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Jesús para nuestro tiempo —3—

DiarmuidEn el Primer capítulo de ‘Alcanzando a Jesús’ de Diarmuid O’Marchu que vamos publicanmdo semanlamente en ATRIO de los martes,  hoy va a describir  otras tres cadenas con las que las iglesias han apreado a Jesús:

  • Quinta Cadena.  El Cautiverio del Imperialismo Blanco.
  • Sexta Cadena.  El Cautiverio de la Exclusividad Masculina.
  • Séptima Cadena.  El Cautiverio del Culto a la Violencia Redentora.

Quinta Cadena.  El Cautiverio del Imperialismo blanco.

Cualquier afirmación sobre Jesús hoy, que no considere el color negro de la piel como un factor decisivo de su persona, es una negación del mensaje del Nuevo Testamento.

-James Cone.

Sólo un cristianismo que se ve a sí mismo en el contexto de las religiones del mundo, tendrá sentido en el siglo XXI.

-Chester Gillis.

La Romanización de la Iglesia Cristiana ha tenido un impacto tambaleante en la iconografía cristiana. En las partes de África donde el cristianismo ha penetrado, las Iglesias aún hoy están adornadas con un Cristo blanco y varón, con barba, vestido como los antiguos romanos o como los señores del medioevo europeo. Igualmente extendida es la caricatura de María como una europea blanca en una postura de humilde sumisión. Tanto Jesús como María son gente de origen palestino con piel oscura y facciones distintivamente no europeas.

En países como Brasil y las Filipinas, en las fiestas populares que honran a Jesús y María, con grandes procesiones y ceremonias, las estatuas de ambos están vestidas con ropa de reyes y reinas tomadas directamente de las culturas de España y Portugal. Muchas veces María está adornada con pesadas vestimentas y coronada como reina gobernando desde arriba, una cruel ironía en culturas donde el culto a la Gran Madre Diosa fue muy fuerte en tiempos antiguos. Esta creencia es vivida cotidianamente (como atestiguan muchos misioneros) y se la evidencia así en las costumbres e historias de gente indígena; es quizás en ningún lado más tangible que en la gran devoción de la Madona Negra, como se da en la expresión contemporánea de nuestra Señora de Guadalupe en Méjico.

  • La Tarea de la Recuperación.

Lo blanco y masculino de la figura de Jesús se convirtieron en hechos indiscutibles, a pesar de que lo primero -lo blanco- fue una gran mala interpretación, y lo último -lo masculino- una imposición de género impuesta por la voluntad de los dominantes. Biológicamente no estoy discutiendo el género de Jesús. Lo que quisiera desafiar y confrontar es el reduccionismo biológico a que fue sometido Jesús. En muchas tradiciones espirituales antiguas, los líderes religiosos, como las y los chamanes fueron vistos como bisexuales o andróginos. El arte antiguo hindú y el arte chino están repletos de tales figuras.

Esto no es un intento de crear un tipo de obra fragmentaria en la cual Jesús es todas las cosas para todos. No es el caso de querer crear un Jesús contemporáneo que sea negro para el bien de la gente negra o bisexual para conformar a aquellos cuya orientación sexual no cabe en las normas establecidas. Mi objetivo no es recrear o redescubrir, es recuperar más que modernizar. Si Jesús es la encarnación de Dios que co-crea todo el tiempo en y a través de los seis millones de años de evolución humana, entonces necesitamos crear una historia humana de ese Jesús que honra esas realidades arquetípicas primordiales. No hay lugar para un reduccionismo cultural y menos patriarcal en el Jesús del Nuevo Reino de Dios.

En su deseo de reclamar una comprensión más fundacional de Jesús, la artista americana contemporánea Janet Mckenzie pinta a Jesús del pueblo como una persona negra andrógina (ver el National Catholic Reporter, 24 diciembre 1999). No sólo es el cuadro más congruente con la identidad arquetípica de Jesús, sino también honra la alianza histórica de Dios en Jesús con nuestros ancestros antiguos, tal como evolucionamos en África de Este a través de millones de años.

  • Nuestra Tierra Santa de África.

