El día de los difuntos, el dos de noviembre, es siempre ocasión para pensar en la muerte. Se trata de un tema existencial. No se puede hablar de la muerte de una manera externa a nosotros, porque a todos nosotros nos acompaña esta realidad que, según Freud, es la más difícil de ser asimilada por el aparato psíquico humano. Nuestra cultura especialmente procura alejarla lo más posible del horizonte, pues la muerte niega todo su proyecto, que está asentado sobre la vida material y su disfrute etsi mors non daretur, como si ella no existiese.
Sin embargo, el sentido que damos a la muerte es el sentido que damos a la vida. Si decidimos que la vida se resume entre el nacimiento y la muerte y esta tiene la última palabra, entonces la muerte tiene un sentido, diría, trágico, porque con ella todo termina en el polvo cósmico. Pero si interpretamos la muerte como una invención de la vida, como parte de la vida, entonces no es la muerte sino la vida la gran interrogación.
En términos evolutivos, sabemos que, alcanzado cierto grado elevado de complejidad, la vida irrumpe como un imperativo cósmico, según el premio Nóbel de biología Christian de Duve que escribió una de las más brillantes biografías de la vida titulada Polvo Vital (1984). Pero él mismo afirma: podemos describir las condiciones de su aparición, pero no podemos definir es la vida. En mi percepción, la vida no es ni temporal, ni material ni espiritual. La vida es simplemente eterna. Ella anida en nosotros y pasado cierto lapso temporal, sigue su curso por toda la eternidad. Nosotros no acabamos con la muerte. Nos transformamos por la muerte, pues ella representa la puerta de entrada en el mundo que no conoce la muerte, donde ya no hay tiempo sino eternidad.
Permítanme dar testimonio de dos experiencias personales de la muerte, muy distintas de la visión dramática que nuestra cultura nos ha legado. Vengo de la cultura espiritual franciscana. En mis casi 30 años de fraile, pude vivenciar la muerte como san Francisco la vivenció.
La primera experiencia era aquella que, como frailes, hacíamos todos los viernes a las 19:30 de la tarde: “el ejercicio de la buena muerte”. Se tumbaba uno en la cama con hábito y todo. Cada uno se ponía delante de Dios y hacía un balance de toda su vida, retrocediendo hasta donde la memoria pudiese llegar. Poníamos todo a la luz de Dios y ahí tranquilamente reflexionábamos sobre el porqué de la vida y de sus zigzag. Al final, alguien recitaba en voz alta en el corredor el famoso salmo 50 del Miserere en el cual el rey David suplicaba a Dios el perdón de sus pecados. Y también se proclamaban las consoladoras palabras de la epístola de san Juan: “Si tu corazón te acusa, recuerda que Dios es mayor que tu corazón”.
Así éramos educados para una entrega total, un encuentro cara a cara con la muerte delante de Dios. Era un entregarse confiado, como quien se sabe en la palma de la mano de Dios. Después, íbamos alegremente al recreo, a tomar un refresco, a jugar al ajedrez o simplemente a conversar. Este ejercicio tenía como efecto un sentimiento de gran liberación. La muerte era vista como la hermana que nos abría la puerta de la Casa del Padre.
La otra experiencia se relaciona con la muerte o el entierro de algún cofrade. Cuando alguno moría en el convento se hacía fiesta, con recreo por la noche con comida y bebida. Lo mismo hacíamos después del entierro. Todos nos reuníamos y celebrábamos el paso, la pascua o la navidad, el vere dies natalis (el verdadero día del nacimiento) del fallecido.
Se pensaba: él fue naciendo poco a poco a lo largo de su vida hasta acabar de nacer en Dios. Por eso había fiesta en el cielo y en la tierra. Ese rito es sagrado y se celebra en todos los conventos franciscanos.
El fraile que había dejado este mundo entraba en la comunión de los santos, está vivo, no está ausente, solo es invisible. ¿Hay celebración más digna inventada por san Francisco de Asís que llamaba a todos los seres hermanos y hermanas y también trataba de hermana a la muerte?
La percepción de la muerte es otra. Las personas son inducidas a convivir con la muerte, no como una bruja que viene y arrebata la vida, sino como una hermana que viene a abrirnos la puerta a un nivel más alto de vida en Dios.
Cada cultura tiene su interpretación de la muerte. Estuve hace tiempo con los Mapuche en el sur de la Patagonia argentina, hablando con los lomkos, los sabios de la tribu. Ellos tienen otra manera de entender la muerte. Para ellos la muerte significa pasar al otro lado, donde están los ancianos. No es abandonar la vida, es entrar en el lado invisible y convivir con los ancianos. Desde allí, acompañan a las familias, a los seres queridos y a otros próximos, iluminándolos. La muerte no tiene ningún dramatismo; pertenece a la vida, es su otro lado.
Podríamos pasar por otras culturas para conocer su sentido de la vida y de la muerte, pero quedémonos en nuestro tiempo moderno. Hay un filósofo que trabajó positivamente el tema de la muerte: Martin Heidegger. En su analítica existencial afirma que la condición humana, en grado cero, es la de ser un ser en el mundo, no como lugar geográfico, sino como el conjunto de las relaciones que nos permiten producir y reproducir vida. La condition humaine es estar en el mundo con los otros, llenos de cuidados y abiertos a la muerte. La muerte es vista no como una tragedia y sí como la última expresión de la libertad humana, su último acto de entrega. Esa entrega sin reservas abre la posibilidad de sumergirse totalmente en la realidad y en el Ser. Es una especie de vuelta al seno del cual vinimos como entes, pero como entes que buscan el Ser. Y finalmente al morir somos acogidos por el Ser. Y ahí ya no hablamos porque ya no necesitamos palabras. Es el puro vivir por la alegría de vivir y de ser en el Ser. Para la persona religiosa este Ser no es otro que el Ser Supremo, Dios vivo que nos da la plenitud de la vida.
Leonardo Boff escribió Vida más allá de la muerte, Vozes 2012. Hay traducción española publicada por la editorial Sal Terrae.
[Traducción de Mª José Gavito]
Estimado George!
Yo tengo 76 pirulos y aprendí lo que me aprendieron las cosas de la vida.
Mi receta es “huir de los confesionarios y tirar p‘alante” con lo que tengamos a mano.
¡Vamos todavía! – Oscar.
