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Una religión del corazón en la transparencia de la fe

RománEstableciendo la tesis de que toda doctrina se construye sobre un conjunto de creencias, el concepto se hace válido para la religión, la política, las ideologías, y está en todas las formas y  modos del pensamiento en el conjunto social.

La religión tiene evidentemente una factura humana y las creencias con que se sustenta, un sello creador inconfundible. Nuestros cristianismos, en todas sus ramas doctrinales, no se diferencian de otras religiones de hoy o que haya habido a lo largo de la existencia humana.

Una religión organizada supone un intento colectivo de dar una explicación fuera de los elementos humanos y la búsqueda de respuestas a los interrogantes de la existencia. La divinidad es la necesidad de cubrir ese vacío como el aire tiene la tendencia a ocuparlo en la naturaleza.

Dios fue concebido así como el aire vital, o tal vez, un poco más allá,  siendo el causante o hacedor de tal fluido que llena los pulmones  dándonos la vida. Y si por causa de ello tenemos existencia, la religación se hace presente con aquellas formas de piedad que apelan a lo divino.

Con el Renacimiento se hizo patente que la Europa medieval había iniciado un largo camino hacia la racionalidad en lo cultural y científico, abarcando la filosofía y la teología. Se buscaba poder encontrar en el trasfondo de las creencias las intuiciones profundas del espíritu humano en un nuevo humanismo, como una impronta que enseguida se demostraba a partir del momento de nacer. Fue la época de la concreción de las creencias escindiendo la uniformidad de pensamiento y luego la búsqueda de otras fuentes de verdad. La fe en la razón fue convertida en otra creencia en sustitución a la divinidad.

En pleno siglo XX la Modernidad evidenció su crisis en los planteamientos no resueltos en los planos emocionales y de configuración del pensamiento. La crisis se extendió por el momento posmoderno hasta hoy envuelta en sus contradicciones y en los nuevos conflictos.

“Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Del Evangelio de San Juan)

Sin temor a equivocación podemos decir que Jesús afrontó la religión y sus creencias situando tal fenómeno de manera distinta a como lo suelen hacer expertos y especialistas de las ciencias y de la fe.

Cierto que la religión de Israel, y su configuración judeo-cristiana, fue la gran contribución al  patrimonio cultural universal. Iniciado con una pequeña agrupación de tribus semitas en las periferias de los grandes centros de civilizaciones del Fértil Creciente y el Mediterráneo, con su culto al Dios  único y creador de todo, quien intervenía irrumpiendo de forma salvadora estableciendo sus designios en la historia humana.

Jesús se presentó públicamente como el sí a tales pretensiones históricas de su pueblo. Era la común fe religiosa de judíos y samaritanos. Sentados junto al pozo de Jacob, la mujer escuchaba las palabras del rabino llegado de Jerusalén que anunciaba lo antiguo de forma interpretativamente nueva.

Existió una honda corriente profética anunciadora de una auténtica piedad alejada de ritualismos estériles. El monoteísmo y la espera de salvación precisaban de una conducta moral. La santidad de Dios pone de manifiesto y evidencia las impurezas humanas, porque el pecado, y no la ignorancia, hace separación entre la humanidad y el Creador.

Jesús, constituido rabino, maestro de Israel, nos plantea una Nueva Alianza exigente con una religión interior, del corazón, que prescinde o trasciende sobre todas nuestras creencias vitales y actitudes rituales. No se trata de creer en el Templo o en el monte, porque Dios habita dentro de nosotros los humanos y busca hacerlo de una manera nueva divinizándonos para el culto verdadero.

Para plantearnos este tema de una manera seria precisamos descubrir si nuestra búsqueda consiste en llegar a sentirnos cómodo en nuestra propia religión abundando en nuestros pensamientos en la sustitución de algunas formas de relaciones o de creencias. Por el contrario podríamos comprender que en el mensaje de Jesús persiste un algo nuevo, un plus indicador de que es Dios realmente quien se está poniendo en contacto con la humanidad, con cada ser humano tras el anuncio de la Buena Nueva.

Deriva, entonces, una pregunta crucial: ¿Es el mensaje o, la persona de Jesús, lo definitivo? ¿Un hombre que dice cosas estupendas, o la persona estupenda que me pone en comunicación con Dios?

Volvamos a esa intuición profunda con que hemos hecho un intento de definición de fe  a diferencia de creencia. Cuando Jesús hablaba con las gentes según se desprende de los textos evangélicos las cosas solían quedar en tablas en la aceptación o el rechazo. Eran momentos o situaciones en que los intervinientes experimentaban el gran poder de Dios en las palabras de Jesús o en sus acciones produciendo el milagro de la conversión, que es la presencia activa y manifiesta de la fe.

Podemos concluir que la fe se vigoriza cuando descubrimos en la persona de Jesús al Dios que salva, que se hace presente, que indica el medio para llegar hasta Él y permanecer en su presencia, en una nueva relación superadora de nuestras personales creencias.

