La reelección de Dilma Rousseff propicia reflexiones sobre varias formas de hacer política de partido. Hacer política es buscar o ejercer concretamente el poder. Que quede claro lo que Max Weber escribió en su famoso texto La Política como vocación: «Quien hace política busca el poder. Poder como medio al servicio de otros fines o el poder por sí mismo, para disfrutar del prestigio que él confiere».
Este último modo de poder político ha sido ejercido durante casi todo el tiempo de nuestra historia por las élites a fin de beneficiarse de él, olvidando que el sujeto de todo poder es el pueblo. Se trata del famoso patrimonialismo tan bien denunciado por Raimundo Faoro en su clásico Los dueños del poder.
Veo cinco formas de ejercicio del poder.
Primero, la política del puño. Se trata del poder ejercido de arriba abajo y de forma autoritaria. Hay un solo proyecto político, aquel del detentador del poder que puede ser un dictador o una clase dominante. Ellos simplemente imponen el proyecto y aplastan los alternativos. Fue lo que más ha habido en la historia brasilera, especialmente bajo la dictadura militar.
Segundo, la política de la palmadita en la espalda. Es una forma disimulada de poder autoritario. Pero se diferencia de la anterior porque esta se abre a los que están fuera del poder pero para engancharlos al proyecto dominante. Obtienen algunas ventajas mientras no constituyan otro proyecto alternativo. Es la conocida política paternalista y asistencialista que desfibró la resistencia de la clase obrera y corrompió a tantos artistas e intelectuales. Funcionó entre nosotros, especialmente desde Vargas en adelante.
Tercero, la política de manos tendidas. El poder es distribuido entre varios portadores que hacen alianzas entre sí bajo la hegemonía del más fuerte. Hay alianzas entre el partido vencedor con los demás partidos aliados para garantizar la gobernabilidad. Es el presidencialismo de coalición parlamentaria. Ese tipo crea favoritismos, disputas de puestos importantes en el Estado e incluso corrupción. Fue lo que ocurrió en los últimos años.
Cuarto, la política de manos entrelazadas. Parte del hecho básico de que el poder está repartido en los movimientos e instituciones de la sociedad civil y no solo en la sociedad política, en los partidos y en el Estado. Ese poder social y político puede convergir en algo benéfico para todos. Se trata de la gran discusión actual que prevé la participación de los movimientos sociales y de los consejos para, junto con el Parlamento y el Ejecutivo, definir políticas públicas. Se busca una democracia participativa que enriquezca la representativa. Negar esta forma es no querer democratizar la democracia y permanecer en la actual, que es de baja intensidad.
Especificando: la política de las manos entrelazadas sucede cuando el jefe del Estado se propone un amplio diálogo con todos en torno a un proyecto común mínimo. El presupuesto es: por encima de las diferencias y de los intereses en conflicto, existe en la sociedad la idea de qué país queremos, la solidaridad mínima, la búsqueda del bien común, la observación de reglas consensuadas y el respeto a valores de sociabilidad sin los cuales nos volveríamos una jauría de lobos. Las manos extendidas pueden entrelazarse colectivamente. Pero para eso, se necesita ejercitar el diálogo que implica oír a todos y buscar convergencias en la línea del gana-gana y no del gana-pierde. Es la ética en la política y de la buena política verdaderamente democrática.
Finalmente tenemos la política como seducción, en el mejor sentido de la palabra, subyacente a la propuesta de la presidenta Dilma. Ella propone un diálogo abierto con todos los actores políticos, también del área popular. Urge seducir al 48% que no votó por ella para que secunden un proyecto de Brasil que beneficie a todos a partir de la inclusión de los más castigados, de la creación de un desarrollo ecológica y socialmente sostenible que genere empleos, mejores salarios, redistribución del ingreso, cree un transporte decente y más seguridad para los ciudadanos, además de cuidado hacia la naturaleza y la potenciación de un horizonte de esperanza para que el pueblo pueda reencantarse con la política.
Se necesita ser enemigo de sí mismo para estar contra tales propósitos. El arte de ese diálogo es reencantar la política de las cosas y seducir a las personas para ese sueño bienaventurado.
Para eso es obligatorio mirar hacia delante. Quien ganó las elecciones debe mostrar magnanimidad y quien las perdió, humildad y disposición de colaborar con vistas al bien común.
¿Es idealismo? Sí, pero en su sentido profundo. Una sociedad no puede vivir sólo de estructuras, burocracia y disputas ideológicas en torno del poder. Tiene que suscitar la cooperación de todos y alimentar sueños de mejoría permanente que incluyan y beneficien lo más posible a todos, para superar nuestra espantosa desigualdad social.
