“Es, pues, necesario, que el obispo sea intachable, fiel a su esposa (otras traducciones: “hombre de una sola mujer) sobrio, modesto, cortés, hospitalario, buen maestro, no bebedor ni pendenciero, sino amable, pacífico, desinteresado, ha de regir su familia con acierto, hacerse obedecer por sus hijos con dignidad; pues si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo se va a ocupar de la Iglesia de Dios?”
Este texto no es de ningún movimiento cristiano progresista actual que reivindique la supresión del celibato de los sacerdotes. Pertenece a la Primera Carta a Timoteo -del Nuevo Testamento-, escrita quizá a finales del siglo I, época en la que la mayoría de los obispos y sacerdotes estaban casados.
El celibato no aparece como un mandato o condición necesaria que impusiera Jesús de Nazaret a sus seguidores y seguidoras. La actitud fundamental era la renuncia a los bienes y su reparto entre los pobres, pero nada relacionado con la sexualidad. Tampoco se exigió la continencia sexual a los dirigentes de las primeras comunidades, ni, posteriormente, a los obispos, presbíteros y diáconos. Era una opción libre y personal. El ejercicio de los carismas y ministerios al servicio de la comunidad no requería llevar una vida célibe.
En la Primera Carta a los Corintios, escrita el año 52 de la era común, Pablo de Tarso va todavía más allá y reivindica su derecho a casarse como el resto de los Apóstoles: “¿No tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa cristiana como los demás hermanos del Señor y Cefas?” (1Cor 9,4-6). No existe, por tanto, una vinculación intrínseca entre el celibato y el ministerio sacerdotal.
La primera ley oficial del celibato obligatorio para los sacerdotes se promulgó explícitamente en el II Concilio de Letrán en 1139 –implícitamente ya lo había hecho el II Concilio de Letrán en 1123-, apelando a la necesidad de la continencia sexual y a la pureza ritual para celebrar la eucaristía. Estamos, por ende, ante una tradición tardía, ajena a los orígenes del cristianismo y, por supuesto, a la intención de su fundador Jesús de Nazaret. Durante mucho tiempo se creyó que la ley de la continencia sexual de los clérigos tenía su origen en el Concilio de Elvira, de principios del siglo IV, y en el Concilio de Nicea (año 325). Hoy, sin embargo, es opinión muy extendida entre los especialistas que los documentos atribuidos a Elvira no pertenecen al mismo, sino a una colección que data de finales del siglo IV, y que en Nicea no parece que se tratara de la continencia de los sacerdotes (Cf. E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 150ss)
El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en el Palacio del Vaticano el 25 de enero de 1983, se aleja de los orígenes y sigue la tradición represiva posterior en el canon 277: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros pueden unirse mejor a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”. A los sacerdotes les pide prudencia en el trato con personas –mujeres, se entiende- que pueden poner en peligro la obligación de guardar la continencia.
El cambio es abismal: de la libertad de elección a la imposición de la vida celibataria, del libre ejercicio de la sexualidad a la abstinencia sexual, de la vida en pareja a la vida solitaria. La disciplina eclesiástica represiva impera sobre la experiencia liberadora del cristianismo primitivo. El Código de Derecho Canónico suplanta al Nuevo Testamento y su autoridad termina por imponerse. ¡El cristianismo al revés!
¿Qué ha sucedido en el catolicismo romano para que se haya producido esta involución? ¿Cuáles son las razones de dicho cambio? Una primera fue la pureza legal, que prohibía las relaciones sexuales de los sacerdotes antes de la celebración de la eucaristía para así poder celebrarla limpiamente. Influyó también la incorporación del dualismo platónico a la antropología cristiana: la consideración negativa del cuerpo como algo a mortificar y de la carne como obstáculo para la salvación y la consideración del alma como la esencia del ser humano que había que salvar en detrimento del cuerpo. Conforme a esta antropología dualista, se reconocía a la vida célibe una “plusvalía” sobre la vida matrimonial. Camino, de san José María Escrivá de Balaguer es bien explícito al respecto: “El matrimonio es para gente de tropa, no para los grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne (máxima 28).