4 comentarios

  • ROMAN DIAZ AYALA

    Dracir, yo tampoco,
    pero me apoyo en Jesús que se expresó en la fidelidad de amar hasta el fin y me comunicó su esperanza desde la Cruz.

  • Dracir Abad

    Román, si pudiera haber una religion que se expresase en la fidelidad de Amar y en la comunicación de Esperanza me costaría mucho menos aceptar que quizás sea possible creer. Lo que no puedo es llenar de formulaciones crediticias la mente, cuando en realidad se originarían en mi mente o en alguna mente ajena. De alguna manera amar y esperar no exijen mucho pensar y eso me parece más persuasivo.

  • ROMAN DIAZ AYALA

    Dracir,
    Estamos viviendo momentos muy especiales, yo lo llamo tiempos de bienaventuranzas, cuando Dios se nos quiere revelar de una forma que se haga “entendible” por quienes le estamos buscando.
    La novedad de este momento reside en que no tenemos que estar mirando hacia arriba ( quienes están revestidos de autoridad en la Iglesia, un  o una profeta que hable con voz potente y clara haciéndose oir por nuestros turbios oídos) Ya no es Tiempo de Concilio, ni tenemos a un Juan XXIII, que rompe con la rutina de la Tradición.
    Estamos en el silbo suave, de un Dios con rostro humano (Jesús el Hijo del Padre) que nos llama para que abramos la puerta, pues el quiere cenar con nosotros/as
    “Yo no os dejaré huérfanos, pues enviaré al Consolador, el Espíritu de la Verdad. Él os enseñará todas las cosas”  El sótano es un lugar tan válido, como aquel aposento alto de la primera vez…

  • Dracir Abad

    Deriva, entonces, una pregunta crucial: ¿Es el mensaje o, la persona de Jesús, lo definitivo? ¿Un hombre que dice cosas estupendas, o la persona estupenda que me pone en comunicación con Dios?
    ¿Será que me he entorpecido? Como casi todo otro hijo de buen vecino, mi profesión, mis responsabilidades de familia, mis amistades, y a menudo hasta la imposibilidad de mantenerme al día me consumen. Esto es cierto hasta el punto de que al haber descubierto recientemente este sitio en la web al azar, haya descubierto también que parezca prometedor para, siguiéndole, no solo paliar un poco la alienación que me impone el diario tratar vivir con mis pies atados a la tierra, sino también poder conversar un poco sobre Jesús.
    La realidad es que desde mi “otero” (vivo y trabajo en un sótano) la segunda pregunta parece casi absurda. En este mundo ¿cómo pudiera el ser humano saber si algo o alguien le “comunica con Dios”?
    Trato de ser cristiano viviendo como tal y eso lo hago porque leer lo que se atribuye a este Jesús—sobre todo en los evangelios porque Pablo a veces me desconcierta demasiado y no me alcanza el día para dedicarle más escucha al Jesús de los evangelios—y tratar de aplicarlo cuanto más a menudo mejor es lo único que puedo permitirme.
    Además, intentando eso de descubrir las pistas que marcara Jesús, me facilita una comunicación menos interferida por mis propias estáticas y hasta convierte en “textos inteligibles” las conductas difíciles mías y ajenas. Así, el resultado material es que se mejore mi comunicación con mis familiares, mis vecinos, mis clientes, mis desconocidos de cada día y la de ellos conmigo. Lo sé porque recibo de esas personas próximas a mí respuestas así me lo sugieren. Y si me distancio de esta “lectura viviente” de Jesús todas esas personas más o menos cercanas me hacen notar que algo no anda igual en mi vida. Todo eso es ostensible para alguien que como yo no sea un ente sobrenatural.
    ¿No renunciar a la esperanza de que Jesús pueda quizás ser Dios encarnado? ¿Cuándo cambió eso? ¿Quién lo cambio? ¿Desde cuándo a Jesús le debo ver como intermediario, como semejante al Profeta del Islam o a cualquiera de los pobres que encuentro (incluso cuando me miro al espejo) y quizás a los santos oficiales o no? (Desde luego excluyo al penúltimo predecesor de Francisco a quien por culpa de las últimas declaraciones de su antiguo secretario la evidencia de sus virtudes heroicas hubiera que ponerlas en entredicho).
    Tonto de mí, he estado bajo la impresión de que Jesús pudiera ser Dios aunque esto no sea cosa que se pueda “saber”. Una buena metáfora es la regla de Slater en química que cuantificó el efecto pantalla. Se supone que Jesús me separe de cualquier otra noción de Dios porque él mismo sea el modo como Dios quiso que le conociéramos.
    Esta dicotomía materialista o atea que plantea el articulista es similar a la que un amigo que no me conoce dijera a otra persona que le gustara que nos conociéramos. Un día nos citamos y nos presenta. A partir de ese momento al Dracir que esa persona conocerá pudiera conocerle mejor con el tratarse subsiguiente pero no desconocerle. El intermediario ya no tiene mucho sentido como conector.
    Jesús no puede comunicarme con Dios o entonces él mismo no pudiera serlo como deseo y espero que lo sea.