Razón tienen las comunidades eclesiales de base cuando cantan: «Sueño que se sueña solo es pura ilusión. Soñar que se sueña juntos es señal de solución. Entonces, vamos a soñar juntos, soñar en colaboración».
Esta es la convocación supra-partidaria que la presidenta Dilma está haciendo al Parlamento, a los movimientos populares y a toda la nación. Sólo así se vacía el discurso de las divisiones, de los prejuicios contra ciertas regiones y se sanan las llagas producidas en el ardor de la campaña electoral con todos sus excesos de una parte y otra.
Leonardo Boff es autor de Qué Brasil queremos, Vozes, Petrópolis 2000.
Traducción de MJ Gavito Milano
Hola!
EL HOMBRE POLÍTICO
José Ortega y Gasset dice haberlo encontrado en Mirabeau
Nuestro mundo parece reclamar LÍDERES. Leonardo Boff percibe su necesidad.
Resumo algunas pinceladas del escrito como aperitivo a quien tenga apetito de comprender.
Oscar.
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MIRABEAU O EL POLÍTICO (1927) – (OCT3, 603-637)
I ¿Ideal o Arquetipo? ¿“santito” o “vicioso”?
Presumo en Mirabeau algo muy próximo al arquetipo del político. Arquetipo, no ideal. No debiéramos confundir lo uno con lo otro. Los ideales son las cosas según estimamos que debieran ser. Los arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad. Si nos habituásemos a buscar de cada cosa su arquetipo, evitaríamos formarnos de esa misma cosa un ideal absurdo que contradice sus condiciones más elementales.
Suele pensarse que el político ideal sería un hombre que, además de ser un gran estadista, fuese una buena persona. Pero ¿es que esto es posible?
Este hombre, ajeno a las Cancillerías y a la Administración, ocupado en un tráfago perpetuo de amores turbulentos, de pleitos, de canalladas, que rueda de prisión en prisión, de deuda en deuda, de fuga en fuga, súbitamente, se convierta en un hombre público; improvisa en pocas horas, toda la política nueva del siglo XIX (la Monarquía constitucional).
Dotado de una capacidad de trabajo fabulosa, Mirabeau era un organizador nato. Donde llegaba ponía orden, síntoma supremo del gran político. Ponía orden en el buen sentido de la palabra, que excluye como ingredientes normales policía y bayonetas. Orden no es una presión que desde fuera se ejerce sobre la sociedad, sino un equilibrio que se suscita en su interior.
Pero he aquí que después fueron descubiertas las pruebas de su venalidad. Mirabeau era además un hombre inverecundo. La historia de Mirabeau recuerda gravemente la de César y, en varia medida, la de casi todos los grandes políticos. Con rara coincidencia, el gran político ha repetido siempre el mismo tipo de hombre, hasta en los detalles de su fisiología.
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II Las almas tienen diferente formato: Magnánimas y Pusilámines
¿Tiene sentido decir de César que era egoísta, que vivía para sí mismo? Pero ¿en qué consistía el «sí mismo», el «yo» de César? En un afán indomable de crear cosas, de organizar la historia. Por eso toma sobre sí, con la misma naturalidad, los grandes honores y las grandes angustias. Y es inaceptable que el hombre mediocre, incapaz de buscar voluntariamente y soportar estas últimas, discuta al grande hombre el derecho al grande honor y al gran placer.
Las almas tienen diferente formato: grandes y chicas. Diferencia real de dos estructuras psicológicas distintas, de dos modos antagónicos de funcionar la psique. El magnánimo y el pusilánime pertenecen a especies diversas: vivir es para uno y para otro una operación de sentido divergente y, en consecuencia, llevan dentro de sí dos perspectivas morales contradictorias.
La perspectiva moral del pusilánime, certera cuando trata de juzgar a sus congéneres, es injusta cuando se aplica a los magnánimos. Y es injusta sencillamente porque es falsa, porque parte de datos erróneos, porque al pusilánime le suele faltar la intuición inmediata de lo que pasa dentro del alma grande.
El magnánimo es un hombre que tiene misión creadora: vivir y ser es para él hacer grandes cosas, producir obras de gran calibre. El pusilánime, en cambio, carece de misión; vivir es para él simplemente existir él, conservarse, andar entre las cosas que están ya ahí, hechas por otros—sean sistemas intelectuales, estilos artísticos, instituciones, normas tradicionales, situaciones de poder público. Sus actos no emanan de una necesidad creadora, originaria, inspirada e ineludible.