La tercera razón fue la demonización de la mujer, a la que se calificaba de tentadora, lasciva, libidinosa, pasional, sensual y de llevar al varón a la perdición. Y eso no se aplicaba solo a determinadas mujeres de vida poco ejemplar, sino que se creía estaba inscrito en la propia naturaleza femenina. Algunos Padres de la Iglesia definieron a la mujer como “la puerta de Satanás” y “la causa de todos los males”.
Hoy hay un clima generalizado, dentro y fuera del catolicismo, favorable a la supresión de la anacrónica ley del celibato. Veintiséis mujeres enamoradas de sacerdotes han escrito al papa pidiéndole derogarla por el “devastador sufrimiento” que “despedaza el alma” de ellas y de sus compañeros sacerdotes En el vuelo de vuelta a Roma, tras su visita a Jordania, Palestina e Israel, el papa Francisco afirmó que el celibato “es un don para la Iglesia”, por el que muestra “un gran aprecio“, pero que “al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta”..
En similares términos se pronunció monseñor Pietro Parolin pocos días después de ser nombrado secretario de Estado del Vaticano por Francisco en declaraciones al diario El Universal, de Venezuela, de donde era nuncio: el celibato obligatorio de los sacerdotes –dijo- “no es un dogma de la Iglesia y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica”. Estos pronunciamientos no suponen ninguna novedad, ya que responden a algo sabido y compartido tanto por defensores como por detractores de dicha tradición eclesiástica.
Es hora, creo, de pasar de las palabras a los hechos, de las declaraciones propagandísticas al cambio de normativa. Es hora de dar el jaque mate al celibato obligatorio y de declarar el celibato opcional. De lo contrario, los escépticos ante la intención de Francisco de reformar la Iglesia tendrán un argumento más para seguir siéndolo.
Conviene recordar que la incompatibilidad en el cristianismo, al menos en el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está entre el amor a Dios y la sexualidad, entre el amor divino y el amor humano. En absoluto. La oposición está entre el amor a Dios y el amor al dinero, conforme a la máxima evangélica: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al Dinero (Mateo 6,24). Si se ama al Dinero, Dios está de más.
Habría que leer a Eduardo Galeano para des-demonizar el cuerpo, perderle el miedo y reconocerle en su verdadera dimensión placentera y festiva: “La Iglesia dice: el cuerpo es una culpa. La ciencia dice: el cuerpo es una máquina. La publicidad dice: el cuerpo es un negocio. El cuerpo dice: yo soy una fiesta”. Es una razón más para oponerse a normas que imponen comportamientos represivos que hacen (más) infelices a las personas.
Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía (Trotta, 2012) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, 2013).
Hola honorio!
¿No te parece que hay a una (voy a emplear deliberadamente una paradoja lingüística), que hay una “multitud elegida” a quien le es muy importante el Asunto, y que en ello se les irá la vida?
¿No has pasado-sido tú mismo uno de esos a quien el Asunto le rondaba la cabecita?
El “curerío” romano (nosotros) hubimos de topar con el Asunto.
¿No piensas que hay esos “elegidos multitudinarios” en los Seminarios de formación pa’curita?
¿No te preocupa seriamente que esa “elite” se forme o deforme según este Asunto de la sexualidad?
……………………
Te leo:
– “Yo diría que si Jesús anduviese entre nosotros pasaría del rollo ese del celibato.- ¿O no?“-
En el próximo “Tea party” que tengas con Jesús, preguntale su opinión
y luego nos la cuentas ¿ok?
Desde ya puedes decirle de mi parte que si el tipo “pasa del rollo”, por mí ¡que se vaya al carajo!
¡Voy todavía! – Oscar.
…………………….
PS: Amplíese el ámbito abarcativo de esa “multitud selecta” en los Seminarios
* hasta esa otra “multitud (150.000) selectamente marginada” del curerío casado, juntado, doblado, etc. y sus esposas, amantes, e inumerables hijos …
Yo señores, paso del debate sobre el celibato, porque creo que nuestro tema central y único es el Reino de Dios, la lucha y búsqueda de un mundo justo en el que quepamos todos y todos tengamos una vida digna. Cada uno desde el puesto que hayamos elegido en la vida de una manera responsable y libre, cada uno cargando con nuestros aciertos y nuestros errores, cadda uno reivindicando nuestra dignidad de miembros del Pueblo de Dios.