Como Pueblo de Dios, cubriendo una periodo temporal de seis millones de años, nuestra historia pertenece a África. El color negro de la piel es más básico a nuestra identidad que la apariencia infiltrada en y a través de la colonización y distorsión. La demonización del color muchas veces perpetuado por misioneros en días pasados, alimenta la cultura del racismo, mientras que la creciente crisis de identidad de los blancos, en el mundo contemporáneo, parece justicia poética. El color negro de la piel -sea en su contexto asiático, africano o latino- es un poderoso símbolo perdurable de lo que significa ser humano. Nuestra solidaridad compartida con lo oscuro de la piel no es un signo de inferioridad primitiva; sino más bien lo opuesto- es la primera pigmentación que nosotros los humanos hemos conocido por mucho tiempo como criaturas bendecidas, amadas y afirmada por nuestro Dios creativo.

Intelectual y académicamente, el estudio de Jesús, como la cristología cristiana en general, pertenece a los especialistas del mundo occidental. Aún los académicos de origen latino, asiático y africano adoptan la comprensión europea occidental. La mayoría de los esfuerzos de comprender a Jesús en un contexto del Hemisferio Sur tiende a comenzar con la versión colonizadora del Occidente. Trágicamente, lo que luego tiende a suceder es que la historia indígena del sur es una versión disfrazada del prototipo europeo. (Not.: 7) Necesitamos honrar a Jesús, quien arquetípicamente pertenece no a la tierra de Israel, ni mucho menos a la Europa Occidental, sino a la primera tierra de África del Este, donde los humanos se desarrollaron hace seis millones de años.

El Jesús blanco europeo es una caricatura del deseo patriarcal de dividir y conquistar. Necesitamos desvestir la figura del rey, adicto al poder y a la gloria del triunfalismo, y reclamar el siervo sufriente vulnerable que se hace amigo de los humanos en su camino a la verdadera libertad. En una cultura de diálogo con las diversas religiones, necesitamos un Cristo que pueda dialogar con las culturas diversas, así como el Jesús humano tuvo un lugar en la mesa que incluía a todos, sea cual sea su credo, color y condición cultural.

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Sexta Cadena.  El Cautiverio de la sxclusividad masculina.

Cualquiera que quiera enfatizar la masculinidad de Cristo en orden a establecer prerrogativas de varones (“sacerdotes”) sobre mujeres, no ha comprendido bien a Jesús como el liberador de todos, hombres y mujeres, ni tampoco ha comprendido la forma en que nos ha liberado.

-Bernard Häring.

El núcleo del problema no es que Jesús fuera un varón, sino que más varones no sean como Jesús.

-Elizabeth A. Johnson.

En la sección anterior, describí la masculinidad de Jesús como un aspecto de la dominación blanca de Occidente. Pero, de hecho, involucra mucho más que eso. Por miles de años antes de Jesús, sólo los varones eran considerados seres humanos plenos. Sólo los varones poseían la “semilla” por la cual la vida nueva podía procrearse. Las mujeres eran receptáculos biológicos para la fertilización de la semilla masculina -una visión respaldada por Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y Martín Lutero-. Más aún, los chicos eran reclamados como propiedad, valorando mucho más los bebés varones (machos) que las bebés  mujeres (hembras).

Para los cristianos, Jesús, entonces, el Mesías -eso es, el Hijo de Dios- debía descender de una línea varonil. Esto es descrito en el Evangelio de Mateo con la inclusión, sorprendentemente, de tres personajes femeninos (Rahab, Ruth, Bathsheba, la esposa de David, a quien había seducido Eurías) cuya moralidad es un poco ambigua. El nacimiento de Jesús en esta tierra tenía que trascender el proceso reproductivo femenino, que en ese tiempo, no era considerado de mucha importancia y desde un punto de vista religioso estaba cargado de impureza y consecuencias pecaminosas.

Estas creencias arcaicas y destructivas, y su inculturación en la vida y ministerio de Jesús, tienden a ser subvertidas en el romanticismo del nacimiento y niñez de Jesús. Figuras angélicas, una “virgen madre”, pañales, pastores, sabios,… todo ayuda a distraernos de la inmersión radical de lo divino en nuestro medio. La llegada provocativa de Dios en y con lo humano es, o bien espiritualizada hacia el reino celestial, o bien exaltada como un homenaje en el reino terrenal. En ambos casos lo que prevalece es la cultura imperial masculina del momento.

