcho… una lanza tras la puerta, un rocín en el establo…! Más honrado está el aldeano con este ajuar que el rey con cuanto tiene en su palacio!”
Vivir, por lo tanto, desde la pobreza con sentido, con autodominio; vivir desde el enriquecimiento personal e interior y no desde la posesión de bienes diversos es vivir en plenitud la ética de la penuria. Dominar los bienes es el mayor grado de libertad, pues para Tomás de Aquino la libertad no es otra cosa que autodominio. Pero el valor ético de la pobreza tiene una compañera inseparable: la ética solidaria. Jesús de Nazaret alaba el comportamiento de la viuda que desde su pobreza contribuye con dos ochavos a las ofrendas en el gazofilacio (Lc.21, 1-4). Ésta viuda sabe muy bien lo que es vivir la ética de la penuria, la ética de la austeridad, porque hizo la ofrenda desde “su indigencia”; los dos ochavos era “todo lo que tenía para el sustento”. Austeridad y solidaridad, hermanadas inseparablemente. No puedo por menos recordar a Blas de Otero: “No somos nosotros sino nuestro hacer, la piedra que apoyamos en otra semejante… (es lo) que coadyuva a nuestro vivir…” Éste es el hombre que está dispuesto a ofrecer el óbolo más querido para un poeta: “Yo doy todos mis versos por un hombre/ en paz…” Y esto desde una increíble austeridad: “Aquí está todo mi equipaje./ Cuatro libros, dos lápices, un traje.”
Junio 2015
La penuria puede ser una virtud siempre que sea un acto voluntario en toda su plenitud, ejercido por un impulso basado en muy diversas motivaciones o solo por la voluntad de llevar hasta las últimas consecuencias la admiración por la pobreza manifestada en las Bienaventuranzas que son como la Constitución del Reino de Dios. Es el caso de il poverello d`Asssisi, Francisco de Asís, que sentía un especial amor a la altísima pobreza, virtud que había sido muy familiar a Jesús.
Si no es así, ejercida con total libertad, sino impuesta por las circunstancias político-sociales como ha sucedido siempre, la pobreza constituye una humilación del ser humano que ve degradada su personalidad hasta grados insospechados, capaz incluso de alterar la estabilidad psicosomática de la persona. En la actualidad resulta más sangrante porque se ha pasado de un estado aceptable de bienestar del ciudadano, alcanzado a través de los años, a la miseria absoluta hasta el hecho de ser arrojados fuera del hogar en el que iniciaron una vida familiar que ha sido destruida por la mala voluntad de los mandatarios que dirigen los organismos internacionales europeos y del gobierno de España, interesado únicamente en aumentar los beneficios de las grandes empresas y servir a los intereses del mundo financiero a base de recortes a los productores que crean la riqueza de todos ellos.
Es cierto que a lo largo de la historia de la humanidad ha existido una cierta sensación de abandono de la divinidad y tanto es así que, como todos sabemos, el mismo Jesús se sintió abandonado. ¿Qué tendría que suceder, cómo tendría que actuar esa Realidad Última llamada Dios para que los seres humanos no tuvieran tal sensación? Pienso que no hay respuesta. No obstante, el filósofo José Antonio Marina considera que Dios quiere ejercer su providencia valiéndose de los mismos seres humanos que son como sus manos.
Lo sucedido en Madrid con el Sr. Rouco supone una acción personal y de la CEE esencialmente contraria a la voluntad de Jesús, tan predicada por los mismos jerarcas. El Sr. Rouco y todos los Roucos que han sido y puedan ser, deben ser considerados como pensionistas que han dejado de ejercer su responsabilidad como sucede a los demás ciudadanos, incluidos clérigos. Además, aun aceptando que la diócesis “deba ofrecer un lugar necesario y digno a sus obispos eméritos”, yo pregunto a la CEE si tal lugar tiene que ser necesariamente un palacete o similar. Un apartamento con dos habitaciones para una persona ¿No es un lugar digno? Parece que para los obispos españoles no lo es. Y no lo es porque durante su etapa de actividad episcopal se han contagiado del lujo que no debió existir nunca. Por ello, para evitar tales consecuencias y vivir en fidelidad interna y externa al Maestro, sería muy aleccionador y evangélico que los obispos olvidaran paulatinamente sus privilegios medievales y renunciaran a vivir en palacios.
Las palabras de Fray Antonio de Guevara expresan una profunda verdad, pero en la práctica todos aspiram0s a superar la situación del aldeano. Considero que este afán de superación es innecesario porque al aldeano no le falta lo que necesita para vivir. En todo caso y teniendo en cuenta que los deseos de superación, en general, son una opción positiva, lo que resulta inaceptable son los afanes individuales olvidando a los que nos rodean. El afán de superación individual es admisible cuando se refiere a la dimensión del ser y no del tener.
El artículo trae a colación a Blas de Otero cuyos versos son un significativo epílogo al tema tratado.
-Claro como la luz de medio día , h.cadarso:-, no hay orden político válido ni gobierno razonable y justo si no se ordena y manda un reparto de los bienes disponibles en el que haya suficiente para todos y nadie se apropie lo que otros necesitan.