Ni jaque mate ni otras zarandajas: !adelante el Reino de Dios! Yo diría que si Jesús anduviese entre nosotros pasaría del rollo ese del celibato.- ¿O no?
Y para “muestra” de la enorme distancia entre tus planteamientos, Ana Rodrigo, y los de tanta otra gente católica (monárquica y de derechas, of course), reproduzco el siguiente texto, de un forista cuya identidad omito, extraído de un blog cuya identidad también omito, si bien no es blog sedevacantista ni lefebvrista, por más que sí asoman a sus páginas digitales católicos de esa cuerda. El texto me asombra, pues hasta donde alcanzo a entender yo mismo, muestra sus preferencias por la grandeza militar del fundador de la Legión en España, y no por la grandeza intelectual y existencial de D. Miguel de Unamuno. Veamos:
Hay una clara diferencia entre el señor Unamuno y Millán Astray. Éste se dejó por España brazo (cortado por cangrena) y ojo (vaciado de un tiro). Herido 4 veces en combate, en sólo seis años (en pecho, pierna, brazo y ojo). Con 17 años marchó voluntario a Filipinas donde ya fue condecorado como héroe con la “Cruz de María Cristina”. Cuando empezó la guerra civil tenía 57 años y vértigo cada vez que giraba la cabeza (como consecuencia del balazo que le vació el ojo en 1926). En el mismo sitio donde ha encontrado lo expuesto en su comentario puede ver parte de sus condecoraciones (ganadas con sudor y sangre): Medalla Militar Individual Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco. Gran Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco. Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo. Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo. Cruz de María Cristina de 1ª clase. Gran Cruz de la guerra italiana. Cruz de Guerra francesa con palmas de oro. Gran Cruz de San Benito de Abis de Portugal. Gran Cruz de la Medhauía. Gran Cruz de San Lázaro. Cruz del águila alemana. Medalla de la campaña de Filipinas, con pasador de Luzón. Medalla de Alfonso XIII. Medalla de la campaña de Marruecos, con pasadores de Larache, Tetuán y Melilla. Medalla de la Paz de Marruecos, con pasadores de Tula y Marruecos. Gran Cruz, Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. Medalla de Sufrimientos por la Patria. Unamuno lo más arriesgado que hizo por España (aparte de criticar), fue hacerle 9 churumbeles a la señora Concha. ¡Arriesgada labor, por cierto, que le pudo costar un esguince lumbar!
Me quedo con D. Miguel de Unamuno, sin un ápice de duda. Pero se ve que hay gente “pa’to”, como es conocido que exclamó una vez un españolito andaluz gran aficionado al toreo, a quien le presentaron una vez al filósofo José ortega y Gasset, y ante este dijo, enterado de su condición de filósofo, escritor, periodista, etcétera, aquel su “Olé, hay gente ‘pa’to’ ” que lo ha inmortalizado.
Ana Rodrigo:
Quedan claras tus posiciones, no sé si las mías también. De entrada porque yo deseo creer en Cristo desde o a través de mi experiencia con el Evangelio, la Tradición y el Magisterio, cum Petro et sub Petro. Quien en la actualidad es el papa Francisco, y ayer mismo, como quien dice, fue el actual emérito Benedicto XVI.
Señalo lo anterior, que puede parecer baladí el solo mentarlo, porque me sonrío solo de pensar en esto tuyo que me dices “en cuestiones de teología y en otras materias estamos en las antípodas”. Sonrío para mis adentros porque si crees eso con respecto a mí, no quiero ni imaginarme -ni alcanzara a lograrlo, aunque quisiera- lo que pensarías en cuestión de diferencias ideológicas y de “antípodas” con relación a los católicos sedevacantistas, lefebvrianos y filolefebvrianos en algunos de cuyos blogs y webs he bebido hasta el hartazgo en los últimos dos meses. Vamos, lo que ya aquí mismo en Atrio he llegado a considerar por escrito yo: hay más diferencias y distancias ideológicas y espirituales entre una mujer creyente como tú, Ana Rodrigo, y esos tales, que las que pueda haber entre un votante laico o agnóstico del Partido Popular y un votante también laico y agnóstico de Izquierda Unida.
