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Reflexiones teológicas para la Cuaresma 3/3

Carlos Barberá

Dios nos quita nuestros pecados

La tradición cristiana ha honrado siempre a Jesús como el que “quita el pecado del mundo”, una fórmula aparentemente desmentida por la experiencia. Aunque el uso público de esta palabra se ha casi desvanecido, el pecado no ha desaparecido de la tierra: el hambre, la guerra, la droga, el desamparo, la violencia son el pan nuestro cotidiano. ¿En qué sentido, pues, se puede decir que Jesús quita el pecado del mundo?

Para poder responder a esta cuestión es necesario ampliar la noción de pecado. El pecado no es lo que se opone a las normas de Dios sino lo que se opone al establecimiento de su reino, que es el reino de la fraternidad. Jesús vino a anunciar el reino que convierte en hermanos a todos los seres humanos, como hijos del mismo Padre. Lo que obstaculiza su manifestación, lo que impide su establecimiento es el pecado.

Cuando la revolución francesa, haciéndose eco, sin quererlo, de una herencia cristiana, proclamó como tercera virtud ciudadana la de la fraternidad, no era consciente de la ingenuidad de su propuesta. Si la libertad y la igualdad pudieron hacer algún camino, la fraternidad quedó varada en la cuneta. Porque, en efecto, no parece una actitud razonable.

Alguna vez he defendido mi convencimiento de que el mal y la indiferencia son lo más propio del ser humano: Pudiendo situarme entre los triunfadores ¿por qué buscaría mi sitio, voluntariamente, entre los oprimidos? Si de una afirmación engañosa obtengo un beneficio ¿por qué decir una verdad que acaso me perjudique? Si dispongo de bienes ¿por qué los darbuscaría mi sitio, voluntariamenerjudique? Si dispongo de bienes ¿por que construyen la fraternidad. Para hacerlas posibles, paría a otro pudiéndolos emplear en mi regalo? Nuestra debilidad, la necesidad de defendernos del mundo entorno, las convenciones sociales, todo conspira para hacernos egoístas, insolidarios, autistas.

Jesús nos libra del pecado porque nos empuja a ser de otra manera. No sólo nos manda que demos a quien nos pida, que prestemos a quien no puede devolvernos, que acompañemos dos millas a quien va a recorrer una. Nos da un mandamiento siempre nuevo, el de dar la vida por los demás. Pensamos que se trata de exigencias excesivas y sin duda lo son pero también son un acicate permanente para la bondad, para la entrega fraternal.

Pero Jesús no es solamente un maestro de moral semejante a otros, un espejo para conductas generosas. Si así fuera, no podría evitar las desviaciones de sus seguidores. Marxista él mismo pero pensador avisado, Ernst Bloch decía: “En el citoyen se escondía el bourgeois; Dios nos libre de lo que se esconde en el camarada”. Pues del mismo modo puede decirse –y la historia lo ha verificado muchas veces- Dios nos libre de lo que se esconde en un cristiano. Si Jesús fuera únicamente un maestro, no podría garantizar que su espíritu perdurase. Para que eso sea posible, Jesús nos ha dejado su Espíritu. Es él quien nos renueva permanentemente, quien nos permite verificar la frase de Isaías: Yo estoy haciendo algo nuevo,
¿no lo notáis? En mi opinión, todo gesto de verdadera generosidad, por pequeño que sea, es una obra del Espíritu, un milagro –si se quiere utilizar esta palabra- que va contra lo que sería previsible por la naturaleza. Por el Espíritu que nos ha derramado, Jesús nos quita nuestros pecados porque nos hace compasivos y generosos. No sólo nos anima a serlo.

Pero eso no es todo. Un componente insoslayable de nuestra condición humana es la relatividad. Todo lo humano tiene un carácter provisorio, circunstancial. Incluso lo más glorioso, lo más heroico, lo más profundo lleva dentro de sí el gusano de lo ambiguo y lo relativo. No sin razón se ha podido definir al hombre como una pasión inútil.