Gracias por tu franqueza de nuevo. Me parece que había dicho que me venía bien la ocasión de ser humilde a la teresiana quise decir, y la verdad es que no tengo formación teológica sistemática o buena, suficiente o lo que quieras. Si fuera un blog clinico es otra cosa. Por eso eché la andanada contra Boff por opinar sobre la ausencia del padre y su impacto en la vida moderna, etc. No no debo opinar en teología o filosofía porque no tengo la formación, el trasfondo, la base, o como se le deba llamar a eso que pudieron adquirir los que sí pudieron estudiar formal o sistemáticamente. No soy hipócrita, ni me ando con milongas por gusto. Realmente defiendo opiniones que si me preguntas por citas bibliográficas, carezco de ellas. Lo que mis pacientes siempre me han dicho es que tengo una especie de claridad para ayudarles a ver, pero en realidad eso tiene mucho más que ver con mi experiencia de análisis y mis años (20) de cultura marxista forzada y después a gusto. Pero no fundamentos en teología. Creo que por nada del mundo leería a Tomás. Me hubiera gustado leer a Agustín y no me procupa mucho Buenaventura. Palamas lo descubrí por casualidad pero está fuera de la tradición y a Jesús le encontré en la Acción Católica pero muy pronto dejó de entrar en Cuba formación bien preparada y los jóvenes (tenía 15 cuando el Castro llegó) nos las arreglábamos como podíamos pero los curas apenas si hablaban en las homilías y aprendimos a escamotear cosas que leer. Mi amistad con el obispo de mi diócesis por poco me hace acabar con mis huesos en la cárcel y entonces aprendí mejor a mirar a JC y descubrí esta necesidad de seguir aprendiendo a mirar con su mirada en la dirección que el mirase cuando veía el rostro de Dios. No lo lograré, ya lo sé, y quizás te cause ironía lo que te digo, pero siento que es mejor que me vaya al silencio y que lea y me entere. Bloch ha sido una revelación en su tratado de la Esperanza yel pequeño librito del ateismo en el cristianismo y cosas así. Pero leo lo que escribiste sobre Roma o sobre la cultura clásica y no sé donde esconderme. Tengo 70 años y sigo siendo un ignorante en tantas cosas. Por suerte Miqueas 6, 8 sigue pareciéndome genial. De cualquier modo no sé si aceptaste mi abrazo pero te lo ofrezco de todas formas.
Hola George!
Veo que me has usado para trazar un PERFIL TUYO,
del que no estoy muy seguro que te lo creas.
Me refiero a una “humildad” de la que te sientes “orgulloso” de mantenerla.
Pienso de vos, por lo que voy viendo, mucho más y mejor que lo que nos cuentas pensar de vos mismo. Por eso no te creo esa “humildad” que narras.
Te ilustro que hubo un Compa en Atrio llamado PICO (siempre lleno de achaques que lo acercaban al Arpa más que a la Guitarra) y solía decir que él era muy poco-nada “leído”. Pero se mandaba unos sabrosísimos discursos, que todos disfrutábamos. Con el tiempo se fue develando que era una muy buen lector y sobre todo ilustrado escritor.
Vos tenés capacidad para ser un buen compañero de tertulias atrieras. ¿A qué, entonces volver sobre “humildades” que nadie se las cree; ni las tuyas ni las de nadie. Cada cual ha de aparecer como siente serlo y ¿para qué más? ¿No te parece?
Más aún cuando “veladamente” empiezan a insinuar que “no están a la altura de los otros”; “que mejor me vaya”; y cosas por el estilo. Pienso que ¡Ya somos grandecitos para esas baratijas! ¿No te parece?
Bueno: ¡Yo sigo yendo como puedo y no me sonrojo! – Oscar.
Hola Oscar:
Gracias por tu comentario.
Llevas razón en que sea palabrero. Aunque te cueste creerlo he estado re-considerando irme de nuevo al silencio. No soy experto: en nada; aunque quizá parezca o sea pretencioso cuando defiendo lo que pienso. Me parece que sea Buena la idea de que cada uno escriba su perfil. Traté de “perfilarme” y lo escribí solamente salió una línea punteada, el perfil del diletante. Consecuentemente me lo pensaré seriamente porque quizás sea mejor que calle.
De cualquier modo por circunstancias que no vienen al caso relacionadas con la imposibilidad de entrar a la vida religiosa a tiempo y todo lo que ocurrió en mi vida en Cuba y las necesidades de mi familia, primera generación de inmigrantes, me duele no tener un hijo y quizás idealice el hecho de tenerlo.
Te confieso que no comprenda tu última nota en la que me parece que has aclarado algo que yo pude malinterpretar. Siento que hayas tenido que hacerlo, pero me sigo alegrando, si lo interpreté correctamente, que tengas un hijo, Guillermo.
Por otra parte, no desprecio la palabra ni los textos del evangelio, pero había creído (sigo creyéndolo) que los textos originales fueran malamente tratados a lo largo del tiempo y que las fracciones manuscritas quizás sean una evidencia del “bordado” del tiempo sobre dichos textos, materialmente hablando.
No soy irrespetuoso o, mejor, trato de no serlo, respeto todo, pero me reservo el derecho a la sinceridad que además aprecio mucho en los demás por eso me has impresionado desde los primeros escritos tuyos que leí y me impresionó tanto aunque él no lo apreció el Sr. Salas.
Creo sinceramente que los textos evangélicos mismos no recibieron mejor trato (quizás no lo estén recibiendo aún) que el personaje central de sus narraciones y que hayan sido y sigan clavados a la cruz primero y después que hayan venido resucitando y hasta hayan logrado hacerlo a pedazos pero, como Jesús, sin mucha evidencia material que aun quede accesible para demostrarlo.
Es mi cosa con la libertad que encuentro en la duda y en la ignorancia, puedo tratar de ser humilde que mucha falta me hace y permitirme la ligereza de opinar sin miedo porque si algo me sorprende es que acierte en algo de todo este territorio del saber en el que no soy más que un atrevido como cualquier espontáneo del toreo.
Con todo si me lo permites te entrego un abrazo de corazón, como el de Jean Christof (R Roland), aunque sin la misma connotación, solo por las distancias que este aparato acerca ilusoriamente pero que son enormes de todas formas.