Así que qué curioso es todo: lo que va de mirar la realidad con el ojo izquierdo guiñando el derecho o mirarla con el ojo derecho guiñando el izquierdo.
Oscar, efectivamente, a quienes les preocupa el tema de la obligatoriedad del celibato es a los curas, no el celibato en sí mismo, ya que si fuese opcional no tendríamos este debate. Por otra parte, habría muy pocos que optarían a vivir célibes, especialmente si antes han sufrido la represión sexual que les lleva a considerar el absurdo del hecho celibatario. El porcentaje de reprimidos a solas, en silencio, o que han buscado resolver sus necesidades de manera legal o ilegal y delictiva, es de un calibre que asustaría como hecho anómalo desde el punto de vista humano.
El otro día me comentaba una amiga que en cierta ocasión se mareó en la cocina y cayó de lado. Al abrir los ojos desorientada sin saber qué pasaba, pensó que estaba muerta porque todo lo veía blanco, claro lo que tenía en su minúsculo horizonte, la nevera a cuyo lado había caído. Pues eso es lo que le pasa a esta jerarquía clerical, que se cree que la realidad entera es del color que ellos la ven con ese estrecho horizonte de humanidad personal.
Luis.Henríquez, creo que es la primera vez que te leo con cierto sosiego y, además, oh milagro, resulta que coincidimos en algo. Me alegro de que, aunque en cuestión de teología y otras ideas estemos en las antípodas, expongas tus pensamientos con cierta lógica, la tuya, por supuesto, al igual que yo lo hago con la mía y con mis argumentos.
Y dada esta novedad, voy a resaltar un párrafo tuyo: “Pero estos no salen en la foto, no son homenajeados, aunque se gastaran en amar al prójimo, en ser buena gente. Por qué, ¿porque no fueron célibes sino que fueron tropa,…? Pues coincido contigo, y por mucho que hayan hecho santo a quien diferenció la tropa de los selectos, sólo por ser célibes, comprenderás que el ser santo no es el equivalente a llevar razón, e incluso es compatible con tonterías ofensivas como en este caso.
Igualmente aplicaría este principio a la autoridad que le concedes a Benedicto XVI, que no por haber sido o ser Papa tiene porqué llevar razón.
Hay una diferencia muy grande entre tú y yo, y es que para ti el referente ético y/o teológico viene exclusivamente de la Iglesia, Papas, o santos, mientras que yo me fundamento en la conciencia, en el evangelio, en el sentir comunmente aceptado como ético en la sociedad civil (como los DDHH) y, en consecuencia, ningún partido político debe apoyar su ideología en la doctrina de la Iglesia, sino en la ética civil que puede coincidir o no con la ética eclesiástica. Si la historia hubiese seguido a lo largo de los siglos cierta doctrina de la Iglesia, aún estaríamos en la Inquisición, en la Edad Media, al margen de los Derechos Humanos en muchos aspectos, errores en los que aún persiste como el derecho de igualdad de la mujer en la Iglesia o el derecho a vivir como homosexual una persona que lo es.
La Iglesia debe legislar para la Iglesia, puede predicar su doctrina propia sin exigirla a quienes no quieren saber nada de ella, l@s individuos cristianos debemos, por obligación saber discernir como personas adultas, sin borreguismo indigno de la adultez, y, a partir de ahí, cada cual que viva como “dios le dé a entender”. El servilismo, en todas sus facetas, debería haber pasado a la historia como una grave indignidad proveniente del abuso de poder en nombre de no sé qué Dios.
Hola!
Ok, ok!
El curerío que yo conozco no discute EL CELIBATO.
Lo que discute es la OBLIGATORIEDAD
en que lo mantiene la Iglesia para el curerío.