La vida de Jesús nos ha mostrado que en lo relativo puede habitar lo absoluto y su enseñanza nos dice que, puesto que él era el primogénito, su destino es el nuestro también. “El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús, en pie, gritaba:- ´El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva`.” (Jn 37-39) En este pasaje solemne Jesús nos garantiza que nuestros actos de bondad no se pierden, todo lo contrario, se cargan de definitividad. No es el mal el que tiene la última palabra sino el bien. San Pablo expresaba esta convicción cuando decía que “en todas las cosas somos vencedores por aquel que nos ha amado” (Rom 8, 37). Contra lo que nos muestra la experiencia, el Espíritu “de la vida y la paz” (Rom 8,6) devolverá al Padre a la humanidad renovada, posibilitando que finalmente “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15,28)

No me adhiero a la idea de que Dios nos perdona. Quien perdona es el que se siente ofendido y ¿puede Dios realmente ofenderse? En mi opinión, hay que utilizar una expresión distinta. Dios nos limpia, nos purifica, nos transforma. Dios ha compartido su vida con nosotros, nos ha dejado su Espíritu y, por escaso que sea nuestro bagaje de bondad, lo ha transformado por su propia luz. ¿Quién puede ser tan presuntuoso que no reconozca al menos la ambigüedad de su vida y sus acciones?. Y sin embargo a la vez Juan pudo exponer su convicción de que “aún no se ha manifestado lo que seremos porque, cuando se manifieste, lo veremos tal cual es porque seremos semejantes a El” (Jn 3, 2)

Pero aún queda un capítulo importante. Hasta ahora hemos hablado de las obras de bondad, de fraternidad y de quienes las han sembrado, muchas o pocas, para sostener que nada de lo sembrado se pierde. Pero a lo largo de la historia son innumerables los que no han actuado sino padecido. El número de las víctimas es infinito. La teología va llegando cada vez más a la convicción de que no puede hablar de Jesús como el que quita el pecado del mundo si no postula, si no reclama, si no espera la justicia para las víctimas. Que Jesús quita el pecado del mundo tiene también y sobre todo un significado escatológico. Al final las víctimas no serán olvidadas sino que, como soñaba Bernanos, despertarán un día sobre los hombros de Cristo.

7 comentarios

  • Santiago

    Román, gracias por tus palabras…y por lo que escribes con respecto al Cristo-sacramento….Pero yo creo que la teología de nuestra salvación va mas allá de un mero desarrollo, pues forma “un todo” del que no se pueden separar las partes….Cristo no terminó su obra en la Cruz….va mucho  mas allá de ella…Amó, pues, hasta “el extremo”.

    El principal motivo de la decisión del Hijo al encarnarse….es “estar” y “permanecer” con nosotros…Por eso S. Juan lo entiende bien cuando dice en el prólogo de su evangelio que el Verbo se hizo carne y “acampó entre nosotros”…Para los discípulos judíos esta palabra, o mas bien esta  frase, traducida correctamente quiere decir: “levantó su tienda entre nosotros” puesto que los judíos tienen la historia de ser un pueblo nómada….Este “acampar” quiere decir algo mas definitivo, lo que confiere cierta estabilidad….Por eso, hay que pensar que al asumir nuestra naturaleza humana, Dios quiso manifestar mejor su “inmanencia”, es decir, su permanencia entre nosotros, que somos  sus hermanos, ahora en la carne….

    Es por eso, que durante su vida el sacramento Cristo era suficiente…no había necesidad de “otros signos” sacramentales que configurara su presencia…..Era EL en su persona el que atraía, el que daba la gracia, con signos visibles o no, el que perdonaba, el que curaba, el que llamaba al ministerio…No había necesidad de mas signos…EL era el signo que vivía visiblemente entre nosotros

    Sin embargo, Jesus iba a morir pronto….PERO nosotros seguiríamos estando presentes constituyendo el Pueblo de Dios con todas nuestras miserias y añoranzas y carencias….Consta, pues, por la historia de la redención que Cristo nos llamó tambien a nosotros, cuando llamó a los Doce…para permanecer entre nosotros sacramentalmente…No es un desarrollo posterior, como quieren algunos….sino una verdad que estaba presente desde la predicación apostólica.   Jesus nos habla de “volver a nacer”, nos habla del perdon de los pecados, de la curación de los cuerpos y de las almas, nos habla de la santificación del matrimonio, nos habla de la resurrección final en EL…nos habla, pues, de realidades espirituales…no de meros símbolos….