Tienes obviamente una formación muy buena, excelente a juzgar por tu perfil. Pero ya ves, hete aquí conversando con este palabrero que es casi en su totalidad (excepto en lo clínico) un autodidacta en lo teológico y eso te hace comprender y quizás perdonar mi arrogante ignorancia (no soy irónico al decirlo). Los que no pudimos estudiar bien pero queremos saber no nos queda otra que lo que les queda a los idiotas, ser como son y andar como andan y saberse menos o limitados si pueden saberse en alguna medida, inferiores, pero saberse que sean algo. En el fondo soy una especie de milagro y doy gracias cada día por ello. Soy parecido aunque más feo como las yerbas que crecen al borde del camino, precisamente donde el polvo que las amenaza continuamente con asfixia no permita comprender como es que perduren. Hasta pronto. Jorge
Hola George!
No sé qué pasaba pero en mi(s) dos últimos comentarios acá: se des-ordenaron los elementos.
Me pareció inútil repetir hasta ensamblarlos bien. Tal vez por eso es que te hayas despistado en lo que quise decir-te.
El “acostamos” con mi compañera está en la trayectoria de un Proyecto de vida en común que transitamos.
Los “efectos-concretos” (hijo Guillermo) no aparecen cuando terminamos de “en-camarnos”
Proyecto y Palabra (Idea) son lo mismo. La Idea no le agrega nada al Proyecto, sino que es su momento de seguridad y compromiso.
La Palabra es el Proyecto mismo invitando a Asociarse en la complicidad de un sentimiento entusiasta.
¿Por qué denostar la Palabra arrojándola al basurero de la “mera” palabra; justamente tú que haces uso de ella, escrita con profusa abundancia?
En mi barrio, cuando alguien es un inútil zopenco, se dice que “a este no se le cae ni una puta idea”
¿No es que tendría uno que esforzarse un poco más para alcanzar las uvas y no “meramente” declararlas verdes?
¿Conoces, además y del mismo “Autor”, la fábula de la LENGUA?
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Pienso que nos comportamos como “idiotas útiles” cuando reducimos la Idea a “meras ideas”. Útiles a aquello que, tal vez, estamos combatiendo: El que todo sea convertido en Mercancía.
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Ivonne Bordelois es poeta y ensayista. Se doctoró en lingüística (MIT) con Noam Chomsky y ocupó una cátedra en la Universidad de Utrecht (Holanda). Recibió la beca Guggenheim en 1983. Ha escrito varios libros. En “La Palabra amenazada” nos alerta:
En estas páginas he tratado de bosquejar una estrategia para el rescate de la palabra en el mundo contemporáneo.
– En primer lugar, denuncio las razones por las cuales el presente sistema intenta aniquilar la conciencia
lingüística en un tiempo diseñado para la esclavitud laboral, informática y consumista.
– Propongo:
* el redescubrimiento de la energía de la palabra, clave de conocimiento, placer y conciencia crítica.
* La etimología, el diálogo de las lenguas,
* la observación de lo viviente en el habla coloquial y en el lenguaje del humor y de la infancia, que son elementos cruciales en este redescubrimiento.
* Y sobre todo, nuestro reencuentro con la poesía, tanto la de los poetas como la de los involuntarios y anónimos creadores del lenguaje; la fuente que sigue y siempre seguirá manan-
do “aunque es de noche”.
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Y en la CONTRATAPA del Libro podemos leer:
El lenguaje es un amenazante peligro para la civilización mercantilista, por su estructura única e indestructible, que ningún mercado puede poner en jaque.
Por eso, para los sectores del poder es perentorio, dada la resistencia del lenguaje, volverlo invisible e inaudible, cortarnos de esa fuente inconsciente y solidaria de placer que brilla
* en el habla popular en los chistes que brotan como salpicaduras en las conversaciones entre amigos,
* en las nuevas canciones hermosas,
* en las creaciones auténticas que surgen todos los días en el patio de un colegio,
* en la mesa familiar,
* en la charla de un grupo de adolescentes”.
La autora sostiene que el rescate de la palabra no es ya un problema de crítica filológica o de talento literario, sino el requerimiento de una nueva conciencia ecológica, una alerta contra el embate de las fuerzas que impiden nuestro contacto con ese lenguaje del que surgen la crítica, el júbilo, la creatividad y el contacto más profundo con los otros y con nosotros mismos.
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La “Palabra singular” (biblia) mata la palabra viva diciéndose en c/u de los que venimos a este Mundo.
¡Voy por la Palabra, el Proyecto, La Idea y el Pensamiento … todavía! – Oscar.
¡Hola Oscar! Te he leído después de postear una inmensa descarga que si te hubiese leído no hubiese sido necesaria. Ya sabes que soy abigarrado y cargoso de letras o caracteres gráfico más mal que bien organizados. Me causa grande alegría que Guillermo os tenga en su “vivir” y que vosotros le tengáis en vuestras vidas; que de las palabras con las que os comunicasteis vuestro amor la fuerza creadora del Vivir se haya encarnado Guillermo. Enhorabuena. (Me apena que Platón no haya tenido algún Guillermo aunque ¡quizás lo adoptó!). Si os hubieseis quedado hablando todo el santo día y todos los días después, Guillermo hubiese tenido que “no-ser” pero prestasteis vuestras “manos” al Espíritu del que parece (ojalá) que proceda todo y obrando vuestro “vivir” amándoos Guillermo devino quien está deviniendo. Me alegro por él y por vosotros si me lo permitís, aunque me quede siempre el otro que solamente pueda abismarse en la efectividad del Amor que os une y se sale de la mera “palabra”; que se atreve a dejar de ser intención para ser plenamente lo mejor que puede ser: Guillermo. Un abrazo.
Mi esperanza/fe es que el Bien ya ha ganado la batalla; que en los antiquísimos mitos de los que parece que los antiguos judíos se inspiraron para presentar la presencia del mal en el mundo con su estilo “de facto” sin más preámbulo (una serpiente que tienta o en el caso de Quetzalcóatl unos diosillos pillastres que desenterraron espejos y los pusieron en el camino de éste) aparece que el Mal y el Bien fuesen dos rivales de igual poder.
Si Jesús es quien confiadamente espero que sea, ya la batalla está ganada.
El enfrentamiento ocurre desde su después solamente en la historia, en el tiempo como la onda expansiva de una explosión que ya ocurrió o las horribles nubes tardías de polvo que arrollaban todo lo que encontraban por las calles cuando aquella demolición de las Torres de N York, o como ocurre la muerte.
Un conjunto de textos que me emocionan y siempre parecen extraordinarios es el de Sabiduría 1, 11-13; el esperanzador poema de Job 38; el Salmo 138/139 casi en su totalidad (no me gusta orar con los versos desesperanzados de la venganza hacia su final); la promesa de Mateo 28,20; y la profecía de Apocalipsis 20,14.
