La Real Academia de la lengua Española define la palabra intransigencia como: ” Condición de quien no transige o no se presta a transigir”, e intransigente como: “Que no transige”. Por tanto hemos de buscar transigir: “1. Consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia. 2. Ajustar algún punto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa.”
Verbo que viene del latín: transigere, y que significa, pasar, cruzar. Por tanto el intransigente no cruza (nunca) y el transigente cruza (siempre). Tanto una actitud como otra no deberían ser valores absolutos. Podríamos decir que los dos extremos como actitudes absolutas podrían indicar cierta patología mental o actitudes inhumanas.
Una persona debe ser intransigente con ciertos valores que deben razonarse, ser visibles y necesarios para la vida y la existencia. Concretar los casos dependerá de la concepción antropológica del Ser Humano. Pero creo que desde una razón equilibrada, recta y prudente, una intransigencia ante la dignidad que a todo Ser Humano se le debe conceder, como también a un colectivo, es cuestión esencial. Añadiría a lo anterior que a nivel vital, todo Ser Humano también debe trabajar para hacerse respetar su propia dignidad y ganársela. En tal caso se es intransigente, hasta incluso aceptando la muerte. Así como es necesario también ser transigente con ciertos valores que tienen un valor relativo o que no son tan necesarios para la vida propia o colectiva. Entonces se transige en favor de la convivencia.
Por tanto, la intransigencia como la transigencia son actitudes o valores relativos. Aquí entra de lleno el sentido común, la cordura, la prudencia, la reflexión, el respecto y el tener en cuenta las historias de honradez con un amplio abanico de consideraciones. Todo conducido a través del diálogo, entendido como instrumento para vehicular el poder de la razón, y no mediante la dialéctica impositiva, es decir usando la fuerza o la razón del poder.
Una actitud intransigente es sana, valiente y se debería de ejercer frente la razón o la fuerza del poder cuando éste se manifiesta con ignorancia, estupidez o narcisismo. El problema recae cuando “la ignorancia, la estupidez” la manifiesta de forma consciente o inconsciente (aquí la situación es todavía más peligrosa, conflictiva e irracional) la persona concreta o el líder o responsable que está estancado, anclado en un narcisismo personal. La gran dificultad, defecto, límite o patología mental de no poder soportar, aceptar y dialogar con las diferencias o la diferencia, puede llevarle a sentencias verbales irreflexivas, racionalizaciones incoherentes o amenazas verbales frente a la impotencia que siente al saber y experimentar, que el poder de la razón del otro es verdad. En este caso, tan solo tener que escuchar al que razona o expone, le resulta insoportable lo cual le lleva a evitarlo.
Una actitud transigente es sana y valiente cuando se sabe valorar el poder de la razón del otro, del que es diferente. Ello le lleva a ceder, a cambiar. Se da un pacto legítimo, razonable. Las dos partes dejan valores relativos de lado para respetar cada una de ellas, la dignidad del otro. El problema recae cuando la debilidad, el miedo, la necesidad, el ahogamiento, la fatiga, los efectos del abuso de poder del fuerte hacen tambalear o sacuden la fuerza del débil, que debe transigir solo para vivir aunque sea sin dignidad. También se puede transigir por intereses escondidos, codiciosos en beneficio de unos cuantos. En tal caso se deja de luchar, de exigir, de reclamar aquello que le ha sido sustraído, no considerado o tenido en cuenta. Por no sufrir, por no hacer esfuerzos, la transigencia absoluta puede ser también una enfermedad mental, una falta de escala de valores o un síntoma de debilidad personal.
También puede darse el caso de la transigencia absoluta, la esclavitud, frente una intransigencia total, conquistadora. Me viene a la memoria el año 1492, la conquista de América, de forma intransigente hacia los nativos. Me recuerda también una novela, de base histórica, de un escritor argelino Anouar Benmalek, escrita en el 2007 con el título de Ô Maria i traducida al castellano en el 2012 con el título de La esclava. La historia transcurre “en la convulsa Sevilla del siglo XVI, donde una morisca lucha por la libertad, allá por el año 1569”. También me recuerda la temática de Víctor Hugo reflejada en el film Les misérables. Todas estas “memorias” son de plena actualidad, siempre y cuando la ignorancia, la estupidez o el narcisismo no bloqueen la rezón. La razón es este instrumento único que tenemos para ver los diferentes significados o sentidos, o que es la vida o el vivir hoy en día. En última instancia, es el medio para valorar la lucha por la libertad y la dignidad.
Tanto la prensa de la pantalla como la del papel, por no mencionar las noticias de la televisión, presentan un mundo agitado, convulso, repleto de noticias contradictorias. Un mundo en plena locura. Un mundo donde la calumnia, la mentira, el perjuicio, la falsedad, el engaño son las monedas ordinarias en los discursos, en los parlamentos. Por este motivo se hace necesario un ojo y unos oídos críticos. Pero no hay tiempo para hacerse una idea global y entonces es cuando debemos confiar en algún otro, en un líder, ¿pero acaso existen?