    La Iglesia pues no hubiera podido “crear” la esencia de los sacramentos por si misma…sin la autoridad del mismo Cristo….Jamas la comunidad judeo-cristiana primitiva post-resurrección se hubiera atrevido a bautizar, a confirmar, a perdonar pecados, a celebrar la Eucaristía o sea “la fracción del pan”, a ungir a los enfermos, a bendecir a los casados etc. sin un mandato directo de Jesus…De su ignorancia..ni de su poca autoridad…. hubieran podido surgir los sacramentos  Era impensable en aquella comunidad, mas…considerando el miedo y la fragilidad de aquellos pobres pescadores y hombres ordinarios del pueblo judío…..
      Jesus cumplió su promesa….porque si no se hubiera ido, no hubiera venido sobre la Iglesia el Espíritu Santo de Dios…para iluminarla, guiarla, y santificarla hasta el final de los tiempos….puesto que Cristo sufrió una muerte real….y nos íbamos a quedar huérfanos…pero EL cumplió su promesa..y por eso Jesus no vive entre nosotros simbólicamente, sino realmente en los sacramentos…lo tenemos presente diariamente en el mismo sacramento del altar…

    Un saludo cordial de Santiago Hernández  

  • Román Díaz Ayala

    Está muy bien traído por Santiago que Jesús es para el pueblo creyente un SACRAMENTO, e igualmente podía haber escrito que JESUS ES EL SACRAMENTO DE DIOS, siempre en los términos teológicos con se mueve.
    Así aprendimos por el catecismo, con su sabor tan tradicional, que sacramento es un signo sensible que da la gracia. Y así comprendíamos  que la gracia, o sea, el favor divino, en forma de transformación de nuestra naturaleza con un bien a veces tangible, venía asociada con una acción simbólica.
    Juan el Bautizador sumergiendo a los arrepentidos en las aguas del Jordán, un viento recio, lenguas de fuego posándose sobre los reunidos en oración un día de Pentecostés… Jesús en la cruz, derramando sus últimas gotas de sangre con el suero resultando tras la herida del costado…
    El acto simbólico se apodera de lo más íntimo de nuestro ser con una carga de liberación y la percepción íntima de lo divino.
    No existe otra persona, ni clase mediadora alguna, entre Dios y los hombres y mujeres en esta nueva economía de la gracia, que comporta la Nueva Alianza predicada por Jesús, ni poderes delegados que puedan comprar o venderse, trasmitir o ser recibidos por herencia, porque Jesús permanece vivo y operante y nos ha dejado su Espíritu para quedarse con nosotros. Y su cuerpo doliente se refleja en las personas más pobres y necesitadas, quienes están en la exclusión o sufren de la violencia extrema de unos contra otros,forma parte del Misterio de la Encarnación
    Evolución del concepto.
    La salvación se alcanza mediante la Redención efectuada por Jesús, es una gracia (Romanos 5,1 y 2) que nos justifica. ¡Cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos! (5,15)
    La Redención es un acto de reconciliación plena, porque estando en Cristo pasalo viejo y todo se hace nuevo. Dios mismo nos reconcilió consigo mediante Jesús (2ª Corintios 5, 17 y 18) Si cuando  éramos  enemigos fuimos reconciliados con dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Romanos 5,10
    Pues bien, todo ello está encerrado en el concepto de que Jesús es para nosotros un SACRAMENTO: ésto es, salvación, redención, justificación, reconciliación y gracia de Dios.
    La filosofía teológica que vino después en la Iglesia Latina elaboró una doctrina sacramental convirtiéndola en un instrumento de santificación, como un poder en manos de una clase mediadora.
    No me extraña en lo absoluto las interpretaciones tan extemporáneas que se hacen, por ejemplo, de la Carta a los Hebreos.
     

  • Santiago

    COMO dice Carlos Barberá “Jesus nos libra del pecado porque nos empuja a ser de otra manera”……Es cierto, pero esta liberación se produce en nuestra libertad racional….Para acceder a este perdón y a esta liberación tenemos que disponernos al perdón y a la liberación que ofrece Jesús….No es eficaz un perdón que no se desea…no obtengo el perdón de una ofensa de la que no me arrepiento….No puedo ser perdonado si persisto en el mal que realizo….