No importa cuán azarosa haya sido la historia de estos u otros textos, deseo sostener mi confianza apostando por el triunfo del Amor y la Belleza (¡cómo olvidarse ahora de la expresión de Dostoievski o de la afirmación atribuida a Pablo en Romanos 8, 33-39!).
Un signo mítico que encuentro particularmente profético es que nadie en su sana mente y con el corazón en su lugar rechace ni la Bondad ni la Belleza. Me hace pensar y sobre todo sentir que a pesar de que las apariencias sean contradictorias, en muchos momentos, son estos dos “valores” universales los que marcan el punto de partida de todo como si crearan el mínimo que requiere el espacio para existir como le conocemos, ¡esas dos coordenadas! Una especie de metáfora del vientre materno donde en el Espíritu de Dios quizás ha estado desde siempre haciendo emerger la Vida, este “vivir” ahora fraccionado en nuestra percepción como una línea, una sucesión de puntos en la geometría euclidiana, pero en realidad una sucesión de infinitos que no alcanzamos a imaginar en su totalidad (siento cómo late el texto atribuido con alguna resistencia a Pablo en Efesios 3, sobre todo 18-19).
Quizás de alguna manera mi corazón pudiera aquietar la inquietud de mi pensar y asegurarle desde la intuición mítica de los siglos que el Espíritu origina el “vivir” como en Mateo 28, 20, en presente continuo, lo mismo si soy capaz de comprenderlo o no (¡me fascina en mi oración recitar el prólogo del Cuarto Evangelio reemplazando Logos o Verbo por Espíritu! Sé que a nadie ofende mi herejía quizás infantil, mi libertad quizás adulta y madura de reescribir el texto tras de conocer los Quanta de la Física que también el Espíritu debe estar inspirando).
Quizás sea venturoso este oasis momentáneo de sentir o intuir que realmente lo que me impresiona imaginariamente tenga algún sentido revelador que me obliga a besar la tierra y someter mi inquieto cerebro; me hace confiar que desde ese “espacio” fundamental del agujero negro que no descifro ha estado el Espíritu creando, haciendo emerger todo, brotar todo y que es a esa oscuridad (porque es luz que sobrecoge a mis ojos) adónde todo va dirigido. Ya sé que sueno teilhardiano y que si Teilhard viviera y hubiera sabido tantas cosas posteriores a él quizás hubiera formulado algunas de sus hipótesis de modo un poco diferente (quizás no).
Quizás Teilhard ratificara al saber todo lo nuevo posterior a él, que Jesús cubrirá la distancia entre el ser humanos que el Espíritu está mediando desde la imaginación de Dios y el ser humano defectible que le estamos obligando a aceptar en el Amor que “abrasa” (como el crisol) nuestra Historia; que Jesús sea el último hombre, de alguna manera que no alcanzo a comprender para que me pueda sorprender en otro momento lo que eso signifique (Ratzinger en su Introducción al Cristianismo lo propone, desesperado por rescatar al atrevido de Anselmo queriendo descifrar en su infamante Cur Deus Homo la causa de que Jesús sea Dios humano). Me trae mucha paz imaginar de la mano de mi cariño por Jesús, sin soltar a mi cerebro que de otro modo se volviera loco (Teresa acerca de la imaginación).
Siento que será cierto que Jesús sea quien hará nuestra carga ligera (¡lo cual me tomo el atrevimiento de desear al Sr. Salas cuyo sentido de la Justicia le abruma y le arranca la lamentación iracunda en nombre de los pobres de la Tierra que él ha visto deshechos por la maldad! Siento que los más pobres a menudo no puedan (me incluyo) y se doblen y el mal se cebe en ellos (un poco como con locura dictaba la imaginación poética de Lutero a la luz de Pablo, para que brille en ellos la Presencia del Amor que encarnó Jesús).
Siento y deseo creer que Jesús se deshace en compasión y permite la sobrevivencia de la esperanza en la humildad resurreccional (no sé si existe esta palabra) de quien en lugar de desesperar se confiesa débil e incapaz, pequeño, y recibe entonces la claridad de la esperanza, como quien intuye la intensidad de la luz tras de una puerta, ahora cerrada, pero que le permite apreciarla por la claridad que le llega desde sus hendijas.
Justo acabo de leer algo interesante que me manda el Compa Antonio Vicedo, de la ponencia de ese tipo Monedero, tan inteligente, que dijo en el XV Encuentro estatal de Comunidades Cristianas Populares; dice concluyendo:
Porque hay preguntas que no tienen fácil respuesta, pero aún así las planteamos:
1. ¿Por qué la gente humilde apoya a los partidos que quieren solventar la crisis cargando sobre las espaldas de la gente modesta el coste de la recuperación de la tasa de ganancia de las empresas?
2. ¿Cuál es el sujeto hoy de la transformación social?
3. ¿Son los partidos políticos un instrumento válido para reconstruir la democracia?
4. ¿Qué ha sustituido a la crisis de los “marcadores de certeza válidos para orientar a las sociedades durante el siglo XX”, es decir, la pérdida de validez social de la religión, el trabajo, las ideologías, las familias o los Estados?
………………….
¿Se entiende bien? ¿Lo repetimos?
– “es tiempo de volver a interpretar el mundo.”-
– “ES TIEMPO DE VOLVER A INTERPRETAR EL MUNDO“-
¿No es eso en lo que consiste andar cotidianamente VIVIENDO, cada uno con su circunstancia o mundo?
¿O creemos que cuando hacemos lo que hacemos, estamos haciendo otra cosa?
C/U no somos sino un insoslayable VIRUS CONTAMINANTE de INTERPRETACIÓN sentimental en el Escenario de nuestro protagonismo personal.
¡Voy todavía! – Oscar.
– “Decía Marx en su tesis 11 sobre Feuerbach que los filósofos han interpretado el mundo mientras que de lo que se trata es de transformarlo.
Yo creo que para frenar el desmantelamiento de lo ganado en doscientos años de luchas obreras, es tiempo de volver a interpretar el mundo.”
Justo acabo de leer algo interesante que me manda el Compa Antonio Vicedo, de la ponencia de ese tipo Monedero, tan inteligente, que dijo en el XV Encuentro estatal de Comunidades Cristianas Populares; dice concluyendo:
– “Decía Marx en su tesis 11 sobre Feuerbach que los filósofos han interpretado el mundo mientras que de lo que se trata es de transformarlo.
Yo creo que para frenar el desmantelamiento de lo ganado en doscientos años de luchas obreras, es tiempo de volver a interpretar el mundo.”