La intransigencia, como la transigencia no son valores absolutos, pero sí que son valores reales que deben mostrarse con el raciocinio y valentía suficientes para escuchar, dialogar, respetar y tomar decisiones. Resumiendo y a grosso modo, las hegemonías de la intransigencia depositadas en la cultura occidental y en el concepto de Estado, entre otras, no pueden soportar ni las diferencias ni las exigencias. Tan sólo persiguen las transigencias de los otros. Dicho de otro modo, es la aplicación de forma absoluta y sin replica posible de la ley del embudo: lo ancho siempre para mí y lo estrecho siempre para tu. Sin olvidar nunca que el paso o el dialogo de la intransigencia a la transigencia tiene su inicio en la interioridad de todo ser Humano si uno quiere ser digno y libre. Nadie da aquello que no tiene o experimenta en sí mismo. Ciertamente, comenzar por uno mismo ayuda a comprender al otro.
No se si alguien leerá a Sabino Arana en esta época, ya que es un prototipo de los nacionalismos del siglo 19, lleno de ilusiones étnicas y religiosas, y debe haber satisfecho alguna necesidad de su pueblo, y puede que me equivoque pero jamás agarró un arma. En cambio los nacionalismos del siglo 20 conservan las mismas boludeces étnicas y religiosas, pero matan en nombre de ellas. Franquismo, fascismo y nazismo son sus ejemplos más característicos.
El neo liberalismo de un plumazo borró todos los conceptos patrióticos, que quedan solo para mantener tranquilos a los pueblos, ya que en la práctica los bancos y las transnacionales son más poderosas que los estados.
Pues vaya el juego que da Sabino Arana. Como si hubiese sido el único nacionalista de su època.
Y mucho más reciente… vean la ilustración que lo explica perfectamente. Vale más una imagen que mil palabras:
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Lo subrayo por los nacionalismos identitarios, todo un ejemplo de intransigencia. Si no, sólo hay que leer la vida de Sabino Arana y sus teorías nacionalistas para darse cuenta a qué se enfrenta una sociedad democrática.
En este mundo, según lo veo yo, resaltan cuatro tipos de personajes: los moralistas, los comerciantes, los políticos y los sabios.
Los moralistas tienen muy claro, cual es la diferencia entre el bien y el mal, y no suelen transigir. O predican la intransigencia al prójimo y cuando se trata de la hija de ellos, las cosas se empiezan a relativizar. Son muy cansagarris, porque además suelen tener un problema de ubicarse en la escena de la vida.
Los comerciantes transigen a todo por dinero.¿ Te mate a la suegra? Con mil euros me conformo…
Los políticos, que elaboran hermosos ideales y quieren representar al pueblo para llevarlos a cabo, se dan cuenta que a veces, muy pocas veces, tienen que ser intransigentes….por un par de días,Luego se dan cuenta que así la cosa no tiene salida y tienen que transigir, pero no así a lo bestia, sino usando el comercio pero que no se note mucho. Primero tienen que conversar, legitimar al otro, asegurarle que es un tipo moral que no se vende…pero que puede negociar como ser los medios, no los fines. Y así sucesivamente. Y eso sucede si el político es un buen político. Logra seguir en la dirección a la meta, aunque cambie un poco los medios y los tiempos y de paso se embolse unos duros.
Y los humanos sabios? Aplican todas las anteriores sin ni siquiera darse cuenta, pero en el momento adecuado. Y el olfato para saber los tiempos, es lo que distingue a un sabio de un pobre personaje común y corriente.
Llevamos unos días de discursos que comenzaron con las trincheras, complementado dicho tema con el peor ejemplo para desatrinchinrarnos (perdón por el palabro), como es el tema del nacionalismo, y ahora se nos propone una reflexión que debería recorrer fluidamente las arterias de los dos anteriores temas, cosa, más que difícil, imposible.
Cuando hablamos de trincheras, de nacionalismo o te transigencia, casi siempre pensamos que la razón es mía y que el otro es el equivocado.
Desgraciadamente la historia de la humanidad, la historia personal y el día a día nos demuestran que los encuentros casi nacen más por “generación espontánea” que por el esfuerzo de ponernos en la piel del otro, así como que los desencuentros tampoco se buscan, más bien nos los encontramos., precisamente porque partimos desde nuestra trinchera.
Yo personalmente, en el tema que se lleva tratando sobre Euskalerría, doy por perdida la “virtud” de la transigencia, de la tolerancia, de la comprensión, etc. etc. A lo máximo que aspiro es al respeto mutuo, sin llegar a humillar, menospreciar o insultar al quien no es “de los míos”.
El mismo Iñaki, que nos traía la reflexión de salir de nuestra trinchera, confesaba (creo) inconscientemente que qué fácil era entenderse con alguien que él consideraba estaba en su trinchera. Y eso me lleva a la conclusión de que los discursos van por un lado y la práctica va por otro.
Muy acertado, amigo Antonio Duato, el haber dado paso a esta magnífica lección sobre la intransigencia, de Jaume Patuel. La suscribo totalmente y trataré de ser consecuente, aplicando estas ideas en la práctica diaria.