El pusilánime, por sí, no tiene nada que hacer: carece de proyectos y de afán rigoroso de ejecución. De suerte que, no habiendo en su interior «destino», forzosidad congénita de crear, de derramarse en obras, sólo actúa movido por intereses subjetivos—el placer y el dolor. Busca el placer y evita el dolor.
Pero la verdad es muy diferente: la previsión de placeres y honores tuvo sobre el alma de César tan poca influencia como, viceversa, la evitación de dolores. Así como el deseo de eludir sufrimientos no le apartó de su obra, tampoco le movió a ella la esperanza de delicias. Esto es lo que no comprenderá nunca bien el pusilánime: que para ciertos hombres la delicia suprema es el esfuerzo frenético de crear cosas—para el pintor, pintar; para el escritor, escribir; para el político, organizar el Estado.
La oposición entre egoísmo y altruismo pierde sentido referida al grande hombre, porque su «yo» está lleno hasta los bordes con “lo otro”; su ego es un alter —la obra. Preocuparse de sí mismo es preocuparse del Universo.
La honradez, la veracidad, la templanza sexual, son, sin duda, virtudes; pero pequeñas: son las virtudes de la pusilanimidad. Frente a ellas encuentro las virtudes creadoras, de grandes dimensiones, las virtudes magnánimas. No es sólo inmoral preferir el mal al bien, sino igualmente preferir un bien inferior a un bien superior. Hay perversión dondequiera que haya subversión de lo que vale menos contra lo que vale más. Y es, sin disputa, más fácil y obvio no mentir que ser César o Mirabeau.
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III El “aparato vital” de Mirabeau
¿Qué fue, como máquina psicofísica, como aparato vital este Mirabeau?
1.- Un joven turbulento: dineros, pleitos y erotismo
Nace en Provenza en 1749. Por ambas alas familiares, numerosos dementes y frenéticos.
En 1767, el marqués de Mirabeau envía su hijo, el pequeño gigante Gabriel, a un regimiento. Gabriel reúne dieciocho años. Apenas llega, tiene una formidable cuestión con el coronel. Su padre pide una orden de prisión, y este diabólico arcángel Gabriel entra por vez primera en la cárcel. Poco después es libertado. Retorna a casa. Es un vendaval de actividad. Estudia la tierra de Mirabeau, dibuja planos contra las inundaciones; trabaja, toma notas sobre el estado de los cultivos entre los campesinos, que le adoran. Su padre le detesta y él a su padre. Marqués y marquesa riñen y se separan. Comienza entre ellos un pleito de intereses. Incitado por su padre, Gabriel ataca a su madre violentamente.
El viejo economista quiere organizar en sus tierras y confinantes una oficina de prudomía para que los campesinos diriman entre sí sus querellas. Gabriel logra esta organización, que parecía imposible. Va, viene, insinúa, aplaca, armoniza, convence. Entretanto, pobre, hace deudas.
Se casa en 1772. Crecen las deudas. Descubre un desliz de su mujer. La perdona. Apretado por los acreedores, tiene que entrar nuevamente en prisión. Sale de ella en 8 de junio de 1774. El 21 de agosto insultan a su hermana y él se bate para ampararla, con lo cual el 20 de septiembre vuelve a la cárcel, en el castillo de If, donde son enviadas órdenes de extremado rigor en el tratamiento. Su mujer no le quiere acompañar, y Mirabeau, desde el castillo, riñe con su mujer. Conquista la benevolencia del gobernador, monsieur d’Allegre, y se hace dueño de la situación. También se hace dueño de la única mujer que hay en el castillo: la mujer del cantinero.
Es trasladado al castillo de Joux bajo órdenes no menos severas. No se le permiten libros ni nada. Conquista al gobernador, M. de Maurin y probablemente a su mujer. Consigue libros. Lee frenéticamente, toma notas, compone memorias; por ejemplo: sobre las Salinas del Franco-Condado, que es el problema más inmediato al sitio donde se encuentra. Monsieur de Maurin corteja a una dama: Sofía de Monnier. La invita a comer, juntamente con su detenido. Sofía se enamora del detenido. Mirabeau entra y sale a su antojo.