Hola George!
Te leo:
– “Me parece ver: La filosofía lo explica todo pero no cambia nada o cambia muy poco: Si acaso el lenguaje.“-
¿Te parece?
……………….
Hace ya más de 40 años que un día entre los días hice el amor con mi pareja femenina.
¿Quién pueda decir cuál fue ese día entre los días, que estaba en el Proyecto de vivir en común nuestras vidas? Lo cierto es que no puedo afirmar que “nos dimos cuenta” que ese momento dejó huella. Tiene un nombre: la llamamos Guillermo.
Mi interpretación no me parece ín-sensata. Te señalo, al acaso, dos motivos:
1.- Sócrates comparó lo que habían inventado -que para disimular vino a llamarse con nombre tan cursi como “amor a la sabiduría” (filo-sofía) en vez de llamarla “curioso iluminado” (erótico quita velos = a-lezeia)- lo comparó al oficio de una Partera dar a Luz.
2.- Todos los “Diálogos” de Platón son ese laburito de parir el “término” adecuado a lo que en la vida hacemos.
…………….
En fin, lo cierto es que e aquel día de amor con mi pareja NO SE NOTO QUE NADA HUBIESE CAMBIADO.
Sin embargo 9 meses después … ya sabés ¿no?
……………
No me adhiero a los que se pasan alegremente por las pelotas a tantísimos ilustres esforzados luchadores del Pensamiento; aunque se haya ido poniendo de moda el experimento, que la interesada “Merco-kracia” nos va destilando en las almas en su día a día de los “Diarios”.
– “LO QUE PASA DE VERDAD EN EL MUNDO, NO ESTÁ EN LOS DIARIOS“-
Y así oy yendo todavía! – Oscar.
Tener conciencia de muerte es uno de los mayores conflictos humanos y el modo de posicionarnos ante ella refleja también el modo en el que vamos viviendo nuestra vida. Unos la tomamos con esperanza de un más allá otros no, pero ambos estamos en las mismas condiciones puesto que nadie puede saberlo, pues no hay datos ni prueba alguna que lo afirmen o nieguen. Para los que tenemos esperanza es pertinente la pregunta sobre lo que pensamos encontrarnos en el más allá. No se trata de conocimiento sino de intuición, de imaginación, sobre lo que aspiramos o queremos que suceda. A mí personalmente lo que me gustaría sería un despertar tal y como soy ahora pero con salud y vigor, en un ambiente familiar y conocido rodeado y acogido por las personas que he querido y que dejé atrás con mi muerte, mi mujer, mis hijos, mis nietos, mis amigos…., en placidez y serenidad. Encontrarme después al ir conociendo el entorno, en un Nuevo Mundo Humano reconciliado, justo y pleno de amor, cargado de abundancia y conocimiento, en el que todo mal haya sido vencido definitivamente. De ningún modo me gustaría disolverme en el Ser, como una gota en un océano. Ni tampoco me gustaría encarnarme en otro ser vivo y verme como un ciervo elegante y asustadizo. Ni como un fantasma o espíritu presente entre los vivos.
Si sucediese una transformación inmediata para acceder directamente al ámbito divino, me da la impresión de que un cambio tan drástico mi mente no lo soportaría. Y a pesar de que estaría Dios acogiéndome con un amor infinito, su inmensa grandeza me llena de inquietud, temor y temblor, ante lo desconocido. No me gustaría morir con esa inquietud, no es por mis pecados y el juicio, sino por pensar en esa hora que de inmediato voy a encontrarme sin aviso ni preparación alguna en el desconcierto ante lo Infinito y Eterno.
¡Hola Oscar!
Sí, también es cierto lo que dices. Me parece ver la filosofía precisamente como la concebía el Carlitos en sus tesis sobre Feuerbach (¿la oncena?) La filosofía lo explica todo pero no cambia nada o cambia muy poco: Si acaso el lenguaje.
La muerte de mis pacientes de hospicio es demasiado a menudo una bendición anhelada más o menos explícitamente por los pacientes y hasta por los familias y no pocas ocasiones cuestiona la misericordia atribuida a ese Dios de los teístas que opera la vida por lo cruel que se vuelve la enfermedad.
Se aprende a ver la muerte con mucha mayor claridad como este diálogo del ser con “el/la otra” completamente “otro u otra” o ambas cosas a la vez. Y se experimenta una angustia muy grande cuando no se comprende el lenguaje que materializa ese diálogo del moribundo con ese Otro/Otra..
Sin embargo por larga y penosa que sea alguna agonía no hay otra peor que la de quien tenga que buscar lo que ha de dar de comer a su prole al precio que sea. Por eso me duele aún la defensa que alguien hizo en Atrio proponiendo que la prostitución fuese heroica cuando solamente es desesperante degradación.
Desde ese punto de mira me parece un lujo tener una hora al día para desprenderse de todo pero no tener que desprenderse de la seguridad de la vida conventual o del camastro en el que al otro día, a la misma hora, sonará la seal para que todos vuelvan a echarse a repensar (aunque se viva una vida que no deba cambiar tanto) que la vida se vaya “tan callando como se viene la muerte”. No pagan el alquiler, no les preocupa el yantar del día, ni el vestir o el calzar y hasta tienen asegurada y gratuita la recreación después de esta memoria de la fugacidad de la vida.
Alguien se burló de mi en Atrio por mi ira contra el fenómeno del jineterismo en Cuba. Tuve en mi estudio de psicoterapia a este cubano viejo que desesperaba por regresar a Cuba para administrar las ganancias de la hija quinceañera en su empleo de la tarde y la noche. Era estudiante durante el día pero era prostituta o jinetera y tenía un “agente” que le garantizaba la clientela de extranjeros buena-paga.
No es cosa de moralizar es simplemente cuestión de sentido común y de revelarse contra la reducción de la persona a menos que a una espacio masturbatorio y me recome de ira imaginar lo que ocurriera si esa infeliz tuviera que echarse por obligación disciplinaria, cada tarde, durante una hora, sobre su jergón para pasar revista a toda la obscenidad comercial de la que solamente es un pequeño elemento y que es su medio de ganarse una vida consumista lo que además solamente podrá hacer hasta que la enfermedad o el envejecimiento prematuro la devalúes y la saque del inventario de su “agente”, cuando ya sea mercancía de desecho.