  • ¿Imponiendo un estereotipo masculino?

El contexto dejó al Jesús histórico con poca opción para ser algo más que el típico varón. Pero el Jesús que proclamó y vivió la visión del Reino de Dios claramente no es un varón en el sentido convencional. No adopta ninguno de los comportamientos masculinos estereotipados de dominación, control, racionalidad e improbabilidad (ver Plumwood 2002, 72 y sig.), o aún la prerrogativa de la propagación masculina de la especie. En cambio, se compromete íntima y apasionadamente con la gente y la cultura de su tiempo, especialmente con aquellos desapoderados por la política prevalente y los regímenes religiosos.

En vez de controlar el poder, Jesús lo cede abiertamente; en vez de un discurso racional, cuenta historias; en vez de reclamar status como los rabinos, él se abaja a los humildes, en vez de excluir la plebe, los incluye aún en la mesa. Más aún, los cobradores de impuestos, los pecadores y las prostitutas parecen estar “en casa” en su presencia. Éste no es meramente un Jesús masculino reblandecido. Es un Jesús cuya misma identidad es radicalmente diferente de la personalidad humana que prevalecía en ese tiempo. Relacionalidad más que racionalidad ilumina toda su historia.

Pero hay algo más de la identidad de Jesús, una dimensión que se le ha escapado a los académicos de casi toda la era cristiana. Como una figura espiritual inspiradora cuyo impacto excede su cultura indígena judía, Jesús es portador de un significado arquetípico que trasciende el tiempo y el espacio. Su identidad arquetípica es frecuentemente observada en la vida de místicos, chamanes y sabios. “Intoxicados con Dios”, por así decirlo, estas son gentes profundamente inmersas en la realidad terrenal y dejan un impacto duradero en la vida y en la cultura.

Tales personas tienden a expresar una identidad sexual que frecuentemente escapa a la atención de los académicos. El dualismo estereotípico de lo masculino versus lo femenino es trascendido a favor de una integración andrógina que relativiza tanto lo masculino como lo femenino en el enraizamiento ideológico de la biología básica.

  • El Jesús Andrógino.

El concepto andrógino es uno de los conceptos peor interpretados en los estudios contemporáneos de género y sexualidad humana. (Not.: 8) Desde el tiempo de Aristóteles, la sexualidad humana ha sido considerada fundamentalmente como una capacidad biológica, con el propósito único y exclusivo de la reproducción humana. Mientras que las ciencias sociales tienden a adoptar una comprensión más integrada de la sexualidad humana, el énfasis biológico todavía tiene una superioridad cultural, haciendo que la androginia (y la homosexualidad) se consideren desviaciones y anormalidades.

En el andrógino la identidad biológica es clara. Es la energía psíquica que ha cambiado significativamente. La energía creativa interior orienta las capacidades generativas más allá de los roles estereotipados de varón y mujer. Los andróginos expresan más cualidades femeninas. Se relacionan más inclusivamente y tienden a organizarse en una forma más igualitaria. Se sienten muy a gusto en el ámbito espiritual, nos ayudan a ampliar los horizontes de sentido y, son buenos en dar cabida a lo paradójico. Ellos perturban las ortodoxias de todo tipo e inevitablemente se los percibe como extraños. Son un estorbo, por eso mejor, mantenerlos lejos.

Como muchos grandes místicos y sabios, Jesús tiene mucho de andrógino, relativizando así su singularidad masculina en el sentido convencional. Aquello que constituye su identidad biológica como varón es secundario a su generalidad como andrógino. No sólo esto relativiza su masculinidad, sino, más importante todavía, la trasciende -y trasciende también lo femenino, como un concepto puramente biológico- a favor de una forma más profunda de ser humano, más allá de lo limitado de un reduccionismo biológico.

Sugiero que es esta identidad andrógina de Jesús, más que cualquier otra característica, lo que el cristianismo ha eludido por casi dos mil años. La masculinidad biológica es uno de los principios más apreciados del patriarcado. Esto ha causado estragos en la singularidad sagrada tanto de varones como de mujeres. Y también nos ha dejado algunas nociones muy equivocadas de grandes líderes espirituales de todas las religiones, de los cuales pocos han sido los que han rendido culto a la masculinidad patriarcal.