Esto es tan obvio que hablar de ello es un tanto vergonzoso,
porque esas cosas la hacíamos cuando chiquilines: ¡EN-CAPRICHARNOS!
Tal vez ¿no?
¡Voy todavía! – Oscar.
Ana Rodrigo:
Gracias por referirte a mí, mejor dicho, a un comentario mío en otro hilo de otro artículo de Atrio, de manera tan respetuosa, aunque sea para discrepar. No importa: vivir es amar, discrepar, luchar, emocionarse, entregarse a distintas formas de fe… Solo que sabes tú misma que no discrepas de mí, discrepas del magisterio del emérito Benedicto XVI, quien en efecto exhortó en su momento, hace apenas unos pocos años, a que los católicos en política partidista más o menos activa exigiesen a los partidos políticos respeto a una serie de principios no negociables, principios sine que non: no al aborto bajo ningún supuesto, no al reconocimiento legal del matrimonio homosexual…
Pues bien: de todos los partidos que se presentaron a las pasadas Elecciones al Parlamento Europeo, las dos únicas fuerzas políticas que en sus respectivos programas se mostraban, se muestran respetuosas con esos principios no negociables enunciados por Benedicto XVI, son Impulso Social (situado hacia la derecha ideológica) y SAIN (Solidaridad y Autogestión Internacionalista, situado hacia la izquierda política, social y económica, por quienes voté yo mismo). El partido PUM+J -al que he estado vinculado, tímidamente vinculado-, es un sí y no con respecto a esos principios no negociables de Benedicto XVI, es decir,como organización no creo que se hayan pronunciado aún sobre esos particulares (el componente cristiano pesa mucho en la organización, es mayoría tal vez, de cristianos con conciencia social, se entiende, no de esos católicos a los que parece que lo único que mola es reivindicar que se celebre la misa tridentina o misa de san Pío V), solo que como aspiran a coaligarse a otras plataformas con más tirón como EQUO, etcétera, en la práctica “incumplen” esos principios. Es más complejo, ya sé, pero viene a ser así.
De todas formas, disculpas, porque el hilo de este artículo es el celibato de los sacerdotes católicos de rito latino. a la luz de la reflexión del teólogo Juan José Tamayo. La doctrina oficial de la Iglesia al respecto, actualizada por san Juan Pablo II en un documento como Pastores dabo vobis, creo que está más en la intención y el corazón del papa Francisco que el lugar que pudiera ocupar en el Papa argentino la reivindicación del intelectual Juan José Tamayo expresada en su artículo. No obstante, tanto Ana Rodrigo como ‘Oscar Varela presentan reflexiones que me parecen interesantes. Y yo destacaría un aspecto sobre el que insiste Ana Rodrigo, acaso más incluso que Óscar Varela. A saber: aun sin pretenderlo la jerarquía eclesial secularmente, lo que sí ha conseguido con la realidad del clero célibe tal y como también secularmente la hemos conocido en la Iglesia católica romana hasta la actualidad, es en efecto crear algo así como una casta segregada del común de los mortales, y como situada por encima de los seglares, al margen de las vicisitudes de estos: buscar salir adelante en la vida, buscar curro, mantenerlo, ser operativo y competente en el trabajo, ahorrar si se puede, sacar adelante una familia, con la inmensa responsabilidad y el inmenso esfuerzo no solo económico que esto implica.