    PERO TODA la vida de Cristo fue una constante lucha contra el mal…contra el pecado…pues la liberación se ejecuta primero librándonos de nuestra adicciones al mal y a lo que conduce al mal….Por eso Jesus en su discurso final dice a sus Apóstoles: “No te pido (Padre) que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno”…(Io. 17,15)…Jesus se adhiere al Bautismo de Penitencia, lo recibe de hecho, de la mano de su primo Juan que pregonaba el “arrepentimiento” de los pecados….Jesus hablaba al joven rico de “guardar los Mandamientos” para entrar en la vida que invitan a evitar el mal…..Perdonaba a la mujer adúltera pero añadía : “no vuelvas a pecar”, que implicaba el propósito de la enmienda…Y llevó al Paraíso al ladrón que había expresado su arrepentimiento en el reconocimiento de su “culpa” cuando le dijo al otro ladrón: “¿No temes tu a Dios, aun en el tormento?….Nosotros recibimos lo merecido por nuestras obras..Pero Éste no ha hecho nada” (Lc. 23, 39-40)

    JESUS, pues porque era el Hijo de Dios, sabía las disposiciones de las personas a las que ofrecía su perdón….Al paralítico le dice sin ninguna duda “tus pecados te son perdonados”…..No habría explicación de esta frase porque si este hombre no hubiera necesitado de el, este perdón  hubiera resultado  inútil y fútil…Pero el paralítico no protesta…y ademas de la curación de su alma recibió, a la vista de todos los testigos del pueblo, la curación de su cuerpo….

    PERO Cristo era ya sacramento..El mismo lo era  Estaba en EL…cuando vivía por aquí…. Y nosotros, claro está, íbamos a seguir pecando aun despues de su muerte…El perdón seguía siendo necesario….Nuestra conciencia innata que desde nuestra libertad original nos acusa del mal que hacemos….necesita el bálsamo del perdón,….. testigos de ello son los confesores, los psiquiatras, los consejeros, los profesionales del secreto, que se ven inundados de casos humanos de la angustia que conlleva vivir la vida misma……pues ellos saben, mejor que nadie, los estragos psico-somaticos y sociales que es el sentirse agobiado por el mal que hemos hecho….con una culpa que nos abruma….

    Cristo vino pues a quedarse con nosotros para siempre…Nos ofrece un sacramento especial, apropiado a nuestra débil y maltratada ánima y a humana psique…Nos ofrece el perdón misericordioso e infinito de EL para “transformarnos”, como dice Barberá en otra persona…Pero es en nuestra misma libertad donde se produce la liberación de la “culpa”…De ahí que las palabras del evangelio cobren aun hoy en día, cuando se quiere relativizar el pecado individual, una gran RELEVANCIA: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonáreis los pecados, les serán perdonados. A quienes los retuviéreis le serán retenidos” (Io. 20,23)…Porque el sacramento es para “transformarnos” en otra persona…que viva la misma vida de Cristo….Esta transformación solamente es posible cuando tenemos “insight”, cuando nos conocemos y sabemos la raíz de nuestra culpa y la raíz del mal que hacemos, y tenemos la intención y la disposición correcta….Este sacramento no es solo una “segunda tabla de salvación” despues del bautismo, sino la medicina para el alma….Para eso es necesario explicar lo que pasa en nuestras conciencias..Entonces la verdadera paz del corazón nos permitirá esa transformación…ya que los humanos necesitamos ser tangiblemente perdonados por el único que lo puede hacer que es el mismo Dios….para adquirir la paz de la verdadera conversión del corazón. 

    Por eso, en la Iglesia primitiva el “sacramento” revestía una forma casi solemne manteniendo que la confesión era y fue siempre secreta y hecha al obispo….Ya en el siglo I Clemente Romano (96) Policarpo de Esmirna e Ignacio de Antioquía hablan de la EXOMOLOGESIS que no solamente es un rito exterior, sino arrepentimiento-conversión desde el fondo del corazón, con obras de satisfaccion como la oración, limosnas, ayuno etc.

    Por eso, esta exomologesis o confesion ha llegado hasta nuestros días, no por invención de la Iglesia, sino por mandato del mismo Cristo….En muchas partes del mundo el sacramento se ha mantenido vivo, a pesar de los ataques de los últimos tiempos, con un alto grado de aceptación en la vida de la comunidad….
     
    Y ha sido el reciente “gesto” del Papa Francisco el que ha hecho noticia mundial por el mismo acceder y recibir el sacramento a la vista de todos en un confesionario de la Basílica de S. Pedro….Es la mejor señal dada por el sucesor de Pedro de que hoy mas que nunca necesitamos el perdón y la reconciliación como un camino trazado por el mismo Jesus para llegar al Padre…El mejor medio para conseguir la paz que necesitamos para empezar de nuevo, convertirnos y transformarnos en EL….