Pero, si nos preguntamos por qué debía y tenia que ser así el posible reparto cuando las coordenadas meteriales lo posibilitan, o por que no existe ni se puede llamar orden a la carencia y las consecuencias de ese fallido reparto, hay que intentar limpiar el sustrato legal y jurídico de la movediza arenisca en la que damos por apoyadas (Debiera ser necesario que así fuera) nuestras ya contaminadas de falso ilusionismo o desideratum y dar con la roca firme de la verdad real sobre TODOS y CADA UNO DE LOS SERES HUMANOS.
Esta es la base firme e ineludible de cuanto afecta al los SERES HUMANOS individual y globalmente considerados.
Cuando esto no queda bien asegurado no podemos dar por supuesto que estamos en la realidad de LA ESPECIE HUMANA dentro del conjunto natural ilimitado del UNIVERSO NATURAL.
Si no queremos admitir la VERDAD DE NESTRA REALIDAD HUMANA, nos quedaremos en los vaivenes de la FALSEDAD desde lo mas primario e ineludible de nuestro proyecto de VIDA, tanto individual y particular como a nivel de GLOBALIADAD DE LA HUMANIDAD.
El virus de esta arquetípica constante y generalizada PANDEMIA de la Humanidad, es el PODER al que le damos carta de naturaleza para cargarse la salud de la intercolaboración justa y amorosa de quienes somos destinados a ser felices en la más sublime y desahogada de las abundancias, siempre que no hagamos de truhanes ladrones criminales y genocidas de acumular tener para acumular PODER disponiendo de quienes tienen el MISMO VALOR, DIGNIDAD, FINALIDAD y que, además con su irreemplazable rentabilidad humana han conseguido abundante cosecha de bienes ofrecida por una NATURALEZA GENEROSA.
La ciencia debería atreverse con este VIRUS del PODER inhumanamente clasificatorio y con toda generosidad agradecimiento y riesgo preparar la VACUNA que nos inmunice con anticuerpos humanos y que se apliquen con urgencia las terapias de general supervivencia..
Y, si de lo científico y natural queremos dar el salto a la Fe en Jesús, aceptando lo mas claro de su testimonio y mensaje, aHí queda con claridad meridiana el modo como un sistema de inter-gobernanza humana ha de serlo: QUE,ÉL, EN SUS MAS PEQUEÑ*S HERMANOS, SEA CONSIDERADO como EL HOMBRE en el que Dios, Señor, Creador, Mantenedor y PADRE, quiso SER PARA LA HUMANIDAD ENTERA, TEOFANÍA.
¿Esta cumpliendo la Iglesia Católica , como tal, este cometido encargado por Jesús :-(“COMO el Padre men ENVIÓ, ASÍ os envío Yo a vosotros”)
Motivaciones religiosas aparte, no hay orden político válido ni gobierno razonable y justo si no se ordena y manda un reparto de los bienes disponibles en el que haya suficiente para todos y nadie se apropie lo que otros necesitan. Aquí,, además del Sermón de la Montaña, Horacio, Quevedo y Diógenes, se impone la ley que debe poner orden. Creo que algo de eso dice el Papa Pancho en su última y primera encíclica. Y creo también que Marx dice algo por el estilo.
La penuria, según la definición del diccionario es “escasez de cosas esenciales.” Me parece bastante difícil convertir eso en virtud en el actual mundo en que vivimos. Creo que estamos en otro estadio del desarrollo de nuestra cultura, en que sobran bienes materiales como para que todos podamos vivir con cierto bienestar. Los grandes problemas son de ineficiencia en el reparto, y de contaminación por parte de los humanos, del planeta, por una ineficiencia en el manejo de los desechos, tanto por parte de las industrias, de ricos y de pobres. Y un incentivo por parte de la cultura del capital para un consumo delirante y desordenado de las masas humanas, que necesita de este motor para aumentar sus ganancias, fomentando el desperdicio y la ineficiencia en el uso de energías contaminantes.
Lo de la penuria se puede ver en India, donde la Madre Teresa ejerció su caridad con los requetecontra indigentes y menesterosos. Bien por ella. Pero esa sociedad que tiene fortunas y gente preparada inteligentísima, no han podido, o tenido la voluntad de erradicar la miseria, y el olor a basural y letrina impregna el país completo cosa que ellos no advierten pero si los extranjeros. Y hay millones que viven en esos basurales,sin identidad y revolcados en la basura y las pestes. Quizás será su sentido del karma el que les provoca tanto desinterés a los gobernantes. Y no se si estos pobres serán solidarios entre ellos, porque la miseria no garantiza solidaridad.
Prefiero darle el carácter de santo solidario a alguien que invente una tecnología para reciclar la basura, revertir la contaminación, o producir energía limpia, barata y al alcance de todos. Y una sociedad solidaria que no solo se preocupe de tomarle la manito al vecino, sino que no tire la mugre donde no corresponde, no ensucie las viviendas comunes y no le venda drogas a los niños. Y si es político, que no robe.