De todas las “cadenas” que estoy buscando liberar en las reflexiones de estas páginas, sospecho que la del Jesús andrógino va a ser la más enredada y anudada de todas. Las culturas patriarcales parecen sentirse muy incómodas cuando tratan el tema de la sexualidad. Éste es un gran tabú especialmente para las religiones e iglesias que viven y se mantienen en la represión sexual.

Esa gran capacidad, que es tan central y sagrada en cada ser humano, y es la base de la creatividad humana por tiempo inmemorial, es claramente uno de los dones más apreciados de Dios. Un Jesús sin una sexualidad exuberante y plena le restaría sentido e integridad a la encarnación. No tendríamos que comprometer la sexualidad creativa de Jesús, sea cual fuese el precio a pagar.

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Séptima Cadena.  El Cautiverio del culto a la violencia redentora.

La religión ha sostenido amar la vida al perseguir la muerte—y ha sido guardiana de la ley ejerciendo el terror.

-Robin Morgan.

¿Puede uno imaginar un fantasma más obsesivo que el de un Dios que demanda la tortura de su único Hijo hasta la muerte como satisfacción de su ira?

-Antoine Vergote

Las mujeres derraman sangre para dar vida, los varones tienden a derramar sangre para quitar la vida. En muchas culturas antiguas, la sangre tiende a ser el primer canal universal de la fuerza de vida. En las manos humanas la fuerza de vida es muchas veces abusada o mal usada, y para aplacar la ira del dador de vida en las alturas, el derramamiento de sangre se convirtió en un ritual muy común de apaciguamiento y propiciación.

De modo que el sacrificio se convirtió en un elemento central de las culturas antiguas y modernas. Es asumido ampliamente que el ritual del derramamiento de sangre es tan viejo como la misma humanidad. Esta es una generalización superficial basada en poca o ninguna evidencia y sostenida por un análisis falso, que culturas oprimidas adoptan con facilidad. La noción del sacrificio de sangre como un acto de apaciguamiento puede ser asimilada al derramamiento de sangre animal para que los humanos pudieran sobrevivir.

Cuán antigua es esta creencia depende de cuando ubicamos el surgimiento de la caza como una empresa humana. Basando la investigación en grupos tribales existentes, los estudiosos tienden a asumir que nosotros, los humanos, hemos siempre cazado y hemos matado animales en busca de comida. Aunque la evidencia sugiere que tan recientemente como la era Paleolítica (40.000-10.000 a.C.), los humanos sacábamos la comida de los recursos vegetales y muy probablemente no matábamos animales excepto cuando otras formas de alimento no eran posibles. El mito del cazador devastador podría ser una vez más una proyección hipotética para la cual hay muy poca evidencia (ver Ungar y Teaford 2002; Whiten y Widdowson 1992).

  • Apaciguando la Deidad.

Irónicamente, el matar animales parece haber sido practicado durante el principio de la era agrícola. A pesar de que mucha más comida se adquiría de la tierra, el deseo de carne prevaleció. Era durante este tiempo que el derramamiento de sangre tomó un significado religioso importante. La sociedad era regida así en su totalidad por varones muy agresivos, cuya estrategia era validada por la creencia en un Dios del cielo. Este Dios rápidamente se convirtió en ellos mismos: poderoso, fuerte, demandante y cruel.

Para apaciguar esta deidad demandante, algunas estrategias se instalaron. Los animales eran las primeras víctimas y se ofrecían los primeros frutos de estación. En raras ocasiones, los humanos eran sacrificados, como vemos en el Antiguo Testamento, con Abraham llevando a su hijo Isaac para el sacrificio. Y entonces, la noción del chivo expiatorio se estableció, probablemente alrededor del 5000 AC.