Veámoslo con un ejemplo. Hace un par de días cumplió años (nada menos que 98) un obispo español que ya a su avanzada edad debe ser de los más viejos obispos católicos del mundo. Me refiero a monseñor Damián Iguacén, emérito de la Diócesis Nivariense o de Tenerife. Nunca traté al hoy casi centenario Damián Iguacen, aunque a finales del año 1999, en La Laguna, Tenerife, en los últimos años de mis estudios universitarios, gracias a una “carta de presentación” que nos había firmado el titular de nuestra Diócesis de Canarias, que era entonces monseñor Ramón Echarren (“llámame Ramón, tutéame”, dice jocosamente de él el señor Fernández de la Cigoña: Cigoña en el ala derecha de la Iglesia, el emérito Echarren, hijo predilecto de la ciudad de las Palmas de Gran Canaria, más bien escorado hacia la izquierda eclesial), un amigo, compañero de piso y de andanzas militantes y yo tuvimos ocasión de conocer en persona al obispo Damián, en la hermosísima ciudad de La Laguna, Tenerife, patrimonio de la humanidad. Muy cariñoso, afable, sencillo, como de apariencia franciscana (llevaba una sotana que recuerdo como muy raída, desgastada), me alegró el día, al menos a mí, porque yo no solo no hice ninguna clase de gesto de protocolo, o reverencia, nada -no por no querer, sino porque a esa edad de veinte años normalmente de eso no sabes nada, ni casa con el espíritu juvenil universitario-, sino porque fue él en todo momento el que se acercó a mí, me saludó él, me estrechó la mano, yo asombrado, sin hacer nada, y al final hasta me dio un abrazo. Y yo me sentí hasta importante. Y creo que mi amigo también. Y entonces ya pudimos, “con el visto bueno” del obispo nivariense Damián entrar en contacto con grupos católicos de Tenerife, especialmente con comunidades cristianas de base, en las que conocí y algo traté a alguna que otra profesora universitaria feminista católica, o a biblistas de la talla de Juan Barreto, a la sazón profesor de Clásicas en la Universidad de La Laguna…
Vamos, como si hubiese sido uno o alguno de mis abuelos el monseñor Iguacen. Y es aquí donde quería llegar, a los abuelos. El casi centenario Damián Iguacen (o Iguacén, con tilde) “se ha desgastado” amando al prójimo. Amando al prójimo en Cristo. Se ha desgastado por Cristo y por su Iglesia. y esto lo han resaltado algunos comentaristas. Vale: no seré yo quien lo niegue, de acuerdo, pero ¿por qué se ha desgastado más en amar al prójimo y en darse a los demás que mi bisabuelo Manuel Cabrera, por ejemplo, al que alcancé a conocer, y que si viviese tendría 132 años? ¿Por qué? Ese bisabuelo mío, al igual que cientos de millones de campesinos solo en la Europa del último siglo y medio, gastó su vida trabajando de sol a sol, seguramente, engendrando hijos y más hijos, mas no merece “homenajes”.
Sin duda debe haber obispos maravillosos, digo como personas, pero el trabajo “de desgaste” de un prelado no tiene nada que ver con la dureza de trabajar la tierra, con la dureza de sacar adelante 8, 10 0 12 bocas… Pero estos no salen en la foto, no son homenajeados, aunque se gastaran en ama ral prójimo, en ser buena gente. Por qué, ¿por qué no fueron célibes sino que fueron tropa, según gustaba de considerar a san José María Escrivá, fundador del Opus Dei: “El matrimonio es el estado para la tropa; la castidad celibataria, para los elegidos de Dios”.
Y nada más. Confío en poder aportar con esta reflexión algunas razones para el debate.
Hola!
Roger Lenaers, en “AUNQUE NO HAYA UN DIOS AHÍ ARRIBA – Vivir en Dios, sin dios”; en el Capítulo 4 “Una ética sexual de creyentes modernos” señala que la postura creyente moderna tiene también consecuencias para el celibato:
– “En otro tiempo la elección del celibato se originaba en la persuasión de que una vida de renuncia a la plenitud del goce sexual era especialmente grata al Dios que está en las alturas.
Esta elección puede legitimarse hoy sólo si se ve con claridad que con esta renuncia se gana más de lo que se pierde en lo humano. Porque sin duda que hay una pérdida.
Toda una zona de enriquecimiento humano permanece clausurada en una vida celibataria. Pero hay hechos que muestra que lo que se gana compensa lo que se pierde.
El celibato de la vida contemplativa puede conducir a una gran libertad interior y plenitud humana, como se lo puede ver entre los monjes no sólo cristianos, sino budistas.
El celibato puede tener sentido también en una vida activa en la que alguien quiere comprometerse tan enteramente en procurar el bien de los demás que apenas le quedaría tiempo para una relación sostenida con la pareja sexual y para el cuidado de los niños que normalmente deberían nacer de esta relación.