    Un saludo cordial de Santiago Hernández    

  • Román Díaz Ayala

    Creo entender que George desea incluir en este tema el asunto sobre  el tratamiento que  en el catolicismo le damos a los pecados personales. El tema no es baladí.
    De hecho, considero que junto a la cuestión de revisión de los textos sagrados, lo que entendemos por Palabra de Dios contenida en la Biblia Hebrea y el Nuevo Testamento, en la Iglesia urge también y está al mismo nivel de importancia que hagamos una revisión muy a fondo de nuestra práctica católica, no desde la vista de la teología tradicional, sino que con una revisión de esta misma teología consideremos nuevamente nuestros fundamentos religiosos frente a  esa misma Palabra de Dios.
    El Catolicismo romano se caracteriza por una asumpción de poderes en manos de una casta mediadora y ese poder y esos privilegios de su sacerdocio ministerial adquieren mayor relevancia en la forma de presidir la Eucaristía y con el acto de perdonar “pecados” mediante el sacramento de la confesión.
    El sacerdocio de los fieles resulta del todo incomprensible, suprimida una teología del Pueblo de Dios (el pequeño rebaño de Jesús de Nazaret, frente a una élite, que se adueña del rebaño, en nombre de Jesús)
    Que Jesús tenía poder para perdonar pecados, éso está suficientemente claro.como en Mateo 9,2-3, y que la Iglesia ( el pequeño rebaño de Jesús) de alguna manera interviene recibiéndo los beneficios de absolución en el ofrecer perdón y recibirlo,  lo vemos en Mateo mismo, 18,18
    Así, no es de extrañar la casuística reseñada porque toda la vida moral, los más íntimos asuntos de conciencia, quedan bajo el poder y  se dejan someter a la guía del clero católico a través del confesionario y la asistencia espiritual.
    No es de extrañar que entre las personas católicas abude tanto el complejo de culpabilidad y al mismo tiempo, se caiga también en tan grandes aberraciones.
    Tampoco se puede desestimar, o minosvalorar que se actua así con un control social ( en lo económico y en lo polírtico, y en los otros órdenes de la vida) sobre un laicado, que ignora su posición sacerdotal dentro del Pueblo de Dios.
    A esto van añadidas otras estructuras, tal como el Código de Derecho Canónico, código de moral que esconde un mecanismo de poder, los cardenales con poderes inmensos, aunque por delegación, pero constituyendo entre ellos “LA Curia Romana”, y creando una escala más entre el Papa ( 1º de los obispos) y el resto de obispos repartidos por el mundo católico. Añadamos conceptos como el de excomunión, suspensión  o el “entredicho”.

  • George R Porta

    En la percepción católica el pecado no debiera tener una interpretación legalista pero no importa lo que se diga de palabra, la tiene. Una evidencia es el sacramento de la confesión y la imposición de una “penitencia” como signo final de la transacción jurídica.
     
    No es  “yo tampoco te condeno: vete y no peques más”. Es a menudo un interrogatorio y “yo te absuelvo” por la autoridad de la cual estoy investido. Y si lo necesitara nadie me ha enseñado oficialmente que pueda, como Ignacio al entrar en batalla, mostrar mi pesar por haber actuado mal a un/a amigo/amiga, sino que, en una Iglesia como la de los EE UU al menos, ha de ser los sábados a las 4 de la tarde y con el cura de turno para servir de juez.
     
    Lo que detenga o impida la instauración del Reino es pecado, pero eso no quita que se meta en la cabeza de los adolescentes que masturbarse lo sea, cuando se sabe que a esa edad representa una conducta más compleja que la mera imaginación y su aspecto genital. Muy bien que pudiera enseñárseles que lo que entra en juego es el interrumpir o no el ciclo de su desarrollo de capacidad de intimidad con alguien real y no imaginario y que detener o destruir voluntariamente el propio crecimiento sea destructivo y contrario a la propia dignidad y sabotea la propia capacidad de relacionarse amando.
     
    Aún se debate si los divorciados vueltos a casar pueden ser admitidos a la Eucaristía aunque los curas pederastas pudieran ser encubiertos y continuar consagrando, es decir simultáneamente detener el Reino y promover sacramentalmente el Reino.
     
    Al obispo de Limburgo (Alemania) ha habido que quitarle de su diócesis recientemente porque hasta ahora ha estado escandalizando con sus lujos y malos manejos financieros y el infeliz quizás sea un delincuente pero quizás, muy posiblemente, sea maniaco depresivo o esquizofrénico funcional y nadie le detuvo antes. Y se repite el mecanismo de encubrir, porque el anuncio oficial fue que será asignado a otras funciones cuando en realidad ha robado el dinero de los fieles o necesita tratamiento psiquiátrico.
     