No sé si respondo Santiago pero esto es lo que siento y pienso: Esta continuidad dinámica que llamo vivir me desgasta y me va despedazando en las obras en que mi vivir se materializa: Es mi “hacer camino al andar y andar haciendo caminos”. Y haciéndolo voy de a poco a poco regresando a la tierra de la que emergí. El Viejo mito del eterno retorno se cumple no solo en la totalidad de lo real sino en cada uno, en lo particular. Todo lo que comienza de la nada regresa a ella y cuando llega a su punto de origen ya no puede recordar nada de su peregrinaje hasta ahí ni necesita hacerlo porque no podrá cambiar una tilde de esa narración. En última instancia el título del libro de Schileebeckx (Los Hombres relato de Dios”) cobra mucho significado. Vivir es ser relato de Dios.
Cada viviente llega a un instante en el que no puede sostener el peso de su memoria de sí. Eso no ocurre el día que cesa de respirar, sino en cada momento de injusticia que sufre o que cause, en cada momento en el que su “vivir” se aleje demasiado del estilo de Jesús. Esa es la muerte moral o espiritual y el arrepentimiento o el esfuerzo que haga por enmendar o reparar será un momento de resurrección siempre y cuando lo mueva no el miedo al castigo sino el amor a la justicia, el amor a esa otra persona que perjudicó o hirió o a la porción del ambiente natural que dañó. Estas son resurrecciones que espero que prefiguren de alguna forma de resurrección definitiva y total,
Del vivir, es cierto, lo fundamental es el viviente, la persona agente del vivir. El verbo “vivir” no es una palabra sino una gestión. (Esta discusión es válida en cuanto al “Logos” o “Verbo” del Cuarto Evangelio pero ni pensar en adentrarse en ello).
Vivir solamente es importante porque alguien vive, por el viviente y en definitivas es este su vivir en clave de amor, bondad, justicia, compasión, belleza, verdad lo que culmina la experiencia del viviente, la hace trascendente.
Si paradójicamente el viviente optase por ser un “muriente, “ser agente de la injusticia, el odio, mal lo cual ciertamente puede ocurrir, los vivientes que le rodean tienen ante sí la misión de anunciarle la vida persuasivamente, no por la vía del decir, sino por la vía de su propio vivir, de enfrascarse en la lucha para persuadirle a desear vivir. Ese es el mandato de Jesús que comúnmente se la llama misión pero que no cosiste en el decir, sino en el decir refrendado por el vivir.
Hay quien nace en la Mara Salvatrucha (la ganga droguera mercenaria de El Salvador y Centro América) y solamente sabe que vivir sea causar muerte. La misión será persuadirle a que se convierta, a que descubra que nada le obliga a vivir muriendo y matando. La misión es liberarlo de ello, persuadirlo para que desee optar por vivir amando, es decir, para que opte por vivir.
Hola!
La percepción del Compa George reduce a un “jueguito técnico” la “meditatio mortis” de Leonardo ¿no? Dice Porta:
– “El estilo franciscano de experimentar la muerte cada día no es muy práctico
– millones de seglares no tienen tiempo ni seguridad ambiental, ni un orden de predecible de horarios y campanas
– que les permitan echarse a tomar consciencia de existir sin mayores preocupaciones básicas
– lo que sí experimentan es pasar el día muriendo en sus empleos
– (incluyendo a la madre o esposa que no cesa de trabajar en el hogar)
– y llegan exhaustos de regreso a casa para hacerse cargo de la prole
– y, quizás, encontrar algún descanso para recomenzar sus rutinas al otro día.”-
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Este des-vío me lleva a otro; pienso que mucho más grave en n/sociedad actual: MATAR.
La muerte producida, la occisión, es o debiera ser siempre cosa terrorífica.
La SANGRE mancilla aquel cuerpo trasmutándolo en la absoluta parálisis que es la muerte.
La ética de la muerte es la más difícil de todas, por ser la muerte el hecho menos inteligible con que el ser humano tropieza.
La muerte es ya de sobra enigmática cuando se presenta por sí misma, con la enfermedad, el envejecimiento y la consunción. Pero lo es mucho más cuando no surge espontáneamente, sino producida por otro ser. El asesinato es el acontecimiento más desazonador que existe en el universo, y el asesino el hombre que no llegamos nunca a comprender. Por eso su cruenta acción ha reclamado siempre tremebundas expiaciones y él mismo fue expulsado de la comunidad.
Todavía resuenan en nuestros oídos, perpetuados en las primeras páginas del Génesis, atroces alaridos que nos empavorecen, horrísonas quejumbres de fiera acorralada. Es la voz de Caín, primer homicida, patrón de toda la grey asesina. Ha sido condenado, y el Dios de Adán hace cumplir la ley de la tribu que expele al parricida: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra». Caín prevé la crudeza de su porvenir, errante y sin amparo colectivo, y aulla hacia Dios, clamando: «Me habéis hecho vagabundo y prófugo de las tierras, y cualquiera que me encuentre me matará».
Es un hecho extrañísimo de que antes, y aparte de toda reacción moral y aun simplemente compasiva, nos parece que nada mancha como mancha la sangre.
La cosa es previa y más honda aún que toda cuestión ética, pues esa degradación que la sangre produce dondequiera cae se advierte igualmente en lo inanimado. La tierra donde hay rastros cruentos queda como maldita. Un trapo blanco manchado de sangre no es solo repugnante, sino que nos parece violada, mancillada su humilde materia textil.
¡Es el misterio pavoroso de la sangre! ¿En qué consistirá? La vida es la realidad arcana por excelencia, no solo en el sentido de que ignoramos su secreto, sino porque la vida es la única realidad que tiene un verdadero «dentro», una intus o intimidad.
La sangre, líquido que lleva y simboliza la vida, está destinada a fluir oculta, secreta, por el interior del cuerpo. Cuando se derrama y el esencial «dentro» sale fuera, se produce una contracción de asco y de terror en toda la naturaleza, como si se hubiese cometido el más radical contrasentido: hacer externidad lo que es pura interioridad.
Pero esto es, precisamente, la muerte. El cadáver es carne que ha perdido su intimidad, cuyo «dentro» se ha escapado como de la jaula el pájaro, trozo de pura materia donde no hay ya nadie oculto.
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Sin embargo tras esta impresión primera y acre, si la sangre insiste en presentarse, si fluye abundante, acaba por producir el efecto opuesto: embriaga, exalta, frenetiza. Es entonces cuando la sangre es “libación”
La guerra y la tortura es siempre, a la vez, orgía. La sangre tiene un poder orgiástico sin par.