El concepto del chivo expiatorio sacrificial ha sido estudiado extensivamente por Rene Girard (1977; 1986; 2001) y sus discípulos. Girard rastrea la noción del chivo expiatorio a un deseo fingido, llevándolo a una rivalidad y a un comportamiento violento; entonces el mecanismo del chivo expiatorio era requerido para salir al encuentro de la amenaza de una violencia destructiva. Para Girard y los académicos cristianos atraídos a sus ideas, la muerte de Jesús se convierte en el último acto de sacrificio que hace que el chivo expiatorio sea innecesario y redundante.

Girard ha sido criticado en distintas oportunidades (ver Bartlett 2001, Wallace 2002), particularmente por la simple observación de que el chivo expiatorio del Calvario no ha disminuido el poder del sufrimiento violento en el mundo. Más aún, muy al contrario, la cruz es a menudo enarbolada para justificar la opresión colonial y el derecho de los poderosos a gobernar sobre los débiles.

Un defecto mucho más obvio caracteriza el análisis de Girard, a saber, el hecho de que basa toda su investigación en la evidencia tomada de los últimos 5000 a 10.000 años y parece apoyarse exclusivamente en los estudios que toman como irrelevante cualquier cosa que pasó antes de ese tiempo. De todas formas, su atención a los mecanismos culturales de chivo expiatorio y de víctima como problemas importantes para nuestro tiempo son un hecho.

  • ¿Una Proyección Antropocéntrica?

La noción de la sangre del sacrificio es más un invento de los tiempos patriarcales para los cuales hay poca evidencia antes de 10.000 años atrás. Antes de ese tiempo, la fuerza de vida era comprendida en términos de aire, agua y fuego, metáforas mucho más congruentes con cómo la física moderna comprende la fuerza universal de vida. El derramamiento de sangre y el sacrificio comenzó a desarrollarse como una visión del mundo antropocéntrico, que tomó al hombre como la medida de todas las cosas. En el humano, la sangre parece ser la energía de vida, y consecuentemente, debe ser la fuerza de vida de todo lo demás en la creación, incluyendo Dios mismo.

El derramamiento de sangre vino a ser como la forma de compensar la pérdida de equilibrio, tratando de poner las cosas en su lugar para el ofendido. La noción de “victoria” se metió en el vocabulario, particularmente para el Dios vengativo y sus representantes en la tierra. Y así, podemos ver en las Escrituras Hebreas un Dios que se goza con matar al enemigo y cuya gloria se enaltece con la victoria de la espada. Esto está muy lejos de la Diosa de los tiempos paleolíticos, cuyo derramamiento de sangre estaba inequívocamente al servicio de una fertilidad prodigiosa.

En la historia de Jesús, esas dos vertientes se confunden. La metáfora de la vida nueva resuena profundamente en la nueva visión radical abrazada por Jesús bajo el lema del Reino de Dios. Pero la teología cristiana rápidamente perdió esa visión de vida al ganar más énfasis la retórica de la salvación por la muerte en la cruz. De ahí en adelante, el lenguaje sacrificial se extendió, como así también las nociones de la “obediencia mediante el sufrimiento” y “sacrificando todo por Jesús”, se convirtieron en los ingredientes centrales del discipulado cristiano.

  • La Opción por la No Violencia.

Para Jesús, sin embargo, la no violencia está en el corazón de su mensaje, en el cual somos llamados a amar y a perdonar aún hasta nuestros enemigos. Tan amenazante fue su sueño para las autoridades romanas y judías que eliminaron a Jesús, esperando que su sueño desapareciera. Pero el mensaje prevaleció más que el mensajero, y la Iglesia Cristiana, preocupada con un culto al heroísmo, se enganchó con la muerte violenta de Jesús, muy incapacitada para comprender el poder dinámico de una vida vivida radicalmente hasta el punto de morir. No comprendieron el mensaje de vida y terminaron exaltando la muerte como el catalizador primario de la liberación redentora.

En los 2000 años siguientes el mito de la violencia redentora cautivó la imaginación humana. La salvación es percibida como viniendo por la cruz, obtenida por el que se hizo perfecto a través del sufrimiento, obediente a un padre irascible hasta el punto de derramar su última gota de sangre. La parodia sórdida de la venganza patriarcal está escrita en toda esta creencia tan universalmente extendida.