    La mentira o la representación falsa de la verdad de los acontecimientos con tal de salvar apariencias de institución constituye pecado porque en el caso de los abortistas se les difama  e insulta en público y a los divorciados vueltos a casar no se vacilaba en dejarles señalados en público aunque en su segundo matrimonio hubiesen demostrado estar creando una familia buena y piadosa.
     
     
    La ambivalencia religiosa es cierta, real, en cuanto a qué sea pecado. Los apologetas teóricos pueden proponer y sostener que se cambie la percepción pero en ese caso, solo reafirman que la percepción oficial del pecado haya sido ambas cosas, estrictamente legalista y lo contrario.

  • Román Díaz Ayala

    “El pecado no es lo que se opone a la norma de Dios,v sino lo que se opone al establecimiento de su reino”
    Estamos en lo convenido de que con esta expresión no se está buscando dar una definición, sino evitar gravitar la naturaleza del pecado en su aspecto de infracción jurídica, y se propone como un atentado a los planes divinos sobre el mundo que ha creado y que conduce hacia un fin, en el cual tanto Dios como hombres y mujeres son colaboradores necesarios.
    digo todo esto para que quien esté leyendo comprenda que no pretendo enmendar la plana al firmante de este artículo, porque debo insistir en el aspecto necesario de señalar que todo pecado es y sigue siendo una ofensa contra Dios. Mateo y Lucas nos lo recuerdan en la manera de Jesús de enseñar a orar a sus discipùlos/as: “Perdona nuestras deudas…nuestros pecados.. así como nosotros perdonamos a quienes nos adeudan, nos ofenden…” Sólo puede perdonar de verdad quien dejar de ofender desprendiéndose de todo mal pensamiento o intención contra su prójimo. Dentro de esa actitud, entonces, podemos solicitar de Dios el perdón de nuestros pecados, cuando hemos  santificado su Nombre.

  • Román Díaz Ayala

    Que Dios nos quita nuestros pecados, es una buena tercera parte del tema propuesto sobre Jesús quien con su sangre nos redimió. Seguimos en el contexto escritural.
    El propósito de ampliar nuestra estrecha noción de lo que es en realidad el pecado, en su universalidad y su persistencia en el tiempo, su presencia activa en la sociedad y a través de los siglos, acompañando a cada ser humano en cuanto se inicia en su existencia, tiene también su explicación.
    podemos también considerar el pecado desde la perspectiva de la palabra de Dios que se nos ha comunicado y que debemos guardar como el más rico tesoro. “Si decimos que no hemos pecado le hacemos mentiroso, y su `palabra no está en nosotros (1ª de Juan 1,10) En otras palabras, tratar de discubrir el pecado que nos circunda a quienes decimos estar en el discipulado de Jesús o que hemos sido educado y permanecemos de alguna manera en la creencia cristiana.
    Un paralítico fue sanado junto a la piscina de Betesda. (Juan,5) y a las autoridades religiosas les preocupaba que aquel galileo curase en sábado, y mucho más que haya dicho que igual que el Padre trabaja ( ama) en sábado, él también trabaja ( ama y usa de misericordia) en sábado
    Entonces aquellas autoridades religiosas conocían la palabra y la leían y estudiaban, vivían inmersos en ella, y cumplían fielmente sus obligaciones para con Dios. Conocían las Escrituras, y la manejaban cumplidamente. Pero no se dejaban conducir por la palabra de Dios.
    Hoy podemos decir que conocemos el Evangelio, pero no conocemos la Palabra de Jesús, porque no comprenden que ella testimonia que Jesús era enviado del Padre.
    Y permanecen en el pecado.
    Cap 5, 34: En cuanto a mí no es de un hombre del que recibo testimonio;
    pero digo esto para que vosotros seáis salvos.  ….
    porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo,
    dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado.
    Y el Padre que me ha enviado,
    es el que ha dado testimonio de mí
    Vosotros no habéis oído nunca su voz,
    ni habéis visto nunca su rostro,
    ni habita su palabra en vosotros,
    porque no creéis al que él ha enviado.
    En resumen que los/as verdaderos/as creyente son quienes se dejan conducir por la palabra de Dios
    Esa deconstrucción que hacemos haciendo separación entre amor y fe, es algo totalmente ajeno, tan totalmente ajeno que no acabamos de descubrir la verdadera naturaleza del pecado.