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Quisiera, George, una pequeña aclaración sobre esto que afirmas en esta exposición tan cargada de buen racionalismo y de la percepción experimental de los sentimientos que rodean la muerte.: “La única “vida” es en realidad un verbo: “Vivir” y consiste solamente de esta forma de esta existencia que en cada uno es muy personal.
Porque es verdad que hay un tiempo verbal que puede identificarse casi totalmente con el sujeto , que en el caso del verbo “vivir”, seria “viviente”.
Pero aún en este tiempo verbal la importancia principal no pertenece al verbo, como en ninguno de los otros tiempos y formas, sino al SUJETO.
Cierto que los verbos existenciales nos presentan una abundante identificación entre el ser y su expresión, pero fuera del SER ABSOLUTO del que experimentalmente nada probamos ni evidenciamos, parece que no podemos prescindir de ese QUIEN distinto a lo de existir y vivir.
Creo que esto tan a tener en cuenta durante toda la vida existencial temporal, no puede quedar totalmente marginado a la hora de morir, otro verbo que presupone sujeto, sin que podamos concluir que esta sea una acción totalmente anuladora del propio sujeto.
¿Afectara el morir al sujeto como a una forma concreta de vivir ese mismo sujeto hasta el momento de la muerte?
¿O seguiremos cuestionados por esa diferencia radical entre sujeto y verbo, cuando cambia un verbo, sin necesidad de que ese cambio total, implique con la misma necesidad un cambio total anulador del sujeto
No se puede hablar de la muerte de una manera externa a nosotros, porque a todos nosotros nos acompaña esta realidad que, según Freud, es la más difícil de ser asimilada por el aparato psíquico humano (Boff).
¡Qué extraordinaria afirmación y, al menos en apariencia, cuán carente de fundamento!
Esto que llamamos vida puede representarse solamente por una línea pendiente, en descenso, durante la cual desde la propia destrucción implicada en los procesos embrionarios no parece consistir en otra cosa que en una serie sucesiva e imperturbable de cambios, de desapariciones de la complejidad contenida en algo y reapariciones de ello nuevas formas al precio de un cierto desgaste. No fuera totalmente inadecuada la metáfora de alguna especie de sucesión de muertes y resurrecciones.
La “vida” en genérico es existencia, es ser específico, personal, deja de ser algo universal para reducirse y concretarse en el individuo histórico y ¡cuán extensa es la gama de cualidades de esa experiencia desde la miseria más escandalosa hasta la abundancia comparablemente escandalosa!
La Vida como antecesora de todo no es comprobable. Tampoco lo es la muerte. Solamente contamos con esta experiencia de “morir”. Sabemos que todas las cosas se transforman de un modo tan radical que llegan a alcanzar una especie de transformación real (al menos los elementos minerales parecen preservarse) en la que la forma que tuvieron, el modo como les conocimos deja de ser reconocible.
Boff parece ser impreciso o errar en su afirmación porque solamente hablamos de la muerte desde afuera de ella, observándola en otro y quizás imaginando la nuestra, pero solamente imaginándola.
Nadie puede atravesar el umbral marcado por el cese definitivo de la respiración sino a base de observarla externamente en otra persona. Solamente podemos retener la memoria de quien acaba de cesar en su existir. Nada más. La existencia cesada desaparece fuera de nuestro alcance.
A la muerte no se puede hacer otra cosa que negarla en el sentido de que si se la toma como el espacio de existencia posterior al cese definitivo de la respiración, lo cual es habitual pero arbitrario y absurdo, viviremos en la imaginación angustiosamente o no pero anticipatoria. Pasado el cese de la respiración la existencia parece ser desconocida para la propia persona fallecida.
Al sobreviviente no le queda más alternativa que negar su propia muerte para enfrentarse a los trabajos del existir como si tuvieran futuro. Ya tendrá que afrontarla cuando le llegue. Mientras tanto no la puede experimentar sino en otros aunque sepa que su propio existir es temporal y que consista en un desgaste al parecer inevitable, continuo, progresivo, dirigido a un punto absolutamente final. Una muerte se puede comparar a otra solamente en ciertos complejos de procesos biológicos. Nada más. Cada vida es única en todo otro sentido y lo mismo hay que decir de cada muerte. Cualquier imaginación incluida la resurrección cristiana carece de fundamento real excepto en la proyección de la esperanza, un espacio en el que la evidencia es realmente insubstancial.
El estilo franciscano de experimentar la muerte cada día no es muy práctico en la existencia de los millones de seglares que no tienen tiempo ni seguridad ambiental en su existencia, ni un orden de predecible de horarios y campanas que les permitan echarse sobre un camastro para tomar consciencia hasta ese momento de que hayan existido sin mayores preocupaciones básicas (al estilo de Maslow) porque lo que sí han experimentado y a menudo dolorosamente es que han pasado el día muriendo en sus empleos (incluyendo a la madre o esposa que no cesa de trabajar en el hogar) y llegan exhaustos de regreso a casa para hacerse cargo de la prole y, quizás, para encontrar algún descanso que les recupere para recomenzar sus rutinas letales o de desgaste al otro día. A menudo nos olvidamos de las inmensas poblaciones que llevan una existencia realmente pobre y mínima en cuanto a disponer de recursos materiales que aseguren la vida en penitencia, que asegure cosas que renunciar o de las cuales prescindir como una manzana o un espacio de oración, o de estudio y que solamente pueden anticipar una longevidad reducida por la falta de cuidados y la ignorancia. La injusticia social existe también y se extiende por inmensas regiones del planeta: ¡Pura existencia con forma de muerte anticipada!
Por otra parte la vida eterna a que se refiere Boff, como cualquier otra característica del Ser atribuida a Dios, no pasa de ser imaginación preñada de esperanzas, resultado del contraste de la experiencia de que todo lleve en sí mismo/misma encerrada su contradicción esta especie de paradoja dialéctica que resulta inevitable.
Los ancianos de la Patagonia o del cualquier otro lugar, por ejemplo, imaginan otra “parte” o espacio de la existencia, otro “lugar” quizás porque vean desaparecer los ancianos de “este lugar” en el que quedan ellos que les sobreviven esperando la desaparición propia.