Publica en Neuchátel el Ensayo sobre el despotismo —un libro farragoso. Para publicarlo contrae nueva deuda con el librero. El gobernador, ofendido como rival y comprometido por la publicidad que la deuda da a las salidas de Mirabeau, escribe a éste que se reintegre a la prisión. Mirabeau, lejos de recluirse, contesta insultando al gobernador. Pasa la frontera suiza y se detiene en Verriéres. ¿Qué hacer con Sofía? Sofía está locamente enamorada de él. Lo dejará todo por su amante. Usa una de las primeras divisas románticas: «Gabriel o morir». ¿Qué hacer con Sofía, sin medios económicos ningunos, este hombre que iba formando sobre sus hombros un universo de deudas? Su hermana y su sobrina —de veintitrés años— van a su encuentro.
De paso, Mirabeau no dejará de seducir a su sobrina. Mirabeau dirá de sí mismo que es un «atleta en amor». ¿Qué hacer con Sofía, a quien, efectivamente, ama? Comprende que raptarla es una locura capaz de hacer ya insoluble su apurada situación. No obstante, llama a Sofía. Es aceptar el compromiso de volver a empezar la vida. La familia de Sofía cae sobre él: nuevos procesos. Se le acusará de haber raptado a Sofía para apropiarse sus dineros. Y, en efecto, Sofía quisiera llevar algún dinero. Esto es un hecho que sus cartas prueban.
Perfectamente. Pero es un hecho también que ambos amantes huyen sin un ochavo y recalan en Amsterdam. Mirabeau se pone a traducir para ganar algo. Ha aprendido él solo inglés y cuatro o cinco idiomas más. Trabaja fieramente desde las seis de la mañana. Entretanto, le persiguen el Poder público, su padre, la familia de su amante. Lleva sobre sí un enjambre de procesos. Pero él, mientras atiende a éstos y traduce y ama, cultiva la música y escribe un ensayo estético sobre este arte melifluo, un ensayo que está muy bien de fondo y mejor de título: El lector pondrá el título. Este es el título. Parece de hoy.
Como antes había atacado a su madre, escribirá ahora una memoria contra su padre, que no cesa de perseguirle. La consecuencia de todo ello es una demanda de extradición. Se envía contra él para darle caza un feroz policía: Bruquières, que, en efecto, detiene a la pareja para hacerse a poco su más fiel y leal servidor. Mirabeau ha conquistado al policía.
2.- ¡A la Cárcel! Pero sigue “seduciendo”
Mas, por lo pronto, tiene que ingresar en el castillo de Vincennes, una de las altas prisiones de Francia, Mirabeau asciende en su categoría de perpetuo encarcelado. Cada vez su prisión es más prisión, de más rango, de más cadenas.
Esta vez la reclusión va a durar de 1777 a 1780. Tres años «en un calabozo de diez pies de ancho». ¿Qué hará allí esta magnífica fiera? Sin duda, hozar con su alma de gran felino. Por lo pronto, se las arreglará para escribir a Sofía carta sobre carta. Este epistolario se publicó después con enorme escándalo. Porque en el calabozo de diez pies, contraída la sensualidad gigantesca de su temperamento, se escapará por la dimensión literaria. En las cartas a Sofía vierte materias de toda índole: ensayos oratorios y líricos, consideraciones morales, efusiones sinceras, pornografía y hasta trozos de libros y revistas que da como suyos. Empieza una carta: «Escucha, amiga mía, voy a verter en el tuyo mi corazón», y lo que vierte, en realidad, es un artículo ajeno del Mercurio de Francia.
En este tiempo compone una memoria, mansamente dirigida a su padre, defendiéndose. Además, compone cuentos, diálogos, tragedias; traduce a Tácito, Tíbulo, Bocaccio; escribe para Sofía un estudio sobre la inoculación y una gramática; estudia el islamismo y el Korán; comienza una historia de los Países Bajos. Además, escribe libros pornográficos. ¿Nada más? No; todavía más. Entre los prisioneros está un señor Baudoin de Guémadeuc, que tiene una amante, la señorita Julia, a quien Mirabeau no ha visto ni verá jamás. No obstante, entabla con ella una larga correspondencia, llena de gracia, de amenidad y de mentiras. Se presenta como persona de grande influencia en la Corte. La señorita Julia no tenía importancia alguna. ¿A qué, pues, esta farsa y el esfuerzo que supone? Subraye también este hecho el curioso lector.
Entre los libros compuestos en Vincennes, hay uno cuya publicación tuvo enorme resonancia: sus estudios Des lettres de cachets et des prisons d’Etat. Prisionero Mirabeau, quiere organizar seriamente las prisiones en general y reformar las instituciones. La política de la Asamblea está anticipada en este ensayo. Entretanto, feroces cólicos nefríticos.