En términos explícitamente cristianos, el celibato puede ser la condición necesaria para comprometerse por aquel mundo renovado que Jesús llamó “el Reino de Dios”.
El celibato puede legitimarse, pues, en ambas formas, la contemplativa y la activa.
Pero la jerarquía pretende tener todavía una tercera forma de legitimación. También el ministerio sacerdotal podría darle sentido al celibato.
Pero esta opinión no puede sostenerse a la luz de una manera moderna de vivir la fe, pues se fundamenta en dos presupuestos premodernos:
* primero, que el sacerdote cristiano, igual que el de las religiones precristianas, es un varón a quien le recayó el encargo sobrenatural de servir de intermediario entre nuestro mundo profano y el de lo santo.
La verdad es que la tarea del sacerdote no es ésa, sino la de ser conductor y orientador de la fe de una comunidad de creyentes.
* El segundo presupuesto en que se basa la legitimación del celibato que sostiene la jerarquía es que la relación sexual es una impureza, al menos respecto al culto,
mientras que sólo quien es “puro” sería digno de acercarse a ese mundo sobrenatural.
El primer presupuesto carece naturalmente de consistencia para quien se ha despedido de la partición de la realidad en dos mundos.
El segundo presupuesto se apoya en el libro del Levítico y fue cultivada consciente o inconscientemente por la Iglesia durante largo tiempo. Pero es algo que ya hemos rebatido a fondo en este capítulo.”-
……………….
Llevo insistiendo en estos últimos días que la IC debe plantearse en serio muchísimas cosas que da por intocables (cuando no dogmáticas), debido a que ella misma las ha sacralizado en un momento determinado en base a circunstancias concretas de la Iglesia o de sociedades de otras épocas, mientras que, al contrario, tiene un pánico atroz a adaptarse a lo que la sociedad actual vive, piensa y es.
Si a esto le añadimos que mucha de su estructura en casi todos los sentidos, no fue así en sus orígenes, y la historia lo avala (como lo se ve en este texto), llegamos a la conclusión de que algo muy grave le está ocurriendo a esta Iglesia-Institución.
Ya es “raro” exigir el celibato a los sacerdotes, no sólo por el desprecio se supone de la sexualidad en función de exaltar artificiosamente las bondades del celibato, a lo que hay que añadir, como dice Tamayo, lo relativo a la mujer como sujeto de pecados ajenos, sino porque hace del clero, eso que ahora está de moda pero que siempre se ha dicho del clero, una casta diferente, superior y apartada de la comunidad creyente. Y, de manera indirecta, se adjudican bastante poder y poderes de toda índole: poder moral, poder mágico, poder de perdonar los pecados, poder sobre las conciencias, poder fáctico en sociedades como la española, donde se atreven a querer condicionar la legislación civil, o como decía el otro día Luis Henríquez de Podemos, que no se ajustaba a la doctrina de Benedicto XVI, como si un partido político fuese una institución eclesiástica; uf, qué fuerte!
Las secuelas de tal situación personal respecto al sexo, han acarreado infinitos problemas a muchos sacerdotes que se han visto abocados al sacerdocio célibe por circunstancias diversas y se vieron atrapados en una vida a la que necesitaban descartar pero muy tarde en sus vidas, y los que lo hicieron fue a costa de muchos sufrimientos personales y/o familiares, más la incomprensión, juicio y hasta condena de sus feligreses.
Si tener en cuenta las desviaciones en las que tantos sacerdotes cayeron con víctimas inocentes por su edad y vulnerabilidad. Hoy he leído lo siguiente: “El jefe de la Arquidiócesis de la ciudad de San Luis, estado de Missouri (EE.UU.), el arzobispo Robert Carlson, testificó bajo juramento que en la década de 1980, mientras ejercía como obispo auxiliar en Minnesota, no tenía conocimiento de que el acoso sexual a niños era un delito”. ¿En qué mundo han vivido esta gente?
Bueno, pues si Francisco plantea esta cuestión tan humana, sin trascendencia teológica que afecte a otros temas más difíciles de abordar, pues bien venido sea, especialmente por la cuenta que les tiene a ellos de quedarse sin sacerdotes.