La única “vida” es en realidad un verbo: “Vivir” y consiste solamente de esta forma de esta existencia que en cada uno es muy personal. Desde ese ángulo es posible comprender la percepción mitológica pero significativa que contienen los textos sagrados de las diferentes culturas. Baste como ejemplo la rica diversidad del rejuego imaginativo alrededor del rostro de los dioses, incluyendo los egipcios con sus cuerpos animales incongruentes con los rostros; las experiencias mosaicas en Sinaí con un Dios que si muestra su rostro causa la muerte; el efecto moral del desengaño de Quetzalcóatl cuando descubrió víctima de su curiosidad su propia fealdad. No parece muy distinto el rejuego actual de las redes sociales en las que sea en Facebook u otros ciberespacios, tantas personas ofrecen una identidad por medio de fotografías y descripciones que son tan a menudo irreales o parcialmente ficticias, acomodadas a como quisieran, una especie de juego virtual con la muerte y la re-creación de sí: ¡El sueño de ser como dioses, dueños de la propia existencia!
Ni siquiera es importante considerar la muerte como parte de la vida. Solamente experimentamos esta existencia o forma del ser que varía y sufre tanta transformación y no cesa de decaer a lo largo de la existencia, que va disminuyéndose o apagándose de muchas diversas maneras y se prolonga o se acorta en quien no debiera o quisiéramos que lo hiciera, pero que sin el uso de la violencia no es posible prolongar o recortar.
Mirando personas morir en hospicio o en cuidados paliativos al final de la existencia se puede observar, siempre desde afuera, su relación reactiva a la muerte de sus seres amados. La única realidad que nadie puede evitar es experimentar el doloroso asombro de quien acaba de presenciar ese momento instantáneo en el que algo cesa y produce un cambio de expresión en el rostro del fallecido casi invariablemente provoca la exclamación angustiosa “¡se fue!” o “¡ya no está!” y la impotencia enorme, abrumadora, que impide recuperar a quien le ha sido arrebatado.
¿Por qué es tan difícil mirar con la esperanza de los ancianos de la Patagonia a la muerte? Una posible hipótesis es que la existencia moderna es alienante y no deja mucho tiempo al filosofar, pero la hipótesis aparentemente más plausible es que la existencia, lo único que tenemos, transcurre desde su inicio de manera bastante anónima y casi nunca llega a transcurrir bajo suficiente control de propósitos y finalidades ni de los derroteros por lo que deseamos que preferiblemente discurriera. La existencia se experimenta en compañía de gente y de cosas y su influencia, positiva o negativa, activa o pasiva, es inescapable: Nunca llega a ser exclusivamente nuestra.
La Vida con mayúscula quizá sea esa “Espiritualidad” o presencia de lo Espiritual-divino “a” la realidad que nos preceda y de la que provenga todo y adonde todo se dirija (exitus – reditus—valga éste como recurso mitológico preñado de significancia), pero la muerte, como la experimentamos externamente, parece esta experiencia del existir que se dirige a un momento de silencio y un momento dinámico, cuya única forma conocida sea este acelerado proceso de descomposición físico-química, el cual sólo nos sea posible imaginar pero del que solamente podemos anticipar con sólida evidencia material su irreversibilidad.
Existir debiera ser un aprendizaje de la gratitud que conduzca a la humildad de contemplar con reverencia al “misterio” o al secreto al que se encamina inevitablemente la persona existente, sin la arrogancia de pretender imaginar eso que pudiera ocurrir después. Una tal imaginación no pasa de constituir la última forma de la paranoide grandiosidad humana.
El “Mundo” debiera solidarizarse en procurar a los que arriban a él una existencia llena de bondad y belleza y al mismo tiempo una gran disponibilidad para no apropiarse de nada y agradecer todo, cuidar y preservar todo para poderlo ceder en herencia, el deseo de progresar en el conocimiento y la utilización de todo para poder compartir la naturaleza, precisamente porque cuando esta existencia cesa nadie puede conservar ni llevarse consigo nada de lo mucho que haya recibido o acaparado innecesariamente, es decir injustamente.
Toda otra forma de existencia es solamente proyecto. Eso persuasión debiera comenzar en la forma de educación formativa desde el mismo momento de abandonar el claustro materno. Lo triste y desafiante es que todo eso que propongo no pase de ser una utopía aún dos mil años después de Jesús.
Hola!
La muerte no es un lugar adonde uno llega sino a donde uno cae.
Carece de realidad.
Su realidad se reduce a la tristeza que experimentan los sobrevivientes.
…………………..
No vivimos plenamente si no hay algo capaz de llenarnos el alma hasta el punto de desear morir por ello.
Sólo nos empuja irresistiblemente hacia la vida lo que por entero inunda nuestra cuenca interior.
Renunciar a ello sería para nosotros mayor una mayor muerte.
El sentimiento adecuado hacia los mártires no sería el de admiración sino el de envidia.
Es más fácil lleno de fe morir, que exento de ella arrastrarse por la vida.
La muerte regocijada es el síntoma de toda cultura vivaz y completa, donde los ideales tienen eficacia para arrebatar los corazones.
¡Vamos todavía! – Oscar.
La permanencia del yo que somos y vivenciamos con más que dificultad imposibilidad de definición supera los cambios de nuestra materia a millones cada instante.
Pelea parece lo que se da entre vida y muerte de la que siempre va saliendo vencedora la vida, pues mas células se vuelven al polvo o diferente energía y el sujeto inexplicable sigue su permanente vida.
Si esto durante toda nuestra vida acontece ¿no es advertencia de que, cuando a golpe e instante toda nuestra materia energía cambie, lo que nunca cambió, realmente tampoco cambie?
Las mudanzas son mudanzas y de ellas somos experimentados testigos, pero eso vivo que fuimos, eramos y seguimos siendo , eso que de las mudanzas fue y es sujeto, no nos da pruebas de incluir un final después de haber tenido ya principio.
Estamos. pues, ante un cambio total que llamamos muerte, pero que con más verdad hablaríamos si le llamáramos y lo consideráramos total y definitivo nacimiento.
Puede que a afianzar esta convicción, nos ayude la fe, pero también, sin negarla y por sencilla deducción, la vida vencedora de tantos embates de la muerte, nos lleva de la mano a su última victoria después de la última batalla.
¿Alienación la convicción de ser racional sujeto en libre responsabilidad?
¿No lo será más la prevención de poder dejar de ser esos sujetos que somos?
¿Qué hago con este Tanguito, entonces?
http://www.todotango.com/Spanish/las_obras/Tema.aspx?id=qWqAwdeG9eg=
La última curda
Tango 1956
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Lastima, bandoneón,
mi corazón
tu ronca maldición maleva…
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.
Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te lastimo!
¡Ya se que te hago daño
llorando mi sermón de vino!
Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?…