«Desnudo como un gusano» sale Mirabeau del calabozo en 1780. Está en los treinta años. ¿Por qué no descansar un poco? ¿Descansar? Le esperan a la puerta, como prevenidos lobos, los dos procesos más graves. Uno, provocado por el marido de Sofía Monnier; otro, por sus suegros. En las actuaciones, que fueron públicas, se agolpaba la muchedumbre. Es aventado a los cuatro puntos cardinales todo su pretérito. No hay que decir el escándalo producido en toda Francia por esta vida turbulenta, a que la Justicia —siempre un poco pedante— se encarga de dar notoriedad oficial.
Mirabeau ha conseguido la fama a fuerza de insensateces; una fama negativa, lastrada de pecados capitales. Es una ascensión a la inversa.
3.- Judicatura, Genio del “venial preso”
Sí; pero llega el momento en que se concede la palabra al “genial” acusado hace un discurso judicial, una cosa que nunca había hecho. Y ese discurso es una creación perfecta, y juez, testigos y público oyen lo que no habían oído nunca: la palabra, nada, un poco de aire estremecido, que desde la madrugada confusa del Génesis, tiene poder de creación. De modo que, en un instante, aquellas circunstancias desastrosas son transmutadas en un triunfo. La ascensión negativa cambia de signo, se hace positiva, y la fama adversa, con todo su lastre de fango, se convierte en gloria. Estamos en 1783.
La gloria, pero no el dinero. La gloria, como sus fenómenos hermanos —el orto y la puesta del sol— tiene el hábito del oro, pero no su materia: tiene el amarillo y la refulgencia. Mirabeau comienza por tercera o cuarta vez su vida, glorioso e impecune. En 1784 empeña, en el Monte de Piedad, «su» traje bordado de plata, con su casaca y pantalón y su casaca de paño con plata semiluto y encajes de invierno. Poco después contrae, juntamente con su madre, un préstamo usurario de 30.000 libras: otra insensatez. Y comienza de pronto una vida opulenta, con gran tren, carrozas, comidas y ningún orden económico. De una vez para siempre nació sensual y necesitaba las delicias como el pulmón necesita el aire. Pero hay que fijarse. Este hombre ha pasado tres años en un calabozo de diez pies, sin delicia alguna. ¿Qué ha hecho su pulmón? ¿Ahogarse? Hemos visto la fabulosa actividad desarrollada durante ese encarcelamiento. ¿En qué quedamos, pues? La contradicción es sólo aparente. Un alma fuerte es fuerte en sus apetitos; necesita mucho muchas cosas; pero, a la vez, es fuerte para renunciar, para no necesitar cuando el caso forzoso llega.
Entra en su vida madama de Nehra, una holandesita de diecisiete años, dulce y buena, que pondrá un poco de sentido común y de orden en la vida frenética de este hombre. Comienzan los años de viaje: Inglaterra, Alemania. Mirabeau estudia el Continente. Se informa de la política y de la economía, de sus problemas inminentes, de sus posibilidades.
Escribe sobre estas materias, sobre todo se ocupa de asuntos financieros; por ejemplo: sobre el Banco de España, llamado de San Carlos. La resonancia de estas publicaciones es tan grande, que en un momento llegó a influir en la balanza de la Bolsa continental. El Banco de San Carlos quiso comprar su pluma. Pero Mirabeau, que seguía siendo pobre, rehusó. Porque sus campañas desarrollaban una idea política, y Mirabeau no estaba dispuesto a combatir su propia idea.
El venal Mirabeau es uno de los hombres que se han vendido menos, si se advierte que es uno de los hombres que más se ha querido comprar. El pusilánime, al hacer su cuenta al grande hombre, olvida siempre el otro factor, que es el esencial; su grande hombría.
4.- Creación en “tiempos revueltos”
En 1787 vuelve a Francia. La nación está encinta de grandes acontecimientos. Hay un desasosiego universal en la sociedad. Todos, los de arriba y los de abajo, presienten que es preciso hacer algo; pero nadie sabe qué. Mirabeau ve al punto, con indefectible seguridad, que su vida va a confundirse con la vida de Francia. Todo aquel privado frenesí de veinte años, toda aquella acumulación de saberes, de noticias, de proyectos, aquella energía, aquella capacidad de trabajo, aquella fruición en el conflicto, aquella voz de trompeta de postrimería, aquella influencia verbal, va a insertarse en un punto de la historia.
Mirabeau reclama la reunión de los Estados Generales para 1789. Su voz, de fuerza cósmica, de diabólico arcángel, anuncia el juicio final del Antiguo Régimen. Tiene cuarenta años. Es un gigante obeso, con el rostro picado de viruelas.
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