El culto de la violencia redentora ha inspirado a muchos a derramar su sangre y a dar sus vidas por la Gloria de Dios y la salvación de la humanidad. En un examen más sutil, ésta es una martiriología muy masculina promovida por una Iglesia dirigida por hombres. Porque las mujeres muchas veces rehúsan a conspirar con la violencia redentora; su deseo de obtener un resultado no violento es mirado como una debilidad femenina. El compromiso de las mujeres de mejorar la calidad de vida, mediante el ser buenas personas y madres, el cuidar la tierra, el cuidar el hogar, la atención de los pobres y enfermos, el educar a los que no saben…. muy pocas veces ha sido tomado como un verdadero mérito evangélico. No es suficientemente heroico para satisfacer un sistema sangriento y sacrificial.

Si disminuimos el significado de la muerte de Jesús, ¿no estamos socavando el significado de la Resurrección? Ésta es otra asunción que necesitamos revisar. Si honramos, como lo hizo Jesús, el papel fundamental del Reino de Dios, que es sobre la vida vivida radicalmente en plenitud, entonces la Resurrección no es tanto sobre la vindicación de la muerte como lo es sobre una vida vivida en plenitud. La Resurrección pertenece a la vida más que a la muerte de Jesús. De una forma similar, la Resurrección es una afirmación y celebración de la plenitud de vida, ejemplificada por Jesús y ofrecida como un nuevo horizonte de compromiso creativo para todos aquellos que siguen el camino de Jesús.

3 comentarios

  • M.Luisa

    Me atrevería a decir, (dejada llevar por mi cosmovisión como diría el  amigo Rodrigo) que  el  reduccionismo biológico,   cultural y patriarcal  que se descubre    en  lo   descrito  aquí  por el autor en  estas  otras tantas  cadenas  opresoras,  se ha producido como    consecuencia   de un determinado modo de haber concebido  tradicionalmente  la intelección humana,  la cual en este sentido  ha tenido mucho que ver el racionalismo.
     
    Puesto a pensar el racionalismo   se ha guiado siempre  y únicamente por  el sentido visual de las cosas, es decir prescindiendo del     aspecto tangible, palpable   y orgánico   de ellas que representa  ese momento  de la realidad de las cosas  en el que,  en otros contextos,  es donde  he circunscrito   el ámbito   de su   físico estar,   por lo que  el pensamiento  así a lo largo de la tradición filosófica ha comenzado  no por la actualización de la realidad “en” la inteligencia  a partir del acto aprehensor   sino por el actuar mismo  de aquella     respecto  a la realidad.  Pero  no a su “estarnos”  presente  sino atendiendo sólo a su presencia  (al aspecto visual)  con lo cual la prerrogativa en la intelección humana se la ha llevado la inteligencia  convirtiendo  con ello la realidad en objeto,  de ahí su posterior   manipulación   que  en el  contexto  que nos ocupa  este ámbito desapercibido por la mente humana es en donde  sitúo  toda la tarea de recuperación  en la que nos introduce   Diarmuid O’Murchú

    Estas realidades arquetípicas primordiales  que hay que recuperar   son las que  yo atribuyo,  caen de lleno en ese  ámbito del  mero “estar” (en lo cósmicamente sentido)  sin presencia alguna  todavía y     como  precisamente   en ese primer momento  del mero estar   la inteligencia  no actúa  sino que está pasivamente  abierta a la realidad  es “en” ella    donde  sin acometer por su parte ningún acto, “en” ella repito  queda actualizado     en  presencia, ahora sí,  este  mero estar, es decir con todo lo que de suyo consiste esta presencia. Así es como,  desde  mi punto de vista,  el Cosmos  se constituye en Mundo para el ser humano. 

  • M.Luisa

    Bueno, Oscar, ya es algo! Si estas reflexiones a las que a mí me parecen buenas, a ti  también te  lo parecen, no creo que al autor le hayan surgido espontáneamente, con lo cual esto me lleva a pensar  que el inicio del tema  desarrollado en la primera entrega  era del todo precipitado   llamarlo  como si  de  “una mezcla rara” se trarara.
    Ojo! con cordialidad! No me lo tomes a mal, cumpa! un saludo

  • oscar varela

    Hola!
     
    Buenas reflexiones!
     
    ¡Vamos todavía! – Oscar.